TROIS
(Fr. Tres)
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Evidentemente el torbellino sexual no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en ocasiones nos trastorna y, una de dos: o nos hace reír o nos envuelve en la violencia del abrazo...
Georges Bataille.
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Para IGR, la folie fiévreuse…
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UNE
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Vivir entre hombres nunca fue un problema. Comer entre ellos, entrenar entre ellos, dormir entre ellos… soñar entre ellos. Demostrar que era algo más que una damisela en peligro… partirles el culo, escupirles, verlos como niños emberrinchados… ¡Maravillas de la convivencia entre hombres! La habían llamado de todo: vivaz, audaz, peligrosa, revanchista, vengativa, mujerzuela, consorte de Hades, neurótica, blasfema, seductora, embustera… ya todo lo había escuchado.
Nada nuevo por ese lado.
El verdadero problema… era que ahí, ahí en ese puñetero Santuario ¡Paseaban su humanidad unos tíos de puta madre! Que además de todo… estaban buenísimos. Y que la Infanta Atenea y el Kyōkō le perdonaran. Se admitía secretamente como una guarra. Pero ponía cara de que no sabía de qué le hablaban… aunque sí lo supiera.
A veces les daba juego, sólo por joder. Miro era así… lo atribuía a su sangre caliente, mediterránea, a sus raíces clásicas griegas, a su nacimiento en extrañas circunstancias, pero sobre todo a lo primero: a la sangre caliente de aquellos que nacían cobijados por el mar.
Le gustaba dejar que ellos, sus compañeros de armas, sus hetairoi, creyeran que no podía hacer gran cosa con su estatura modesta, y con su cuerpo… desgarbado para ser una mujer y menudo para ser hombre. Un poco andrógino. ¡Era un buen engaño!
Un día su cabello largo y rojo carmesí fue el problema, porque era tan femenino… lo cortó. Luego fueron las tetas… sí… los hombres se vuelven locos con esos dos montículos de carne indefensa… así que se vendó. No tenía unos senos prominentes como esos de las mujeres en las revistas… es más, tenía una nadería, pero prefería estar en igualdad de condiciones con ellos… y aprovechar de vez en cuando sus distracciones… para hacerlos morder el polvo.
Pese a todo, se sentía muy cómoda en su cuerpo, en su piel, en la armadura dorada. Se sentía bien siendo una guerrera que había elegido no cubrirse el rostro, eso jamás… si ellos podían andar en pelotas en las termas, sin que nadie se escandalizara… si las esculturas antiguas mostraban traseros magníficos y sexos infantiles… y nadie se santiguaba… ¿Por qué ella tenía que cubrirse el rostro…? Como si estuviese avergonzada de algo. No Señor.
—¿Tú también te figuras que soy una hetaira en vez de un hetairoi…? —Interpeló a su compañero de armas, él le estaba mirando la mar de divertido mientras ella se sacaba las muñequeras, las grebas, y todo lo iba apilando por ahí en el octavo recinto.
—No, ¿debería? —Contestó la voz profunda.
—Muy gracioso. Antes de que siquiera la insinúes, tú, precisamente tú, te atravieso el paladar con un par de agujas, después… me daré un festín dejándote como coladera humana…
—¡Ufff! Hoy estamos de humor sádico… —bromeó.
—Ya… bueno… —Admitió de mala gana la pelirroja, estaba siendo injustamente ruda con el Arconte de Acuario, arqueó una ceja y le observó, estaba de pie justo a un par de metros, tan gallardo, incólume. Camus nunca se subyugaba… era todo un ejemplo de un guerrero keltoi, un celta… un galo…
Que era todo… menos frío…
A su favor diría que de entre sus iguales, Camus era el único que no huía en medio de sus ataques, no daba la vuelta, no le daba la espalda… y tampoco disimulaba que no la veía, como solía verla: como mujer guerrera.
—Lástima que seas marica… —soltó a bocajarro Miro, rompiendo el cómodo silencio.
—Y es una pena que no sepas quedarte callada…
Ya sabían, los dos, lo que seguía… que Camus iba a acometerla sacándole las prendas masculinas de entrenamiento, a tirones, luego le iba a arrancar las vendas elásticas que cubrían los senos… acto seguido…
Se la iba a comer… toda ella, entera, pliegue por pliegue, rincón por rincón… la mujer griega iba a fingir que le permitía hacer… pero la verdad, es que él estaría haciendo justo lo que ella quería: lo provocaba para llevarlo a su madriguera, para enredarlo, y luego envenenarlo. Era seguro que su cuerpo se crispara en un espasmo prolongadísimo durante el primer orgasmo, producto de los labios de él en su sexo. Ella le haría lo mismo, de una manera tan absurdamente eficaz… que Camus no aguantaría, y antes de que contara ocho… estaría dentro de ella.
Exactamente ocho. Una vez contó hasta nueve. Lo normal era ocho.
Se iría un rato después porque sabía que por mucho que se encontrasen cómodos en la cama, Miro tenía los ojos puestos en alguien más… en un español que parecía muerto en vida. Que ni reía, ni se enfadaba, ni se inmutaba… quién sabe, tal vez Miro tenía la esperanza de un día traerlo de vuelta… a pesar de Aioros.
Y Camus… el galo era raro, a veces parecía tener todas las respuestas y guardarlas celosamente para él… como si estuviese esperando su destino, y de camino se fuese divirtiendo.
Esa relación de los dos era extraña, a su manera se querían…