Hola, mucho gusto. Este es mi primer fic de Yowapeda con el IshiMi como protagonistas.

La historia se sitúa al finalizar el inter escolar de primer año, así que si sólo ven el anime y no quieren spoiler, pues absténganse de leer. Aunque no es gran cosa, pero bueno.

Yowamshi Pedal no me pertenece si no a Watanabe Wataru–sensei. Yo no más tomo prestado a sus niños para divertirme con ellos.

Sin más, disfruten de la lectura.

Cosas de niños

Por: Zafiro Rachel Any

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Regalo de recuerdos

Midousuji no se molestó en despedirse de sus compañeros del club, simplemente tomó su De Rosa y marchó a casa.

Había sido un día agotador, dos pruebas en el día y clase de gimnasia —juego de voleibol donde él terminó con el balón marcado en la cara—, y el entrenamiento, para variar, no había ido bien. Los zakus insistían en tomar un período de descanso tras el inter escolar, y no servía de mucho que Ishigaki, el querido capitán Ishigaki, los secundara.

Hacia dos semanas que pasó el inter escolar, y para su disgusto las cosas no salieron como las planeó. Estaba furioso por los resultados. Le parecía increíble que él cayera a tan poco de la meta, y que, por el contrario, los zakus de Sohoku y Hakone siguieran en pie después de él. En especial ese otaku de Sohoku. Ése cuatro ojos que se divertía al montar en bicicleta. "En verano voy todos los días". ¡Asqueroso! ¿A él que le importaba? Ir todos los días de verano al mismo lugar… "El hospital era un oasis para mí…"

—Kimo…—murmuró con los dientes apretados.

¿Por qué tenía que recordar esos años? No es que le molestara pensar en su madre, por supuesto; lo que le hastiaba era lo sentimental que podía ponerse con esos recuerdos. Notar como su silenciosa promesa se retorció en un deseo puro y deforme de victoria que, al parecer, no bastaba para alcanzar su objetivo. Jaló de su parpado inferior con gesto desesperado. El sol comenzaba a ponerse y tenues colores anaranjados salpicaban el azul del cielo, estaba acostumbrado a esa postal…Se levantó y echó el cuerpo al frente para acelerar, como si con ir más aprisa en su bicicleta pudiera dejar atrás, muy atrás, esos pensamientos que insistían en instalarse en su mente.

Del colegio a casa de sus tíos debía pasar por el distrito comercial. A veces se detenía en la tienda a cumplir algún encargo de su prima Yuki. En ocasiones, le pedía materiales para el colegio y otras, pedía que le comprara esas ridículas revistas para adolescentes; esas mismas que en incontables ocasiones intentó de disuadirla para que dejara de leerlas. "Lee manga, es más productivo", le dijo en una ocasión que la niña entró en su habitación con revista en mano. "Eres un otaku, Aki–nii, tú eres el que debería de dejar de leer esas cosas". Era la guerra de nunca acabar entre ellos.

Ese día, sin encargo alguno de Yuki, decidió que podía echar un vistazo a la tienda de ciclismo por nuevas refacciones, o quizá, ir a la librería y echar un vistazo a los nuevos mangas. Lo que sea sonaba bien, no tenía intenciones de volver a casa tan temprano. Los deberes los había hecho entre clase y clase, y su rutina de entrenamiento estaba cubierta, así que tenía un mundo de posibilidades ante él.

A veces, sólo a veces, se arrepentía de no quedarse a escuchar los planes de los zakus del club para, entonces, unirse a ellos. Pero luego recordaba lo sosos que podían llegar a ser sus mayores y optaba por la soledad. Porque así era su vida, no tenía con quien conversar o pasar el rato. Las personas le resultaban particularmente desagradables, tontas y desesperantes con sus rutinas sin gracia, sus problemas minúsculos y sus vidas sin ambiciones. La única persona que soportaba ya no existía desde hacía mucho tiempo.

Chocó los dientes para apartar esos pensamientos que una vez más lo perseguían y que oscilaban peligrosamente al sentimentalismo.

Detuvo su bici para mirar a ambos lados de la calle, para decidir a dónde ir. La marabunta caminaba aprisa esquivándolo. Otros colegiales volvían a casa o cuchicheaban entre ellos sobre sus planes para pasar la tarde. Mujeres, que venían caminando de unas calles más allá, caminaban como patos por el peso de las bolsas de víveres que llevaban con ellas. Uno que otro hombre de traje pasaba por ahí, con el móvil pegado a la oreja, y cerraban importantes tratos a voz de cuello. El sol del atardecer tenía olor a takoyaki.

Midousuji miró a la izquierda. Una niña chillaba para conseguir que su madre le comprara algo. Más allá, estaba la librería. Luego, miró a la derecha. Un grupo de chicos estaban inclinados sobre una máquina de garra, uno de ellos estaba dispuesto a sacar un unicornio de peluche. Unas calles más allá, estaba la tienda de ciclismo.

Decidido. Iría a la tienda de ciclismo. Volvió a montar su De Rosa, pero antes que pudiera empezar a moverse, una mujer se interpuso en su camino.

—Piiii —exclamó con cierta irritación—. Zaku…digo, señora, está en mi camino.

Lo primero que saltó a su vista fue la ropa blanca que llevaba puesta: ropa de enfermera. No había duda, estaba demasiado familiarizado con ese atuendo. Lo segundo que notó fue el aspecto de esa mujer. Cabello negro y corto; unas gafas de media luna que ocultaban unos ojos del mismo color que el cabello y un brillo dulce y servicial en ellos, y una sonrisa pequeña y discreta. En realidad se le hacía vagamente familiar. Sintió cierta molestia, quizá era una de esas enfermeras con quienes se vio obligado a convivir en ese tiempo que su madre estuvo internada en el hospital.

Estaba por preguntarle qué ocurría cuando la mujer le sonrió amplia y dulcemente, una sonrisa que le causó escalofríos a pesar de la bondad que irradiaba.

—¿Akira–kun?

El susodicho parpadeó desorientado y una expresión propia de un niño se apoderó de su semblante. Estaba en lo cierto, era de las enfermeras que conoció años atrás; porque, aparte de su familia, nadie lo llamaba por su nombre.

—Midousuji–kun —la corrigió. Le importaba bien poco si quedaba como una mal educado.

—Sí, lo que sea. —La mujer dio un paso al frente y Midousuji se sintió acorralado al estar montado en su bicicleta sin muchas posibilidades de retroceder para poner distancia entre ellos—. Tengo un obsequio para ti.

La mujer no esperó respuesta, simplemente tomó una de las manos del chico y deslizó un brazalete de cuentas hasta la huesuda muñeca. Midousuji lanzó un largo y sonoro "Piii"; él invadía los espacios personales de las personas para intimidar, pero otro cuento se contaba cuando alguien lo hacía con el suyo y no se dijera cuando se atrevían a tocarlo. Zafó su mano del agarre, estaba por reclamar cuando una voz familiar lo llamó.

—¡Aki–nii!

Desvió su atención hacia su prima. (La niña de momento antes seguía llorando, su madre se negaba a comprarle algo). Su prima no venía sola, con ella venían los hermanos Ishigaki. Sí, hasta fuera del colegio debía ver a su adorado capitán.

—Aki–nii, ¿qué haces aquí?

—Nada. —Ignoró la mirada de su mayor, no tenía ganas de hablar con él—. Sólo estaba de paso. ¿No deberías estar en casa?

—No —canturreó feliz—. Le dije a mamá que volvería más tarde. Salí con Akane a comprar unas cosas y Koutarou-nii es nuestro guardaespaldas.

Midousuji jaló de una de sus mejillas con sus dedos puestos en garra. Le molestaba que Yuki se tomará esas confianzas con Ishigaki hermano.

—Podías habérmelo pedido a mí.

—¿A ti? ¡No bromees! Siempre estás ocupado y…¡wow, qué lindo brazalete! ¿Dónde lo compraste?

El brazalete, claro. Volvió la vista hacia la enfermera…la enfermera que había desaparecido. Miró a ambos lados de la calle. (A la izquierda, la niña que lloraba se había dado por vencida y seguía obediente a su madre con un puchero de resignación en su carita. A la derecha, el grupo de jóvenes seguían con su intento de pescar el unicornio de peluche sin resultado, más que el de sus carteras vacías). No había rastro de la mujer. Ni una sola figura vestida de blanco se movía entre la multitud a esas horas.

—Midousuji–kun, ¿estás bien? —la voz de Ishigaki lo sobresaltó. Gruñó para darle entender que sí, que estaba bien.

—Aki–nii —insistió su prima.

—Fue un regalo…de una de las enfermeras que conocí en el hospital…

Su voz se perdió entre los murmullos de alrededor. Los hermanos Ishigaki no estaban seguros de haber escuchado, pero Yuki, por el contrario, lo escuchó a la perfección. Soltó un suspiro y miró a su amiga.

—Akane–chan, lo siento. Creo que volveré a casa con mi primo. Vayamos otro día a comprar esos colgantes, ¿vale?

La otra niña asintió, mirando de reojo a su hermano, que de pronto pareció preocupado y desilusionado. Le dio un ligero codazo en las costillas y murmuró entre dientes "disimula, hermano, tonto".

Yuki se despidió de los hermanos Ishigaki antes de tomar a su primo por el brazo para hacer que echará a andar. Con movimientos torpes, Midousuji bajó de su De Rosa para llevarla al ritmo que su prima había impuesto. Parte de su atención estaba fija en el brazalete; de grandes cuentas de color amarillo brillante —amarillo, como ese sentimiento que le invadía cuando escuchaba el rítmico latido del corazón de su madre—, y un encapsulado de un pequeño girasol. (Un girasol, pequeño. Un girasol amarillo, como el color de su felicidad. Amarillo…el amarillo de su vida había perdido toda luminosidad hacía tanto tiempo…). Era realmente lindo, le gustaba.

—¡Nos veos mañana, Midousuji–kun!

La voz de Ishigaki se alzó sobre el barullo. Midousuji miró por sobre el hombro, sólo para toparse con la asquerosa imagen de su mayor agitando la mano en alto y una radiante sonrisa en el rostro.

—Kimo.

—Ja. Koutarou–nii es muy agradable —dijo Yuki caminando con calma a lado de la bicicleta y de su primo.

A paso lento pasaron delante de la tienda de ciclismo. Mucho más atrás dejaron a los jóvenes que terminaron por rendirse: ninguno era capaz de conseguir el unicornio de peluche.

—Deberías ser más amable con él…con Koutarou-nii –agregó al ver el despiste en que se había convertido su primo. Siempre era así cuando tocaban su fibra más sensible.

—¿Por qué? —Sus enormes ojos vagaban en el bonito regalo. Bonito y a la vez tan asqueroso, el brillante color de las cuentas le traían de vuelta los recuerdos de los que había estado huyendo minutos antes de todo eso.

—A él le gustaría. —A estas palabras Midousuji miró extrañado a su prima, quien comenzó a reír en un intento de restar importancia al asunto—. Yo decía.

—Kimo.

El resto del camino lo hicieron en silencio. Los enormes ojos de Midousuji vagaban a momentos al brazalete en su huesuda muñeca. Las cuentas se movían graciosamente por su pálida piel, chocando entre ellas y creando un dulce sonido que, en el silencio de las calles, parecía la risa de una mujer…su risa… Un nuevo vistazo al regalo —era imposible, por más que deseara dejar de verlo, había algo atrayente en él que obligaba a sus ojos a mirarlo de nuevo—. El girasol soltó un suave destello amarillo. Parpadeó. Lo volvió a ver, el destello amarillo… provocado por la luz anaranjada del atardecer con olor a takoyaki.

Espero hayan disfrutado. Es sólo la introducción, prometo que habrá más interacción de Ishigaki y Midousuji en futuros capítulos.

En cuanto a las actualizaciones, espero poder estar actualizando cada dos semanas entre el jueves en la noche y viernes en la mañana. Digo, para que tengan qué leer el fin de semana.

Sin más, hasta la próxima.

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