-¡Vamos Kagome, ven a bailar con nosotras!- Sango le gritaba desde el centro de la pista de luces. Pero la pelinegra apenas y podía escucharla, estaba bien ahí, en la barra con una cerveza en la mano que ya ni siquiera quería; Kagome nunca bebía. Esa noche estaban celebrando, por fin habían terminado la preparatoria y sus amigas habían insistido en que las acompañara a ese sitio. Se arrepintió casi de inmediato: la música del lugar estaba demasiado alta y el ambiente era pesado, caluroso y lleno de una neblina con olor a cigarrillo. Una vez dentro, "La Cenicienta" no era tan espectacular como parecía por fuera.

La música era tan alta que no había podido iniciar una conversación con las chicas que conocía y estaban también esa noche. Un par de jóvenes se habían acercado para invitarla a bailar, pero ella los rechazó a todos con una cara de pocos amigos.

Sango tiraba de una de las mangas de su holgada blusa azul obscuro, y la invitaba a bailar con los demás, o eso era lo único que Kagome podía entender entre todo ese ruido.

-Sabes que yo no bailo- se quejó Kagome, se soltó del agarre de su amiga y se cruzó de brazos. Sango no pareció entender la excusa de su amiga por su cara de aparente confusión, Kagome abrió la boca para repetir lo que había dicho, pero una inmensa onda de sonido proveniente de las bocinas que ahogo el sonido de su voz. Sango la tomo de la mano y la arrastró con ella por entre varios adolescentes ocupados en sus asuntos. Al final de un largo pasillo dieron con los sanitarios del local, entraron al de mujeres y cerraron la puerta con tal de poder compartir unas palabras. Dentro no era el mejor lugar para hablar, un par de chicas estaban sentadas de rodillas en el suelo, inhalaban un polvo sospechoso de la palma de sus manos con ayuda de pajillas. En la pared de la derecha se encontraban tres lavamanos y un enorme espejo, en la pared izquierda habían siete cubículos individuales con retretes en cada uno de ellos.

-¡Dime qué diablos te pasa!- Se sorprendió un poco por el tono molesto de voz de su amiga.

-¿A qué te refieres?- le preguntó Kagome, Sango se dirigió frente al espejo para arreglarse el cabello; su maquillaje estaba intacto a pesar del sudor en su cara.

-Me refiero a que no insistí en traerte aquí para que vieras como todos los demás se divertían sin ti- le dijo mientras la miraba con reproche a través del espejo.

- Lo siento Sango, pero creo que no debí de haber venido desde un principio- dijo la pelinegra con la cabeza gacha, mirando sus tacones bajos color crema,- será mejor que llame a Hojo para que venga a recogerme-

-¡No!- gritó Sango, tomándola por los hombros, lo suficientemente alto como para que las dos chicas del suelo las miraran sorprendidas, -¿Acaso piensas que te dejaré ir con él a esta hora de la noche?, ¡Ni siquiera sabe lo que pasa a su alrededor!-

En eso Sango tenía razón, su hermano era lo suficientemente distraído como para salir de casa usando dos zapatos distintos; además tal vez ya estaba dormido.

-Mejor llamamos a Inuyasha- ofreció Sango – él sí debe estar despierto.

-Bueno- dijo Kagome con simpleza.

-¿Solo dirás eso?, Tienes mucha suerte de gustarle tanto a alguien como él, ¿Por qué no le dijiste que sí?-. Otra vez la misma pregunta, sus hermanos y sus padres ya se lo habían cuestionado unas veinte veces.

-Ya te dije que aún no lo sé- Kagome sacó su teléfono del bolsillo izquierdo de sus pantalones cortos, y marcó el patrón para desbloquearlo y poder teclear el mensaje para su joven amigo. Estaba a punto de presionar el símbolo de enviar justo cuando Sango la detuvo.

-¿Qué esa no es Kaede?- pregunto la joven castaña, Kagome se volvió hacia la pista de baile y logró divisar a la pequeña niña entre la marea de cuerpos mojados de sudor, se la veía preocupada y desesperada.

-Vamos con ella- Kagome comenzó a abrirse paso entre el tumulto para llegar a lado de ella, tuvo que empujar a varias personas que bailaban apretadas, con tal de hacerse un camino.

-Kaede, ¿qué haces aquí?- le grito, pero la niña no pareció haberla entendido, o si quiera escuchado, solo la miraba suplicante con su único ojo. Estaba sucia, tenía tierra y hojas de plantas enredadas en el cabello; la tomó de la mano y la sacó de la pista. Una vez fuera, se agacho hasta quedar a su altura y le quitó un poco de suciedad.

-¿Dónde está mi hermana?- grito Kaede, los ojos de Kagome se abrieron de sorpresa, ella había llegado hasta ahí solo para buscar a Kikyo. Se puso de pie y le pidió a Sango (que no se había apartado de ella) que buscara a la desaparecida chica, y que cuando la hallara la llevara a la salida donde estarían esperándolas. Cuando la castaña se fue a toda prisa, Kagome volvió a tomar la mano de Kaede y la sentó en uno de los bancos de la barra, volvió a tomar su teléfono y envió el mensaje al peliplata de la foto en contactos. Vio a Kaede con atención y lástima, ¿Cómo es que pudo entrar a ese lugar?, por ahora no importaba. La cargo y se la llevo a la puerta de salida.

El control en su mano vibró, una bomba había estallado cerca de él, la pantalla dividida en tres con la de en medio pausada. Solo podía ver el arma y una vieja bodega frente a él, un monstruo con hongos creciéndole en la piel salió de una de las esquinas para atacarlo; pulsó el botón correspondiente y el disparó dio justo en la cabeza del desagradable ser, haciendo que la sangre salpicara en la pantalla. Un teléfono sonó, volteó a ver a su izquierda por un instante, Inuyasha había pausado su juego y revisaba algo en su móvil. Debió de haber sido algo realmente importante, puesto que se puso de pie en un salto y se encamino hacia la cocina. Miroku estaba ahí, tomando una lata de soda; el peliplata se acercó hasta la isla de la cocina y tomó las llaves del auto de un recipiente de vidrio que estaba en el centro.

-¿A dónde vas?- preguntó Miroku antes de que saliera, haciendo que se parara en seco.

-A "La Cenicienta"- respondió sin voltearse a verlo.

-Creí que estabas castigado-. Cierto, el idiota había estampado su auto contra un poste de luz y sus padres fueron los que pagaron por los daños, y sus salidas se vieron afectadas por el accidente.

-Kagome me envió un mensaje, al parecer su prima ha bebido demasiado, y ella y Sango necesitan a alguien que las lleve- dijo eso con una cómplice sonrisa. Bankotsu sabía muy bien lo que eso significaba, él también había pausado su juego y estaba atento a la conversación que sostenían sus dos compañeros. Miroku sonrió de oreja a oreja: esa chica Sango lo traía como tonto todo el tiempo. Era bonita pero no tanto como la otra, la de cabello negro, Kagome.

-Te acompaño- dijo Miroku entusiasmado.

-Espera- lo detuvo Inuyasha cuando su amigo dejó la lata sobre la isla y se acercó a él – no se te ocurra volver a molestar a Sango, solo las harás desconfiar de nosotros-. El otro solo se encogió de hombros y se encaminaron hacia la puerta principal.

-Oigan- la voz del joven moreno, aún sentado en el sofá color café oscuro, los detuvo antes de lograr llegar a su destino – no dejaré que alguien que no sea yo conduzca mi auto-

Los otros dos se le quedaron viendo, Inuyasha con cara de fastidio y Miroku suplicante hasta que, el joven de ojos azules aún sentado, hablo primero.

-Por eso es lógico que yo vaya con ustedes-

-¡De acuerdo!- grito Miroku, antes de su amigo de ojos dorados pudiera decir algo en contra.

-Excelente- respondió con un tono de suficiencia que molesto sobremanera a Inuyasha, ya que sus actitudes hacia Kagome no pasaban desapercibidas por él. Bankotsu se acercó a ellos y se plantó frente a Inuyasha, ambos eran de la misma estatura, pero el moreno tenía un cuerpo un poco más atlético. Extendió la palma de su mano frente al rostro de Inuyasha con una sonrisa soberbia, y su compañero le dio las llaves con furia, su sonrisa solo se volvió más grande al salir de la inmensa casa y entrar a uno de los autos estacionados fuera en el jardín principal, uno rojo deportivo.

Bankotsu insertó las llaves y encendió el auto. Esa chica, no había podido sacársela de la cabeza desde que vio una foto de ella usando un pequeño bikini color negro en el portátil de Inuyasha. Se la había imaginado debajo de él y ahora quería verla en persona, saber si era realmente tan ardiente.

El frio viento que los autos de la avenida le arrojaban al pasar, le golpeaba suavemente la cara. Kaede estaba detrás de ella, sentada en la acera jugando con un juego en su teléfono y Sango trataba de cuidar de la ebria chica de cabello negro que era su prima, lamentablemente. Ya era media noche, era justo a esa hora cuando "La Cenicienta" estaba en su cenit de la noche, el verdadero nombre del lugar era: "El himno de las Doce", pero para acortarlo la habían apodado así, además de que todo desaparecía de tu memoria después de esa hora, hora en la que debías irte, como la Cenicienta.

-¡Kagome! ¿A qué hora llega tú novio?- Sango se encontraba sentada junto al muro de una casa, con una Kikyo diciendo incoherencias y casi inconsciente.

-Ya te dije que no es mi novio- . Se acercó más a la orilla para poder ver a los autos que se acercaban no tan lejos, no logro ver el de Inuyasha, que era de color azul. Se cruzó de brazos para intentar conservar el calor, no había llevado una chaqueta con ella y sus pantalones no ayudaban. Se dio la vuelta y bajo hasta la altura de Kaede, escuchó una bocina, se giró y vio como un auto rojo se cruzaba osadamente el alto en el semáforo; pensó que él sujeto que lo conducía debía de estar completamente loco, o tal vez era demasiado imprudente. En eso estaba su mente cuando se dio cuenta de que el auto se aproximaba hacia donde estaba, de inmediato se puso de pie y delante de Kaede, como si su cuerpo pudiera evitar que el auto las dañase. Pero el conductor no estaba tan loco, y frenó con un rechinido delante de la joven pelinegra, quien solo atino a cubrirse con los brazos la cara. Cuando supo que aún seguía viva e ilesa, se acercó al auto, entonces la ventanilla bajo y revelo el rostro de un joven que fácilmente podría confundirse con una mata de hiedra venenosa, bello pero peligroso, pensó que si lo tocaba la golpearía. Él sonrió, una sonrisa que la hizo enrojecer, estaba a punto de decir algo cuando la cabellera plateada apareció detrás del moreno joven que le sonreía desde el asiento del conductor.

-¡Kagome!- dijo su amigo, salió del auto y se acercó a saludarla con un abrazo y un beso en la mejilla. Ella apenas y podía quitar la mirada de los ojos azules que también la observaban. Le correspondió el abrazo a Inuyasha, se giró un poco hacia el moreno para verlo de nuevo; ya no la veía a ella, bueno no a su rostro, su mirada se concentraba más en sus piernas y luego subía hasta su trasero, se sintió sumamente nerviosa y ofendida por ese sínico comportamiento. Se soltó del abrazo y se dirigió al sujeto del auto.

-¿Y tú eres…?- le pregunto, mientras él seguía atento a su cuerpo.

-Bankotsu- respondió él, con ahora atención a su rostro rojo de vergüenza e ira.

-¡Mi vida!...ehh quiero decir ¡Sango!- Miroku ya había salido del auto y caminaba hacia donde estaba la chica mencionada y la atontada Kikyo.

-¡¿Pero qué hace este pervertido aquí!?- grito Sango, poniéndose de pie, dejando caer descuidadamente la cabeza de Kikyo sobre la dura roca del suelo de la calle.

-No es el único que se invitó solo- le dijo Kagome a su amigo peliplata, quería una explicación, ¿Qué hacían ellos dos con un sujeto tan desagradable como Bankotsu?

-Luego te explico- le susurro Inuyasha en el oído. Sin embargo no pasó desapercibido por el moreno de ojos azules.

-Vine porque este es mi auto y porque se me dio la gana- Kagome solo lo fulmino con la mirada, lo que hizo que el joven le brindará una soberbia sonrisa.

-Pues tu auto casi me mata de un susto, idiota- Se regañó internamente, apenas lo había visto y ya le hablaba como si lo conociera de siempre, pero su actitud le molestaba sobremanera.

¿Idiota? Sería divertido conocerla poco a poco, su sonrisa solo se ensanchó, Inuyasha seguía ahí parado a su lado, viéndola como si estuviese de acuerdo con todo lo que ella había dicho y una pequeña sonrisa que no permitiría.

-Te recomiendo que seas más amable, Kagome, ya que es mi auto y yo decido quien sube y quien no-. Ella solo bufó ligeramente y se encamino a una de las puertas del auto, la abrió y luego regreso por Kaede, se sentó hasta el final del asiento, pegada a la puerta del otro lado, al lado se sentó Sango aun sujetando a Kikyo y al final Inuyasha. Miroku y Bankotsu ocuparon los asientos de adelante. Kagome se acomodó a la pequeña en las piernas y miro por la ventana los autos que pasaban por la avenida, indiferente a la mirada de Bankotsu por el retrovisor.

Sí, era una chica bonita. Desde que la vio la había deseado y se ocuparía de volver realidad su ambición.