Los personajes son de Stephenie Meyer. Solo la trama es de mi autoría.

Capítulo beteado por Manue Peralta, Betas FFAD; www facebook com / groups / betasffaddiction.

Summary: Cuando el rumor de un triángulo amoroso estalla en el pequeño pueblo de Forks, lo que menos se imaginó Bella era que ella también se encontraba incluida en aquel embrollo. —Dime que mi ex novia y mi ex amiga no están compartiendo la misma polla. ¡Dímelo! —rugió colérico provocando una ola de miedo en cada entraña de mi cuerpo, sus ojos verdes me atravesaron cual guillotinas afiladas esperando una respuesta; y, sin embargo, no pude defenderme, porque eso sería aún peor.


Epilogo.

By

MarieLizabethCS.

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Seis meses después…

El roce sugerente en mi mejilla me erizó la piel de inmediato y consiguió despertar mi cuerpo de un plumazo a pesar de tratarse de un tacto áspero e inconstante. Sonreí sintiéndome caprichosa esa mañana, con el olor mentolado de mi cavernícola favorito acunándome de pies a cabeza, la comodidad en la que me hallaba era completa.

Estaba espabilada, sin embargo no abrí los ojos y pretendí seguir dormida como hasta dos minutos atrás. Quería saber hasta dónde llegaría Edward por mi atención.

—¿Bella? —susurró, soplando aire cálido en mi oído, adrede. Temblé extasiada y superada por el tono ronco de su voz. Umm… Edward, ¿tan temprano? Apreté los muslos en sincronía con mis manos, soportando la tentación de girarme—. Sé que estás despierta, amor, no puedes engañarme. —Depositó su gran mano en mi espalda desnuda y masajeó la zona con ternura. Suspiré ante la caricia y él resopló a cambio—. Estoy muriendo aquí, nena… Te necesito —rogó con la voz esta vez desesperada.

Tragué saliva y abrí los ojos por fin.

—Dijiste que querías esperar. Fue tu idea, no la mía; así que no me achaques tus necesidades —le reproché.

Arrastró su tacto por todo mi contorno —de manera posesiva—, enterrando sus largos dedos sobre mi cintura, antes de adherir su pecho contra mi espalda, dejándome sentirlo… Por todos los ángeles, Edward estaba totalmente desnudo. Me arrancó un gemido con la dureza que empujaba en mi trasero.

—¿Qué querías que hiciera, Bella? Fue tu primera vez, te dolió como el infierno. Era obvio que no podíamos.

Edward podía pasarse de tierno y controlador gran parte del tiempo, algo que aprendí con los tres meses de convivencia que llevábamos juntos.

Rodeé boca arriba, encontrándome de frente con sus ojos verdes ennegrecidos, chispeantes y sumidos en algo oscuro que reconocí como deseo contenido. Me mordí el labio, si bien era cierto que me dolió cuando me penetró con su duro y grueso falo la otra noche, ¡fue normal! Yo era pequeña, virgen, con cero nivel de experiencia; mientras que Edward era enorme, en todos los sentidos posibles. ¿Cómo no esperaba que me doliera?

—Se me pasó a los dos días, pero tú fuiste el que dijo que esperáramos al menos quince más —le recordé, enterrando las manos en su cabellera endiablada por el sueño anterior.

—Perdón por preocuparme tanto —dijo con la cara enterrada en mi cuello, olfateándome y regando besos mariposa por toda la piel a su alcance.

—Disculpas aceptadas. —Sonreí dando un suspiro al aire. Separé las piernas para que se ubicara mejor, ya que él estaba en cuatro encima de mí.

Descendió dejando un camino de besos hasta mi pecho derecho, ronroneando de placer.

—¿Sabes, Bella? —Empezó a decir distraído. Sacó la lengua y arremetió contra mi pezón, castigándolo con la rugosidad de su carne húmeda. Me arqueé buscando más, más de ese placentero dolor que me obsequió, pero Edward se separó para mirarme a los ojos, desatendiéndome. Hice mala cara por la lejanía—. Quería que estuvieras bien para este momento.

El subir y bajar de mi pecho era acelerado, en tanto miraba a través de él y sus intenciones.

—¿Este momento? —Fue lo único que logré conjeturar.

Hace quince días, decidí que no quería abstenerme ni un segundo más con Edward. ¡Y vaya que nos abstuvimos! Más por petición mía que por él, obviamente. Necesité de mucho tiempo para estar por completo segura de mi decisión. Después de todo lo ocurrido me fue en verdad difícil alejar de mi mente el miedo a ser lastimada, por tercera ocasión.

Mi amor no correspondido en la infancia, su traición al creerle a Tanya antes que a mí y, después todo, el absurdo drama cuando se acostó con Tanya…. Luego de todo eso mi confianza en Edward no era lo suficientemente fuerte como para permitirme ese nivel físico elevado, tan importante y trascendental —por lo menos yo lo pensaba así—, así que fueron meses los que duramos sin tener en realidad un contacto íntimo; a pesar de las ganas que nos teníamos de meternos mano y aliviar el calor que bramaba con solo mirarnos de reojo.

Me sentí en extremo orgullosa de no caer como una chica fácil y sin valor propio a la primera oportunidad que tuvimos. Aunque me dolía rechazar sus avances, sabía que si nos dejábamos llevar por el momento sin aclarar lo que en realidad deseaba en mi corazón, traicionaría todo lo que era y en lo que creía, y nunca me lo perdonaría.

Entonces, cuando me decidí por fin, en el instante en el que asimilé el amor y el cariño que Edward me profesaba sin descanso, las buenas intenciones que tenía para mí, para un nosotros sólido y fuerte, solo entonces allí me percaté de lo mucho que él me había entregado pidiendo nada a cambio.

Edward luchó por mi confianza y, en cambio, yo solo me había limitado a sobreevaluar cada acción suya, esperando a que me lastimara de nuevo.

Fui una idiota.

Por eso, el día que le dije que estaba preparada para entregarle todo en cuerpo y alma, le permití tomar el control. Literalmente. Edward se hizo cargo de mí como nadie en el mundo logró hacerlo jamás.

Día, hora, lugar. No tuve que pensar en otra cosa más que relajarme y ponerme linda y sexy para el gran momento.

Y fue maravillosamente dulce, como se suponía debía ser para cada mujer. Un jueves, a las nueve de la noche en el Hotel Sheraton Palo Alto. En una suite llena de margaritas, velas perfumadas y una gran cama. Y, por supuesto, mi caballero rebelde auspiciando cada detalle para hacerme sentir hermosa, amada y apreciada, mientras me acunaba entre sus fuertes brazos y me hacía sentir lo mucho que me amaba con su propio cuerpo. Me tomó dulcemente, rodeándome siempre de caricias y palabras amorosas.

Un recuerdo cariñoso que difería demasiado con lo que sucedía ahora.

Edward se lamió el labio y, rastrillándome con una mirada hambrienta, recorrió mis senos.

—Siempre he deseado follarte…duro. —Pareció seductoramente siniestro, cernido sobre mí, apoyando las manos a cada lado de mi cabeza y mirándome de ese modo determinado—. Cogerte tan fuerte que me supliques porque me detenga —agregó en un susurro violento que me dejó sin aliento.

Varios espasmos revolotearon por mi vientre, aunándose al calor líquido que emanó de mí, mojándome las bragas.

—¿Fo-Follarme duro? —tartamudeé encandilada por su confesión, más no asustada; Edward lo era todo, y no habitaban en mi alma sentimientos de miedo hacia él, nunca. Pero sabía del lado caliente y depravado de Edward con las mujeres… De hecho, me había parecido extraño que nuestra primera vez juntos hubiese sido tan calmada, relajada y sin ese desvarío irracional que siempre nos tomaba prisioneros.

Edward sonrió, bajando la cabeza.

—Te excita, ¿no es así?

Me sonrojé sabiéndome atrapada, pero no lo negué. ¿Para qué, si él sabía cuánto me ponía solo con verme?

Bajó su cara a la mía y me arrebató un beso desenfrenadamente furioso, mordiéndome el labio inferior con fuerza, más de la que alguna vez usó, haciéndome sangrar unas cuantas gotas. ¡Mierda! Toda la situación era un nuevo nivel para mí.

Lo abracé del cuello para poder devolverle el beso con la misma pasión desmedida con la que lamía y chupaba de mis labios, ignorando el ardor de mi labio, pero me fue imposible seguirle el ritmo con el pasar de los minutos.

Me quejé dándome por vencida en aquella lucha y solo me doblegué a su impulso, limitándome a lamerlo de vez en cuando, aprovechando cada oportunidad que me ofrecía.

—Ya no puedo soportarlo más, hermosa. Dime qué piensas. —Flexionó los brazos, apostando los codos donde antes tenía puestas las manos y permitió que gran parte de su peso corporal recayera sobre el mío. Sus caderas encajaron directo en mi entrepierna, propinándome un intenso hormigueo cuando las zonas más necesitadas de nuestros cuerpos conectaron—. Joder —masculló cerrando los ojos, con una expresión de agobio cruzándole la cara.

Abrí más las piernas y él se removió como una vil serpiente, presionándose en círculos sobre mi coño, desquebrajando mi consciencia a punta del sabroso placer que me atropelló. Jadeé por aire, mientras él me machacaba con su falo erguido sin descanso.

—Sí, sí… —balbuceé con cada retazo de placer que hirvió debido a nuestro arrebato.

—Tan caliente —dijo en un gruñido—. Necesito que me digas, Bella. Ya.

—¿Umm? —pregunté aturdida.

—Tengo que hacerlo. —Edward se irguió de repente, apresurado, puso las manos en mis caderas para después bajarme las bragas de un tirón; la única prenda que nos separaba en realidad. Él ya estaba totalmente desnudo, todo su glorioso ser expuesto a mis ojos avariciosos y su hermoso miembro, deleitándome la vista al verlo por fin sin las sábanas de por medio. Me lamí los labios, al notar la gota espesa que se asomaba de su glande. Todo me hirvió por dentro, refulgiendo desde el pecho hasta mi entrepierna con brutalidad.

—Edward.

—Aquí estoy preciosa. ¿Qué quieres? —preguntó desesperado.

—Ven —le exigí, aunque sin saber para qué exactamente. Se me antojaban tantas cosas en ese momento, pero no sabía cómo hacerlas realidad para él.

—Lo que desees. —Doblé las rodillas, dejando más espacio para que Edward se acomodara. Me agarró de las caderas y se posicionó en mi entrada, solo presionándome con su glande. Le acaricié el abdomen con las uñas, incitándolo a que continuara y me tomara como él más lo quería. Sus músculos se contrajeron bajo mi toque y vociferó una gran maldición al techo.

—Escurres miel, mi maldito ángel corrupto —susurró con deleite—. Tan lista y caliente como me gustas. —Y empujó con sus caderas, taladrándome con su carne dura, ingresando con lentitud en mí.

—Santo cielo —siseé entre adolorida y agradecida con la majestuosa sensación. Su falo me estiró al límite, llenándome con toda su potencia masculina a medida que me penetraba. Edward forzó más mis piernas e introdujo más con cada respiración entrecortada que emitía.

—Relájate —me pidió él con la voz estrangulada, a sabiendas de que no podía acogerlo por completo—. Vamos, Bella.

Asentí como pude, tenía la frente un tanto perlada con sudor y el cabello se me estaba empezando a pegar a la cara.

Me dejé llevar por la satisfactoria sensación de saberlo dentro mío, pulsándome con cada latir pernicioso de su polla. Cerré los ojos y dejé caer mi cabeza hacia atrás en busca de aire. El tronar escandalizado de mi corazón más el nudo de concreto en mi intimidad estaban por acabar con mi vida, sin mencionar la dureza de Edward ingresando más profundo en mi interior; todo se combinó y una ráfaga de febril desenfreno se desató desde mi centro.

¡Mío! Edward es solo mío, solo yo puedo darle el placer que busca.

La mano de Edward abarcó uno de mis senos y, sin mayor miramiento, lo apretó con fuerza haciéndome gemir. Corrientasos fueron y vinieron pulverizándome las entrañas en contundentes latigazos. Era demasiado placer.

—Eso es… —susurró con un dejo de éxtasis al empujar finalmente sus caderas de una estocada, dejándome sentirlo entero por fin.

¡Dios!

En nuestra primera vez, apenas pude acoger una parte de él. Así que sentirlo hasta la empuñadura, clavado por completo en mi interior era una sensación tan desconocida y sublime en partes iguales.

Él bramó algo inentendible y yo volví a abrir los ojos. Su torso estaba contraído desde sus atenuados pectorales hasta su abdomen cincelado; toda su piel nacarada también estaba cubierta con varias gotas de sudor que se deslizaban hasta desaparecer en la mata de cabello cobrizo en su pubis; aunque todavía no habíamos empezado a movernos, parecía que ambos hubiésemos corrido un maratón de mierda.

—Sostente de algo. —Me cogió de las caderas y retrocedió saliendo de mi centro casi por completo, solo dejando la punta de su falo en mi interior robándome un suspiro lastimero—. Esto va a ser tan bueno, amor —me prometió por lo bajo. ¿Mejor que la otra vez? Oh, Edward. Mordí mi labio y, antes de poder aferrarme a las sábanas o a cualquier cosa que me mantuviera en mi lugar, la dura y rápida embestida que me propinó Edward mandó a volar cualquier conjetura.

Una tras otra, entrando y saliendo fuera de mí rápidamente, soltándome y sujetándome al mismo tiempo, acrecentando el profundo calor de mis entrañas que empezaba a tornarse insoportable, voluble, desgarrador y fascinante. Como un volcán activo.

La humedad se escurría de nuestros cuerpos, empapándonos el uno al otro, permitiéndole deslizarse con una facilidad impresionante. Alcé las caderas encontrándome con las suyas, provocando un golpe certero en mi clítoris.

—¡Madre de Dios! —chillé dando grito ahogado, me arqueé temblando sin parar, exponiendo mis senos. Edward aprovechó eso y se lanzó a mis labios para besarme urgente, como si quisiera marcarme de todas las maneras posibles. Había demasiada energía concentrada entre los dos, pude notar cada vez se hacía más y más intenso; la unión de nuestros cuerpos, las pieles rozándose, la burbujeante atracción que teníamos por el otro, todo estaba bullendo con cada estocada, con cada lamida compartida y con cada gemido desahuciado que salía de nuestras bocas.

Edward dejó mis labios y empezó a acelerar el ritmo de sus caderas, obligándome a seguirle el paso juntando nuestras carnes más rápido.

—Quiero que dure por siempre… —jadeó pasando un brazo bajo mi espalda, para atraerme más hacia él, logrando otro ángulo de entrada.

Me concentré en mirarlo, no tenía aire suficiente para contestarle, así que me quedé viéndolo en toda su magnificencia, apreciando cada rasgo varonil de su rostro.

Él tenía los ojos entrecerrados, la mandíbula atenazada, los labios fruncidos y resoplaba con cada movimiento que hacía. Era la vista más hermosa que jamás había presenciado. Alcé la mano y acaricié su mejilla rasposa por la barba incipiente que le había crecido durante la noche.

Lo eres todo —le dije con los labios. Él sonrió de lado, pareciendo pleno y seguro de sí mismo.

Me cogió la pierna y la puso sobre su hombro, otra vez cambiando de posición. El calor fue insoportable en mi centro, varios calambres me atravesaron como dagas de satisfacción, llenándome de palpitaciones irreales.

—Edward, Edward, Oh… —Cerré los ojos, colapsada por todo lo que me recorría, abatida sin un gramo más de fuerza.

—Vamos, amor, déjalo ir para mí. —Sentí su mano apretándome el hinchado nudo de nervios una, dos, tres veces… En tanto seguía entrando y saliendo de mi interior con más fuerza—. Necesito sentir cómo te corres alrededor de mí…

Entonces un gran espasmo me dobló y lo sentí apretar cada hilo dentro de mí; me arqueé contra él, tensionada al máximo, estrujándolo con el poder de mi orgasmo.

—¡Edward! —grité con todas las fuerzas que aún me quedaban, aprisionándolo dentro mío. Me agarré de su cuello y lo rasguñé sin poder contener mis ansias de posesión que me dominaron. Estaba fuera de mí misma, ciega por la estruendosa explosión de placer de la que me vi presa.

Voy a morir de tanto gozo.

Y cuando saboreaba la hermosa tensión en mi paladar, esta se desvaneció dejándome caer en un extraordinario y placido ensueño que me arrastró de nuevo a la cama, donde colapsé jadeante, confusa, relajada como nunca antes. Las vibraciones estremeciéndome sin descanso, como pequeñas olas que se posaban en mi piel y que después se devolvían, envolviéndome. Pudieron pasar horas pero yo no lo hubiese notado nunca.

En medio de las luces fugaces, candidez y felicidad que me rodeaba, escuché de Edward dos maldiciones y un estrangulado gemido que brotaron hacia arriba antes de sentir cómo se venía dentro de mí.

El cálido estallido me llenó por dentro, haciéndome consciente del gran orgasmo que sufrió, tan avasallante como el mío. De solo percatarme cómo se vino, mi propio placer se duplicó, alargando mi liberación unos cuantos minutos más.

Se dejó caer sobre mí y yo lo recibí en un pacífico abrazo, lleno de plenitud y complacencia, acunándolo mientras realizaba aquel maravilloso viaje al nirvana. Con la cara metida contra mi cuello, noté su respiración agitada y los ligeros estremecimientos de su gran cuerpo, producto de todo lo ocurrido.

—¿Estás bien? —me preguntó contra la piel en tono cansado.

—Sí.

—¿Te dolió? —preguntó más preocupado.

—No.

Se las arregló para darnos vuelta, ubicándome encima de él, con nuestros pechos rozándose, nuestra piel húmeda pegándose y su miembro todavía enterrado en mí interior. Siseé un poco, tenía los pezones ultra sensibles y el roce que provocaba nuestra respiración me estorbaba. Edward puso sus manos en mis caderas y luego las deslizó de arriba abajo por mis muslos separados.

—Hey —me saludó con ternura.

—Hey, extraño.

—¿Te gustó cómo follé tu coñito prieto? —dijo en tono cantarín, moviendo sus caderas a un ritmo desigual. Rodeé los ojos y le golpeé el costado.

—Eres un estúpido.

—Y tú la mujer más perfecta que he conocido —afirmó rotundo, haciéndome estremecer.

—No refuto eso.

—Yo tampoco me atrevería —dijo con media sonrisa traviesa.

Me recosté hundiendo la cara en su pecho, acomodándome mejor para que mis pechos no sufrieran demasiado. Gemí feliz de tener a ese frío pervertido a mi lado, amándome tal y como yo lo amaba a él. Era mi lugar, este, entre sus perfilados brazos, bañados en sudor y fluidos, queriéndonos suave y duramente sin límites.

Había sido diferente esta vez, medité adormilándome sobre Edward. La primera vez había sido dolorosa y, en realidad, apenas pude disfrutar algo. Además, Edward se había contenido en gran medida, de seguro para no lastimarme más. No había comparación entre las dos experiencias; aunque fue perfecta aquella vez, en esta ocasión fue sublime. Los dos habíamos disfrutado en grande y eso era lo que más me satisfacía; el hecho de haberlo complacido a cabalidad.

—Amor, ¿te dormiste?

Bostecé y negué con la cabeza, pero mi cuerpo estaba pidiendo por un descanso.

Puso la mano en mi espalda baja y presionó.

—Necesito más…

Elevé la cabeza para decirle que estaba loco de remate, pero al ver su expresión deseosa, detuve lo que pretendía decir. En verdad había estado conteniéndose, pensé viendo la profunda oscuridad gobernando sus ojos esmeraldas. Pasé saliva sorprendida por la fuerte emoción que me transmitía.

—¿Ahora? Pero si hace solo…

—Nunca voy a tener suficiente de ti, Bella, eres mi adicción más grande. —Me mordí el labio cuando se movió unos centímetros fuera de mí. Umm,estaba duro, preparado y listo para empezar de nuevo.

Como pude me senté y apoyé las manos en su pecho, cosa que se hizo una tarea ardua.

—Oh, Bella, eso se siente realmente bien —gruñó bajo su aliento, viéndome a los ojos con infinita ansiedad.

—Vas a tener que arreglártelas tu solito, amor —le dije con cara de disculpas, al levantarme de su regazo con cuidado, sacándolo de mi interior. Los dos jadeamos por el roce.

Me tiré a su lado agotada y cerré los ojos para descansar un momento. Toda la piel me ardía a mares y la entrepierna me palpitaba por la intrusión de Edward. Y me sorprendió que aún con el leve malestar que me traspasaba en el vientre, también deseaba sentirlo entero, pero mi cuerpo no estaba acostumbrado a realizar tanta "actividad física" seguida; el agotamiento me tomó entera.

Después de un quejido lastimero, la cama se movió y lo sentí posarse encima de mí. Su calor me irradiaba como una manta acolchada y suave.

—Estoy. Cansada —le dije sin abrir los ojos.

—Lo sé.

Me giró boca abajo, tomándome desprevenida.

—¡Edward!

Aferró sus manos a mis caderas y me hizo apoyar sobre las rodillas, dejando que mi trasero quedara al aire, y convenientemente a su alcance.

—Voy a hacerlo yo solito, amor —anunció riéndose, dándome una severa palmada en el trasero que resonó en toda la habitación. Me encogí adolorida por semejante desmande de su mano.

—Serás imbécil, ya te dije que no. —Me reí, retorciéndome para escapar de su agarre y poderle atizar un buen jalón en los huevos. ¡Ay! Me ardía como el infierno la nalga derecha.

Forcejeamos unos minutos, jugando uno con el otro; él tratando de inmovilizarme con sus brazos en tanto yo intentaba golpearle el estómago para que me dejara.

—No me niegues el placer de enterrarme en tu calidez. —Se posicionó encima de mí, cubriéndome la espalda con su pecho, poseyéndome con su cuerpo largo y poderoso—. Nena… por favor, lo necesito —agregó susurrándome al oído. Gemí por el tono ronco y urgido que usó. Besó mi oreja y luego la lamió hasta que solté otro jadeo traidor.

¿Cómo resistirme a ese mimo alucinante?

Todo él me descolocaba con suma facilidad, me volcaba las ideas y pensamientos a límites fuera de mí.

Pasó una mano por mi abdomen para sujetarme firmemente a él e inició un balanceo sutil de adelante hacia atrás, apoyando su miembro erecto entre la hendidura de mi centro hinchado. ¡Carajo! Edward poseía tanta vigorosidad fluyendo en sus venas que me arrastraba con simplicidad a hacer lo que me pedía, sin esforzarse en lo más mínimo. Suavidad contra dureza, así me rozaba, con lentitud al ritmo del balanceo al que me "obligaba" participar. Puso los labios en mi nuca y se prendió de la piel, succionándome sin detenerse. La combinación de sensaciones lograron hacerme perder la cabeza, dejé que el ardoso placer me tomara y me elevara lejos. Cada trozo de mí se hallaba híper estimulado debido a lo anterior y seguía empeorando con su toque apabullante. Un calambre recorrió mis entrañas y me arqueé contra él deseando que calmara el dolor que me provocaba.

—Solo hazlo… —murmuré rindiéndome con un quejido, mientras le seguía en cada movimiento sinuoso. Iba a reventar sino hacía algo para que me tomara.

Despegó la boca de mí dejando la piel irritada y húmeda. Movió la mano de mi abdomen, recorriendo la piel de mi vientre bajo que emitió enormes contracciones a su paso. Deslizó sus dedos por mi pubis hasta alcanzar mis labios inflamados; empezó a mover un par dedos en círculos sobre mi clítoris, en un masaje que me cortó la respiración y me hizo acelerar el vaivén, llena de ansiedad.

—¿Me torturas ahora? —indagué y de inmediato me mordí el labio, acallando los gemidos deseosos por salir. El calor se empezaba acumular rápidamente por toda esa zona debido a sus caricias desenfrenadas—. ¿Edward?

Se movió ligeramente, aún acariciándome con determinación.

Oh, oh, necesito… yo quiero… mierda, justo así… lloriqueé por dentro, empuñando las manos sobre las sábanas. Me empapé todavía más y Edward gruñó al sentirlo de primera mano, mis fluidos resbalándose encima de él.

—El doloroso placer de amar. —Insertó los dedos en mi interior arrancándome un grito desgarrador que debió escucharse por todo el campus universitario—. Shh, Bella, solo yo puedo escucharte gemir y pedir por mi polla. Nadie más —me ordenó en tono airoso.

Entró y salió docenas de veces con sus dedos, dilatándome y haciendo que me volviera loca de a poco. La gravedad dejó de existir y el sol se apagó de un soplo; la inmensidad de sensaciones rompió mis neuronas y todo lo que pude distinguir fueron llamas y rojo encerrándonos.

—Palpitas entorno a mí, hermosa. ¿Estás lista para recibir mi verga?

Creo que morí tres veces con sus susurro ardiente, soplado en mi oído aunado al mete y saca acelerado de sus dedos largos. Gemí contrayéndome fuertemente.

¡Ush!

—¡Te juro que si no…! —Se me escapó el aire de golpe. Edward cambió sus dedos por su miembro, insertándose en una sola estocada pétrea—. ¡Oh!

Dejé caer mi cara contra el colchón, abatida, llena hasta el tope por Edward, ensanchada y con el mayor placer del mundo recorriendo cada centímetro de mi cuerpo. Mil pulsaciones salpicaron en mis entrañas, justo allí donde lo sentía invadirme con su carne tiesa, aliviando parcialmente el ardor.

—Solo tú… solo tú. —Edward me susurró, pasando sus manos por mis caderas y muslos—. Dios, me succionas, hermosa. Ugh —siseó como un animal, agarró fuerte mis caderas y lo sentí inclinarse sobre mí—. ¿Te lastimé?

Negué todavía con la cara aplastada contra el colchón, cogiendo aire por la boca.

—No, pero… pero necesito que te muevas —respondí con la respiración a mil, el esfuerzo que hacía al hablar de alguna manera provocaba que lo sintiera más empalado en mi interior—. Por favor…

Pasé saliva e inspiré intentando controlar los efectos que provocaba tenerle de esa forma, en lo más recóndito de mi cuerpo.

Edward me masajeó las caderas en un gesto que me hizo remover.

—Déjame disfrutar de tu calor, amor —me pidió con la voz ronca y gruesa pero al tiempo suplicante—. Solo unos segundos. —Gemí apretando las sábanas en total desacuerdo y alejé mis caderas de él, haciéndolo salir de mi interior unos centímetros.

Edward gruñó y con fuerza se volvió a introducir entero en mi interior. Lloriqueé como una nena, jadeé y maldije con los ojos llorosos.

—Muévete, me estás volviendo loca.

Sin embargo, él permaneció quieto, apretándome con sus manos grandes para impedir que me moviera otra vez. Palpité en resonancia a mi enorme excitación y Edward siseó adolorido.

—Este es mi lugar, Bella y es malditamente mío —proclamó fuera de sí.

—Y tú eres mío, me perteneces —exigí de vuelta en un grito ahogado.

—Sí, hermosa, no existe nadie más. —Entonces retrocedió al fin, saliendo poco a poco y alargando mi agonía durante una infinidad de tiempo. Grité azotada por el espasmo que me embargó por el simple roce—. Solo tú puedes hacerme sentir así, desquiciado, desesperado por tenerte… Joder, ¿escuchas, amor? —Se empujó de nuevo, logrando que un sonido pegajoso se juntara con los jadeos descontrolados de ambos. Me sentí escurrir líquido entre mis muslos, cálido y espeso—. Estás mojando la cama, nena. ¿Habías mojado antes así? ¿Umm? —Salió con parsimonia, torturándome con su control de mierda. ¡Yo quería que se moviera rápido! ¿Cómo podía soportarlo él?

—Eres el único… —Me mordí el labio y me forcé a erguirme con los brazos temblorosos sobre la cama. Giré la cabeza para verlo—. Eres quien lo provoca.

Me mordí el labio y Edward se inclinó con una mirada orgullosa en sus verdes gemas. Tomó mis labios con los suyos y me besó tiernamente, sin profundizarlo.

—Te amo, Isabella Swan.

Sonreí sobre los suyos, aún atenazada por todo lo que me estaba haciendo con su propia carne dura, disfruté del momento sublime de aquel beso y aquella declaración que me profesaba con tanto sentimiento.

—Te amo, Edward Cullen. Como nadie lo hará jamás —le prometí cien por cierto segura. El amor que sentía por ese hombre transgredía la cordura, me tenía flotando en un desvarío indescriptible.

Subió despacio sus manos, colándose a través de mi estómago donde irradió un calor arrebatador. Agarró mis senos erguidos y los amasó enérgicamente desatando un ronroneo lleno de satisfacción en mi pecho.

Abandonó mis labios y, sin molestarse en aplacar el masaje incesante en mis senos, reanudó las gloriosas embestidas.

—Umm.

Jadeamos como un par de animales y nos movimos en sincronía, aumentando la velocidad de las estocadas. Temblores nos dominaron al tiempo, sacudiendo nuestras pieles al unísono.

—Juntos, amor —gimió sofocado.

—¡Sí! —Y de la nada todo volvió a estallar en contracciones placenteras, fuego y nieblas tras mis ojos cerrados con fuerza. Él tembló conmigo, emitiendo un rugido asombroso que me caló bajo los bellos de mi nuca. Posesión en su más nítida expresión, marcándonos en un nivel superior que no comprendí del todo pero que me impactó de lleno en el alma.

—Carajo… —Caímos a la cama, desmadejados y abrazados por todos lados sosteniéndonos unos al otro, todavía con las pulsaciones arrítmicas de nuestros corazones golpeando raudos.

Se estiró y plantó un beso en mi cabeza. Estábamos sudados, llenos de fluidos, acalorados y sin un gramo más de fuerza; y, sin embargo, no recordé un momento más perfecto que este en mi vida.

Sonreí enormemente, llena y plena de ese sentimiento.

Unos minutos después, el silencio aún reinaba en nuestra habitación, pero se trataba de un silencio bienvenido, colapsado sobre nosotros sin prisas.

—Bella… —murmuró luego de un momento, con voz sumisa.

—Oh, cállate, no hay poder… poder en el mundo que me haga mover de aquí. ¡Si aún tienes ganas después de eso, vamos a tener serios problemas! —le advertí.

Apenas y podía hablar sin que se me entrecortara la respiración. Estaba loco si pensaba que lo haríamos de nuevo.

Se rió en mi oreja, haciéndome cosquillas con su aliento.

—Calma, amor, solo te iba a decir lo bueno que estuvo. —Rodé los ojos sin creerle, y él se ajustó a mi espalda metiendo la frente en mi nuca.

—Me duele la entrepierna, si es lo que quieres saber. No voy a hacerlo más —sentencié.

Se volvió a reír, contagiándome con su desfachatez. Lo codeé, aunque eso no lo detuvo.

—Lo sé, no te estoy diciendo nada. —Pasó la lengua allí, donde antes me había mordido, como si me quisiera sanar con su caricia. Me removí al sentir un poco de ardor.

—¿Qué demonios me hiciste? —le pregunté resoplando. No sabía ni por qué me molestaba en preguntar.

—Nada del otro mundo —susurró con orgullo, volviendo a lamer la zona irritada que de seguro era un chupón en toda su regla.

Acomodé la cabeza sobre la almohada, y me dispuse a dormir un rato, ignorando sus avances.

No creo poder llevarle el ritmo a mi calenturiento favorito.

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—Amor, despierta. —Edward me movió del hombro dándome un beso en la frente. Estiré las piernas encogidas y me volví hacia él abriendo los ojos—. Charlie está por llegar.

Oh, Charlie. Cierto. Venía de visita y aterrizaba en la noche. ¿Tan tarde se nos hizo? Demonios, ni siquiera me había bañado en todo el día.

Asentí y me incorporé, o eso intenté antes de que Edward me empujara de nuevo a la cama. Me sostuvo allí y fruncí el ceño.

—¿Qué haces? Necesito alistarme.

Edward sonrió de medio lado, alisó algunos mechones fuera de mi cara.

—No quiero que otros vean lo que solo nació para ser admirado por mí. —Besó mis labios, dejándome confundida y halagada a la vez—. Tenemos compañía.

Mi reacción oportuna fue agarrar más sabanas para taparme hasta la barbilla.

¡¿Qué?!

—Dejen el drama para la cena que ya vamos tarde. ¿Pero qué mierda fue lo que hicieron en este cuarto? Huele a sexo duro y sudor de monos. —La estruendosa risa de Emmett prosiguió al comentario mordaz de Alice.

—¿Cómo los dejaste seguir? —siseé a Edward, ignorando la presencia de los demás.

—Alice…

Gruñí y le modulé un "tu condenada culpa" por darle la bendita llave de repuesto a ese nomo escurridizo que irrespetaba espacios ajenos.

—Perdón, te juro que lo compensaré —me respondió volviendo a besar mis labios tiernamente y pidiéndome disculpas con sus ojos.

Emmett se volvió a reír y los tres lo miramos cerca a la puerta donde su gran figura acaparaba el espacio.

—Edward, lamento decirte esto…pero eres la perra de Bella.

Ahogué una risita al igual que Alice, en tanto Edward se encogía de hombros restándole importancia.

—¿Ni siquiera te molestas en negarlo? Vaya… —Chifló sorprendido y puso su gran cuerpo cerca a la cama. Edward de inmediato colocó su pecho contra el mío, impidiendo que viera cualquier cosa bajo la endeble sábana.

—Retrocede. —Entrecerró los ojos en su dirección, a la defensiva. Edward era bastante… protector, incluso tratándose de Emmett; le jodía que otros pudiesen mirarme de cualquier forma, sin importar que fuera de manera amistosa.

Su primo levantó las manos y regresó a la posición de antes, sonriendo con malicia.

—¿Ya terminaron ustedes, idiotas? Charlie llega en quince y creo que va a ser un problema que no te encuentre en nuestra habitación. —Alice me miró como siempre, cruzándose de brazos, regañona incansable. Suspiré triste porque tendría que dejar mi pequeño mundo de fantasía lleno de Edward los próximos cinco días.

La única condición que impuso Charlie en cuanto le comenté que deseaba entrar a la universidad de Stanford, en Palo Alto, California, era que me quedara en un dormitorio de chicas.

Edward, Emmett, Alice y a mí nos habían aceptado en la universidad, cosa que me alivió, ya que no tendría que separarme de Edward durante cinco años.

Pero Charlie no aprobaba mi relación con Edward… así que para asegurarse de tenerme controlada, tuvo la gran idea de inscribirme —personalmente— en una fraternidad femenina, en la que compartía habitación con Alice Cullen; quien a su vez era su chivo expiatorio.

Claro que sí, Charlie.

Lo que mi padre no sabía era que en realidad vivía con Edward en un aparta estudio personal cerca al campus. Alice se encargaba de mentirle a mi favor de vez en cuando, solo para tener una coartada y así nosotros poder vivir tranquilos.

Edward se encargó de que lo hiciera, a pesar de rehusarse por varios días al final accedió, llegando a la conclusión de que no tendría que soportarme día y noche si nos ayudaba.

Ella aún me odiaba.

Enredé bien las sábanas entorno a mí y me puse en pie de un salto.

—Será mejor que vayas a la fraternidad por si llega antes —le pedí a Alice, refunfuñando—. Deja de mirarme las tetas y largo de aquí. —Emmett pegó un respingo, cómo si no me hubiese dado cuenta que me miraba. Edward gruñó y se aventó contra él, haciéndome rodar los ojos. Idiotas. Lo sacó a patadas del cuarto junto con Alice, no sin antes propinarle un buen puñetazo en la boca del estómago que lo hizo doblar en el pasillo de afuera. Volvió a gruñir luego de cerrar la puerta en sus narices y me miró molesto.

Sonreí, enternecida por la ira refulgiendo en sus ojos. Me mordí el labio y dejé caer la sabana al piso, revelándole mi desnudez.

Lo vi tragar pesado, resbalando la mirada por todo mi cuerpo con hambre.

Caminé dos pasos apreciando también su pecho descubierto, tan amplio y cincelado por Dios.

Se veía tan delicioso.

—Te ves caliente cuando marcas territorio. —Le acaricié las barbilla usando las uñas, viendo cómo se le tensaba todo.

—Pensé que te molestaba mi actitud. —Tomó mi mano y la giró para besarla, viéndome siempre con ojos agudos.

Me pegué a él, descansando mis pezones contra su pecho y separé las piernas para acomodar la suya entre las mías.

—Pensaste muy, muy mal. —Sonreí, cerniendo mi peso contra él. Dejó caer mi mano y me rodeó para acoger mis nalgas.

—¿Estás seduciéndome? —Masajeó, pegándome más a lo que parecía ser una gran erección bajo su interior.

—¿Lo logré? —pregunté restregándome contra él, sintiendo que lo necesitaba de nuevo.

—¿Tú qué crees? —Me cogió llevándome cargada. Me reí enterrando la cara en su cuello, permitiendo que nos llevara al baño—. Ahorremos tiempo y agua, ¿te parece? —Asentí y me abracé a él con fuerza.

Tal vez podría seguirle el ritmo algún día.

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.

.

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Terminé de acomodar la tira del vestido y me observé en el espejo del baño esperando no verme demasiado destapada. Fruncí el ceño, el vestido azul que Alice me había regalado —u obligado a recibir— me parecía muy revelador, mostraba mis senos, y el efecto de la tira al atravesar mi pecho los exaltaba aún más a la vista.

Salí al cuarto en el que Edward también se terminaba de vestir. En cuanto me vio aparecer, sus ojos recorrieron mi cuerpo con la lentitud de un predador consumado. Temblé por el poder de sus ojos recayendo en mi piel descubierta por el vestido de chifón.

—Te ves hermosa. —Me sonrojé por el seductor piropo y me encaminé a su encuentro—. Voy a vigilar a todo hombre que se te acerque. —Me agarró de la cintura y me miró intensamente, abriendo todos sus sentimientos en sus gemas.

—Tú eres quien te ves guapo —le dije empinándome, por más que utilizara tacones él siempre me superaría en altura—. ¿Qué voy a hacer para que las zorras no se te acerquen? —Lo besé en el cuello tomándome mi tiempo.

—Esas mujeres nunca me van a tener, como tú. —Ahogó un gemido de aprobación, con el fin de lograr mi propósito y llegar a lo que quiero.

—Sí, pero me siento en desventaja.

—¿Desventaja? —gimió apretando más su agarre.

—Me marcaste en el cuello en la mañana. Lo justo sería que yo también lo hiciera, ¿no?

Dejé la cuestión en el aire, Edward me pegó más a él y yo jadeé por el increíble calor que emanaba a través de su camisa gris.

—Tómame. Que todos sepan que tengo dueña —respondió seguro, colocando una mano en mi cuello instándome a que lo hiciera. Mi corazón bailó saltarín.

Soy. Su. Dueña.

Tres palabras que me hicieron muy feliz. No lo pensé dos veces a esa invitación y me urgí a succionar la piel expuesta de su cuello, donde todos verían mi marca personal. Lamida, mordida, succión, lamida, mordida, succión…. Lo realicé por varios minutos, Edward empezó a mover sus caderas contra mí, embistiéndome con suavidad. Oh, amor. Me encontré restregándome bastante más ansiosa que Edward; no podíamos dejar de tocarnos un solo segundo.

Alguien entró al cuarto y murmuró una maldición. Me alejé de Edward en seguida, pero su agarre no me dejó ir muy lejos.

—La próxima vez toca la jodida puerta, Alice. —Edward me abrazó de la cintura con un brazo.

—Vengo porque Charlie ya está en el restaurante esperándonos. Y no vino solo. —Su cara se descompuso, mirando fijamente a Edward como si le doliera decirlo—. Vino con papá y un amigo más que no conozco.

Alcé la mirada preocupada por su reacción.

Edward no se hablaba con Carlisle desde que vinimos a la universidad y su relación seguía igual que antes: distante, congelada y llena de resentimiento.

—¿Amor? —lo llamé pero él siguió mirando a Alice en una conversación silenciosa de la que me sentí excluida. Entrelacé nuestras manos para llamar su atención, no obstante siguió mirando a su hermana.

—¿Sabías que venía? —preguntó a Alice, en tono frío como una témpano de hielo. Apreté el agarre y me coloqué frente a él, interponiéndome entre los dos.

—Ella no sabía nada. ¿Verdad Alice? Carlisle quería darles una sorpresa.

—Sabes que de haberlo sabido, te habría dicho sin pensarlo dos veces —respondió con voz neutra, pero en el fondo noté que le había dolido la desconfianza de Edward.

—¿Ves? Ella no podía saberlo. —Puse mi otra mano en su mejilla y por fin me miró de vuelta. La mirada que me dirigió primero fue una recelosa, tenía la clara intención de discutir más sobre el tema—. Por favor, Edward, no te descargues en Alice por culpa de Carlisle.

Él frunció el ceño, evaluando mis palabras.

—No te tomes la molestia de defenderme, él siempre se comporta como un inmaduro cuando se trata de papá. —Chasqueó y desapareció por la puerta con un azote.

Los dos nos miramos por un largo tiempo, no podía creer el odio que se avivaba en su mirada.

—Sé que es una situación dura e incómoda para ti, pero no puedes pretender lastimar a los demás por los problemas que tienes con Carlisle. —Apretó la mandíbula, enfurecido porque sabía que yo llevaba la razón—. No quiero que algo como eso te siga consumiendo, Edward… Me duele verte así. Tienes que sobrellevarlo mejor.

—Él destruyó mi familia, lastimó a mi madre y Alice por años…

—Lo sé.

—Entonces no me pidas que olvide las canalladas que nos hizo, porque no va a suceder.

Trató de alejar mi contacto de su cuerpo molesto por la conversación, más no lo permití.

—Escucha, sé que te duele y es comprensible el resentimiento que albergas en tu corazón… pero tienes que dejar de idealizar a tu padre de esta manera. Es enfermo.

—¿De qué hablas? Yo no idealizo a ese imbécil. ¿Cómo podría? —Se rió por lo bajo, viéndome de manera absurda y pedante. Contuve mi lengua afilada y me empujé a explicarle mejor.

—En el momento en que veas a tu padre como una persona, un ser humano normal que se puede equivocar como todos, como tú o como yo; entonces dejarás de sentirte tan mal.

Entrecerró los ojos y esta vez retiró con éxito mis manos.

—¡Carlisle lo jodió todo! Se acostó con esa perra sin pensar dos veces en el dolor que nos iba a provocar…y es tan maldito, tan sinvergüenza que se atrevió a llevarnos a ese basurero a comer por meses, Bella. ¡Meses!

Respiraba agitado, agarrándose el cabello con fuerza, luciendo perdido en medio de una gran devastación.

Era como ver a mi niño pidiendo por ayuda.

—Shh, cariño, tranquilízate. No hagas eso, amor. —Retiré las manos de su cabellera y lo hice sentar en la cama—. Lo que pasó fue horrible y él erró en muchas cosas en el camino. No lo estoy justificando, porque odio también la forma en que pasaron las cosas por su culpa… pero no puedes dejar que te destruya. No puedes cargar con toda esa mierda por siempre.

Lo abracé de los hombros y él apoyó su rostro en mi pecho, cerrando los ojos.

—Me es complicado dejar de sentir esto por él. —Se presionó más contra mi pecho, acariciándome con su rostro—. No soy como tú, el perdón no existe en mi sistema, al menos no para Carlisle.

Suspiré y me doblé para besar sus cabellos suaves.

—Es tu padre y te ama.

Bufó y negó.

—Él dejó de serlo cuando decidió que una perra sucia, era mejor que mi madre —escupió con todo el asco que fue capaz de reunir. Su dolor era palpable e hizo que se me aguaran los ojos por su sufrimiento.

—No sabes cuánto lamento que tú y Alice hayan tenido que pasar por ese infierno. —Edward colocó las manos tras mis muslos de forma inconsciente—. Estuve lejos de ustedes todo ese tiempo, pero ya no es así. Estoy aquí, contigo, y te voy a ayudar en todo el camino, ¿sí?

Asintió y eso me permitió respirar más ligero. De alguna forma Edward tenía que dejar todo atrás. No ahora, ni mañana. Pero lo haría, por nuestro bien.

Alice ya lo soportaba más gracias a las terapias y, por lo que el mismo Edward me había dicho, Esme lo había perdonado hacía años. Las dos lo estaban intentando, querían seguir adelante, sin embargo, Edward no poseía ninguna intención de querer mejorar las cosas en el futuro.

—Prométeme que guardarás calma esta noche. —Hice que me mirara los ojos levantando su cabeza. Necesitaba leer a través de él, al darme su respuesta—. No dirás ironías, guardarás tus respuestas mordaces y, por sobre todo, te disculparás con Alice en cuanto la veas.

Edward asintió a todo, y sé en mi corazón que fue del todo sincero.

Lo amaba aún con sus defectos.

Lo besé fuertemente y él jadeó por lo brusco de mi acción. Introduje mi lengua en su cavidad y lo degusté a mi antojo, llenándome de menta y más menta.

Me alejé un momento después sin darle oportunidad a que batallara de vuelta como solía hacerlo.

—Tenemos una cena qué aniquilar. —Guiñé el ojo, apartándome de él.

—Sí, acabemos con esto. —Se puso en pie y me agarró de la mano, uniendo nuestros dedos firmemente.

Dejamos el aparta estudio y tomamos un taxi en la esquina. El restaurante quedaba cerca a pie, pero ya íbamos con una hora de retraso y no quería darle más razones a Charlie para importunar a Edward.

Diez minutos después llegamos al restaurante Evvia, lo detuve antes de entrar, cerca a las puertas de cristal.

—Si te sientes muy incómodo, me dices y nos vamos. —Me alcé en puntillas y le besé la mejilla. Él sonrió como me encantaba, deslumbrante y feliz, acentuando sin querer las arruguitas en sus párpados—. ¿Qué? ¿Por qué sonríes?

Pasó la mano por mi cintura, transmitiendo con sus dedos la corriente de energía presente en cada uno de nuestros encuentros físicos. Al parecer no iba a desaparecer como pensé en un principio.

—Tengo muchos motivos para sonreír, ¿no te parece? —Se encogió de hombros martillándome con los ojos y sonriendo de ese modo varonil que me provocaba lanzarme encima de él y olvidar esa cena del demonio.

—¡No me distraigas!

—¿Yo? ¿Qué hice? —Sonrió de oreja a oreja mientras me esforzaba por disimular lo mucho que me afectaba. Carraspeé y me di vuelta.

—Mejor vamos adentro antes de que Charlie salga con su escopeta y te dispare. —Me reí en voz alta por el gemido temeroso que soltó.

—Eres maligna —me acusó poniéndose a mi lado.

Me reí y tomé su mano.

—No seas bebé, Charlie no sería capaz de hacer una cosa como esa. Al menos no en público. —Lo jalé a través de las puertas previniendo su huida, y lo guié adentro entre los comensales. Apretó el agarre con firmeza y lo observé de reojo, preocupada—. Todo va ir bien.

Charlie era un ogro, pero no era para tanto, además yo no iba a permitir que hiciera alguna cosa para humillarlo. Ugh, Big Swan no nos la iba a dejar fácil pero de que sobreviviríamos a esta noche, lo haríamos.

El recinto era muy sofisticado, lleno de luces y adornado con toques barrocos en cada pared. El ambiente se sentía cálido, me gustaba. Alice había elegido bien, tenía que admitirlo.

—Allí están —me advirtió señalando la mesa que estaba al final, junto a la pared bajo una lámpara de cristal. Asentí y me cuadré de hombros. La gran espalda de Emmett se veía agitándose de arriba abajo, como si se estuviese riendo a carcajadas. Bueno, al menos alguien se encontraba disfrutando de la noche.

Suspiré con resignación.

Cinco pares de ojos se posaron en nosotros en cuanto llegamos a la mesa. Dos se mostraron felices por nuestra llegada, otros dos estaban llenos de burla y simpatía… y el par restante de ojos me vio solo a mí, de forma asquerosa, como si yo fuera un bulto de carne gratis.

La animosidad de antes fue sustituida por la silenciosa inspección. Charlie carraspeó luego de un momento y se puso en pie, reaccionando antes que los demás.

—Hija, te ves hermosa —dijo emocionado por verme. Muy emocionado, considerando que era Charlie.

Me sonrojé avergonzada, ya que él no era de decirme esas cosas muy a menudo. Rodeó la mesa para abrazarme fuertemente, como si no nos hubiésemos visto en años. Fue una sorpresa, pero una sorpresa que logró conmoverme.

—Hola, Big Swan. ¿Cómo estás? —Le devolví el abrazo un tris incómoda, pero más que nada feliz. No me había dado cuenta de lo mucho que le había echado de menos, a pesar de que nuestra despedida a principios de año fue tensa debido a mi relación con Edward. Charlie siempre sería una de mis personas favoritas en el mundo, hiciera lo que hiciera por fastidiarnos.

Se separó y pude ver el movimiento de su bigote saltarín, como era de esperarse, incómodo.

—Mejor ahora que veo con mis propios ojos que te encuentras bien. —Sonreí y le besé la mejilla, cosa que lo puso colorado. Me reí de él y su hermetismo sentimental.

—Buenas noches, señor Swan. —Me recoloqué al lado de Edward y él me rodeó la cintura con su brazo por inercia. Charlie estudió el movimiento como un león rabioso.

Volvió a dirigir la mirada a nuestros rostros y dio un asentimiento de cabeza.

—Hola, muchacho.

Y eso fue todo lo que le concedió a Edward. Rodé los ojos. Al menos ahora reconocía que existía, antes solo ignoraba su presencia.

Si alguien sabía cómo ser cruel con dos palabras, ese era mi padre.

Tomó asiento de nuevo, sin dejar que nos escapáramos de su mirada.

—¿Recuerdas a Jacob, el primo de Seth? —Ay, papá… ¿Todavía sigues insistiendo con lo mismo? Mi padre se las quería dar de celestina, incluso ahora.

Maldito Jacob que se prestaba para esa ridiculez. Ya lo había visto mirándome de ese modo tan asqueroso, pero le había negado la satisfacción de devolverle la mirada. Mierda era y mierda seguía siendo.

Me encontré deseando no haberme colocado este vestido.

Asentí, pues eso era lo único que iba a conseguir de mí.

—Hola, Bella, veo que el sol de mi tierra te ha hecho muy bien. —Sonrió como un perro y yo lo fulminé sin contestar nada a cambio.

—¿Lo conoces? —me preguntó Edward en tono bajo y tenso.

—Para mi desgracia —le respondí con repulsa.

—¿Cómo te ha ido, Edward? —La voz de Carlisle irrumpió como una losa en un contenedor de cristales. Lo sentí tensar el agarre sobre mí.

—Bien —murmuró en respuesta. Carlisle sonrió de forma auténtica, muy diferente a las superficiales que de vez en cuando mostraba a los demás.

Edward lo había hecho feliz sin proponérselo.

Tomamos los asientos libres, uno al lado de otro. En ningún momento dejamos de tocarnos, era puro instinto.

—Pensé que ya no venían —dijo Alice dirigiéndole una mirada superior a su hermano, obviamente molesta por lo que pasó.

Edward bajó la mirada y la enterró en la vajilla brillante frente a él esquivando a Alice.

—Había tráfico y no logramos llegar antes. —Alice asintió y Emm bufó estridente. Lo miré mal—. Pero lo importante es que ya estamos aquí. —Le sonreí a Carlisle y él me brindó una de vuelta llena de cariño, observó de reojo a su hijo y su sonrisa se ensanchó e iluminó todo el lugar. Se me removió el corazón y me alegré tanto por él. El simple hecho de compartir espacio con Edward era un regalo inmenso para Carlisle.

Me di cuenta que él también había sufrido durante años.

—¿Cómo se encuentra Esme? —inquirí apretando la mano de Edward. Carlisle recompuso su postura, mirándome de esa manera familiar que me recordaba a mi Edward.

—Muy bien, gracias por preguntar, Bella. Ha estado ocupada con algunas remodelaciones en Seattle y por eso no pudo venir con nosotros, pero les manda saludos a todos —dijo pasando la vista por todos.

Por instinto acaricié la mano de Edward con el pulgar, haciendo círculos lentos por su piel para que se relajara. Edward levantó la mirada a la mía y me sonrió de lado, sus ojos brillaron peligrosos, apasionados y prometedores, a pesar de que no nos encontrábamos en absoluto solos.

Me sonrojé por la pecaminosa intención tras los suyos y alguien carraspeó interrumpiéndonos en plena conversación visual. Emmett. Levantó una copa llena de agua, la agitó con ironía, y señaló hacia mi padre usando la barbilla. Oh, oh.

—Me alegra que esté bien, tenemos mucho tiempo que no hablamos. En verdad es una lástima que no haya podido venir. —La mirada inquisitiva de Charlie logró crisparme los nervios solo con echarme una mirada.

Para colmo, Jacob no dejaba de sonreír de esa forma lagarta, como si disfrutara del ambiente tenso.

—Umm, ¿Seth aún sigue en el pueblo? —Charlie movió su bigote de modo frenético cuando le pregunté.

—Hasta el verano —respondió seco y todos –a excepción de Jacob- nos removimos nerviosos por su tono duro. Tragué pesado. Tenía la leve impresión de que Charlie estaba por saltarle encima a Edward.

Dejé de preocuparme tanto y me centré en su respuesta. Seth había decidido trabajar un semestre más en los boliches para reunir más dinero para la universidad. Jessica y Ángela se decidieron al fin por la universidad de Washington para estudiar sus respectivas carreras; los recursos de sus padres tampoco les permitieron aspirar a más que la mejor universidad del estado.

Cosa contraria con Rose que terminó yéndose al otro lado del mundo, a Oxford. Tenía el dinero y las conexiones necesarias para llegar allí sin mayores complicaciones.

Para sorpresa de todos, Emmett y Rose terminaron su relación antes de su partida. Por lo que sabía, ninguno quiso continuar con una relación a distancia. Me sorprendió la facilidad con la que lo habían dejado, incluso Edward también pareció impactado por la decisión, más no se inmiscuyó.

Cuando le pregunté a Emm sobre ello unas semanas después, lo único que me dijo fue: Tranquila Bells, solo yo puedo aguantarle el voltaje a esa tigresa.

Ególatra.

—…Bien, nos hemos adecuado al cambio de clima mejor de lo que esperábamos. Hay días muy calurosos. —Alice respondía una pregunta al aire. La conversación siguió su curso y me enteré de un par de cosas extras. Carlisle había dejado los viajes por el país y ahora se encontraba trabajando tiempo parcial en el hospital del pueblo como neurocirujano. Además, Jacob iba a hacerse cargo del cuidado del viejo Billy desde agosto, mientras Seth estudiaba en Phoenix ingeniería mecatrónica. Saber que aún conservaba las ganas de estudiar esa carrera me calentó el alma. Mi pequeño niño ya había crecido.

—Y, Bella, ¿cómo te va con tus estudios? —Charlie me preguntó con voz más suave.

Sonreí al pensar en todo lo que ha rodeado mi elección final.

—Genial, definitivamente estudiar literatura es casi la mejor decisión que he tomado en años. —De reojo noté a Edward sonriendo como un nene engreído. La primera había sido darle a Edward una segunda oportunidad; él lo sabía, por supuesto. Se lo había dicho un montón de veces—. El segundo corte finaliza en unas cuantas semanas y me ha ido realmente bien hasta ahora. —Me encogí de hombros.

—Me alegra mucho, cariño. —Sonrió un poquito y tosió para otro lado, con las mejillas sonrojadas.

Oh, papá.

—Buenas noches, soy Leslie, su anfitriona de hoy. ¿Están listos para ordenar? —Ella tenía una sonrisa gentil y el uniforme era distinto al que portaban los demás meseros del restaurante, su gafete decía que era la gerente. ¿Trato especial? Jumm.

Pedí ñoquis de papa con salsa de espinaca, mi platillo favorito, junto con una ración de espárragos al horno. La comida transcurrió en silencio, alguna que otra mirada de Carlisle y Charlie sobre Edward, burlas de Jacob en compañía de Emm hacía Alice que por alguna razón le enviaba miradas de odio al primero a través de la mesa.

—Con permiso, ya regreso. —Edward me besó la frente y se puso en pie, camino al baño. Él se había comportado muy bien durante toda la velada, viéndose fuerte y maduro, haciéndose de oídos sordos al tono seco de Charlie y los intentos de conversación de Carlisle.

Suspiré viendo su espalda desaparecer en la esquina.

Edward se estaba conteniendo.

Hubo un movimiento de sillas y de repente Carlisle también se encontraba de pie. Arrugué el ceño.

—Yo también debo ir al baño, con permiso.

—Carlisle… —lo llamé asustada por lo que se proponía. Edward no iba a soportar un diálogo frente a frente sin nadie más de por medio con su papá. Iba a mandarlo a la mierda.

Me coloqué de pie al igual que él y todos nos quedaron mirando por el jaleo.

—Él no está listo aún —le dije, a sabiendas de lo que pretendía hacer. Quería hablar con Edward de su infidelidad. Y no iba a permitir que eso sucediera, por lo menos no ahora cuando apenas Edward había empezado a soportar más la ira que lo domina en su presencia—. Necesita su espacio.

Carlisle abrió los ojos al máximo, estupefacto.

—Solo voy al baño, Bella. No tienes por qué preocuparte. —Entonces sonrió dulcemente y me guiñó el ojo. ¿Qué carajos? ¿Qué quería decir con eso? ¿Le iba a hablar sobre eso? ¿O en serio iba permanecer callado?

—No me hagas odiarte, Carlisle —le advertí mientras pasaba por mi lado.

—¡Bella! ¿Qué son esas maneras de hablarle al señor Cullen? —Charlie me reprendió, sin embargo eso fue lo de menos. Carlisle levantó la mano para que se detuviera, cosa que hizo pero todavía refunfuñando se cruzó de brazos.

Carlisle y yo nos miramos por un momento, sopesando en el otro profundamente.

Luego de un momento de estudiarnos, él volvió a sonreír, como si no hubiese dicho nada.

—Gracias por cuidarlo.

Me mordí el labio. ¿Qué era lo que iba a hacer?

¿Debía confiar en él?

Lo vi desaparecer también por la misma esquina por la que desapareció Edward antes.

—No va a pasar nada malo, Bells, tranquilízate. —Emm lo hacía sonar tan fácil, pero yo sabía mejor que nadie lo que albergaba el corazón de Edward… y sinceramente, era mala idea que esos dos estuviesen solos en el mismo recinto.

Me senté con pesadez, la comida en el plato ya no me pareció deliciosa como antes; se veía simple y escuálida.

—Eso espero, Emm.

—¿De qué están hablando? —Charlie preguntó en general, preocupado por lo que ocurría.

—Carlisle y Edward tienen problemas sin resolver —le explicó Alice sin ganas, moviendo la ensalada de su plato.

—¿Problemas en el paraíso? —murmuró Jacob, agarró su copa de vino y tomó del contenido. Lo miré mal y Charlie me secundó pero con más moderación. Lo dijo en tono de saña.

—¿Qué demonios haces tú aquí? —pregunté con ironía.

—No empieces una discusión, no es el momento ni el lugar para eso. —Me trató de contener mi padre, pero el solo hecho de verlo así, disfrutando de la situación, me daban ganas de arrancarle cada diente con el tenedor.

—Sobras aquí —le refregué en la cara.

—Tranquila, Bella, tu hombre va a estar bien. No tienes necesidad de desahogarte conmigo. —Lo. Mato.

¡Perro sarnoso!

Me giré hacia mi padre.

—¿Por qué demonios lo trajiste? Él no tiene nada que ver con esta reunión.

Charlie arrugó la cara cuando mencioné la palabra demonios, y miró de reojo a su acompañante.

—Él es mi invitado, Billy me pidió que lo trajera a ver a su madre ahora que puede. —Jacob sonrió mostrando toda la dentadura—. Después va a ser muy complicado que venga porque tiene que cuidar de Billy por un largo tiempo, en ausencia de Seth…

Tomé aire profundamente. No caigas en su juego estúpido, Bella.

No ganaba nada con pelear. Todavía me sonaba a excusa inventada, pero le resté importancia.

—Como sea. —Dejé el tema y me eché hacia atrás en el respaldo de la silla.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Diez minutos?

No debí dejarlo ir, lo jodí.

Los demás continuaron hablando como si nada malo pasara, Charlie me observaba preocupado al igual que Alice. Las manos las tenía crispadas, el estómago revuelto y con severas ganas de ir a buscar a Edward

—¿Puedo retirar los platos, señorita? —La anfitriona apareció de la nada, sonriendo de forma amable.

Asentí, tenía cero ganas de seguir comiendo; de pasar un bocado más por la garganta vomitaría en menos de un segundo de la angustia.

Otros quince minutos sucedieron en medio de la incertidumbre que no hacía sino crecer y crecer con el paso del tiempo. Ni Edward ni Carlisle regresaban todavía del baño. ¿Y si se estaban diciendo cosas hirientes? O peor, ¡tal vez Edward lo golpeó, perdiendo los estribos!

Si transgredían esa línea, su relación no tendrá arreglo jamás y Edward viviría con ese trauma toda la vida. De pensarlo seriamente, se me apretó el corazón por él.

¡Al carajo!

Me puse en pie no soportando un segundo más de lo mismo, el instinto me decía que debía ir con ellos de inmediato.

—¿A dónde vas, hija? —Charlie también se puso en pie, sus ojos me miraron desaprobadores antes de saber lo que me proponía. Me desesperó que él no supiera la profundidad del asunto y lo viera como cualquier insignificancia sin importancia entre padre e hijo. Pero yo sí que tenía conocimiento y sería irresponsable de mi parte quedarme sentada sin hacer nada.

—Voy a buscar a Edward.

—No debes interferir en un asunto familiar. —Apreté la mandíbula, era cierto y me enfurecía la verdad de sus palabras… ¡Pero joder! No podía quedarme de brazos cruzados tampoco, sabiendo que podía hacer algo más por Edward que solo permanecer estática en una silla.

—Tengo que ir —aseveré sin amilanarme. Dejé la mesa, decidida a encontrar a Edward de una vez por todas.

Los baños se hallaban en un ala diferente, más hacia el este, el pasillo que conducía a ellos estaba iluminado más tenuemente que el resto del restaurante. Había una repisa que abarcaba de una pared a otra con pequeñas piedras blancas y piezas de bambú en tres floreros de cristal ubicados estratégicamente a lo largo de todo el pasillo; el estilo feng shui estaba destinado a ser relajante, sin embargo eso era lo último que yo podía hacer.

—Ya te escuché. Cumplí mi parte, ahora si eres tan amable, déjame en paz… —Detuve mi mano en el aire. Ese había sido Edward y, como lo pensé, se encontraba tan enfurecido que se le cortó la voz. Lo conocía a la perfección.

—Solo… piénsalo. ¿Por favor? Al menos concédeme eso, necesito que lo intentes. —Carlisle suspiró con cansancio, lleno de pesadumbre. Me preocupé, un triz, solo un triz por Carlisle; más sin embargo recordé todo lo que hizo y el sentimiento desapareció sin inconvenientes.

¿De qué hablaron? ¿A qué se refería?

Mordí mi uña y esperé tras la puerta con el corazón en la mano. Tenía la impresión de que se trataba de algo importante, definitivo entre los dos.

—Está bien. —Edward le respondió unos minutos luego, no muy convencido.

Un suspiro de alivio resonó, proveniente de su padre y luego silencio de nuevo. ¿Estaba todo en orden ahora?

La puerta se abrió de sopetón, me encontré de frente con Carlisle y salté de la impresión.

—¿Edward está allí? Vine a buscarlo porque se estaba demorando mucho. —Él se veía neutro, ni sonrisas ni tristeza en su cara… solo neutro. Y eso era más inquietante y hasta escalofriante teniendo en cuenta que Carlisle era siempre una persona que demostraba toda emoción en su rostro.

—Siento haberlo retrasado, pero tenía que decirle algunas cosas. —Inclinó la cabeza y yo me crucé de brazos al tanto de su mirada inquisitiva—. Espero que no me odies por intentar ser un mejor padre. —La boca se me abrió un poco. ¿Eso era sarcasmo o lo decía en serio? Una vez más, Carlisle me había dejado confundida y con muchas incógnitas en la mente.

—Podría odiarlo, solo si lo vuelve a lastimar. —No sé cómo me atreví a decirle eso, segura y amenazante a la vez, defendiendo a Edward de su propio padre.

Me sentí mal de hecho, era…raro… porque se suponía que debía respetarlo mucho al ser amigo de mi padre, sin mencionar que era el padre de mi novio.

Carlisle sonrió de lado, guardándose un sin número de sustanciosos pensamientos para él tras ese gesto.

—Eres perfecta para él. —Puso la mano en mi cabello, sorprendiéndome—. Y me gusta tu actitud.

Parpadeé, me dejó en blanco.

Atiné a decir un "¿Gracias?"

Negué con la cabeza, mirando a otro lado, incómoda.

Edward apareció detrás de Carlisle, en cuanto sus ojos se enfocaron en nosotros dos, poco a poco su ceño se frunció al notar su mano sobre mi cabello. Su padre se retiró para concederle el paso, todo tranquilo como si Edward no estuviese mal humorado por encontrarnos así.

—Los esperamos en la mesa —dijo con un asentimiento de cabeza. Nos echó una mirada sabedora y se fue. Observé el pasillo hasta que su espalda, algo encorvada, se esfumó de un todo.

Los inconfundibles brazos de Edward me rodearon por la cintura. Me sentí reconfortada y feliz con su toque tierno.

—¿Tengo que cuidarte de Carlisle también?

Rodeé los ojos, pero sonreí al darme cuenta que bromeaba. Creo.

—No digas tonterías. Estábamos hablando nada más.

—¿Ah sí? ¿Sobre qué? —Besó mi oreja, haciéndome cosquillas.

—Digamos que le di a entender lo peligroso que es meterse con lo mío. —Para mi descontento, se rió a todo pulmón, adhiriéndome más él—. ¿Por qué te ríes?

—Mi chica amenazó los huevos de Carlisle. ¡Eso es muy chistoso, si me lo preguntas! —Se carcajeó demasiado feliz para mi gusto. Coloqué las manos sobre las suyas y las pellizqué.

Idiota.

—¡Ouch! Bella…

—Deberías tomarme más en serio. —Me giré todavía bajo su agarre mortal y pasé las manos por su cuello, apresándolo del mismo modo que él—. No sabes de lo que soy capaz.

Nos engarzamos en una mirada penetrante, de esas que develaban lo más profundo de nuestros pensamientos. Luego de unos segundos de mirarnos, frunció el ceño y noté que la confusión batallaba dentro de él.

—Tiendo a ser muy agresiva cuando lastiman a los míos. —Él no musitó una sola palabra, en su lugar, me siguió viendo de esa forma tan intensa que lograba distorsionar mi valentía, pero no lo suficiente como para obligarme a apartar la vista. Me puse en puntas y besé su mandíbula—. No me importa que se trate de tu padre. Sí él vuelve a hacer alguna tontería, cualquier equivocación por muy pequeña que sea, te juro que lo va a lamentar. —Era capaz de hacer muchas cosas por Edward, en ocasiones me daba miedo el alcance de mis acciones.

Me alzó y así como no vi venir el movimiento, Edward estrelló su boca con la mía con pasión electrizante, ahogué un gemido sobre sus labios y su lengua penetró en mi cavidad esculcando todo el espacio, reclamándome. El corazón me tronó enjaulado en el pecho, bombeando sangre y más calor por cada arteria y vena en mi cuerpo. Me dejé llevar por su ritmo, olvidando todo lo que nos rodeaba, lo que nos preocupaba o nos oprimía. Solo fuimos Edward, Bella, amor, calentura, hierba buena y más amor rodeándonos y haciéndonos chocar cuerpo a cuerpo, tan ferviente y vivaz como la primera vez que me besó, en esa ocasión en mi cuarto.

¿En qué momento dejé que Edward se me metiera tan dentro?

Sorbí de su labio inferior, saboreé su esencia con gusto emitiendo un jadeo necesitado. Edward gruñó y me mordió el labio provocando que me removiera.

—Deberíamos parar —le susurré con la respiración desbordada, luchando por respirar de nuevo—. Charlie podría venir o Carlisle…

—Que se jodan, nosotros estamos ocupados. —Escurrió los labios por mi cuello, lamió y besó abriendo la boca, calentando y humedeciendo mi piel, poniéndola erizada y sensible—. Sabes a miel, amor.

—Umm, no, no otro chupón… ¡Edward! —Insertó los dientes en mi piel y succionó con ahínco. Un calambre pulsó desde ese lugar hasta mi centro como una línea directa. Mieerda…—. Eso se siente realmente bien… —Dejé caer la cabeza atrás y me arqueé entregándome a él.

Cerré los ojos disfrutando del placer que me proporcionó, gemí alto y descontrolada.

—Sí… carajo…

Me removí tanto como pude, tenía la imperiosa necesidad de calma el dolor húmedo que se expandía desde mi vientre contraído.

Se separó de mi piel irritada, sopló haciéndome estremecer y luego lamió una y otra vez, mermando el ardor. Hizo eso hasta que se le dio la gana. Me recompuse y me agarré de sus hombros. Abrí los ojos, los párpados los sentí pesados cuando me enfoqué en la cabellera cobriza de Edward. Mierda, creo que estuve a punto de correrme.

Él siguió lamiendo tiernamente en el mismo lugar, en tanto yo calmaba mi respiración lo suficiente como para volver a hablar.

—¿Piensas marcarme todo el cuello? —inquirí, mientras mis manos se hundían en su cabello.

—No tienes que disimular conmigo, Bella, sé que te mueres de placer cada vez que lo hago. —Lamió de nuevo y ronroneó como un gatito cuando lo hizo—. Y lo seguiré haciendo porque tu placer es mi propio placer. Así de simple.

Me ericé de nuevo y besé su cabellera una decena de veces.

—Te amo, pero no quiero marcas en mi piel.

Edward se rió y pasó la barbilla encima de mi piel sensible, se sintió rasposo pero igual fue extraordinario el escalofrío que me recorrió.

—Lo siento, hermosa, voy a tratar de controlarme más. —Me dejó sobre el suelo, aún sosteniéndonos uno al otro, pegados al máximo. Edward pasó la lengua por sus labios mirándome de ese modo oscuro que me fascinaba; e hizo un mohín después. Alcé la ceja, sin entenderlo—. Quiero irme de aquí —me rogó acunando mi espalda contra su cuerpo. Sentí algo punzante clavado en mi muslo y supe que no era la única con ganas de estar en la cama justo ahora. Soy una calenturienta, bueno, Edward me había convertido en una, con bastante facilidad.

Sonreí y fue mi turno para provocarlo, bajé un brazo y con tremenda lentitud recorrí su pecho, su abdomen hasta llegar a su vientre bajo. Contrajo su carne inconscientemente y rocé el bulto que sobresalía de sus pantalones, de arriba abajo y en círculos incompletos. Edward siseó entre aliviado y adolorido, pero no impidió que siguiera con los –esperaba- sensuales movimientos de mi mano. Lo apreté, gentil y tentativamente sobre la ropa.

Sus piernas cedieron un poco y esa fue mi señal para detenerme. Gruñó en respuesta y me miró de muy mala forma.

—Cariño, yo también me quiero ir a casa. —Continuó mirándome mal durante un buen rato por haberlo cortado de esa forma—. No podemos seguir haciendo eso aquí —le recordé, sonriendo con picardía—. Pero te prometo que podemos seguir con esto en casa.

Eso pareció apaciguarlo, en apariencia. Bueno, al menos ya no me observaba tan airoso.

—Vámonos —masculló entre dientes, me soltó y cogió mi mano llevándome al final del pasillo—. ¿Salida de emergencia?

Más nos valía que Charlie no se diera cuenta de que nos íbamos, sabía de los alcances de mi padre y hacer una escena de celos en medio del restaurante sería para él tan simple como pestañear.

El frío viento nos recibió tras atravesar la puerta al final del pasillo, la noche era hermosa y la negrura que la cubría solo era opacada por una docena de estrellas brillantes.

Edward detuvo un taxi que apenas se había desocupado y nos subimos.

—Al campus universitario. —El conductor nos observó por el retrovisor y asintió en silencio.

Me subí en el regazo de Edward y descansé la cabeza sobre su hombro. Tomé una gran respiración, cerrando los ojos.

—Te amo. —Sonreí y elevé la cabeza para acariciarle con la nariz.

—Lo sé, gracias —respondí mimosa, con el corazón enternecido. No me cansaría de escucharlo decirme que me amaba.

Permanecimos en silencio incluso después de que el auto se detuvo frente a la universidad. Caminamos tomados de las manos, disfrutando del cálido ambiente y la brisa fría que azotaba nuestros cabellos. La tranquilidad que se respiraba era inigualable, no había nadie a la vista, solo éramos Edward y yo contemplando la noche.

—Carlisle le va a dar el apellido a Mike —murmuró, me detuve y lo miré con toda la sorpresa del mundo pintada en mi rostro.

—¿Qué?

—Interpuso una demanda contra la señora Newton para eso. —La confusión me obligó a detener mis pasos. Él me observó y entendió lo que pensaba—. Fue ella quien le negó el derecho a Mike de tener el apellido, no Carlisle. —Arrugó la cara y apartó la mirada—. Todo este tiempo pensé que el bastardo de Carlisle se lo había negado, quizás para mantener el secreto de su existencia… pero en realidad no fue su culpa. —Se rió por lo bajo y yo me entristecí por el dolor que había bajo ese sonido—. Esta vez.

Hice que me mirara poniendo la mano en su mandíbula.

—Lo hiciste bien, amor, durante toda la noche te controlaste y dejaste que él te hablara. —Lo acaricié, mis ojos delataban el orgullo que sentía por él—. Y sé lo difícil que es para ti todo lo que involucra a Carlisle.

Él sonrió de lado.

—Te prometí que me comportaría esta noche. —Lo abracé completamente feliz. Lo amaba tanto que dolía. Olisqueé su pecho y me llené de su aroma masculino y refrescante.

Asentí.

—Es un buen comienzo, y sé que con el tiempo va a mejorar —lo animé, consciente que el camino hacia el perdón iba a ser bastante extenso, pero no imposible de sentir.

Creía en Edward y su gran corazón, aunque él mismo no fuese consciente de esa cualidad, tenía fé en su criterio y en que haría lo correcto tarde o temprano.

Padre era padre. Madre era madre. Por más que Carlisle lo hubiese jodido, él siempre seguiría siendo la persona que le dio la vida y eso era inquebrantable.

—Espero que estés presente durante todo ese tiempo. —Asentí y miré hacia arriba—. Y más.

Toda la eternidad, amor.

—Siempre, Edward.

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FIN.

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Oky estoy lagrimeando justo ahora.

Mis niñas, ha sido una gran aventura esta historia. Saben que todo esto inicio porque necesitaba desahogarme de cierta manera por una experiencia personal. ¡Y miren todo lo que salió! Jejejejejejejeje y lo mejor es que las conocí a ustedes, a muchas chicas en el FFAD que también me apoyaron. Conseguí que mi linda Beta Manuela Peralta se reintegrara a esta locura, y me ayudara a mejorar los—temibles— errores y por supuesto la redacción de la historia.

Solo puedo darles LAS GRACIAS a todas ustedes por tenerme tanta paciencia y acompañarme hasta este día.

Pero no me voy a ir del todo nenas, estoy escribiendo mi nueva historia: Missing Queen. Estaré por aquí molestándolas de nuevo.

Mil besos hermosas.

Att: MarieLiz.