Antes de empezar; les diré que es placer para mi mostrarles una nueva historia de este crossover que muchos… consideraran irreverente. Y aunque la idea no fue originalmente mía, ya que yo no había pensado en hacer algo como esto. Admito que me gusto. Por lo que desde el "vamos" quiero dejar algunas cosas en claro para no marear a los lectores:
1.El universo de Saint Seiya está totalmente excluido de esta historia. Con ello me refiero a la completa inexistencia de Athena, el santuario, sus Caballeros, el cosmos, séptimo sentido, etc… Solo se conservan algunos personajes de la obra y los poderes de hielo de Camus.
2. No esperen ver peleas épicas con golpes a la velocidad de la luz, o en templos, o a Elsa aprendiendo la "Ejecución de Aurora" o cosas así. Porque no va a pasar.
3.La historia se centra principalmente en el universo de "Frozen" Y la trama es más de aventura, magia y fantasía.
Dicho esto, espero que les guste…
CAPITULO 1 EL MAGO DEL AGUA Y EL HIELO.
Arendell… Un reino hermoso hasta donde alcanza la vista, próspero y rico, con monarcas justos, amables e inteligentes. Todos sus ciudadanos estaban conformes con vivir dentro de los límites que componían el pueblo, pues su potencial, solo podía rivalizar con el reino de la Corona, cuyas virtudes no eran menores que las de Arendell.
Pero las puertas del castillo de Arendell ocultaban un secreto, que aunque no era del todo oscuro, podría poner los intereses del reino de cabeza. Una de las princesas, la mayor, poseía un increíble talento natural; manipular el hielo y la nieve. Tal don, tenía su lado contradictorio, y era la falta del manejo del mismo. La princesa Elsa, no sabía cómo controlar tan vasto poder. Y meses atrás, demostró las consecuencias de ello, pues en un descuido, lanzo una ráfaga que casi congela la cabeza de su hermana mientras jugaban en la noche.
No era de esperar la drástica toma de decisión por parte de los soberanos del Castillo. Despidieron a muchos empleados, prohibieron la entrada a la residencia real al resto del pueblo, y cerraron sus puertas para que nadie supiera lo que ocurría dentro de él. Con todas estas medidas de seguridad, la pequeña princesa quedo recluida dentro de la seguridad de aquellas paredes, y peor aún, de las de su propio cuarto, hasta que aprendiera la manera de controlar el aire frio que formaba parte de ella.
Dando zancadas de un lado a otro por el ancho de su habitación, el joven Rey de Arendell buscaba una solución a ese problema. No soportaba ver a su hija encerrada en su habitación como prisionera, como si se tratase de una de los criminales más repugnantes del mundo. Ella era la heredera al trono, quien continuaría con su legado y su linaje. Tenía que encontrar la manera…
- ¡Deja de dar vueltas como animal enjaulado! Me pones nerviosa. – Pidió la Reina que se encontraba sentada junto a una mesita pegada a la ventana mientras una taza de té se hallaba en su mano.
El rey se acariciaba el mentón buscando una solución a su problema. – No puedo evitarlo, los poderes de Elsa empeoran día con día. Y lo peor, es que no estamos ni siquiera cerca de encontrar una solución a esto.
- ¿Tú crees que a mí no me preocupa? ¡Se nos está saliendo de las manos!
- ¿Por qué piensas que me preocupo? Hasta ahora lo único que está a nuestro alcance, es tratar de impedir que le haga daño a alguien más.
La Reina se puso de pie y camino un poco alrededor de la gran habitación Real con los brazos cruzados. – El problema es precisamente ese. No existe nadie que le enseñe a manejar sus poderes de forma adecuada. Buscar un maestro seria lo primordial. – Rio un poco después por el simple hecho de que aquella idea cruzara por su mente. – Pero que cosas digo… es ridículo tal cosa. Es obvio que no puede existir una persona así.
Su esposo la observo y entrecerró los ojos. ¿Sería posible que estuviera pensando en considerar aquella idea? Pero aunque así fuera, ¿Quién sería esa persona? Y peor aún era si tal persona, realmente existiera.
Los días pasaron sin novedad alguna, y solo la culpa de su impotencia al no encontrar la manera de ayudar a su primogénita era lo único que aumentaba. Como era habitual en el monarca, cada determinado día, salía a pasear alrededor del pueblo escoltado de un par de guardias. Y no lo hacía como forma recreativa, o porque no tuviera nada que hacer, si no porque estaba dentro de sus obligaciones y responsabilidades el evaluar e inspeccionar, todo lo que a su reino correspondía. Pero de igual forma, a veces usaba esto para despejar por un momento su mente, que tal paseo lo alejara unos minutos de los problemas. Y aunque de cierta forma se sentía culpable por ello, ya que su hija seguía como un preso tras esos muros, algo dentro de él le decía que podría encontrar la solución al problema de su hija en el exterior.
Recorriendo las calles del mercado, el soberano miraba hacia el frente mientras su súbdito le leía un informe al caminar apresuradamente junto a él.
- … el envió de las telas también fue entregado señor. El duque de Weselton está muy satisfecho con esto, debo decir que las relaciones entre nuestras ciudades va viento en popa. Ah se me olvidaba, el reino de la Corona también está muy interesado en otro trato con nosotros, me tome la libertad de enviar a un embajador para que hable con él Rey de ahí. Sin duda su cuñado es un socio estupendo… - El regordete secretario hablaba sin parar haciendo que su líder suspirara aburrido.
- Has hecho bien Phineas, sigue con ello. Ahora dirijámonos al muelle, quiero ver si los barcos están listos para la exportación de azúcar y ron antes de volver a casa.
El amo de la ciudad se disponía a dirigirse a su última parada para regresar con su familia que lo necesitaba. Pero mientras caminaba hacia la salida del mercado he ignorando a los ciudadanos que lo saludaban desde lejos, una plática llamo su atención.
Dos hombres robustos descargaban enormes bloques de hielo desde un enorme trineo con aquellas grandes pinzas mientras charlaban. - … ¿Entonces lo viste todo? – Sonaba impresionado el primer hombre, era alto, pero con aspecto de bobo y una gran nariz
- Por supuesto que lo vi. – afirmo molesto el segundo quien era mas bajo que el primero, de poco cabello naranja y barba del mismo color, aunque más gordo y barrigón, pero tenía los brazos mucho más curtidos que su compañero. - ¡Ese maldito monstruo! Mira que arrojar hielo de sus manos. No es normal, debe ser brujería o magia negra que se yo. – El Rey se frenó e hizo una seña a su escolta para que hiciera lo mismo. – Te lo digo Fred, deberían matar a ese fenómeno antes de que nos cause muchas desgracias. – Dijo mientras agitaba su dedo índice con severidad.
El corazón del hombre dio un vuelco, ¿Acaso se referían a su hija? ¿La habían visto hacer su… magia? No podía ser posible, la niña no había salido del castillo en mucho tiempo.
Los dos hombres se giraron al darse cuenta de la mirada inquisidora del Rey quien por dentro llego a pensar en la opción de que apresaran a esos hombres para evitar el pánico y que expusieran a su hija como un monstruo como ellos se referían.
- ¡Majestad! – dijo el hombre achaparrado. - ¡Que sorpresa verlo por aquí! –
El monarca dudaba de cómo debía proceder, pero tenía que hacerlo, debía averiguar de qué hablaban esos dos. – Disculpen, es solo que no pude evitar escuchar su plática, la cual considere interesante. Pero continúen, yo ya me retiraba. – El soberano se retiró dejando a aquellos plebeyos haciendo muecas y señas entre ellos preguntándose, "¿Qué quería?". El Rey se acercó un poco al oído de su secretario y le susurro; - Llévame a esos dos al castillo. Quiero hablar con ellos.
Tres horas después, el Soberano de Arendell se sentó cruzado de brazos con gran preocupación en su rostro, Phineas le había dicho que los guardias se dirigían a la biblioteca con aquellos sujetos. Y el rey estaba dispuesto a averiguar lo que ese par sabia.
- ¿Cómo estas tan seguro? Ni siquiera tienes la certeza de que estén hablando de Elsa. Ella no ha salido del castillo en meses. Ni siquiera sale de su cuarto. – Le decía la Reina mientras caminaba a prisa al lado de su marido por los pasillos de la residencia.
- "Arrojar hielo de las manos" eso fue lo que dijo uno de ellos. ¿Tengo que decir más? – Se paró en seco y sujeto a su esposa por los hombros. – Escucha, esto puede ser malo, si se descubre el secreto de Elsa, la podrían tratar como una bruja. – El rey cerró los ojos con amargura. – Si hubieras escuchado como se referían a esa persona, "Monstruo", "Fenómeno". No podría contenerme si las personas llamaran así a mi hija.
- ¡Pero tú sabes que no lo es! ¡Elsa no es ninguna de esas cosas! – Defendió enérgica a su retoño.
- Lo se amor. Pero eso la gente no lo entiende. Temen a lo desconocido, como cualquier persona lo haría. Ahora, compórtate con naturalidad, y averigüemos de qué se trata todo esto.
Las puertas de la biblioteca se abrieron dando paso al matrimonio real. Los dos hombres que se hallaban en el mercado se encontraban ahí vigilados por un par de guardias, con mirada temerosa y actitud nerviosa. Ambos se voltearon a ver a los monarcas pasar a un lado de ellos y el achaparrado se quitó de la cabeza lo que parecía ser un gorro color beige. Tembloroso por el hecho de no saber si habían cometido un delito o algo similar, este hablo en primer lugar. – M-Majestad… ¿En qué le podemos servir?
Con gran calma y serenidad el Rey trato de relajarlos, se veían muy tensos y alterados. Y una actitud amigable siempre era lo más conveniente en este tipo de cosas, el rey lo sabía de primera mano, nada funcionaba a la fuerza y de mala gana. – Tranquilícense, no están aquí por nada malo. No los voy a juzgar o mandar a arrestar. – Los hombres bajaron los hombros aliviados. – Es solo que escuche su plática esta mañana y quise saber más al respecto. Ustedes hablaron de un monstruo que podía crear hielo con sus propias manos. ¿A qué se referían?
- Ah, era eso. – Dijo el alto con aspecto de bobo. – ¿Por qué quiere saber?
- Quiero saber si esa persona supone un riesgo para el reino, para mi gente. – Mintió. – No puedo tomar tan a la ligera ese tipo de cosas si son tan importantes. Díganme… ¿Esa persona se encuentra aquí?
El regordete se acercó un poco a él con el gorro en las manos. – Oh, no majestad. Él no es de aquí.
- ¿El? – Pregunto la Reina.
- Así es. Ese fenómeno, vive mucho más allá de este reino. Al norte, donde los demás cortadores de hielo se adentran. Cerca de la frontera del reino de Heartglaen, el pueblo de Windfrost. Es ahí de donde cortamos el hielo.
Susurrando, casi como si le contara un secreto, el hombre alto continúo. – Muchos dicen que lo han visto expulsar de sus manos, un viento más helado que el de las montañas. Y que es capaz de convertir en hielo todo lo que toca.
- Es verdad, yo lo he visto. – Los reyes los veían asombrados, existía alguien más con este tipo de poderes. – Pero nadie se atreve a hacerle frente por temor a ser convertidos en estatuas de hielo por ese hombre.
- ¿Y saben cómo se llama? –
- Nadie lo sabe mi señora, tampoco se sabe cómo es, o que apariencia tiene. Pero todos lo llaman, "El mago del agua y el hielo". –
Ese título… Aquel título despertó una leve chispa de esperanza en ambos monarcas. Alguien que pudiera ayudar a solucionar su problema. Ambos se miraron con una mirada de posible alivio.
- Ja, mago. ¡Monstruo debería ser llamado! – dijo el achaparrado. Esto no cayó mucho en gracia de la pareja. Pero que más daba, un hallazgo es un hallazgo, y este era prometedor, aunque sea solo un poco.
- ¿Pero porque tanto interés en esto su majestad? Si usted nos lo hubiera preguntado se lo habríamos dicho en el mercado.
- Es porque no sabía qué importancia debía darle a esto. Imaginen si el pueblo se enterara. Una falsa emergencia y todos correrían como locos sin razón alguna. Ya saben cómo es la gente de sugestiva y miedosa.
El hombre regordete le dio un golpe con el dorso de la mano a su amigo. – Si tonto. ¿No pensaste que hablando de eso podríamos causar un gran alboroto? – Dijo en un patético intento de sonar inteligente.
- Bueno, no importa ya. Creo que sobrevaloramos la situación. – El hombre saco un pequeño bolsito violeta atado con un lazo café. Los dos hombres no tuvieron que pensar mucho en averiguar que era. – Tomen esto por la molestia. Ya pueden retirarse.
A ambos se les ilumino el rostro con esa pizca de avaricia. - ¡Muchísimas gracias su majestad! – dijeron al unísono.
El par de hombre se retiró acompañados por la guardia del castillo y las puertas de la biblioteca se cerraron dejando solo al par de monarcas.
- ¿En qué piensas?
- En que tal vez tu idea de hace un par de semanas no es tan descabellada cariño. – Le dijo tratando de animarla.
- ¿Cuál idea? – Pregunto muy extrañada.
- ¡¿Cuál?! ¡Pues la de buscar un maestro que le pueda enseñar a Elsa el manejo de sus poderes!
- ¡¿Cielo, te volviste loco?! – Lo tomó de los brazos y lo sacudió. - No sabemos nada de ese hombre, ni los has visto siquiera. Oíste a esos hombres como lo llamaron, "Monstruo". No tenemos ni la menor idea de qué clase de persona es.
- Lo sé, lo sé. Pero tampoco estoy tan loco como para buscarlo y decirle; "Aquí está mi hija, enséñele todo lo que sabe". Por supuesto que no. Pero ahora sabemos que existe alguien más como ella, debemos investigar más. Podría ser la clave del futuro de Elsa.
- Podría ser peligroso. Esos hombres le temen.
- ¿Y tú crees que a nuestra hija no lo harían? Cariño todos le temerán sin importar si no la ven. Es la naturaleza humana. – La mujer agacho su mirada indecisa. Su esposo solo se acercó a ella, la tomo el mentón entre los dedos y dijo; - Confía en mí. Enviare a alguien.
Un par de semanas paso desde aquella plática, el emisario del rey regreso de Windfrost sin muy buenas noticias. Buscar a ese hombre resultaba más difícil de lo que había imaginado el sirviente de Arendell. Pues cuando llego al pueblo preguntando por la ubicación del dicho mago, muchos se rieron de él. Se burlaban diciendo "¿Se volvió loco amigo? Ese tipo no ve a nadie." o "¿Busca suicidarse? Vaya a la tienda de armas, caminara menos", entre otros tantos. Todos le repetían lo mismo, y le aconsejaban que se fuera, era peligroso buscar a ese mago.
El súbdito le informo de todo. Nadie le diría nada, ya sea por proteger a aquel sujeto, o por simple miedo. Pero el punto era que no había hallazgo.
- …Pues pregunta a más personas, pregunta si tiene amigos, familia, algo. – Ordenaba el monarca.
- Ya lo hice señor. Incluso fui al reino de Heartglaen, pero ahí solo unos pocos conocen el rumor. Temo que me está pidiendo algo imposible.
- No lo es. Solo hay que encontrar la manera. Creo que no lo estamos haciendo correctamente.
- ¿Qué me sugiere majestad?
El rey suspiro. - Te lo diré en cuanto lo piense. Puedes retirarte. – El sirviente solo se limitó a hacer una reverencia y salió de la biblioteca. Se sentó en la silla junto a una mesa y miro el techo. - ¿Qué voy a hacer?
- No resulto como lo esperabas, ¿Verdad? – Aquel hombre se enderezo solo para ver entrar a su esposa.
- En lo absoluto. Parece que ese hombre no desea ser encontrado. Comienzo a pensar que debería ser yo quien vaya a buscarlo.
- Pero es un viaje de cinco o seis días, y tan solo de ida. Sin mencionar que podrían atentar contra tu vida.
- No si voy a caballo en vez de carruaje. Y vestido como civil, iré acompañado de unos soldados y Phineas y todos pensaran que solo somos unos jinetes viajeros. – El rostro de la mujer no se veía convencido, por lo que decidió cambiar el tema. - ¿Qué haces aquí, por cierto?
La mujer saco un sobre. – Recibí una carta de mi hermano y quise venir a leerla aquí. – La emperatriz tomo asiento frente a él. Su marido solo bufo un poco.
- Mmm. Y nosotros nos quejamos. ¿Qué te dice? ¿Ya encontraron a su hija? – Su esposa leyó a prisa para contestar;
- No, sigue desaparecida. Y ni rastro de la anciana que se la llevo.
- Que lastima. No cabe duda de que todos tenemos algo crudo con que cargar. Iré a ver a Elsa. - El monarca se dirigió al cuarto de su hija y toco la puerta. - ¿Elsa? ¿Puedo pasar?
- Vete papá. – Dijo el otro lado de la puerta.
- ¿Qué pasa hija? ¿Sucedió algo malo? Si es así abre la puerta para que pueda ayudarte.
La perilla sonó para dejar abierto el umbral que daba al cuarto de la niña de cabello platinado. – Está empeorando. – dijo con la cabeza agachada.
- ¿Por qué? – La niña señalo la ventana y el buró junto a su cama. Estaban congelados. El padre solo miro el blanco azulado de las cosas cubiertas por el hielo. – Ay, hija. – Pensó un poco. – Ven conmigo. – La llevo a su estudio y de uno de sus cajones saco un par de guantes blancos. No pensó que eso fuera a ser requerido pero estaba preparado. – Los guantes te ayudaran a controlarlo. ¿Ves? Oculto no se siente. – Puso su mano sobre la palma de su hija. – No importa que pase, no abras tu corazón. – La niña asintió. – Repite conmigo; "Si una buena chica quieres ser, tu corazón no debes dejar ver"
- "Si una buena chica quieres ser, tu corazón no debes dejar ver" – Repitió con él.
- Bien, ahora vuelve a tu habitación. – Elsa se retiró con tristeza en sus ojos mientras el rey se rascaba la cabeza. – Tengo que encontrar a ese sujeto. Si es que puede controlar sus poderes de hielo, tal vez pueda ayudar a mi hija. - Regreso a su habitación donde lo esperaba su esposa y se recargo de brazos cruzados junto al muro lanzando un suspiro.
- ¿Qué ocurre?
- Ya me decidí. Mañana a primera hora partiré a ese pueblo, iré a buscar yo mismo a ese hombre.
- ¡¿Tan pronto?! ¡No lo has pensado ni dos horas! –
- Pero los poderes de Elsa aumentan con el tiempo. Todo lo que toca se está convirtiendo en hielo. – La reina palideció. – Le di unos guantes para que la ayuden. Ya no puedo esperar más, y no tenemos nadie más con quien contar, los trolls nos dieron toda la ayuda que pudieron.
La hora marcada llego, era momento de salir, dejar la comodidad de Arendell y buscar su meta. Escoltado de tres hombres y su leal vasallo, los cinco hombres salieron a todo galope con destino a Windfrost. No se detenían, al no ser para que el caballo pastara o bebiera agua y descansara, tiempo que ellos también aprovechaban para hacer lo mismo, pero no perdían el tiempo en buscar sitio donde dormir, acampar o parecido, y los helados vientos del invierno acercándose no facilitaban el viaje. Ellos cabalgaban sin demora incluso a plena noche. Sin embargo, las crudas nevadas se intensificaban más con forme se acercaban, pero no disminuían el trote. Dos días o poco más, les basto para llegar a su anhelado destino.
Un descanso era bien merecido, ¿Pero en dónde? Pronto hallaron una posada de tres pisos llamada "Antares" no lucia muy lujosa, pero tampoco deplorable. Envió a uno de sus hombres a llevar a los caballos a las caballerizas del lugar, mientras el resto entraba a la planta baja que era una especie de taberna. La campana del lugar sonó al tocar con la puerta abierta anunciando nuevos clientes.
- Antares, Vaya nombre para una posada. – Dijo el sirviente.
Una bella joven de corto cabello pelirrojo, de ojos y labios en el mismo tono. Les dio la bienvenida. – Pasen, están en su casa. ¿En qué podemos ayudarle? Esta posada es de las mejores del pueblo.
- Yo diría la única. – devolvió el Rey.
El grupo entro y se sentó cerca de la barra. Un joven de largo cabello azul con una camisola blanca se hallaba detrás de ella limpiando los vasos y tarros con una franela gris. Mirando un poco alrededor, el lugar parecía un poco acogedor. Las mesas para la clientela estaban repletas, muchos de ellos conversando animosamente. Se acercaba la hora de la merienda y muchos ya se hallaban comiendo o cenando. El tono rojizo por la iluminación de las velas le daba un tono cálido a la taberna del lugar y el par de ventanas ayudaba mucho a no oscurecerlo.
- ¿Qué les sirvo? – Dijo el joven tras la barra.
- La merienda del día. O la noche, como sea. – Contesto el rey. – También quisiera saber si tienen alguna habitación en la que pueda descansar.
- Por supuesto. ¡Isaak! – un joven de once o doce años con cabello verdoso, bajó las escaleras que se hallaban junto a la barra que daban acceso a la segunda planta. – Prepara las últimas dos habitaciones para el caballero y sus acompañantes; y después lleva su equipaje.
- Claro que si Milo. –
El joven sirvió algunos tragos en unos vasos y se los extendió al grupo de hombres. – Yo no he pedido… - decía el Rey.
- Cortesía de la casa. Bébalo, les quitara el frio. –
El monarca y su escolta aceptaron y lo tomaron de un solo trago haciendo una mueca por el amargo y caliente sabor del alcohol, pero no cabía duda de que daba resultado. Decidieron cambiar de lugar en cuanto una mesa cerca de la chimenea se desocupo, el calor de las llamas los reconfortaba. Detrás de ellos se encontraba otro joven de lentes y largos cabellos turquesa sentado sobre un alargado taburete acojinado con unas mantas. El asiento lucia cómodo, pues se hallaba pegado a la ventana y al lado de la chimenea. El joven vestía unos pantalones café, un saco en tono negro grisáceo y una bufanda acomodada como corbatín dentro de su saco. El joven no presto atención a los desconocidos, él se encontraba leyendo un libro de forma apasionada mientras que recargaba su espalda en la roca que cubría la chimenea y descansaba los pies sobre el mismo taburete en el que estaba sentado.
La chica pelirroja llego con una gran bandeja y varios platos y vasos en ella. – Aquí tienen. – dijo colocando el contenido. Se acercó al joven de cabello turquesa detrás de ellos y lo reprendió; - ¡Albert, baja los pies de ahí! – con un poco de mala gana, el chico lo hizo.
Ignorando eso, el Rey llamo a la chica y le susurro; - Señorita, estoy buscando a una persona algo difícil de encontrar. – Decía mientras colocaba una moneda de oro discretamente en su mano. – Quisiera saber si podría ayudarme.
- Depende de qué persona se trate.
Susurrándole al oído, dijo; - Estoy buscando aquel al que llaman, "El mago del agua y el hielo" – El joven que leía detrás de él, detuvo un momento su lectura y lo miro por el rabillo el ojo. – Espero que puedas ayudarme.
La pelirroja sonrió. – Es obvio que ustedes no son de por aquí ¿Verdad?
- ¿Por qué lo dices?
- Nadie en su sano juicio sería tan estúpido como para buscar a ese hombre. O al menos a los que viven en este pueblo se refiere.
- ¿Es tan peligroso?
- No lo sé. Pero si la gente le teme, debe ser por algo. ¿No lo cree?
Fue en ese momento que un grupo de tres tipos robustos entro a la taberna. Se acercó a una de las mesas cerca de ellos para tomar asiento. – Maldita sea. Las nevadas se intensificaron de un día para otro. Muchas de mis entregas tuvieron que ser canceladas. ¿Cómo se supone que voy a sobrevivir sin dinero?
- Te entiendo hermano. Todo por culpa de ese maldito monstruo. Año con año resulta lo mismo.
- ¿Se refieren a ese mago? – Pregunto el tercero.
- ¡Por supuesto que nos referimos a ese tipejo! No entiendo cómo es que hasta ahora nadie se atreve a matarlo.
El elevado volumen de su voz llamo la atención de un hombre barbudo de otra mesa. - ¡¿Estás loco?! – Dijo volteándose sobre su silla. – Cualquiera que lo desafié terminara en un ataúd de hielo como el resto.
De otra mesa se levantó otro tipo y se unió a la discusión. – ¡Es cierto! Yo mismo vi con mis propios ojos como un grupo de mercenarios o caza recompensas quedaron como estatuas de hielo por su culpa. Querían capturarlo y cobrar una recompensa por él.
- Ese hombre no solo puede crear hielo. También sabe pelear como un demonio. – dijo otro. Pronto el Rey se dio cuenta que el hablar de dicho mago era todo un tema de discusión en ese pueblo.
- Pero Bane tiene razón, Año con año es lo mismo. Tenemos que hacer algo. ¿Por qué sufrir por una persona como él? – vitoreo, palabras en contra, disconformidades. De toda esa clase de comentarios se llenó la taberna.
Hasta que finalmente, el primer hombre que había causado la discusión, se volteó a la mesa del rey, más precisamente, al joven de cabello turquesa que estaba leyendo. - ¿Tu qué opinas Camus?
El joven cerró su libro y aparto sus lentes. – Pienso que le dan demasiado crédito a ese tipo. – Todos lo miraban confusos, pero también como si fuera la voz de la razón. – Según ustedes, ese mago es el responsable de toda la nevada de este lugar, lo que hace preguntarme; ¿Entonces no nevaba antes de su llegada? Chicos, es fácil olvidar que vivimos en uno de los lugares con las peores ventiscas del mundo, ¿Y el crédito de la madre naturaleza se lo lleva ese hombre solo por su miedo de pueblerinos? – Muchos asentían. – Abran los ojos y no sean tan ilusos.
El rey se sorprendió de la frialdad y elocuencia con la que hablaba el joven quien no aparentaba más de veinte años, pues mostraba ser alguien muy listo. Pero no conforme, aquel hombre continuó. – Eso lo dices porque ustedes lo abastecen de víveres cada vez que viene aquí, y no traten de negarlo porque es un secreto a voces. ¿No es así Milo? – Atacó al joven de cabello azul tras la barra. Con esto todos murmuraban, Milo se vio forzado a salir a discutir y poner en claro su situación para impedir un caos en su clientela.
- Es cierto. Mi hermana y yo lo abastecemos, pero les diré algo; El dinero es el dinero, incluso si viene de ese hombre. Y prefiero darle lo que busca de buena gana y sin chistar, a que venga aquí, destruya mi negocio, me congele el trasero, y al final se lleve lo que quiere sin pagarme un solo centavo.
La pelirroja lo apoyó. – De cualquier forma ese sujeto gana. Prefiero ser amable con él, y llevarme mi paga por nuestros servicios, en vez de morir a sus manos.
Muchos tuvieron que darles la razón nuevamente. Pero ese hombre seguía sin estar conforme. – Ja. Cobardes. Si tuvieran los pantalones, le harían frente a ese fenómeno. – Volvieron los aclames, diciendo, "¡Si, es cierto!" "¡Cobardes, háganle frente!" entre otros.
Camus se puso de pie. – Bien, creo que tienen razón. En esta semana, ese hombre vendrá. Los espero a todos para hacerle frente y pedirle que se marche. – Camus miro de un lado a otro a la gente notando que muchos se encogieron acobardados. - ¿Lo ven? ¿No es tan fácil verdad? – Suspiro. - ¿Por qué no mejor vuelven a comer?
No cabía duda, ese hombre era un tema polémico, y sus dudas y esperanzas crecieron al mismo tiempo que se encogían. Era confuso decir cómo se sentía el Rey al presenciar aquella discusión, pues por un lado su temor sobre el encargarle la seguridad de su hija aumentaba, pero por otro lado su talento le gritaba que no había nadie más, y que aunque fuese arriesgado, lo intentará. Pues después de todo, lo que acababa de escuchar respaldaba su teoría; "La gente es demasiado miedosa con lo que desconoce".
La mesera pelirroja se acercó de nueva cuenta al Rey. – Como vera… Hablar de ese hombre no es muy bien recibido en este pueblo.
- ¿Pero cree que pueda hablar con él? Sé que es peligroso, pero necesito hablar con ese hombre. –
- No entiendo su necedad. Pero le propongo algo; El viene cada semana, no sé muy bien que día. Pues lo hace al azar. Pero si tiene algo que decirle, le sugiero que lo escriba, y yo se lo entregare. Pero no prometo que le conteste.
- Entiendo.
Un chico rubio de once años llego al trote con la chica. – Mileto, ya están las habitaciones que pidieron.
- Excelente. Cuando ustedes gusten puedo mostrarles donde se hospedaran… Caballeros.
Más tarde esa noche. El rey seguía sin decidirse que escribir ni la urgencia en la que debía explicar su situación. Camino varias veces alrededor del modesto cuarto que alquilo buscando inspiración hasta finalmente, decidió que debía ir al grano, se sentó y comenzó a escribir.
Minutos después, llamó a Mileto, para entregarle la carta cerca de las doce de la noche. – Por favor, le encargo mucho este mensaje. – Dijo dándole otra monedita de oro.
- Pierda cuidado. – Mileto bajo las escaleras hacia la taberna y vio al niño rubio y al de cabello verdoso limpiando el piso con viejos trapeadores, mientras ponían las sillas sobre las mesas. Milo por su parte limpiaba la barra y lavaba los trastes. En cambio Camus, seguía con su mismo libro en su mismo lugar, ella se dirigió a él y le dio una palmada en el brazo, con un poco de molestia. - ¡No ayudaste en nada el día de hoy Albert!
- Es mi día libre. – Se defendió sin apartar la vista de su lectura.
- Toma. – dijo entregándole la carta que le había dado el Rey hace un par de minutos. Camus la cogió con cierto fastidio y comenzó a leerla. Todos dejaron de lado sus quehaceres y se acercaron a él llenos de curiosidad. - ¿Y bien?
- Es del Rey. – dijo con calma.
- ¡¿Del Rey?! – Gritaron a coro.
- Si, del Rey. De Arendell, si somos más precisos. Quiere verme, dice que necesita de mi ayuda. – La voz del joven no denotaba ningún interés en ello.
Por su parte, Mileto se empezó a reír de forma calmada mientras se sentaba en las piernas de Camus y se recostaba sobre él. – Parece que tu fama está rebasando fronteras. ¡Oh, gran mago del agua y el hielo!" – Dijo con burla.
Con esto finalizo el primer capítulo. Espero les haya gustado esta mezcla. Le debo agradecer a "Aletuki" ya que fue debido a que leí la historia de ella que hice esto, la cual les invito a leer ya que a mí me pareció entretenida, pues esta era originalmente idea suya; esta fusión de series o universos.
Sin mas… los invito a dejarme sus comentarios y me digan que opinan. Saludos!