Gracias a Yuun Kingdom, Macka, Jade Edaj, PerlhaHale, Yukisa, Bea1258, Isabel, Iszy Whatshername, Miranda5iv, Ka-Gura Uzumaki, anachand7, MoonyStark, untouchrk y todas las personillas anónimas que han dejado comentarios a lo largo del fic. No os hacéis una idea de lo importantes que son y las sonrisas que sacan.


EPÍLOGO

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Al-Dimah no había cambiado mucho desde la última vez que Haruka paseara por sus calles.

Había guardias apostados cerca de las zonas más frecuentadas de la ciudad, el joven suponía que para evitar que se repitieran los altercados que se habían producido cuando el Príncipe cumplió dieciocho años y no fue coronado, que llegaron a sus oídos incluso a pesar de que entonces él se encontraba muy lejos de allí.

Sin embargo, no había nada diferente. La plaza del mercado seguía abarrotada, los transeúntes mejor vestidos evitaban, con tal coordinación y elegancia que parecían haberlo ensayado, mirar a los mendigos al pasar por su lado; en el Barrio Gris los niños seguían robando comida y arriesgándose a dejar de ser invisibles para ser vistos por algún guardia, en un intento de posponer su más que probable muerte.

Haruka no se atrevió a acercarse al lugar en el que había estado su casa. Desde la muerte de sus padres, habían sido muchas las veces en que había pensado en hacerlo, las mismas ocasiones en las que había cambiado de idea. Se dijo que no tenía tiempo, como siempre que paseaba por su ciudad natal, y se alejó a paso rápido con el ridículo temor de girarse y que su casa estuviese ahí, convenciéndose de que el principal motivo por el que quería volver con Makoto era echarle una mano para llevar algún pedido a un cliente en particular.

En la plaza de la fuente vio a seis niños que, si no se equivocaba, estaban intentando coger renacuajos. Haruka atrajo enseguida miradas de desconfianza; su atuendo no era, ni por asomo, el de un noble, pero para los chiquillos era evidente que no vivía allí. El joven comprendía su recelo; de hecho, era alarmante lo fácil que le resultaba verse a sí mismo en ellos. Se alegró de no ir con las manos vacías y les ofreció las manzanas que había comprado en el mercado, sin poder evitar sonreír un poco al reconocer a algunos niños a los que había visto en otras ocasiones, tan famélicos como entonces, pero vivos y algo más grandes.

Efectivamente, concluyó Haruka cuando se quedó sin nada que ofrecer a los niños y éstos se alejaron, no sin antes darle las gracias unas cinco veces, Al-Dimah seguía siendo el mismo lugar hostil y cruel en el que había crecido. Las calles eran las mismas. Los edificios eran iguales, el barullo proveniente del mercado seguía tan molesto como el joven lo recordaba.

Y, a pesar de ello, no se podía quitar de encima la sensación de ser un extraño en la ciudad que conocía como la palma de su mano.

Quizá fuese él quien había cambiado.

—¡Haru, echa una mano! —nada más enfilar la calle donde vivía la familia de Makoto, el joven descubrió a Kisumi intentando enganchar a los dromedarios a un carro cargado de lo que por su volumen parecían telas—. Estos… malditos… bichos…

Haruka resopló mientras obligaba a los animales a ponerse en la posición correcta acariciándoles para hacer que se moviesen. Kisumi era un caso perdido a la hora de tratar con cualquier criatura no humana.

—¿Adónde hay que llevar esto? —preguntó, dejando que uno de los dromedarios le olisqueara las manos, que aún olían a manzana.

Sin embargo, fue Makoto quien respondió mientras salía de la casa de sus padres.

—A Palacio —respondió, acercándose a ellos para agarrar las riendas de los dromedarios—. También tenemos que entregar un juego de dagas de Kinn a la tienda que hay junto a la Fuente de las Palmeras, Haru, si pudieras ir de mientras…

—No. Os acompaño.

—Pero…

—Os acompaño —repitió Haruka con firmeza.

La mayor parte del tiempo, el joven agradecía que Makoto comprendiese sin necesidad de palabras, y aunque no le hacía gracia había aprendido a tolerar, hasta cierto punto, su preocupación. Sin embargo, y pese a que era lógico que su amigo quisiera mantenerlo lo más alejado posible de Palacio (por si acaso, porque Makoto sabía más que los demás), lo cierto es que quería ir.

Porque la Torre de Justicia seguía en pie, destacando entre los demás edificios y atrayendo su mirada como un imán, seguía removiendo sus recuerdos y haciendo que se estremeciera de miedo, pero Haruka sabía que no era lo único que había en Palacio.

Había pasado casi un año desde la última vez que pusiera un pie en su lujoso suelo, y no había habido un solo día en el que no hubiese pensado en Rin.

En ocasiones deseaba regresar a Palacio, sólo porque él estaba allí. Otras veces se limitaba a preguntarse cuándo el joven podría escapar de esa jaula disfrazada de opulencia, tal y como le había prometido. Había noches en las que despertaba sobresaltado, no por culpa de ninguna pesadilla, sino porque el fantasma de los dedos del Príncipe sobre su piel era demasiado real para no alterar su respiración. A veces veía una melena roja entre la multitud y su corazón tropezaba con sus propios latidos hasta que sus ojos lo alcanzaban y comprendía que no era el tono que buscaba. Otras simplemente lo odiaba por haberle puesto el mundo del revés y no haber tenido la decencia de imponer su opinión y haberlo seguido, olvidando que había sido su propia decisión la que lo había alejado del Príncipe.

Sin embargo, en ese momento Haruka sólo estaba seguro de que quería acompañar a Makoto y Kisumi a Palacio. Estaba casi convencido de que Rin aún se encontraba allí.

Y anhelaba verlo. Aunque sólo fuese durante un segundo.

Makoto no protestó. Lo dejó a cargo de guiar a los dromedarios mientras hablaba con Kisumi, permitiendo a Haruka observar el Palacio conforme se acercaban a él; y por una vez no fue la Torre de Justicia lo que atrapó su mirada, sino una ventana en uno de los edificios más alejados, la misma desde la que había contemplado el amanecer aquel día. No creía que Rin estuviese en su habitación a media mañana, pero era el único lugar que podía relacionar únicamente con él.

Mientras Makoto se encargaba de entablar conversación con los guardias, Haruka guio a los dromedarios al establo y cogió parte de las telas (¿tapices? Sospechaba que eran tapices) y se giró para preguntar a uno de ellos adónde debía dirigirse. Le sorprendió ser capaz de identificar al hombre como la persona que había liderado la comitiva para encontrar a Rin.

Él también lo reconoció.

—Es curioso que nos encontremos así —admitió. Haruka tenía los dedos hundidos en la tela que llevaba en los brazos, los labios apretados en una fina línea—. Me alegro de que vuestra salud haya mejorado.

Haruka intentó ser cortés, o al menos medianamente amable, pero fue incapaz.

—¿Podríais responder a mi pregunta, o descargaréis las telas vosotros?

Fue cuando el hombre bajó la mirada que Haruka recordó que su nombre era Rei.

—Por supuesto. Seguidme —se dio la vuelta y entró en el Palacio, y Haruka, apenas dándose cuenta de que Makoto y Kisumi lo seguían, también cargados, fue tras él.

Cuando llegaron a la sala en la que Rei les indicó que debían dejar el cargamento, a Haruka le sorprendió descubrir que no estaba vacía. Había supuesto que los mandarían a algún tipo de almacén, pero en su lugar habían llegado a una habitación enorme que una docena de criados se afanaban por decorar. Una voz grave resonaba en la estancia de vez en cuando, dando órdenes y frustrándose cuando no las seguían al pie de la letra.

—¿Cuándo es la coronación de la Princesa? —quiso saber Kisumi.

—Mañana —respondió Rei—; los sirvientes están muy ilusionados ante la idea de ver a la primera Sultana de la Historia —agregó, y sonó como si él también estuviese emocionado.

A Haruka empezaba a resultarle difícil seguir sintiendo disgusto hacia él. Miró alrededor de nuevo, pero no vio a Rin por ningún lado. A quien sí vio fue al dueño de la voz que daba órdenes, un joven moreno que parecía más grande incluso que Makoto.

No le prestó mucha atención, sin embargo; se dirigió de vuelta al establo para seguir descargando telas, sin esperar a sus amigos.

Los únicos ocupantes del establo eran los dromedarios, que resoplaban y removían la paja del suelo con sus pezuñas; los guardias se habían ido. Haruka se dispuso a coger más telas cuando escuchó una voz proveniente de la puerta por la que acababa de entrar:

—Así que te has dignado a hacerme una visita.

Se dio la vuelta tan rápido que se hizo daño.

Apoyado en el marco, con el sol brillando en su pelo y una sonrisa que pretendía ser burlona, Rin lo observaba con los brazos cruzados. Pese a que por su posición, justo en el vano de la puerta, sus rasgos estaban envueltos en sombras, Haruka reconoció en su mirada algo que sólo había visto en la reunión en la que el Consejo aceptó su propuesta de cambiar la Ley de Sucesión.

Durante unos segundos, olvidó la función de sus cuerdas vocales. Quería acercarse a Rin, quería arrastrarlo hasta que estuviese bajo una luz que le permitiese distinguir sus rasgos para ver si él, también, había cambiado; pero al mismo tiempo temía despertar a unos milímetros de tocarlo, como tantas veces en el último año.

Al final, utilizó el mejor mecanismo de defensa que se le ocurrió:

—No he venido a verte.

Rin se separó del marco de la puerta.

—¿No? —sonaba algo herido.

—Teníamos que traer esto para la coronación de tu hermana —explicó Haruka. Fue a coger, de nuevo, más telas, pero en esta ocasión fueron dos manos aferrando sus muñecas las que se lo impidieron.

Y el mordaz suéltame se le atascó en la garganta, porque la suave presa sobre su piel era real y no había forma de que la respiración suave de Rin tras él fuese producto de su imaginación. Cerró los ojos durante un segundo antes de volver a abrirlos, pero el Príncipe habló antes que él:

—¿Y quién crees que ha pedido los tapices?

Haruka le dio un codazo para que se apartara de él cuando la sorpresa dejó de inmovilizarlo y se giró para encararlo de nuevo.

—¿Cómo sabías…?

—Sousuke —Rin se encogió de hombros—. Al no pertenecer a la Familia Real, se entera de las cosas antes que nosotros. Hace tiempo me dijo que fuisteis con los Tachibana cuando salisteis de Palacio, antes de iros de Al-Dimah… Por cierto, Sousuke es el tipo enfadado que está dando voces en la sala. Normalmente es más tranquilo, pero todo el asunto de la coronación de mi hermana nos tiene a todos de los nervios…

Rin seguía hablando, indiferente a la mirada cada vez más suspicaz de Haruka.

—Pero el de Makoto no es el único grupo que trabaja para ellos —dijo el joven finalmente, al tiempo que comprendía lo que se escondía en la mirada de Rin.

El Príncipe soltó una risita nerviosa.

—Tenía que probar, ¿no? —Haruka casi pudo oír el manojo de dudas enredado en su voz—. De todas formas, ven.

Se dirigió a la puerta del establo, pero se detuvo al percatarse de que Haruka no lo seguía.

—Tengo que terminar de descargar esto —explicó el joven.

Rin bufó, regresó a su lado y lo agarró del brazo.

—Estoy seguro de que aún tengo la suficiente autoridad como para permitir que te libres —masculló.

Haruka clavó los talones en el suelo para evitar que Rin siguiera arrastrándolo, haciendo que el joven tropezase.

—Ni siquiera eres Sultán —lo picó. El Príncipe enarcó una ceja.

—Soy hermano de la futura primera Sultana de la Historia, ¿te parece poco? —se mordió el labio cuando Haruka no se movió—. Por favor, ven —pidió en voz baja, claramente poco acostumbrado a esas dos palabras.

Los dos recorrieron pasillos y patios en silencio. Al igual que la última vez, Haruka no preguntó adónde se dirigían; y pese a que en aquella ocasión se había enfadado consigo mismo al pensarlo, ahora comprendía que el fallo no se llamaba ingenuidad, sino confianza.

Llegaron a un jardín pequeño, con azucenas y anémonas en flor y acacias proyectando su sombra en los bancos de mármol. Rin se sentó en uno de ellos y Haruka, todavía mirando alrededor, lo imitó.

—Esto no es tu habitación —observó.

Las mejillas de Rin enrojecieron.

—¡Quería hablar contigo, no…! —no terminó la oración. Haruka centró su atención en él; el tiempo que habían pasado sin verse le había dejado los rasgos aún más angulosos, y tenía el pelo un poco más largo, pero por lo demás seguía siendo el mismo joven mordaz y decidido que se había despedido de él casi un año antes.

El pensamiento le resultó reconfortante. Al menos, hasta que se dio cuenta de que la mano de Rin, aún cerrada en torno a su muñeca, temblaba.

Haruka observó los dedos del joven y luego lo miró a los ojos de nuevo.

—-¿Te doy miedo?

—¿Qué? ¡No! —Rin se apartó un mechón rojo del rostro con su mano libre—. Te podría desarmar con una mano atada en la espalda.

—¿Entonces por qué tiemblas? No hace frío.

Echó de menos el contacto cuando Rin retiró la mano. El joven bajó la mirada.

—Me alegro de verte, supongo —admitió—. Además de que he pasado el último año sin salir de aquí más de dos veces y la segunda intentaron secuestrarme de verdad… —suspiró—. No te haces una idea de las ganas que tengo de irme.

Haruka se aventuró a tomar la mano de Rin. Varios músculos se tensaron bajo sus dedos, pero el joven no hizo amago de apartarse.

—¿No puedes?

Rin sacudió la cabeza, sin asentir ni negar, sino más bien como un perro sacudiéndose el agua de las orejas.

—Sí —respondió; su voz temblaba tanto como los dedos que Haruka sujetaba entre los suyos—. Pero durante todo este tiempo… No estaba seguro; sabes, no sé cómo Gou aún no ha perdido el juicio, el Consejo ha estado pendiente para encontrar el más mínimo fallo que demuestre que no es apta.

—No lo han encontrado —dedujo Haruka; Rin se encogió de hombros, sin confirmar ni desmentir lo obvio—. Ya no tienes que preocuparte, puedes hacer lo que quieras, ¿no?

Rin le sostuvo la mirada durante varios segundos.

—Supongo… —sonrió—. ¿Sigues queriendo que vaya con vosotros?

Por toda respuesta, Haruka apretó su mano. Era más cálida de lo que recordaba; o quizá se tratase del frío que había entibiado su memoria.

—Dentro de cuatro días partiremos hacia Rith —el nudo que no había sido consciente de tener en el estómago se aflojó cuando la expresión de Rin se iluminó; la incertidumbre de planes en los que sin darse cuenta había involucrado a alguien de cuya presencia no había estado seguro desapareció.

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Ese día, nadie vio al Príncipe hasta después del mediodía. Todos supusieron que estaba evitando el estrés de los preparativos para la coronación escondido en el jardín que era su pequeño refugio, pero nadie fue a buscarlo –todos sabían que no era buena idea, salvo que se tratase de algún asunto urgente.

Rin estaba recostado entre los brazos de Haruka, hablándole de lo que había ocurrido en los meses que habían pasado separados, y escuchando cuando el joven deseaba compartir un pedacito de sus recuerdos. En algún momento hundió la nariz en el cuello de Haruka, haciéndole cosquillas.

—¿Qué haces? —protestó él.

Rin no se movió.

—Has cambiado desde que te fuiste —susurró en su piel.

—¿Es un insulto?

El Príncipe negó con la cabeza.

—Al contrario… Ya no pareces una cuerda tensa. No tanto, al menos.

Haruka no estaba seguro de que Rin tuviese idea de todo lo que él había tenido que ver en eso. Ni siquiera sabía aún si él mismo lo comprendía del todo; lo único de lo que era plenamente consciente eran las palabras atascadas en su garganta, cerca de donde la nariz del joven seguía haciéndole cosquillas.

En ese momento, no le preocupaba mucho. Tenía todo el tiempo del mundo para encontrar la forma de decirlo, y la certeza de que Rin estaría ahí para escucharlo.


Notas de la autora: Y colorín, colorado, este cuento... no se ha terminado. No del todo, al menos.

Allá cuando iba escribiendo la mitad del fic me di cuenta de que se pueden contar con los dedos de una mano las veces que Rin y Haruka han estado juntos y contentos. Y, aunque no lo parezca, tengo mi corazoncito. Así que se me ocurrió que la solución al problema sería acompañar la historia con algún one-shot futuro de estos dos, o quizá desvelar si Nagisa y Gou tienen posibilidades reales de ser felices juntos.

¿El problema? Exceso de imaginación, demasiados escenarios que me atraen y una trama formada a base de pegotes. Así que ahora puedo decir, con toda seguridad, que tendrá una segunda parte. No sé si buena, mala u horrible, pero ahí estará.

Volviendo al presente, ¿qué os ha parecido el epílogo?