ASÉVEIA
(Gr. ασέβεια, impiedad)
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Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía.
Anaxágoras.
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Para IGR, lo inevitable…
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I. AÑOS
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¿Quién le había dicho que los guerreros del doceavo templo eran… venenosos? ¿Fue Sage o él lo escuchó por ahí? Daba lo mismo, estaba jodido, lo supo desde que le echó un vistazo: fueron sus ojos azules, o al menos eso le gustaba pensar al joven italiano, que todo era cuestión de sus ojos, y el lunar… ese también, iba a ser un ordinario y a decir que el lunar tenía que ver… ¡Era una distracción sembrada en su rostro!
Cualquiera podía distraerse con ese elemento sobresaliente en toda aquella belleza, que seguramente sería la envidia a Afrodita Urania, aunque la verdad era tan mortífero como decían y de "lindo" no tenía nada, al contrario… era una franca flor salvaje… error, cuando le dijo justo eso "flor salvaje", los pocos golpes que le dio bastaron para dejarlo como espartano de Leónidas.
Pero toda historia empieza por el principio.
De buena suerte lo habían nombrado "su compañero", su parabatai, ¿por qué? Sólo el Strategos lo sabía, Albafica había puesto la misma cara que seguramente puso Sócrates ante la condena de la cicuta, es decir, ni se inmutó. Se volvió brevemente antes de dar la vuelta en seco:
—No te me acerques y no me fastidies, entonces todo irá bien —Susurró por lo bajo.
—Me llamo Manigoldo Cacciatori, mucho gusto, es un placer —ironizó.
—Ya lo sabía… —dijo laxo Albafica Brattahlid.
Manigoldo, el "cazador de naturaleza feroz", porque eso significaba su nombre y apellido, se sintió un día muy audaz, ¿cómo se le ocurrió? ¿Quién sabe? La vida se le iba en llenar la de los demás con sus estupideces, incluida la del Patriarca.
Estaban juntos, para variar el futuro Arconte de Cáncer estaba fastidiando a su compañero, el otro ni siquiera se esforzaba por reñirle, se concretaba a ignorarle.
Una tos profunda hacía que el italiano se retorciera, y muy pronto se convirtió en un ahogo digno de un marinero alcoholizado. Al principio Albafica pensó que el muy imbécil se había ahogado con su propia saliva o a saber con qué… hasta que se empezó a poner rojo como una granada.
Después cayó en el polvo del camino terregoso hacia el refugio, se contorsionó un par de veces y se quedó estático, tieso…
Albafica asustado y sin saber que hacer se agachó, sin tocarlo, tratando de comprobar si respiraba… hasta que Manigoldo lo rodeó con un brazo, lo atrajo hacia él y lo besó en los labios… sin decoro ni respeto alguno…
Su parabatai no lo golpeó, no le gritó, no se ofuscó… lo dejó con el gusto del beso, porque brevemente, un par de segundos le correspondió. Se levantó, se limpió los labios y le sonrió.
—Te ha gustado, ¿eh?
—No… pero en un par de minutos ya no te podrás levantar solo… y yo no te voy a ayudar —comentó con sorna.
Lo dejó ahí tendido y continuó el camino solo. Un minuto después Manigoldo estaba, literalmente, revolcándose de fiebre y dolor…