Disclaimer: Los personajes de THG no me pertenecen

.


oOo

6

El agente

.


oOo

―¡Gale! ―lo llamo, cubriéndome el rostro con la manga de mi abrigo para que el humo no me ahogue. Haymitch hace lo mismo, moviéndose en círculos mientras también lo busca, pero es inútil, Gale corrió tan rápido que ya no pudimos alcanzarlo, y ahora no podemos hallarlo en medio del caos de humo y destrozos.

―¡¿En dónde se metió?! ―exclama Haymitch, pero cuando voy a responderle reparo en algo.

―¿Qué es eso? ―digo en una exclamación, alzando la barbilla. Estaba tan preocupada corriendo tras de Gale, que no me había dado cuenta de los gritos que vienen del Quemador. Niños y adultos pidiendo ayuda desesperadamente, pasos presurosos sobre la nieve y el sonido de golpes y súplicas. Entonces, los ojos de Haymitch se abren con verdadero terror, y siento que me empuja fuera del camino.

―Vete. ¡Sal de aquí! ―me grita, haciendo un esfuerzo sobrehumano por correr hacia el galpón.

―¿Qué? ―digo, intentando seguirlo detrás de las paredes de humo; él no se detiene, pero voltea para volver a gritarme.

―¡Vete a casa, Madge! ¡Ahora! ― Dice. Lo que quiera que sea, es terrible.

Y aunque una parte de mí quiere obedecerlo, corro detrás de él; atravieso los muros de hollín y lo que veo me paraliza. El Quemador, ese enorme, viejo y derruido galpón histórico del Distrito 12 arde en violentas y enormes llamas. Frente a él, decenas de personas lloran con la desesperación de quien lo ha perdido todo; algunos están heridos, otros como petrificados y solo algunos están tendidos sobre la nieve helada, inmóviles e inconscientes, aunque no tengo el valor de acercarme para ver si siguen con vida. Los agentes de la paz, nuestros agentes, están rompiendo y quemando todo a su paso; empujan a la gente que intenta rescatar lo poco que tienen y los golpean con sus macanas si insisten en volver a acercarse. Cientos de objetos, recuerdos, ropas, comida, son arrojados al fuego para arder con él.

¿Qué está pasando?, pienso, aterrada. Sin embargo, me distraigo cuando veo la cabeza oscura de Gale asomarse entre las llamas hacia el exterior, y todo mi miedo se canaliza en preocupación hacia él.

―¡Gale! —lo llamo, pero él ni siquiera me escucha. Ayuda a una persona a ponerse nieve en sus heridas y de inmediato regresa dentro del Quemador, ayudando a más gente a escapar del incendio; su ropa está llena de hollín, igual que su rostro, que sangra por alguna parte.

Contengo un suspiro de alivio cuando lo veo emerger de las llamas por segunda vez; está ayudando a una anciana, me sorprende ver que se trata de la mujer que llaman Sae. Ella también está herida, y tiene parte de sus ropas y sus piernas quemadas, así que Gale se apresura a cubrirla de nieve.

—¡Gale! —lo llamo otra vez cuando de nuevo se dirige a meterse entre las llamas, e instintivamente intento seguirlo, pero no lo consigo.

—¡Madge! —gritan mi nombre, y entre todos los agentes de la paz, distingo la voz de Darius, aunque no puedo ver su rostro, ni el de ningún otro agente, porque ahora todos usan un tenebroso casco que los cubre por completo, dándole una apariencia menos humana que antes. Entonces lo veo correr hacia mí, y siento sus brazos alrededor de mi cintura, deteniéndome y arrastrándome lejos del fuego.

—¡¿Qué haces aquí?! ¡Debes irte! —me ordena, con preocupación. Otros agentes también me miran, muchos más de los que alguna vez he visto en el distrito; unos pocos están de pie, completamente inmóviles mientras los demás, de voces que no creo haber escuchado nunca, saquean y destruyen todo a su paso.

—¡Suéltame! —le grito, peleando por liberarme de su agarre —¡Darius, suéltame!

—¡Tienes que irte! —repite él, apretando su agarre, pero no por eso dejó de pelear —Madge, ¡detente! ¡Debes regresar a la Aldea! —en un movimiento confuso, él me empuja con tanta fuerza que caigo en la nieve, y lo primero que hago es mirarlo, y él me regresa una mirada arrepentida al instante, pero su semblante no se relaja; es como si el Darius al que dejé en la ciudad hace solo un par de horas hubiera desaparecido por completo —¡Vete! —me grita, asustándome aún más con su tono, así que ni siquiera logro mover los pies. Sin embargo, no tiene tiempo de repetir la orden, ya que en un segundo alguien se lanza sobre él y lo tira al piso, cayéndole a golpes mientras manda su nuevo y aterrador casco a volar lejos.

—¡Gale! —consigo gritar, pero otra vez es como si él no me oyera. Gale golpea a Darius tan fuerte que lo aturde, y el agente de la paz apenas tiene tiempo de defenderse antes de que su rostro pálido se convierta en una masa hinchada y cubierta de sangre —¡Gale, no! ¡Suéltalo! —Le ruego, le imploro, pero él no me hace caso. Parece cegado por su ira, y no se detiene hasta que otro agente se acerca por detrás y le da un fuerte golpe en la nuca —¡No! —intento lanzarme hacia él, pero alguien me sujeta firmemente por la cintura mientras dos agentes toman a Gale por los brazos y lo arrastran hacia la plaza. Entonces lucho por soltarme, pero Haymitch no me lo permite.

—¡Quieta, quieta o lo empeorarás todo! —me dice. Otros dos agentes se acercan a Darius, y también se lo llevan, solo que en dirección opuesta a la plaza —¡Ve a mi casa con Peeta! —exclama entonces mi mentor, empujándome en dirección a casa, pero a estas alturas, mi corazón está latiendo tan rápido y con tanta fuerza que apenas si lo oigo. Haymitch se pierde entre el humo, y luego entre la multitud que se reúne alrededor de la plaza. Y escucho voces susurrando mientras me escurro entre la gente, pero nadie intenta detenerme. Las personas me abren paso hasta que llego al centro de la plaza, donde veo a Haymitch discutiendo con un agente. Sin embargo, toda mi atención está en el centro de la multitud.

Las muñecas de Gale están a medio atar a un poste de madera. Su chaqueta está tirada a un lado en el suelo, su camisa arrancada. Está golpeado y de rodillas, encaramado contra la madera del poste, como si apenas entendiera lo que está pasando. Tiene tantos golpes en la cara y el cuerpo que es un milagro que siga consciente. Y de pie tras él está el agente que discute con Haymitch, un hombre al que nunca he visto, pero reconozco su uniforme. Es el designado para nuestro agente de la paz en jefe. Aunque este no es el agente en jefe Cray. Este es un hombre alto y musculoso con pliegues afilados en los pantalones, pero las piezas de la imagen no acaban de encajar del todo hasta que veo que este hombre lleva un látigo en la mano que cuelga a u lado de su cuerpo.

―¡Gale! ―vuelvo a gritar, y me arrojo hacia delante. Entonces todos los ojos de la plaza se centran en mí, y el agente reacciona a la sorpresa levantando su látigo en mi contra, en una escena tan rápida que ni siquiera veo llegar el golpe, solo lo siento cortar la carne de mi labio, y arrojándome al suelo por la sorpresa.

—¡Madge, no! —grita Gale, intentando levantarse de un salto y tirando de la soga que lo mantiene junto al poste para intentar correr hacia mí —¡Déjela, maldito hijo de...! —él lucha más intensamente para soltarse. Solo un par de metros nos separan, pero es como si estuviéramos a kilómetros de distancia, porque su voz se oye cada vez más débil. Entonces veo fugazmente el rostro de mi asaltante. Duro, con líneas profundas, una boca cruel. Cabello gris afeitado casi hasta la no existencia, ojos tan negros que parecen ser todo pupilas, una nariz larga y recta enrojecida por el aire helado. El poderoso brazo se eleva de nuevo, con la mirada puesta en mí, paralizándome de terror. Aprieto con fuerza los dientes en anticipación al siguiente latigazo, pero este nunca llega.

―¡Espera! ―ladra la voz compungida de Haymitch, interponiéndose entre ambos con las manos hacia adelante, como rindiéndose a la autoridad; segundos después me levanta con brusquedad ―Oh, excelente ―Su mano se cierra bajo mi barbilla, alzándola, y después observa a Gale ―Estos dos tienen una sesión de fotos la semana que viene posando trajes de boda. ¿Qué se supone que debo decirle a sus estilistas? —ironiza, chasqueando la lengua y negando dramáticamente con la cabeza —¡Primero el chico, y ahora también a la consentida del Capitolio!

Veo una chispa de reconocimiento en los ojos del hombre con el látigo. Abrigada contra el frío, mi cara libre de maquillaje, mi cabello suelto y revuelto por todo mi rostro, no sería fácil identificarme como la vencedora de los últimos Juegos del Hambre. Especialmente con la mitad de mi cara hinchándose. Pero Haymitch ha estado apareciendo en televisión durante años, y sería difícil de olvidar.

El hombre entonces se apoya el látigo sobre la cadera, y aunque no parece dispuesto a volver intentar golpearme, algo en él no me deja confiarme en ello.

—Interrumpió el castigo de un criminal —murmura, y me doy cuenta de que todo lo relacionado con este hombre, su voz autoritaria, su extraño acento, avisa de una amenaza peligrosa y desconocida. ¿De dónde ha venido? ¿Del Distrito 11? ¿Tal vez del Capitolio?

―¡No me importa si hizo explotar el maldito Edificio de Justicia! ¡Mira su labio! ¿Crees que eso estará listo para las cámaras en una semana? ―ruge Haymitch. La voz del hombre todavía es fría, pero puedo detectar algo de duda.

―Eso no es asunto mío.

―¿No? Bueno, pues está a punto de serlo, amigo mío. La primera llamada que haré cuando llegue a casa será al Capitolio ―dice Haymitch ―¡Averiguaré quien te autorizó a estropear los bonitos rostros de mis vencedores!

―Él atacó a varios agentes que cumplían con su trabajo. La ley me autoriza a castigarlo ―sigue defendiéndose el hombre de forma implacable, aunque su seguridad parece ir desapareciendo a cada minuto.

―¡Estaba protegiendo a la gente del Quemador! ―aúlla Gale, que en ningún momento dejó de luchar por soltar sus manos. Haymitch de inmediato lo manda a callar con una seña, ganándose una mirada rabiosa.

—¡Estaba interfiriendo con el trabajo de mis hombres! —añade el hombre, con tal brutalidad que su presencia me cohibe mucho más —¡Y su delito debe ser castigado!

—¡Pues bien! —grita Haymitch; sujeto su brazo por instinto, sin entender nada otra vez —El chico pagará la multa, o lo que sea, pero debe dejarlo ir.

—No hay multa para su delito —ruge el nuevo agente de la paz en jefe; después, mira a su brigada de refuerzo. Con alivio, veo que son rostros familiares ahora que muchos se han levantado las viseras de sus cascos, muchos agentes que conozco desde que recuerdo —¿Cuál es el protocolo estándar aquí? —pregunta en voz alta, casi sobresaltando a algunos, aunque lo disimulan. Sin embargo, puedes ver en sus expresiones que no están disfrutando del espectáculo. Una de ellos, una mujer llamada Purnia, avanza un paso, muy tensa.

―Para una primera ofensa, el número requerido de latigazos es de 15 a 20, señor. A no ser que su sentencia sea la muerte, que sería ejecutada por el pelotón de fusilamiento.

―¿Es ese el protocolo? ¿Aún para su delito? ―pregunta el agente de la paz en jefe, nada feliz con esa respuesta.

―Sí, señor ―dice Purnia, y varios otros asienten. Estoy segura de que ninguno lo sabe de verdad porque ese poste no se ha usado nunca desde que tengo memoria, y en nuestro distrito, aunque nadie adora a los agentes, nunca hubo casos de agresiones hacia ellos —Sin embargo, si el agente al que atacó no desea presentar cargos...

―Hágalo —dice la fría voz de Gale, sobresaltándonos a todos.

—Gale... —suspiro, y quiero decir algo para disuadirlo, pero Haymitch aprieta mi brazo, haciéndome callar.

Gale ni siquiera me mira; apretando sus correas le da la espalda al hombre.

—Hágalo —ordena. Toda la plaza contiene el aliento, incluso los agentes de la paz, hasta su mismo jefe.

—Chico...

—¡No se metan! —nos grita Gale. Haymitch me sostiene por los hombros y damos dos pasos atrás. Quiero gritarle otra vez, quiero decirle a ese hombre que nos deje en paz, pero no lo hago. La mirada decidida en el rostro de Gale me dice que él quiero esto; no por alguna clase de retorcido motivo, él quiero esto, quiere ser castigado porque quiere que todo el mundo lo vea. Esta es otra forma de rebelión. Él no se arrepiente ni se arrepentirá de haber golpeado a los agentes, está orgulloso de haberlo hecho, por eso acepta el castigo, para que todos en los distritos vean que es golpeado por hacer lo correcto. Se está rebelando otra vez. Nos está poniendo a todos en peligro de nuevo.

Entonces, toda la preocupación se transforma en enojo, así que me suelto del agarre de Haymitch y salgo entre la multitud mientras se escucha el primer azote, acompañado de una exclamación general.

Qué Gale haga lo que quiera, pienso, tragándome mis lágrimas de rabia y preocupación.

―Pon algo de nieve sobre eso ―escucho antes de alejarme en dirección al Edificio de Justicia, y cuando levanto la mirada mis ojos se encuentran con los ojos grises de Katniss. Ella está junto a otros dos chicos de la Veta, a los que reconozco como amigos de Gale, pero nunca supe sus nombres. Las ropas de los tres también están llenas de manchas de humo y hollín, con algunas quemaduras aquí y allá, de seguro porque también se metieron al fuego a ayudar, pero no me detengo a preguntar. Levanto un puñado de nieve y lo presiono contra mis labios, calmando algo el dolor. Ahora mis ojos están llorando con ganas, y en medio de temblores de miedo y rabia todo lo que puedo hacer es seguir el camino que me sé casi de memoria hacia el Edificio de Justicia.

—¡Madge! —exclama papá cuando me ve llegar con el rostro hinchado y herido; me hace pasar a su oficina y saca un kit de primeros auxilios mientras una asistente corre a auxiliarnos, inyectándome un poco de morflina de la que mi madre consume cuando tiene uno de sus ataques. Un médico revisa mi herida, y me asegura que afortunadamente no necesita sutura, y que la piel estará como nueva después de aplicar uno de esos ungüentos mágicos del Capitolio.

—¿Qué es lo que está pasando? —pregunto cuando la morflina empieza a hacer efecto y el dolor a desvanecerse poco a poco. Papá retrocede y se forta las manos; parece nervioso, y no solo por mi herida.

—Hubo un cambio. El Capitolio despidió a Cray y puso al jefe Romulus Thread en su lugar —murmura, y por su tono me doy cuenta de que la palabra "despidió" es solo una sutileza. ¿Quién sabe lo que habrá sido del agente Cray ahora que sus servicios ya no son requeridos?

—¿Por qué? —pregunto en un susurro, aunque me temo que, en el fondo, sé la respuesta.

Papá me mira, y desde su posición, parado junto a mí, toma mi cabeza y me abraza con cuidado de no tocar mi herida.

—Las cosas van a ponerse muy difíciles por aquí —murmura con pesar, dejándome atónita por varios segundos en los que no puedo pronunciar ninguna palabra.

—¿Es por nuestra culpa? —consigo preguntar después de un momento, sin fuerzas para separarme y mirarlo a los ojos, aunque tampoco lo intento, porque de pronto necesito la seguridad de los brazos de mi padre. Y papá suspira, acariciándome el cabello igual que cuando era una niña y tenía alguna pesadilla.

—Eres muy inteligente, hija —dice entonces, suspirando —Y tú mejor que nadie sabes que lo único que Gale hizo al salir de la Arena con vida fue encender una chispa que aguardó ser encendida por décadas. Ahora, todo lo que podemos pedir es no arder con él.

—Puedo detenerlo —aseguro, separándome unos centímetros de su abrazo para que pueda mirar la seguridad en mi rostro —Gale me escucha. Si se lo pido...

—Me temo que ya no podrá detenerse —dice papá, negando suavemente con la cabeza mientras sus dedos delinean suavemente el contorno de mi mejilla lastimada —Tú misma acabas de verlo en la plaza. Gale lo inició, y solo él puede terminarlo, pero no va a hacerlo.

—No —susurro entonces, temblando de pies a cabeza; papá me abraza con más fuerza a su pecho, intentando sostenerme en pie, y a ninguno dice nada, porque el peso de sus palabras anteriores todavía sigue amenazando con aplastarnos a ambos.

Pero, ¿qué puedo hacer yo? No importa qué tanto le ruegue, ni lo mucho que él me prometa que no agitará las cosas, Gale no va a cambiar, no va a dejar de ser quien es, y no va a dejar de meternos en más problemas. Sí, yo también quisiera que las cosas fueran diferentes para todos, pero no a costa de miles de vidas inocentes. Ese es un peso que no podría cargar en mi conciencia.

—Llegará el momento, hija —vuelve a decir, hablándome casi al oído, como si temiera que alguien nos esté escuchando —, en que todo esto explotará, y cuando ese momento llegue, no importa qué, quiero que prometas que harás lo necesario para mantenerte a salvo, aún por sobre Gale, incluso por sobre tu madre y yo.

Parpadeo, sin entender a qué se refiere con "lo necesario", pero no tengo tiempo de preguntar, porque uno de los asistentes abre la puerta para decir que no se quién está al teléfono. Y papá asiente, pero no se va hasta que digo lo que quiere.

—Lo prometo —aseguro, preguntándome qué es lo que sabe que no está diciéndome, pero decido que podré hacerlo más tarde.

Papá se encierra en su oficina con dos de sus asistentes, y yo salgo directamente al vestíbulo. Por la ventana todavía puedo ver las llamas a los lejos, y el olor a humo llega hasta mi nariz otra vez. La gente herida y llena de hollín va y viene en todas direcciones, me pregunto si Gale ya se habrá ido a casa. Supongo que sí, ya que no puedo escuchar los latigazos, y la multitud de la plaza parece haberse dispersado.

Suspiro. Estoy tan asustada aún que no sé bien qué sentir o qué hacer. Sigo enojada con Gale pero tengo que hablar con él; sea lo que sea que esté intentando tengo que pararlo, o al menos tratar. Muchos dependen de eso, lo que pasó hoy fue solo una prueba de lo que de viene, y todo por nuestra culpa. Por la mía. Si Gale no me hubiera sacado con vida del Estadio, el presidente Snow no estaría tan furioso, y no se habría metido con el Distrito 12. La vida seguiría siendo tal y como era, sin Romulus Thread castigando gente en la plaza, ni inocentes sufriendo por nada. Y sé que la vida que llevábamos antes tampoco era la mejor, pero al menos las personas estaban a salvo.

¿Qué le hemos hecho a nuestra propia gente?

Sacudo la cabeza para intentar despejarla antes de volver a casa. Si voy a hablar con Gale, tengo que hacerlo con la mente clara para intentar entender el alcance de lo que iniciamos. Sin embargo, cerca de la puerta, me doy cuenta de que Darius sigue aquí, sentado sobre una banca de madera junto a la entrada, recargado contra la pared de mármol y sosteniendo un trapo manchado de sangre junto a su cara roja e hinchada; luce totalmente diferente que cuando hablé con él está mañana. Darius me ve a través de su único ojo sano y a pesar de lo lastimado que está me sonríe mientras me acerco.

—Me alegra no ser el único que se lleve un recuerdo de este día —bromea, o al menos eso quiero creer, señalando mi labio partido —¿Te duele?

—Casi nada —respondo, sentándome a su lado —¿Y a ti?

—Una enfermera me aplicó un poco de morflina. Estaré bien —sonríe, mostrándome sus dientes teñidos de rojo. Gale de verdad se pasó esta vez —Lamento haberte empujado. No fue mi intención lastimarte —dice Darius entonces, tomándome por sorpresa durante un segundo.

—Lamento que Gale te golpeara —respondo, aunque eso no sea realmente mi culpa, pero hay otra cosa que me preocupa más —¿Tendrás problemas por esto?

—No lo creo. Solo hacía mi trabajo, y él me atacó por detrás —Darius se encoge de hombros —Para ser honestos, fue mejor que tu novio me dejara inconsciente. Todo era un caos ahí afuera, y yo… —baja la mirada hacia sus botas manchadas de polvo, sangre y hollín, como si de pronto sintiera mucha vergüenza —Lamento que vieras eso —añade. Entonces me doy cuenta de que solemos ver a los agentes de la paz con desconfianza, y olvidamos que bajo ese uniforme son tan humanos como nosotros. Darius me lo demostró esta mañana, y sigue demostrándolo ahora. Eso, de alguna forma, me hace ver que no todo está perdido. Aún entre los agentes existe gente buena.

—Eres una buena persona, Darius —digo entonces, tomando su mano libre entre las mías; y él parpadea, como si estuviera sorprendido de esa afirmación.

—Agente —mi espina se sacude violentamente sin que pueda evitarlo cuando vuelvo a escuchar esa voz, y me levanto de la banca de un salto, igual que Darius. Romulus Thread me mira por el rabillo del ojo solo por un momento, pero lo suficiente para hacerme sentir incómoda; entonces fija su mirada en Darius, torciendo su boca cruel con disgusto al ver sus heridas —Repórtese al cuartel para que los médicos atiendan sus heridas apropiadamente y así pueda presentar cargos en contra de su atacante —ladra, como si ser amable fuera algo en contra de su naturaleza.

—En realidad —Darius duda un momento, y de forma inconsciente me sujeto a su brazo. No sé porque la presencia de Thread me aterra tanto que no puedo ni respirar, pero, de alguna forma, siento que quiero proteger a Darius de él, y por eso sujeto su brazo, como pidiéndole que no haga o diga nada que haga enojar a ese hombre —Señor, dado las circunstancias, creí que tal vez lo mejor sería ignorar el incidente —murmura Darius, mirándome y leyendo la súplica en mis ojos, supongo —Ya sabe, por la boda, y la mala publicidad que eso traería al cuerpo —termina de explicar, tan cohibido como yo frente a su nuevo jefe.

Thread aprieta tanto los labios que por un segundo pienso que van a quebrársele, pero después asiente.

—Afirmativo —responde, ordenando a Levin, otro de los agentes más jóvenes del distrito, que le ayude a llegar hasta la camioneta. Darius se despide con una mirada rápida, y con la mía le ruego que no me deje a solas con Thread, pero sé que, como soldado, no tiene opción, así que suelto su brazo y lo dejo ir, quedándome con la vista fija en su espalda hasta que desaparece e ignorando la presencia de Thread, rogando internamente que al voltear él ya no esté. Sin embargo, él se aclara la garganta para llamar mi atención, y cuando volteo a verlo, de repente, siento que mi herida vuelve a arder.

—Yo no... —carraspea, llevándose una mano a la boca y delineándola con los dedos —No pude reconocerla, señorita Undersee —dice, y sus labios se curvan en lo que debe ser una sonrisa, pero que para mí se siente más bien como un gesto forzado —Por favor, acepte mis sinceras disculpas —continúa, extendiendo su mano hacia mí; y cuando me fuerzo a aceptarla noto que hay algo en su mirada que no me agrada, creo incluso que prefiero la forma en que me miró en la plaza, como si mi vida no valiera para él más que la de un insecto, a esta, que me hace sentir violentamente expuesta a él, como si pudiera ver a través de todas mis capas de ropa o algo así —Espero que, a pesar de las circunstancias, en adelante, pueda ver en mí a un amigo —culmina, con su mano todavía extendida hacia mí, y con esa sonrisa tan parecida a la de muchas personas que me veían en el Capitolio. Y siento náuseas, pero aun así me obligo a sonreír y apretar su mano. Después de todo lo que vi, sé que Romulus Thread no es alguien a quien me gustaría tener de enemigo, por mucho que la idea me revuelva el estómago.

oOo

Continuará...

oOo

N del A:

Buenos días, buena gente del mundo!

Sé que hace mucho no publicaba nada, sobre todo de esta historia, pero estos días estuve pensando mucho en cómo darle un cierre digno a la trilogía con Madge como protagonista, y hay tantos giros posibles con ella en el centro de la escena, que la inspiración llegó sola.

Debo decir que me entusiasma mucho seguir desarrollando personajes que en los libros casi no tuvieron apariciones, por eso me entusiasma la idea de terminar esta segunda parte para empezar la tercera.

Si todavía siguen por ahí,les agradezco mucho la paciencia, y que sigan eligiendo este fic a pesar del tiempo.

Prometo esforzarme en no tardar lo mismo con el siguiente capítulo.

Su buen vecino,

H.S.