Summary: Kise ha tomado una decisión. ¡Kagami de pronto se ha vuelto un genio! Es hora de la despedida y Kise debe elegir, o Moriyama ganará esta primavera. Kasamatsu no fue desleal... sólo ha dicho una mentirita.


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Si fueran pájaros…

5. Adiós, abuela. Adelántate, Moriyama

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Kise observaba entre las rejas de su jaula, todavía deglutiendo las semillas que guardaba en el pico y las mejillas, que lo hacían ver como un roedor, aguardando a que la abuela se vuelva a dormir; ya podía verla acostada en su silla favorita.

Ciertamente, Kise, había pensado en rendirse a la posibilidad de volver a ver a Kasamatsu y tirarse en medio de sus semillas a morir de amor (de hambre)… pero eso significaría, realmente, no más Yukiocchi, por lo que no era una opción. Necesitaba fuerzas si es que quería volver a salir en busca de Kasamatsu; ¡no podía darse por vencido! Además, esas pequeñitas y deliciosas semillas ¡eran su perdición! ¿De dónde las conseguía la abuela? Seguro las traía del mismo paraíso.

—La abuela en verdad me extrañó... —se decía mientras disfrutaba de aquel buen sabor de las mejores semillas del mundo que sólo su querida abuela podía conseguirle.

Y es que él también la extrañó.

Pero allí afuera...

Kise se giró a ver hacia la ventana, viniéndole a los recuerdos de nuevo la imagen de aquel azulado pajarillo que robó su corazón. En aquella fuente... que ahora estaba vacía. Kise se entristeció de solo verla.

«Kasamatsucchi... quiero verte... —deseó con todo su ser—. Quiero verte... Quiero… ¡Pii!»

Retrocedió asustado cuando una bola azul apareció de pronto en el marco de la ventana. Era Kasamatsu que, sabe Dios cómo, apareció pegando la mejilla al vidrio.

—¡Kasamatsucchi! —No pudo evitar piar de alegría, pero enseguida aminoró su sonido, pues podía despertar a la abuela—. ¿Qué haces aquí? —dijo más bien para sí mismo pues Kasamatsu no podía oírlo detrás del vidrio.

Desde afuera, Yukio caminó por el marco de madera hasta llegar al costado de la ventana, donde podía ver una manija que si empujaba para abajo podría abrir la ventana; lo sabía.

Y así lo hizo.

Kise observó con gran entusiasmo como Yukio pegó un salto y, un segundo después de empujar aquella manija, la ventana se abrió con un suave crujido. Kasamatsu entró en la casa, observándolo todo como si se tratara del estómago de un gigante. Por todos los pájaros; ese lugar era enoooorme.

—Kasamatsucchi, viniste. —Se alegró el emplumado amarillo.

Kasamatsu volviendo a prestarle atención, volvió a saltar hasta la mesa, quedando frente a la jaula del rubio.

—¿Te encuentras bien? —Fue lo primero que quiso saber y sonó verdaderamente amable al decírselo.

—Estoy bien... —Lo miró Kise pegado a las rejas de su jaula. La ilusión tomaba brillo en sus grades ojos dorados.

Kasamatsu se tranquilizó enormemente al oírlo, pero no lo demostró. No tanto. Sin embargo, no se dio cuenta cuando su rostro se había relajado, y aunque serio, lucía en paz... Hasta que un pico lo sorprendió y se chocó dulce e instantáneamente con el suyo, dándole un pequeño beso. Kasamatsu retrocedió instintivamente, atontado. Sorprendido y sonrojado miró a Kise, que por el brillo ilusionado de sus ojos, su sonrojo y la emoción de su diminuta cola, no se veía arrepentido de haberle robado aquel beso.

Definitivamente no lo estaba. Sólo deseaba poder salir para darle muchos más…

—¿Lo encontraste, Kasamatsu? —Un agotado Moriyama aparecía sobre el marco de la ventana abierta, terminando de trepar la misma con gran esfuerzo.

—¿Qué? ¿Pero por qué? ¿Qué hace él aquí? —Kise contrapuso incrédulamente.

—Vino a ayudarnos —explicó Kasamatsu.

—Y nosotros —agregó Kagami, asomando su rojiza cabeza emplumada junto a Moriyama; trepando con el mismo esfuerzo. Kise se sorprendió al reconocerlo.

—No te preocupes, Kise-kun, te ayudaremos a salir de aquí —comentó Kuroko apareciendo junto a la jaula del susodicho, que no pudo evitar pegar un salto asustado. ¡Cielos! ¿En qué momento había llegado? Pero al verlos a todos allí, Kise se llenó de una desorbitante emoción y alegría (salvo por Moriyama), pues todos y cada uno le demostraban que estaban dispuestos a arriesgarse para ayudarlo. Tal vez sin saber que a partir de ese día Kise les estaría eternamente agradecido.

—Supongo que no tenemos mucho tiempo —pió Yoshitaka, mirando junto a los demás hacia la abuela Mayu que con un libro en su regazo dormía tranquilamente en su silla mecedora, en un rincón de la sala donde daba la luz del sol desde otra ventana.

—Debemos abrir el seguro —señaló Kuroko, observando detenidamente el pequeño candado que ahora cerraba la jaula—. ¿Sabes dónde podrían estar las llaves? —le preguntó a Kise pero éste sólo negó tristemente con la cabeza.

—Esto podría servir —llegaba Kagami, arrastrando una cuchara por la mesa.

—¿Y cómo se supone que usaremos eso, Kagami-kun?

—¿Para qué?

—Para abrir la jaula; qué más —dijo Kasamatsu.

—¿Jaula?… Ah, no. Yo la traje para que Kise me pase un poco de esas semillas —babeaba al ver el montón acumulado sobre ese platito amarillo—. A ver, Kise… —decía metiendo la cuchara de costado mientras Kise se corría un poco para que entrara—. Pásame algunas…

—Kagami-kun… —regañaba Kuroko con aburrimiento.

Sin necesidad de intercambiar una mirada, Moriyama supo por su ceño fruncido que Kasamatsu estaba preocupado, y estaba pensando en silencio una forma de sacar al limón con patas de allí antes que la abuela despertara... ¿tanto lo quería? A lo mejor no era el polen de la primavera lo que había hipnotizado a Kasamatsu. Tal vez era algo más...

Cuando Kagami quiso sacar la cuchara llena de semillas, las babas se le acumularon en la comisura de su pico; supo que debía ponerla de costado si quería sacarla con todo y semillas, pero nada más intentar inclinarla un poco, se le caían en el intento. ¡No! ¡Sus semillas! Su pequeño cerebro gritó entonces: «Plan B». Trató, entonces, de pasar la cuchara sin inclinarla tanto, pero con la fuerza utilizada dobló un poco las rejas, impresionándose y llamando la atención de sus compañeros.

—Diablos… no quise hacerlo —se disculpó el pequeño de plumas rojas, algo sobresaltado.

—No, Kagami, espera…

Kasamatsu observó como las finas rejas doradas se abrieron dejando un hueco que, estaban seguros, podía hacerse más grande y de inmediato todos se miraron entre sí compartiendo la idea al unísono.

—¿Todos listos? —pió Kasamatsu, frunciendo las cejas; sosteniendo firmemente su parte del mango de la cuchara.

—¡Hagámoslo! —vitoreó Kagami.

Todos tomaron el mango de la cuchara e hicieron fuerza para girar la parte ovalada y así ir abriendo las rejas de la jaula. Kise, alejado unos pasos, vio entonces cómo la jaula se abría lentamente hasta que fue suficiente para poder salir...

Y de pronto, lo hizo. Todos suspiraron satisfechos al verlo fuera.

Kise y Kasamatsu se observaron por un interminable y feliz instante hasta que...

—¡Uwah! ¡¿Qué es eso?!

Kise saltó sobre Kasamatsu, aterrado, nada más sentir una «cola de rata viscosa» acariciarle las patas para, luego, comprobar que no era una «cola viviente de rata», sino ¡una asquerosa lombriz! ¡¿Cómo se había colado ese adefesio de la naturaleza en la casa de abuela?!

—Uh, Kasamatsu-san me pidió que te las trajera. ¿No te gustan? —preguntó Kuroko.

—Están buenas —agregó Kagami terminando de tragar una de ellas.

—KAGAMI, NO TE LAS COMAS, NO SON PARA TI —le regañó Kasamatsu—. ¡Y TÚ BAJATE, KISE; ME ESTÁS APLASTANDO! —gruñó sonrojado.

—¡Pii! ¡Suelta a Kasamatsu, maldito Kise pervertido!

En lo que Moriyama trataba de quitarlo, Kagami abrió el pico incrédulamente y con media lombriz asomando en su pico, le tapó los ojos a Kuroko.

Ya atardecía cuando Kagami bajó del marco de la ventana y tocó de nuevo el pasto del jardín, observando inmediatamente hacia arriba para ayudar a Kuroko y los demás.

Kise dio un profundo suspiro nada más ver a la abuela plácidamente dormida. El sol anaranjado la iluminaba, y ella sonreía. En el fondo no quería dejarla. No imaginó que la travesura que comenzó con salir a buscar al pajarillo azul que había visto bañándose en la fuente, terminaría en eso... en que se acabaría yendo tras suyo.

—Después de ti, Kasamatsu mon chéri —animó Moriyama pese a recibir su mirada de pocos amigos.

—No me toques. ¡Yo puedo solo! ¡Y ya deja de llamarme así!

Nada más ver a Moriyama coquetear con Kasamatsu, a Kise se le frunció en entrecejo, en lo que le nacían los deseos de encerrar allí a Moriyama para que la abuela no se sienta sola, y de paso deje de joder a Kasamatsu.

—Adelántate —dijo Yukio y con una patada «ayudó» a Moriyama, que no se animaba a bajar, a caer al pasto, justo al lado de Kagami y Kuroko. Sólo entonces se giró sobre sus pequeñas patas para encontrarse con Kise, regalándole una mirada en apariencia tranquila, pero internamente expectante—. Vamos, Kise.

Y ante eso, Ryouta dio un par de pasos hasta llegar con él, tomar su pequeña ala con la suya y decirle:

—Sí..., vamos.

Cuando al final se reencontraron los cinco, el rubio pajarillo levantó una vez más la vista hacia el marco de la ventana, despidiéndose de su abuela, ignorando el momento justo en que Moriyama dejó de sacudirse el pasto de sus plumas pardas y fue directo a Kasamatsu.

—Ahora, Kasamatsu (amor mío), debes cumplir tu parte del trato.

Kise se sorprendió al oír aquello de Moriyama, que estaba lejos de sonar a broma.

—¿Qué? ¡¿Kasamatsucchi, qué...?! ¡¿Qué fue lo que le prometiste?!

Agh, tanto escándalo. Todos mirándolo. Kasamatsu puso su mejor mueca de aburrimiento y bufó sonrojado. Resignado a lo que objetaría Kise.

—...Que si nos ayudaba, pasaría la primavera con él.

Cualquier reproche se ahogó en la garganta de emplumado amarillo que apenas abrió el pico de par en par, anonadado. ¡Infarto! Si los pájaros podían sufrir infartos, él estaba sufriendo uno.

¡Touché! Moriyama infló el pecho feliz.

—Aunque... no le dije qué primavera —concluyó Kasamatsu mirando distraídamente a cualquier rincón.

Kise se sorprendió. Moriyama desencajó su mueca de felicidad.

—¿...Qué? —pió Moriyama, desilusionado.

—A mi no me mires; no te mentí, dije que pasaría la primavera contigo pero no dije cuál —Kasamatsu se sonrojó, apenado, frunciendo sus pequeñas cejas.

—Entonces, ¿cuál será?

Kasamatsu lo pensó unos segundos ante la atenta mirada de Kise y la expectativa de Moriyama.

—No lo sé... Esta no —sentenció avergonzado.

Kise abrió los ojos y el pico de felicidad. Moriyama dejó caer medio pico al suelo con incredulidad. ¡No era justo!

—¡Kasamatsu!

—¡QUÉ NO! —alzó instintivamente una de sus patas negras al verlo acercársele.

Moriyama apretó el pico. Y los ojos se le humedecieron. Infló pecho observándolos, a Kise y Kasamatsu, y luego corrió el rostro a otro costado desinflándosele el orgullo.

—De acuerdo —pió para sorpresa de ambos—. Pero volveré —recitó poéticamente y se fue.

—¡Mas te vale que no! —chilló Kise ante la mirada incrédula de Kasamatsu—. ¿Verdad que no? —le preguntó a Yukio y luego volvió a su adversario—. ¡Kasamatsucchi y yo pasaremos juntos esta primavera, y la que viene y la que viene también! ¿Cierto, Yukiocchi? —se giró ilusionado y excitadamente feliz a ver a Yukio, que lo contempló con asombro y, luego, sonrojo.

Kasamatsu volteó, incómodamente, la mirada a un costado. Esa bola de plumas amarillas era demasiado directo y él no podía con eso. Kise tuvo la intuición de haberse excedido en sus palabras al verlo así de evasivo. Fue cuando divisó, muy cerca de ellos, una pequeña flor que yacía olvidada entre el verde pasto. De inmediato le recordó la que le había regalado a Kasamatsu, pero esta no era blanca, era amarilla...

—¿Ha?

Kasamatsu alzó la vista para ver a Kise cuando lo sintió ponerle en la cabeza aquella flor. Y Kise lo observó y le sonrió con todo lo que entonces sintió al verlo tan lindo para él. Ni diez Moriyamas podrían quitarle de la cabeza que estaba enamorado.

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N/A: Awww, falta poquito para el final porque (si, si) esto es un short-fic. Además debo decir que si en este capítulo particular no sufrieron dolor de ojos (salvo, a lo mejor, por mis idioteces) es gracias a la genialosa de Alessa, que se tomó la molestia de revisar el cap ;D

Desde ya, ¡gracias por la lectura! ¡Nos leemos!