Este es un fic realizado como dedicatoria y agradecimiento a la talentosa escritora y lectora de fics Diosa de la Muerte. Ella me sugirió hacer un fic de Turles donde explicara sus inicios y tomara en cuenta todos esos detalles que no se han visto sobre él de acuerdo a su experiencia lectora.

Este fic intentará abarcar todos esos aspectos que rodean en misterio a este entrañable personaje, para todos aquellos que siempre quisieron encontrar una historia completa que hablara desde que era pequeño hasta llegar a su parte adulta que es la que conocemos.

Sin más los dejo con esta historia, esperando que sea de su agrado.


Yo, Turles.

Capítulo 1: Dos razas, un destino.

En una época bárbara, gobernada por las cruentas batallas, las misiones peligrosas y los desastres naturales de muchos planetas, los Saiya - Jin son los principales hacedores de todas esas acciones que muchos consideran como atroces. Todos bajo las órdenes de un tirano emperador que se encarga de esparcir toda su maldad y toda su ambición por el Universo.

Esa tierra, con sus paisajes carentes de vegetación y de actividad animal, es casi siempre acompañada por los pasos bruscos de esta sociedad invadida por la ambición. Hombres corpulentos, vestidos con mallas negras, botas de combate, armaduras de batalla ajustadas y moldeadas a sus cuerpos, con sus hombreras y sus figuras cóncavas cubriendo parte de sus caderas y las laterales de sus piernas.

Mujeres con armaduras parecidas a los hombres, algunas con hombreras y otras no. A veces portadoras de esa extensión que cubre sus partes bajas, eso dependiendo del diseño y la ornamenta de sus armaduras. Aquello complementado por mallas pegadas a los cuerpos en donde abunda el negro. En su diseño resalta la propiedad aerodinámica que les permite moverse libremente en todas sus batallas.

Aparatos colgados y ajustados como medios lentes, con un pedazo de plástico sobrepuesto en un ojo para arrojar lecturas de todos aquellos cuerpos de los enemigos enfrentados, recibiendo la medición en números de sus capacidades de combate. Una cola que rodea en un círculo ajustado las caderas de cada uno como una costumbre para moverse libremente en las obligadas peleas.

Guantes puestos, formas de pelo variados, alguna que otra cinta ajustada entre alguna pierna como simple alarde de posición o por comodidad. En algo coincidían todos los integrantes de esa raza... en una mirada despiadada, dibujada como líneas permanentes en sus rostros por el grabado de experiencias atroces registradas en sus almas.

Todas las conquistas que han tenido que realizar a nombre del emperador han sido el lienzo que ha pintado en ellos ese carácter sanguinario en sus quehaceres. Tener que dar muerte a muchos seres de otros planetas que se han opuesto a sus reinados, golpear estómagos, nucas, caras y deformarlas con los puños y patadas para apartarlos de sus vistas.

Esas energías suyas, lanzadas como torrentes que se dejan caer sobre los cuerpos de los desamparados, destruyen todo lo que tocan e incineran aquellos cuerpos que no son capaces de aguantar sus embestidas. Todo con tal de limpiar las tierras para que su emperador llegue a ellas y comience la colonización de su nueva era.

Todos ellos, guerreros instintivos y bárbaros, entrenados para obedecer las órdenes de quien les proveyera la tecnología necesaria para lograr sus progresos como comunidad; confiaban ciegamente en él como respuesta, no reparaban en cometer los actos de crueldad que ordenaba que se hicieran en contra de los opositores, para que la dinastía se siga esparciendo por todo el Universo.

Los Saiya – Jin ansiaban la sangre y la hacían brotar cuando su alto instinto sexual lo demandaba. Fuera de sus actividades, se metían en peleas clandestinas para golpearse entre ellos, como una manera de apaciguar el instinto asesino imperante.

Después de destruir a los Tsufurujins y quitarles el pedazo de tierra que ellos poseían en el mismo planeta, ahora sólo dependían de las encomiendas del emperador para ocupar esa sed de destrucción y llevarla por canales distintos que pudieran apagarla de algún modo.

Aun a pesar de su barbarie, eran seres con un alto código de honor que todos seguían para mantenerse vivos y con principios a cumplir. Ahora que se habían vuelto más civilizados, dejaron a cargo al poder al Rey Vegeta, personaje responsable de iniciar la revuelta para lograr su independencia dentro del mismo planeta y desterrar a los Tsufurujins. Y juntos, como pueblo y nación, habían formado alianzas con el emperador Freezer, encargado de ordenarles lo que tenían que hacer para salir en la conquista de nuevos mundos para su reinado como una especie de pago a los favores que habían recibido por su parte.

A pesar de la aparente paz, había grupos de rebeldes que sospechaban de las verdaderas intenciones del emperador.

Comentarios de inconformidad de muchos congregados en las reuniones secretas que muchas veces preparaban... narraban los desprecios y los tratos que sufrían aquellos de clase alta que salían al emprendimiento de esas misiones de conquista. Pagas miserables o nulas, tratos de desprecio por parte de los comandantes, exigencias inverosímiles con pequeñas posibilidades de descanso entre las misiones.

Las sospechas ya se empezaban a levantar entre todos. Había quienes lo creían y los que no. Y al parecer… Estaban los que lo sabían pero que no les importaba en lo más mínimo. Aun así, la semilla de la duda y la inconformidad se había sembrado, y la posibilidad de una rebelión estaba germinando ya como una posibilidad a punto de llevarse a cabo.


Pero antes de eso, no todo había sido como hasta ahora… La historia registra una época de guerra que todos en algún momento recordarán. Una maldición en su sangre por el peso de sus acciones al desterrar a esos pequeños seres que conformaron gran parte del planeta como población, ahora bautizado como Vegita después de esa rebelión.

Todo se remontaría al significado de la unión de un Tsufurujin con un secreto bien guardado el cual protegía como su propia cría. Esa mujer, de cabellos ondulados y serpenteados en sus puntas color índigo, huía despavorida rumbo a uno de los refugios que su clase había construido dentro de algunas montañas para su resguardo.

Llevaba consigo un mantel blanco que cubría por completo lo que parecía ser el cuerpo de un niño pequeño. Pisó por sobre los terrenos escabrosos y llenos de piedras de esa montaña a la cual se dirigía a paso veloz, subiéndola más y más alcanzando gran altura. La puerta automática de un compartimento se abrió para darle paso.

Una vez pasó dentro de esa pequeña morada malgastada por los disturbios exteriores, su pareja, que estaba vestido con ropas peculiares usadas en momentos de guerra, la recibió con un abrazo que abarcó todos los momentos de soledad y desdicha que han pasado desde la invasión.

La abrazó fuertemente, con tremendo sentimiento. Ella sin soltar a la criatura que llevaba entre las sábanas la cual estaba decidida a proteger.

Las lágrimas de ambos fluyeron sin avisar. Recorrieron ambas mejillas, rebosadas de ese dolor desgarrador que sentían después de ver la suerte de su pueblo entero sufriendo por las acciones de esos terribles monstruos gigantes que pasaban imponentes destruyendo todo a su paso.

Él la suelta y apoya sus manos sobre sus hombros. Le habla con la ternura, la desesperación y el asombro en el talante de su voz.

- ¿¡Por qué lo trajiste aquí!? ¡Seguramente por él es toda esta guerra! –espetó el hombre, intentando sonar lo más compasivo posible ante la presencia de su mujer.

- ¡No puedo abandonarlo, no puedo dejarlo aquí! ¡Él no tiene la culpa de todo lo que ha estado pasando, estoy segura que no es así!

La mujer se defendió de la acusación de su amado. Iba a proteger a ese niño cueste lo que cueste. No importaba si pertenecía a otra raza; ella lo defendería como a un hijo propio por todas las cosas que vio en él. Por alguna razón inexplicable, dentro de ella creía que este retoño sería capaz de unificar las razas y llevar a la paz todos estos disturbios e intentos de conquista. Que crecería y se convertiría en un gran líder, capaz de llegar a acuerdos en beneficio de ambos intereses y alejar con ello actos de maldad como el sucedido ahora.

El hombre, en cambio, lo veía como el origen de todas estas desgracias ocurridas, como un pretexto que habían agarrado los de su especie para atacarlos de esa manera. Quería deshacerse de él lo antes posible, para entregarlo a los suyos y olvidarse de esta guerra. Creía que con hacer eso los Saiya – Jin cesarían sus ataques una vez que les fuera entregado ese niño.

- No creas que entregarlo será la solución. Te aseguro que no están aquí por eso, están por algo más. Quieren exterminarnos a todos sin importar lo demás.

Soltó la mujer como respuesta a sus pensamientos, como si hubiera sido capaz de leer los de su pareja. Él seguía sin entender por qué su afán de continuar protegiéndolo a pesar de la desgracia por la que todos están pasando.

Por algo intuía que había sido un error tenerlo al cuidado de ellos después de que su mujer lo encontró abandonado entre los restos de basura de las zonas destinadas a ello. Estaba ahí, desnudo, contaminándose de los restos putrefactos de los materiales, comidas y demás objetos ahí arrojados para su posterior recolección y completo desecho… O bien para su permanente abandono.

Esa mujer, que casualmente pasó por ahí, no entendió por qué pudieron dejar ahí a una criatura tan tierna e indefensa a la intemperie de esa manera. En ese entonces el bebé lloró con todas sus fuerzas con ese dolor del abandono presente y la necesidad de ser recogido, de sentir el calor una vez más. No tenía nada que lo cubriera, solamente rodeado por todos los desechos a su alrededor que se hacían cada vez más abultados, amenazando por cubrirlo por completo.

Corrió a su auxilio antes de que fuera demasiado tarde. Lo llevó con ella y lo ingresó a su hogar y a su cultura. Notó que su tamaño era más grande de lo habitual comparándola con la Tsufuru que era conocida por ser todavía más pequeña. Todo con la media aprobación de su pareja quien desconfiaba de ese niño y, sobre todo, por las condiciones extrañas en las que fue encontrado.

Sólo un tiempo con ellos y esa pareja ya le había agarrado cariño, sobre todo por parte de la mujer.

El sentimiento de ella hacia la criatura se refleja al ver que el bebé empieza a asomar las manos y los pies entre la sábana. Se mueve con las energías y con la anatomía que puede a esa edad, intentando encontrar su identidad al tanteo de lo que apenas alcanza a percibir como mundo exterior.

Su tierna cara es descubierta por su madre adoptiva al retirarle el pedazo de tela que todavía obstruía su visión. Y una extremidad más, la cola color café, se asoma también a sus vistas moviéndose de manera circular.

La cosa era evidente para su madre; una inocencia como la suya jamás sería responsable de actos tan crueles cometidos por los suyos, ni mucho menos creía que toda esta guerra se hubiera desatado por la supuesta búsqueda de ellos para con el niño.

Los sonidos vocales del bebé queriendo empezar a articular palabra alguna son suficientes para dejar los pertenecientes a los fuertes pisotones de los Ozaru, así como las edificaciones que destruían a su paso y los rayos de energía que lanzaban desde sus bocas, como secundarios.

En ese aparente silencio se había marcado un momento clave que permitiría tomar una decisión, pues la presencia del bebé despertó en la pareja la necesidad de hacer algo para solucionar esa situación.

- No creo que estén aquí por él, no después de la manera como lo abandonaron. -agregó la madre después de esa contemplación de ambos con el niño. La madre adoptiva acaricia una de las mejillas del infante con uno de sus dedos.

- Es que todo es tan sospechoso... ¿Cómo podría dejar alguien a una criatura como esta a su suerte? Si no lo hubieras recogido en ese entonces no hubiera sobrevivido. -reconoció el hombre de peinado fino hacia atrás sin dejar de prestar atención a las escenas de destrucción por la ventana.

- Pero ahora lo importante es que está con nosotros. Y si lo dejamos ahora, sería hacer algo peor que aquello que le hicieron cuando lo abandonaron en ese lugar. Es nuestra responsabilidad cuidar de él, pase lo que pase.

La confirmación del deber llegó cuando el niño abrió los ojos por primera vez. Justo en ese momento, sus primeras imágenes serían la de su padre y su madre adoptivos con la mirada compasiva hacia él, con ternura a la vez y con cierto temor e incertidumbre por parte del varón.

Una conexión visual que pareció durar instantes pero que se había llevado una buena parte del tiempo presente.

Una explosión cercana los saca de su trance contemplativo. Es el hombre quien, después de haber visto los ojos por primera vez de ese niño, adquiere un deber de protección que no había tenido antes.

Con su cuerpo estremecido, apoya su mano en el hombro de su mujer y acaricia la cabeza del bebé por última vez.

- Escucha... Tienes que irte de aquí con el niño y huir lo más pronto que puedas. Yo me quedaré aquí a pelear.

- Pero... ¡Es demasiado arriesgado, no tenemos oportunidad! ¡Si te quedas aquí morirás!

- Lo que es arriesgado es que ambos salgamos e intentemos el escape. Uno tiene que quedarse aquí para servir de distracción. Mientras yo hago eso tú tienes que correr con todas tus fuerzas y agarrar la nave que tenemos guardada dentro de la estación A. Te subes con el niño, prendes el vehículo y te alejas lo más que puedas. Este planeta ya no es seguro. Tienes que llevarlo a otra parte.

- Pero... ¿A dónde? ¿Dónde podríamos estar seguros? -preguntó ella con la confusión y el miedo presentes. Su pareja apoya ambas manos en sus hombros.

- Tengo la nave programada con las coordenadas necesarias para que inicies tu viaje en automático. Es un planeta tranquilo y pacífico, increíble e inverosímil. Nadie más lo ha encontrado mas que yo. Ese lugar lo elegí porque es perfecto para esconderse ya que por alguna razón nadie ha podido ingresar en él. Si vas hacia allá y pasas desapercibida estoy seguro de que aquellos que te persigan no te encontrarán.

El hombre rápidamente besa el frente de su mujer y acaricia un momento la melena alborotada del bebé. Había comprendido que un niño como él no merecía tan trágico destino. Estaba dispuesto a arriesgar su vida para conseguir que ambos sobrevivan y puedan ir al destino marcado.

Se aleja para empezar a acercarse a una pared donde tenía apoyada un arma de fuego, lo toma y se empieza a asomar por una ventana cercana. Se coloca de espaldas sobre la pared justo al lado para no ser visto.

- Quiero que cuando empiece a abrir fuego, salgas a correr con todas tus fuerzas. Ingresas al edificio, te metes a la estación A y sales con la nave rumbo a las coordenadas indicadas. Primero vas a tener que usar el piloto manual porque vas a tener que escapar de estas cosas gigantes. Ya cuando estés fuera de este peligro entonces activas el piloto automático para que puedas ir al planeta y refugiarte allá. Lo estudié todo y la comida de ese planeta también es comestible, no te hará daño. Llevas ropa y víveres suficientes en esa nave para durar un largo tiempo en ese lugar. Si logro salir de esto yo te alcanzaré.

La mujer no quería separarse de esa manera, pero no había otra cosa más que hacer. Debía huir con ese pequeño para no ser aplastados por los mismos de su especie quienes los atacaban despiadadamente.

Vio en los ojos de su pareja la aproximación de algo inevitable. Sentía en su corazón que este acontecimiento aproximaba el fin del linaje como raza Tsufuru. Era necesario que existieran sobrevivientes si algún día planeaban regresar y reclamar su propia tierra.

Por ahora… Nada más quedaba por hacer que la retirada. Su esposo asomó la vista por la ventana, luego vio a su mujer por última vez y le hace la despedida.

- ¡Ahora…! ¡Vete! ¡Sálvate tú y salva a este niño! ¡Ve rumbo a la nave en lo que yo los distraigo!

Fue la señal de movimiento rápido que la mujer tenía que escuchar para empezar su rápida huida.

La conmoción de sus sentidos apenas le hizo sentir que había hecho movimiento con sus pies para darse la vuelta y salir por la puerta de ese lugar donde estaban refugiados.

Huyó con todas sus fuerzas con las explosiones escuchándose por todos lados, los retumbes del suelo sacudiéndose insaciables, los sonidos a muerte de sus compatriotas por ser pisoteados o desintegrados por los potentes rayos de los Ozaru y los escombros de los edificios cayendo rendidos ante las fuerzas titánicas de los opresores.

Corrió sin mirar atrás, con pasos presurosos y algo torpes, bajando esa colina llena de tierra y piedra caliza que permanecía oscura por las sombras de las figuras gigantes de esos monstruos peludos, y a la vez iluminada a ratos por esa luz blanca artificial proveniente del cielo que, una vez formada, todos los Saiya – Jin que ahí se encontraban sufrieron esa transformación.

Su pareja estaba disparando su arma láser para concentrar la atención de los monos gigantes sobre su área y se agachaba o se ponía de lado para cesar su fuego y no ser descubierto. Volvía a repetir la misma proeza disparando sobre los cuerpos enormes de los Saiya – Jin, los cuales reaccionaban tratando de ubicar al agresor con la vista, sin lograr aun identificarlo.

Aquello era suficiente para lograr su distracción. Su mujer estaba huyendo con éxito de esa zona llena de peligro. Ella se empezó a meter al área de estacionamientos de la edificación que se encontraba cercana, llegando primero al elevador propulsor ubicado en una esquina hasta subir al noveno piso.

Los temblores formaron parte de la desestabilización de esa grande estructura, en la cual de ratos los focos colocados en partes superiores se desvanecían en breves apagones actuando en parpadeos. Eso le hizo adquirir un sentido de urgencia a la mujer para avanzar lo antes posible rumbo a la nave una vez a la altura del noveno piso.

El elevador se detiene, anuncia la parada con un sonido peculiar y las puertas se abren hacia la izquierda y hacia la derecha respectivamente para abrir el paso.

Ahí estaba la nave que los esperaba, con un diseño aerodinámico y geométrico semejante a un triángulo por la forma de sus alas y la posición de la cabina. Ella corrió rápidamente con el bebé en brazos el cual ya había roto en llanto por todos esos ruidos tan fuertes que no comprendía.

Corrió con las lágrimas saliendo de sus ojos, luego se detiene un momento y ve por última vez desde las alturas cómo los enormes Ozaru seguían derribando las naves de sus compatriotas Tsufuru quienes les disparaban constantemente, intentando alejarlos cuanto antes de las áreas que estaban afectando con sus ataques.

Pisotones sobre el suelo, manos chocando y atravesando las construcciones del pueblo para ir derribando poco a poco todo cimiento y rastro de los Tsufuru… Los monos hacían uso de todo su potencial destructivo con esa transformación que les permitía ocasionar los estragos suficientes para asegurarse la limpieza de este planeta de todo rastro de sus grandes rivales.

Vio la zona donde llegó con su pareja, logrando divisar los disparos láser que salían desde la ventana hasta golpear con los cuerpos gigantes de los Saiya – Jin transformados. Veía que no hacía otra cosa más que distraerlos, lejos todavía de hacerles daño. Se trataba del plan que habían trazado para que ellos pudieran escapar.

De momento entró en una disyuntiva de acciones; no sabía si irse en la nave y dejarlo a su suerte, o dejar al bebé dentro de la nave con el piloto automático para que lo lleve directamente al mundo indicado por las coordenadas. Pero entonces recordó que el hombre le había indicado que primero debía manejar la nave ella misma para que pudiera hacer las maniobras pertinentes de ser necesario, pues cualquier cosa podía ocurrir en esta guerra y necesitaba estar al mando para cualquier intento de derribe.

Miró a la nave, luego vio a esa pequeña fortaleza donde estaba su amado disparando contra los Ozaru, y después observó al bebé que cargaba en brazos totalmente indefenso y ajeno al peligro que estaba corriendo. ¿Tanto había de hacer por un Saiya – Jin, al punto de dejar atrás a su pueblo a su suerte? ¿Debía perder al Tsufuru que más quería en su vida e irse con este bebé rumbo a un lugar seguro?

Tal disyuntiva de decisiones la alertó, la cegó, la tensó y cansó en ese momento. Se sentía perdida, ahogada en sus propios pensamientos. Todo había cambiado tan repentinamente después de aquella socialización con los Saiya – Jin a su llegada. Creían que eran seres amables sin otra intención oculta, sin toda esta intención de conquista y exterminio sólo para su beneficio.

No lograba entender tanto instinto asesino encerrado en semejantes criaturas. No encontraba justificación a todo lo que estaban haciendo y le agobiaba pensar que existiera una raza que asesinara y matara sin escrúpulo alguno. Parecía ser parte de su naturaleza, algo que jamás iba a cambiar.

Una explosión cercana y un tambaleo en toda la estructura le hizo sentir inestabilidad en sus pies.

Un apagón que se manifestó en parpadeo constante de las luces hasta regresar a la normalidad y a la noción de su situación presente. Era como una señal que le indicaba que tenía que tomar una decisión en ese preciso momento. Pues no sólo era la seguridad y la supervivencia de ella como Tsufuru, sino también la responsabilidad que llevaba en sus manos aun cuando se tratara de un niño ajeno, perteneciente a la misma raza que los está exterminando.

Era momento de partir.

Acciona con un control electrónico que saca de una de las bolsas de su ropa, el mecanismo para que se empiece a abrir el compartimento en la parte baja de la nave que lleva directamente al interior de la cabina. Se acerca lo suficiente y se coloca debajo para que un flujo de energía propio de la nave la levante desde el suelo y elevarla hasta meterla dentro. Una vez estando a la altura de los controles de mando, con las puertas bajas otra vez cerradas, el asiento detrás llega hasta ella para tener el reposo y la posición necesarias para pilotar.

La Tsufuru deja al niño cubierto de sábanas al lado suyo dentro de un contenedor en forma de huevo el cual es capaz de sostenerlo. Ella toma los controles de mando con sus manos, viendo cómo los múltiples focos provenientes de los paneles frontales y laterales se accionan para indicar que la nave está lista para operar. Mueve las palancas, acciona los botones, da las instrucciones necesarias y la nave se empieza a elevar por los cielos con los propulsores accionados debajo de ella.

El humo empieza a salir y a esparcirse continuamente debajo del vehículo que ya ha empezado a obtener la estabilidad del vuelo y la posición. La mujer Tsufuru presta atención a la vista que tiene al frente suyo justo donde termina la extensión de ese pasillo.

Quiere tomar las precauciones necesarias debido a la batalla allá afuera, siendo testigo de las explosiones constantes de montañas que colapsan arrastrando consigo todo fragmento antes perteneciente a las grandes construcciones de su pueblo. Quiere tomar todas las precauciones para no ser alcanzada y arrastrada con esos pedazos de metales que ve cayendo desde el cielo.

Empuja las manos al frente para que los controles den la instrucción de comenzar el avance hacia delante. El sonido ensordecedor de gente muriendo, y las explosiones en combinación, le hacían un juego de sentimientos encontrados en todo momento. La adrenalina enaltecida, con el sentimiento de no saber si iba a salir con vida de ahí, la preocupación por el bienestar de su amado y la del bebé que está con ella, se mezclaron en un juego de peligro emocional a punto de convertirse en una crisis.

La nave avanzó y a avanzó hasta que se pudo apartar por completo y comenzar a elevarse por los aires ahora fuera de esa edificación.

En esa elevación pudo ver el panorama completo. Su nave giraba poco a poco hacia su lado derecho conforme alcanzaba más altura, como parte de su programación para virar y colocarse en el punto exacto según las coordenadas programadas.

Ese solo giro pareció eterno. La humanoide lo vio todo desde esa perspectiva única: viviendas volando en pedazos por todas partes, los monos gigantes pisando con sus fuertes y enormes patas los cuerpos de los Tsufuru que los combatían, aplastando a los civiles que huían despavoridamente por igual.

Vio enormes torrentes de energía rojiza salir de los hocicos de muchos Ozaru como gritos de maldad ordenando la presencia de la muerte y la destrucción. Bocas malditas que arrojaban toda esa frustración guardada, expresada en ataques dirigidos a todo aquello que tuviera el infortunio de estar en su camino.

Manos gigantes, ya sea en puño o en palma, arrojando o destruyendo todo objeto o edificación cercana como simples juguetes. Lanzando golpes directos o arrastrando la mano sobre alguna parte alta para derribar las trincheras y las torres de donde les disparaban.

Parecía el apocalipsis, el fin del mundo. La tierra y las montañas se veían rojizas y brillosas como nunca antes, quizás por ese resplandor en el cielo parecido a un pequeño satélite. Los rayos láser, los cañones y demás armas de fuego colisionan sobre las anatomías de los peludos sin provocar el más mínimo daño.

Y su mundo, su planeta, el cual ve morir lentamente para dar paso a una nueva era en la que ellos como raza tenían que perecer y dar lugar a esos Saiya - Jin que vinieron con intenciones totalmente diferentes a las mostradas.

Las lágrimas se le escaparon de sus ojos sin aviso, como si aquella emoción inexplicable e inexpresable dentro de ella sólo estuviera mostrando los primeros síntomas de algo todavía más grande y dañino dentro de ella.

Porque todo había sido tan diferente, porque todo estaba en paz.

De pronto estalló la guerra y todos corrieron con esa desafortunada suerte. El no conocer profundamente a los Saiya - Jin y el creer que habían venido en son de paz, fue el error más grande que pudieron haber cometido en mucho tiempo.

Una sensación de vacío le llegó como si le faltaba el aire. Puede sentir la presencia de una figura enorme apareciendo de la nada aun sin poder verla. Conforme se hace más grande, mientras esa figura va creciendo en altura, nota la forma curva y peluda de lo que parece ser una montaña en movimiento a un costado de la nave.

La cabeza se levanta y deja ver ese hocico prominente, esas fauces saliendo de las comisuras con esos ojos resplandecientes acompañándoles, dotados de un rojo que sólo ve el destino final y fatal de su presa. Miraba directamente a la nave, dispuesto a comérsela o derribarla. Un fuerte alarido salió de esa garganta oculta por la oscuridad, sólo delineada por los filosos dientes que se abrieron de par en par.

Estaba muy cerca de ella. Su sola cabeza era tan grande como la propia nave. Acercó una de sus gigantes manos hacia el vehículo, con una sombra que se proyectó con sus dedos y su palma, oscureciendo parte del interior de la cabina. La Tsufuru temblaba y sudaba frío. Su sistema nervioso estaba colapsado y no le permitía realizar ninguna maniobra de escape. Tal vez porque en su mente no veía otra cosa que el final al ser descubierta su posición.

El sonido se extinguió dentro de ese vacío creado por la conmoción presente. A pesar de estar rodeada de explosiones y muertes, el ruido de afuera se había convertido en algo superficial y poco importante. Sus oídos trabajaban con aturdimiento, con el sonido del exterior apenas perceptible. Había entrado a algo cercano a la nada, a ese paso faltante que llevaba directamente a la muerte.

De pronto la criatura enorme pronuncia un sonido lastimero proveniente de su hocico. Algo lo había empujado un poco hacia delante, logrando con ello su distracción. Alejó la mano de la nave y volteó su mirada a su izquierda, dando su respectiva media vuelta. Un disparo láser chocó sobre su lomo atrayendo su atención. Venía proveniente de una parte inferior cercana, por una zona montañosa.

El Ozaru empezó a interponer sus antebrazos al frente como si de una luz incandescente se tratara. Esos constantes disparos sobre él le molestaban aunque no provocaran daño. La Tsufuru presta atención para ver de dónde provenían, y descubre que era su hombre el realizador de tan arriesgada proeza.

Se alarmó al ver que había salido de su escondite, disparando con demasiada insistencia y energía sobre el Saiya - Jin transformado. Tal fue su ímpetu que su voz alcanzó a entrar a los oídos de su mujer a pesar de la distancia y los metales compuestos por la nave. Ella se alejó un tanto de su asiento, colocando sus manos abiertas sobre una esquina de la ventana cóncava de la nave para mejorar su vista.

- ¡Huyan de aquí, vete ahora! ¡Sobrevive!

El grito enfurecido del Ozaru fue más grande y se notaba más molesto esta vez. Se acercaba a ese hombre con la majestuosidad de un depredador gigante dispuesto a aplastar lo que se atraviese. Las sombras sobre él le conferían el misterio de sus acciones, sólo iluminado por las luces artificiales del fuego, las explosiones y el color de la sangre de las víctimas.

Paso por paso se iba acercando. El Tsufuru seguía disparándole como si no hubiera mañana. Veía una y otra vez la nave esperando a que su mujer aprovechara la distracción y se fuera de ahí cuanto antes. El sonido del retumbe de los pasos del mono gigante eran tan fuertes que resonaban dentro de la cabina de ella.

Volvió a soltar las lágrimas, esta vez gritando el nombre de su pareja. Alcanzó a ver en la mirada de él, a pesar de la distancia, una resignación y una paz que le aseguraba el fin del sufrimiento.

A veces se alejaba unos pasos atrás para reajustar su posición y mejorar su puntería. Los rayos láser no hacían otra cosa que resbalar o desintegrarse en el cuerpo grande y musculoso del mono. Y entonces el Ozaru, para poder avanzar más, terminó derribando toda esa estructura al frente que le estorbaba para poder seguir avanzando, haciendo añicos una parte de los pisos que resguardaban las naves con el peso de su propio cuerpo.

Los pedazos de fragmentos de piedra y de materiales cayeron cercanos a donde el hombre estaba. El polvo levantado ya lo había cubierto, imposibilitándole a su mujer la vista de su amado. Eso, y justo cuando el mono deja caer uno de sus puños hacia abajo después de flexionar sus patas traseras, con el humo cubriéndole... Fue lo que le hizo saber de la suerte que había acabado de pasar su ser más querido.

La mandíbula le tembló, en sus ojos se le reveló la pesadumbre y la angustia, con respiraciones irregulares que sofocaban su ritmo y la hacían sentirse dentro de un profundo ahogamiento. Gritaba su nombre con desesperación, esperando que algo de él pudiera reaccionar.

El computador de la nave hace un sonido característico en sus cálculos, mostrando en pantalla que las coordenadas ya están listas y que todo está preparado para iniciar el viaje. Ella voltea y ve el aspecto tridimensional completo del planeta a donde se dirigen junto con los datos en su idioma de su posición intergaláctica y el tiempo de viaje.

Vuelve otra vez la vista a la escena, desesperada. Ve que el mono empieza a erguirse otra vez, lentamente volteando hacia su nave. Sabe que tiene que actuar cuanto antes y alejarse de ahí.

Se apresura y se pone otra vez en su respectivo asiento. Asegura al bebé accionando un mecanismo que lo encierra por medio de una pared cóncava transparente al frente suyo. Ella se ajusta las medidas de seguridad con acciones indicadas al panel tridimensional que tiene al frente, apretando cuanto botones y haciendo girar medidores circulares para ser ajustada al asiento por ganchos que se amoldan a la forma de su cuerpo y la sujetan correctamente.

Después, se activa una fuerza gravitatoria adicional en su asiento que la asegura por completo. Lo mismo sucede con el bebé al lado en el sitio donde se encuentra. Un conteo regresivo al centro de la pantalla indica que está a punto de iniciar el viaje. Ella se sostiene de las esquinas del asiento, tomando una bocanada de aire como estando a punto de sumergirse en un agua profunda.

El Ozaru marca sus intenciones con ese rugido rasposo que sale de su oscura garganta. Sorpresivamente se deja ir con un salto que lo lleva a tres veces su propia altura en dirección a la nave. Sus manos y sus pies acomodados en el aire, con aras de asir ese objeto y triturarlo. Ella lo nota y espera que el conteo, que acaba de llegar a tres, finalmente llegue a cero.

Un rezo interior se manifestó en ella, cerrando y abriendo sus ojos por la desesperación. El mono ya había empezado su descenso de los cielos, estirando una mano más de la cuenta con afán de dejarla caer con una fuerte palmada.

Finalmente... El conteo llega a cero. La voz de un operador suena a "iniciando viaje". Una velocidad de propulsión notable se activa, la nave empieza a moverse rápidamente hacia su destino.

Eso fue suficiente para que la mano del Ozaru tocara el vació cuando su cuerpo pasó de largo hasta tocar suelo. El viaje de la Tsufuru había iniciado por fin. El destino estaba marcado. Pronto llegaría a un lugar totalmente desconocido para ella.

Se fue alejando de su propio planeta con esas escenas repetidas de explosiones, ataques, muertes, disparos y monos gigantes. A pesar de lo rápido de su desplazamiento, fue capaz de ver los últimos detalles de su hogar antes de llegar a la atmósfera, traspasarla y estar a la intemperie del espacio después del umbral.

Fue entonces que su nave aumentó su velocidad de golpe, llegando a alcanzar velocidades súper sónicas. Según las coordenadas y el estudio de la materia del ordenador del transporte, se podía hacer un viaje recto sin necesidad de desviaciones ya sea por objetos grandes, por agujeros negros, radiaciones, etc. Cosa que el sistema aprovechó para obtener el máximo beneficio de viaje y tener la libertad de mejorar la velocidad lo mejor posible.

Aun con la intensa propulsión, en el interior no se sentía mucho la presión. La tensión por mantener la posición era evidente, pero lo cierto es que la gravedad artificial sobre ambos para mantenerlos en su sitio era suficiente para aligerar las sensaciones de la velocidad del viaje. Ella aguantaba y aguantaba, con todo su cuerpo en máxima circulación de sangre por lo fuerte que estaba apretando sus músculos para que sus sentidos no se apagaran y perdiera la conciencia.

El bebé Saiya - Jin comenzó a llorar, sin saber todavía el motivo de esa sensación de presión sobre su físico. Todo, en una mezcla de retumbe súper sónico, el llanto del bebé, la desesperación y los muchos pensamientos que surgieron en la mujer Tsufuru, se acumuló al punto de faltarle el aire.

Lo más que alcanzó a ver, antes de perder la conciencia, fue el juego de las estrellas y las constelaciones distorsionándose para convertirse en algo parecido a una lluvia interestelar pasándole de largo. Entonces, el movimiento del cuello se hizo involuntario al ya no tener energías para mantenerlo en la posición deseada. Su cabeza cayó recostada a un lado sobre el sillón del piloto, dejando sus manos y sus muñecas caer rendidas del soporte donde estaban sujetas con los dedos.

Lo último que se apagó fue la lágrima que soltó en memoria de su pareja el cual valientemente distrajo al Ozaru para que éste no les hiciera daño y pudieran escapar. Gracias a él estaban aquí con vida, alejándose de su planeta querido para buscar la supervivencia de ambos en un mundo completamente distinto al suyo.

El viaje continuó su curso sin ningún contratiempo en la velocidad del trayecto. El frente de una galaxia podía verse acercándose cada vez más en tiempo real gracias a la tecnología de desplazamiento del transporte. Por la posición de las estrellas y la cercanía de una en particular, era notorio que estaban por llegar a un planeta.


Había pasado bastante tiempo después de perder la conciencia. No había sido capaz de soportar todas esas nuevas sensaciones experimentadas en su cuerpo por la naturaleza y las características propias del viaje. Era la primera vez que salía al espacio de esa manera utilizando ese viaje de emergencia.

Poco a poco abre los ojos, parpadeando unas cuantas veces para lograr enfocar. Vuelve a sentir su cuerpo otra vez y se empieza a moverse lentamente. Hace la cabeza al otro lado para voltear a donde está el pequeño Saiya - Jin, notando que sorpresivamente estaba despierto, ahora más calmado que la última vez.

Le dio una tremenda satisfacción que se encontrara vivo. Se percató y admiró de la resistencia que tienen aun siendo pequeños. Si había logrado llegar con él hasta este momento, fue gracias a que lograron escapar satisfactoriamente de aquel infortunio.

Ella notó la extraña quietud de la nave en ese punto del espacio. No se había dado cuenta que había disminuido la velocidad considerablemente, al punto que todo el espacio exterior lucía tranquilo con las estrellas alrededor en su lugar. Una esfera enorme, dando vueltas sobre su propio eje, estaba presente justo frente a ellos.

El computador de la nave abre una pantalla con la imagen del planeta dentro de un color rojizo con fondo negro. Una voz electrónica anuncia con el mensaje "destino alcanzado. Iniciando ingreso".

Ella prestó marcada atención a ese planeta que parecía guardar una magia especial tan sólo por su apariencia. Sus colores eran vivos y misteriosos a su vez. Las nubes que lo rodeaban formaban remolinos y figuras en los que parecía no existir acceso y que a lo mejor era necesario esquivar para poder ingresar al planeta.

La nave, sin más, comenzó su trayectoria automática rumbo a ese planeta.

Conforme más se acercaban más aumentó la sensación de majestuosidad del astro, algo que se complementaba a la par por el aspecto cada vez más brillante, fantástico y colorido de su interior. Su atmósfera parecía componerse de un polvo estelar que brillaba multicolores con pequeñas partículas flotando separadas entre sí.

Aquello le dio miedo y desesperación, pero también una inexplicable sensación de haber llegado al lugar correcto.

Se empezó a presentar esa fricción de la nave con la atmósfera. El fuego rodeando a toda la nave fue perceptible a través de las ventanas que permitían ver el exterior. Un estremecimiento distinto se presentó dentro de la nave, ahora con la sensación latente de estar a punto de partirse en pedazos por la tremenda agitación de todos los elementos dentro de ella.

Nada de lo que tenía al frente le era claro. El fuego rodeándoles todavía no le permitía ver más allá de esa cortina formada. Por instinto estaba con el cuerpo tenso y preparado en caso de alguna emergencia en donde tuviera que sostenerse fuerte para poder aguantar el golpe. Las agitaciones en toda la estructura de la nave eran constantes, generando una reacción lógica y natural a ese fenómeno provocado por la fricción.

La agitación termina, y el cielo se despeja después de traspasar unas nubes de tono verde pastel que los abarcaba por completo.

El mundo nuevo se reveló a sus pies.

Toda una ostentación de belleza ajena de montañas de diferentes relieves, con ríos pasando sin efecto de la gravedad desde el suelo hasta escalar y subir por algunas de ellas. Pedazos de tierra flotantes que se mantienen en sus posiciones sin indicios de llegar a caer en ningún momento. Arcoíris que se asoman de pronto en los cielos de algunos castillos ubicados en esos enormes terrenos flotantes, aparecidos de pronto por alguna fuerza mágica que los pinta en el cielo.

Ve a criaturas extrañas surcar los cielos, unas serpenteándose de pies a cabeza y otras haciendo uso de sus membranosas alas para alcanzar las alturas e ir de un lugar a otro. Ve ríos cercanos desembocados en lagos con un agua tan pura que brilla ante el más mínimo reflejo de luz proveniente del cielo.

Y la imagen principal, justo al fondo, de lo que parecía ser un reino compuesto y bordeado con numerosos objetos multicolores, cercanos a piedras preciosas. Tal majestuosidad de metrópoli con edificaciones tan altas que sólo su imaginación había podido concebir, estaba justo ahí evidenciándose como verdad pura. Había tantos detalles que sus sentidos no se daban abasto para abarcar e interpretar todo lo que veían, y sus sentimientos no lograban aterrizar alguna sensación que explicara con certeza todo ese cúmulo de incentivos que despertaban en ella un juego mezclado de interpretaciones.

Luego... La nave comienza a hacer vaivenes de forma extraña. Se siente una explosión que sacude la parte trasera. Empieza a salir humo en el área de las alas, en la ubicación de los propulsores. Una sirena dentro de la nave se activa. Todas las luces internas se tornan rojas en apagado y encendido constante, iluminando todo dentro de la cabina.

Los paneles de información reportan fallas en los sectore de la nave. De pronto se siente un notable declive en la altura y en la estabilidad del vuelo. Ella entiende de lo que se trata y cambia el modo automático al manual, la gravedad que la mantenía ajustada al asiento se desactiva para permitirle un mejor movimiento al volante.

Pone ambas manos sobre el mango tirando con fuerza con tal de lograr estabilidad. La nave se siente inestable y en notable descenso, amenazando con convertirse en un aterrizaje forzoso. Ella intenta mantener la calma y tomar cartas en el asunto. Ve que la dirección tomada los puede llevar a sufrir alguna colisión con toda esa estructura al frente, así que cambia el curso virando a la izquierda lo mejor que puede.

La caída y la trayectoria los lleva a un área boscosa cercana. Plantas extrañas de diferentes tamaños, formas y colores son las encargadas de recibir todo el peso de la nave la cual choca constantemente con las hojas, ramas y algunos troncos en toda su superficie frontal. Ella aprieta los dientes y se aferra fuertemente al volante de mando para soportar la embestida.

El transporte sigue su descenso hasta que el suelo y la tierra se convierten en su segundo interceptor. Esta vez la sacudida es mayor, y ella lo siente por las múltiples agitaciones dentro, adquiriendo la sensación de que la nave pueda no aguantar por mucho tiempo debido a la intensidad. La tierra y el polvo son levantadas con ímpetu, reaccionando como el agua al ser empujada como olas por algo fuerte y pesado cayendo sobre ella.

A pesar del evidente freno, la nave todavía no se detiene en su trayecto. Continúa arrastrándose en el suelo provocando toda esa agitación en su interior. Y finalmente, cuando la quietud llega, es cuando la Tsufuru puede dejar de aplicar toda esa fuerza de resistencia que estaba utilizando para no sucumbir ante las fuertes sacudidas.

Se sostiene de los controles de mando con sus fuerzas agotadas, con la cabeza hacia abajo y la agitación de su respiración en su punto elevado. Permaneció el tiempo que su recuperación demandaba en esa situación, hasta que la activación de un sonido del computador le informa del destino alcanzado.

La voz electrónica presenta las indicaciones, mostrando nuevamente en pantalla la imagen completa de ese planeta rotando sobre su propio eje.

- "Objetivo finalizado. Destino: planeta Cincron. Viaje exitoso".

Ella vuelve otra vez en sí con todos los sentidos funcionando. Desactiva los pedazos de metal que sujetaban sus piernas y sus pies para quedar completamente libre. Acerca lentamente su mano derecha rumbo a una esfera portadora de un sensor de movimiento, la cual cumple la función de abrir la parte transparente del contenedor donde se encuentra el bebé.

Acto seguido, el campo de fuerza gravitacional dentro de ese contenedor se desactiva. Ella se pone de pie y lleva sus manos dentro, tomando con delicadeza al bebé Saiya - Jin que acababa de salvar de ese evento y esa colonización desafortunada, proferida por los propios miembros de su raza.

Lo alza y lo lleva a su altura, contemplando su tierna cara y su pequeño cuerpo debajo de la sábana. El estremecimiento en ella era claro; venía de la posible aniquilación de su raza, llegando a un mundo totalmente distinto al suyo sin saber lo que le esperaba. Había salvado a un ser ajeno a su linaje y había dependido de la ayuda de su hombre para poder salir de esa situación desafortunada en la que estuvieron a punto de perecer junto con todos los demás.

Ver ese niño, y preguntarse por qué había llegado tan lejos por él. Tenía a un elemento de la misma raza que se había encargado de lanzar ese ataque sorpresa en contra de todos ellos, en vez de tener a uno de los suyos junto con ella. ¿Por qué había tomado semejante decisión? ¿Por qué no perseveró más en insistirle a su hombre que los acompañase aun con el latente peligro de ser aplastados por ese mono gigante si él no se hubiera encargado de distraerlo?

¿Por qué el destino le había jugado esta pasada, dejándola ahí sola dentro de un mundo tan extraño y tan diferente a todo lo que había visto y conocía como Tsufuru? ¿Por qué había llegado tan lejos por este niño al punto de arriesgar su vida?

Y luego, la cola peluda del bebé se empezó a enredar en su antebrazo derecho. Ella notó el gesto y le miró, sintiendo que lo había hecho para tener un contacto especial con ella.

Y entonces, el contacto visual se manifestó.

El bebé abrió los ojos lentamente, hasta que el enfoque y la ubicación le permitieron quedar en íntimo contacto con los ojos de su salvadora como nunca antes. Esa mirada tierna, humilde y lastimada por los recientes aconteceres fue lo que el niño Saiya - Jin registró como la primera experiencia de su sentido visual, sensorial y emocional.

El fuerte vínculo entre esa familia adoptiva se había manifestado. Juntos, Saiya - Jin y Tsufuru, estaban más unidos que nunca para afrontar esta situación de supervivencia en la cual se necesitaban el uno al otro para sobrevivir.

Ella lo sintió así, se conmovió y le devolvió el gesto con unas tiernas palabras:

- Pequeño... Me diste la fuerza para lograr sobrevivir a todo esto. No es coincidencia que ambos estemos aquí con vida. Ahora que lo recuerdo, nunca te había puesto un nombre. Yo te llamaré, y tú te llamarás... Zanti.

Ese nombre fungió como sello entre el pacto de madre e hijo sin importar distinción de raza, legitimidad o derecho alguno. Ella ya lo consideraba como suyo, y estaba dispuesta a protegerlo, pase lo que pase.

Después asoma la mirada hacia afuera con el niño en brazos, viendo a través del cristal del piloto de la nave para contemplar todo el exterior. Rodeados de plantas de diferentes especies se encontraban, distintas en sus tamaños, colores y texturas. La atmósfera luciendo muy distinta en composición si la comparaba con su planeta natal. Y las tierras elevadas al cielo, al parecer suspendidas por una especie de magia que las mantenía en esa posición, como una marca del estatus y la majestuosidad que este planeta era capaz de mostrar y brindar.

Madre e hijo, Saiya - Jin y Tsufuru, juntos en esta misión de la vida que pondrá a prueba sus destinos, los llevará al descubrimiento de su propósito y a la supervivencia como seres únicos e irrepetibles.

Continuará...


Nota de autor:

Este ha sido el fanfic más extraño que he escrito hasta ahora. Toda esta inspiración se la debo a Diosa de la Muerte quien siempre me estuvo hablando sobre muchos elementos posibles que pudieran formar parte de la mística alrededor del personaje Turles. Cosas que incluso en fics se han encontrado pocas veces, como el hecho de saber qué pasó en la niñez de este personaje y por qué terminó convirtiéndose en la figura y la personalidad que le conocimos ya de adulto.

Y al ser un personaje del que todavía menos se tienen datos en cuanto a su historia, es por eso que me di a la tarea de tratar de explicarlo todo en este fic. Esta historia, en estimado, probablemente se extenderá hasta 12 o 13 capítulos. Elegí escribir sobre Turles porque significa para mí un enorme desafío y porque siempre estoy dispuesto a explotar esa faceta de hacer frente a cualquier reto por muy difícil que sea, cosa por la cual soy conocido.

Además, este fic es una práctica para un concurso de cuentos en el que estoy por participar y en el que buscaré ganarme una posición importante para empezar a hacer conocido mi trabajo por medio de una convocatoria lanzada por CONACULTA.

Los dejo sin más y los espero en la próxima actualización.

Hasta el siguiente.