ARDAMOS

Capítulo 10: Cómplices y enemigos

Masamune nunca supo cómo lo hizo, pero había logrado subir al ático casi de un salto. Una vez adentro su visión se nubló ante la escena. Manos entrelazadas que forcejeaban entre ellas, piernas abiertas dejando sus secretos al descubierto, marcas por el cuerpo de uno de los presentes, sangre en la ropa del otro, un jarrón roto en el piso.

Actuó por pura inercia. Derribó al hombre con relativa facilidad y lo mantuvo bocabajo contra el suelo apoyando todo su peso sobre su espalda. Pelear no era precisamente su fuerte, y tampoco quería armar más jaleo del que ya había. Tras asegurarse de que el sujeto en cuestión había dejado de luchar por zafarse, dirigió su mirada preocupada hacia el chico que yacía en la cama aún en estado de asombro por lo sucedido.

Y es que todo había pasado tan rápido. El momento en que el hombre entró a la habitación, el saludo usual que Onodera le dedicaba a sus clientes, la espera que lo hacía sentir nauseabundo y asqueado consigo mismo, los primeros roces que rápidamente se convirtieron en agresiones, el jarrón que le estrelló al hombre contra el pecho para defenderse, el recuerdo de Takano Masamune que cruzaba su mente cada vez que tenía que verse con alguien y la súbita realización de que en esta ocasión lo que veía no era una imagen mental, sino el hombre en persona quien había derribado a su agresor. Y lo único que puso hacer fue observar.

Se quedó ahí, inmóvil y con solo una camisa rota que trataba de cubrir su cuerpo denudo y lastimado. Masamune notó algunas marcas de mordidas iguales a las que había visto en las piernas de Ángel minutos antes y se encolerizó aún más. Por lo menos, pensó, no estaban sangrando y al parecer la hemorragia provenía del hombre al que tenía atrapado contra la alfombra cara del piso. Hizo una señal a Onodera para que llamara a alguien, a quien fuera, porque necesitaba que alguien se encargara del sujeto mientras se aseguraba de que el chico estuviera bien. Onodera comprendió y se puso de pie. Ni siquiera le importó estar desnudo, ni esto afectó al juicio de Masamune porque lo único que él quería era saber que estaba a salvo. Cuando el chico se levantó y caminó con normalidad hacia el teléfono para llamar a la recepción comprobó que al menos físicamente estaba a salvo.

La ayuda no tardó en llegar. Un par de chicos con los que Masamune ya había tratado en las semanas pasadas llegaron deprisa y sostuvieron al hombre y lo arrastraron hacia la salida. Masamune corrió entonces hacia donde Onodera se había quedado observando la escena y no se reprimió ni un segundo más; rodeó al joven entre sus brazos y lo obligó a hundir el rostro sobre su clavícula mientras el hacía lo propio y aspiraba el aroma de su cabello lacio y castaño. Onodera no devolvió el abrazo. Permaneció inmóvil repitiendo incesantemente que se encontraba bien y que no había razón para preocuparse, pero no logró que Masamune tan siquiera debilitara su abrazo. Cuando finalmente lo hizo fue porque ya se había hastiado de no poder mirar a Onodera a los ojos durante todo ese tiempo.

Y ahí estaban los orbes esmeraldas viéndolo fijamente como si quien debiera estar preocupado por el otro fuera él y no Masamune, y Masamune solo pudo cubrirse los ojos con el dorso de la mano para evitar que Onodera viera la debilidad que sentía en esos momentos. Fue entonces que, cuando todo entre ellos se hallaba tan íntimamente conectado, llegó Ángel con las piernas vendadas y la preocupación rebosando en su bello rostro por donde el maquillaje se había corrido y unas marcas azuladas le hacían ver hinchada y adolorida.

Hizo lo mismo que Masamune al entrar, rodear a su compañero en un abrazo cálido y bombardearlo de preguntas acerca de su estado. Onodera seguía repitiendo que se encontraba a salvo y que no había nada de qué preocuparse, pero la chica, quien derramaba gruesas lágrimas y empapaba con ellas la piel de Onodera, se negaba a dejarlo ir. Más gente comenzó a llegar a la habitación y Masamune supo que era hora de retirarse. Discretamente bajó la escalerilla y se escabulló hacia la salida aprovechando el revuelo que la escena había causado en el lugar. Si alguien lo vio probablemente pensó que acababa de salir de alguna de las otras habitaciones, así que no habría problema alguno.

Caminó calle abajo con los puños cerrados preguntándose qué habría pasado de no haber acompañado a Onodera y se odió a sí mismo por no haber sido él quien se encargara del maldito pervertido que le había tratado de dañar de esa forma. A unas cuantas cuadras de donde había estacionado su automóvil se dio cuenta de que había olvidado su abrigo en el cabaret y pensó en regresar a buscarlo, pero luego recordó que no tenía nada de valor en los bolsillos y se convenció de que no valía la pena volver por él mientras las cosas estuvieran tan ajetreadas porque no quería causar más inconvenientes de los que ya había causado. Con estos pensamientos en mente apresuró el paso para llegar a su vehículo, hasta que una voz conocida hizo que una extraña corriente eléctrica recorriera su espina dorsal entera.

- ¡Takano-san!

Su cerebro le decía que no debía voltear, pero su cuerpo lo hizo inconscientemente. Ahí, a una cuadra de distancia y corriendo hacia él estaba su subordinado con los brazos alzados tratando de llamar su atención. A Masamune se le antojó tentadora la idea de no hacerle caso y huir del lugar, después de todo no le debía explicaciones a nadie y mucho menos a él, pero una parte de sí mismo sabía que de cualquier forma tendría que enfrentarlo tras lo sucedido.

- Kisa, buenas noches.

El chico, que ya estaba cerca de rebasar la línea de los treinta años, jadeaba pesadamente tratando de recuperar el aliento perdido durante su carrera para llegar con Masamune. A falta de aliento, susurró como pudo una respuesta y luego continuó tratando de recuperar el ritmo normal de su respiración.

- ¡Qué bueno que te encontré! – exclamó por fin cuando pudo hablar normalmente. – Necesito hablar contigo.

- No creo que sea momento adecuado para darle vueltas al asunto, así que escúpelo.

- Ah, lo siento. No en realidad… ¡Ah! ¡No sé ni por qué me estoy disculpando!

Masamune sintió un escalofrío debido al clima frío de la noche y recordó que no llevaba su abrigo puesto. Al fijarse bien, notó que Kisa también temblaba un poco y le ofreció el asiento de copiloto de su automóvil y la calefacción del mismo para reducir el frío que sentían. Kisa asintió y entró algo apenado al vehículo mientras tallaba sus manos una contra la otra en busca de algo de calor. Tras agradecerle sus atenciones al editor en jefe pudo calmarse un poco y comenzar a hablar.

- Había escuchado rumores, pero no creí que fueran ciertos.

- Y aun así viniste a comprobarlos.

- No, no, no es lo que crees. Bueno en parte lo es. Es que un amigo de otro departamento me comentó sobre lo que había escuchado de ti. "Tu jefe anda vendiendo su culo por las noches". – Kisa imitó la voz de la persona en cuestión en tono cómico – Claro que no le creí nada, al menos hasta que mencionó el lugar en donde supuestamente te andabas prostituyendo.

Masamune no pudo evitar soltar una carcajada al escuchar lo que Kisa acababa de decir. Kisa detuvo su relato y miró confundido a su jefe, esperando a que este recobrar la compostura y volviera a actuar como antes.

- Sí, es lo que creí. Bueno, la cosa es que no pude evitar sentirme un poco culpable porque a fin de cuentas quien te habló de este lugar fui yo, así que me siento en parte responsable de, pues, lo que sea que hagas ahí.

El editor en jefe encendió un cigarrillo y le ofreció uno a su subordinado, quien lo rechazó con educación. Sin insistir guardó la cajetilla en su bolsillo trasero del pantalón y llevó la mano a la palanca de velocidades del auto.

- Hablemos en un lugar menos público, o de camino a donde tú vivas. Te llevaré hasta ahí, no te preocupes.

- Ah, no gracias. Él se molestaría un poco si me viera llegar a casa con otro hombre…

- ¿Acaso es muy posesivo? ¿No puedes explicarle que soy tu jefe?

- Ah, bueno… No es que lo sea, pero acabamos de resolver unos problemas entre nosotros y no quiero hacer nada que pueda parecer sospechoso.

- Entiendo, entonces déjame por lo menos acercarte a donde sea que vivas. Por el camino te explicaré qué hago en el cabaret. Imagino que eso es lo que originalmente querías escuchar.

Kisa se acomodó más en el asiento y se puso el cinturón de seguridad. Masamune arrancó y comenzó a seguir indicaciones y a hablarle a Kisa acerca de Onodera. Kisa Shouta siempre había sido un empleado confiable y directo. Su honestidad había causado un muy buen impacto en Masamune, así como también lo recatado y misterioso que era cuando se trataba de hablar de su vida personal o de la del resto del mundo; por lo tanto, Masamune tomó una gran bocanada de aire y se lo contó casi todo a Kisa. Desde su primer visita al cabaret y sus intenciones, hasta la noche que estaba transcurriendo y el incidente con el sujeto sospechoso. Le habló de Onodera, pero omitió todos los detalles personales que sabía más por temor a que Onodera no quisiera compartirlos que a que Kisa los divulgara. Y antes que todo lo hizo porque se sentía bien ser escuchado y obtener una perspectiva diferente de las situación.

- Vaya, el novato está en una situación algo complicada, ¿no? – dijo Kisa cuando por fin Masamune se detuvo para dejarlo bajar. – Si necesitas ayuda o información cuenta conmigo.

- Lo haré, gracias.

- ¡Ah! Y una última cosa, Takano. No te desanimes. Lo que tenga que suceder sucederá, y estoy seguro de que él siente algo por ti, así que no pierdas la esperanza. ¡Nos vemos!

Masamune miró a su empleado alejarse corriendo y él dio la media vuelta y se dirigió a su departamento. Su mente se hallaba más despejada, pero necesitaba con urgencia un baño y una aspirina para ayudarse a dormir bien esa noche. Luego del baño se dirigió a la cocina y miró el reloj. Eran las doce en punto de la noche. Luego de acabarse el agua con la que se había facilitado la aspirina, Masamune se dio la media vuelta para regresar a su dormitorio, hasta que un sonido lo detuvo. Era el timbre de su puerta.

Por la hora que era se imaginó que sería algún vecino que venía a quejarse del ruido o de las luces encendidas en su departamento, así que suspiró y se preparó para enfrentar a quien fuera. A quien fuera menos a quien estaba parado frente a su puerta con su abrigo entre los brazos.

- Bu…buenas noches.

- Buenas noches.

Masamune quitó el seguro y dejó a Onodera pasar. Estaba sorprendido porque el chico recordaba su dirección aunque solo había estado ahí una vez, pero también se sentía feliz por ello. Consciente de quién era, se dio cuenta de que al salir de bañarse no se había puesto una camisa y llevaba todo el torso descubierto. Disculpándose fue a ponerse algo y regresó a lado de Onodera, que lo esperaba sentado en una silla de la cocina.

- ¿Vienes a devolver eso? – Masamune señaló el abrigo y Onodera asintió y se lo entregó. Su nerviosismo era evidente, pero la razón detrás de él no. - ¿Pasa algo?

- Gracias.

Masamune no comprendió el agradecimiento de Onodera hasta que este se quitó la bufanda y dejó al descubierto algunas marcas de mordidas que tenía en el cuello. Onodera se puso de pie, se acercó a él y repitió el agradecimiento mientras hacía una reverencia.

- ¡Muchas gracias por lo que has hecho!

El editor en jefe estiró el brazo izquierdo y tomó la mano derecha de Onodera. La sintió cálida y temblorosa, resultado de la vergüenza que seguramente sentía en esos momentos y de toda la fuerza y preparación que debió necesitar para pronunciar tan simples palabras.

- No fue nada.

Onodera cayó de rodillas al suelo y comenzó a sollozar. Masamune no pudo reprimirse tampoco al verlo así, y le abrazó como jamás lo había hecho antes. Dejó que Onodera llorara hasta saciarse y quedarse sin lágrimas y no lo soltó hasta que el chico le pidió que lo hiciera, y cuando lo hizo su mundo entero se vino abajo cuando sintió el cálido aliento del otro rozando sus labios y su tímida lengua entrando en contacto con el interior de su boca.

Se besaron varias veces por varios minutos aferrándose a la ropa del otro como si todo fuese una ilusión que podría acabar si se apartaban. Enredaron sus dedos en el cabello ajeno tratando de profundizar cada beso como si quisieran recuperar el tiempo perdido desde su reencuentro y Masamune repitió incansablemente cuanto lo quería cada vez que se retiraba en busca de aliento para poder seguir besándolo.

Pero no pasó a más. Onodera se durmió en brazos de Masamune y fue llevado por él a la cama y cubierto con una sábana y despedido con un tierno beso en la frente. Masamune deseó haber podido hacer más para borrar el horrible recuerdo que Onodera tenía de esa noche, pero se reprimió a pesar de arder en deseo de poder limpiar con su propio cuerpo y sus propias manos cualquier marca o rastro que el otro, o que los otros antes de ese, pudieron haber dejado sobre su adorado Ritsu.

Se mantuvo en vela abrazado a él hasta muy entrada la noche. Onodera se removió y abrió los ojos en un momento y se levantó para ir al baño. Masamune temió que fuera una excusa para escapar, pero para su sorpresa regresó con el rostro y las manos mojadas y se metió de nuevo entra las sábanas para acurrucarse a su lado. Entonces, y solo entonces, cuando estuvo seguro de que lo que tenía enfrente no era una ilusión y de que Onodera no pensaba irse de su lado, pudo conciliar el sueño.

Al despertar horas más tarde lo hizo como si fuera la primera vez que en realidad despertaba. Se sentía cansado, pero renovado de una manera que no podía describir. Que Onodera se levantara después de él y rechistara porque lo saludara con un fugaz beso en los labios, pero no se apartara para esquivarlo, lo puso de mejor humor todavía. Le propuso desayunar juntos, y a pesar de las negativas de Onodera logró su objetivo. No se separó de él en todo el día, ni siquiera cuando debieron partir para llegar al trabajo.

Llamaron la atención de muchos ojos al llegar juntos al edificio. Era bastante obvio lo que ocurría, y sin embargo, Onodera se esforzaba por tratar de actuar como siempre lo hacía, indiferente. Cuando llegaron a su departamento cada quien ocupó su lugar y se puso a trabajar. Masamune no dijo nada después, pero logró divisar que Onodera le observaba de reojo mientras revisaba manuscritos o mientras hablaba por teléfono y esto aumentó su ego de forma inconsciente.

Kisa decidió llegar tarde ese día, pero al llegar supo que algo había sucedido. Sin decir nada saludó a todos y le lanzó una mirada cómplice a su jefe que fue contestada con un fuerte regaño acerca de la puntualidad. El editor se puso a trabajar y no mencionó nada del asunto, pero se la pasó observando a Onodera más que de costumbre.

Los problemas comenzaron cuando el día laboral casi terminó y Onodera se disculpó porque tenía que salir más temprano ese día. Sin dar explicaciones a nadie se dio la media vuelta y salió del departamento. Kisa se preocupó un poco y sospechó lo mismo que Masamune. Onodera iba al cabaret.

Masamune no podía simplemente dejar el trabajo como estaba, pero confiaba en que por lo menos tendría tiempo suficiente como para alcanzar a Onodera en la estación del tren si se apresuraba y salía en su auto a buscarlo. Y así lo hizo.

Lo alcanzó apenas unas cuadras antes de donde Onodera debía dar vuelta para llegar a su destino. Al verlo llegar, el chico apresuró el paso, pero Masamune abrió la ventana del auto y con sarcasmo le anunció que no había forma en que pudiera ganarle a pie. Onodera se detuvo y con la cabeza baja pidió una disculpa.

- Sube. Necesitamos hablar de esto. – Masamune señaló en dirección al cabaret.

- No puedo simplemente dejarlo, y preferiría que dejarás de tratar que lo hiciera.

- No tienes que hacerlo. Ahora tienes un trabajo estable y…

- Te equivocas. TENGO que hacerlo. No hay más opción.

- Si tan solo me explicaras por qué…

- No quiero hacerlo. No ahora.

- Entonces, ¿qué? ¿Seguirás viniendo cada noche para acostarte con tipos diferentes cada vez y luego regresarás conmigo y me besarás con esos labios que ellos ya corrompieron a su gusto? ¿Me dejarás tus sobras?

- No entiendes.

- ¡Claro que no entiendo! ¡Porque tú no me lo dices! ¡No podemos seguir con lo mismo ahora que estamos como estamos, Onodera!

Masamune se bajó del automóvil y sin importarle quién estuviera mirando levantó a Onodera en el aire y lo obligó a asirse de él mientras lo llevaba al interior de su automóvil. El chico no forcejeó. Se dejó llevar porque sabía que no ganaba nada resistiéndose. Nunca ganó nada resistiéndose a Masamune, ni antes, ni ahora.

- Te llevaré ahí ahora mismo, y quiero que les digas que ya no regresarás. No después de lo de anoche. No después de que por fin estás conmigo. Si tienes algún problema yo hablaré con ellos.

- No, está bien. Lo haré yo solo. Pero tomará su tiempo. Necesito recoger mis cosas y firmar mi renuncia y otras cosas. ¿Esperarías por mí?

- Lo he hecho todo este tiempo, creo que una hora más no me matará, Onodera.

Onodera partió tras recibir un beso de despedida en la mejilla. El calor que ahora emanaba del contacto lo hacía sentir más positivo, pero también más culpable, porque acababa de mentirle al hombre que lo había salvado de tantas cosas terribles. Decidió que lo haría, se iría de ese lugar, pero no esa noche. Aún quedaban cosas por resolver y promesas que cumplir. Sin volver la vista atrás entró al cabaret y anunció su llegada. Ángel le esperaba en la recepción aliviada de ver que estaba en buen estado, y Onodera se alegró de que si bien a ella no le habían otorgado permiso para faltar y recuperarse de sus heridas, por lo menos la habían relevado de sus labores de dama de compañía. Ahora solo quedaba una cosa por hacer. Ángel le dio la bendición de siempre, un beso en la frente para la buena suerte, y luego lo dejó ir. Onodera vio a Ann, que por suerte no había estado el día anterior en el lugar, arreglando la cama de una de las habitaciones. Pasó con cautela para que no lo viera, porque seguramente ya alguien le habría contado lo sucedido y si se la encontraba no dejaría de hacerle preguntas acerca de su bienestar.

Una vez superado ese último obstáculo solo quedaba llegar y subir al ático, en donde Fumio lo esperaba con las piernas seductoramente abiertas y un látigo en la mano como selección para esa noche. Onodera tragó saliva, porque las marcas serían más difíciles de esconder y explicar a Masamune, pero no se echó para atrás. Cerró la trampilla detrás de sí y comenzó a desnudarse para la mujer.

Exactamente unas dos horas más tarde salió del ático y se dirigió a la cocina por un vaso de agua. Le dolían las piernas y la espalda, pero lograba caminar de modo que se veía natural. Regresó a la recepción para anunciarle a Ángel que ya se iba y al llegar se encontró con ella platicando animada con Masamune.

Un fuerte sentimiento le oprimió el pecho. Culpa. Sabía lo que acababa de hacer y todavía tenía el descaro de ir y plantarse frente a él para seguirle mintiendo, pero tal vez era lo mejor. La verdad era demasiado dura y difícil de enfrentar, y no quería entrometerlo más.

Entonces una voz seductora de mujer llegó a sus oídos desde el pasillo por el cual él acababa de llegar y sintió que todo a su alrededor se desplomaba, y que la mentira era destruida tan rápidamente como fue formada.

- Caballero, buenas noches. ¿Ha venido por otro servicio?

- No exactamente – Masamune sonrió a la mujer de quien no sospechaba nada – he venido por él.

- Vaya, buena elección. Creo que ya está listo para otra ronda, ¿no es así Ritsu?

Los ojos de Masamune se enfocaron en el chico que ahora desviaba la mirada al suelo. Ángel sintió la tensión formarse en el ambiente y trató de tranquilizar a Masamune acariciándole el brazo con ternura, pero no logró el efecto que quería.

- Pensándolo mejor, creo que regresaré otro día. Se le ve muy cansado y prefiero que esté en buenas condiciones cuando venga. Hasta entonces.

- Regrese cuando quiera, caballero.

Onodera quería gritar su nombre y explicarle todo en ese momento, pero no fue capaz. Se limitó a verlo alejarse mientras repetía la frase usual de despedida y reprimía las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos. Lo que menos quería era herir a Masamune, y eso era lo único que había logrado.

Mientras Masamune se alejaba y Onodera se concentraba en permanecer calmo, Fumio observaba la escena con curiosidad y entonces algo dentro de ella hizo chispa.

- Ángel, querida. Nunca me dijiste quién fue el hombre que tan amablemente hizo el favor de ayudar anoche a nuestro pequeño tesoro.

Onodera tembló. Era demasiado tarde para detener lo que irremediablemente estaba destinado a suceder.

- Oh, fue ese hombre que acaba de salir.

- Ya veo. Parece ser que ha tomado cierta fijación por nuestro Ritsu, ¿no te parece?

Ángel se llevó las manos a la boca por puro reflejo al darse cuenta de que lo que acababa de decir había sellado la sentencia de Onodera, y quizás también la de Masamune. Fumio simplemente observó con una sádica sonrisa en el rostro a su joven estrella desmoronarse ante sus ojos.


Bien, no voy a mentir, espero mucho odio por este capítulo... Porque admitámoslo, soy horrible. No se preocupen, esto tendrá un final feliz... probablemente... en el futuro... ¡Muajaja! Pero ya en serio, gracias a todos aquellos que siempre dejan reviews, sus comentarios me ayudan mucho a pensar en ideas para el fic y sobretodo me motivan a seguirlo.

Respecto al capítulo... espero haber causado la impresión que esperaba. Y no, no hubo lemon/smut o no sé cómo se le llame ahora, lo siento si pensaron que habría TuT quizás más adelante si ustedes lo piden. Ya está tomando más forma esto~ ¡Yey! He intentado desarrollar la relación entre Masamune y Ritsu lo mejor que he podido sin comprometer la trama, pero no sé si esta vez me haya precipitado demasiado o algo así... solo sé que el final era necesario y que me gustó como me quedó en general ^^u Ya me dirán ustedes qué píensan. ¡Gracias por leer hasta aquí!

~Hitomi G.