¡POR LAS TRES MURALLAS!
No tengo palabras suficientes para excusarme por mi desaparición durante TANTOS días.
¡Fueron 19 días!
¿Alguien acá aun lee mi fic? *Llora*
Y sí, sigo viva(?)
Pero, tenía tarea. Y cuando digo tarea, me refiero a TAREA en MONTONES. Fue horrible.
De hecho, aun las tengo, por los siguientes tres días. Y debería estar en ello.

Pero, el capitulo lo terminé ayer, para ustedes :'D

¡3135 PALABRAS! Todas son suyas. Traídas con mucho esfuerzo y lagrimas(?)
Espero les guste :'D

Disclaimer: Haikyuu! no me pertenece, es de Furudate Haruichi.
Advertencias: Angst(? Aunque no soy buena en ello. No sé.


Capítulo 11: Colores.

Hinata abrió los ojos pesadamente, encontrándose con nada más que oscuridad. Estaba acostado en una cama, que estaba en una habitación no era la suya. Una sábana le cubría hasta el cuello y un trapo húmedo estaba en su frente. Un ligero olor a huevos y pan venía desde abajo, suponiendo que estaba en el segundo piso de una casa.

La casa de Kageyama.

Se sentó en la cama, poniendo los pies fuera de esta. Se levantó con ayuda de la mesilla a su lado, llegando a la ventana para descubrir que de hecho si era tarde. La luna brillaba en frente de él con una particular forma de uña del pie.

Se dirigió al baño pesaroso, somnoliento y aún mareado.

Encendió la luz del cuarto de baño y abrió el grifo del agua; lavándose el rostro. Levantó la mirada para verse en el espejo solo para soltar un grito al ver su reflejo.

De nuevo era un chico.

Hinata cayó en pánico, cerrando de un portazo la puerta del baño y asegurándola, para después sentarse de espaldas a esta.

Rayos. ¿Por qué ahora?

Entre su pánico creciente, escuchó los pasos de Kageyama subiendo las escaleras a la habitación. Pudo sentir como su corazón comenzaba a latir más rápido.

«Pero por favor, ten cuidado. Los sentimientos son una de las cosas con las que no se deben jugar, sobre todo si vienen de personas tan cerradas como Kageyama. Confío en que sabrás como resolver todo.»

Recordó las palabras que Sugawara le había dicho el día anterior, advirtiéndole de acabar con todo aquello antes de que se tornara de la manera en que estaba ahora. Suspiró ante su idiotez mientras unas rebeldes lágrimas de frustración se le escapaban.

Escuchó la puerta del cuarto abrirse, y luego cerrándose. Su nerviosismo fue en aumento, junto con el tamaño y cantidad de sus lágrimas mientras los pasos de Kageyama se acercaban hasta la puerta del baño.

– ¿Sucede algo? –Preguntó pasivamente, tocando la puerta ligeramente. Hinata agarró una de las toallas que se encontraban allí y se cubrió la boca para distorsionar su voz.

– No, na-nada. Solo no me siento bien. –Respondió, tratando de esconder su voz nerviosa. – Vuelve más tarde.

– Eso no podrá ser así. Es mi habitación, después de todo. –Le dijo tranquilamente. – Además, podrías empeorar estando allí dentro.

Le siguió un largo silencio, y cuando volvió a hablar Hinata pudo escucharle más cerca. Intuyó que se habría sentado en frente de la puerta.

– Dime que te pasa. –Volvió a decirle. Su voz mantenía el mismo tono tranquilo, y Hinata deseó que se hubiera quedado de esa manera.

Hinata dudó unos segundos antes de responder. No tenía nada que perder, porque sabía que en algún momento tendría que salir del baño, y sabía que Kageyama no se iría.

– ¿Te gusto? –Dijo rápidamente, las palabras chocando mientras las pronunciaba. Las lágrimas seguían cayendo por su rostro.

Kageyama vaciló unos segundos antes de que contestara claramente pero en voz muy baja.

– Sí.

Algo dentro de Hinata se rompió, y sus lágrimas comenzaron a caer sin parar. No pudo esconder sus hipidos pero tampoco le importó que el otro le escuchara.

– ¿Y qué te gustó de mí? –Se atrevió a preguntar, aunque sabiendo que la respuesta le haría daño. Se preparó para lo peor, se preparó para escuchar los verdaderos sentimientos del chico al que gustaba y que había engañado.

– Todo de ti. –Dijo aun en voz baja. Hinata podría decir que tenía el rostro de color tomate en aquellos momentos. – Tu cabello es muy lindo, y tu forma de ser me agradó. No eres tan común, como… las demás chicas, y eres adorable.

Hinata soltó un sollozo en voz alta cuando Kageyama terminó de hablarle.

¿Cómo le diría que la chica de la que se había enamorado no era una chica en realidad?

– La alergia sí que te afectó la voz. –Kageyama comentó, su voz más audible y tranquila.

El peli naranja miró al techo del cuarto de baño, tan blanco como el resto del baño. Lagrimas aun caían por su rostro y seguramente tenía un aspecto deplorable. Pero en aquel momento pensó en cómo le diría a Kageyama lo que tenía que hacer. Era inevitable, y no se podría prolongar. Porque no había nada que pudiera hacer para espantarlo de allí.

Sería inevitable romperle el corazón.

Lo que conllevaba a romper el suyo también.

Se quedaron en silencio de nuevo. Kageyama esperaba una respuesta de parte de Hinata, el cual estaba divagando en su mente. Ignorando por completo lo que le había dicho.

– Te quiero.

Kageyama escuchó su voz, fuerte y clara. Hinata había reunido toda la fuerza de voluntad que su cuerpo podía poseer y había articulado las dos palabras que tantas ganas tenia de decirle. Se había quitado la toalla del rostro, y con ella tapado su cara avergonzada. No tenía ganas de saber que pasaría después, o que pasaba por la mente del chico al otro lado de la puerta en ese mismo instante.

– ¿Hinata? –Su voz salió en un suspiro, y con un poco de incredibilidad. Hinata no respondió, sino que se mantuvo en silencio. Lo único que le probaba al pelinegro que del otro lado había alguien era el sonido de unos pequeños sollozos.

La puerta comenzó a batirse, y la perilla de la puerta vibraba ante la insistencia de Kageyama que ahora quería abrirse paso dentro del baño. Hinata sintió pavor, ignorando por completo la voz insistente del otro demandándole que quitara el seguro.

– Lo siento Kageyama. –Habló de nuevo, las patadas en la puerta del baño hacían eco en el pequeño cubículo. Sus lágrimas no hicieron más que intensificarse. Y temió por la posibilidad de que la puerta se agrietase y rompiese. – De verdad lo siento.

Perdió la cuenta de la cantidad de «Lo siento» y «Perdóname» que le había dicho. Y mucho menos de la cantidad de lágrimas que hasta entonces llevaba derramadas.

– ¡Abre la puerta, Hinata! –Gritó el pelinegro, aun golpeando con insistencia con puños y pies la puerta.

– Lo siento, lo siento… –Hinata se mantuvo repitiendo las mismas dos palabras, como si fuese un mantra. Recogió sus piernas hacía sí mismo, abrazándolas y escondiendo su cabeza entre ellas, tratando de ignorar todo y buscar refugio en sí mismo. Su espalda vibraba ante los golpes de Kageyama a la madera de la puerta tras de sí. – Lo siento, lo siento… pero no abriré la puerta.

Entonces todo fue silencio. Las patadas dejaron de sonar al conjunto de los puños insistentes. Escuchó como abría el closet y seguidamente unas llaves sonaron, junto con sus pasos alejándose mientras la puerta de la habitación era estampada.

La puerta de la planta de abajo sonó, y entonces; nada.

Estaba solo. Kageyama se había marchado.

Y sus lágrimas comenzaron a salir de nuevo.

Lo siento.

-XX-

Un cuarto de hora después se atrevió a salir del baño. A pesar de todo el daño que la puerta había recibido, no se había agrietado en ningún lugar. Hinata observó su reflejo en el espejo, lucia horrible. Sus ojos estaban rojos, y el brillo usual en ellos se había extinguido. Sus labios estaban hinchados, y su garganta dolía. Y luego estaba aquel sentimiento en el hueco de su estómago, que dolía. Como si le hubieran golpeado por muchas horas y luego dejado sin comida durante meses.

No había más lágrimas que derramar, porque no salían. Observó el reloj sobre la mesilla de noche, eran pasadas las ocho de la noche. Hinata buscó por el teléfono y marcó el número de Sugawara, que se había aprendido de memoria.

El timbre sonó cinco veces antes de que la voz suave de su senpai contestara al otro lado de la línea con un ''¿Si?''

– Sugawara-san… –Comenzó a decir, teniendo que interrumpirse ante el quiebre de su propia voz.

– ¿En dónde estás, Hinata? –Su voz sonó seria, y a la vez preocupada. Había intuido la situación sin siquiera haber dicho nada. Agradeció al cielo por no tener que relatar lo que había sucedido.

– Estoy en casa de Kageyama. –Le explicó, rezando porque supiera en donde quedaba ubicada. – Lo siento mucho Sugawara-san… tenías razón. Tenías razón.

Del otro lado pudo escuchar el suspiro del peli plateado, para luego informarle que estaría allí en unos minutos.

Y el sonido de la llamada siendo terminada.

-XX-

Despertó en la habitación de Sugawara.

Luego de haberle llamado en la noche desde la casa de Kageyama, había esperado en el pórtico durante veinte minutos antes de que el chico apareciera para llevarlo a su casa. Le había mirado preocupado y abierto sus brazos cuando le vio tan destruido.

No había comentado nada cuando caminaban a su casa, ni Hinata lo había hecho tampoco.

Al llegar a casa del peli plateado había subido las escaleras en completo silencio y encerrado en el cuarto, cayendo en un profundo sueño.

– Hola. –Escuchó la voz de Sugawara. Volteó en su dirección. Tenía una humeante tasa en la mano, ofreciéndosela. Hinata la aceptó, aunque no tuviera ganas de comer ni beber en absoluto. Era café. Disfrutó del olor cálido y reconfortante que llegó a sus fosas nasales. – Hoy te llevaré a tu casa, después de todo es domingo. ¿Estás de acuerdo?

Hinata sabía que tenía que volver a su hogar, aunque no tuviera ganas de hacerlo. Porque no quería que su madre le viera de esa manera, ni mucho menos su hermana.

Hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Sugawara observó la tasa, aun llena en sus manos, dirigiendo entonces su mirada al suelo con pesar.

– De acuerdo.

Se levantó de la silla en donde estaba sentado, y antes de salir, coloco una mano sobre la cabeza del menor, alborotando su cabello que volvía a ser genuinamente naranja. No reaccionó de ninguna manera. Sugawara se preguntó si alguna vez le volvería a ver sonreír.

Cerró la puerta de la habitación, dando un último vistazo a Hinata. Observando como sus hombros brincaban mientras lloraba de nuevo en silencio.

-XX-

Respiró profundamente al escuchar la puerta de su casa cerrarse. Estaba de vuelta después de una semana entera, que le habían parecido meses. Sugawara le había llevado en la mañana, a petición de él mismo. Lo menos que quería era seguir molestándole, porque ya había hecho demasiado por él. Al llegar le había agradecido por todo los favores que le había concedido, las veces en las que le apoyó y salvó, pero le había pedido una última cosa; que le dejara solo en casa. Sugawara había arrugado la cara, no estando seguro de que responderle. Hinata sabía que se preocupaba por él, pero no le haría gastar su tiempo cuando sabía que si se quedaba solo expandirían el día en un silencio total.

Se había cansado de los silencios.

Luego de un rato, Suga había aceptado. Y abrazándole fuertemente se había marchado.

La casa se encontraba sola, lo cual halló conveniente. No porque podría dar rienda suelta sus sentimientos, sino que no tenía ganas de tratar con su madre y hermana en ese instante. Y pensar de aquella manera le hacía sentir peor consigo mismo.

Primero le rompo el corazón a quién me gusta, y ahora me alegro porque mi familia no esté en casa.

Sinceramente despreciable.

Caminó hasta la cocina, lanzando el bolso con la ropa que había utilizado durante la semana sobre del sofá. Abrió el refrigerador, buscando por líquidos que su cuerpo pedía. La comida no le importaba demasiado en aquellos momentos.

Cuando giró para marcharse a su habitación encontró un pedazo de papel sobre la mesa.

«¡Shouyo! Si lees esto significa que volviste a casa. Nos alegramos mucho. Tu hermana y yo salimos, es el cumpleaños de su mejor amiga, después de todo. Nos vemos en la noche.

Te quiero, mamá.

P.d.: Natsu me pidió que escribiera que también te quiere.»

Una pequeña sonrisa se posó en sus labios por unos segundos. Se sintió extraño, como si llevara una década sin mostrar aquella expresión.

Se dirigió a su habitación, subiendo las escaleras lentamente. Se lanzó a la cama y se hizo un ovillo entre las sabanas. Era un revoltijo de emociones en esos momentos.

De emociones oscuras.

Siempre había pensado que las emociones tenían un color. Por ejemplo; la felicidad era amarilla, el amor rosa, o la tranquilidad verde. Nunca había experimentado nada más que aquellos sentimientos. Pero, se sorprendió a sí mismo descubriendo que Kageyama había traído consigo una revolución completa de nuevos colores. Ira, rojo. Envidia, gris. Celos, morado… y ahora la tristeza. Que sólo era un color opaco y oscuro.

Quiso llorar, pero las lágrimas no salieron. Era inútil hacerlo. Su cuerpo no le permitiría seguir derramando líquido, y sus ojos ardían al parpadear. Se limitó a cubrirse por completo con las sabanas, ignorando el exterior por un par de horas.

Cerró los ojos por lo que parecieron dos minutos hasta que el timbre de su casa sonó.

Abrió los ojos, aun dentro de la sabana. Podía ver la poca luz que se filtraba por su ventana a través de la tela y las siluetas borrosas de las cosas en su habitación. No había más ruido que el de su respiración, y algún árbol siendo sacudido por el aire fuera en el jardín.

Esperó. No volvió a sonar. Cerró los ojos de nuevo.

Y el timbre sonó nuevamente. Resopló cansado.

Con pesar se levantó de la cama, casi cayendo al suelo por culpa del nido de sabanas en las que se encontraba cubierto.

Bajó las escaleras a paso lento, esperando por un tercer tono de timbre que le dijera que la persona seguía allí fuera.

Llegó hasta la entrada, podía ver la sombra de la persona al otro lado que se colaba por debajo la puerta. Resopló.

Agarró aire profundamente, no tenía ganas de lidiar con nadie pero haría el esfuerzo. Entonces, abrió la puerta.

– ¿Sí? –Su voz salió pequeña y rasposa, sorprendiéndole. Recordó que casi no había mediado palabras con nadie desde el día de ayer. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al ver a la persona en frente de él, que parecía absorta en el diseño del piso.

Kageyama estaba de pie en su puerta. Le causó un deja vu la situación. Estaba vestido como lo había visto la última vez, a diferencia de que estaba usando la chaqueta del equipo. Sus manos estaban dentro de los bolsillos y Hinata pudo notar que no había comido por un par de horas.

Un nudo en su estómago se formó al verle de aquella manera.

Tan destruido.

No pudo detener las lágrimas saladas que comenzaron a rodar por su rostro.

– ¿Por qué lo hiciste? –Seguía viendo al suelo, y su voz era grave y neutral. Hinata se quedó en silencio. Se abrazó a sí mismo, acariciando sus brazos, tratando de contener las lágrimas que pensaba que ya no tenía.

Tenía tantas cosas que decirle, pero simplemente no podía pronunciarlas.

– ¿Por qué? –Dijo una vez más el mayor, en voz alta ante su silencio, subiendo la cabeza junto con su mirada, encontrándose con sus ojos.

En el momento en el que sus ojos se habían encontrado, Hinata le vio poner una expresión que nunca le había visto usar. Un segundo después la puerta de la entrada era cerrada de un portazo, y él caía hacia atrás mientras era rodeado por unos brazos fuertemente.

Kageyama le estaba abrazando. Sus manos le tenían sujeto por el cuello y lo había pegado tanto hacía sí mismo que entre ellos no podría pasar ni la menor ráfaga de viento.

– Lo siento mucho. –Habló Hinata, su voz sonó pequeña debido a que su cabeza estaba enterrada entre el pecho del pelinegro. Kageyama notó como sus hombros temblaban y supo de inmediato que estaba llorando. – Lo siento mucho. Te quiero. Entiendo si me odias, y si no quieres verme de nuevo. Pero mis sentimientos siempre fueron reales… lo siento mucho.

Kageyama le agarró fuertemente por los brazos, alejándolo de él y deshaciendo el abrazo. Hinata cerró los ojos fuertemente, asustado por la reacción. Sorprendiéndose por completo al sentir unos fríos labios en los suyos. Kageyama le estaba besando, y sus labios estaban fríos. Hinata le sostuvo del cuello de la chaqueta, guindándose de él y ansiando porque aquel momento se alargara.

Era su primer beso.

Se separaron por falta de aire, mirándose entonces a los ojos, ambos avergonzados.

– No te atrevas a decir que podría llegar a odiarte alguna vez. –Su voz era más profunda que antes, y respiraba como si hubiera estado corriendo una maratón. A Hinata le pareció una ironía, ya que se suponía que eran rivales.

– Si puedes… yo te engañé. –Hinata miró hacía el suelo.

Kageyama le abrazó, colocando su barbilla sobre su cabeza. Seguían en la entrada de la casa, que estaba completamente en silencio. Afuera el sol comenzaba a ocultarse y el frío llegaba. Hinata le abrazó también, respirando profundamente en su pecho.

– Escúchame. Sí bien no sabía que eras tú, algo me decía que de cierta manera así era. Y habían muchas pistas que no hacían más que apoyar lo que pensaba. –Hablaba calmadamente, explicándole como si se tratara de alguna estrategia en voleibol. – Y yo estaba irrevocablemente enamorado de ti, pero nunca pareciste notarlo. Y yo había decidido que así sería. –Hinata abrió los ojos ante sus palabras, sintiendo su rostro caliente. Se quedó en silencio, esperando a que continuara. –Pero un día llegó esta pequeña chica, igual a ti y que parecía notar lo que comenzaba a sentir por ella. Me sentía mal por enamorarme de una chica completamente igual a ti, y aunque me sentía un masoquista; quería intentar olvidarte. Entonces resultaste siendo tú, y fue demasiado para mí. Por lo que terminé escapando y lastimándote en el camino. Lo siento. –Hinata escuchó en silencio todo lo que le había dicho, disfrutando aquel momento sabiendo que no se repetiría jamás, Kageyama no era una persona de muchas palabras.

Lo que era una pena ya que adoraba su voz.

Comenzó a llorar de nuevo, pero esta vez de felicidad.

Kageyama le separó el rostro de su pecho, agarrando su cara entre sus manos, viéndole con una mirada que Hinata no pudo describir, pero tan maravillosa que le hacía querer saltar sobre él.

Kageyama le tocó bajo los ojos, hinchados por tanto llorar.

– Lo siento. –Dijo abrazándole de nuevo, casi sacándole el oxígeno. – Yo… te quiero. Siendo hombre, mujer… en cualquiera de tus presentaciones.

Hinata sonrió, y sintió como aquella felicidad que le inundaba se llevaba consigo todo rastro de los malos colores que habían estado con él. Pudo sentir como su cara se calentaba, dándose cuenta de que lo que estaba ocurriendo era real y lo que había pasado era un hecho.

De repente, recordó algo que había estado aplazando.

– ¿Kageyama?

– ¿Hm?

Guardó silencio durante unos segundos, dudando si debía decir lo que pensaba.

– Tengo hambre.


Planeaba terminar este capitulo de manera muy boba, pero quise colocar eso en el final.
Porque tenia hambre, y porque seguramente Hinata también tenia hambre(?)

¡LO SIENTO SI HICE A HINATA MUY LLORÓN!
Pero me imagino que así reaccionaria yo si hiciera que a alguien a quién quiero sentirse mal(?)
Ustedes entienden.

¡DEJEN REVIEW! Un bonito y sensual review para saber si aun siguen allí :'D

¿Se dieron cuenta de que hasta el momento en el que suba este capitulo tenemos 69 reviews? Es una señal *voz de comercial*
¿Que dicen? ¿Les gustó? ¿No? ¿No debería seguir escribiendo en mi vida? Díganlo en la cajeta que dice reviews(?

Cuando terminé de escribir esto me di cuenta de que solo queda UN CAPITULO MÁS.

O quizás no(?)

¿Les parecería bien si el siguiente capitulo tiene lemmon? (Pff ¿Alguien se negaría?) No soy MUUYYY buena en ello, pero haré mi mayor esfuerzo :'D
En fin, espero les haya gustado.
De nuevo ¡SIENTO HABER TARDADO TANTO! Fueron muchos días de remordimiento.
Pero miren, ¡actualicé un miércoles! #SoProudOfMe
Por cierto, ¿Alguien más feliz por el ultimo capitulo del manga? FEEELSSSSSS Y el hermoso OVA :'3
Bueno, me voy corriendo a hacer la pinche tarea. *Se desmaya*
Les quiero mucho, no se olviden de dejar un review sensual.

¡Nos leemos el próximo miércoles si es que no estoy debajo una pila de tareas!
Besos.