Hola a todas!

Espero que les guste esta nueva historia, los personajes pertenecen a Stephanie Meyer, yo solo hago la adaptación de la novela de Barbara Cartland.

Sin mas que decir, aqui les dejo el primer capítulo. Espero que lo disfruten!

- ¡No me casaré con él! La voz de Rosalie fue creciendo hasta convertirse en un llanto apasionado, mientras las lágrimas resbalaban copiosamente por sus rosadas mejillas. No obstante, la imagen de la joven era tan encantadora, que su padre apartó la carta que tenía en la mano y la miró como si no la hubiese visto nunca.

- ¡No me casaré con él papá! ¡No me casaré! – volvió a gritar Rosalie – ¡Sabes que estoy comprometida con Emmett! Sólo esperamos que él cumpla los veintiún años para que su horrible padrino nos dé permiso para anunciar nuestro compromiso. ¡Y ese hombre, esa bestia, se atreve a sugerir...!

A Rosalie le flaqueó la voz, abatida por un nuevo acceso de llanto incontenible, mientras buscaba en vano un pañuelo en el bolsillo de su vestido de muselina blanca.

- Bella, dale un pañuelo a tu hermana – dijo lady Swan – Y no sigas gritando, Rosalie - concluyó, volviendo su rostro de rasgos aristocráticos hacia su esposo – ¿Que sucede, querido?

- ¿No lo has escuchado? – preguntó irritado sir Charles.

- Comienza desde el principio, por favor – repuso lady Swan, advirtiendo que Bella no había podido obedecerla porque tampoco tenía pañuelo – Toma el mío – añadió impaciente a su hija más joven, pasándole un pañuelito de encaje por encima de la mesa.

Bella se puso en pie y se lo dio a su hermana para que se secara las lágrimas. Rosalie lo cogió y, después de secarse las mejillas, preguntó con voz patética:

- ¿Me obligarás a casarme con él, papá?

Sir Charles se aclaró la garganta y volvió a leer la carta.

- Por favor..., por favor, papá – rogó Rosalie – Sabes que amo a otro. – Hablaba con el tono lastimero al que su padre no sabía resistirse. – Por favor, papá...

Sir Charles paseó inquieto por la alfombra persa en dirección a la chimenea.

- Es un asunto muy serio – dijo con voz pomposa.

- ¡Por favor, Charles! – Le interrumpió lady Swan – Siéntate y explícamelo todo desde el principio.

- Ya te lo dije – contestó sir Charles.

- No es cierto – replicó su esposa – Y si lo hiciste, no te escuché. ¿Qué ha ocurrido?

- No creas, Reneé, querida mía, que te he engañado – dijo él con aire resignado, sentándose en un sillón y evitando los ojos implorantes de su hija mayor – La semana pasada, cuando estuve en Londres, pensé decírtelo; pero luego me sentía tan preocupado que no pude encontrar las palabras para darte la noticia.

- ¡Charles, has vuelto a jugar! –le interrumpió lady Swan.

- He estado tratando de decírtelo desde que regresé – respondió compungido sir Charles.

Lady Swan exhaló un suspiro.

- Creí que se trataba de tu hígado – dijo – Siempre tienes dispepsia cuando regresas de Londres. Pero al parecer se trata de algo más serio.

- Mucho más serio – confirmó su esposo.

- ¿Mucho más? – repitió lady Swan con voz ahogada.

- Por un momento se hizo el silencio y luego se escuchó la respuesta casi inaudible de sir Charles. – Treinta y cinco mil libras.

- ¡Charles! – lady Swan apenas podía respirar y, poniéndose una mano sobre el pecho como si temiese un ataque al corazón, dijo débilmente:

- ¿Podemos... pagar esa suma?

- Sólo si lo vendemos todo – replicó sir Charles – Por eso no quería decírtelo. No me atrevía.

- ¡Oh, Charles! ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Y las niñas? El casamiento de Rosalie, la presentación de Bella en sociedad...

- Lo sé, lo sé – murmuró sir Charles – Me porté como un irresponsable, como un loco, pero Cullen me desafió y tenía que demostrarle que podía hacerle frente... En realidad, todo se limitó a un sordo duelo con él.

- ¿Cullen? – Preguntó lady Swan – ¿Te refieres al conde de Cullen?

Sir Charles asintió con un gesto.

- Pero esa carta... ¿No decías que...?

- Sí, querida, esta carta me la ha enviado él.

- Entonces no comprendo... – dijo la dama, mirando atónita a su marido y luego a su hija.

- Tal vez sea mejor que te siga contando – sugirió sir Charles. – Sí, por supuesto.

- ¡Sigue, papá! – Interrumpió Bella – ¿A qué jugasteis?

Su madre le dirigió una mirada impaciente; pero sir Charles, dispuesto a aclarar a fondo todo el episodio, le contestó:

- A los naipes.

- ¡Oh, papá, qué emocionante..., aunque perdieses!

-¡Cállate, Isabella, y deja que tu padre termine su historia! —le ordenó lady Swan.

Bella volvió a sentarse, y en una pausa, antes que su padre siguiera hablando, Rosalie suspiró profundamente.

Fue en Brooks – prosiguió el caballero – Cuando advertí que terminaba el juego y que había perdido, me sentí tan mal que no pude decir nada. Hasta aquel momento no había pensado en las consecuencias. De pronto, cuando Cullen se puso en pie, pensé que no podía pagar mi deuda de honor.

- No se lo dijiste, ¿verdad, papá? – preguntó Bella, irrefrenable.

- Desde luego que no. Me porté como un caballero; por lo menos, así lo creo. Pero cuando él dijo: «Vamos, Swan, vayamos al Almack», no pude negarme...

- Es comprensible – comentó Bella reflexivamente – Sam me ha contado que se siente un estúpido cuando, después de una pelea...

- ¡Bella! – La interrumpió lady Swan – Ya te he dicho hasta el cansancio que no quiero que discutas esas cosas con los mozos del establo. La próxima vez... – La dama se detuvo súbitamente y miró a su esposo – La próxima vez no habrá mozos de establo, ¿verdad, Charles?

Sir Charles se pasó una mano por la frente. Aunque la mañana era fría, él tenía gotas de sudor sobre las cejas.

- Sigamos, Reneé – suspiró – Cullen y yo salimos y anduvimos un trecho juntos hasta el Almack. No tenía objeto llamar un carruaje. De pronto, cuando llegamos a la puerta, apareció un coche en el que venía el príncipe de Gales. «Te esperaba en la mansión Volturi», le dijo a Cullen. «Disculpadme, alteza», respondió éste, «pero tenía que atender un asunto importante». El príncipe carraspeó y dijo: «Desplumando a algún incauto, ¿verdad, Cullen?» Podéis imaginar cómo me sentí en aquel momento.

- ¡Oh, pobre papá! – Exclamó Bella – ¡Después de lo que habías perdido...!

Lady Swan la miró enfadada; pero Bella, sin inmutarse, siguió mirando embelesada a su padre.

- Prosigue, Charles – le apremió su esposa con voz suave.

- Fuimos al Almack – añadió sir Charles.

- ¿El Almack? – Preguntó Bella – Es un club, ¿verdad?

- No, es una especie de asociación – corrigió su padre – Es la más importante que tenemos y está controlada por un comité de damas. Sólo se puede entrar en ella tras una rigurosa selección.

- No molestes a tu padre con preguntas tontas, Bella – la amonestó lady Swan – Prosigue, Charles, por favor. Esos detalles carecen de importancia.

- Lamentablemente sí la tienen – replicó sir Charles algo compungido – Pues bien, nada más entrar, uno de los camareros le dijo a Cullen: «Aguarde un momento, por favor. Madame Heidi quiere hablar con su señoría». De manera que nos quedamos esperando. Cullen parecía inquieto.

- ¿Inquieto? – repitió lady Swan – ¿Por qué, Charles?

- Ahora lo sabrás. Pocos minutos después llegó Madame Heidi. Llevaba encima montones de diamantes y en la cabeza una diadema de valor incalculable. Es una mujer muy bella y no es de extrañar que el príncipe...

- ¡Charles! – exclamó lady Swan, indignada – ¡No hables así en presencia de las niñas!

- Lo siento, querida – se excusó él, disponiéndose a continuar su historia con voz elocuente y todo lujo de detalles. Ante su mujer y sus hijas, que le escuchaban con asombro, reconstruyó como sigue la escena ocurrida en Brooks:

Madame Heidi miró a Cullen con sus grandes ojos azules y dijo:

- Me pregunto cómo se atreve a pisar este lugar, milord.

Lord Cullen arqueó las cejas y la miró con sarcasmo, sonriendo apenas

- ¿Acaso he ofendido a milady? – inquirió.

- Ofensa no sería la palabra exacta, lord Cullen – replicó ella – Su comportamiento ha sido inadmisible y, si no hubiese sido por la intervención de su alteza real, el comité de Almack lo hubiese suprimido inmediatamente de la lista de miembros.

- Vamos, vamos – replicó Cullen – mi delito no es tan grave como para merecer semejante castigo. Fue una apuesta y usted sabe que no era posible rechazarla.

- Una apuesta indecente – recalcó Madame Heidi con voz helada – la cual no puede considerarse como un deporte ni una diversión.

- ¡No fue tan grave! Ya que quiere saberlo, aposté mil guineas a que traería al club a una persona que ni milady ni sus amigos aprobarían, pero que sería aceptada por su extraordinaria belleza.

- Usted dijo que esa mujer, esa actriz – le interrumpió Madame Heidi – era la princesa de Lichtenstein, que se encontraba de visita en Inglaterra. Llegó a decir que estaba en su casa en calidad de huésped.

Una sonrisa iluminó el rostro de lord Cullen.

- Y así era – dijo suavemente.

Madame Heidi golpeó el suelo con un pie.

- ¡Es usted incorregible! – exclamó – Pero esta vez ha ido demasiado lejos. Como ya le he indicado, nuestra intención fue despedirle del Almack para siempre.

- No pueden ser tan crueles – protestó Cullen – Me echarán de menos, bien lo saben.

- Ya hemos tomado una decisión: no podrá pisar el Almack de nuevo hasta que lo presente una dama a quien podamos admitir, su esposa.

- ¿Mi esposa? ¡Pero si no la tengo! – exclamó Cullen.

- Exactamente – dijo Madame Heidi – Y hasta que no encuentre una, no lo admitiremos, lord Cullen.

- ¡No puede hablar en serio! – exclamó Cullen.

- Le aseguro que nunca he hablado con mayor seriedad – respondió Madame Heidi con dureza – El comité lo ha decidido por unanimidad.

- ¡Esto es absurdo! – se quejó Cullen – Usted sabe que siempre estoy con el príncipe, y sabe también que él suele venir dos o tres noches por semana...

- Su alteza está de acuerdo en que necesita usted una lección – declaró Madame Heidi.

El rostro de lord Cullen se oscureció.

- Gracias a ustedes – dijo.

Madame Heidi negó con la cabeza.

- No, de ninguna manera. Si no hubiese sido por mí, a usted no se le permitiría volver a pisar el club nunca más.

- ¡Pero por Dios santo! ¿Dónde conseguiré una esposa? – preguntó lord Cullen – No conozco a ninguna muchacha soltera. Como sabe, no las aguanto.

- Entonces, lo mejor será que comience a buscar alguna – repuso Madame Heidi con frialdad y se volvió para marcharse. Entonces reparó en sir Charles, a quien dijo – ¡Mi querido amigo! ¡Qué alegría verle por aquí! ¿Quiere acompañarme al salón de baile?

A continuación, dirigiéndose a Cullen, agregó:

- Sir Charles tiene una hija muy bonita, su señoría. La vimos en Londres el año pasado. Tal vez quiera presentársela. ¿Por qué no? Es posible que hagan una pareja estupenda.

Lady Swan y sus hijas habían escuchado atentamente a sir Charles y, cuando éste terminó su relato, Bella preguntó:

- ¿Y qué hizo después lord Cullen?

- No tengo la menor idea. Pocos minutos más tarde, cuando me marché, él ya no estaba allí.

- ¿Y no lo volviste a ver? – preguntó lady Swan.

- No, ni tampoco lo deseaba – contestó su marido.

- Pero..., ¿y las deudas?

- Dispongo de algo más de una semana para conseguir el dinero. Cuando me levanté de la mesa de juego, Cullen me dijo: «Como siempre, siete días serán suficientes, ¿verdad Swan?». Yo le dije que sí y él me miró con suspicacia. Sin duda sabía que me resultaría imposible y agregó: «Pues que sean catorce entonces».

- ¡Qué mezquino! – exclamó Bella – Podría haberte dado más tiempo.

- No hubiese servido de mucho – suspiró su padre – Además, se sabe de sobra que no es un hombre bueno ni piadoso con nadie.

- ¿Se trata realmente del conde de Cullen..., del cual he oído ciertas cosas? – preguntó lady Swan.

- Por supuesto que habrás oído hablar de él. Es íntimo amigo del príncipe de Gales, un hombre...

El caballero vaciló como si no supiese qué decir.

- ¿Quieres decir que es el mismo que estuvo comprometido con...? – preguntó lady Swan y, bajando la voz para que sus hijas no pudieran escucharla, pronunció su nombre.

Su marido asintió.

- ¡Oh! —exclamó ella – Entonces se trata de un monstruo, de un hombre que no puedo admitir en mi casa. Esa historia me impresionó mucho.

- Fue un escándalo, sin duda – convino sir Charles con amargura—. Pero a Cullen lo acepta la flor y nata de la sociedad y es, además, uno de los hombres más ricos de Inglaterra.

- Si es tan rico, ¿por qué quiere tu dinero? – preguntó Bella –¡Pero qué tonta soy! Las deudas de juego son deudas de honor y han de pagarse.

- Parece un hombre horrible... ¡No me casaré con él! – intervino Rosalie, de nuevo al borde de las lágrimas.

Todos la miraron y después sir Charles tomó la carta que había dejado sobre una mesita cercana, volviéndose a su esposa.

- Ya te he explicado lo que ocurrió, querida... Luego me han entregado esta carta.

- Sí, por supuesto, la carta – murmuró lady Swan – ¿Cuándo ha llegado?

- La ha traído un mensajero – respondió Bella antes que su padre pudiese hacerlo – Ha venido desde Londres a caballo en menos de cuatro horas. ¿No es todo un record?

- Bella, ya te he dicho muchas veces que no debes hablar con sirvientes que no conoces – le reprochó lady Swan, exasperada.

- Pero mamá, no había nadie que atendiera la puerta... Embry se había marchado a los establos y vi que aquel hombre llevaba una librea preciosa, la más bonita que he visto hasta ahora, con botones dorados y pantalones blancos. ¡Y si hubieseis visto sus botas! Seguramente habían sido lustradas con champán, como suelen hacer los petimetres.

- ¿Quieres callarte, Isabella? – dijo irritada lady Swan, apoyando una mano en el brazo de su esposo – Lee la carta, Charles. Debemos estar preparados para lo peor.

Rosalie gimió, pero su padre, sin prestarle atención, leyó la carta con voz alta, aunque algo temblorosa:

Mansión Cullen

Plaza Berkeley

Londres.

Jueves, 13 de Julio de 1883

Señoría:

Tengo el honor de solicitar la mano de su hija en matrimonio. Ello bastará para olvidar las diferencias que puedan existir entre nosotros después de nuestra partida de la otra noche. Mis procuradores se encargarán de arreglar los detalles de la boda. No puedo, en estos momentos, abandonar Londres para visitarles, pero sería muy conveniente para mí que la ceremonia se realizara a mediados de agosto preferentemente después de las carreras de Newmarket.

Su servidor, Cullen.

Cuando sir Charles terminó de leer, tres pares de ojos le miraban con renovado asombro. Después Rosalie se deslizó lentamente de la silla y cayó al suelo, desmayada.

- ¡Cielos! – exclamó su padre, poniéndose en pie de un salto.

- No te inquietes – lo tranquilizó lady Swan – Se le pasará pronto. Bella, trae agua y una pluma para quemarla bajo su nariz.

- No será necesario, mamá – opinó Bella, arrodillándose junto a su hermana.

El desmayo de Rosalie no era grave. El color no había abandonado sus mejillas y su respiración parecía normal. Bella la ayudó a sentarse nuevamente en la silla y tomó una de sus manos con dulzura.

- Ya pasó, querida – dijo en tono afectuoso – Papá no te obligará a casarte con ese nombre; estoy segura. No querrá que seas infeliz.

- Me casaré con Emmett – murmuró Rosalie con labios temblorosos y los ojos llenos de lágrimas.

- Por supuesto – intentó tranquilizarla su hermana.

- Pero, ¿no os dais cuenta de lo que esto significa? – dijo sir Charles – Nos veremos obligados a vender cuanto poseemos. No podremos disponer de caballos propios y tendremos que vivir en una de las casas de la servidumbre, si es que no las tenemos que vender también. ¡Piénsalo, Rosalie! Podrás tener todo lo que quisiste: una casa en Londres y otra enorme y ancestral en Sussex. Entrarías en la alta sociedad... – sir Charles calló al advertir la expresión del rostro de su hija Rosalie. Siempre había sido su favorita y ahora no soportaba verla con aquella cara de desolación. Sintió que estaba destruyendo algo hermoso, suave y vulnerable y, profiriendo una maldición, arrugó la carta que tenía en la mano y la arrojó al suelo – ¡Al diablo con Cullen! – exclamó – ¡Puede irse al infierno!

- Yo me casaré con él, papá.

Por un momento, sir Charles no supo quién había hablado; pero luego, tanto él como su esposa se quedaron mirando a Bella sorprendidos.

- ¿Qué has dicho? – preguntó el caballero.

- Digo que yo me casaré con él – repuso Bella mirando a Rosalie con el mentón erguido y los ojos tan serenos y resueltos como su voz.

- Pero no es posible... – murmuró lady Swan.

- ¿Por qué no, mamá? —preguntó Bella – Cumplire dieciocho en dos meses. Me prometiste que hablarías con papá acerca de mi presentación en sociedad este año, pero todo se ha postergado por su preocupación a causa de ese dinero.

- ¿Dieciocho? ¡Cielos! ¡No tenía idea! – exclamó sir Charles.

- Ha habido tantos gastos... – se excusó lady Swan – Además...

- Además, no soy tan bonita como Rosalie, ¿verdad? – la interrumpió Bella – Por eso, tampoco importaba demasiado que no fuese a Londres esta temporada. – La joven hablaba sin rencor ni celos y añadió con una sonrisa – Por otra parte, necesitamos todo el dinero disponible para el traje de boda de Rosalie cuando se case con Emmett.

- Me casaré con Emmett, ¿verdad Bella? Siempre me has asegurado que sería así. Lo leíste en las cartas, ¿recuerdas?

- Sí, sí. Así será – afirmó Bellacon dulzura.

- Ya os he dicho que no leáis las cartas – les reprochó lady Swan, enfadada – ¡Cuántas tonterías habéis aprendido de las gitanas! Es una superstición odiosa y no voy a permitir que Rosalie...

- Bella es clarividente... – protestó Rosalie, pero los dedos de su hermana; que le taparon la boca, la silenciaron.

Sir Charles se puso en pie y, tras recoger la carta que había tirado arrugada al suelo, la alisó y la leyó de nuevo.

- Lord Cullen escribe: la mano de su hija...

- ¿Te das cuenta? – dijo Bella triunfante – No aclara de qué hija se trata.

- Pero Madame Heidi... – quiso objetar su madre.

- Madame Heidi no sabía que Rosalie ya estaba comprometida – señaló Bella.

- Pero sería un engaño – murmuró lady Swan.

- No veo por qué – replicó Bella – Él pide a papá la mano de su hija, y una de nosotras está dispuesta a aceptar. No tiene por qué quejarse, sobre todo teniendo en cuenta que no se molesta en hacer la solicitud personalmente.

- En realidad es insultante – convino sir Charles – Da por sentado que aceptaremos.

- Supongo que se habrá dado cuenta de que estás muy apurado de dinero – comentó Bella con gran sentido práctico.

- Aun así, es intolerable – recalcó lady Swan – Se comporta como si realizase un negocio con un comerciante: «Entrégueme a su hija y cancelamos la deuda». ¡Ese hombre no es un caballero, Charles!

- Desearía poder estar seguro de ello. Aunque no nos guste, es de buena cuna. Cierto que tiene en su haber varios escándalos, pero es la primera vez que ha suscitado las iras de la sociedad.

- Me gustaría escribirle diciéndole lo que pienso de él – afirmó lady Swan.

- También a mí. Pero... ¿podemos permitírnoslo? – señaló sir Charles.

- Todo esto es ridículo – comentó su esposa – Bella es demasiado joven. ¿Cómo va a arreglárselas con un hombre como ése? Huiría al día siguiente de la boda.

- ¿Y creéis que Rosalie podría arreglárselas mejor? – preguntó Bella sonriendo.

Lady Swan observó el hermoso rostro de su hija mayor y apartó los ojos. Nadie había pensado que Rosalie nunca, a pesar de su belleza, tuviera ni una pizca de cerebro. Pero aunque su carácter resultaba muy infantil, era dulce y amable y todo el mundo la quería.

- Le escribiré a Cullen y le diré que debemos esperar por lo menos un año – repuso sir Charles reflexivamente.

Bella rió al escucharle.

- Pero papá, ¿no te das cuenta de que quiere casarse para que vuelvan a admitirlo en el Almack? Suele ir allí con el príncipe. No creo que cada vez que su alteza decida pasar la noche en ese sitio, lord Cullen vaya a quedarse esperándole en la puerta. Una esposa significa su derecho de admisión y procurará conseguirla. Si tú no aceptas su propuesta, ya encontrará quien lo haga.

- ¡Muy bonito! – exclamó lady Swan.

- Tan bonito como que papá tenga que conseguir treinta y cinco mil libras para la semana que viene – apuntó Bellay su madre se estremeció.

- ¡Oh, Charles! ¿Cómo pudiste...?

- Lo sé, querida, lo sé. Ya te he dicho que aquella noche estaba como loco. Pero aun así, ésta no me parece la mejor solución.

Lady Swan miró a su hija menor con ojos dudosos. Lord Cullen no conseguiría una esposa tan bella como Rosalie. Era difícil concebir que dos hermanas pudieran ser tan diferentes.

Rosalie con sus rizos dorados, sus ojos azules y su cutis blanquísimo, era la genuina imagen de una joven inglesa. Bella, en cambio, tenía el pelo castaño, los ojos chocolate y su piel, ligeramente morena, contrastaba con el vestido blanco y

rosa que llevaba y que antes había pertenecido a Rosalie.

Lady Swan pensó fugazmente que lord Cullen se merecía a Bella y no a Rosalie, pero rechazó aquella idea inmediatamente. Después de todo, Bella también era hija suya.

- Creo que debería explicarle a lord Cullen que Rosalie ya está comprometida y que si quiere... – dijo sir Charles.

- ¡Oh, papá! – intervino Bella – ¿Acaso su modo de actuar te hace sentirte en deuda con él? Dices que perdiste porque te desafió para que jugaras y luego te insulta mandándote prácticamente un ultimátum. Seguro que ese hombre sabe que te encuentras en un aprieto para conseguir el dinero, y como está dispuesto a aceptar como esposa a la primera muchacha que le salga al paso, te escribe para perdonarte la deuda. Si no tuvieras una hija, puedes estar convencido de que no se mostraría tan generoso contigo.

- Eso es verdad. Cullen es un hombre duro, nadie puede negarlo – murmuró sir Charles.

- Pues bien – inquirió Bella – Escríbele, pero para decirle que aceptas encantado la idea de tenerlo como yerno.

- ¡Maldición! – exclamó el caballero – No pienso escribirle eso.

- Dile lo que más te guste, pero deja bien claro que de ese modo la deuda queda cancelada.

- ¿Quieres decir que estás dispuesta a aceptar su proposición? – preguntó sir Charles.

- Por supuesto. Dile que la boda se llevará a cabo el 13 de agosto. Y que como la casa es pequeña y estará llena de parientes, supones que él preferirá llegar a última hora, justo a tiempo para la ceremonia.

- No creo que esté de acuerdo en eso.

- Apuesto a que sí.

- ¡Bella! – exclamó lady Swan.

- Lo siento, mamá – se disculpó Bella sonriendo – Pero, como a papá, también a mí me gusta apostar.

Lady Swan suspiró exasperada.

- ¿Cómo esperas ser recibida en la alta sociedad con esos modales?

- Si llego a convertirme en la condesa de Cullen, estoy segura de que la gente tolerará todas mis excentricidades.

- ¡Por Dios! – exclamó sir Charles – Si hay alguien que pueda hacer buena pareja con lord Cullen eres tú, Isabella. ¡Siempre has tenido un carácter endiablado!

- Creo que en el tiempo que falta para la boda – sugirió lady Swan como si se resignase a aceptar lo inevitable – será mejor que Bella trate de aprender a comportarse como una dama. Yo he hecho todo lo posible durante todos estos años, pero he fracasado.

- ¡Tonterías, mamá! – exclamó Bella – Estabas demasiado entretenida tratando de encontrar un marido para Rosalie y no has podido ocuparte de mí. Ahora ella se casará con un hacendado y yo entraré en el círculo de su alteza real.

- No es correcto – declaró lady Swan – No estoy de acuerdo con esto... Yo que tú me lavaría las manos, si no fuera por esa horrible deuda que has contraído, Charles.

- Lo acepto querida, es culpa mía – dijo sir Charles, desolado – Pero, ¡quién sabe...! Quizá las cosas salgan mejor de lo que esperamos.

- Piensa, papá, que si no aprovechas esta oportunidad tal vez nunca encuentres marido para mí – observó Bella – Creo que debes escribir esa carta inmediatamente, antes que lord Cullen cambie de opinión.

Sir Charles la miró sorprendido y ella agregó:

- El mensajero está esperando la respuesta.

- ¡Cielos! ¿Ese hombre ni siquiera nos va a dar tiempo para pensar en su propuesta? – preguntó lady Swan.

- ¿Por qué habría de dárnoslo? Después de todo, al mandarla estaba convencido de que aceptaríamos – aseguró Bella sin la menor vacilación.