¡Hey, hola, hola!

Pues supongo... que esta es mi primer fanfic aquí en esta página, y verdaderamente no tengo idea de qué debería poner en las notas de autor, pero bueh.

Hace poco me uní al fandom de Hetalia y decidí darme un tiempito para escribir sobre una de mis nuevas shipps.

De más está decir que Hetalia no me pertenece, es obra de Hidekaz Himaruya. Esto está hecho por un fan para fans.

Sin más, la historia...


Capitulo 1. "Nunca falta un roto para un descosido."

«Siempre hay quien encaja con otra persona, siempre hay alguien para alguien; siempre hay un roto para un descosido, como dice el refrán. Por más diferentes o parecidas que sean éstas personas, todos tenemos quien nos quiere y nos espera, alguien que encaja.Ahí, en algún lugar del mundo, está preparándose hasta la llegada del momento indicado, esperando ansiosamente el encuentro...»

Era una mañana de primavera espléndida en Venecia. Desde el balcón, sobre el mar y en el horizonte, podía observar como el sol comenzaba a asomarse curioso en el celeste cielo. No había rastro de una sola nube, lo cual prometía un día encantador para el joven italiano; quien seguía observando el paisaje como si no hubiese nada ni nadie a su alrededor. Aunque él era de esos que siempre llevan una palabra en sus labios, en ese momento el reinar del silencio se hacía presente, y podía llegar a causar incomodidad, mas Feliciano disfrutaba de la poco usual tranquilidad, aparentemente.

Bueno, por lo menos hasta que un sonido proveniente de dentro de casa le hizo volver a realidad.

Stupido Feliciano! ¡Ven aquí ahora mismo a no ser que quieras llegar otra vez tarde a trabajar, cazzo! —escuchó a su hermano Lovino, gritar.

—¡E-Enseguida voy, fratello~! —contestó con voz temblorosa, volviéndose para caminar a paso rápido hacia la sala.

Feliciano Vargas, nacido en Venecia; de ojos ámbar, con largas pestañas y cabello castaño claro; llevaba rulo bastante peculiar que asomaba a la izquierda de su cabellera, como del de su hermano, solo que el de éste aparecía en el lado superior derecho. Su hermano, Lovino Vargas, nacido en Roma; llevaba unos ojos verdes, el cabello castaño oscuro, y era ligeramente más alto. Aunque ambos podían llegar a parecerse en cierto punto, sus personalidades eran totalmente opuestas, y hasta algunos han llegado a preguntarse cómo es que pueden llevarse tan bien en ocasiones.

Lovino, quien ahora tenía marcado su ceño fruncido, chasqueó su lengua al verle entrar en la habitación. El menor, se encogió levemente—. Deberías dejar de vaguear tanto, maldita sea. —si, hoy no era su día, y su humor de perros era evidente. Pero al fin y al cabo, era a lo que estaba acostumbrado.

Así que sin más, partieron. Los nervios del italiano menor difícilmente se podrían ocultar, ¿el motivo? Hoy era su tercer día en el nuevo trabajo y ya le habían llamado la atención cinco veces por llegar fuera de horario, por derramar el café sobre la falda de una clienta, por comer postres a escondidas, entre otras cosas sin sentido.

Sí, Feliciano trabajaba en una famosa cafetería en la Piazza San Marco. "¡El mejor café de Venecia!" Repetía animado tras ser aceptada su petición de trabajo.

La Piazza San Marco que estaba situada en el corazón de Venecia, era una atracción para cientos de turistas de todo el mundo, en cualquier época del año; los cuales, animados, exploran esta extraña pero hermosa ciudad.

Eso era lo que más le agradaba a nuestro italiano. Los turistas. Podía divertirse escuchando como hablaban en su idioma natal, podía preguntarle sobre sus países si tenía oportunidad de hablar, ¡podía conocer diferentes culturas!

—¡Tengo el presentimiento de que hoy será un día grandioso! —musitó, alegre, acercándose a la puerta principal del lugar que parecía haber abierto hacía no más de cinco minutos. ¡No había llegado tan tarde después de todo!

—Siempre eres tan optimista. —Lovino refunfuñó como de costumbre—. Nos vemos más tarde, Feliciano. Recuerda que tenemos que juntarnos aquí mismo hoy a la tarde porque el bastardo español tiene algo que decirnos. Capisci? —Feliciano no dudó en asentir inmediatamente, a modo de respuesta—.Y si llegas a dejarme sólo con Toño te partiré el trasero a patadas, cazzo!— ¿Era su impresión o su hermano sonaba tan espeluznante como la mismísima Mafia Italiana?

—¡Hasta pronto, fratello! ¡Cuídate! —movió su mano a modo de saludo cuando el de ojos verdes emprendió camino. —Y por supuesto, ¡no pienso faltar! —Añadió apresuradamente. No quiero ganarme una dosis de patadas en el culo, mejor dicho.

Feliciano no se movió hasta el momento en que vio como su hermano mayor se perdía de su vista; él tambien iba a trabajar hoy. Lovino era gondolero desde no hacía mucho tiempo, gracias a que desde pequeño había vivido en Venecia, sabía utilizar a la perfección aquella embarcación. Antonio, por otra parte, era un español muy amigo de los hermanos, el dueño del departamento donde ellos se alojaban; era un buen hombre, siempre era muy atento con ambos desde la reciente muerte de su abuelo.

Finalmente, sacudió su cabeza librándose de sus pensamientos y entró al dichoso lugar, saludando a sus compañeros; entre ellos a Francis, el chef francés, y a Kiku, el japonés, su amigo, confidente y a la vez, ayudante en la cocina.

Y el día transcurrió sereno, calmado, al menos hasta el mediodía y la tarde, donde llegaba el tiempo para un aperitivo y por el lugar aparecían familias y parejas, o a veces simplemente una persona. Ese martes, Feliciano había tenido el placer de conversar con un turco y un griego, y ahora se encontraba con un humor buenísimo.

—¡Ah, qué cansancio! Quisiera dormir un minuto simplemente...

Cerrando sus ojos, Feliciano se encontraba con la mitad de su cuerpo tendida sobre el mostrador; escondiendo el rostro entre sus brazos, cuando el sonido de unos pasos en el suelo de madera llegó a sus oídos, se escuchaban firmes y se acercaban hacia él. Luego oyó una voz seria y grave hasta podría haberla descripto como autoritaria, pero que hablaba amable y dulcemente:

Mi scusi... —esa voz hizo que todo alrededor de Feliciano se pausara, haciendo que se pusiera rígido, y provocando que su piel se erizara a la vez. ¿Podía ser posible que una voz causara tanto efecto? —Lo siento, ¿habla usted español?

Feliciano tuvo miedo de levantar la cabeza, pero aún así lo hizo. Fue cuando su mirada dulce como la miel chocó contra unos ojos celestes muy profundos, tan profundos que sentía como podía ahogarse en ellos. Le recordaban también al cielo que había contemplado en la mañana... Eran un imán. Su portador, un fornido hombre rubio con el cabello peinado prolijamente hacia atrás, le había hecho sentir insignificante de inmediato.

Por alguna razón, continuaba observando pasmado al indudable extranjero, aún sin encontrar palabras para responder a la simple pregunta que había formulado éste anteriormente. Y al parecer el rubio hizo una mueca de incomodidad, y el italiano cayó en cuenta de lo que hacía -o no hacía-.

—¡L-Lo siento! —Feliciano tartamudeó, el extranjero nuevamente se mostró confuso y Feliciano aclaró su garganta. —Benvenuto! —Feliciano había intentado dejar pasar los nervios y ser amable con el supuesto cliente. —¡Sí! Hablo español e italiano! Io sono Feliciano! ¿Qué se le ofrece?

El hombre en frente suyo pareció aliviado, aunque al igual que él antes, parecía haberse quedado examinándolo por unos segundos, hasta que sacó una papel doblado prolijamente del bolsillo de su jean y se lo extendió. —¿Podría decirme dónde queda esta dirección? —cuestionó y Feliciano tomó el papel para leerlo.

—¡Ah! La Ca' d'Oro! —exclamó Feliciano entusiasmado. —Ese lugar es muy bonito, ¡me encantan las obras que exponen allí! A mí hermano mayor también le gustan, es decir... aunque no lo admita, ¡yo sé que realmente le parecen bellísimas! —articuló tranquilo, pero siempre con ese tono de voz encantador que hacía parecer que, al hablar, estuviese cantando. El hombre le miró extrañado y Feliciano supo que estaba desviándose de la conversación. —Quiero decir... ¡Sí, sé dónde debes ir! Por aquí cerca de la plaza se encuentran los gondoleros, ¡únicamente debes darles éste papel y te llevarán al camino adecuado! —aseguró.

—Oh, entendido. —farfulló casi como si estuviese obligado a hacerlo. —Muchas gracias, Feliciano, en verdad estaba considerando hacer eso antes y... —El hombre hizo una mueca extraña que causó en Feliciano una risotada. Se veía bastante perdido todavía, pero Feli ya había lidiado con situaciones así anteriormente, así que no había ningún problema.

—¡Es un placer! ¿Eres un turista verdad? —preguntó Feliciano con una curiosidad incontenible. —¿De dónde eres? Venecia es una ciudad muy bella realmente, ¡Es grandiosa! ¿No crees? ¿Qué te trae por aquí, hm? ¿Y cual es tu nombre? —comenzó el bombardeo de preguntas por parte de Feliciano, el fornido se mostró confundido, como si no pudiese seguir la conversación. Normalmente solía ocurrir esto cuando el italiano hacía tantas preguntas, la gente respondía lo que se les antojaba o simplemente lo ignoraban.

—Soy alemán. —contestó, peinando su cabello rubio hacia atrás y dejando únicamente algunos pequeños y traviesos cabellos escapar. —Del Este, para ser específicos. Y en verdad Venecia es una ciudad con mucha historia y cultura. —explicó vagamente, haciendo una pausa para después sonrojarse; y como para ocultar su repentina reacción, llevó una mano a su rostro y masajeó el puente de su nariz. Feliciano estaba observándole a los ojos fijamente. ¡Era alemán! ¿Cómo no lo había sospechado? —Mi nombre es Ludwig. He venido a preguntar esto simplemente porque debo ir a buscar a mi hermano mayor allí, y yo... se supone que no debería perder tiempo...—murmuró. Feliciano se sintió repentinamente decepcionado. Había encontrado alguien sumamente interesante y no podría conversar con él, ¡Qué injusto! —Lo siento... Muchas gracias por su ayuda, Feliciano.

—¡Oh, yo...!

Abruptamente, el rubio de ojos celestes tomó el papel que le había entregado al italiano, y después, dio media vuelta para retirarse del lugar. Así de simple. Como si nunca hubiese aparecido allí desde un principio.

Pero por otro lado, Feliciano, perplejo, pestañó una, dos, tres veces intentando hacer que su cerebro reaccionara a la situación que acababa de experimentar. No era nada fuera de lo común para cualquiera que trabajase allí, mas Feliciano en esta ocasión se sintió diferente, se sintió confundido y mareado y no encontraba explicación lógica. Lo único que podía hacer era mirar hacia el frente, observando la puerta que el alemán acababa de cruzar.

¿Ludwig, eh? Una sonrisa espontánea se dibujó en los labios del veneciano. Tenía el presentimiento de que volvería a ver al hombre... muy pronto, más de lo que creía.


Continuará...

... tal vez.

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¡Saludos y que tengan un buen día!