Aquí sigo junto a mi ventana, algunas veces camino por la habitación con mis zapatitos de tela. Algunas otras veces me cambio de ropa unas tres veces al día para entretenerme. Otras sólo miro por mi ventana.
Ayer dijo que saldríamos de casa. Yo estaba tan feliz de poder salir, de poder pasearme con él del brazo. Cuando salíamos tenía oportunidad de tocar su mano cuanto quisiera. Me puse lo más bonito que encontré, me bañe y me perfume. Me arregle con tanto esmero para que él estuviera contento conmigo pero me llevó un traje nuevo y me pidió ponérmelo, por supuesto lo hice ¡estaba tan feliz! Me vestí casi cantando, no recuerdo haber dicho nada o haber hecho nada fuera de lo ordenado. Se enojó conmigo. Creo que me entretuve tanto cepillándome el cabello, pero es que yo estaba tan feliz que no creí que importara. Él se veía tan bien con ese traje. Se enojó mucho y me gritó lo ingrato, mal agradecido y sobre todo de lo poco fiable que era yo. Trate de calmarlo diciéndole que no era para tanto, no me había tardado casi nada pero sólo logre ponerlo más furioso. No me llevó con él. Por mi ventana miré cuando su carro salió y se alejó, por mi ventana vi como se hizo de noche y como pasaron desfilando las nubes, las estrellas, la luna. También vi cuando regresó. Y yo seguí viendo por mi ventana. Con mi traje puesto, seguí viendo por si se arrepentía, por si se le quitaba lo enojado y regresaba por mí, me lo merecía, me había portado bien. Tenía derecho a salir un ratito. Pero él no regreso por mí, regresó acompañado de una fulana y se metieron a ese cuarto que no compartirá jamás conmigo. Así que seguiré viendo por mi ventana hasta que piense en lo que debo hacer conmigo. Quizá debí tocarme un poco anoche para tranquilizarme pero mi mano no tenía fuerza para moverse…
No vino a verme. No me trajo ningún regalo. Era mi cumpleaños. Y yo me había puesto bonito por si quería venir a verme. Hasta me puse mis zapatitos de tela para darle gusto. No vino. Nadie vino. Mamá me mandó una postal recordándome como debía portarme. Estaban de viaje por las costas del sur. Qué bonito debía ser lo que ella decía. Arena y agua tibia, el cielo tan azul que se confundía con el mar, así como el dibujo. Qué bonito que ellos por fin estuvieran descansando. Por eso no me puse triste que no vinieran a verme por mi cumpleaños. A lo mejor estaba ocupado y a lo mejor me traía un regalo, otro dibujo de algún lugar exótico para ver. Pegué mi postal cerca de la ventana y me imaginé como las enormes casas no estaban ahí, cuan enormes y verdes eran los árboles y que la calle era un rio de agua cristalina y que la casa era una isla.
No vino a verme. Sé que está en casa porque se oye su voz hasta acá. Cuando pasa cerca de mi cuarto, cuando alza un poco la voz. No vino a verme y tampoco me dio regalo. Y ha salido mucho por las noches de casa, lo he visto cuando se va y cuando regresa. Pero no viene a verme. Aunque esté en casa no viene. Y yo quiero aunque sea verlo de cerca, un poquito. Últimamente cuando veo por mi ventana me acuerdo mucho cuando miré sus ojos azules por la ventana del carro de mi joven amo. Recuerdo lo maravillosos que eran. Por eso me anime a salir de mi habitación. La chica que me lleva la comida me haló diciéndome que no debo salir, que regrese, que el amo está ocupado. No importa, aún tengo permiso de estar dentro de la casa mientras no salga al patio. Y lo encuentro sentado en la sala con una mujer en su regazo.
-mentiroso…. Aun estas casado-ella ríe mientras lo besa y él me mira, mira mis pies y si, traigo puestos los zapatitos de tela, fue el último regalo que me dio y me gustan mucho. Ella sigue riendo en su regazo y él no dice nada ni se disculpa, solo mira mis pies y mis zapatitos de tela arrugados. Me los pongo mucho porque me gustan. Le pido perdón por maltratarlos y regresó a mi habitación. Voy a mi ventana, miro y miro y ahí me quedo sentado. No vino a verme. No se disculpó. Sé cuál es mi lugar, me lo dijo una vez ya hace tiempo, así que me quedaré sentado un rato más.
En la noche me desnudé y me senté a los pies de mi cama, cerré los ojos y traté de pensar en él, quería tocarme pero ahí de rodillas sólo sentí frio y no logré excitarme, el suelo estaba helado y la ventana abierta y entraba aire. Seguí de rodillas pero mi mano no se movió y mis ojos no se cerraron. No oí cuando él entró en mi habitación ni cuando se paró a mi lado. Me asustó cuando se inclinó frente a mí y me dio un par de zapatitos nuevos. No me moví mucho, no tenía fuerzas. Sólo estire mi mano para tomar la suya…
-Quiero…ir…- me pegó. Me gritó lo mal agradecido que era y me pegó. Se fue muy enojado, no tuve fuerzas ni para levantar el brazo y defenderme mucho menos para sobarme. Se me había olvidado que no podía tocarle. Casi en la madrugada pensé que no debía de estar auto compadeciéndome, si él no me quería pues me iría y punto. Así que tomé un pantalón, una camisa y me fui. Me dieron ganas de llevarme los zapatitos pero mejor los dejé en mi silla junto a mi ventana y me fui. No hice ruido. Salí de casa pero cuando llegue él estaba esperando en la entrada. No quería dejarme pasar y me regañó por estar haciendo una escena en la calle. Me disculpe y también me acobardé y al final le dije que sólo quería visitar a mis padres. Mamá abrió la puerta y nos hizo pasar. En la sala estaba papá leyendo el diario. Cuando me vio se puso pálido.
-¿Qué has hecho?- Me pregunto, enojado.
-perdón papá pero…
No me dejó continuar, se puso a decirme no sé cuanta cosa de hijos ingratos y de familias deshonradas, mamá lloraba por lo mismo cuando a papá le dio el infarto. Mamá no dejo ni que me le acercara. Era mi padre y ya no pude volver a verlo. Mamá no me dejó entrar en la casa ni siquiera el día en que murió. Estuve yendo tres días fuera de la casa pero estaba prohibida mi entrada. Papá murió enojado conmigo y yo no tenía derecho a llorar porque era mi culpa, había matado a mi padre. Él vino por mí esa tarde y mamá mando a decirme que no regresará a esa casa si no quería matarle también a ella. Entendí fuerte y claro.
No supe ni como volví, ni como me bañaron. Sólo sé que no debía llorar, no lo merecía por haber matado a papá
-¿Qué me costaba aguantar un poquito? No era mucho ¿verdad? Sólo sentarme y mirar por la ventana…
No tengo derecho a llorar. No tuve voluntad para obedecer a papá, como hijo, lo mínimo que debía hacer era obedecer a mamá…
-¿Qué me costaba…? No era mucho…