Aquí reportándome después de años (¡AÑOS,CSM! O_o ) en este fandom. No estaba muerta, y lamentablemente tampoco andaba de parranda… Bueno, esta pequeña historia la escribí hace un tiempo para una actividad del grupo de facebook La Rosa de Versalles de México y tenía pendiente subirla aquí enchulada (porque eran tres drabbles con límite de palabras y casi me explotó el cerebro intentando aplicar poder de síntesis). ¡Espero les guste, y como siempre, se agradecen comentarios, críticas, tomates virtuales, etc.
Escarcha
El patio central del cuartel estaba desierto. Ya casi caía la noche y sombras difusas se proyectaban sobre el suelo a la luz de los débiles faroles. Oscar apretó contra el pecho las solapas de su capote, corría un viento frío que lastimaba la piel.
"Un heredero…"
Había concluido una larga y extenuante jornada en que todo parecía conspirar en su contra. No, no sólo parecía, sus nuevos subordinados entorpecían su labor con franco descaro. Si bien la habían tolerado como comandante después de su triunfo sobre Alain de Soissons, ese terco, pedante, y estúpido mocoso que hacía las veces de líder, ahora hacían gala de una ineptitud supina. Si bien eran naturalmente incompetentes, hacer las cosas mal a ese nivel requiere un esfuerzo extra. Y le dolía saber que el único motivo de rechazo era su calidad de mujer.
"Necesito un heredero..."
Se detuvo al oír un crujido. Una fina capa de escarcha se había trizado bajo sus pies.
"Darás a luz un heredero fuerte y sano..."
Oscar presionó sus sienes con las palmas. Sus ojos se cerraron, apretó con fuerza los dientes.
¿Pero acaso no soy yo tu heredero, padre? He dedicado mi vida a intentar llenarte de orgullo. ¿Por qué ahora pretendes que me transforme en una mujer? ¿Es porque he fallado como hombre?
Dio un paso más. EI sonido de la escarcha triturada bajo sus botas por algú motivo se le hizo exasperante. Como si algo también se quebrara en su interior.
¿Qué bien hay en ser mujer? Si no lo fuera, jamás habría sufrido por Fersen. Esta tropa de zánganos no se rebelarían en mi contra. Girodelle, con quien pensé que me entendía luego de tantos años de trabajo en conjunto, no habría tenido la osadía de pedir mi mano sin siquiera consultar mi opinión. Y André nunca…Las mejillas le ardieron instantáneamente, como si toda su sangre hubiera decidido alojarse allí. Ese recuerdo continuaba perturbándola. Su compañero, su amigo, enloquecido y carente de control, la había dominado físicamente sin esfuerzo. Porque ella, Oscar, era una mujer. Por más que luchó, no pudo resistirse a su abrazo, a la violencia de sus besos, y a que la expusiera como lo que era con horrible brutalidad. Jamás imaginó que la primera única vez en que había experimentado pánico fuera a manos de la persona a quien le habría confiado su vida sin dudarlo.
André me probó de la peor forma algo tan evidente, pero que yo nunca habría reconocido por mí misma: durante todos estos años, tan sólo he jugado a ser un hombre. Que mi padre pretenda deshacer lo hecho para que le dé un heredero sólo prueba que todo mi esfuerzo fue en vano. Pero habiendo saboreado libertades con las que mi género sólo puede soñar, ¿cómo podría resignarme a enclaustrarme en una casa, bordando, cosiendo, pariendo diez críos, agachando la cabeza mansamente ante quien ha servido bajo mi mando? ¡Ante él o cualquier otro! Ahora veo que mi existencia se ha limitado a cumplir un capricho de mi padre...
Otra capa de escarcha se quebró en el extremo opuesto del patio. André, que se dirigía a las barracas, la miró con sorpresa un fugaz segundo y de inmediato bajó la vista al suelo, avergonzado. Por supuesto, nada había vuelto a ser igual desde "el incidente". Oscar procuraba fingir que jamás había sucedido, pero no podía actuar con la naturalidad de antes frente a André. La confianza estaba rota. La culpa lo carcomía al punto de evitar tocarla. Permanecía cerca, sí, pero como un guardián, ya no como un amigo.
Lo he perdido. Nada volverá a ser como antes. Y de todas las cosas nefastas derivadas de ser una mujer, ninguna es tan dolorosa como esta, perder a André, y causarle un sufrimiento que no puedo aliviar. Y que yo misma conozco tan bien…
-Bue... buenas noches…- dijo Oscar casi con timidez, en circunstancias normales era el momento de que cualquiera de los dos dijera: ha sido un largo día, vamos por una copa, charlemos al calor de la chimenea…
-Buenas noches- respondió André, y dio media vuelta sin dar lugar a que la conversación continuara.
Oscar permaneció algunos minutos en medio del patio desierto. Un nudo estrangulaba su garganta. Cuando sintió que se le humedecían los ojos echó a andar hacia la calle.
Ya sea como hombre o como mujer, no hay un lugar para mí en este mundo. Aparentemente, en cualquiera de esos roles soy un ser incompleto. Pero si he de escoger, no me queda más que perseverar en el camino que mi padre labró para mí, pues me niego a someter mi voluntad a otro. Y si es necesario, mi corazón debe ser frío, frío como esta escarcha.
Pero aquello que es gélido y rígido no se amolda, no se adapta, se quiebra con facilidad. Oscar, en el fondo, lo sabía. Lo comprobaba con cada paso que daba en ese mismo instante.
Cena
-¡Quítate, zorra!
-¡¿A quién le dices zorra, marginal?!
-¡No me empujes!
-¡Ponte a la fila, estúpida, yo llegué primero!
Oscar observaba la trifulca que se había armado entre el grupo de señoritas con una sonrisa triunfante. EI espectáculo incluyó zamarreadas, tirones de peluca, un par de cachetadas y varias plumas que flotaron por el aire. En el extremo opuesto del salón principal de La mansión Jarjayes, sus pretendientes se apiñaban con cara de horror. Sólo Girodelle la miró directo a los ojos con fría y severa expresión.
La comandante disfrutaba del caos y la destrucción. De observar el rostro congestionado de su padre al verla presentarse en un nuevo y elegantísimo uniforme de gala. Del espanto generalizado cuando ingresaron sus "invitados especiales", los soldados de la Guardia Francesa. Oscar reía, pero sentía furia contra todo.
"No esta vez, padre. No. Ha sido una vida entera de sumisión y obediencia. Ya basta."
Hizo girar entre sus brazos a la muchacha con la que bailaba y se inclinó para depositar un inocente beso sobre sus labios. Era la cuarta o quinta chica que besuqueaba en lo que iba de la noche. La muchacha se desvaneció después de ser besada y fue socorrida por un grupo de lacayos que la arrastraron a una salita contigua donde se acumulaban las desmayadas por el efecto Oscar.
-¡La cena está servida! - anunció otro lacayo.
Los soldados fueron los primeros en ocupar las mesas y se abalanzaron cual hienas sobre el opíparo banquete. Para mayor espanto de su padre, Oscar tomó asiento entre ellos.
-¿Qué tal la están pasando, chicos?
-De maravilla, comandante- balbucearon varios con la boca llena de comida que cogían directamente con las manos.
-Me alegra mucho- dijo Oscar, cortando un trozo de carne con exquisitos modales que contrastaban con los de los toscos soldados. No dejó de llamarle la atención que Alain, frente a ella, usaba correctamente los cubiertos.
Ni siquiera se dio cuenta cuando esa furia que le apretaba el pecho dio paso a una cálida sensación de bienestar. Había comenzado a apreciar a sus zánganos al ir conociéndolos mejor. Eran idiotas, infantiles, inútiles, pero honestos. Sus gritos, aspavientos y risotadas al calor del alcohol eran más gratos que los estirados modales de Versalles. Oscar desvió la mirada un momento hacia los invitados de alcurnia que miraban a sus hombres con temor y desprecio. Sabía que más tarde le prodigarían falsas sonrisas, pero nada más se diera media vuelta sería víctima el comidillo de la alta sociedad. ¡Como si le importara! Es más, que hablen, material pensaba darles de sobra. A su lado, Lasalle empinaba una copa de vino, que aferraba con los grasientos dedos que previamente utilizara para engullir una pierna de faisán. Sintió que se encontraba exactamente donde y con quienes debía estar.
- Serás idiota! – Alain reprendía en ese instante a otro compañero - ¡No te llenes la barriga con pan, come carne! – e inmediatamente se dispuso a dar el ejemplo, atacando un pavo relleno, cuchillo y tenedor en mano.
Cuando Oscar advirtió que varios de los soldados parecían incapaces de tragar un bocado más, se levantó y golpeó su copa con una cucharilla.
-¡Lleven lo que quieran! ¡Michelle, Pierre!- llamó a voz en cuello - ¡Preparen un paquete para cada uno de los muchachos! ¡Y agreguen una botella del mejor vino! ¡No, que sean dos! ¡O las que puedan cargar! ¡Chicos, vayan a la cocina, la casa invita!
Los soldados partieron en tropel. Algunos se desviaron del camino para galantear torpe y ebriamente a algunas de las asustadas damas presentes. Oscar rió a carcajadas al contemplar su obra, pero en su euforia, extrañamente, no había una gota de alcohol. Salió al jardín y paseó sin rumbo entre los arbustos iluminados por las luces del salón. Divisó una banquita de piedra y se acercó, descubriendo que ya estaba ocupada.
-Nunca habría imaginado que eras capaz de comer corno una persona educada, ¿sabes? - dijo al reconocer a Alain.
Él, notoriamente ebrio, clavó su mirada en la primera de las tres Oscar que creía tener ante sí.
-No podemos evitar lo que somos, comandante- respondió - Aunque mi título sea de cuarta y viva como plebeyo, he recibido cierta instrucción. Así como usted, que pretende ser un hombre, ha tenido este berrinche de niña mimada para desafiar a su padre... Pero no la culpo, quién querría casarse con ese remilgado cabeza de estropajo...
Oscar se sentó junto a él.
-Supongo que tienes razón - murmuró desanimada.
- Si ese matrimonio se concreta, le apuesto mi cabeza a que usted lleva los pantalones y él las faldas.
- Alain... - Oscar lo miró con picardía - no sé si me estás insultando o halagando.
-Lo que voy a decir ahora negaré hasta la muerte tan pronto haya salido de mi boca…- continuó Alain seriamente, mirando con fijeza a la Oscar de la derecha -Que conste que sólo lo digo porque estoy borracho. Pues... nuestro regimiento es difícil de controlar incluso para un hombre. Yo no daba un chelín por usted, me ofendía estar bajo las órdenes de una mujer, para peor noble… ¡Una malcriada excéntrica que se mete donde no la llaman sólo porque puede hacer lo que le venga en gana! Pero... tengo que admitir que no logramos amedrentarla, que supo ganarse a la tropa... y que es una muy buena comandante. ¡La mejor que hemos tenido! Y precisamente por ser mujer, es mayor el mérito, ¿no cree? - se puso de pie abruptamente, sin darle tiempo a Oscar para replicar - Bueno, me voy, debo llevar la cena a mi madre y mi hermana – añadió acomodando un gran paquete y tres botellas de vino bajo su capote - Ninguno de los idiotas que estaba en la fiesta le llega a los talones. No se case con ninguno, no están a su altura ni la merecen. - Finalizó de forma categórica y tajante, para a continuación dar media vuelta y avanzar algunos pasos muy tieso, intentando fingir sobriedad con modestos resultados. Apenas se había alejado unos metros cuando deshizo el camino andado para hacer una última advertencia a su comandante - Recuerde, esta conversación jamás sucedió…
Oscar, por primera vez en mucho tiempo, sonrió sin tristeza.
Estrella
-Muy insolente será ese tipo, pero sería difícil decirle un mejor cumplido que el que acababa de hacerle. En verdad es un mérito ganarse el respeto de una tropa de zánganos siendo una mujer.
Oscar se volvió hacia atrás con sorpresa para encontrarse con quien por tantos años fuese su segundo al mando, con la leve sonrisa aun curvando sus labios. En el interior de la mansión la fiesta había derivado en bacanal, y la imagen de su padre tomándose la cabeza a dos manos le produjo una maligna satisfacción. Al frente, Alain se perdió a paso tambaleante entre los arbustos del jardín.
- Pensé que había dejado claro que no organicé esta fiesta para recibir cumplidos precisamente, Girodelle - replicó intentando sonar hosca sin demasiado éxito.
Girodelle hizo oídos sordos al agrio comentario de su ex comandante. Se sentó a su lado, clavando en ella sus verdes ojos. Su mirada felina era suave, sus gestos amables y cortés su sonrisa, pero había algo en él que siempre había inquietado a Oscar, y de súbito comprendió que era. A pesar de lo agradable que podía resultar el discrfeto y elegante conde, tenía algo frío y controlado. Calculado incluso. Aunque Oscar se reconocía a sí misma como una persona severa, su frialdad era diferente, y no le impedía explotar en arrebatos de ira ocasionalmente (André habría dicho "habitualmente"). En Girodelle, en cambio, no había una gota de impulsividad. Se sorprendió al comprender que entonces, la decisión de pedir su mano debía haber sido largamente meditada.
-Lo tengo muy claro- dijo Girodelle -Y lamento si mi propuesta no fue realizada de la mejor forma. Su reacción indica que he sido malinterpretado.
-¿Malinterpretado?- repitió Oscar, ahora intrigada por el cariz que había tomado la conversación.
-Así es. Usted se presenta en esta fiesta vestida con su mejor uniforme, rechaza a todos sus pretendientes, coquetea con las muchachas, comparte como uno más con hombres toscos y vulgares, en fin, hace todo lo posible por matar a su propio padre del disgusto y echarme a mí todo su desprecio en cara…
- Yo nunca quise…
-¡Claro que lo quiso! Sólo le faltó gritar a los cuatro vientos ¡Soy un hombre! - Girodelle sonrió con calidez - Pero como bien ha dicho ese muchacho, es usted una mujer. Una mujer sin igual, una mujer a la que jamás pretendería confinar a un papel de madre, esposa y ama de casa. No, usted nació para lograr grandes cosas, para brillar como una estrella. La he visto brillar desde la primera vez que la vi, y a lo largo de todos los años que serví bajo su mando. Y mi deseo es que brille por siempre. Lo que le ofrezco es simplemente, la posibilidad de amar, no como cualquier mujer querría, sino como cualquier ser humano desea y merece.
Oscar se estremeció cuando el conde acarició su mejilla suavemente con el índice. Se sentía hipnotizada, incapaz de reaccionar o de apartar los ojos de los de Girodelle, quien de súbito ya no parecía frío ni distante.
-No hace falta que me responda en este momento. He esperado por años, y puedo esperar un poco más.
Dicho esto, se puso de pie e ingresó al bullicioso salón con gran desplante. Oscar le observó alejarse con la boca abierta. Por tercera vez en una noche la dejaban sin palabras, y aunque era frustrante para alguien como ella, que siempre tenía la respuesta para todo en la punta de la lengua, no podía negar que sentía una agradable sensación.
Había demasiadas cosas que no tenía claras, sobre su vida, sobre sí misma, pero ahora comprendía que por más que pretendiera suprimir sus sentimientos y emociones, aquello era lisa y llanamente, imposible. Aquella no era, nunca había sido, ni sería su naturaleza, y así se lo habían demostrado esas tres personas que de una u otra forma aquella noche habían tocado su corazón.