Summary: La ciudad era un desastre, al igual que su relación con Tenzin. Sólo él lo entendía. A medias. Short-fic.

Disclaimer: LoK no es de mi autoría.

N/A: Youth me inspira. No sé que hace Daughter y esa hermosa canción, pero me inspira por su Linumi-ismo. Este capítulo contiene menos humor, notablemente. Y es extremadamente corto porque es un capítulo de relleno.

Por cierto, lamentó la tardanza. Un castigo y la "chukungunbicha" esa no se llevan de la mano. Prometo intentar estar más activa.


.

Las sombras se quedan en el espacio que dejaste

.


Luego de que echara a Saikhan para que hiciera su trabajo por ese día, decidió que destapar las botellas de sake que su madre solía coleccionar sería buena idea. Mala opción. Luego terminó como un fantasma tambaleante que hacia un recorrido turístico por la pequeñísima casa que se suponía que pertenecía a una de las herederas Beifong.

Quedarse a vivir en la misma casa que la vio crecer había sido la peor idea que había tenido. Su pasado le perseguía horriblemente con aquellas fotografías —inservibles con una habitante ciega— esparcidas por las paredes, los objetos con polvo intactos, y aquellas habitación que solían pertenecerle a su madre y hermana.

Ni siquiera se atrevió de dejar de dormir en su cuarto aún juvenilmente decorado. Y quitar alguna de esas cosas le traía un sentimiento de culpa y traición a su infancia y juventud. No todo fue tan malo. Pero verse a sí misma abrazando a unos peluches de Suyin con las bebidas algo subidas era demasiado incómodo, y a la vez, deprimente.

Era demasiado orgullosa como para admitirlo, pero la extrañaba. A ambas. Y pensar que su familia y vida se había desmoronado en tan pocos meses era un sentimiento abrasador y doloroso. Justo cuando se suponía que debía estar en lo más alto de su trabajo, con un esposo perfecto, hijos perfectos y una vida perfecta.

Al parecer esa no era ni sería su vida. Ella no estaba hecha para eso. Quizás Suyin, quizás Tenzin, quizás Izumi. Pero no ella.

Los años, los meses, los días, las horas. Todo pasa. Las cosas buenas, las cosas malas, en algún momento se irán. Porque nada es permanente. Ni siquiera la vida lo era, y siempre, todo acaba. Cuando menos es esperado el final llega, y no han nada que pueda hacerse para evitarlo.

Desde un principio lo supo. Todo era un agujero negro, y comenzaba a ser succionado por cuestiones que ni ella podía descifrar. Simplemente, las cosas colisionaban. Todo lo que creía que era perfecto, se desmoronaba. Y la realidad que vivía resultó ser una vil burbuja de cristal, que la alejaba del triste destino que le deparaba. Y estaba bien, la mayoría del tiempo.

Siempre estuvo consciente de que estaría sola. Desde que su hermana fue enviada a Gaoling, supo que las personas se escapaban de sus manos, y que todos en algún momento se irían. Nada era permanente. Y el amor no funcionaba como pegamento. Jamás lo hizo.

El amor que sentía por su hermana no evitó que la odiara en lo más recóndito de su corazón. Tampoco evitó que su madre se fuera, ni que Tenzin se quedara con ella, o algo simple como haber sido aceptada por su padre "inserte nombre en blanco".

"¿Y yo qué significo para ti?", explotó bañada en lágrimas de furia.

Ese día, descubrió que la felicidad no duraba para siempre. Toph Beifong no era el héroe que siempre vio con ilusión, y ella no era el orgullo que siempre imaginó que sería. No era el orgullo de nadie.

Ella aprendió a vivir sin amor. Y que un idiota la dejara no cambiaría las cosas, ni su manera de pensar.

Dejó que sus fuertes brazos la apretaran contra él. Las lágrimas de rabia volvieron a surcar por su rostro, pero si de algo podía estar segura, era que no lloraba por tristeza. Era desahogo, cansancio, furia, ira que había quedado en ella como un sorbo de té al final de la taza.

—Estarás bien —musitó con voz ronca, depositando un simple pero significativo beso en su sien.

Ella cerró los ojos, permitiendo ser engañada al menos por un momento. A veces las mentiras podía alegrarle más de lo común. Y por un momento, sólo por un momento, dejó ser alejada de la realidad.

Era la única manera de sentirse viva nuevamente.


La noche golpeó el cielo con rapidez. Ni siquiera eran las seis de la tarde y ya el cielo estaba notablemente oscuro. Surcó con su dedo índice la textura lisa del cristal, haciendo formas sin sentido en el. Apoyó su cabeza en la barandilla, como si de una niña pequeña que observaba con anhelo el exterior por la ventana se tratase. Se sentía bien desapegarse de su ajetreo diario.

Bumi entró a la habitación con una bandeja de té en sus manos. En ella, habían dos tazas de porcelana con detalles en verde. Un viejo regalo de Izumi, a sabiendas de cuanto disfrutaba de una buena taza de té. Pero el mejor panorama era Bumi, que con su cabello revuelto, su pecho descubierto por la falta de camiseta y los pantalones holgados de lana color crema lucía algo llamativo.

Sonrió de lado, sentándose de nuevo en la cama. Se sentía nadar entre la enorme camiseta de su antiguo cuñado, porque no era un secreto que para su pequeña figura era difícil llenar todo el espacio de la espalda de Bumi. Aún así, se sentía cómoda.

—Té Oolong para la Jefa Beifong —anunció con la voz más gruesa de lo normal, sentándose diagonal a ella, en la esquina inferior de la cama. Sabía que era su favorito—. Encontré varias bolsitas revueltas en la cocina.

—Seguramente Saikhan las dejó allí —dijo más para sí misma que para su acompañante, gruñendo ante el desorden de su colega.

Bumi enarcó una ceja, depositando la bandeja en la mullida cama, con la precaución de que el té no se derramara. Lamentaba ser tan tosco, pero servir té nunca fue lo suyo. Aún así tomó la tasa de té y la observó, olisqueándolo.

Ella rió ante su inexperiencia, tomando su tasa con ambas manos. Después de darle un sorbo aceptó que Bumi no era tan malo haciendo el té. Al menos no como en sus años de adolescencia, cuando prefería huir antes que ser envenenada con sus brebajes. Pero había mejorado notablemente.

—Se siente bien saber que traes a más hombres a tu casa —rió, haciendo que ella pusiera los ojos en blanco.

—No digas tonterías —bufó, casi atragantándose con el té.

Bumi sonrió socarronamente, con una chispa de orgullo. Hacer pasar a Lin Beifong un buen rato no era tan difícil después de todo.

—Si mi abuelo te viera así te lanzaría a la hoguera.

Él dejó la taza cerca de su boca, emitiendo un sonido de confusión.

—¿A qué viene eso? —se preguntó casi para sí mismo, limpiándose algo de té que había caído por su barbilla con la cobija de la cama—. ¿Por qué?

—No tiene un bueno gusto para los hombres calientes sin camisa —rió, como si recordara alguna anécdota divertida que le traía buenos recuerdos—. Recuerdame que cuando veamos al tío Sokka le pidamos que nos cuente la historia completa.

Bumi dejó la taza de té a medias, amarrando sus piernas contra su pecho. Aunque amara contar historias, a pesar de nadie las creyera, también amaba escucharlas. Lin hizo lo mismo, con la diferencia de que su taza estaba vacía, como si nunca hubiese sido usada. Brillante en la oscuridad de la habitación, que era contrarrestada por una lámpara de lino encima de la mesita de noche.

—Cuando Suyin y yo éramos niñas, los abuelos solían visitarnos muy seguido. Su relación con mamá había mejorado bastante —relató con una sonrisa socarrona—. Pero por mala suerte, siempre cuando llegaban sin avisar, Sokka estaba sin camisa cocinando. ¡Sin falta! Todo el tiempo sucedía.

Ambos rieron, aunque la risa escandalosa de Bumi era la que más se lograba oír.

—No recuerdo bien la historia, pero un día mi abuela le regaló una camiseta en su cumpleaños. Creía que el pobre no tenía ropa.

—Pobre tío Sokka. Lo tachan de indigente.

—Sobretodo con su barba de Wang Fire.

Volvieron a reír, y el ambiente tenso comenzaba a tornarse más ameno. Bumi tomó la bandeja y la puso en el suelo sin delicadeza alguna, para después acostarse a lo largo en la cama con una sonrisa de oreja a oreja. Con su mano, invitó a Lin a acostarse sobre su brazo.

Y así lo hizo. Sus hebras de cabello, oscuro como la noche, rozaron su brazo terso y musculoso gracias a los entrenamientos de las Fuerzas Unidas. Era reconfortante sentir el calor corporal de otra persona en su mejilla. Últimamente, el calor no era algo común en sus relaciones. Si es que tenía.

Desde que su relación con Tenzin comenzó a decaer, la frialdad era parte de su rutina diaria. Pero con Bumi todo era tan distinto. Tenzin era luz, Bumi oscuridad. Tenzin era suplicio, Bumi era risas y alegría. Tenzin era cariño, Bumi era pasión y amor.

Podía acostumbrarse.

Y observó el techo como sí fuera un enigma. La luz de la lámpara comenzaba a notarse cada vez menos, y supo que el sueño la estaba golpeando nuevamente. Pero no estaba lista para caer rendida ante el cansancio, y sólo se atrevió a apagar la luz de la lámpara y observar a la nada, a la oscuridad que llenaba cada recóndito lugar de la habitación.

Meditó sobre sus acciones, y en lo que se estaba transformando su vida. Triste para ella, no era en algo bueno. Y de eso se trató toda la noche.