Capítulo 1.
Oscuridad. Todo a tu alrededor estaba sumido en una nube negra que no te permitía ver nada, sentías el aire pesado e hirviente al respirar, y solo te quejabas con sonidos bajos.
El pitido en tus oídos no cesaba y te limitabas a apretar tu cabeza con ambas manos, intentando que el dolor menguara a medida que presionabas con más fuerza.
– [Nombre]… –Alguien te llamaba, pero no prestabas atención y permanecías ahí, acurrucada y esperando–. ¡[Nombre], reacciona no hay tiempo para esto!
Lloriqueabas a medida que los sonidos de explosiones se hacían más nítidos y empezabas a recobrar la visión.
– ¡Déjame, no hay nada que puedas hacer ahora! –Te quejaste bajando la mirada hacia tus rodillas, sintiendo la saliva como un trago amargo, volviste los ojos hacia quien te gritaba con desespero y viste la persistencia que había en el par de esmeraldas que te observaban–. ¿¡De qué sirve un soldado sin una pierna!? ¡Dímelo, Eren!
El castaño se quedó en silencio y negando con la cabeza, sin dejar de verte.
– [Nombre]… no tienes que…
–Solo déjame.
Tus ganas de vivir de repente se habían marchado. Ya no tenías un propósito, no podrías prestarle un servicio a la humanidad y mucho menos ver las afueras de los asfixiantes muros de nuevo. Ya no servías. Era así de sencillo.
Te abrazaste a ti misma ahora llorando sin hacer ruido, tu cuerpo temblaba y no te atrevías a ver tu extremidad faltante; solo querías morir para evitarte todo lo que vendría después de sobrevivir a la catástrofe que había sido esa expedición fuera de los muros.
El joven titán bufó rascándose la cabeza.
–No me dejas otra opción.
Antes de que pudieras reaccionar el muchacho te estaba levantando en brazos, cuidando no tocar el sitio bajo tu rodilla derecha, en donde ahora solo había un hueso hecho trizas y sangre, mucha sangre. De hecho, estabas perdiendo tanta que tu vista comenzaba a nublarse de nuevo.
–Eren… –Te habías resignado, pero sabías que no te quedaba mucho tiempo–… No me siento bien…
El muchacho detuvo el paso y volvió la vista al camino que habían recorrido, había un rastro de líquido carmesí que le hizo caer en cuenta de la gravedad del asunto. Estabas en la línea que dividía la vida y la muerte, y te tambaleabas hacia el costado menos conveniente.
–Resiste, [Nombre]. Pronto encontraremos ayuda.
Asentiste en silencio y dejaste salir un suspiro largo y cansado, tus párpados empezaban a cerrarse despacio.
– ¿Te parece si me hablas un poco?
Aquello te hizo espabilar, empezabas a sentir como un sueño, probablemente eterno, se cernía sobre ti y te obligaba a sucumbir.
–Claro… ¿Sobre qué…? –Tu tono de voz era quedo y adormilado, lo que mantenía asustado al soldado que te cargaba con cuidado.
–No lo sé. Mm… ¿cómo era tu familia?
Aquello te hizo meditar un poco. ¿Cómo eran? ¿Alguna vez tuviste una?
–Eren… Tú conoces bien a mi familia… –hiciste una pausa y sonreíste al ver la expresión confundida del joven–. Mikasa Ackerman… Armin Arlet… y… –el aire en tus pulmones empezaba a irse conforme hablabas, pero sabías que si dejabas de hacerlo, morirías más rápido–. Eren Jaeger.
–Pero…
–Ellos tres son mi familia –reafirmaste abrazando el cuello del castaño para sentirte más segura.
Él sonrió y plantó un beso suave en tu cabeza, algo que te reconfortó aún más de lo que ya podrías estarlo.
–Tienes razón, [Nombre] –El castaño no dejaba de buscar con la mirada algún miembro del escuadrón, sin éxito–. Y como miembro de esa pequeña familia, debes sobrevivir.
–No lo digas como si fuera tan fácil…
–Aun así, inténtalo.
–Bien, lo haré.
El muchacho no comentó nada y continuó caminando, cuidando no encontrarse con ningún titán. Tú en cambio, ya sentías como no tenías fuerzas.
– ¡Eren! –Escucharon de repente. El nombrado se giró con entusiasmo para encontrarse con la pelinegra sobreprotectora quien hacía poco habías nombrado; ella, con tan solo verte mostró un deje de asombro en el rostro–. Qué bueno que estén a salvo.
–Mikasa, ¿dónde están todos? –Indagó el de ojos verdes, apretándote más contra sí mismo. Tu vista se dificultaba cada vez más, pero estabas tranquila, no desfallecerías sola.
–Están cerca del muro, pero ya que ustedes no aparecían decidí buscarlos.
–Gracias. Debemos regresar pronto, [Nombre] ha perdido mucha sangre…
–Pero… ella no reacciona…
Eren bajó la mirada hacia ti y te sacudió con algo de brusquedad, desesperado.
–No… [Nombre]… ¡[Nombre], no bromees así conmigo!
Pero no hubo respuesta, en cambio, el muchacho vio tu rostro sereno y durmiente, así como una sonrisa pequeña.
"Al menos no estuve sola… "
– [Nombre]… –Susurró abrazando tu cadáver.
La pelinegra tragó en seco y frunció el ceño, bajando la mirada.
–Debemos irnos, Eren, aquí no es seguro.
Él se mantuvo en silencio y volvió la vista hacia su hermana adoptiva, sin soltarte.
–Ella dijo que sobreviviría porque éramos su familia…
–Eren…
– ¿¡Por qué se rindió!?
"Yo… ¿me rendí?"
–Entiéndelo, no estaba en sus manos. Había perdido mucha sangre.
"Tal vez… pude evitarlo…"
–No es justo… –Dijo el castaño empezando a andar junto a la pelinegra. Ambos en silencio.
"Era lo que debía pasar… ¿no es así?"
De repente sentiste tu cuerpo irse de las manos del castaño, el desespero te invadió, no querías apartarte de ellos, pero no podías moverte, y tan pronto estuviste lejos, todo se desvaneció dejándote sola en un escenario sin luz.
– ¡Agh! –Te despertaste de golpe en tu habitación. Con el corazón acelerado y la respiración agitada.
Viste a tu alrededor, dándote cuenta de que todo estaba como siempre, y al ver por la ventana, te percataste que aún era de noche. Quizá de madrugada.
Bufaste y te pusiste en pie, estirándote un poco antes de avanzar hacia la puerta. Esto ya era rutina, soñar con tu muerte, una muerte donde dejabas atrás a tus queridos amigos.
Caminaste por los pasillos a oscuras y llegaste a la cocina, donde te serviste un poco de agua para luego salir del enorme castillo donde los habían confinado debido a la situación de Eren. Recapitulaste lo que la desagradable pesadilla te había mostrado y bebiste un trago largo de agua, dejando casi vacío el vaso de vidrio.
¿Serías la única de todo el escuadrón que sufría ese mal? Porque, por si no fuera poco, el insomnio que te atacaba luego de las dichosas visiones de posibles y dramáticos finales que te involucran, no ayudaba mucho a que pudieras dormir tranquila, y las ojeras que se empezaban a formar bajo tus ojos le confirmaban eso a cada miembro de tu equipo.
–Oi.
Espabilaste al punto de casi dejar caer el vaso al suelo, te giraste con rapidez y te paraste erguida sin quererlo.
– ¡Sa-Sargento! –Te había cachado en uno de tus momentos de meditación profunda. Era uno de esos episodios donde debías tomarte tu tiempo para calmarte.
– ¿Qué haces aquí, [Apellido]?
–Am… –sonaría ridículo contarle a tu superior que andabas vagando a mitad de la noche por ahí, solo por una pesadilla–. Necesitaba… beber agua…
–Beber agua… –dijo con un tono de sarcasmo que te hizo sentir más que insegura. El pelinegro alzó una ceja y se cruzó de brazos–. No me interesa saber cuál es la verdadera razón, pero no me agrada que mis subordinados me mientan en la cara como si fuera un estúpido.
Bajaste un poco la mirada y aclaraste tu garganta.
–Bueno… No es nada importante… Solo tuve una pesadilla…
–Y por eso estás aquí afuera, ¿por qué no suena muy creíble?
–Ah, eso… pues estaba muy agitada, necesitaba aire. –Te rascaste la nuca con un deje de vergüenza, también te preguntabas qué hacía él ahí, pero no estabas en posición de preguntarle. Sabías que no respondería.
El hombre extendió el brazo y arrebató el vaso de agua de tus manos, sin decir palabra. Tus ojos se clavaron en él al instante–. Em… Sargento… ¿no tiene un poco de frío?
Estabas incómoda ahora que notabas que el pelinegro solo dormía con un pantalón de pijama. Pero eso a él parecía no molestarle.
–No.
–Bueno… supongo que me marcho entonces… –Dijiste con tono suave y un tanto tímido, pasando de largo al hombre un poco más alto que tú.
Eras blanco de varias bromas entre los miembros del escuadrón por tu estatura. Ya que no podían molestar al pelinegro, descargaban todo en ti. Claro, tú lo tolerabas más que bien y le dabas poca importancia, después de todo hasta bromeabas también, pero eso no quitaba que fueras la única un poco más baja que él. Quien de por sí, con sus 1,60 de altura, ya era bajo para todos.
– [Apellido].
– ¿Sí, sargento? –Indagaste girando tu vista hacia él, deteniendo tus pasos.
– ¿Sufres de insomnio?
Aquello te desencajó. ¿Qué buscaba con esa pregunta?
Asentiste en silencio y él hizo un ademán para que continuaras caminando. Obedeciste de manera sumisa no sin antes notar que iba hacia la cocina con tu vaso y una tasa vacíos. ¿Acababa de tomar té?
Llegaste a tu habitación cuidando no hacer ruido, pues no dormías sola. Mikasa compartía cuarto contigo.
– ¿De nuevo no puedes dormir?
La voz de la joven hizo que perdieras tu posición de puntillas y te relajaras soltando un suspiro.
–Lo siento, siempre te despierto a esta hora, ¿no?
–Tranquila, no importa siempre que pueda volver a dormirme… Aunque no digo lo mismo de ti.
– ¿También notaste mi insomnio? –Dijiste con algo de burla, sonriendo de manera cálida ante la mirada desaprobatoria de la joven.
– [Nombre], enfermarás si no duermes lo suficiente. –Te encantaba que la pelinegra te regañase, te hacía sentir en casa, como una hermana menor que es protegida.
–Lo sé… Pero no depende de mí… –Te sentaste en su cama y rascaste tu nuca–. Sabes que mis pesadillas no las controlo, es… molesto.
Hubo un corto silencio en que la asiática solo asintió meditabunda.
– ¿Qué soñaste esta vez?
Te giraste hacia ella y negaste con la cabeza, subiendo a tu litera. Te encantaba la de arriba, era como un refugio.
–Ahora no quiero hablar de eso, ¿sí? Intenta dormir de nuevo.
– ¿Qué hay de ti?
–Haré lo que pueda.
No hubo respuesta, por lo que presumiste que te había hecho caso.
Recostaste la cabeza en la almohada y fijaste tu vista en la ventana. No se veía mucho, pero lo que se veía era relajante. Detrás del castillo había una laguna cuyas aguas se mantenían quietas, la luna menguante se reflejaba en ella y un pequeño grupo de luciérnagas volaban presurosas a su alrededor. Había uno que otro árbol, pero nada que evitara poder apreciar esa belleza.
Soltaste un ronco y largo suspiro, cerrando los ojos como de costumbre a ver si, de milagro, lograbas atrapar al sueño.
Otra vez sin éxito.