NdA: Aquí está el epílogo. Como viene siendo de costumbre, ¡avalancha de notas históricas!

Y con esto, se acaba la historia~


EPÍLOGO

POR LA PAZ


Quiso la inglesa nación
dejar a España ultrajada,
y a tan altiva intención,
vuestra pluma y una espada
le dan la satisfacción.

El fiero orgullo reporta,
y España porque le importa
por su defensa recibe
pluma que tan bien escribe,
y espada que tan bien corta.

Lope de Vega, La Dragontea (1598)


28 de agosto de 1604, Londres, Inglaterra

Sentados frente a frente, flanqueados por sus respectivos delegados políticos, Inglaterra y España escuchaban con serenidad y sin cambiar la expresión el Tratado de Paz que, tras numerosas negociaciones, se había conseguido redactar.

Inglaterra había adoptado una postura desganada, medio recostado en su silla y con la mirada perdida en algún punto de la pared de enfrente, como si todo aquello no fuera con él. España, en cambio, se mantenía recto, severo y prestaba atención a todas y cada una de las palabras del tratado para asegurarse de que cumplían los términos acordados, que básicamente podían resumirse en unos pocos puntos:

Se debían establecer unas buenas relaciones entre ambos reinos, que dejarían de intervenir en la política interior del contrario. Inglaterra en particular tenía prohibido volver a entrometerse en el comercio de España con sus provincias de Ultramar, no prestar ningún tipo de ayuda a los rebeldes holandeses —ni venta de municiones, ni aparejos, ni armas—, reconociéndose a la infanta Clara Eugenia como gobernante de las Provincias1 y Flandes, y España se comprometía a no intentar nombrar un rey católico para su nuevo amigo. Podía parecer que se trataba de un tratado relativamente equilibrado porque, además, establecía la apertura de relaciones comerciales entre ambos.

Lo importante era, sin embargo, otro detalle: Inglaterra se comprometía a abrir todos sus puertos a los barcos de guerra españoles, que podrían entrar sin pedir permiso siempre que no superaran las ocho embarcaciones, y abastecerse en los mismos.

Cuando se terminó de leer el tratado, se ofreció a los representantes de ambos reinos a que firmaran. Uno tras otro, condes y distintas autoridades inglesas y españolas fueron dando su consentimiento al tratado, hasta que sólo quedaron Inglaterra y España.

El segundo examinó las palabras, como si no las hubiera escuchado y leído y releído varias veces mientras viajaba hacia Londres, con los puños apretados sobre la mesa y los labios unidos en una fina línea blanca.

Aquel documento iba a poner, al menos de momento, fin a más de veinte años de guerra continuada2.

Era cerrar un capítulo de su historia. Y comenzar el siglo con la cabeza bien alta. España miró a Inglaterra a través de las pestañas.

Había sido una guerra de desgaste para ambos. Los dos habían perdido muchísimos hombres y dinero en ataques continuados. Pero, incluso tras el desastre de la Armada, las victorias siempre se habían inclinado del lado español. Lo suficiente para que pudieran recuperar parte de su prestigio marítimo en Kinsale3.

España cogió la pluma, respirando hondo y mientras firmaba se preguntó, no por última vez en su vida:

¿Por qué será que los tratados de paz… No me llenan?

No se sentía triunfante, sino aliviado: hacer la paz con Inglaterra era quitarse un maldito peso de encima, después de… ¡Dios mío! ¡Todo un siglo peleando! Y la guerra no había acabado con Holanda, ni con Francia, ni con los berberiscos… Ni en las provincias de Ultramar, claro, aunque su control se estuviera afianzando.

Por fin podría respirar en una zona de Europa y dedicarse a las demás. La sola idea hizo que se le vencieran los hombros y quisiera romper a reír de pura amargura. A veces se preguntaba cómo conseguía seguir adelante, si tenía la impresión de que fuera a romper a pedazos por el camino.

Realizó el último trazo, respiró hondo y dejó la pluma a un lado. Después tendió el documento a Inglaterra.

El joven desvió los ojos verdes de donde quiera que se hubieran perdido y los clavó con cansancio en el tratado. Parecía que cada movimiento le costara un infinito esfuerzo. Se humedeció los labios y se irguió, frunciendo el ceño.

Por un momento, sus miradas se encontraron.

Inglaterra fue el primero en romper el contacto, crispando el rostro. Sus dedos apretaron la pluma hasta casi partirla.

Si no te hubiera salvado…

Era humillante perder una guerra. Pero Inglaterra había aprendido que el honor no importaba cuando se imponía la realidad, así que se forzó a escribir su nombre, repitiéndose una y otra vez que al menos había mantenido su independencia, que no había caído bajo las redes de un extranjero.

Sin embargo…

Firmó con tanta violencia que casi rasgó el papel. Luego miró a España con los ojos entrecerrados mientras dejaba la pluma a un lado con sequedad.

Un día se invertirán nuestras posiciones. Un día serás tú quien se incline ante mí y yo seré el imperio cuya sombra lo cubra todo.

Pareció que España le hubiera leído el pensamiento, porque le dirigió una mirada desafiante. Y, por un instante, Inglaterra creyó escucharle decir:

Pero, hasta entonces, yo seguiré siendo el más grande.

Se permitió una pequeña sonrisa y reprimió un resoplido. Bueno, ya llegaría el momento. Además, ¿había algo mejor que vencer a alguien muy superior? Aplastar a enemigos pequeños no reportaba casi nunca beneficios…

Y, aunque la gente comenzara a olvidarlo, Inglaterra se ocuparía de recordar al mundo que él, un reino pequeño y dividido por la guerra, había conseguido derrotar a la Armada más grande de su tiempo. Puede que no por sí solo, desde luego. Es más, cuando regresó a su hogar, después de dejar a España en manos de Holanda, se encontró con un ambiente de terror: la gente temía que los barcos que habían partido al norte volvieran en cualquier momento a acabar con ellos.

No había sido así, por suerte4.

Pero Inglaterra tenía muy clara una cosa: aunque no hubiera destruido la Armada, sí había dado el primer golpe para conseguir que se deshiciera su organización. Mirando con perspectiva, se sentía como David contra Goliat. Había sido él y nadie más quien había conseguido derrumbar el mito de la invulnerabilidad de los ejércitos españoles, quien había traído la burla y el escarnio al omnipotente imperio. Sintió un cosquilleo de satisfacción5. En comparación, su éxito era mucho mayor que el de España al haberlo rechazado al año siguiente. Aunque el fracaso… le había dolido igual. Por ello desechó esos recuerdos y se quedó con los que le interesaban.

De pronto todos los presentes se incorporaron y él hizo lo mismo. Mientras los caballeros se saludaban con reverencias, él hizo un gesto a España, indicándole si quería ir fuera. Tras un titubeo y consultarlo con uno de sus hombres, España rodeó la mesa y se situó a su lado.

—¿Te apetece beber algo? —ofreció Inglaterra.

—Vaya. —España sonrió—. Qué amable por tu parte.

Ahora somos aliados. Creo que nos merecemos un buen trago. Ya sabes. Por la paz.

—La paz —repitió España, como si fuera una palabra que le supiera extraña.

Los dos reinos salieron de la sala donde se había sellado una nueva etapa de su destino y recorrieron una larga galería. Algunas cristaleras estaban abiertas y un agradable aroma a flores y tierra húmeda se colaba desde el jardín. España miró hacia el cielo despejado.

—¿Sabes? Me alegra haber vuelto aquí para firmar la paz.

—¿Más que como conquistador? —ironizó Inglaterra.

España le miró con una sonrisa cansada.

—No.

Lo sabía.

—La paz deja un regusto de insatisfacción, ¿verdad? —comentó Inglaterra, tomándole suavemente del codo para hacerle girar por un pasillo—. No es lo mismo que conquistar a fuego y sangre una ciudad.

—Pero deja mejor sabor de boca que levantarte sobre una montaña de cadáveres.

Inglaterra tuvo que darle la razón. Aunque los dos sabían, muy en el fondo, que una parte de ellos reía con crueldad cuando conseguían alzarse sobre sus enemigos, embriagados por la victoria.

Caminaron en silencio, sólo interrumpidos por el eco de sus pisadas, hasta que salieron al bonito jardín del palacio. Se deslizaron entre grandes arbustos y España se detuvo un momento a acariciar los intensos pétalos de una rosa roja con una expresión de añoranza.

Inglaterra suspiró para sus adentros y controló con esfuerzo sus manos poniéndoselas a la espalda. Hacía mucho que no estaba al lado de España de esa forma. A decir verdad, la última vez, España ni siquiera había estado consciente.

Habían cambiado tantas cosas desde entonces… Como todos los humanos, Hawkins y Drake habían muerto6. La reina había fallecido. Le gobernaba un rey escocés. Iba a cerrar su control sobre Irlanda. Y estaba en paz con España.

Hacía veinte años, jamás habría imaginado algo así.

Pero no. Cerró los ojos. No volvería a caer en sus errores. Nunca más. Ya había roto lazos con él, haciendo un sacrificio más que inmenso. De pronto sintió la tentación de contárselo. De decirle que, si había ganado la guerra, era porque se había apiadado de él.

Se mordió los labios en el último segundo, a punto de reírse de sí mismo: ¿confesar que por su propia estupidez había perdido la guerra? ¡Jamás!

Y, aun así, el pecho le dolía cuando miraba a España.

Los sentimientos son una maldición, se dijo con amargura. Sólo se interponen en el camino.

Tenía que prescindir de ellos de una vez por todas.

España se volvió entonces hacia él e Inglaterra se contuvo para no pegar un respingo.

—¿Crees que la paz durará?

Se pasó una mano por el pelo, apartándoselo de la cara. Guardó silencio un momento, luchando contra sus propias emociones. Una cosa era lo que ambos pudieran esperar.

Y otra la realidad. Y el deseo, la ambición que les impulsaba como reinos.

Inglaterra le sonrió con burla.

—Ni hablar. Estás en mi camino y, tarde o temprano, volveremos a chocar. —España arqueó las cejas con sorpresa cuando Inglaterra le apuntó con un dedo—. ¡Ni se te ocurra dormirte en los laureles, España! Si lo haces, cuando quieras darte cuenta, te habré echado de tu trono.

España le devolvió la sonrisa. Fue un gesto triste, pero, a la vez, lleno de energía.

—Veremos si puedes hacerlo, Inglaterra.

—Tú sólo espera y verás. Un día te obligaré a besarme las botas y te arrepentirás de no haber acabado conmigo cuando pudiste hacerlo.

Se sostuvieron la mirada. Entonces España resopló y preguntó con ánimo:

—¿Y esa bebida? La última vez que estuve aquí eras un buen anfitrión.

—Mejor que tú, seguro.

Se alejaron del jardín, hacia las cocheras para coger unos caballos y buscar un buen lugar donde emborracharse, recordar viejos tiempos y disfrutar de ese escaso período de tiempo en el que iban a vivir en paz. Disfrutar de lo que les quedaba, fingiendo que no se habían ayudado el uno al otro. Había surgido un acuerdo tácito entre ellos, durante ese intercambio de miradas, y era que ya no había lugar para las debilidades. Si acaso, respeto por el rival.

Porque los dos sabían que la próxima vez, no habría lugar lamentaciones.

La próxima vez, irían a matar.

La próxima vez comenzaría la lucha por el trono del Imperio más grande de Europa.

Pero, hasta entonces…

—Por la paz —brindó Inglaterra.

España alzó su copa y la rozó suavemente con la de él, arrancando un delicado tañido cristalino.

—Por la paz.


A klan: ¡muchísimas gracias por seguir este fic desde el principio hasta el final! ¡Y más si no te gustaba el UKSp! Wow, me siento realmente halagada de que te hayas quedado a pesar de todo y que lo hayas continuado. Mil gracias, en serio. Cada comentario tuyo me sacaba una sonrisa de ánimo.

A Martaa: jo, muchas gracias. Me hace tantísima ilusión que te haya gustado y que hayas decidido dejar review… Intentaré escribir más sobre ellos, que siempre hay temas muy interesantes que tratar. Gracias por seguirme y ojalá que te gusten los otros fics que escriba —aunque, spam time, aprovecho para señalar que tengo dos one shot UKSp a tu disposición (¿?)—.

A todos:

Muchísimas gracias a todos los que le habéis dado una oportunidad a este fic y a los que habéis conseguido leerlo hasta el final. Lo empecé pensando que sería algo cortito, un regalo, pero se fue haciendo grande por sí solo y sufrí mucho para escribirlo, pero me ha encantado hacerlo. Lo único que lamento es no haberlo hecho más largo y con más detalle… ¡Esperemos que no me ocurra lo mismo en el siguiente fic que escriba! Gracias por dejar review, algunos cortitos y otros muy largos —¡gracias, Elwym!—; todos y cada uno me hicieron muy feliz —exceptuando el trol, claro, aunque me reí un rato—. Siento si os he abrumado con las notas a pie de página y espero no haber cometido demasiados errores. ¡En cuanto tenga más tiempo libre corregiré las meteduras de pata!

Ojalá os haya gustado el epílogo y volvamos a leernos pronto.

¡Un saludo!


Notas

(1) En Países Bajos los gobiernos de Luis de Requesens, Juan de Austria y Alejandro Farnesio organizaron las provincias del sur en torno al tratado de Arrás, frente al norte, que conformaban la Unión de Utretch. A las divisiones geográficas cada vez se fueron sumando condiciones sociales —aquí gobernó la burguesía, el mercantilismo y loa religión calvinista, mientras que el sur siguió en manos de la nobleza católica—, religiosas y económicas; tras la toma de Amberes por Parma en 1585 las Diecisiete Provincias quedaron divididas en dos unidades territoriales separadas. Flandes fue legada en su completitud a la infanta Isabel Clara Eugenia como dote en su matrimonio con el archiduque Alberto, dando paso a un régimen archiducal: seguían estando unidos a España, pero conservaban una existencia propia, si bien sin el apoyo militar español hubieran sucumbido a sus vecinos del norte o a los franceses del sur.

Los holandeses entre tanto, fijadas las bases de su desarrollo, comenzaron a emerger económicamente y convirtiéndose en una verdadera amenaza para España, comenzando a expandirse hacia las Indias orientales y occidentales.

(2) Los verdaderos intentos de paz entre ingleses y españoles no comenzaron hasta después de la muerte de Felipe II y la llegada al trono de su hijo Felipe III en 1599; poco después moriría Isabel I y la sucedería Jacobo I, rey de Escocia e Inglaterra, que pondría como excusa para la paz el hecho de que Escocia no era enemiga de España. El caso era negociar la paz para evitar una guerra segura cuando los problemas internos de Inglaterra continuaban muy vivos. Con todo, hubo bastantes problemas tanto políticos —como los pactos establecidos entre Isabel y los holandeses rebeldes—, económicos —los ingleses se negaban a despegarse de las provincias de ultramar, donde sus corsarios estaban muy asentados, mientras que España continuaba defendiendo su monopolio— y, por supuesto, los insalvables encuentros religiosos.

(3) Kinsale o la Empresa de Irlanda, por la que se trató de conquistar la isla, de modo que a la vez se consiguieran frenar las aventuras inglesas hacia el Nuevo Mundo. Además, habría sido una conquista muy útil con la sucesión de Inglaterra y, por supuesto, por la colaboración con los católicos. Sin embargo, la intervención española fue el último intento e la monarquía de Felipe III de afrontar una operación a tal nivel —en cierta manera, habría pretendido ganar prestigio tras asestar un gran golpe a Inglaterra—. Con todo, sirvió para demostrar que, sólo trece años más tarde de la Armada Invencible, España continuaba teniendo una fuerza marítima capaz de atemorizar a la Inglaterra isabelina. El fracaso de esta empresa permitió que la corona inglesa extendiera sus estructuras legales y administrativas hacia Irlanda, lo que ocasionó una masiva emigración de ingleses y escoceses con un nuevo sistema de plantaciones y, a la vez, la huida de muchos irlandeses hacia España, donde se los recibió con los brazos abiertos y se les dieron privilegios de ciudadanía española.

(4) De los 129 barcos que zarparon de La Coruña el 21 de julio, no volvieron más que unos cincuenta, muchos de ellos tan dañados que hubo que dejarlos por innavegables. Las pérdidas humanas fueron igual de horrendas; se regresó con menos de 4.000 de los 7.707 marineros con que se había partido y sólo 9.500 de los 18.703 soldados —un índice de bajas por encima del 49%—. Gran parte de los supervivientes regresaron enfermos y los hospitales no daban abasto. Con todo, es resaltable mencionar que Felipe II se preocupó por ellos, por conseguirles medicinas, alojamiento e incluso en algunos casos una compensación económica. Muchos de los barcos habían naufragado al bordear las islas británicas, siguiendo una ruta tradicional comercial pero que en este caso de poco les sirvió por culpa de la falta de alimentos, la necesidad de desembarcar y los ataques de escoceses e irlandeses —aunque también hubo casos en los que estos protegieron a los españoles—. En España hubo numerosas críticas sobre cómo se había organizado la Armada, buscando todo tipo de fallos, que en gran medida recayeron sobre Parma, que soportó muy bien el rechazo general al contar con el apoyo de sus comandantes.

(5) Tras la derrota de la Armada, la figura de los españoles quedó muy dañada. Piratas y corsarios se rebelaron en el mar y los enemigos de los españoles atacaron con mayor crudeza a los mismos, ahora que el mito del imperio invencible se había venido abajo. Sin embargo, para el momento del tratado de Londres, éste hecho era algo que había quedado bastante atrás y las derrotas de Inglaterra también habían sido grandes y numerosas.

(6) John Hawkins murió en 1595 y Drake en 1596, en un fracasado intento de atentar contra el Caribe español. Drake, desde bastante antes, había caído en desgracia, en realidad desde 1589, cuando se dio la Invencible Inglesa o Contraarmada. Esta expedición, poco conocida por la propaganda anglosajona, fue un intento de Isabel de destruir los restos de la Armada Invencible, coronar a Dom Antonio como rey de Portugal y tomar las Azores. La operación fue una derrota sin paliativos y su fracaso puede compararse sin problemas a la Armada española.