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CAPÍTULO 5

GRAN DOLOR


Después del primer día de clases de Tsunayoushi, tan pronto como llegaba la mañana, el niño era recibido por su tío Fong y su tía Lal todos los días. Para el castaño era algo extraño el que los mismos guardianes se quedaran a su lado casi todos los días, estaba acostumbrado a no ver a cierto tío o tía por largos períodos de tiempo. No estaba acostumbrado a que algo fuese seguro en su vida y, aun así, cuando despierta hacia el rostro amable y ojos serenos y tristes de su tío Fong y hacia el jugo de naranja de Lal y la forma en la que raras veces sonreía, Tsunayoushi quiere que estos días sean eternos.

Cuando lava su rostro solo no siente nada, es meramente una monótona tarea para el niño, pero cuando siente la presencia de su tío Fong mientras ambos se lavan la cara y lavan sus dientes se vuelve diferente. Se vuelve emotivo. O cuando Tsunayoushi alcanza su tostada en las mañanas, hace un mohín porque es un poco pequeño para alcanzar el mostrador, es un fastidio alcanzar su desayuno. Sin embargo, cuando la tía Lal está ahí, ella alcanza el pan sin esfuerzo alguno y, con afecto en sus ojos, se lo da a Tsunayoushi.

Todas estas cosas minúsculas le han hecho entender a Tsunayoushi, de todo corazón, que él no fue hecho para vivir solo.


Tsunayoushi no está alerta pero en su primer día de escuela ocurrieron tantas cosas que pondrían su destino y el de su familia en movimiento. Algunas de las cosas las pudo ver, como el encuentro con Giotto o el conocer a Chrome junto con su hermano. Pero los cambios que no puede ver son las cosas que sus tías y tíos le han mantenido ocultas, como la política que conlleva la guerra y cómo estaban cambiando, o las razones por las que se habían mantenido lejos de casa por tanto tiempo y cómo esas también estaban cambiando.

De manera frecuente, pensaba para sí que no entendía el mundo de los arrogantes y complicados adultos.


El día en el que cruzó su camino con el soldado de Capuleto, Alaude, había sido un día con una puesta de sol aún más brillante. Tsunayoushi recordaría que fue un día largo y agotador, aunque ignoraba cuán crucial era ese día para el mundo de los adultos que le rodeaban.

Ese día, mientras iban sin prisa y sostenía la mano de su tío Fong, su tía Lal permaneció cerca de la puerta, como si esperara un paquete. Una premonición de algo oscuro permanecía en sus ojos, dejando que Tsunayoushi se cuestionara a sí mismo sobre si debía mantenerse callado. Ve la sonrisa reconfortante de tío Fong, todo previo sentimiento de presagios abandonando al dócil niño.

—¡Tía Lal! —Tsunayoushi saludó, feliz—. ¡Hoy hice una amiga en la escuela! ¡Se llama Chrome!

La italiana de cabello oscuro sonrío ligeramente, sus ojos reservados. Asintió y, con un gesto, indicó a Tsunayoushi que se dirigiera hacia su cuarto; los adultos ignorando que el niño también estaba experimentando un dilema propio. En la mente del pequeño niño, su prioridad principal era la falta de energía de Hibarin durante todo el día. Agradeció a Lal de manera privada y subió las escaleras rápidamente, dejando atrás al tío Fong y a la tía Lal junto a la entrada para que hablaran entre ellos.

Tan pronto como Lal se aseguró de que el niño estaba fuera de vista, sus hombros se tensaron, sus labios formaban una línea torcida. Lal lucía muy quieta, demasiado, escrudiñaba al hombre chino frente a ella, la forma en la que los ojos de Fong se cerraban a medias, lenta pero incesantemente, la manera en la que sus rodillas se rendían como si estuvieran rotas.

Estaba a punto de desmayarse.

Lal logró rápidamente sostener su cuerpo agarrándole por los hombros, ayudándole a caminar con cuidado hacia el sofá disponible más cercano a ellos.

—Fong, te sobrepasaste —sus ojos están enojados.

El chino ríe ligeramente porque es todo lo que puede hacer —Vamos, esto no es nada, Lal; sanará con el tiempo —dio unas palmadas gentiles a su brazo roto, la mujer frente a él no retrocedió.

—Fong —su voz era fuerte—… apenas si puedes levantarte. Fingiste por el bien de Tsunayoushi, ¿o no? Estabas sintiendo dolor cada segundo que caminabas con Tsunayoushi, ¿no es cierto? —su voz no titubeó pero sus ojos comenzaron a brillar ligeramente.

Fong siguió sonriendo gentilmente, como siempre lo hacía.

—No lo digas tan fuerte, Lal, ja, ja, ja —se movió lenta y dolorosamente en el sillón—. Realmente quería estar ahí, para él, en su primer día de escuela, eso es todo…—Lal le ayudó a Fong a recostarse, el hombre ocasionalmente se doblaba del dolor pero su buena naturaleza nunca le dejó. Ella le tendió un vaso de agua que él aceptó como si no hubiera bebido en años.

»Así que, por favor, Lal, no te enojes conmigo. Sólo quería ver a Tsunayoushi tan pronto como fuera posible —el hombre tenía una dulce sonrisa, tales ojos protectores y amables. Lal no podía estar enojada con él. Ella sintió cómo su fachada se caía, agarró el borde de los cojines del sofá.

—Fong…

—No pude protegerla, Lal. No pude protegerla… —cerró sus ojos fuertemente, como si le dolieran.

—Fong, no te culpes. Hiciste lo que pudiste por ella —Lal se rehusaba a mirar al otro adulto en la habitación, sus ojos escogiendo enfocarse en el color neutral del sofá.

Fong dejó de sonreír, sus ojos se abrieron una vez más, brillando como las estrellas del cielo nocturno.

—Si ese es el límite de lo que pude hacer por Viper, entonces no soy tan fuerte como pensé que era. ¿Cómo pude pensar que podía proteger a otros… si esto es lo que, al final, puedo lograr?

Lal tenía unas cuantas lágrimas en sus ojos, una vista rara pero llena de significado.

—Apreció todo lo que hiciste por ella…

—¿Aún si no pude salvarla de su propia muerte?

La sala permaneció en silencio, el único sonido provenía del refrigerador en la cocina. Ese refrigerador cortaba el silencio entre la conversación de las dos personas, aquel que estaba decorado con los portarretratos magnéticos de Tsunayoushi que Reborn había ganado para él en la feria del condado hacía mucho tiempo. La fotografía dentro del recuadro era una tonta, y aun así contenía felicidad cada vez que alguien le echara un vistazo.

En esa fotografía, todos los Arcobaleno rodeaban el pastel del cumpleaños número ocho de Tsunayoushi, los cerezos en el parque detrás de ellos habían florecido. La cabeza de Tsunayoushi estaba en el pastel gracias a la traviesa mano de su tío Reborn, Lal sostenía a un ebrio Colonello que intentaba derrotar a Skull, el cual se refugiaba detrás de Fong. Fong sonreía brillante a Tsunayoushi sin ser consciente de la mala conducta ocurriendo en la fotografía, mientras Luce tenía su brazo enlazado con el de Fong, no ignorando al borracho golpeando a Skull y que le había traído hacia adelante. Al lado de Luce permanecía Viper sosteniendo los platos y utensilios listos para el pastel a la vez que Verde miraba a todos muy entretenido, un vaso de cristal con vino levantado hacia sus labios.

Ya no podían volver a esos días.

Lal no dice más, pero Fong sigue hablando, la forma en la que lo hace es muy tranquila.

—Probablemente Reborn ya esté muerto.

Lal se volteó hacia su lado —Fong —advirtió.

Fong no se detuvo.

—Me atraparon pero, tan pronto como descubrieron el escondite de Viper, algo dentro de mí reaccionó. Justo como cuando reaccionó cuando Skull nos dijo todas esas cosas durante la cena antes de que él… —el hombre no termina esa oración—. Uno de los soldados que agarró a Viper empezó a girar su brazo y no pude ver más allá de eso, mi propia ira se apoderó de mí.

»Maté al soldado que se atrevió a herir a alguien de mi familia de esa forma, y empecé a tratar de defenderla al igual que a mí. Fui traído de vuelta a la realidad tan pronto como noté cuán mal herida estaba Viper. Apenas podía enfocar la mirada… la cargué, Lal…

La italiana no pudo mantener sus ojos secos por más tiempo.

—La llevé conmigo, por todo el campo de batalla, caminando encima de cadáveres de soldados, aldeanos y niños pequeños. Apenas si podía mantenerme en pie, fui descuidado y causé que los dos, Viper y yo, cayéramos. Caímos justo frente a una base enemiga, la conmoción de nuestra caída atrajo inmediatamente a soldados de Capuleto. Empecé a pelear con todos los soldados que nos rodearon, perdí la cuenta de cuántos eran, ¿tal vez 8? ¿10? Empecé a matarlos con mis propias manos y a tantos como pude…

Inhala. Los ojos de un adulto brillante que anhelaban un futuro que fuera seguro y verdadero.

—Quería… quería protegerla, Lal, lo sabes, ¿cierto?

Fong no lloró pero vio la forma en la que pequeñas lágrimas se creaban alrededor de los ojos de Lal. Lucía molesta y sus lágrimas se vían igual que ella, Fong pensó con cariño a la vez que veía a la mujer frente a él, tan terca y orgullosa.

—Los dos soldados restantes tomaron ventaja de mi fatiga y lograron derrotarme, comenzaron a golpearme, me escupieron, lo soporté todo por el bien de Viper. Después de un rato, los hombres se cansaron de mí y me arrojaron, provocando que uno de mis brazos colisionara con la punta de una roca. Tan pronto como sentí el dolor de mi brazo roto, sacaron un arma y le dispararon a Viper en la cabeza justo frente a mí, pero ya sabes eso gracias a Luce, ¿cierto? Después de todo, ella se quedó haciendo todo nuestro papeleo en el hospital…

»Estuve a punto de morir, Lal. Supe que había llegado mi hora de morir. Y pensé para mí que no era feliz, que me hubiera gustado ver a Tsunayoushi sonreír una última vez antes de que me fuera. Justo cuando estaba seguro en mi mente de que iba a morir, Reborn llegó justo a tiempo. Temo que le debo más de lo que me gustaría admitir —Fong dejó salir una risa nasal—. Les disparó a todos silenciosamente, como siempre. Cuando volví en mí, desperté con Luce en el hospital.

—¿Dónde está Reborn? —Lal preguntó, dudosa.

—Ha desaparecido desde ese incidente, ni siquiera ha enviado un mensaje a Colonnello para molestarle. Sabemos cuán bien Reborn y Colonnello usan nuestro equipo militar —rió ligeramente mientras los labios de Lal temblaban en una sonrisa, las lágrimas seguían en sus ojos—. Usualmente se envían amenazas el uno al otro, como un juego. Reborn no ha enviado un solo mensaje desde que su misión inició. Luce me dijo que Reborn me dejó a cargo del doctor principal y se fue inmediatamente, tan pronto como Luce llegó al hospital. Ni siquiera le habló, Luce me dijo que se rehusó a mirarla a los ojos, como si le estuvieran persiguiendo.

El silencio se instaló una vez más entre los dos adultos, Lal y Fong pensando subjetivamente hacia dónde se pudo haber ido Reborn. ¿Le estaban cazando y esta era la forma en la que había escogido para advertirles discretamente que empacaran y se fueran? ¿O se le estaba acabando el tiempo?

—Y, como buena noticia —el chino dijo mientras secaba las lágrimas de Lal con su pañuelo, aquel que Tsunayoushi había tejido para él en Navidad—, Colonnello volverá en una semana, me visitó muy rápido mientras me vendaba. Qué buen hombre, Colonnello siempre piensa en todos. Incluso vino como alguien poco amigable, ¿no te alegra que tu amante regrese pronto, Lal?

Lal se sonrojó de vergüenza, reprendiendo a Fong por sus comentarios tan directos. Por supuesto que estaba feliz de que volviera a salvo, después de todo, él era uno de los pocos miembros sobrevivientes de lo que solía ser los grandiosos Arcobaleno.


Solían ser grandiosos.


Una semana había pasado desde el primer día de escuela de Tsunayoushi, las cosas permanecieron igual y diferente al mismo tiempo. Su tío Fong le llevaba a la escuela todos los días y, mientras iban de la mano, al niño le gustaba pretender que Fong en realidad era su padre. Que no había guerra y que tenía una vida tranquila en la escuela, en estos días tranquilos a Tsunayoushi le gustaba sostener las manos de sus tíos y tías más que a nada.

En la tarde, su tía Lal le recogía de la escuela. A veces pasaban por el mercado para recoger algo simple para comer. Mientras Tsunayoushi iba de manera frecuente al mercado, se dio cuenta de cuán poco el mercado tenía que ofrecer y cuán caro era. Lo cierto era que sus tías y tíos nunca se quejaron por la falta de dinero, pero Tsunayoushi podía decir que causaba estragos en las vidas de sus compañeros. Cuando abría su caja de almuerzo, se aseguraba de compartir con la clase, después de todo, él era uno de los pocos que tenía carne en cada uno de sus almuerzos. Al hacerlo, la reputación de Tsunayoushi creció entre sus compañeros, todos compartían su almuerzo lo que lo hacía parecer como una gran fiesta. Incluso su amiga Chrome, que al principio era tímida, comenzó a agradarle a sus compañeros pues traía suficientes duraznos enlatados para la clase entera.

—Mi hermano trabaja como proveedor —le confesó a Tsunayoushi un día—. Tenemos un almacén lleno con la comida que vendemos a todos.

A pesar de que Tsunayoushi había sido capaz de hacer muchos amigos, el amigo con el que deseaba comer en el receso, o las manos que deseaba poder sostener mientras iban juntos al baño no eran otras más que las de Hibarin. Desde el encuentro con el soldado de Capuleto, Alaude, Hibarin pasó muchos días pretendiendo estar dormido, su berrinche multiplicándose por diez. Se rehusaba a hablar con Tsunayoushi por cualquier motivo, escondiéndose en el ático y sólo saliendo para robarse bocadillos y dulces. La verdad, Hibarin estaba avergonzado de mostrarle a Tsunayoushi un lado tan débil de él, de pensar que un vampiro malvado como él podía enfurruñarse de esa manera.


Tsunayoushi vio el cascanueces en su cama mientras se preparaba para ir a la escuela la mañana de ese miércoles. El niño pequeño continuaba robando miradas al cascanueces mientras se cambiaba y después de una pequeña lucha interna, tragó mientras escogió envolver el juguete en un fuerte abrazo.

—Hibarin, ¡esforcémonos hoy! —el cuerpo de Tsunayoushi empezó a temblar, dudoso—. ¡Está bien si hay cosas que no me quieres decir! Así que… vamos… —el niño recuerda cómo juega a imaginar con el tío Fong, cómo imagina algunas veces mientras se sostienen de las manos que son padre e hijo—. Vamos a caminar juntos, ¿está bien?

El humo que apareció de la boca del cascanueces tenía un color diferente que en ocasiones anteriores, era un rosa salmón mezclado con amarillo, el polvo brillando mágicamente como un durazno floreciendo. Hibarin lucía un poco avergonzado, estaba de pie en la cama, tenía sus brazos cruzados y miraba hacia el chico tímido debajo de él.

—¿Hibarin? —¿Le hice enojar otra vez? ¿No fue una buena idea lo que dije…?

El niño pequeño no podía meditar sus pensamientos cuidadosamente porque, en ese momento, Hibarin saltó sobre él. ¿Va a morderme hasta la muerte o a chupar mi sangre? Pero lo que el niño recibió no fue ninguna de esas cosas sino una sensación cálida.

—Herbívoro —el pequeño fantasma le dijo al niño viviente mientras se abrazaban—, algún día te contaré sobre mi hermano Alaude.

Tsunayoushi sólo pudo devolver el abrazo porque en ese momento tuvo una epifanía. Realmente a Tsunayoushi no le importaba qué tipo de secretos sus personas importantes tenían en sus corazones, no le importaba si no le podían decir. Porque, justo como sus tías y tíos, él también tenía secretos. Tsunayoushi pensó para sí que si ellos podían mantener sus secretos si así lo querían, la única cosa que les pediría a cambio era que, por favor, siguieran a su lado.


—¿Tío Fong?

El hombre chino colocó el omelet frente al niño junto con un vaso de jugo fresco de naranja. Se sentó cerca del niño, colocando un pañuelo en su regazo.

—¿Sí, Xiao-shi? —el chino sonrió, cambiando su brazo roto por su brazo bueno—. Ah, deberías comer rápido, la escuela comienza en 30 minutos. Necesitas comer bien para que puedas crecer y ser un joven fuerte.

—El pequeño atún también necesita algo de carne, ¿¡dónde está el hierro!? —Colonnello entró al cuarto con una de sus manos sobre el hombro de Lal (el cual ella quitó de manera brusca).

—¡Tío Colonnello, tía Lal, buenos días! —Tsunayoushi saludó alegre mientras comía una cucharada llena de su omelet de arroz. Desde el regreso de su tío estadounidense la noche anterior, la casa era mucho más brillante, a donde fuera que su tío entraba, nada podía competir con su carisma que hacía a todos a su alrededor reírse por sus bromas tontas.

»¿Tú y tía Lal durmieron bien? ¿Tuvieron una pijamada?

El tío Colonnello guiñó un ojo, coqueto, hacia Tsunayoushi.

—Bueno, no dormimos mucho ayer, si es que me entiendes. Tal vez te muestre cuando seas más grande…

Lal dio una fuerte palmada en la cabeza del rubio, causando que su cara se estrellara en su omelet. Fong comenzó a reír de una forma juguetona debido a la expresión confundida del niño; ¡qué lindo!

—¡Tú, pervertido! ¡No enfrente del niño! —la italiana le regañó—. En serio, Colonnello, ¡eres un gran idiota!

—Hey, ¡no te enojes, Lal! —Colonnello, avergonzado, se frotó el punto en el que ella le había impartido justicia justo hace unos segundos—. Hey… aún vamos a tener «pijamadas», ¿cierto? No estás tan enojada, ¿o sí?

Tuna, ¡parece que me voy a quedar en la casa del perro! ¿Puedo dormir en tu cuarto?

—¡Sí!... Pero no tenemos un perro… y tampoco una casa para perros…

—Deja de llenar la cabeza de Tsunayoushi con idioteces —Lal habló mientras ponía cátsup a su omelet, enviando miradas gélidas al rubio que ahora silbaba—. Tsunayoshi, hoy no podré recogerte. Colonnello lo hará, ¿está bien?

Antes esto, Tsunayoushi quitó la mirada de su desayuno con una expresión de pánico y adolorida.

—¿Tienes que volver a trabajar?

Lal se veía melancólica; ella entendía las implicaciones de sus preguntas. La implicación de que podían nunca regresar a casa, «de que ellos podían dejarle solo» ella pensó.

—No, no tengo que ir, al menos no por un tiempo. Sólo tengo que encargarme de unos asuntos con el banco.

—¿Banco? —el niño ladeó la cabeza—. Ese es el trabajo de la tía Viper, ¿o no?

Ante la mención de Viper, todo adulto en la mesa detuvo sus previas actividades para mirarse los unos a los otros de manera reflexiva. Se preguntaban qué le podrían decir al niño enfrente de ellos. Le podían mantener ignorante en muchas cosas pero, esta, no podía ser contenida por mucho tiempo.

—¿Dónde está? —el niño castaño dijo mientras veía los libros de colorear en la encimera, aquellos que Viper le compró el día de su gran mudanza hacia el campo—. No la he visto en mucho tiempo. Tampoco he hablado bien con ella desde que nos mudamos. ¿De verdad la tía está muy ocupada con el trabajo?

—Tsunayoushi —esa palabra vino de los labios de su tío Colonnello. Era muy raro que su nombre completo fuese dicho por el estadounidense, así que supo que las palabras que seguían las debía tomar en serio. Los ojos azul claro del americano le recordaron al tanque del pez dorado en la escuela y cómo el agua en la superficie formaba pequeñas ondas cuando caminaban—. Tu tía Viper, no puede volver.

Fong permaneció en silencio y tuvo la mirada fija en la comida frente a él, perdiendo su apetito mientras Lal se veía nerviosa, no como ella misma, en la mesa. Miró al niño sentado junto a Fong, cuyos ojos se empezaron a ampliar. Tsunayoushi lucía como si le hubieran salpicado agua fría en el rostro, no habló.

Colonnello permaneció sereno y tomó un bocado de su desayuno.

—No la volverás a ver.

Tsunayoushi siguió viendo a su tío Colonnello, parte de él esperando que dijera que era una broma; la otra parte deseando que permaneciera así de tranquilo.

—¿Está… está en el mismo lugar al que se fue el hermano Skull?

Ante esto, Fong se levanta y se ríe un poco.

—Mi Xiao-shi, ¡estás hablando mucho el día de hoy! Ya sé, ¿qué tal si vamos a un picnic en el bosque después de la escuela? Tu tía Lal debería estar de vuelta para ese entonces, ¿qué dices?

Tsunayoushi mira sus zapatos.

—¿El tío Reborn también irá al mismo lugar al que fueron la tía Viper y el hermano Skull?

Los tres adultos alzaron sus cabezas para mirar a Tsunayoushi, conmocionados y sin palabras. Esta era la primera vez que Tsunayoushi había decidido seguir con el tema, terco. Lal se reprendió silenciosamente por siquiera decirle al chico que iba al banco porque, de hecho, iba por el bien de Viper. Ella iba a recoger todo el dinero de las cuentas bancarias de Viper porque, en su testamento, les había dejado todo a los Arcobaleno. Después de todo lo que pasó, los Arcobaleno encontraron peculiar el hecho de que fuera muy generosa porque en vida era todo lo contrario.

Fong miró el reloj encima de ellos.

—¡Aiyaa, Tsunayoushi! Será mejor que nos apresuremos con nuestros desayunos, ¡vamos a llegar tarde! —el chino se levantó de inmediato, recogiendo sus utensilios hacia el grifo que ya corría el agua.

Tsunayoushi no hace amago de moverse pues su pregunta permaneció sin ser respondida. Es un suceso normal para él y Tsunayoushi entendió en ese momento que había dos tipos de soledad. El primer tipo era cómo se siente cuando no hay nadie alrededor, como cuando sus tías y tíos no vuelven a casa en meses. Ese tipo de soledad, él piensa, es insoportable; pero conoce un segundo tipo. El tipo de soledad que te golpea aun cuando estás rodeado de personas. Esa sensación de tu voz perdiéndose en una multitud.

Sigue comiendo, preocupado por sus pensamientos hasta que siente un golpecito en su cabeza.

Era su tío Colonnello.

Tuna —el estadounidense le mostró rápidamente una sonrisa encantadora al niño, sus ojos como el mar lavaron todos los sentimientos que Tsunayoushi tuvo de duda y desconfianza—. Hey, sonríe para mí, ¿quieres?

Y Tsunayoushi le da a su tío Colonnello una gran sonrisa que muestra sus dientes; porque eso fue lo que le enseñaron a hacer.


Colonnello y Fong permanecieron a los lados del niño mientras caminaban hacia la escuela, ambos sosteniendo una de sus manos, levantándole con cuidado como si estuvieran jugando en las barras de un parque. Tsunayoushi reía a menudo, su estómago daba brincos mientras los dedos de sus pies se elevaban del suelo.

—¡Buenos días, Chrome-chan!

—Buenos días, Tsunayoushi-kun —la niña más pequeña les saludó desde la puerta trasera de la escuela; le dirigió una sonrisa pequeña al niño—. ¿Hiciste la tarea?

—Sí, Hibarin me ayudó ayer… aunque no le entendí muy bien.

El reconocimiento pasó por sus ojos.

—Oh, Hibarin… ¿sigue molesto contigo?

—No, ya me habla —los ojos del niño castaño brillaron—. ¡Eso es por qué estoy muy feliz hoy, Chrome-chan! ¡Te contaré todo cerca de nuestros lockers!

Los dos tíos veían cómo Tsunayoushi hablaba animadamente con la niña enfrente de ellos, ninguno le puso mucho interés al contenido de la conversación. De hecho, sólo estaban contentos con la capacidad de su niño, de llevarse bien con niños de su edad. Especialmente desde que antes de que se inscribiera a la escuela su interacción con los niños era muy limitada.

—¡Hey, atún! —Colonnello sonrió—, ¿esa es tu novia? ¿Por qué no la llevas a almorzar o algo? Te puedo dar algunos consejos, niño —comenzó a picotear el lado del niño, molestándole. Fong mordió el interior de su mejilla, no queriendo avergonzar aún más al niño frente a ellos (o hacerse su enemigo).

—¡Ella no es mi novia! —el niño gritó con indignación, corriendo hacia el interior de las puerta frontal de la escuela con mucha prisa—. ¡Tío Colonnello, la tía Lal tiene razón! ¡Eres tonto!

Chrome rio ante la súbita declaración de su compañero, hizo una reverencia de manera educada a los dos hombres frente a ella y, sin demora, siguió al niño avergonzado—. ¡Tsuna-kun, espérame!

—¡ATÚN! ¡NO ME DEJES, BEBÉ! —el rubio fingió un lloriqueo, avergonzando al niño aún más—¡TE JURO QUE CAMBIARÉ! ¡No escuches a tu tía Lal, ¿me oyes?! ¡Está loooooooca! ¡Tú eres el ÚNICO PARA MÍ! ¿¡RECUERDAS CUANDO TENÍAS 7 AÑOS!? ¡PROMETISTE CASARTE CONMIGO!

Fong soltó una risita.

—Al parecer ahora vivirás en 2 casas para el perro, ¿o no, Colonnello?

El estadounidense sonrió de manera torpe a la vez que su se giraba hacia el camino que les guiaría a casa.

—Sólo soy una persona persuasiva como siempre, ¿sabes? Vamos a caminar más lento cuando vayamos a casa. No quiero lavar la ropa hoy… ¡acabo de volver del trabajo! ¡Mierda, en serio no quiero hacer ninguna tarea apestosa!

El chino rio ante la inmadurez de Colonnello, ansiando el picnic que tendrían después de que Tsunayoushi saliera de la escuela. Mientras los dos hombres caminaban y recordaban los días en los que eran más jóvenes y fueron conocidos como los Grandes Arcobaleno, las nubes se separaban lentamente entre sí, dejando atrás a un cielo azul sin límites. Fong deseó, mientras el sol de la mañana les golpeaba a él y a Colonnello, que esos días despreocupados duraran un poco más.


A la hora del almuerzo, el salón se llenó con risas cacofónicas de los niños en el interior mientras esperaban pacientemente con sus bebidas en la mano. Múltiples cajas de almuerzo de una variedad de brillantes colores decoraban el escritorio del maestro, abiertas con sus contenidos apetecibles y tentadores. Los niños formaban una fila, escogían qué querían probar y se sentaban y comían, o llevaban su almuerzo hacia afuera.

—Tsuna-kun, ya me voy con mi hermano —la niña con el suéter violeta dio un golpecito a su amigo en el hombro, provocando que Tsunayoushi girara su cabeza mientras intentaba abrir su locker.

—Sí, Chrome-chan. ¡Diviértete!

Ante esto, Chrome miró sus manos y empezó a moverse nerviosamente.

—Mi hermano dice que está bien si quieres comer con nosotros algún día, dice que le agradas. Piensa que eres gracioso.

Los ojos de Tsunayoushi se iluminaron, sus mejillas tenían un ligero tono rosa.

—¿¡Él-él dijo eso!? Wow, que le caiga bien a una persona tan genial… estoy muy feliz —el niño se imaginó a un Mukuro muy brillante, guiñándole un ojo en su motocicleta.

Chrome se rio.

—Mi hermano dijo que está feliz porque hice un amigo como tú. No tengo muchos amigos. No me deja hablar con muchas personas… —después de decir eso, cubrió su boca rápidamente, como si acabara de decir una mala palabra.

El niño está un poco sorprendido, pero lo ignora para no avergonzar a la niña. Él sabe que hay unas cosas que es mejor nunca preguntar.

—Quiero comer contigo y con tu hermano otra vez… pero hoy no puedo —Tsunayoushi empezó a hacer un mohín con ojos preocupados—. La maestra Kyoko me dijo que quería hablarme en el recreo. Espero no tener problemas.

Chrome frunció el ceño, estaba tan confundida como el niño.

—¿Quieres que me quede contigo hasta que ella venga? No creo que estés en problemas… fuimos buenos el día de hoy y aprendimos el poema nuevo muy rápido.

—No, está bien. La maestra Kyoko dijo que no es nada malo.

Como si le hubiera convocado con sus palabras, la joven maestra caminó trayendo consigo una bandeja de pudín. Comenzó a repartirlos uno por uno a los niños que estaban cerca de ella, sus ojos yendo y viniendo entre la multitud de niños como si buscara algo. Se detiene cuando ve la figura de Tsunayoushi junto a los lockers.

—¡Ah, Tsunayoushi! Justo a quien quería ver, ¿podrías venir por acá, por favor? —hizo un movimiento con su mano para que él se acercara, su sonrisa era acogedora.

Mientras el niño y la niña se decían el uno al otro sus «te veo luego», la mente de Tsunayoushi se llenó con numerosos pensamientos sobre qué podría querer la maestra con él. Su estómago se revolvió mientras caminaba más y más cerca hacia la maestra que pasaba los vasitos con pudín.

—Tsunayoushi —dijo gentilmente mientras se agachaba hasta el nivel de sus ojos. A Tsunayoushi le recordó a él, al hombre cuyos modales eran como los de un príncipe. El señor Giotto—. Como lo has hecho bien en todas tus clases, voy a darte una tarea especial. Este es un trabajo muy importante, ¿estás preparado, Tsunayoushi?

Los ojos del niño pequeño brillaron como si fueran joyas. ¿¡Un trabajo importante!? ¿¡Él!? ¿Qué tal si la maestra le daba los mismos trabajos que Hibarin era capaz de hacer a su edad? ¡Hibarin estaría realmente impresionado!

—¡Sí! —Tsunayoushi respondió entusiasmadamente, apretando sus pequeños puños—. ¡Sí, estoy listo!

Tsunayoushi no entiende la razón por la que los ojos de su maestra se nublan un poco, no entiende su duda, el por qué no está segura si debería asignarle esa tarea. Kyoko mordió su labio.

—Desde el día de hoy, vas a ir cada miércoles al jardín de la escuela. Puedes llevar tu almuerzo contigo y, mientras estás ahí, quiero que escribas en este diario el tipo de aves que llegan a los árboles —la menuda mujer le tendió un bloc de notas bonito y plano que tenía una imagen de un león encima de un tubo de circo—. Si ninguno viene, está bien; en ese caso, quiero que escribas sobre los insectos que ves en el área del jardín. Nos preocupa el tipo de insectos y de aves que amenazan a nuestro jardín. Tsunayoushi, es un trabajo muy importante.

—¡Lo entiendo, maestra Kyoko! —el corazón del niño comenzó a latir emocionado en su pecho, orgulloso y contento.

—Buen niño, Tsunayoushi —Kyoko palmeó ligeramente su cabeza—. ¿Prometes mantener esto en secreto?

—¡Sí! —el niño dijo sin pensar—. ¿Le puedo decir a mis tíos y tías?

—No —Kyoko se mordió el labio—. No creo que deberías decirles. Es un secreto para cuando visiten el jardín. Entonces podremos sorprenderlos y decirles que es gracias a ti que el jardín se ha vuelto adorable. Prométeme que no les dirás nada de esto a tus guardianes.

El niño se imaginó las miradas satisfechas en los rostros de su familia, pensó que podía impresionarlos de tal manera. Quería mantener esto como un secreto, quería mostrarles que, incluso durante esta guerra, él era capaz de ayudar a alguien, aunque fuera sólo un poco.

—¡Lo prometo, maestra Kyoko! ¡No le diré a nadie! —y, con esto, el niño se dirigó rápidamente hacia la puerta con la libreta y el vaso de pudín en mano. Animado e inspirado, rápidamente se encaminó hacia los jardines iluminados por el sol que estaban ubicados en la parte trasera de la escuela.

Cuando el niño se fue, Kyoko continuó viendo hacia el punto en el que el niño permaneció durante su conversación. Sus manos se movieron lentamente hacia su rostro, cubriéndolo y suspiró como si estuviera llorando.

—Lo siento, Tsunayoushi.


Tsunayoushi se sentó en la banca blanca ubicada dentro del jardín iluminado. La banca estaba cerca de las flores, su olor intoxicaba su nariz con un agradable aroma. Pensó en recoger algunas flores para cuando su tía Luce regresara y, con eso, se fue hacia el área donde los claveles rosados crecían. Vio hacia la tierra y notó una mariquita arrastrándose por los tallos de las flores y fue a investigar de dónde venía.

—¿Tsunayoushi?

La voz asusta al niño pequeño, pues creyó que jamás le volvería a hablar al dueño de esa voz.

—…

Enfrente de él estaba Giotto, no en su uniforme sino en ropa de civil, y aún con ropa de civil daba la impresión de elegancia y nobleza. Su ropa estaba hecha demasiado bien para hacerle parecer el ser un hombre común, eso y el miasma rodeándole dejaba una fuerte declaración. Mientras cargaba un bolso en una mano, se agachó lentamente para no asustar al jovencito.

—¿Me recuerdas, Tsunayoushi? No quise asustarte —los ojos del hombre tenían una emoción profunda mientras miraba al niño, como si el sólo verle le hiciera rememorar la tragedia. Como un bote perdido en el mar.

El niño pensó en correr; pero supo que no debía. Le habían asignado un trabajo importante, no podía decepcionar tan rápido a su maestra Kyoko. No después de que le prometiera que haría lo mejor, y las promesas se hacían para cumplirse.

Comeré mil agujas si miento.

Y la otra parte de él sabe que está siendo un mal niño. Le está mintiendo a sus tías y tíos porque está escondiendo algo de ellos. Un extraño, alguien a quien ellos no conocen. El niño está siendo dividido en dos y sólo puede ver al hombre hipnótico frente a él. Giotto ahora estaba sentado junto al niño en el pasto, sus ojos aún estaban en Tsunayoushi.

El chico comienza a hacer un puchero, rehusándose a mirar al otro hombre. Tsunaoyoushi mira las flores, sus manos agarrando trozos de pasto de manera firme y obstinada.

—Ah —Giotto dice mientras ve el vaso de pudín cerca del niño—. ¿Te gusta el pudín, Tsunayoushi? Es una de mis comidas favoritas. Me gusta el mío con el caramelo al fondo del vaso, ¿y a ti?

¿Caramelo? Los ojos de Tsunayoushi se iluminan.

—También adoro el pastel de fresas (1). Mientras más fresas tenga, mejor. Oh, pero lo que realmente me gusta es las almendras, el chocolate y el coco mezclados, juntos, y de sólo pensar en ellos se me hace agua la boca.

—¡También me gustan! —Tsunayoushi soltó abruptamente, arrepintiéndose de manera inmediata por su arrebato mientras se cubría rápidamente la boca con sus manos.

—¿De verdad? —el adulto, feliz de que pudo hacer que Tsunayoushi le hablara tan fácil, sonríe—. ¿Te gustan las tuyas con yogur?

—Me gusta el yogur… —el niño habló suavemente, avergonzado de que seguía hablándole al mayor sin pensarlo.

—¿Qué otras cosas te gustan, Tsunayoushi? —Giotto comenzó a buscar entre sus pertenencias, sacando una caja de almuerzo roja con sus utensilios. Su almuerzo no era muy colorido, Tsunayoushi notó, se parecía un montón a la de su tío. No tenía ninguna decoración pero resaltaba su tamaño.

—Me gustan las galletas con nueces… —Tsunayoushi respondió, aunque sus ojos estaban en el almuerzo del mayor. Se veía delicioso, pollo con lo que podía decir que era arroz mezclado con algo extraño, parecía maíz. Una taza de sopa verde que nunca había visto antes y también acompañaba la comida con una ensalada, con ingredientes que ni siquiera podía nombrar.

—¿Quieres comer el almuerzo juntos, Tsunayoushi? —el hombre pregunta con una sonrisa tan gentil que hace que Tsunayoushi se frote los ojos, tenía que asegurarse de que no fuese su tío Fong—. Te traje algo dulce para comer el día de hoy, pero primero necesitas comida de verdad.

—Tengo mi propia comida, está en… —el castaño da palmaditas en el suelo junto a él—. ¡Oh, no! Lo olvidé en el salón… vine muy rápido hacia aquí…

—Está bien, Tsunayoushi —Giotto dio una palmada en la espalda del niño para calmarle un poco—. Traje esto para compartirlo contigo. Está bien, aquí hay un plato.

El niño pequeño empezó a sentirse avergonzado a la vez que el adulto le tendía un plato y comenzaba a servirle comida con mucha seriedad. El hombre frente a él, Tsunayoushi pensó, no era su pariente ni tampoco era un maestro. Se sentía extraño; ¿por qué ese hombre sería tan amable con él?, ¿por qué el hombre continuaba buscándole si lo único que él hacía era alejarse? El niño no entiende por qué ese hombre le ve como si no fueran extraños, como si le conociera desde hace tiempo.

—¿Qué tal está, Tsunayoushi? —Giotto preguntó mientras veía al niño dar pequeñas mordidas a su comida, el adulto parecía un poco nervioso—. ¿Te gusta?

—Sí, ¡está muy, muy bueno! Es casi tan bueno como la comida de mi tío Fong —Tsunayoushi comienza a comer con entusiasmo, probando la sopa también—. Está muy rica pero no sé qué son. Nunca había comido esto.

—Estoy feliz de escucharte decir eso, Tsunayoushi. Realmente me preocupaba que no te gustara. Me pasé toda la semana pasada tratando de descubrir cómo hacerla.

El chico ladea su cabeza.

—¿Hizo esto… para mí?

Cuando el hombre desvía la mirada, como si alguien le hubiera llamado, Tsunayoushi aprende que incluso alguien tan grande como un adulto también podía avergonzarse.

—Sí —el rubio admite con un ligero sonrojo—. De verdad quería intentar comerlo contigo.

—Oh… ¿por qué? —confusión y después culpa llena el rostro del más pequeño—. La vez pasada fui muy grosero con usted.

Giotto cierra sus ojos y mueve su cabeza lentamente a la vez que coloca su mano encima de la mano más pequeña; asustó a Tsunayoushi pero no hace movimiento alguno para levantarse y correr.

—Tsunayoushi… —el hombre sofisticado le mira con ojos gentiles—. Está bien, no me importa si me tratas mal siempre que… —Giotto se interrumpe—. En esa ocasión ni siquiera fuiste grosero conmigo, fuiste muy amable. Estabas siendo un buen niño, después de todo, no es muy sabio hablarle a los extraños.

El general de brigada no tenía idea de por qué el hablar parecía más difícil que encargarse de sus hombres y ladrarles órdenes. Está frustrado pues el hablarle a un niño pequeño le podía poner nervioso y hacerle actuar como un tonto enamorado.

—Sólo… sólo quiero ser tu amigo, Tsunayoushi.

—¿Qui-quiere ser mi amigo? —el niño castaño preguntó confundido—. ¿De verdad?

—Sí —el rubio tragó—. ¿Me dejarías, Tsunayoushi?

Tsunayoushi continuó observando al mayor, sin hablar.

—No lo sé… no me quiero meter en problemas —el niño desvía la mirada—. Mis tías y tíos no me dejan hablarle…

En los ojos de Giotto se muestra la preocupación.

—¿Ellos te dicen eso? ¿Te han hablado de mí? —el rubio aprieta fuertemente el tenedor, ansioso por lo que el niño tenga que decir.

—N-no, no dicen que usted… pero todos los Capuleto. Señor, usted es un Capuleto, ¿verdad?

—¿Ellos te dicen eso? ¿Te han hablado de mí? —el rubio aprieta fuertemente el tenedor, ansioso por lo que el niño tenga que decir.

—N-no, no dicen que usted… pero todos los Capuleto. Señor, usted es un Capuleto, ¿verdad?

¿¡Qué!? ¿¡De verdad!? Los ojos del niño tenían un brillo en ellos, su incredulidad de que un adulto podía confiarle un secreto tan importante era notoria. Tsunayoushi ahora hacía frente al mayor, curioso y emocionado, todo previo sentimiento de miedo y desconfianza abandonándole como las nubes revelando un brillante sol en esa tarde.


La conversación entre el adulto y el niño siguió mientras comían, ambos disfrutando del afortunado clima tanto como la comida que habían consumido. El miasma del jardín había cambiado a uno de familiaridad tan pronto como Tsunayoushi se hubo habituado al paisaje, al igual que el hombre enfrente de él. Ambos comieron una rebanada de pastel, de fresa; el niño se acercó a la vez que tomó un bocado.

—Señor Giotto, ¿por qué viene al jardín? Estaba aquí cuando vine la última vez —los ojos del rubio se quedan en blanco, inseguro sobre qué decir ante las preguntas del niño—. Ah, creo que ya sé quién es… ¡es el jardinero! Cuando le vi en la tienda de mascotas es porque estaba comprando medicina para los insectos, ¿verdad?

Giotto hizo lo mejor por no reír ante las habilidades de deducción del niño.

—Mmm, sí. Soy el jardinero, Tsunayoushi. Soy como un maestro. Si quieres, cuando las personas te pregunten sobre mí, puedes decirles que estabas hablando con el señor Tokugawa. Giotto es mi nombre, así que nunca debes llamarme así porque, de lo contrario, sabrán. Aunque está bien si tú sólo me llamas Giotto.

Así que por eso era tan bueno, era un maestro, una buena persona.

La maestra Kyoko me dijo que aquí hay insectos que se comen nuestro jardín y causan problemas; me dio un trabajo muy importante. Tengo que escribir en mi cuaderno los insectos y pájaros que vienen a alimentarse al jardín. Pero hasta ahora sólo he visto unos pajaritos y una mariquita.

El hombre asintió mientras mordía una fresa.

—Oh, ya veo. ¿Qué otra cosa te dijo tu maestra Kyoko?

—Bien… dijo que era un secreto… sé que puedo decírselo porque es tu trabajo cuidar de los jardines. Por eso siempre te veo aquí. Pero me dijo que voy a venir aquí cada miércoles —sería capaz de hablarle al maestro y señor Tokugawa en más de una manera y, el saber eso, volvía al niño increíblemente feliz—. Espero no molestarle en su trabajo…

Ante esa declaración, Giotto frunce el ceño. Una avecilla comienza a piar en la distancia, uniéndose a las voces ahogadas de los niños.

—Tsunayoushi, tú nunca serías una molestia, ¿de acuerdo? Por favor, no vuelvas a decir cosas como esas —Por ti, Giotto dice para sí, he hecho tanto y lo seguiré haciendo por el resto de mi vida.

El niño pequeño mira las flores frente a él, pensativo, y dice:

—Mis tías y tíos también dicen eso… aunque a veces no sé si es verdad.

El hombre suspira.

—Estoy seguro de que no eres una molestia para ellos y que disfrutan tenerte cerca —Giotto ve la pequeña figura de Tsunayoushi, cómo seguía girando el pasto con sus dedos—. Aún si están ocupados, estoy seguro de que no quieren nada más que pasar tiempo contigo —Giotto posee una mirada distante que ve al niño y, al mismo tiempo, no lo hace—. Creo que llega el momento, cuando eres niño, en el que tienes que tomar una decisión, algo doloroso que no quieres hacer. Una vez que la tomas te conviertes, a la fuerza, en un adulto; ya no puedes regresar las cosas a la forma en la que eran —sus ojos comienzan a tomar un tinte molesto, uno de un animal herido—. No hay otra opción en la vida más que aguantar. Así es la vida, existir es aguantar.

Tsunayoushi entiende que algunas veces los adultos hablan consigo mismos, así que sólo escucha y ve la forma en la que los ojos de los adultos rápidamente pierden su mordacidad. Pensó en su tío Reborn, cómo algunas veces se enojaba tanto que una vez golpeó a su tía Lal. Bloquea esos pensamientos y decide preguntar.

—Señor Giotto, ¿sus padres son buenos como usted?

—Ah —ante esto, el rostro calmo de Giotto se rompe, era una expresión de nada—. Sobre eso… Tsunayoushi, mis padres… —mira hacia la izquierda, hacia el terreno de las fresas justo cerca de la puerta, el adulto sonríe un poco triste—. No tengo ninguno.

Los ojos del niño se abren sólo un poco, la luz del sol brillando a través de él con un tinte amarillo.

—¿No tiene papás…?

—No.

—¡Yo tampoco tengo ninguno! —el niño habla como si él y Giotto hubiesen sido camaradas por un largo tiempo, empieza a adorar más y más a la persona de enfrente. Quiere hablar más con el jardinero—. Algunas veces es triste cuando no tienes ninguno, pero está bien, porque el tío Fong me dice que me ama como por dos personas. ¿También tienes una persona así?

Giotto le sonríe tiernamente al niño a su lado, conmovido y triste.

—No, no en particular. Aunque tengo muy buenos amigos que me han ayudado en tiempos difíciles. Pero, Tsunayoushi, estoy muy feliz de que tengas a alguien amable como tu tío Fong. Parece que lo quieres mucho, Tsunayoushi. ¿Vendrá a recogerte hoy?

—Él me lleva a la escuela pero mi tía toma turnos. Uno de mis tíos volvió del trabajo y me gusta jugar con él.

El pequeño jovencito decidió dentro de su mente que quería ser el mejor amigo del señor Tokugawa no importando qué. Él no se parecía en nada a los adultos que conocía y le trataba como a un igual. Le trataba de la misma manera en la que Hibarin hacía. El jardinero le demostró ese día que él también era alguien con quien Tsunayoushi podía compartir secretos y comida. Alguien que siempre estaría ahí para él.

—Mi tía Lal dice que él es un tonto, y que ni siquiera terminó la escuela. También es un Capuleto, pero mi tía me dijo que es de los Capuleto buenos. Lo escondemos en casa así que no puede salir mucho porque las personas van a pensar mal de él. No entiendo, ¿por qué la gente no puede entender que mi tío Colonnello es un buen chico? Él no es un mal chico. ¿Las personas también piensan que usted es malo porque es un Capuleto?

Giotto escuchó la plática del niño mientras empezaba a recoger sus utensilios y platos.

—Sí, me temo que lo hacen a menudo —el rubio coloca su caja del almuerzo de vuelta en su bolso, rápida y eficientemente—. Trato de ser amable con todos y asegurarme de que las cosas se lleven a cabo y bien, y aun así tantas personas actúan ante los rumores en lugar de la verdad.

—¿Pero por qué no sólo les dice que sólo una mitad suya es mala para que le dejen en paz? —el pensar en las personas siendo malas con el señor Tokugawa enojaba a Tsunayoushi, ¿cómo podían ser malos con él? El hombre que cuidaba los jardines y le escuchaba no podía ser un mal chico. No había forma de que lo fuera.

—Tsunayoushi, ¿de verdad crees que ser un Capuleto es malo? —Giotto respira a través de su nariz, como si le molestara que el niño dijera eso—. ¿Crees que soy mitad bueno y mitad malo?

El niño lleva una mano a su cabeza, pensando.

—Mmm, creo que es una buena persona aunque primero me asustó —Giotto se encogió ligeramente—. No creo que los Capuleto son malos porque mi tío Colonnello es uno y es muy buena persona. Algunos Montesco les dicen a los otros que ustedes son monstruos pero los he visto por la ciudad y no tienen caras de monstruos. Parecen personas normales.

El hombre comienza a sonreír mientras da palmaditas en la cabeza del niño.

—Eso es porque son personas normales. Eres muy brillante, Tsunayoushi, más brillante que la mayoría de los adultos, debo decir.

—¡Así que sus padres también debieron ser buenos Capuleto! —Tsunayoushi platicó, no dejando atrás a su curiosidad—. Pero… ¿algunas veces piensa en sus padres y en qué les pasó? —el niño baja la cabeza—. Porque yo sí, mucho.

El adulto siente una gran tristeza instalándose en su pecho, queriendo abrazar el niño que sabe que debería ser más cercano a él que todas sus tías y tíos. Una súbita urgencia de posesividad viene a los pensamientos de Giotto, pero los aleja porque él es un hombre noble. Hará lo que es mejor para Tsunayoushi, y Tsunayoushi ama a sus tías y tíos. Nunca le quitaría ese amor.

—Me pasa igual, Tsunayoushi. También pienso mucho en ellos. Muy seguido, de hecho. No sólo los niños llaman a su padre y a su madre, Tsunayoushi, los adultos también lo hacen.


Pasó cuando Giotto tenía 17 años.


A Giotto le sobresaltó el alboroto que escuchó esa noche en la habitación de sus padres.

El rubio adolescente miró perezosamente hacia su izquierda, buscando a su hermano en la oscuridad. Giotto se levantó tan entusiasta y desprovisto de sueño y caminó hacia la cuna, no está dispuesto a lidiar con la irritabilidad del niño esta noche. Encuentra a Tsunayoushi despierto, sobre su espalda, mirando curiosamente a los juguetes en forma de estrella que cuelgan sobre él. El adolescente sonríe, aliviado y coloca una sábana encima del niño, envolviéndole en la forma de un pequeño huevo.

Madre y padre necesitan dejar de beber tan tarde…

Honestamente, Giotto estaba más que feliz con el arreglo para dormir. Siempre veía a sus padres como personas bondadosas pero que eran demasiado juguetones para su gusto. Sabiendo que sus padres estarían constantemente horneando debido a sus trabajos como dueños de una Cafetería, la familia entera había llegado a un acuerdo, que lo mejor sería el poner la cuna de Tsunayoushi en la habitación de su hermano mayor. De esa manera, Giotto podría vigilarle y sus padres no tendrían que ir tan lejos para ver al niño. Era muy conveniente que la habitación de Giotto estuviera justo después de la cocina.

Mañana sería el examen de la milicia de Giotto, sería el examen que fijaría su futuro no sólo como un habitante de Capuleto, sino también su destino. Había pasado muchas noches sin dormir leyendo teorías sobre el gobierno y la ley, se había pasado días llenos de entrenamiento de combate para asegurar su éxito en el examen que le permitiría a su familia prosperar. Como el hijo mayor se había ofrecido voluntario para ser sacrificado a la milicia en lugar de su padre quien, él temía, estaba envejeciendo. La nación Capuleto tenía el requerimiento de que al menos una persona de cada casa debía tener algún tipo de conexión gubernamental, una regla que si era rota era castigada con el exilio o incluso la ejecución. Él lo hizo bien, y dejó su educación con una beca a los 11 años por la escuela gubernamental militar. Ahí fue visto como un prodigio, no sólo porque era inteligente y tenía buena memoria, sino porque también poseía una característica que era única en él. Ese rasgo era la única razón de su beca, y esa razón es que es un mestizo. Mitad Montesco, mitad Capuleto.

Los mestizos eran algo de lo que no se escuchaba, sus casos eran extraños y debido al prejuicio que muchos enfrentaban, decidían mantener esa información escondida por el resto de sus vidas.

La historia de amor entre los padres de Giotto no era una que te aceleraba el corazón, una llena con la dramática usual y la trama compleja de una novela de romance. Era algo simple y emotiva, algo que no era de película como enamorarse a primera vista. Ambos se habían conocido por casualidad en el puerto Montesco cuando el padre de Giotto era empleado de un negocio Capuleto de mariscos. Cada mañana una mujer iba a venderles donas y café, una de las pocas que se atrevía a acercarse a los Capuleto e incluso les hablaba amablemente. Después de algún tiempo, el hombre y la mujer declararon sus sentimientos el uno por el otro y fue ahí donde su relación comenzó. La madre de Giotto aguantó de esa forma por varias semanas seguidas, anhelando las visitas del padre de Giotto. Tuvieron suficiente de una relación así y decidieron casarse; sin ninguna duda, fueron rechazados por la nación Montesco. La madre de Giotto también fue sentenciada al exilio, así que la pareja decidió que lo mejor era comenzar una nueva vida en la nación Capuleto.

Una vez que llegaron a las tierras de Capuleto, les fue permitido el casarse con una condición. Al obtener la atención y al apoyo de cierta facción del gobierno, su matrimonio fue permitido si otorgaban permiso para que sus futuros hijos fueran monitoreados hasta su adultez. La facción que en esa época quería ver si había alguna prueba científica de que los niños mestizos de Capuleto y Montesco tendrían alguna deformidad o enfermedad. La pequeña facción del gobierno estaba compuesta por extremistas y revolucionarios adinerados, querían familias mestizas para que les permitieran ser estudiados para que así pudieran reintegrarse a la mayoría de la sociedad. Por sus problemas, serían recompensados inmensamente así que sin ninguna duda accedieron, había tan poco que perder. La pareja, feliz, después de una larga lucha al menos pudo casarse. Fue el 3 de junio. Poco después estaban esperando un bebé, Giotto.

El padre y el hijo funcionaban en la sociedad sin muchos problemas, aunque no podía decirse lo mismo de la madre. Hubo muchas ocasiones cuando la esposa no podía acompañar a su esposo a restaurantes, baños públicos o incluso beber de las mismas fuentes de agua que los Capuleto. De niño, Giotto cuestionaba por qué su madre nunca se presentaba como tal, o por qué se quedaba en casa cuando su padre le llevaba a comer por haberse portado bien. Cuando fue mucho mayor, entendió su sacrificio, entendió que ella había renunciado a estar con aquellos que amaba. La sangre mestiza de Giotto se mantenía en secreto de todo aquel que no fuera un oficial del gobierno, sus rasgos eran una bendición porque no se parecía a un Montesco. Lo escondían porque no querían que Giotto fuese menospreciado, ellos querían que él tuviera lo que su madre no podía. Dignidad, orgullo.

Así que el muchacho no tuvo otra opción más que decidir a una edad muy temprana el trabajar duro para ser aceptado en una escuela militar o del gobierno. Al hacer eso, pensó que «podría cambiar el mundo» y no era el dinero o la fama que obtendría lo que lo inspiraba, era el poder que ganaría lo que podía cambiar el curso del mundo.

Lleno con ideales infantiles, Giotto se imaginó a menudo un mundo en su mente, un mundo simulado, en el que los Capuleto y los Montesco podían vivir juntos en paz y aceptación. Sabiendo que necesitaba el poder para hacer eso, mantuvo sus calificaciones en el nivel avanzado y aprendió a decir las cosas correctas enfrente de los fanáticos en la escuela, aprendió como estar de acuerdo con las personas cuando por dentro estaba pensando lo contrario y sus entrañas se retorcían. El niño podía sonreír y aguantar todas esas cosas a la edad de 13, y la razón no era una presuntuosa como convertirse en un líder fuerte o en un gobernante, era algo mucho más simple.

Él simplemente deseaba que, algún día, fuese capaz de salir y comer con su madre en su restaurante favorito.

Giotto, en la escuela militar, escuchó muchos rumores mientras iba a diario. Cómo algunas personas tenían pandillas de drogas clandestinas o cómo las familias mestizas eran atacadas por la noche. Eran asesinados en sus hogares y la policía no se tomaba la molestia de intervenir. Después de todo, ¿qué era la vida para alguien considerado como un subhumano? Él era consciente de cómo tales cosas podían pasar, pero ninguna vez pensó que podría pasarle a él y a su familia. También había un rumor corriendo en la época en la que el gobierno reclutaba personas en secreto, personas jóvenes, extremistas, para ser sometidos a una guerra que duraría varios años. Una guerra mundial. E incluso con todos esos chismes y advertencias, las personas se rehusaban a creer, decidían ignorar que cuando hay humo, también hay fuego.


Los pensamientos del Giotto de 17 años fueron convertidos en polvo cuando escuchó a su madre gritar; era un grito que le heló la sangre, su padre se le unió después con otro alarmante. Giotto quiere ir a ver, quiere ver qué es lo que está causando que sus padres se comporten de tal extraña manera, pero no mientras tiene al niño en sus brazos. Maldice su indecisión y su orgullo mientras se rehúsa a esconderse en la alacena bajo las escaleras (aquélla que siempre le dijeron que usara en caso de emergencias). Él no es un cobarde, dice a sí mismo, pero sabe que debe salir de ahí, no por él, sino por el niño en sus brazos.

Corre hacia afuera de su puerta, ignorando los gritos y el alboroto desde el cuarto de sus padres y mira hacia las escaleras. Dentro de la alacena, sostiene a Tsunayoushi entre sus brazos con todas sus fuerzas, él no es un cobarde, se repite mientras su respiración se vuelve pesada. Sus pensamientos se mezclan, ¿dónde puede esconder al niño? Si fuera a entrar en cualquier tipo de combate o deba defenderme, ¿dónde podría esconder a Tsunayoushi? Giotto respiró hondo varias veces dentro de la pequeña alacena, tranquilizándose con el olor a leche y talco para bebé de Tsunayoushi.

Tras pensarlo por un minuto, rápidamente tomó su decisión. Agarró sábanas que se guardaron en la alacena para hacer un pequeño nido, lo suficientemente pequeño para que el pequeño niño cupiera. Lo hizo con cuidado, asegurándose de que el bebé no se cayera o pasara frío. Colocó a Tsunayoshi encima de la pequeña cama que hizo, asegurándose de que fuese estable.

Abriendo la alacena de manera discreta, dejó que el pequeño y durmiente niño yaciera tranquilamente, ignorando el caos que estaba a punto de suceder. Giotto va hacia la sala de estar, escogiendo esconderse detrás de un enorme sofá mientras era capaz de ver la puerta de la alacena —por si algo sucedía— al igual que veía hacia las escaleras.

«Lo que una vez subió, debe bajar» piensa para sí.

Después de un rato escucha gritos apagados y pasos rápidos en las escaleras, su corazón late rápidamente dentro de él debido a la anticipación de que lo que pueda ver le asuste en gran manera.

Era mucho peor, pues la imaginación nunca es tan aterradora como la realidad.

Su padre y su madre lucían perturbados, sangrando de varios lugares maltratados y amoratados. Estaban atados, peleando incluso con pañuelos en sus bocas. Estaban siendo arrastrados y bajando las escaleras, siendo jalados rudamente por tres hombres mientras intentaban infligir cualquier tipo de daño al agitarse en vano. Fueron traídos hacia la sala, les hicieron hincarse en el medio como si estuvieran a punto de estar en un interrogatorio.

—Le preguntaré una vez más, señora. ¿Hay alguien más en esta casa? —el hombre que preguntó era alguien en un elegante traje con una fedora, su presencia clamaba respeto, sus ojos estaban nublados, ocultos por su sombrero. Se agacha, rasgando el trozo de tela ensangrentado de la boca de la mujer. Por lo que Giotto podía ver, su madre estaba sangrando en el estómago, sus ojos desenfocados. Ella ignoró la pregunta de Reborn y simplemente miró hacia el piso, respirando con dificultad.

—Los amo demasiado.

Giotto, en el otro lado del sillón, sabía que ella estaba hablando de él y su hermano. Como si hablara estas palabras de amor al aire, Giotto se agarró de sus brazos tan fuerte que sangró. ¿¡Cómo podía permitir que su madre fuese tratada de esa manera!? ¿Qué era el usar toda su fuerza si ni siquiera podía usar su fuerte par de piernas para moverse hacia adelante y ayudar?

—¿¡De qué está hablando!? —un joven preguntó molesto, Giotto supuso que tendría su edad, con piercings en su rostro—. Si alguien nos ve, estamos jodidos, ya saben cómo son ellos con este tipo de mierdas.

Un hombre de cabello oscuro con una larga trenza dio un par de golpecitos en el dispositivo en su oído.

—Camuflaje, Tar, pidan a los tres esperando en el auto que revisen los alrededores por si hay alguien, parece que tenemos otras personas no mencionadas que viven aquí. Vimos varias habitaciones que indicaban que hay otros entre ellos.

Giotto no entendía qué era lo que estaba ocurriendo pero lo que supo era que, si tocaban a su hermano, los asesinaría sin ningún remordimiento. Un millón de escenarios pasaron por su cabeza, ¿qué podía usar para causar una distracción? Necesitaba llamar a la policía, necesitaba ir y conseguir ayuda.

El padre de Giotto habló entre jadeos, la sangre estaba en su boca y añadió:

—Los amamos, no olviden que son especiales.

—¿¡Podrían cerrarles la boca!? Me están dando miedo, es como ver esa maldita película de El aro que 'Camuflaje' me enseñó el otro día —Skull se quejó, molesto—. En serio, sólo terminemos esto, estoy harto de este trabajo.

Reborn suspiró.

—Skull, eres un fastidioso pedazo de basura, me estás haciendo enojar —dijo mientras masajeaba sus sienes—. ¿Por qué no mejor nos mandaron a matarte? Ni siquiera tendrían que pagarme. Lo haría gratis.

¿Enviar a matar? Los ojos de Giotto se nublaron. ¿Son de la nación Montesco?

—¡Como sea, imbécil! No puedo soportar estar aquí en la nación Capuleto, ¡me da escalofríos! Vamos, sólo terminemos esto —Skull se giró y miró tristemente a la pareja frente a él. Mordió su labio—. Sólo los están haciendo sufrir más.

Reborn se mofó mientras Skull se inclinó hacia el hombre y mujer enfrente de él.

—Miren señora y señor, sé que mi disculpa no vale mucho. Especialmente después de todo lo que les hicimos… pero sólo quiero que sepan que realmente siento todo esto. Necesitamos matarlos, si no lo hacemos nos…

No dejando que Skull terminara, Reborn le dispara al padre de Giotto en el estómago, la sangre salpicando en el rostro de su esposa.

—Cállate, Skull. Hablas demasiado.

—¡Hiciste eso para fastidiarme, Reborn! ¡Haces eso TODO EL TIEMPO!

Antes de que la madre de Tsunayoushi pudiese reaccionar a la espantosa vista frente a ella, Fong ya estaba detrás con un agarre alrededor de su cuello.

—Lo siento, querida. Usualmente no mato mujeres… pero esto… —como si le causara más dolor, Fong hizo una expresión de asco y rompió el cuello de la mujer en dos, su muerte rápida e instantánea.

Giotto sólo pudo observar con ojos muy abiertos, sin arrebatos, sin movimiento, en ese momento se quedó quieto. Él era una cámara, fría y observadora.

—Vámonos —Fong estaba molesto, los otros dos hombres notaron cómo sus ojos carecían de su brillo—. Esto no es más que algo de mal gusto.

Skull se dirigió a Reborn.

—¿No deberíamos mirar alrededor en caso de que haya alguien aquí? Este trabajo fue demorado desde el principio. ¿¡Por qué carajo querían que matáramos a estos dos civiles!?

Reborn le dio un golpe a Skull en la parte trasera de su cabeza con su arma.

—Tú, imbécil. ¿De verdad crees que estos eran dos civiles regulares? Creería si la mujer lo fuera, ¿pero el hombre? Dio una gran pelea, incluso estoy herido —le mostró al otro su hombro que sangraba mientras Skull se ponía tenso…

—¡Reborn! ¡Fong! ¡Detrás de ustedes!

Giotto embistió en el punto débil de Reborn, hundiendo un cuchillo justo por la punta. Skull tomó ventaja de la distracción de Giotto y rápidamente agarra al rubio por atrás para sostenerlo. Tan pronto como Giotto estuvo en los brazos de Skull, comienza a golpear y a patear, hundiendo sus uñas en la piel del otro para obligarle a liberarlo.

—¡OW! ¿¡Qué carajo!? — Skull cae al suelo por el dolor mientras se sujeta su ojo derecho—. ¡PICÓ MI OJO!

Giotto, gracias a la adrenalina, cree que también puede derribar a Fong. Ataca al hombre tan rápido como puede, extendiendo su brazo para golpearlo justo como le enseñaron en el entrenamiento. Ni siquiera le alcanza pues pierde su balance debido a la mano de Reborn en su pie. La cabeza del adolescente golpea primero el suelo, su nariz rompiéndose por la velocidad y fuerza de su caída.

—Debes ser el hijo de ese hombre, tienes una buena puntería como él —el que hizo que Giotto se tropezara se levantó, Reborn siguió hablando mientras colocaba un pie en la espalda del adolescente. Giotto dice nada, simplemente intenta levantarse en vano, el peso completo del hombre está en su espalda.

—Reborn —Fong dice en voz baja mientras ayudó a Skull a levantarse—. No es más que un niño. No lo mates, lo llevaremos al orfanato cuando regresemos.

Reborn no responde, sólo tira de Giotto por el cuello de su camisa sin esfuerzo. El chico está colgando unas cuantas pulgadas del piso, y aun así sus ojos no vacilan. Está mirando muy profundo dentro de los ojos de Reborn, como si se burlara de él, como si lo desafiara.

El italiano sonríe y golpea a Giotto en el rostro, salpicando sangre en la mesa de la sala. El muchacho cae, yaciendo encima de la mesa como si fuera una mera bolsa de carne.

—Fong, si volvemos con este chico al cuartel general, van a matarlo —Reborn hurga en sus bolsillos para sacar una caja de cigarros—. Si vamos a llevarlo a un orfanato mejor lo matamos, esos lugares son asquerosos.

Skull se mueve nervioso, sabe cuán malos eran los orfanatos.

—Fong, Reborn tiene razón, no podemos llevarlo a un orfanato. No podemos. Sólo dejémoslo ir, por favor Reborn. No va a herir a nadie.

El italiano enciende un cigarrillo, el olor del tabaco cubriendo el pequeño a putrefacción de los cuerpos ya en descomposición junto a él.

—Chico, nuestras órdenes eran asesinar a los adultos de esta casa. Ellos eran tus padres, ¿o no? Deben haber hecho enojar a alguien de arriba, no hagas esto más difícil para nosotros. Ahora dinos, ¿hay alguien más en esta casa de quien deberíamos saber?

Giotto se rehúsa a contestar, sólo mira el aire delgado entre alientos mientras sangre sigue saliendo de su nariz, su cuerpo todo adolorido.

Reborn no era un hombre paciente.

—Sal ahora quienquiera que seas. O te haré salir —no hay respuesta. Le tiende a Skull el encendedor que usó para su cigarro—. Ten, haz fuego cerca de las escaleras. De esa forma, si hay alguien ahí arriba ya no tendremos que molestarnos.

Giotto corre a toda velocidad, sorprendiendo a Skull e incluso a Reborn. El chico era uno muy testarudo, pensaron. Fong no hizo movimiento alguno de detenerlo mientras el muchacho seguía corriendo hacia la alacena, esperando alcanzarla antes de que los otros tres lo hicieran.

—¡Así que había alguien más aquí! —Skull dijo mientras acorralaba al chico, quien ahora estaba cubriendo la entrada de la puerta.

—No, no hay nadie aquí —Giotto mintió descaradamente. Maldijo su error—. No hay nadie aquí, prefiero morir que dejarlos pasar.

Ante esas palabras, Reborn sonríe e intercambia golpes con Giotto, el hombre ni siquiera sudando mientras el muchacho aprieta sus dientes por el esfuerzo. Sabe que el hombre está muy por encima de él en entrenamiento, pero quiere intentarlo. Giotto sigue peleando mientras su cuerpo lo permita, pues carece de combate real y, debido a sus heridas, se rinde ante la fatiga. Reborn se da cuenta de ello y comienza a aporrearle sin piedad, agarrando a Giotto por la cabeza y estrellándola en el muro frente a él. Sangre escurre de su cabeza; pero Giotto quiere seguir, no quiere que sus piernas se rindan.

Debes pelear. Debes pelear. No debes dudar, por el bien de Tsunayoushi. Piensa en tus padres y lo que les pasó porque no pudiste salvarlos. Cobarde.

Giotto cae, humillado, no permitiéndose derramar lágrimas por lo que ha ocurrido. Él será noble a pesar de todo y permanecerá puro, se dice.


Fong entra a la alacena después de que atan a Giotto. Reborn y Skull mantienen vigilado al derrotado Giotto, quien sólo veía a la espalda de Fong.

—Oh por… —Fong dice tranquilamente después de un poco de silencio.

—¿Qué es? —Reborn pregunta desde afuera.

—¿Fong? —Skull llama mientras sus brazos se aprietan alrededor de Giotto.

El chino sale de la alacena luciendo un poco conmocionado sosteniendo algo cubierto en sábanas, algo como un huevo. Gentilmente quita la sábana mostrando el rostro apacible de Tsunayoushi quien les mira con curiosidad, maravillado.

La sangre en los cuerpos de todos se heló.

—¿Un niño? ¿Qué está haciendo un niño aquí? —Fong habló en susurros, como si no quisiera atemorizar al niño—. No me dijeron nada sobre esto. Lo único que nos dijeron fue que sólo teníamos que matar a dos personas esta noche.

—Claro que no lo dijeron, de otra forma te habrías negado señor mi política es no matar niños. Honestamente, no hay ninguna diferencia para mí. Lo único que espero de ellos es que me paguen como corresponde, esos tacaños me escucharán después.

Skull mira hacia Reborn con preocupación.

—Reborn… no los mates, ¿de acuerdo? Haré lo que sea, limpiaré tus zapatos y te compraré otros tres trajes, sólo, por favor… no… sólo son niños.

Giotto está tosiendo, la piel alrededor de sus ojos comienza a amoratarse.

—Hay más personas en esta casa. Hay cinco de ellos, y no les diré nada hasta que dejen al niño y me lo den.

—Eres un mentiroso horrible, niño.

Fong miró a Reborn, el niño aún en sus brazos.

—Déjalos, Reborn. Ambos hemos estado… —las personas alrededor del chino no son conscientes de la tormenta formándose dentro de él. Fong había alcanzado un punto en su vida en el que se dio cuenta que sus pensamientos eran incomparables a sus acciones, se dio cuenta de que su vida carecía de sentido y de cualquier dirección. En ese momento se dio cuenta de que, si perdonaba las vidas de ambos niños, podría expiar un poco sus pecados. O eso pensaba.

—El niño puede venir con nosotros, podemos venderlo a una buena familia que no puede tener niños —Reborn apunta con su pulgar a Giotto—. Aquel no puede venir con nosotros. Es demasiado grande para un orfanato, nadie querrá llevárselo. Si tratamos de llevárnoslo, intentará matarnos en el momento en el que le demos la espalda. ¿Por qué él querría vivir con alguien que asesinó a sus padres?

Giotto prefería morir que permitir a los hombres enfrente de él que le cuidaran, pero se traga su orgullo. «No se lo lleven, no lo alejen de mí» es lo que Giotto quiso decir pero no pudo. Se sentó de manera apropiada, sobre sus rodillas, sus manos atadas a su espalda. Estaba sangrando de su frente así como de sus fosas nasales, su cuerpo estaba lleno de magulladuras y todo adolorido. A pesar de eso, el joven luce elegante y sus ojos no titubean. Respira de manera ruidosa, pensando en la situación mientras observa a Tsunayoushi en los brazos del hombre chino.

«No puedo hacer nada, ¿o sí? Mi orgullo no me deja ir a un orfanato, no debería estar en tal posición. Tuve padres y no soy un huérfano. Mis padres no me abandonaron, me los arrebataron. Estos tres hombres me los arrebataron y ahora también me quieren quitar a mi hermano. Si cedo ante estas personas, ¿quién me asegura que no nos mataran una vez que se ganen nuestra confianza?»

Giotto siguió viendo, con una expresión en blanco y en absoluto silencio, al niño acurrucado.

«Si nos llevan a ambos a un orfanato seguramente mi hermano será adoptado. Si voy con él, es seguro que yo no. Tendré que esperar un año más hasta que pueda ir por él, después viene el papeleo. Entonces tendré que abandonar mis estudios. Todo el trabajo duro por el que pagué se irá a la basura. Tendría que conseguir un trabajo y empezar a mantenerme a mí y a mi hermano. ¿Seré capaz de mantener a Tsunayoushi? ¿Cómo puedo asegurarme de que no se llevarán a Tsunayoushi en ese momento? La otra opción es que estas personas cuiden de él, el chino parece tener algo de moral. No estaría con él, pero al menos con ellos no tendría que preocuparme por ellos y sus métodos para apoyar monetariamente a Tsunayoushi. No hay nada más para mí excepto vivir solo, si no puedo cuidarme de mí mismo cómo espero cuidar de mi hermano. Sólo hay dos opciones, lo llevo conmigo o dejarlo atrás.»

—Llévenselo.

La luz en el pasillo dejó sombras en el grupo que permanecía cerca de las escaleras. Fong vio al adolescente frente a él con una expresión de sorpresa al igual que Skull, quien se giró hacia Giotto como si hubiera hablado en un idioma desconocido.

—Hm —Reborn observó al adolescente, quien tenía mucha intensidad en sus ojos. Sus palabras eran absolutas—. Entonces dilo, que reniegas de él enfrente de nosotros. No hay manera de deshacer esto, nunca lo volverás a ver y no puedes buscarnos. Esta noche no sucedió, este encuentro con todos nosotros jamás pasó. ¿Entiendes?

Por mucho que le doliera a Giotto decirlo, lo anuncia enfrente de los tres hombres de pie ante él, cerca de su hermano pequeño y de los cadáveres de sus padres.

—No quiero a este niño frente a mí. Está muerto para mí, nunca nació. Pueden llevárselo.

Skull, dudando, afloja su agarre en los brazos de Giotto. Está atónito por sus palabras. La mirada de Fong hacia Giotto era mitad lástima, mitad respeto. Se agacha enfrente del muchacho y le deja ver al niño una última vez.

—Lo siento, Tsunayoushi —Giotto no tiene lágrimas en sus ojos, sólo culpa y arrepentimiento—. No pude protegerte.

Reborn jala a Giotto de manera brusca, le deshata y se asegura de que no causó ningún problema. Fong toma esto como una señal para dejar la casa, con bebé en brazos. Skull caminó hacia atrás, detrás de Fong, mirando a Reborn y Giotto cerca de las escaleras.

Mientras los dos desaparecen, Reborn saca su cartera de su bolsillo y le tiende un fajo de billetes al chico frente a él.

—Esto debería mantenerte por unos cuantos meses. Tienes buenos instintos, deberías considerar el usarlos.

Giotto no hace movimiento alguno para tomar el dinero.

—No seas orgulloso, mocoso. Te derroté limpiamente, ¿o no? Escucha, te estoy dejando vivir —y esto llamó la atención del muchacho, la forma en la que el hombre con el fedora lo había dicho hacía parecer como si Giotto le debiera un favor—. Esto no es mi elección, agradece a mis colegas. Es por su bien que te estoy dejando vivir, de nadie más. No investigues sobre lo que pasó esta noche. Tus padres no sólo eran unos panaderos, les descubrieron en cosas en las que debieron haber tenido más cuidado. No tienes que culpar a nadie más excepto a tus padres y a su debilidad.

El hombre pone en las manos del tembloroso adolescente una caja de fósforos y un encendedor.

—Quema esta casa, no dejes ningún rastro. Si no haces lo que digo, no dudaré en matarte o matar al niño en cuanto tenga oportunidad.

Giotto toma los objetos en sus manos y le lanza una mirada dura y larga a Reborn. Se observan el uno al otro por un tiempo hasta que Reborn arroja al piso el dinero que le ofreció a Giotto, se voltea y no mira hacia atrás.


Giotto permanece frente a su hogar mientras es tragado por las llamas. Ante los ojos del chico, lucía como el purgatorio, veía cómo la casa en la que creció era destruida junto con los cuerpos de su madre y su padre. Su preciada colección completa de libros, la cuna de Tsunayoushi y sus primeros animales de peluche que le habían comprado la noche en que nació, los álbumes de recortes en los que su madre trabajó mucho, o las cañas de pescar atesoradas de su padre. Todas esas cosas fueron reducidas a polvo. Eran como recuerdos que habían sido olvidados con el tiempo, desintegrándose lentamente. Las sirenas llenaron la ciudad, los transeúntes se detenían y veían a Giotto con preocupación mientras él, por primera vez en esa noche, caía sobre sus rodillas con lágrimas en su rostro. Veía a su ahora roto hogar donde su familia solía comer, hablar y cocinar. Piensa que su educación sólo lo hizo infeliz al final, le hacía miserable pensar sobre eso. Que no importaba cuánto había trabajado para cambiar su vida (y la de su familia), no podía cambiar el mundo que le rodeaba.

Giotto estaba de rodillas, llorando como un niño perdido. Sus lágrimas nobles como él. No tenía lugar a dónde ir ni lugar al cual llamar hogar. Entre llantos, dice para sí:

—Lo he perdido todo.

Nunca, después del tiempo que había vivido, olvidó esa noche.


—¿Señor Giotto?

Giotto, ahora un adulto, parpadea con lágrimas en sus ojos. No tiene idea de por qué ha pensado en esos recuerdos. Ya no estaba enfrente de un infierno, estaba en medio de un jardín en una escuela para niños. Era un día hermoso y su ya no perdido hermano estaba justo frente a él.

Tsunayoushi miró al hombre de manera peculiar.

—¿Por qué está llorando? ¿Le duele su estómago?

—Ah —Giotto comienza a quitarse las lágrimas con su pañuelo—. Yo… sólo recordé algo muy doloroso del pasado. No tienes por qué preocuparte.

Por alguna extraña razón, mientras los pajarillos comienzan a cantar, el niño pequeño tiene la visión de su tía Luce llorando, como cuando arruinó lo del pescado en el mercado el otro día, o en la mañana, en la forma en la que sus tíos y tías le dijeron que ya no podía ver a la tía Viper otra vez.

Tsunayoushi le pregunta al adulto:

—¿Es algo que ya no puedes tener?

—Sí… —el hombre noble responde—. Ya no lo puedo recuperar.

Ante estas palabras, el niño decide que no puede soportar ver al jardinero tan triste. Así que hace lo que cree que es mejor, como cuando juega a la casita con su gatito Nuts, se levanta y le da un abrazo al hombre.

—No estés triste, todo estará bien.

Mientras las pequeñas manos acariciaban el cabello de Giotto en ese jardín iluminado por el sol, el hombre pensó para sí que, de verdad, todo estaría bien.


Notas:
1. O también llamado pastel o torta de frutillas. Busqué en un diccionario —porque no sabía qué palabra utilizar— y terminé incluyendo la primera que aparecía.

Comentarios:
Han pasado muchos años, lo sé. Quería alargar esta traducción el mayor tiempo que fuera posible pero no pude más. Han pasado tantas cosas, he escrito otras más y, aún así, vuelvo aquí y releo esta historia tantas veces que no sé si llegue el momento en el que ya no lloraré. No quería alcanzarlo, porque sentiría que se iba a terminar, pero ese momento llegó. En fin, dejo este capítulo traducido, este trabajo que me ha tomado años y me tomará otro tiempo más... Espero que sigan aquí cuando llegue ese momento, que aunque la espera es larga haya valido la pena porque créanme que, para mí, ha valido cada segundo.

He preguntado a la autora si quería agregar algo, quien me ha respondido lo siguiente: Estoy muy agradecida de que aún hay personas a las que les gusta leer mi esfuerzo y que aún no lo han abandonado. Estoy trabajando en él y espero terminarlo, porque cada capítulo es como encontrarme nuevamente.

Muchas gracias por leer, por seguir aquí después de tanto tiempo y por seguir las palabras de esta traductora tan torpe que ha cometido errores y promete editar todo —cuando acabe, aclaro— una vez más.

Saludos,

Akutagawa Mei.