Hola!
La idea de este fic fue una que surgió hace más de dos años y que he decidido al fin poder subir a este sitio. La idea es ir actualizando por lo menos un capitulo a la semana si o si, y que lo más probable es que sea más o menos largo. Eso sí, no se desarrollará en el nuevo arco del manga ya que me destruirían un poco mi idea loca. Así que no, no habrá Capitanes zombies ni Quincis locos! xD
Espero de todo corazón que les guste y que lo sigan. Así subiré capítulos con más cariño ^^
Como siempre, este anime y los personajes por desgracia no son míos, son de Tite Kubo. Si fueran míos, ESTO sería lo que pasaría xD
Atte: Kushi
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Capítulo 1: Despierta Cariño
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"Oh! Ya lo entiendo.
Eso es. Lo noto aquí en mi mano.
El corazón. "
Aquellas palabras comenzaron a agolparse en su cabeza mientras trataba de enfocar la vista en aquella blanca habitación. No era la suya, de eso estaba cien por ciento seguro, pero tampoco recordaba el haber llegado hasta allí. Ahora que lo analizaba mejor… ¡En realidad no recordaba casi nada!
Ulquiorra Schiffer trataba de tocarse la cabeza ante una repentina punzada de dolor, pero su brazo derecho apenas y le respondió. Un fuerte olor a alcohol y desinfectante le decían de forma indirecta la respuesta que tanto anhelaba: Estaba en un hospital y no parecía ser uno público. Miró hacia los lados y se halló solo, como siempre.
Levantó un poco la cabeza y trató de ver sus brazos. Un par de moretones sobresalían de su blanca piel mostrándole las agujas que lo conectaban a unas sondas. "Quizás algo de suero" pensó. A su derecha divisó una ventana entreabierta por donde se colaban algunos rayos de sol mientras las cortinas se mecían de un lado a otro ante la poca brisa que lograba entrar desde el exterior. A su izquierda una serie de máquinas que le mostraban su ritmo cardiaco, su respiración, su temperatura, y otros valores de los cuales no estaba seguro lo que indicaban. Al frente colgaba un televisor plasma de unas 32" y, bajo este, una pequeña mesa – blanca como todo el resto de la habitación -, con un pequeño masetero encima. Él nunca había sido un fanático de las flores ya que a veces sus olores eran demasiado fuertes para su gusto. Pero ahora, atrapado en aquella celda de blancas paredes, era un alivio ver un poco de color azul. Lo cual era curioso ya que el blanco nunca le había molestado antes.
"Pareciera que yo no soy yo…"
Un par de voces provenientes del pasillo llamaron su atención por un instante mientras veía como la puerta era abierta con urgencia por una enfermera y un médico entraba a su lado.
El hombre era alto y desgarbado. Su cabello, castaño, tenía una que otra cana entre medio, demostrando que tenía entre 40 y 50 años fácilmente. Poseía unos grandes ojos azules pero lo que más destacaba en su rostro era su sonrisa. Una demasiado grande para su gusto.
-¡Por fin despierta! – Dijo el hombre mientras se acercaba a la cama – Ya estábamos perdiendo las esperanzas en su recuperación.
-¿Q…qué…? – Trató de responderle pero se detuvo en seco. "¿Desde cuando mi voz suena de esa forma?"
-Tranquilo. No debes sobre esforzarte – el hombre sacó una pequeña linterna mientras comenzaba a revisar su vista -. Has estado un largo tiempo sin moverte. Es lógico que te cuente un poco volver a la normalidad. Y por cierto, soy el doctor Kahler, un gusto muchacho.
Cuando dejaron su vista de lado, notó como la enfermera terminaba de anotar un par de cosas en una tabla antes de salir de la habitación sin decirle palabra alguna. "Mejor" pensó. Mientras menos personas mejor.
-Tal parece que tus signos cardiacos están en orden. Abre la boca – le ordenó mientras volvía a alumbrarlo con aquella linterna -. Todo luce en orden. Quizás al principio se te irrite un poco la garganta por el poco uso, pero no es nada que un vaso de agua fría y un analgésico no resuelvan.
El médico volvió a sonreírle mientras apretaba un par de botones al lado de la cama y esta comenzaba a moverse de tal forma que lo dejaron semi sentado. Tomó las sábanas y le descubrió las piernas mientras le daba un par de pinchazos con su lápiz en la planta de los pies. Un movimiento involuntario de sus piernas hizo que la sonrisa del doctor de ensanchara mientras soltaba un suspiro de alivio.
-Al parecer no hay daños neurológicos severos – Volvió a taparlo con las sabanas y luego tomó asiento a su lado. No se había percatado del asiento al lado de todas esas máquinas, pero tampoco es que fuera un dato totalmente relevante, ¿verdad? -. Debes de estar más que curioso por saber qué fue lo que paso contigo, ¿no es así?
Ulquiorra apenas y asintió con la cabeza. ¿Qué esperaba? ¿Qué le rogara por respuestas? Por muy curioso que fuese, su orgullo era más poderoso, así que el doctor debía de estar agradecido por el hecho de siquiera haber intentado responderle.
La expresión del hombre se tornó seria mientras lo miraba directamente a los ojos.
-Usted tuvo un accidente. Cayó de un quinto piso. ¿Puede recordar algo?
Ulquiorra negó con la cabeza mientras trataba de hacer memoria. ¿Acaso era todo eso cierto? Su mente estaba totalmente en blanco. Era irreal, casi como un sueño.
-Fue encontrado sobre el techo de un auto con altas dosis en la sangre de alcohol y metanfetaminas. Creemos que el auto le ayudó a frenar el golpe… aunque no del todo como se habrá dado cuenta.
"Extraño, yo no me drogo" pensó. "Al menos no conscientemente"
El doctor pegó un largo suspiro al ver la pelea interna del chico plasmada en su rostro dándole a entender las dudas que este tenía. Quizás su madre tenía razón y todo había sido solo un mal entendido, aunque claro, cómo creer eso cuando los hechos eran claros.
– De eso ya han pasado casi dos años – soltó de repente ya más acomodado en su asiento -.
"¿Dos años? ¿Es una broma?"
Aunque no mostrara expresión alguna en su rostro, su pulso se aceleró de un momento a otro, haciendo que las máquinas comenzaran a sonar estrepitosamente dentro de la habitación. Luego tomó un poco de aire y cerró los ojos para volver a calmarse, lo cual le tomó solo un momento para extrañeza del hombre.
Ahora entendía el por qué apenas podía moverse.
-Debe dar gracias al cielo. La mayoría de los pacientes que están en coma por tanto tiempo no son capaces de despertar nunca más en la vida – el rostro del doctor comenzó a relajarse y volvió a sonreírle, esta vez de forma amigable -. Ahora lo que queda es recuperarse. Al principio solo estará despierto por un par de horas al día, así que no se alarme si se siente muy cansado o con ganas de dormir. En un poco más de un mes podremos comenzar con la rehabilitación física. Cuando vuelva a despertar traeré a un oftalmólogo y un fonoaudiólogo para que lo chequeen más a fondo. Y si todo sale bien, quizás pueda darlo de alta en unos cinco meses a lo mucho. Eso sí, tendrá que estarse chequeando tres a cuatro días a la semana al principio.
El medico se levantó del asiento y se dirigió hasta la puerta.
-Ahora descanse. La enfermera vendrá de inmediato a darle algo de comer. No será algo gourmet pero le agradara – le dio una última mirada antes de salir de la habitación dejándolo solo. De nuevo.
Cerró sus ojos despacio y luego se enfocó en la ventana. Dos años…
"Así que tengo veinte… más o menos"
Ahora que lo analizaba, no estaba tan intranquilo que digamos. El tiempo había pasado sin darse cuenta, es verdad, pero tampoco era algo que pudiese evitar a estas alturas del partido. Lo mejor era aceptarlo y cambiar de página. Si seguía pensando en aquello, terminaría como cualquier persona en sus condiciones lo haría: Con desesperación.
"Y eso sería patético."
Nuevamente miró sus manos y trató de moverlas. Abrir. Cerrar. Abrir. Cerrar. Aun las sentía entumecidas. Luego movió sus pies. Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Podía sentir como la sangre circulaba por sus venas. Era una sensación extraña, se sentía vivo. Después de tanto tiempo, al fin podía volver a sentir algo que no fuese hastío. Hastío hacia el mundo, hacia los que lo rodeaban, hacia él mismo. Y rabia, una tan grande que hasta sus pensamientos se nublaban ante su densidad.
Pero solo fueron unos segundos. Luego, tan rápido como vino aquel entusiasmo, la magia del momento se esfumó.
"Al parecer sigo igual que antes."
El ruido de la puerta al abrirse lo trajo de nuevo a la realidad. Una enfermera, de unos cuarenta y tantos años más o menos, entraba en la habitación empujando un carrito con lo que parecía ser un plato de comida. Al instante su estómago gruñó al sentir el olor a la carne. En verdad no se había dado cuenta del hambre que tenía hasta aquel momento, y eso que el olor no era exactamente el más apetitoso.
-Aquí tienes cariño, un plato decente – la mujer le dio una cálida sonrisa mientras acomodaba la comida en una bandeja frente a él. Un poco de puré de algo con olor a carne. Un vaso de lo que parecía ser agua y algo de flan como postre.
-G…Gracias…
-No hay de qué.
Con algo de torpeza agarró el tenedor y trató de llevarse la comida a la boca. En verdad era una sensación de satisfacción y, aunque el puré le raspaba un poco la garganta, el sabor lo compensaba. Algo. Luego trató de llevarse el vaso de agua a la boca, pero sus manos tiritaban demasiado por el peso. Era como si ya no tuviese músculo alguno y eso le molestaba en demasía. Se sentía tan inútil…
-Déjame te ayudo – la enfermera sacó una pajita del carrito y la colocó en el vaso -. Lo siento, mi error.
"Así es".
Un par de minutos pasaron en silencio hasta que la voz de la enfermera nuevamente lo sacó de sus pensamientos.
-Es bueno conocer al fin el lindo verde de tus ojos – mencionó mientras cerraba la ventana y acomodaba las cortinas a un lado -. Aunque no son tan brillantes como los de su madre, pero sí muy hermosos.
¿Conocía a su madre? Bueno, ella parecía del tipo de enfermera que lo había atendido desde el momento del accidente, así como el doctor. Y si era así, era más que obvio que conocía a único integrante de su familia que valía la pena mencionar y prestar atención. Después de todo, las flores azules de la mesa no parecían ser auspiciadas por el mismo hospital y, por el estado de estas, tal vez habían venido a verlo hace no más de tres o cuatro días.
-Ya la han llamado. No creo que demore mucho en llegar – Le dedicó otra sonrisa mientras entraba a lo que parecía ser el baño de la habitación. En menos de un minuto ya estaba saliendo con un espejo y un paquete de toallas húmedas – Y apuesto que quieres verte guapo para cuando llegue, ¿no?
Ulquiorra la miró un segundo y luego volvió su atención a su plato. No le interesaba. A fin de cuentas solo era su madre quien lo iría a ver, y como tal, ya lo había visto en peores condiciones y en situaciones mucho más incómodas. Lo importante era verlo, ¿no? Daba igual lo demás.
La enfermera lo miró un poco contrariada ante su reacia reacción pero luego recordó lo que la madre del chico le había dicho.
"Nunca fue un chico muy comunicativo que digamos, pero tampoco era malo. Solo era… algo incomprendido y complicado, con un gran muro a su alrededor… Qué curioso. Yo aquí tratando de excusarlo cuando él no ha hecho nada malo. La que hizo mal fui yo"
La enfermera nunca entendió bien las palabras de la mujer pero sentía que no debía indagar más en el tema por mucho que le intrigase. Aun así, aunque a él no le importara, no dejaría que ella viera a su hijo en aquel estado tan deplorable. Al menos no mientras ella estuviera de guardia.
-Termine – las inexpresivas palabras del chico la sacaron de sus pensamientos. Un escalofrío recorrió su espalda -.
-Bien, toma – le extendió el espejo – Tal vez no te interese arreglarte pero si querrás verte después de tanto tiempo – le guiñó un ojo y luego se dedicó a colocar las cosas sucias sobre el carrito. Tal vez con eso cambiaría un poco su inexpresivo comportamiento -.
El joven apenas tomó el espejo lo llevó a la altura de su rostro. Era extraño, como si fuese un ser completamente distinto. Su cabello estaba largo, bastante para su gusto, desordenado y algo sucio. También se veía delgado, demostrando lo que podía hacer dos años sin ingerir algo decente en el cuerpo. Pero lo que más llamó su atención fue el color de sus mejillas. Había color, poco bajo aquellas ojeras negras, pero ahí estaba.
Luego se vio contrariado. ¿Qué había pasado con su blanco marfil? ¿Y las marcas verdes como lagrimas? Se miró más detenidamente otro minuto como si tratara de reconocerse. Sobre su nariz respingona tenía unas pocas pecas, sus labios ya no eran pálidos, y sus ojos se veían más encendidos, brillantes. Se veía humano.
Y cayó en cuenta de algo: se estaba comparando a su último recuerdo, el de un sueño tan irreal como improbable.
Un mar de imágenes vino a su cabeza de golpe. Arena blanca, una noche sin estrellas, un castillo, sangre, gritos, peleas, unos ojos grises llorando, una habitación blanca, una prisionera, soledad.
Sin darse cuenta soltó el espejo dejándolo romperse sobre el suelo mientras se agarraba la cabeza con fuerza. Vio a la enfermera corriendo alarmada hasta quedar a su lado y luego todo se fue a negro. Dolía, tantos recuerdos dolían demasiado.
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Ya todo había terminado, por fin.
La batalla había sido larga y agotadora. Hubo muchas pérdidas, muchos enfrentamientos, mucho dolor, pero aguantar tanto había traído su recompensa: por fin, luego de meses en cautiverio en una dimensión paralela a la suya, podía volver a casa.
Algunos de sus amigos se habían ofrecido a acompañarla por un tiempo – ya que creían que, después de estar en cautiverio, no estaba en condiciones aptas para estar sola-, pero educadamente había declinado sus ofertas. Si bien su estancia en Las Noches fue, por decirlo menos extenuante, el volver a su casa le ponía los pelos de punta y en verdad no quería que la vieran en ese estado.
Despacio entró en el pequeño departamento, se sacó los zapatos, encendió la luz de la sala y se dio un segundo para admirar detenidamente a su alrededor. Era tan diferente y a la vez tan igual a Las Noches que pequeños escalofríos recorría sus espina. Había extrañado el confort de su propio espacio, de sus recuerdos; pero no había extrañado la soledad que aquel pequeño espacio le brindaba. Si bien había estado atrapada en aquella habitación del castillo, nunca alcanzó a sentirse realmente sola. Ulquiorra siempre estaba ahí.
"Ulquiorra siempre estuvo ahí, aun cuando no debía…" pensó.
Aun cuando muchas de sus visitas eran para atormentarla, otras eran simplemente para observarla. A veces pasaban horas mirándose uno al otro de reojo sin decir palabra alguna y otras las pasaban discutiendo, viendo quien tenía la razón de cualquier tema insignificante que surgiera. Obviamente él siempre la dejaba callada, pero a ella no le molestaba siempre y cuando él estuviese a su lado. Y aunque a veces la trataba de forma hostil y cortante, nunca le hizo verdadero daño. ¡Incluso cuando otros entraban a atacarla! Él siempre la protegió.
"Es mi deber protegerte" le decía, pero en el fondo sabía que esa no era la única razón de sus acciones. Él tenía curiosidad de ella y ella tenía curiosidad de él. Y aunque le repetía que solo era su carcelero, su guardián y su torturador personal, se dio cuenta que ella siempre estaba ansiando su presencia.
A veces pasaba noches sin dormir pensando en sus amigos, luego entraba su demonio de ojos verdes y todas sus prioridades cambiaban. Las horas se pasaban volando hasta que volvía a encontrarse sola entre esas cuatro paredes y se recriminaba por sus pensamientos egoístas. Y deseaba con todas sus fuerzas que él volviera a su lado. No importaba si era para hacerla dudar o para hacerla desfallecer, o solo para observar. Deseaba que estuviese a su lado.
Pasaron los días y poco a poco se dio cuenta de que en cierta forma los dos congeniaban porque tenían algo en común: estaban solos. Él estaba vacío porque no conocía el calor que daban los lazos afectivos y ella estaba rota porque había perdido esos lazos. Eran dos personas solitarias que pedían desesperadamente al mundo no seguir solos. Y así, sin darse cuenta, se convirtieron en la compañía más profunda para el otro.
Ahora ella estaba sola. Otra vez. Él se había ido. Para siempre. Y ella se lamentaría bajo el techo de su casa. Otra vez.
Despacio se acercó hasta la fotografía de su hermano y la tomó con cuidado entre sus manos.
-Estoy en casa…
Sin darse cuenta un par de gotas de agua cayeron ante la imagen. Al fin podría desahogarse. Al fin podría dejar salir toda la frustración que traía en su pecho.
Debió sanarlo. Debió haberle tendido antes la mano. Debió haberse acercado más. Debió dejar de lado la opinión de sus amigos. Debió olvidar que era el enemigo. Debió olvidar que era un arrancar. Debió… Debió… Debió decirle que no quería dejarlo.
Sus piernas comenzaron a fallar hasta que cayó de rodillas abrazando aquel portarretratos. Las frías lágrimas corrían por su rostro mientras los sollozos se hicieron cada vez más y más fuertes.
-Lo siento… en verdad lo siento…
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Cuando volvió a abrir los ojos, la oscuridad se hacía presente a su alrededor. La luz de la luna llena entraba silenciosa por aquella pequeña ventana mientras era acompañada por el sonido de su tranquila respiración.
La había visto, a aquella mujer de cabellos largos y ojos brillantes. La había escuchado, su melodiosa voz mientras se quebraba ante su presencia. La había tocado, su suave y delicada piel bajo sus fríos dedos. La había sentido, aun cuando se encontraba a kilómetros de distancia.
La recordaba.
No sabía si había sido un sueño o una alucinación, pero se negaba a creer que no era real. Todo lo que ella le había enseñado, todo lo que lo había acompañado, todo lo que le había entregado…
Con cuidado trató de sentarse en la cama mientras notaba como las flores de la mesa habían sido cambiadas por unos grandes girasoles. Y ahí, a su derecha, una cabellera rubia sobre su cama le hizo ver que no estaba solo.
-Madre…
Con mucho cuidado tomó su mano y la apretó. Ahí estaba, la mujer a la que le debía la vida, la que lo cuidaba de forma incondicional aun cuando no se lo merecía, la mujer que siempre le daba una sonrisa aun cuando todo el mundo lo tachaba de monstruo.
Su madre era como Ella, siempre con una sonrisa sincera en su rostro, pero su presencia era distinta. Aun cuando su madre trataba de hacerlo un poco más humano, algo en su interior se lo impedía. Y ahora estaba ahí, a su lado.
"Quizás es porque está tan rota como yo":
-¿Ulquiorra…? – Unos ojos verde brillantes lo miraron desde la oscuridad – Por fin… Dios, por fin despiertas cariño… - un cálido abrazo lo envolvió mientras su cuello era mojado por las lágrimas.
-Si.
Era verdad. Estaba despierto. Estaba de vuelta con vida.
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Continuará...