- John…

Una vocecilla llamaba desde alguna parte distante del consciente del rubio, que se encontraba inmerso en un sueño sin imagen.

- John… John…

Repetía su nombre una y otra vez.

Una ligera sacudida aturdió a su subconsciente, trayéndolo de vuelta poco a poco a la realidad. Con un gemido de protesta, John hundió su rostro en la almohada. La turbulencia en el vuelo de su plácida somnolencia aumentó, sobresaltando al pequeño John.

- ¡John, despierta! – era Mike Stamford quien estaba a su lado, sacudiéndolo del brazo para hacerle reaccionar. – ¡Se te hará tarde!

Casi de inmediato, John saltó fuera de la cama, pateando las sábanas lejos de sí. Se apresuró a tomar su uniforme y a deshacerse de su ropa de dormir.
Philip Anderson ya estaba levantado, y hacía su cama con total tranquilidad, sin molestarse en mirar al atareado rubio. Mike ya había arreglado su cama para entonces.

Una vez que John estuvo listo, los tres salieron de la habitación, dirigiéndose escaleras abajo a la Sala Común de Gryffindor. En ella se encontraron con la niña de frondosa mata rizada, que los esperaba con los brazos cruzados sobre el pecho, dando golpecitos al suelo con la punta de su zapato. Era un evidente gesto de impaciencia que John vería en ella con más frecuencia en un futuro.

- Pensé que jamás saldrían. – dijo ella, rodando los ojos cuando el trío se acercó.

- Lo sentimos. A John se le pegaron las sábanas. – replicó Anderson, con una sonrisita burlona.

John frunció el ceño e iba a protestar, pero la morena instó.

- Sí, sí, como sea. Andando, que se nos hace tarde para las clases.

Y así, los cuatro niños salieron de la Sala Común junto con los demás alumnos, dirigiéndose cada quien a sus respectivas clases. Los cuatro se apresuraron, recorriendo los interminables pasillos, hacia el salón de Transformaciones – que era la primera clase del día.

Al andar por los pasillos, John intentó mirar por encima de las cabezas del gentío que iba de allá para acá – todos con prisa para llegar a sus diferentes clases –, sin mucho éxito debido a su baja estatura. Se preguntaba si Sherlock y él compartirían la primera clase, pero no logró verlo por ninguna parte.

Disimulando la decepción que le provocó este hecho, él y sus otros tres compañeros se adentraron en el amplio salón de clases, dividido por largas hileras de pupitres dobles. Tomaron asiento y el salón terminó por llenarse.

La profesora Hudson aguardaba al frente del salón, junto a su escritorio de madera, sonriendo afablemente a los alumnos.

- Buenos días, estudiantes. – saludó ella, con voz suficientemente alta para que todos la escucharan. – Bienvenidos sean al curso de Transformaciones. Ya me conocen; yo seré su profesora durante los próximos años en Hogwarts, por lo que espero que no haya ningún problema. Las reglas son muy claras. – comenzó a explicar, con seriedad, pero sin perder ese aire amable. – Ésta asignatura es una de las magias más complejas y comprometidas que estudiarán, por lo que se exige una completa concentración y disciplina por parte del alumno. Si alguno de ustedes no tiene deseos de atender a la clase, me veré en la necesidad de invitarlo a que se retire.

John miró a Mike, sentado a su lado, que parecía entusiasmado. Se dispuso a poner toda la atención requerida para la asignatura, puesto que sospechaba que sería bastante entretenido aprender nuevos hechizos y ser capaz de transformar un objeto inanimado en otro. ¡O hasta un ser vivo!

No podía esperar para convertirse en un experto en la transfiguración. Sonaba tan fascinante a los oídos de John… Por supuesto, prestó su completa escucha a las palabras de la profesora Hudson, a la vez que ésta les explicaba las reglas generales antes de comenzar con el curso.

La clase transcurrió más rápido de lo que a John le habría gustado. Practicaron un sencillo encantamiento de trasformación, en el que los alumnos debían convertir una simple cerilla en una aguja. Algunos tuvieron complicaciones con su tarea, por supuesto. Sin embargo, a John le sorprendió lo fácil que resultó efectuar el encantamiento con éxito, sintiéndose orgulloso de sí mismo.

A continuación, salió del aula acompañado de Mike, Philip y Sally, haciendo comentarios relacionados con la clase mientras se dirigían a su siguiente asignatura del día: Vuelo.

Ésta vez, el pequeño John alcanzó a distinguir los alborotados rizos que tanto había esperado ver. Con una sonrisa en su rostro, sus ojos azules se encontraron con aquella aguda mirada grisácea; unos labios en forma de arco de Cupido de sonreían de vuelta. Sherlock iba acompañado de otro niño, más o menos de su estatura, de cabello perfectamente peinado hacia atrás y ojos de un vívido turquesa.

Fue apenas un instante, un breve momento mientras cruzaban caminos a través del amplio corredor. Una vez que hubo pasado, John volvió su atención a su compañero, que lo miraba con una sonrisa curiosa. Ninguno dijo nada y los cuatro se dirigieron a los Jardines de Hogwarts. Lo que John no sabía – o, mejor dicho, no se había molestado en recordar – era que la clase de Vuelo la tomaban en compañía de los alumnos de Slytherin.

Hacía un buen tiempo fuera de las gruesas paredes de piedra del castillo. El sol brillaba sobre sus cabezas a la vez que la profesora Hooch les pedía a los alumnos de primer año que formaran dos filas – una de Gryffindor y otra de Slytherin – quedando frente a frente, con sus escobas de por medio.

John tuvo la impresión de que no fue una coincidencia que Jim Moriarty estuviese sonriéndole justo delante de él, de aquella manera tan pícara y maliciosa que no inspiraba buenas intenciones. El rubio más alto se encontraba a su derecha, como siempre. Miraba a John con menos efusividad que el moreno, aunque no por eso era menos intimidante. Era realmente… serio.

- Muy bien. Quiero que todos se coloquen frente a sus escobas. – instruyó la Sra. Hooch, con su voz severa. Los estudiantes se apresuraron a seguir sus indicaciones. – Eso es. Ahora, posicionen su mano justo sobre el mango de la escoba. Bien, así. Todo lo que tienen que decir es "Arriba", y sus escobas se elevaran hasta su palma. ¿Entendieron todos la tarea?

Los niños asintieron, entusiasmados y algunos bastante nerviosos ante la idea. John sonrió y asintió igualmente. Había leído algún artículo en su libro sobre la Historia del Quidditch, y había quedado fascinado por este deporte. No podía esperar para subirse a su propia escoba. El simple pensamiento de levitar por los aires, lejos del suelo, lejos del alcance de todos, casi tocando el cielo, era simplemente alucinante. Mike Stamford, a su derecha, parecía casi tan emocionado como él.

- De acuerdo. Ahora, todos, levanten sus escobas. ¡Vamos, arriba! – ordenó la Sra. Hooch con su imperativa voz, y los alumnos se apresuraron a proceder con la sencilla conjuración de la escoba.

Para su propia sorpresa, John lo consiguió al primer intento. Bastó que fijara su vista en el mango de madera de su esbelta escoba y pronunciara la palabra con claridad para que la escoba se elevara en un segundo y chocara contra la palma abierta de su mano, cerrándola entorno al mango al instante. Sonrió ampliamente para sí mismo, incrédulo y orgulloso de su logro.

Tristemente, a varios otros niños no les estaba yendo tan bien con la tarea. Muchos no lo conseguían sino hasta después del tercer o cuarto intento. Mike Stamford tuvo que ordenarle a la escoba que se levantara al menos dos veces antes de que la tuviera finalmente en su mano, sonriente. Tanto el niño Moriarty como su inseparable secuaz corrieron con la misma suerte que John; una sola vez fue suficiente para que la escoba ascendiera hasta su alcance. Claro que ninguno de los dos parecía sorprendido con este hecho.
Philip Anderson, por otro lado, no fue tan afortunado en sus intentos. A la sexta vez en que llamó – prácticamente a gritos – a la escoba para que se levantara, ésta se elevó errante con velocidad, golpeándolo de lleno en la cara. Todos los niños estallaron en risas ante su accidente.

Una vez que la entrenadora Hooch hizo callar las burlas de todos y se aseguró de que la cara de Philip estuviese en orden – o, al menos, que no se hubiese lastimado – prosiguió con la clase sin ningún otro pormenor.

- Bien. Ya que todos han conseguido elevar sus escobas, quiero que se suban a ellas. Colóquense sobre ellas, con una pierna de cada lado; los pies bien plantados al suelo. No quiero que despeguen aún; permanezcan en sus lugares hasta la siguiente instrucción. – dijo la Sra. Hooch, con seriedad.

Tanto los Gryffindor como los Slytherin siguieron las indicaciones de la profesora al pie de la letra. O al menos, la mayoría… Cierto pelinegro ya ingeniaba una sucia jugarreta en su diabólica mentecilla, y contenía la sonrisa en sus labios.

- Sostengan el mango de la escoba firmemente con ambas manos. – instruía Hooch a los alumnos, ejemplificando cada movimiento con su propia escoba.

Con un sutil giro de muñeca y unas silenciosas palabras pronunciadas bajo su aliento, Jim Moriarty lanzó un inadvertido encantamiento a la escoba de cierto rubio frente a sí, provocando que ésta comenzara a levitar y alejarse gradualmente del suelo.

Sobresaltado por el inesperado movimiento, John frunció el ceño y miró hacia sus pies, sin comprender por qué o cómo estaba haciendo aquello. Apretó ambas manos en torno a la escoba, buscando la manera de volver a tierra cuanto antes. Por supuesto que la Sra. Hooch se dio cuenta de inmediato.

- Sr. Watson, ¿qué cree usted que está haciendo? Aún no he dado indicaciones para que despeguen. Vuelva a su lugar en seguida. – ordenó Hooch con acritud.

- N-No puedo… ¡No sé cómo! – se quejó John, algo asustado.

- Sr. Watson, no voy a repetirlo dos veces. Si no aterriza ahora mismo, me veré obligada a restarle puntos a su Casa. – amenazó la mujer de cabellos blancos, frunciendo el ceño fríamente.

- ¡Eso intento, pero no puedo!

Los compañeros del desconcertado ojiazul comenzaron a quejarse y lanzarle reprimendas al verse potencialmente afectados por aquel inusual comportamiento. John miraba a todas partes, buscando la forma de bajarse de la escoba de alguna manera. Entonces se encontró con la intensa mirada del irlandés, quien ostentaba una sonrisa burlona tan amplia como la del Gato Cheshire de uno de los cuentos que su madre les leía cuando eran pequeños. Entornó los ojos ante la comprensión de lo sucedido, dedicando una mirada fulminante al pelinegro.
Y antes de que John pudiese decir nada, con otro imperceptible movimiento de los dedos de Jim, la escoba de John salió disparada, sobrevolando por encima de las cabezas de todos y dando vueltas por los jardines de Hogwarts hasta el campo de Quidditch.

John soltó un inevitable alarido de horror, a la vez de que se aferraba con fuerza a la escoba en un desesperado intento por no caer. Quiso cerrar los ojos para evitar el vértigo, pero decidió que sería una pésima idea y que eso sólo lo llevaría a estrellarse contra cualquier cosa.

- ¡WATSON! – llamó la Sra. Hooch, montando su escoba, enfurecida.

Todos los alumnos miraban la escena, atónitos; algunos escandalizados, otros preocupados por el pobre rubio; otros más preocupados porque el castigo afectara a toda la Casa de los leones; unos pocos, admirados por la aparente osadía del pequeño Gryffindor – entre ellos, claro, Mike Stamford.

Mientras tanto, en su lugar, Jim Moriarty se reía de lo lindo. No podía estar más entretenido con el espectáculo que acababa de montar, permitiéndose algunas carcajadas. Sebastian Moran miró al pelinegro, arqueando una ceja con diversión, riendo entre dientes por su evidente travesura. El resto de las Serpientes se burlaba también de la "hazaña" del atemorizado John Watson, mofándose del castigo que sin lugar a dudas recibiría por eso.

John clavó las uñas en el mango de la escoba, haciendo amago de toda su fuerza de voluntad y concentración para detener la escoba hechizada. Rápidamente viró la punta de la escoba hacia la derecha cuando se vio dirigiéndose directamente contra uno de los largos postes metálicos de los aros de Quidditch, desviando al instante el curso de su vuelo. Se dio cuenta de que de ésta manera podía controlar – por lo menos – hacia dónde se dirigía. Con algo de esfuerzo – debido al encantamiento que había sobre su escoba –, John direccionó a la escoba en redondo, volando sobre el campo de Quidditch y yendo de regreso hacia el área de entrenamiento para la clase de Vuelo.

La Sra. Hooch lo encontró a medio camino, pero John no pudo detenerse. Simplemente la pasó de largo, con una mueca de vergüenza, y voló a toda prisa de vuelta a donde lo esperaban todos los demás estudiantes de primer año. Al momento de verlo aparecer, sano y salvo, los estudiantes de uniforme rojo y dorado vitorearon y suspiraron aliviados – aunque algunos, como era el caso de la apática Sally Donovan, seguían molestos por su mal entendido "desesperado intento de llamar la atención". Sin embargo, John no creía que hubiese realizado ninguna proeza heroica ni mucho menos. Descendió lo más que pudo, y una vez que se aseguró de estar lo más cerca posible del suelo, plantó ambos pies y detuvo así el vuelo de su escoba – que por fortuna había perdido ya el embrujo. Sus ojos azules buscaron inmediatamente al culpable, localizando a un pálido pelinegro que lo miraba socarronamente.

Estaba dispuesto a ir y encararlo, y decirle unas cuantas cosas a ese tal Jim Moriarty, cuando la Sra. Hooch apareció justo detrás de él, bajando de su escoba y tomándolo del brazo con severidad. A pesar de su gesto de enfado, John creyó haber percibido la sorpresa detrás de sus gafas.

- John Watson, vendrás conmigo en éste instante a la oficina de la Directora. – ordenó.

El pobre John tragó en seco, sabiéndose en aprietos por algo que ni siquiera había sido culpa suya. Dedicó una mirada furibunda hacia el Slytherin, que se limitaba a poner un sobre-fingido gesto de inocencia.

La profesora Hooch escoltó a John de vuelta al castillo, llevándolo del brazo a través de los eternos corredores de piedra, ambos aún portando su escoba en mano. Le hubiese gustado alegar y decirle a la Sra. Hooch que no había sido culpa suya y explicarle lo sucedido, pero decidió que estaba lo suficientemente molesta como para escucharlo. Seguramente podría hablar con la Directora de manera más racional. ¡Y todo por culpa de ese malcriado de Moriarty! ¿Cuál era su problema con John? ¿Qué le había hecho al Slytherin para que le gastara esa mala broma tan deliberadamente? ¿Era por ser amigo de Sherlock, o simplemente porque le parecía divertido causarle problemas a los demás?

- He de admitir – comenzó a decir la Sra. Hooch mientras se dirigían al despacho de la Directora McGonagall. – que me sorprendió lo bien que dominaste esa escoba, Sr. Watson.

John parpadeó, elevando su mirada a la mujer, con pasmo.

- ¿Ah, sí?

- Sí. – asintió ella. – Aunque, por supuesto, no por eso deja de estar mal lo que hiciste.

- Pero yo no he hecho nada, Sra. Hooch. – se defendió John. – Ni siquiera sé cómo fue que mi escoba empezó a volar, lo juro.

La entrenadora de Vuelo se detuvo en su rápido andar, mirando al rubio con semblante serio, pero visiblemente menos rígido. Suspiró, agachándose un poco para quedar a la altura de John y poder mirarlo a la cara de manera escrutadora. Después de un par de segundos, asintió.

- Bien. Te creeré, joven Watson, sólo porque no es la primera vez que le ocurre esto a un novato. Hace ya algunas generaciones, un chico de tu edad perdió el control de su escoba y se estrelló contra una de las torres. Por fortuna, sólo se lastimó la muñeca. – dijo la profesora, con una ligera sonrisa ladeada al recordar los viejos tiempos. – No te enviaré un castigo; hablaré yo con la Subdirectora Hudson para determinar los puntos que se le restarán a la Casa a la que perteneces, porque no creas que saldrás del todo librado, eh. Y no quiero que esto se repita, por ningún motivo. ¿Quedó claro?

- Sí, Sra. Hooch. – asintió John, un poco más aliviado. – Gracias, de verdad.

- No lo menciones. – repuso la mujer con suavidad, a pesar de que su semblante seguía siendo serio. – ¿Por qué no vas a la enfermería para asegurarnos de que no te has hecho ningún daño? La clase está por concluir, de cualquier forma. Debo volver con los alumnos antes de que causen algún otro conflicto en mi ausencia. ¿Puedes encontrar la enfermería por ti mismo?

John asintió con seguridad, sin intenciones de demorar más a la entrenadora. Ésta asintió a su vez, irguiéndose nuevamente y echando a andar a paso veloz de vuelta hacia los jardines. Hasta que la hubo perdido de vista en una esquina del corredor, John suspiró y agradeció su suerte. Al menos, la sanción no había sido tan terrible como hubiese podido pensar que sería. Ni siquiera tuvo que ser llevado ante la Directora, lo que era bueno – ya que así no pensarían que era un niño problemático o algo similar.

Se dispuso a andar hacia la enfermería, como le había sido aconsejado por la Sra. Hooch, aunque realmente no sentía que le doliese nada ni creía haberse lastimado. Cuando mucho, se había llevado un buen susto por culpa de Moriarty. Pero eso sólo lo había impulsado a descubrir su innata habilidad para el vuelo, lo que de hecho le sorprendía.

Una vez en la enfermería del colegio, John procedió a explicarle a la enfermera Sprout el incidente de la clase, por lo que se encontraba allí – aunque, claro, viéndose forzado a omitir el pequeñísimo detalle de que todo hubo sido provocado intencionalmente por el malvado de Jim Moriarty, diciendo simplemente que había perdido el control de su escoba mientras practicaban. La enfermera Sprout no hizo comentario alguno; al parecer, estaba habituada a ese tipo de situaciones con los jóvenes magos.

Lo atendió enseguida, sin nada mejor que hacer por el momento. Realizó una breve revisión general para comprobar que el pequeño Gryffindor había salido – afortunadamente, aunque para disgusto de cierto pelinegro – completamente ileso. John agradeció a la mujer y se dispuso a salir de la enfermería, recibiendo únicamente como consejo de la enfermera que tuviese más cuidado la próxima vez. Y por supuesto que así sería, si se cercioraba de que el tal niño Moriarty no volviese a molestarlo. Pero eso era ya mucho decir.

John caminó por el pasillo, mirando las paredes adornadas con aquellos singulares retratos y pinturas que presumían vida propia, moviéndose y algunos saludándolo a su paso. Al haber pasado toda su vida – o lo poco que llevaba de ella – privado de la magia que fluía desapercibidamente en su interior, al pequeño rubio se le antojaba extraordinario todo cuanto veía allí, en el tan enigmático castillo.

Realmente, no sabía hacia dónde lo llevaban sus pies, puesto que volver a la clase de Vuelo con la Sra. Hooch no era una opción. Le había instruido que visitara la enfermería, y eso justamente acababa de hacer. Pero ahora no se le ocurría hacer otra cosa con su corto tiempo libre antes del descanso que vagar por los inmensos corredores de Hogwarts, admirando todo.

Optó por dirigirse hacia la Biblioteca – o hacia donde creía recordar que ésta se hallaba; quizás leer algún libro sobre encantamientos o historia de la magia sería interesante y, sin duda alguna, le serviría para matar el tiempo hasta poder reunirse de vuelta con sus compañeros.

Pero no hubo recorrido siquiera la mitad de la distancia cuando John vislumbró la esbelta figura del otro estudiante aproximándose en dirección contraria, justo frente a sí. Una amplia sonrisa se dibujó en su pueril rostro al reconocer de quién se trataba.

- ¡Sherlock! – saludó el rubio, con entusiasmo.

- ¡John! Pero, ¿qué haces aquí? Creí que estarías en clase con la Sra. Hooch.

Si el Gryffindor se sorprendió por la conocedora observación del joven Holmes… bueno, lo evidenció al parpadear con desconcierto.

- ¿Conoces mi horario?

- No es ningún secreto, John. – Sherlock se encogió de hombros, indiferentemente, pero en su mirada predominaba el interés. – ¿Estuviste en la enfermería?

- Sí, yo… tuve un pequeño "incidente" en clase. – masculló John, torciendo un poco el gesto al recordar la sonrisa burlona de Jim Moriarty.

- ¿Qué sucedió? ¿Te hiciste daño?

- No, estoy bien. – aseguró. – Solo fue una mala broma de ese tal Jim, aunque no tengo idea de qué puede tener contra mí.

- ¿Moriarty? – el moreno frunció el ceño. – ¿Qué fue lo que te hizo? – casi demandó saber, examinando a John con la mirada como para encontrar en él algún indicio que revelara los acontecimientos previos.

- Nada. Trató de meterme en problemas, pero no lo consiguió. Aunque creo que sí le restarán puntos a Gryffindor por su culpa. – confesó John, molesto.

- Bueno, esto evidentemente no es contra ti, sino contra mí. Quiere llamar mi atención a través de ti. Supongo que aprovechó la oportunidad de molestarte al saber que compartiría varias clases contigo, creyendo que podría afectarme de manera indirecta. No es nada especial contigo, por el momento. – explicó Sherlock. – Pero, descuida. Ya pensaré en algo para que te deje en paz, mientras tanto, ignóralo.

- Haré lo que pueda. – suspiró. Luego, fue su turno de mirarlo con curiosidad. – ¿Y tú que haces por aquí? ¿No tenías clases también?

- Terminé el trabajo temprano, así que me dieron permiso de salir antes. Quise venir a la Biblioteca ahora que está más vacía. ¿A dónde te dirigías tú?

- Allá mismo. – sonrió John.

Sherlock le sonrió de vuelta y asintió. Sin comentar nada más, ambos se encaminaron nuevamente hacia la Biblioteca – que al parecer, se ubicaba al lado opuesto en el que John pensaba que estaría. Conversaron brevemente sobre las clases antes de arribar a la Biblioteca, para después sentarse juntos a leer los gruesos tomos que ahí se exhibían sobre todos los temas mágicos imaginables.