CAPÍTULO VEINTICINCO: Somos uno – primera parte

Primavera, 1921

Desde aquel día, el tiempo había transcurrido rápidamente para Candy y en ocasiones, todavía se preguntaba si lo que había estado viviendo hasta ahora era tan solo un sueño. Hacía tiempo que ya no vivía más en el Hogar de Pony, sino que ahora vivía en la residencia principal de los Andrew, en Chicago. Pero eso no era lo que la hacía sentirse de esa manera. Ella, ya no era simplemente Candice White, la niña huérfana que esa prestigiosa familia había adoptado, sino que era la futura señora de William Albert Andrew, el patriarca del clan. Cerró los ojos y una soñadora sonrisa apareció en sus labios, recordando esa noche en que todo se hizo oficial.

(Inicio del flashback)

En cuanto llegó a la mansión, Albert le había comentado que los últimos tres días la enorme residencia era víctima de un incesante bullicio, y ese día, todo parecía haber incrementado. La joven había comprobado con sus propios ojos como un ejército de sirvientes dirigidos por Adrien, iba y venía por todas partes organizando los últimos detalles. El motivo era la celebración del trigésimo tercer cumpleaños del patriarca, pero solo Candy y Albert conocían que al final de la velada, eso habría cambiado. Al fin y al cabo, no sería la primera vez que una fiesta de los Andrew cambiaba su motivo de celebración.

Más tarde, desde su habitación, la música de fondo interpretada por la orquesta podía escucharse de manera amortiguada, y Candy con ayuda de una doncella estaba terminando de arreglarse. Su corazón dio un vuelco ante el firme pero suave llamado en la puerta, y sintió como su cuerpo era atravesado por una corriente eléctrica. El que estaba al otro lado, no podía ser otro que Albert. Si se hubiera encontrado sola, no habría dudado en salir corriendo y lanzarse a sus brazos pero teniendo compañía, lo mejor era guardar la compostura. Mientras que la doncella se dirigía a abrirle, la rubia rápidamente contempló con satisfacción su imagen en el espejo de cuerpo entero pero en el instante en que lo escuchó hablar, su corazón empezó a acelerarse, y disfruto el sonido de aquel dulce timbre de voz.

— Buenas noches, ¿ya está lista la señorita Candice?

— Sí, Señor Andrew. — Respondió la doncella con una ligera reverencia, manteniendo la cabeza inclinada en señal de respeto. — Por favor, pase adelante. Enseguida la llamo.

Albert asintió e ingresó con un aire de seguridad a la antesala, aunque en su interior, su corazón latía de manera desenfrenada debido a los nervios. Ajena a esto y dominada por el deseo de verlo, en el mismo estado salió Candy de la recámara. Había escogido minuciosamente un elegante vestido sin mangas de escote en V, pronunciándose el escote en la parte posterior un par de centímetros por debajo de media espalda. El cabello recogido en estilo victoriano caía libremente con perfectos bucles hacia un lado, sirviendo de marco para acentuar sus delicadas facciones. Albert, simplemente se quedó sin palabras.

La joven por su lado, quedó deslumbrada por la impresionante figura frente a ella, permitiéndose de manera inconsciente darle un ligero vistazo. Vistiendo en un impecable esmoquin negro, los hombros de Albert parecían casi abarcar por completo la anchura de la puerta. Llevaba el cabello cuidadosamente recortado, sin embargo, su rebelde mechón sobre la frente le proporcionaba un toque arrebatador. Eso acompañado de su pulcro afeitado, resaltaban sus masculinos y cincelados rasgos. Pero cuando la rubia se encontró con sus impresionantes ojos azules, sintió como un agradable cosquilleo se apoderaba de ella. La seductora mujer que habitaba en lo profundo de su ser, por un momento se regocijó por el efecto que había provocado en él, quien seguía cautivado contemplándola boquiabierto, todavía sin pronunciar palabra. Pero al cabo de un par de segundos, la seductora mujer fue reemplazada por la tímida y recatada bajo aquellas circunstancias, ruborizándose hasta el tuétano por la intensidad con que era observaba.

— ¿Desea que le traiga su chal, señorita Candice? — preguntó la doncella sacando a la pareja de su embelesamiento.

— Sí… gracias Jessy.

Después de que la doncella volvió a hacer una reverencia, y se dirigió a la recámara para traer el chal, Albert se acercó en dos zancadas hasta Candy. Tomó la mano en que lucía su anillo de compromiso y con estudiada lentitud se la llevó a los labios, y tras haber depositado en ella un suave y pausado beso, se acercó a su oído para susurrarle: — Estás simplemente despampanante, Candy. Si no tuviéramos que bajar, no me importaría perderme la fiesta y te comería a besos.

Candy sintió nuevamente como sus mejillas se encendían y su corazón empezó acelerarse. No supo decir si se había debido a sus palabras o al calor de su aliento junto a su oído, o sentir que habían sido descubiertos por el retorno de la doncella. Sin inmutarse, Albert tomó el chal que la muchacha le ofrecía a la joven, colocándolo con precisión alrededor de los brazos de Candy.

— ¿Lista? — preguntó con una sonrisa a lo que la joven después de tragar saliva solamente asintió, todavía contrariada por la sensación. — Muy bien, entonces vamos. — Añadió él, ofreciéndole el brazo.

La rubia se tomó de su brazo y con el corazón agitado salió de la habitación. Pero era una agitación muy distinta a la anterior. Candy sabía que en esa fiesta no solo estarían representantes de la alta sociedad de Chicago, sino también los miembros de los Andrew, incluidos la tía abuela Elroy y los Leagan. Había pasado poco más de un mes desde que había tenido lugar aquella conversación con la anciana y desde entonces, Candy no la había vuelto a ver. A pesar de que Albert le había asegurado que no tenía nada de qué preocuparse, no podía evitar que por momentos la ansiedad se apoderara de ella, recordando lo que había ocurrido en el pasado con Annie y Archie, incluso con los padres de Anthony, Rosemary y Vincent Brown. Perdida en sus cavilaciones, de pronto sintió un leve tirón. Albert había detenido sus pasos.

— ¿Todo bien, Candy? — preguntó poniéndose frente a ella y tomándola por la barbilla para obligarla a mirarlo. Había preocupación en su voz.

La joven solo pudo asentir y aunque no fue su intención, lo hizo con cierta vacilación. Si hablaba, sabía que él la descubriría, ¿o es que ya lo había hecho? El rostro de Albert fue atravesado por el destello de una sonrisa. Se veía tan hermosa con sus preciosos ojos abiertos de par en par, y con una expresión que gritaba a viva voz toda la ansiedad que trataba de ocultar. Alzó una mano y le acarició lentamente una mejilla. La rubia cerró los ojos al sentir el cálido contacto mientras soltaba un silencioso suspiro y acto seguido, sintió sobre su boca la suave presión de unos dulces labios, que luego trazaron tiernamente su camino hasta llegar a su oído.

— Te amo, te amo tanto mi amor.

Y como por acto de magia, debido a esas palabras pronunciadas con fervor, el rostro de la joven se suavizó y luego se iluminó con una sonrisa cargada de amor. Albert, Albert, Albert… siempre conociendo a la perfección lo que ella necesitaba.

Con la felicidad desbordando por sus semblantes y tomados del brazo, Albert y Candy hicieron su aparición. La orquesta detuvo su interpretación y todos los presentes en el amplio vestíbulo, interrumpieron su amena conversación, sujetando la copa que recientemente les habían entregado y dirigiendo por completo su atención a lo alto de la escalinata. La pareja entonces empezó a descender con gracia, con una radiante sonrisa pegada en sus labios. Para quienes nunca les habían visto juntos, incluso a la distancia podía palparse que se trataba de una pareja de enamorados, lo que desató envidia y un suave murmullo entre las jóvenes casaderas. Y para quienes sí lo habían hecho, no había duda que su relación había cambiado.

Para el momento en que la pareja de rubios se detuvo a tres peldaños del final, Elroy Andrew ya se encontraba ahí esperándolos. Candy tensó su agarre sobre el brazo de Albert y tragó saliva.

— Buenas noches, tía. — La saludó cortésmente el rubio. Con solemnidad, la anciana asintió levemente en respuesta, mirando primero a su sobrino y luego a su acompañante. La joven sintió que empezaba a congelarse pero prontamente escuchó a su lado la firme pero suave voz de Albert. — Si me permite, debo darle la bienvenida a nuestros invitados y aprovechando el brindis inaugural, también deseo hacer un anuncio. Luego estaré a su disposición para cualquier cosa que desee hablarme.

Perpleja y quedándose momentáneamente sin palabras, la mujer mayor observó como la pareja tomaba una copa que un sirviente les ofrecía. Albert tomó aire en sus pulmones y justo antes que las palabras salieran de su boca, la Señora Elroy lo asió suavemente del brazo y le habló en voz baja.

— William, sé lo que pretendes hacer. Solo quería pedirte que me concedas el honor.

Albert la observó con perplejidad y su mente caminó a mil por hora sopesando la petición. Conocía de sobra la postura de su tía respecto a sus sentimientos, así como los planes que había trazado con tal de disuadirlo. Cabía toda la posibilidad de que este fuera otro de ellos pero ésta vez, había algo en la mirada de la mujer que le hizo acceder, por lo que asintió lentamente dándole su consentimiento. Sin comprender que era lo que estaba sucediendo y cómo la velada terminaría, Candy cerró suavemente los ojos levantando una oración en su interior.

Señor… por favor no permitas que me separe de Albert… no permitas que me separe de Albert…

Sin embargo, sus palabras quedaron suspendidas en su mente al escuchar la circunspecta voz de la tía abuela Elroy, y sentir el firme agarre de Albert tratando de transmitirle confianza.

— Estimados amigos y familia, sea cada uno de ustedes bienvenido. Para nosotros, en esta noche de celebración, es un honor contar con su grata y distinguida presencia. — Con su austero semblante, la Señora Elroy empezó a hablar ante el asombro de todos. — Posiblemente algunos de ustedes estén sorprendidos de que sea yo quien esté abriendo formalmente la velada, pero debido a la ocasión, le he solicitado al Señor William que me conceda el honor. Cómo muchos de ustedes saben, él quedó bajo mi tutela a temprana edad, sin embargo, nunca he pronunciado lo orgullosa que estoy de él.

Aunque su rostro no lo demostrara, Albert simplemente estaba maravillado escuchando el franco discurso de su tía y en su interior, una llama de esperanza empezó a inflamarse de que finalmente, ella le diera su bendición.

— Hasta hoy, he sido testigo del acertado, honorable y respetable hombre en que se ha convertido y es por eso, que en este día especial de su cumpleaños, me congratulo con él, y me complace anunciar oficialmente su compromiso con su antigua pupila, la señorita Candice White. — Hizo un gesto dirigiéndose a la joven y luego continuó. — Alcemos nuestras copas y gocémonos con ellos, siendo partícipes de este feliz acontecimiento. Por William y por Candice.

Por un brevísimo instante, la estancia quedó sepultada bajo un absoluto silencio. La sociedad sorprendida por el inesperado compromiso y los miembros de la familia por quien sería la futura Señora Andrew. Sin embargo, pasada la sorpresa, todos levantaron sus copas dejando escuchar al unísono un "por William y por Candice". El estallido de un cristal rompiéndose contra el suelo, fue amortiguado por las complacientes voces de los invitados. Era Eliza Leagan quien debido a la impresión, se le había resbalado la copa que hasta hace un momento sujetaba de mala gana. Nadie prestó importancia a ese accidente salvo los invitados que estaban a su alrededor, preocupados que sus ropas no se hubieran estropeado.

Ajenos a ello, con una radiante sonrisa la pareja agradeció la aclamación alzando sus copas hacia los presentes y luego de sorber un trago, las depositaron nuevamente en la charola. Conforme Candy fue escuchando el breve discurso de la tía Elroy, la preocupación y ansiedad se habían convertido en aturdimiento. No se había esperado ese repentino cambio de actitud en la anciana y menos aún, la sinceridad que vio reflejados en sus oscuros ojos al darles públicamente su bendición. Después de asimilar lo que estaba sucediendo, no podía sentirse más que extasiada. Entonces, la joven se dejó guiar por su ahora oficial prometido hacia el centro de salón, sonriendo y correspondiendo a los asentimientos de los invitados. Era hora de abrir el baile.

La orquesta reanudó su interpretación y en el ambiente empezaron a flotar las suaves notas del vals. Albert adoptó la posición correspondiente y la atrajo suavemente hacia él, introduciéndola en el baile con movimientos expertos. A pesar de no ser la primera vez que bailaban y que se encontraban así, abrazados a esa distancia, Candy no pudo evitar verse sorprendida al notar lo alto que él era en comparación a ella, y también por la fuerza y energía que su cuerpo oculto bajo el elegante traje irradiaba. Se movía de tal manera que compensaba la diferencia de sus estaturas. Además, sentir la precisión con que sujetaba su cintura, guiándola con firmeza, le proporcionaba la sensación que no la dejaría dar un paso en falso. Sin duda, Albert era un excelente bailarín. Cerró brevemente los ojos e inhaló el limpio aroma de su piel mezclada con un toque de madera proveniente de su colonia. Con la música fluyendo a su alrededor, y otras parejas que empezaban a arremolinarse en la pista de baile, la joven soltó un suave suspiro y empezó a relajarse entre los firmes brazos de Albert, sintiéndose como una pluma en el viento, flotando a donde quiera que éste la llevara.

Y a medida que giraban y avanzaban entre las demás parejas, Candy levantó la vista y se encontró con los impresionantes ojos de su prometido, quien la observaba con devoción. Había un nuevo brillo en su mirada y una traviesa sonrisa se extendía en los labios masculinos.

— ¿En qué piensas? — preguntó ella con curiosidad.

— En lo feliz que estoy por tenerte entre mis brazos, bailando nuestro primer vals como prometidos. — La joven sonrió de manera soñadora y un estremecimiento la recorrió cuando sintió las yemas de sus dedos rozarle lentamente la espalda. Pero entonces, su sonrisa se congeló y dio paso a la inquietud, cuando entrecerrando ligeramente los ojos, Albert dejó colgada la siguiente oración. — Pero…

— ¿Pero…? — inquirió un tanto impaciente.

— Pero más me gustaría que éste fuera nuestro primer vals como esposos… por lo que vendría a continuación.

Fue el turno de Candy de entrecerrar ligeramente los ojos, rascándose imaginariamente la cabeza tratando de descifrar sus palabras. Albert parecía divertido al darse cuenta de su dilema, y haciéndole un guiño, era evidente que se estaba conteniendo de soltar una carcajada. No era la primera vez que él la dejaba perdida confundiendo sus pensamientos y la volvía loca tratando de interpretar sus frases enigmáticas. ¿Es que acaso eso nunca cambiaría? Cuando un rayo de luz parecía empezar a aclarar la bruma de su mente, de pronto volvió a escuchar su dulce voz.

— ¿Te he dicho hoy lo mucho que te amo? — Hizo una breve pausa y luego continuó mirándola fijamente a los ojos: — Te amo, Candy.

— Yo también te amo, Albert. — Respondió la joven, dejando en el olvido el pequeño incidente.

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Sentada en su habitual silla, Elroy Andrew observaba desde la distancia como las parejas giraban en la pista de baile, pero sus ojos estaban fijos en William y Candice. Con ojo experto, podía aseverar que la relación y entendimiento que ellos a estas alturas ya tenían, pocas parejas lograban alcanzarlo incluso después de muchísimos años de matrimonio. Eran tan afines de una manera tan natural. Además, se encontró con que su todavía interna preocupación del que dirán no tenía sentido. Sus oídos habían alcanzado a escuchar algunos comentarios de los invitados y todos coincidían en la hermosa pareja que hacían el Señor Andrew y su antigua pupila. Y por si fuera poco, los miembros del concejo luego de que hablaran con William, parecían estar encantados con la noticia. Todos, a excepción de Ewan Matheson. Pero, ¿qué podía esperarse del hijo de quien en el pasado, había pretendido apoderarse el patriarcado?

Con la mirada todavía fija en su sobrino y prometida, la anciana sonrió complacida para sus adentros pero luego de imaginar la ardua tarea que se le venía encima, no pudo evitar soltar un suspiro de resignación y encomendarse al cielo.

(Fin del flashback)

Un luminoso reflejo de luz hizo que Candy de pronto volviera a la realidad. Cerró los ojos cegada brevemente por el brillo del anillo y cuando los abrió, alzó la mano a la altura del rostro y lo observó con detenimiento. Nunca podría cansarse de contemplar la evidencia física de su compromiso con Albert. Y no que fuera únicamente lo que éste representaba. A pesar de no ser una mujer que se desviviera por alhajas y todas esas cosas, no podía negar de la exquisitez que poseía esa joya.

Simple en apariencia, pero escondía la inclinación y fascinación que los Andrew tenían por las rosas. Al principio solamente relacionaba las rosas con Anthony pero luego de visitar otras propiedades de la familia junto a la tía abuela, se dio cuenta que todas tenían algo en común: un vasto jardín de rosas. En los retratos las mujeres Andrew siempre sostenían un hermoso ramo de rosas de colores y hasta las alfombras que decoraban elegantemente las estancias, poseían detalles de las mismas. Sí, si pudiera decirse esas flores eran un distintivo en esta familia y fueron Anthony y Rosemary quienes sin duda les tenían un cariño especial. Rosemary, cuánto le hubiera gustado que continuara con vida. En las mansiones de Lakewood y Chicago, dónde quiera que encontraba su retrato, se quedaba observándola con detenimiento, sintiendo en su corazón como si pudieran comunicarse. Sin duda, Rosemary habría sido una cuñada excepcional.

Con una suave sonrisa, la joven volvió a enfocar la mirada en el anillo. Llegando a la parte superior, el aro se dividía en dos cintas de metal que entrelazándose, se iban estrechando hasta sostener en alto un gran diamante blanco translúcido de corte redondo. La brillante piedra resaltaba por el contraste de los diminutos diamantes verdes en forma de gota que decoraban las cintas de metal. En conjunto, la joya se asemejaba a un delicada rosa que empezaba a abrir sus pétalos con el rocío del amanecer. Soltó un suspiro.

Caminó unos pasos hasta quedar frente al espejo de cuerpo entero, admirando la imagen de la mujer que este le devolvía. Contuvo el aliento y sus labios empezaron a curvarse en una radiante sonrisa, luchando contra su inherente deseo de derramar lágrimas de felicidad. Debía esforzarse por mantenerse fresca y conservar intacto su ligero maquillaje. En cualquier momento alguien llamaría a su puerta para indicarle que ya era hora, hoy era el día en que uniría su vida a la de Albert y ya no serían dos, sino serían por siempre uno.

En efecto, los últimos meses desde el día de su compromiso habían transcurrido rápidamente, y pese al deseo de ambos por casarse cuanto antes, debido al matrimonio de Archie y Annie celebrado el pasado verano y luego a compromisos previos que Albert había adquirido en el Viejo Continente, su propia boda se había visto aplazada. La joven soltó una risita al recordar como Albert en tono de broma pero con seriedad en la mirada, le había propuesto que mejor se escaparan. De haber aceptado, no quería ni siquiera imaginarse la irreparable brecha que eso hubiera causado en su ahora reposada relación con la tía abuela Elroy. Eran evidentes los cambios que se habían suscitado en la anciana y pese al severo aspecto que siempre mantenía, en varias ocasiones ya había visto su aprobación en la mirada.

La mujer en cuestión ya se encontraba en la antesala de Candy y cuando llegó a la puerta de la recámara, encontró a la joven perdida en sus pensamientos. Puso los ojos en blanco y respiró profundamente. Ciertamente, había cosas en esa chiquilla que pese a sus esfuerzos, jamás cambiarían, empezando por su despiste pese a la relevancia de ese día.

A punto de alzar la voz para comunicarle que la esperaban, Elroy Andrew interrumpió sus palabras y se encontró observándola. Fuera de que se encontraba absorta en sus cavilaciones, el aspecto de Candice era el de una dama criada desde pequeña en los altos círculos sociales. No podía negarlo, pero lo que más le complacía, era ver la manera en que sin dejar de ser ella misma, se desenvolvía en sociedad. En ausencia de William, a donde quiera que la había acompañado, ya sea en Chicago o fuera de la ciudad, todos parecían estar encantados con la futura Señora Andrew. Posiblemente era su carisma y naturalidad lo que tenía ese efecto en las personas, algo que hasta después de escuchar la proposición de William y encontrarse lejos de los Leagan se permitió ver. Además, parecía estar hecha a la medida para dirigir e involucrarse en los clubs de beneficencia que serían una de sus tantas atribuciones, algo que ella misma siempre había procurado dirigir a la distancia. Por lo demás, había hecho grandes avances en su manera de comportarse según las normas de su clase social.

Sabiendo que había hecho lo mejor por domesticar a un espíritu similar al de Albert pero en versión femenina, aunque eventualmente brotara su lado salvaje, la mujer sonrió para sus adentros con satisfacción y luego pronunció: — Candice, ya es hora. Te esperan abajo.

Al escuchar la grave voz, Candy se sobresaltó. No que la haya asustado el tono de su voz, sino que perdida en sus pensamientos como estaba, no se percató de su presencia bajo el umbral de la habitación.

— Enseguida voy, tía.

oOoOoOo

Apenas habían pasado cinco minutos de la hora indicada y aunque a todos solamente les parecía ser un novio expectante por la llegada de la novia, por dentro la ansiedad y la dicha ya lo carcomían. Encontrándose en el recibidor de la iglesia, el observar el constante ingreso de personas no hacía más que aumentar la sensación.

La boda del año era como los medios habían empezado a llamarla. Si de ellos dos hubiera dependido, se habrían casado en una íntima ceremonia en la capilla del Hogar de Pony, pero debido a que el compromiso fue anunciado frente a importantes miembros de la sociedad de Chicago, y luego de haber ocupado por días los encabezados de la sección de sociales en los diarios e incluso en revistas de chismes, su tía había insistido en que el patriarca de los Andrew debía contraer nupcias en la catedral. No que a él le importara el qué dirán. No que quisiera hacer alarde de su riqueza y posición. Ante el asombro y estupefacción de su prometida, accedió a la petición de la anciana para darle su lugar a Candy.

De pronto sintió sobre su hombro el peso de la mano de su padrino de bodas y respiró profundamente tratando de calmarse.

— Estoy bien, George. Es solo que es tanto el tiempo que he esperado este momento que…

Sus palabras se vieron interrumpidas al ver en la entrada la solemne figura de su tía. Su corazón se detuvo y dio paso a la emoción. Finalmente, el momento había llegado.

Mientras George y el resto de asistentes se dirigían a tomar sus lugares, Albert fue al encuentro de la anciana y luego de intercambiar un saludo, elegantemente le ofreció el brazo. La ceremonia nupcial estaba a punto de comenzar.

Un momento después de que la música de entrada empezara a sonar, hasta ahora las dos figuras más importantes de la familia Andrew iniciaron su acompasado avance hasta el altar. Entre asentimientos, Elroy Andrew recorrió el pasillo con ojo crítico y un dejo de orgullo brilló en sus pupilas por estar participando en la boda de su querido sobrino. Pensar de lo que se estaría perdiendo de haber seguido con su obstinación de no aceptar a Candice, quien empezaba a tener en su corazón un lugar especial. Cuando llegaron a la banca de la primera fila, con gracia se ubicó en su lugar y un calor envolvió su corazón al observar de frente el resplandeciente rostro de William. Pese a su serio semblante, los ojos de la anciana sonrieron cuando él le dirigió un asentimiento y sin ser consciente de ello, volvieron a sonreír cuando al girarse para quedar de cara a la entrada, se encontró con los sonrientes rostros de la Señorita Pony y de la Hermana María.

Después de que Albert tomara su posición frente al altar con George a su lado, por un instante la iglesia quedó sumida en un profundo silencio. Las miradas de todos estaban fijas en la entrada de la catedral. Y entonces, las suaves notas de la marcha nupcial emitidas por el órgano tubular, empezaron a flotar en el aire. En todos los rostros de los presentes empezaron a florecer las sonrisas y Albert sentía que su corazón estaba a punto de estallarle. Ahí estaba ella, toda vestida de blanco y tomada del brazo del hombre a quien siempre había considerado como un hermano. Y de pronto, sus fosas nasales empezaron a dilatarse y lágrimas de felicidad se deslizaron por sus mejillas.

Dedicándole una radiante sonrisa que traspasaba el velo y parecía iluminar todo el lugar, con paso pausado era el turno de Candy de dirigirse hacia el altar. Por un momento él tuvo la sensación de que el tiempo se detenía y con una sonrisa que seguramente solo era un reflejo de la de ella, contuvo el aliento y se encontró pasmado contemplando toda su belleza. En el pasado cuando aún no se sabía dueño de su corazón, día a día había sentido que languidecía. Todo el tiempo anhelando que ella le correspondiera y sin saberlo, luego fue el mismo tiempo el que se encargó de que ese gran corazón se desviviera por él. Por lo tanto, desde que se supo su dueño, no permitió ni permitiría que nada ni nadie le arrebatara lo que en ese momento tenía frente a él. Porque ella era su Candy, su amada, su pequeña, su princesa, el amor de su vida. Su compañera, su mejor amiga, la razón de su ser. Cada encuentro, cada día y cada hora que ambos habían compartido, parecía que había sido trazado con el fin de que ellos llegaran a este momento: unir por siempre sus vidas. Y con cada paso que ella daba, anunciaba que estaban más cerca de alcanzarlo.

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Por su lado, a ella le parecía que estaba viviendo un cuento de hadas. Su propio cuento de hadas para ser precisa. Con la felicidad destilando por todo su cuerpo, tomó el brazo del hombre que iba a entregarla en el altar: el Capitán Vincent Brown.

El pasado diciembre el padre de Anthony la había sorprendido enviándole una hermosa tarjeta de Navidad, y a finales de marzo, la sorprendió aún más con su repentina visita. Durante su breve paseo por los jardines de la mansión de Chicago, ella le agradeció que hubiera aceptado la invitación que le hiciera en su pasada carta.

'Para el señor Vincent Brown

Estimado señor Brown,

Le agradezco por la hermosa tarjeta de Navidad que me ha enviado. Inmediatamente la puse sobre la repisa de la chimenea.

Como sabe, no se me permitió asistir al funeral de Stear, pero aun así me presenté, permaneciendo afuera de la iglesia. No puedo olvidar la alegría que sentí al recibir su saludo en aquella ocasión… Siempre me había preguntado qué tipo de persona era el padre de Anthony. Desafortunadamente, tampoco se me permitió asistir al funeral de su hijo, y es quizás por esta razón que, aún hoy, a veces me resulta imposible creer que Anthony y Stair realmente nos han dejado.

Últimamente, tanto en la residencia principal de los Andrew como en Lakewood, he tenido varias oportunidades para conversar con tranquilidad con el retrato de la señora Rosemary, la madre de Anthony. ¡Quedan tantos cuadros que la retratan!

Uso la palabra conversar ya que se acerca mucho más a la realidad, con respecto a simplemente admirar esas pinturas.

Cada vez quedo afectada por el parecido que había entre madre e hijo, así como me asombra el parecido con el hermano menor de la señora, el tío abuelo William Albert. Me han dicho que eran un hermano y una hermana muy unidos.

El tío abuelo William Albert a menudo habla con gran respeto de usted, señor Brown, como si usted fuera su hermano mayor. Me cuenta con gran nostalgia los momentos que vivieron juntos.

Espero de todo corazón que venga a visitarnos a la residencia de Chicago y sería verdaderamente feliz si un día, durante la estación de las rosas, cruzáramos juntos el Portal de las Rosas en Lakewood. ¡Tendría tantas cosas de qué hablarle!

Oro por su salud y por la serenidad de su viaje por mar.

Candice White'[108]

A pesar de que esa fue la segunda vez que se veían, Candy sentía como si le conociera de años.

(Inicio del flashback)

— La última vez que nos vimos me fui con un deseo, ¿recuerda? — Candy entrecerró los ojos y frunció ligeramente el ceño, en un esfuerzo por recordar. Al verla, el hombre sonrió cálidamente y continuó hablando. — En aquella ocasión, usted estaba atravesando un momento muy difícil pero cuando nos despedimos, le dije que la próxima vez que nos viéramos me gustaría verla sonreír. Mi deseo se hizo realidad, Candice. Me alegra mucho ver la hermosa sonrisa de la cual mi hijo siempre me escribía y sobro todo, que haya alcanzado su felicidad junto a William. Sé que Anthony desde el cielo también les da su bendición.

La joven sintió como sus ojos empezaron a humedecerse y al igual que en el pasado, no pudo resistir el impulso de abrazarlo. El señor Brown delicadamente le devolvió el abrazo y Candy volvió a verse envuelta por el calor que desprendía aquel corazón. Un calor que solamente había experimentado con él: el calor de un padre.

Dejándose llevar por una fuerza en su interior, la rubia rompió suavemente el abrazo y se escuchó decir en voz alta, mirándolo a los ojos: — Señor Brown, ¿me haría el honor de entregarme en el altar?

La sorpresa atravesó el rostro masculino y un instante después, pronunció con una cálida sonrisa: — El honor es todo mío, Candice. Será un verdadero placer.

(Fin del flashback)

Y ahí estaba ahora, a punto de ingresar a la catedral. Sentía las mejillas entumecidas pero no podía dejar de sonreír y su sonrisa se ensanchó al recordar su sueño de la noche anterior.

Por primera vez tras haber superado junto a Albert la muerte de Anthony, la joven había visto al muchacho en sueños y todo era tan real que había despertado con la sensación como si él nunca hubiera partido. Su imagen seguía siendo la que ella recordaba, pero eso mismo fue lo que la hizo despertar. Era tal como le había dicho Anthony aquel día en que los pétalos de las rosas caían como si fuera nieve: quien se va, sigue viviendo para siempre en nuestros corazones.

— ¡Anthony!, creí que tú estabas…

— Veo que recuperaste tu sonrisa, Candy, ¿continuarás viviendo con ella, verdad?

— Claro, Anthony. Porque viviré junto a la persona que amo. [109]

El suave toque de la mano del señor Brown más las voces de Annie y Patty que venían desde atrás, hicieron que volviera a la realidad. Entonces, la melodía llegó a sus oídos y junto al padre de Anthony comenzó su avance. Un leve temblor la sacudió cuando sintió de golpe como todas las miradas se posaban sobre ella pero cuando sus ojos se fijaron en la figura del alto hombre al fondo de la iglesia, fue presa de la emoción. En sus labios se dibujó una sonrisa nunca antes vista y aunque su interior le gritaba que volara para acortar la distancia, caminó sin prisa hasta él tal como lo habían ensayado.

De nada le sirvió saber por anticipado lo que él vestiría. Su corazón dio un vuelco y luego contuvo la respiración. Su pulso se aceleró y sus ojos se llenaron del hombre con quien, a pesar del paso del tiempo, su corazón siempre había anhelado reencontrarse. El regalo más grande con el que la vida la había recompensado. Albert, su amigo, su fuerza, su paz, su inspiración. Su Príncipe de la Colina, su compañero, su más grande y puro amor. Portando su traje escocés y dedicándole aquella sonrisa que ella tanto adoraba, se encontraba ahí frente al altar, aguardando su llegada.

Con su mirada puesta en él, recorrer el largo pasillo fue para ella como un suspiro. Y para el momento en que quedó frente a él, ya estaba completamente envuelta por el magnetismo de su presencia y sus ojos se humedecieron al sentirse embargada por todo el amor que él le profesaba con la mirada.

La música se detuvo dejando en el ambiente el eco de las últimas notas. Siguiendo el protocolo, el señor Brown estrechó en un saludo afectuoso la mano del novio, le dio un ligero abrazo y luego, volviéndose hacia Candy, alzó su palma izquierda y levantó la mano derecha de la joven, y después de dirigirles unas breves palabras, hizo entrega de la novia a Albert.

Superado por la emoción, el rubio tomó la mano de Candy con delicadeza y se la llevó a los labios. La nueva sonrisa que ella le dedicó hizo vibrar su corazón y acompañado de esa sensación, después de tomarse del brazo, se volvieron hacia el altar y tomaron su lugar con las manos entrelazadas. Aunque se sentían flotar, escucharon con atención cada una de las palabras pronunciadas por el sacerdote y sus corazones se agitaron cuando éste leyó unos pasajes de las escrituras, percatándose que todo eso, era la manera en que siempre habían actuado el uno para el otro desde que se conocieron.

— En la primera epístola de Pablo a los corintios, en su capítulo trece, el apóstol nos habla acerca del amor: 'El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante;no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el malrecibido;no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad;todo lo sufre], todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.El amor nunca deja de ser'.

Y como dice el libro de Eclesiastés, en su capítulo cuatro: 'Más valen dos que uno solo, pues tienen mejor remuneración por su trabajo. Porque si uno de ellos cae, el otro levantará a su compañero; pero, ¡ay del que cae cuando no hay otro que lo levante! Además, si dos se acuestan juntos se mantienen calientes, pero uno solo, ¿cómo se calentará? Y si alguien puede prevalecer contra el que está solo, dos lo resistirán. Un cordel de tres hilos no se rompe fácilmente'.

William y Candice, entre muchas cosas, el principal fundamento de una relación es el amor. Por lo tanto, permitan que ese tercer hilo en su matrimonio sea Dios, nuestro Señor, porque Él es la esencia del amor.

En silencio, la pareja se miró de soslayo y ambos sonrieron con entendimiento. Entonces, habiendo terminado la enseñanza, escucharon al religioso pedirles que se pusieran de pie uno frente al otro, tomándose de las manos.

— William Albert Andrew, ¿aceptas a Candice White como tu legítima esposa? ¿Prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, hasta que la muerte los separe?

— Acepto — pronunció con firmeza y luego mirándola profundamente a los ojos, añadió con la voz bañada por la emoción: — Yo, William Albert Andrew, me entrego a ti en este día, Candice White, para compartir contigo mi vida. Prometo serte un esposo y compañero fiel, y apoyarte en todas tus esperanzas, metas y sueños. Mi voto estará siempre contigo. Cuando caigas, yo te levantaré. Cuando llores, estaré ahí para consolarte y confortarte. Y cuando rías, compartiré contigo tu alegría. Estoy convencido que habernos conocido no fue casualidad. Es gracias a ti que he llegado a ser el hombre que hoy soy y le doy gracias a Dios por ser muy afortunado por tenerte a mi lado. Todo lo que soy y todo lo que tengo es tuyo, desde ahora y para siempre.

— Y tú, Candice White, ¿aceptas a William Albert Andrew como tu legítimo esposo? ¿Prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, hasta que la muerte los separe?

— Acepto — respondió ella con la voz ronca, devolviéndole la mirada. Escucharlo había creado un nudo en su garganta y parecía que la había dejado sin palabras. Aclaró su garganta y tragó saliva, y luego empezó a pronunciar sus votos con la voz ligeramente entrecortada. — Yo, Candice White, me entrego a ti, William Albert Andrew, y prometo ser tu esposa fiel, compañera y amiga. Es contigo con quien he podido experimentar el perfecto vínculo del amor. Estoy segura que la bendición de recibirte hoy como mi esposo es un regalo de lo Alto, y me entrego a ti con amor y gratitud. Me siento privilegiada que seas tú mi compañero, mi guía y mi dirección y me esforzaré para ser todo lo que tú necesitas, tu ayuda idónea. Estoy viviendo uno de los anhelos más grandes de mi corazón y a partir de hoy hasta el final de mis días, te amaré como mi amado esposo, el hombre de mi vida.

Cuando Candy terminó de hablar, los ojos de Albert brillaban por las lágrimas contenidas. En la primera fila, la Señorita Pony y la Hermana María con un pañuelo se estaban secando el llanto. Y a la misma altura pero al lado contrario del pasillo, el solemne rostro de Elroy Andrew se vio afectado por la emoción.

— Ya que han declarado su consentimiento y han pronunciado sus votos, que el Señor en su bondad les fortalezca y llene este matrimonio con sus bendiciones. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. — Dijo, y luego le hizo un gesto a George para que se acercara con los anillos. — Estos anillos representan el símbolo de su compromiso y de su unión. Que sean un símbolo de fidelidad y así como no tienen principio ni fin, les recuerden todos los días su continua promesa de amor.

Albert tomó un anillo y lo deslizó en el dedo de la novia.

— Candice White, recibe este anillo como símbolo de mi amor, de mi entrega y de mi fidelidad.

Y de la misma manera, Candy tomó el otro anillo y lo deslizó en el dedo del novio.

— William Albert Andrew, acepta este anillo como símbolo de mi amor, de mi entrega y de mi fidelidad.

Entonces, el religioso extendió sus manos hacia ellos y pronunció: — Señor, derrama de tu gracia y bendición sobre tus hijos que hoy se han presentado ante ti. Que tu poder y tu infinito amor siempre les fortalezca y acompañe. Y en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, bendecimos esta unión. — Hizo una breve pausa y con firmeza declaró: — William, Candice, por el poder que me ha sido investido, yo los declaro, marido y mujer. William, puedes besar a la novia.

Con la respiración acelerada, lenta y cuidadosamente Albert levantó el velo de la novia, quedando extasiado al contemplar aquellos brillantes ojos que lo miraban con adoración y expectación. Por una fracción de segundo Candy lo observó embelesada, esperando sentir su cálido roce. Y cuando las comisuras de sus labios empezaban a curvarse, sintió como Albert acunaba delicadamente su rostro con las manos y luego de soltar un suave suspiro mientras la miraba profundamente a los ojos, empezó a inclinarse, sellando la promesa que acababan de hacerse con un casto y prolongado beso de amor.

— Te amo, Candy, te amo esposa mía. — Susurró junto a sus labios.

— Yo también te amo, mi amado esposo.

oOoOoOo

La sombra de un hombre se desplazaba sin prisa por las calles de Nueva York. A pesar de haber sido aclamado con ovaciones por su nueva interpretación como Demetrio, en la obra El sueño de una noche de verano de la Compañía Teatral Stratford, no se sentía con ánimos de celebrar con sus compañeros. No en esa noche en especial. Hoy, finalmente tenía que aceptar que la había perdido para siempre.

Meses atrás cuando vio la publicación en los diarios, supo de inmediato la razón por la cual nunca tuvo respuesta a su misiva. Los sentimientos de Candy habían cambiado y estaba comprometida con uno de los solteros más cotizados de América, con William A. Andrew, el Albert que él ampliamente conocía y por supuesto, la noticia lo dejó estupefacto. Sin embargo, en su corazón había guardado la esperanza de que quizás, por alguna milagro de la vida, ese compromiso se rompiera y así él tendría otra oportunidad.

Soltó una amarga risa al percatarse de su ingenuidad. De sobra sabía el cariño que ambos siempre se habían manifestado y el fuerte vínculo que los unía. En Londres, con sus propios ojos lo había presenciado. Y estando en América, ella le contó por carta que había alquilado un apartamento para vivir junto a Albert. Aunque estaba consciente que ella únicamente lo había hecho con el fin de ayudarlo con su amnesia, siendo sincero consigo mismo, había sentido cierto recelo, pero pronto lo desechó conociendo la rectitud, decencia y alta moralidad que a ellos los caracterizaba.

En ese entonces, aunque a la distancia, podía decir que en efecto ella era su novia. Pero después de la dolorosa ruptura, ¿qué podía esperar? Él mismo había hecho que Candy le prometiera que sería feliz y al parecer, había continuado adelante con su vida pero nunca se imaginó que sería al lado de Albert. Volvió a sonreír y esta vez lo hizo con ironía. Cualquiera con dos dedos de frente habría dado por sentado que ese inocente cariño con el paso del tiempo, se transformaría en amor. Ya habían pasado ya más de seis años de esa dolorosa separación. Él había elegido a Susana por encima de Candy y ella, había estado de acuerdo con su decisión. Continuó con su vida y ahora era feliz. No podía culparla, ni a ella ni a Albert.

Sus pasos lo llevaron hasta el Parque Central y cuando llegó a uno de sus lagos, se detuvo en estado meditabundo. Alzó la vista y contempló el hermoso paisaje con el Castillo Belvedere al fondo, bañado bajo la luz de la luna, y se encontró evocando el mejor verano de su vida. Escocia. De pronto, ante sus ojos sobre la brillante superficie del agua, empezó a dibujarse el alegre y pecoso rostro que aún lo atormentaba. Sintiendo como la mirada se le nublaba, de lo más profundo de su corazón, comenzó a proclamar un monólogo, mezclando líneas de los personajes interpretados.

Oh, ¿sabía yo lo que es el amor? Ojos jurad que no, porque nunca había visto una belleza así. El amor no mira con los ojos, sino mira con el alma. El amor como ciego que es, impide a los amantes ver las divertidas tonterías que comentan. Los enamorados pueden andar sobre las telas de araña que se mecen en el tibio calor del verano, así de leve es la ilusión…

¡Oh amor poderoso! Que a veces haces de una bestia un hombre, y otras, de un hombre una bestia. El amor es un humo que sale del vaho de los suspiros; al disiparse, un fuego que chispea en los ojos de los amantes; al ser sofocado, un mar nutrido por las lágrimas de aquellos; ¿qué más es? Una locura muy sensata, una hiel que ahoga, una dulzura que conserva. El gozo violento tiene un fin violento y muere en su éxtasis como fuego y pólvora que, al unirse, estallan.

¿Cuántas veces con el semblante de la devoción y la apariencia de acciones piadosas, engañamos al mismo diablo? Sabemos lo que somos, pero no lo que podemos ser. Ahora comprendo porqué parece natural que la vejez se exceda en desconfianza, igual que es propio de los jóvenes andar escasos de juicio. Los viejos desconfían de la juventud porque han sido jóvenes y… en nuestros locos intentos… renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser. La desconfianza en nosotros mismos es un enemigo traidor que nos priva de hacer muchas cosas buenas, sin más razón que la de resolvernos e intentarlas.

Sin embargo, tan imposible es avivar la lumbre con nieve, como apagar el fuego del amor con palabras. El amor no prospera en corazones que se amedrentan de las sombras, y hay sonrisas que hieren como puñaladas. Cuando las penas atacan, no lo hacen como un espía solitario, sino lo hacen en batallones. No sabes qué enfermo está todo aquí en mi corazón. No obstante, el destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos.

Ser o no ser, ésa es la cuestión. ¿Qué es más elevado para el espíritu? ¿Sufrir los golpes y los dardos de la insultante fortuna o tomar armas contra un mar de calamidades, y haciéndoles frente para acabar con ellos? El desdichado no tiene otra medicina que la esperanza. No hay nada malo o bueno, el pensamiento decide tal.

Cerró los ojos y exhaló con fuerza, sintiendo que de alguna manera había logrado liberar su pena y luego, dirigió sus ojos llorosos hacia la resplandeciente luna y añadió: — ¡Buenas noches, buenas noches! La despedida es un dolor tan dulce, que diré buenas noches hasta que sea mañana. [110]

Girándose sobre sus talones, volvió a tomar la postura con la que había llegado y se marchó. En silencio deseo en su corazón que Candy y Albert fueran felices y que él, al igual que Demetrio, algún día descubriera a su Helena. [111]

Revisado 27-10-17

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Notas de pie de página

[108] Mi traducción IT-ES de la carta de Candy a Vincent Brown en CCFS. Por motivos del fic, solo cambié la parte cómo ella firma: Candice W. Ardlay.

[109] El párrafo anterior y esa breve conversación, es una paráfrasis de un fragmento en la retrospección de Candy tras la muerte de Anthony. Tomo I, final de la primera parte. En ella Candy nos cuenta que ha soñado varias veces con Anthony y que incluso en su presente lo sigue haciendo. Quise ponerlo en esta parte del fic como que si ese fuera su primer sueño. A continuación el texto original (mi traducción IT-ES).

'Sí, he soñado muchas veces que Anthony todavía se encuentra con vida y, si debo de ser sincera, eso sucede incluso ahora.

En mis sueños él siempre está vivo, y yo me siento aliviada.

Qué bueno... Anthony, creí que tú estabas...

Incluso las cosas que él me dice son siempre las mismas.

Candy, continúas viviendo con una sonrisa, ¿verdad? — me pregunta con expresión serena.

Por supuesto, Anthony. Porque vivo con la persona que amo...

Mientras le respondo, mis ojos se humedecen. En algún lugar de mi corazón, siento que todo esto no es real.

Los seres queridos que han dejado este mundo no cambian jamás, su tiempo se detiene para siempre. Es justo como había dicho Anthony, aquel día en que los pétalos de las rosas caen como nieve: quien se va, sigue viviendo para siempre en nuestro corazón. Sin embargo, desafortunadamente, no podemos verlos más…'

[110] Frases célebres de las obras de William Shakespeare, Hamlet y Romeo y Julieta, principalmente de la primera.

[111] Demetrio y Helena son otros personajes de William Shakespeare en su obra "El sueño de una noche de verano". En ella, Demetrio estaba enamorado de Hermia, quien a su vez estaba enamorada de Lisandro, quien era su pareja. Finalmente Demetrio se enamora de Helena, quien desde siempre lo había amado.

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Notas Personales:

¡Hola a todas!

Escribir a detalle todo lo que había sucedido desde la última vez hubiera tomado demasiado tiempo, así que opté por hacer flashbacks de los detalles que consideré importantes. Al final, espero sinceramente que el capítulo haya sido de su agrado y sino, pues que se vengan los reclamos.

En algunos capítulos les he comentado que al ir descubriendo nuevos detalles de la novela, he ido cambiando en mis apuntes la cronología de CCFS, pero que iba a dejar el fic como estaba. Sin embargo, en este capítulo escribí la carta a Vincent Brown. Esto se debe a las siguientes frases:

'Últimamente, tanto en la residencia principal de los Andrew como en Lakewood, he tenido varias oportunidades para conversar con tranquilidad con el retrato de la señora Rosemary, la madre de Anthony. ¡Quedan tantos cuadros que la retratan!

Uso la palabra conversar ya que se acerca mucho más a la realidad, con respecto a simplemente admirar esas pinturas.

[…]

Espero de todo corazón que venga a visitarnos a la residencia de Chicago y sería verdaderamente feliz si un día, durante la estación de las rosas, cruzáramos juntos el Portal de las Rosas en Lakewood. ¡Tendría tantas cosas de qué hablarle!'

Inicialmente en mi cronología había colocado esta carta junto a las cartas del Dr. Martin aunque no me convencía del todo. Esas frases parecían tan fuera de lugar en aquel momento de la historia. Cuando Candy le escribe al Sr. Brown, dice que ha estado frecuentando las residencias de Lakewood y de Chicago y luego más abajo, lo invita a ir a visitarlos a la residencia de Chicago usando el verbo el plural. Eso quiere decir que no solamente se refiere a que visite a Albert como las anteriores traducciones no oficiales nos hacían creer, sino que la visite a ella y a Albert.

Entonces, este dato ubica la carta después del viaje a Lakewood junto a Albert y el hecho de que ella diga que lo espera en Chicago, indica que ya no se encontraba viviendo en el Hogar de Pony sino en la mansión. Pero hay otro dato importante que va de la mano y es la manera en que ella firma la carta: Candice W. Ardlay. Por lo tanto, que ella hay regresado a vivir a la mansión más que siga utilizando el apellido de los Ardlay, nos deja ver que para ese entonces ella ya estaba casada con Albert, ¿no les parece? Sin embargo, anticipé la carta en el fic y cambié la manera en que firma ya que hasta donde recuerdo en todos los fics que he leído, siempre es George quien siempre entrega a Candy. Entonces, imaginando que el Sr. Brown la había visitado, y como Candy expresó en el manga que en su abrazo había sentido el calor de un padre, quise que fuera él quien la entregara, dejando a George como padrino de Albert, su más estimado y fiel amigo.

Cambiando de tema, creo que solo con dos de ustedes comenté lo siguiente. He leído en muchas partes comentarios que dicen que Candy vive con la persona que ama sin estar casada. Hay quienes afirman eso no solo por esa frase, sino porque ella no menciona que esa persona sea su esposo, y sí es Albert esa persona, seguramente tenían alguna prohibición para casarse e incluso por eso se trasladaron al Reino Unido. Por un lado, como he venido escribiendo, ellos no tenían ningún impedimento ni legal ni por el concejo para contraer matrimonio. Siendo los dos ya adultos, de haber adopción podía anularse y de que el concejo quisiera imponerse, Albert es el patriarca, su decisión es la que prevalece. Por otro lado, usar la frase 'vivir con la persona que se ama' para indicar la falta de matrimonio, en mi interpretación, es incorrecto.

Esta frase ella se la dice en su presente a Anthony ¿y por qué se la dice?, porque fueron las palabras de su madre, en su lucha por casarse:

Fragmento de la carta a Anthony en el epílogo de CCFS, mi traducción IT-ES.

'Cuando le cité esa frase al señor Albert, él se quedó escuchándome sin decir una palabra. Luego, después de un largo silencio, me contó los detalles del matrimonio entre su hermana Rosemary y tu padre, el señor Vincent Brown.

Me contó como tu madre no se rindió ante la opinión de los Ardlay, completamente en contra a aquella unión debido a la diferencia de clase entre las familias. La señora Rosemary les dijo que la felicidad no depende del dinero o del prestigio social, sino de la posibilidad de vivir con la persona a la que se ama. Si ellos estaban decididos a impedírselo, ella estaba dispuesta a renunciar en cualquier momento al apellido de los Ardlay.'

Con esto, en su presente Candy le está diciendo a Anthony que ella también luchó para casarse con esa persona y por ende, vive con la persona a la que ama. Además, no me imagino a un Albert no casándose con Candy y viceversa, ya pensando en formar una familia.

Respecto a Terry, no creo que hayan vuelto a verse después de la separación. Como ya he mencionado, la breve carta encaja más haber sido enviada al año y medio de la ruptura por lo tanto no hubo respuesta por parte de Candy (ver notas del capítulo veintiuno). Y en este fic, pues quise mantenerme un tanto fiel a la historia en el sentido de que no se volvieron a ver. Terry tuvo que haberse enterado del compromiso y matrimonio de Candy por los diarios, y encontrándose todavía al lado de Susana, en silencio, muy propio de él, posiblemente se despidió a su manera, si es que lo hizo. Y espero que me hayan aguantado con esta escena, jajaja. No creo que vaya a escribir alguna vez un fic o minific sobre Terry, así que me tomé la libertad de profundizar un poco con él.

Quiero nuevamente agradecerles por su interés en este fic, y por todo el apoyo que me han mostrado desde su inicio. Gracias a todas las que leen en silencio detrás de la pantalla y en especial, a aquellas a aquellas que me han dejado unas palabras. Como siempre, es un gusto conocer cada una de sus impresiones.

Skarllet Northman, Ms Puddle, Blackcat2010, Glenda, luissid, Candy Bert, flaquita, Tania Lizbeth, Luz, Patty, Amigocha, Isa, Veronique, NayrAdg21, Erika A, Stormaw, Paolau2, Susana Rojas, Melissa Reyes, maravilla121, Liovana, María Elena Sanchez Trejo, Josie, Giselle, Liz 1, Eydie Chong, Lizty, Rocio CR, mitsurey, candycandy77, Crisnadiarole, Nadia Andrew, Chicuelita, Mayra Exitosa, kary Andrew, mfloresmayes, Lukyta, Faby Andley, Flakita Choc, Patricia, Diana Lujan, Lidia Sandoval, leihej, Paloma Pue, EnakaT y ClauT.

Bueno, un fuerte abrazo a todas, gracias por leer y nos vemos en el siguiente capítulo. ¡Miles de bendiciones!

Y aquí, mis respuestas a quienes no pude hacerlo en privado o por medio de FB. Por cierto, he recibido varias invitaciones en FB pero algunas las tengo pendientes ya que no sé quiénes son. Si es alguna de ustedes, échenme un grito y así las agrego, ya que no reconozco los nombres.

Candycandy77: mil gracias por seguir tan pendiente de la historia. Es un gusto saber que la estés disfrutando.

Crisnadiarole: ¡Ay! Perdón por el cambio de nacionalidad, jajaja, como que mi buena memoria se ha ido acabando con el paso de los años. Pero bueno, me alegra mucho saber que te haya gustado el capítulo pasado y que sigan a la espera del siguiente, que bueno, por aquí está. Un fuerte abrazo.

Erika A: No tienes que agradecer Erika, es la forma en que de alguna manera puedo estar en contacto con ustedes así que responderles, es todo un gusto. Sip, Albert una vez con el conocimiento que Candy le correspondía, defendería su amor con uñas y dientes, bueno, mejor dicho haría valer sin importarle nada su posición, jejeje. De Elroy, es que siempre la han pintado como una anciana mala cuando en realidad era estricta. No debió haber sido fácil llevar ella las riendas de la familia en lo que Albert crecía. Además, está la forma rígida en que fue educada. Por otro lado, en algunas ocasiones se pudo ver que también era blanda y muy inclinada a la felicidad de sus sobrinos. Y pues ya viste, quien si no Elroy para ayudar a Candy para finalmente, convertirse en una dama. :)

Faby Andley: ¡Amigaaa! Gracias de verdad por tan lindas palabras, haz hecho que mi corazoncito lata, jajaja. No en serio, gracias de verdad. Pero tú no te queda nada atrás, mira que actualizas pero me dejas en las mismas deseando saber más, sí que sabes cómo dejarnos en el suspenso, quiero actualización ya! jajaja un abrazote y sigue de linda como siempre.

Flakita Choc: ¡Hola! Me alegra mucho leer que estés disfrutando de esa manera este fic y aunque de verdad he querido actualizar más seguido, desde finales del año pasado se me ha venido complicando. Espero de verdad pronto retomar el ritmo de antes pero ya no falta mucho. :/ Gracias de verdad por cada una de tus motivantes palabras. Bendiciones.

Giselle: me alegra mucho saber que hayas encontrado este fic y sobre todo, que te haya gustado, jejeje. Como creo que ya habrás leído, empecé a escribirlo con la idea de llenar los espacios enb blanco y trazar la loca cronología de CCFS. Para eso, era necesario ir introduciendo las cartas que influyeron directamente en la vida de Candy. Hay otras cartas, pero hablan del tiempo antes de que Albert se marchara del Magnolia y por eso no las he incluido. Al igual que tú, hasta mucho tiempo después entendí la importancia de Albert en la historia pero supongo que como fue el caso de la mayoría en Latinoamérica, solo sabíamos del anime y cero manga o novela. Es hasta que los lees que te das cuenta de muchas cosas y logras comprender la ruptura de Candy y Terry. La autora tenía un idea, y era que finalmente Candy se quedara con el chico que la había cautivado y que le sirvió para comparar a los demás, el Príncipe de la Colina. Y pues lamentablemente a paso lento, pero aquí me tienes continuando con la escritura.

Glenda: jajaja pues sí, yo creo que todas se imaginaban una gran oposición con el concejo pero naahh, es porque siempre lo hemos imaginado como un ente que le dice a Albert que es lo que debe hacer, cuando es lo contrario. De Elroy, sip, hasta yo mismo tendría mis dudas de esa señora pero ya ves, al final paró aceptando de buena gana la relación, jejeje.

Isa: Gracias por tus deseos Isa. Espero también que tú y los tuyos se encuentren muy bien.

Josie: jajajaja, hiciste que me tirara la carcajada con eso de los zancos pero siendo Candy tan bajita, ¡ni con zancos alcanza a Albert! jajaja Sip, todavía le faltaba su dosis de confianza y fue lo que traté de transmitir con su vacilación. Quiera que no, tenía ideas preconcebidas por todo lo que había vivido entre los 'ricos' y por otro lado, también deseaba lo mejor para Albert. Ella sabía muy bien como él se sentía de comprometido con su familia y el deseo que tenía de cumplir bien su papel de jefe. Pero al final, viendo que casarse con ella él no peligraba, pues se animó, y seguramente con la bendición de la tía todo le fue mucho más fácil. Y de Elroy, pues sí, al final lo que más deseaba ella era el bienestar y felicidad de su sobrino. No era una mala persona, estricta y arraigada a viejas costumbres y protocolo, pero no era mala. :) Me alegra saber que te haya gustado el capítulo anterior y a ver como encuentras este, jejeje

Kary Andrew: Es todo un placer saber que te guste es fic. Es música para mis oídos, jejeje. Y pues aunque lento, aquí dejándoles otro capítulo. Un fuerte abrazo..

Litzy: Me causó mucha gracia el comentario de tu hija pero te comprendo, mis hijos hacen exactamente lo mismo conmigo cuando me ven con una sonrisa de tonta pero ya saben que ni de chiste se lo comentan a mi esposo, jajaja. Esto de la escritura, es algo que hago a escondidas… jejeje… Me alegra mucho que te haya gustado el capítulo pasado y espero que el presente también lo haya mucho y gracias de verdad, por considerar que tu hija en algún momento pueda leer este fic pero no la culpo, yo antes, detestaba la lectura, jajaja. Un fuerte abrazo y espero que te encuentres muy bien.

Liz 1: Hola Liz. Mil gracias por tus lindas palabras y me da un gusto saber que te haya gustado el capítulo anterior. Espero haber llenado tus expectativas con el presente.

Patricia: Hola Patricia, en verdad me hace feliz que aprecies esos detalles en el fic pero la verdad, eso es casi una obsesión para mí, jajaja. Se lo debo a una maestra que de haber podido, todos la hubiéramos incendiado en su momento pero a estas alturas, infinitamente le doy las gracias. :) Creo que no hay niña que no haya visto la serie de Candy pero la verdad, muchas nos quedamos con lo que pasó en esa historia, desconociendo que ésta se basó en un manga que luego se convirtió en novela. Hará un par de años que lo descubrí y desde entonces, comprendí mejor la historia, y cómo fue que pasaron muchas cosas. En los capítulos finales, el anime omite muchos detalles y lo único que puedes hacer es imaginártelas pero en el manga, encuentras todos los acontecimientos detallados y es cuando la vista se te abre. Luego viene la nueva novela, uff, la sección epistolar está ordenada por remitentes pero no en orden cronológico, así que tú tienes que ir ordenando mentalmente como es que fueron sucediendo las cosas. Cuando empecé a escribir este fic, contaba con algunas traducciones no oficiales al inglés de esas cartas, y pues antes de empezar la historia, hice mi propia cronología y luego fue que empecé a escribir. La idea era compartir cosas que muchas desconocían pero desde que salió la traducción oficial italiana, pues ya solo es el orden de los hechos y compartirles mi punto de vista de la historia. Gracias en verdad por cada una de tus palabras. Un abrazo y bendiciones.

Patty: ¡Gracias Patty! Pues continuaremos hasta donde dé. :)

RocioCR: Creo que alguien por ahí andaba que me colgaba pero ya estoy aquí, jejeje. Gracias por estar siempre pendiente.

Susana Rojas: Gracias por tus deseos Susana. Pues si mirabas la serie por Alessandro, pues seguro que no aparece en la segunda parte, jajaja. Pero la segunda también tiene su encanto así que cuando puedas, dale una miradita. :) Soy de Guatemala, así que no estamos muy lejanas que se diga, jejeje. Me alegra que el capítulo anterior haya sido de tu agrado. Mucha suerte y ánimo con tus estudios.

Tania Lizbeth: ¡Gracias Tania! Y pues aunque con retraso, aquí estuvo la actualización. :)

Veronique: Como que ya llegué demasiado tarde para los deseos de feliz año. Gracias por seguir por aquí.