Free! no me pertenece. High Speed! tampoco.

Dicho esto, tengo que dar las gracias y un besazo enorme a Roxy Everdeen, porque su cabezonería ha terminado por convencerme casi del todo de que esto no es tan ridículo como pensaba cuando empecé a escribirlo, sin más motivación que el hecho de que me he enamorado del nuevo ending.

El caso es que necesitaba escribir algo ambientado en el mundo del ending más o menos con la misma intensidad que necesito chocolate, así que aquí está. Espero que os guste.


I

o—o

Haruka Nanase no era una persona que hiciese esfuerzos innecesarios.

Así pues, por lo general, evitaba cualquier actividad que no tuviese un objetivo claro y más o menos inmediato. Las prisas, los problemas… Generalmente le bastaba con encogerse de hombros y darse la vuelta para ignorarlos. Los problemas sólo traían más problemas. Y apresurarse no sólo era algo agotador, sino que además, por lo general, carecía de toda utilidad. Correr en lugar de caminar no cambiaría nada. El mundo no esperaba a nadie, sin importar lo mucho que la gente intentase adaptarse a su ritmo.

Sin embargo, había días en los que el joven olvidaba uno de los pilares básicos de la perezosa filosofía que seguía al pie de la letra. En los extraños momentos en los que el mundo lo obligaba a pensar en algo más que la inutilidad de apresurarse, Haruka no lograba recordar cómo había echado a correr; sólo se percataba de que, por algún motivo, cuando volvía a poder razonar estaba sin aliento, como si hubiese estado acercándose a toda velocidad hacia una meta… o huyendo de algo.

Haruka no pensaba en nada de eso en ese momento, por supuesto, porque había miles de cosas más importantes a las que dedicar sus razonamientos mientras caminaba a paso rápido por los pasillos del hospital; pero, pese a que estaba utilizando gran parte de su fuerza de voluntad para tratar de ignorarlo, sabía que estaba asustado. Era miedo lo que lo había hecho salir del restaurante sin ni siquiera despedirse de sus compañeros. Era miedo lo que había sentido corriendo por la calle, momentáneamente convertido en una de esas personas que apartaban a las demás de su camino sin cuidado y recibían sus miradas irritadas.

Y era miedo lo que lo tenía paralizado en ese momento, impidiéndole abrir la puerta, porque ni siquiera sabía si quería averiguar lo que le esperaba al otro lado. Era como si alguien hubiese cogido todos sus recuerdos, desde el primer día de colegio hasta el gato que se había colado por enésima vez en su dormitorio la noche anterior, y amenazase con destruirlos.

Resultaba aterrador.

Pero tenía que entrar. Si la prisa no servía para nada, retrasar lo inevitable tampoco. Haruka tomó aire y apretó los labios, obligándose a poner la mano en el pomo y girarlo.

No estaba seguro de lo que había esperado encontrar –lo cierto es que había estado demasiado ocupado intentando no pensar en ello–, pero no se le hubiera pasado por la cabeza que habría dos personas acompañando a su mejor amigo, mucho menos que estuviesen vestidos con uniformes azul marino.

Tampoco se molestó en prestar atención a los dos policías; tras la sorpresa inicial, apenas les dedicó una rápida mirada antes de concentrarse en Makoto. No fue capaz de contener un suspiro aliviado cuando se percató de que no parecía tan herido como Haruka había imaginado cuando lo habían llamado para decirle que su amigo había sufrido un accidente trabajando. Era cierto que estaba hundido en la cama y daba la impresión de encontrarse a un suspiro de quedarse dormido, pero su habitual sonrisa amable seguía ahí; no podía estar tan mal.

—Hola, Haru —lo saludó; sus ojos entornados se iluminaron.

Haruka inclinó la cabeza ligeramente para devolverle el saludo y se acercó un poco a la cama, observando a Makoto de arriba abajo y preguntándose qué había ocurrido para que se encontrase en ese lugar; no tenía heridas visibles.

—¿Qué ha pasado? —preguntó tras unos segundos, cuando comprendió que la opción más práctica era rendirse.

No fue Makoto quien contestó.

—Inhalación de humo. No es grave, pero lo han traído aquí para asegurarse de que todo está bien.

Haruka giró la cabeza hacia el desconocido lentamente, un cúmulo de irritación alzándose en su interior desde el mismo momento en que escuchase su voz; para cuando se dio cuenta, estaba fulminando con la mirada al policía que se había inmiscuido en su conversación. Una sonrisa burlona y francamente mortificante fue la única respuesta que recibió su hostilidad instintiva.

—¿Qué hace él aquí? —le preguntó a Makoto, a propósito. No había pretendido que sus palabras sonasen como el bufido de un gato enfadado, pero se alegraba de que el fastidio que sentía se hubiese abierto camino hasta su voz.

El policía parpadeó varias veces, visiblemente sorprendido; probablemente, pensó Haruka con una saña ciertamente desproporcionada, no estuviese acostumbrado a que la gente no aceptase su insolencia sin rechistar. No obstante, en lo que más se fijó fueron sus ojos, rojos, luminosos y con un brillo ofendido. Su pelo era también rojo, pero algo más oscuro, y estaba recogido en una pequeña coleta.

Sólo cuando su sonrisa se desvaneció Haruka se permitió admitir que era ciertamente bonita. Con unos dientes demasiado afilados para su gusto, pero bonita.

—Estaban en el edificio cuando fuimos a apagar el incendio —explicó Makoto. El exceso de vitalidad en su voz informó a Haruka de que la discordia que acababa de nacer entre él y el policía no le había pasado desapercibida—. Rin y Sousuke tuvieron el detalle de acompañarme.

Fue toda una suerte que lo mencionara, porque Haruka había olvidado por completo que había dos policías. El otro hombre, de pelo oscuro y ojos claros, era enorme, y algo en la forma en que lo miraba hizo que sintiese el repentino impulso de retroceder un paso.

—Era lo mínimo que podíamos hacer —el pelirrojo sonrió de nuevo, pero en esta ocasión no miraba a Haruka, sino a su compañero—. De no ser por él hubiéramos acabado un poco chamuscados, ¿eh, Sousuke?

Así que Rin. Haruka confinó ese dato en un rincón seguro de su memoria, por si volvía a ver a los dos agentes en el futuro. No le costó mucho asociarlo a la irritación que despertaba en él la mera presencia de Rin.

—Me las hubiera apañado —replicó Sousuke, encogiéndose de hombros—. Vámonos; tengo hambre.

—Como queráis —el rostro de Makoto, cuya sonrisa se había borrado mientras Haruka intentaba cometer homicidio por contacto visual, se iluminó de nuevo—. Gracias.

—De nada —Sousuke se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo cuando se percató de que Rin no lo seguía—. Rin, mirar fijamente a la gente es de mala educación —lo riñó—. Muévete.

Rin frunció el ceño, como si no se hubiese percatado de que había vuelto a mirar a Haruka, y sacudió la cabeza antes de salir de la habitación tras su compañero.

Haruka podría haber pasado horas mirando la puerta cerrada, pero la voz de Makoto lo obligó a regresar a la realidad.

—¿Te pasa algo con él?

Advirtiendo el tono ligeramente burlón de su amigo, Haruka lo miró con los ojos entornados.

—Nada. Es problemático —murmuró. Y sabía que era cierto. Rin parecía una de esas personas que tenían por afición atraer todo tipo de problemas.

o—o

Era uno de esos días en los que Rin estaba de muy mal humor.

No había dormido bien, se había caído de la cama al escuchar el despertador, no había podido desayunar porque no quedaba café, se había dado en el pie con la pata de la mesa y aún tenía media tonelada de papeles que rellenar. Y todas las divinidades a lo largo y ancho del globo sabían que Rin detestaba, desde los más profundos abismos de su corazón, el papeleo. Maldita sea, había decidido ser policía porque la otra opción era profesor. ¿Por qué tenía que pasar horas escribiendo lo mismo treinta veces?

Al menos, podía consolarse echando rápidos vistazos a Sousuke. Pese a que Rin odiaba perder el tiempo llenando de garabatos decenas de folios, la tarea que le habían asignado a su amigo era sensiblemente más difícil. Y, además, estaba tan frustrado como Rin por lo ocurrido tres días antes.

Habían estado a punto de arrestar a los cabecillas de la organización de tráfico de drogas que la policía de todo el país llevaba medio año persiguiendo; pero los delincuentes habían vuelto a escapar, no sin antes quemar el edificio en el que se escondían, junto con una cantidad importante de droga. Para cuando los bomberos hubieron controlado las llamas, apenas quedaban pruebas u objetos que pudiesen utilizarse como pistas. Y teniendo en cuenta la naturaleza del combustible que había reducido el edificio a cenizas, Rin sabía que Makoto había tenido mucha suerte.

—No puedo más —declaró Sousuke. Rin lo miró; en esos momentos su amigo era la personificación de la desesperación más absoluta—. Eh, ¿vienes conmigo? Ayer descubrí algo que a lo mejor te resulta interesante.

Rin enarcó una ceja.

—Si vas a comprar dulces, no me gusta el azúcar —sin embargo, se levantó y salió tras Sousuke. Cualquier cosa era mejor que seguir con el maldito papeleo; empezaba a no sentir el brazo.

Dejó que Sousuke condujese el coche patrulla, tratando de olvidarse de papeles y narcotraficantes y bomberos y ojos azules que lo odiaban mientras miraba por la ventana. Sin embargo, algo en la sonrisa de Sousuke al proponerle escaquearse durante un rato había atraído su atención.

—¿Dónde vamos a comprar tus dulces?

Sousuke no lo miró.

—Ya lo verás —replicó—. ¿Te acuerdas del tipo que te odió a primera vista? El amigo del bombero.

Rin no abrió la boca, pero si lo hubiese hecho su respuesta hubiese sido, sin ninguna duda, . No sabía si le habían impresionado más sus ojos –¿cómo podía algo ser tan azul?– o la desmesurada irritación con la que eran capaces de mirarlo.

—¿Qué pasa con él? —inquirió finalmente.

—Que vamos a verlo, evidentemente —Sousuke parecía divertido. Miró de reojo a Rin cuando el coche se detuvo ante un semáforo en rojo—. Te gusta.

Rin se tensó al instante.

—Oh, claro —su voz destilaba sarcasmo—. Tengo debilidad por la gente que me odia.

Sousuke puso los ojos en blanco. Una luz verde indicó que podían seguir avanzando, y el joven pasó varios segundos concentrado en la carretera antes de volver a hablar:

—De todas formas, he oído que está bien.

—¿Has oído? —repitió Rin, preguntándose si se estaba perdiendo algo—. ¿Es famoso o algo?

—Nagisa me habló de él; al parecer él y Gou van bastante por allí.

Rin decidió no hacer ningún comentario sobre la relación de su pequeña, preciosa e inocente hermana menor con el mequetrefe que estaba hecho la incorporación más reciente a la comisaría. Por dos motivos. El primero era que habían alcanzado un acuerdo para no meterse en las vidas sentimentales del otro, sin importar lo necesaria que pareciese su intervención. El segundo era que Gou era perfectamente capaz de ingeniárselas con cualquier tipo. Rin todavía se maravillaba ante lo bien que su hermana había asimilado las nociones básicas –y no tan básicas– de defensa personal.

Pero no era su hermana el asunto más acuciante.

—¿Van a ver a ese tío? ¿Es famoso, o algo?

Sousuke puso los ojos en blanco.

—No funcionas sin café, ¿eh? Es un restaurante —aclaró— y tu amigo trabaja allí. Y también venden dulces y esas cosas. Por cierto, es ése.

Aprovechando que nadie les multaría, Sousuke detuvo el coche en doble fila y salió, sin mostrar una pizca de remordimiento. Rin suspiró, agradeciendo ese pequeño privilegio, y siguió a su amigo hasta el restaurante.

No era excesivamente grande, pero tenía su encanto. Conforme se acercaba, Rin se fijó en los pasteles que había expuestos en una vitrina en el interior; y pese a que nunca le había gustado lo dulce, se le hizo la boca agua. Realmente tenían buena pinta. En la terraza había varias mesas ocupadas, gente que también estaba disfrutando de su descanso o que había hecho una pausa en su recorrido por las tiendas cercanas.

Se mordió el labio cuando Sousuke se detuvo en seco a unos metros del restaurante. Pese a que, a grandes rasgos, había vuelto a ser el mismo de siempre, Rin aún no se acostumbraba a ese nuevo aspecto de su amigo; era extraño ver a alguien tan grande intimidado.

—Creo que… —empezó.

—No nos sigue nadie —Rin le dio unas palmaditas en el hombro—. Vamos; tú eras quien quería venir —le puso una mano en la espalda y le dio un empujoncito para que reanudase la marcha. Sousuke miró alrededor de nuevo, con los ojos entornados, pero no opuso resistencia.

o—o

Haruka no protestó cuando le ordenaron salir de la cocina para atender a los clientes, a pesar de que la idea no le hacía mucha gracia. No se le daba bien mantener conversaciones vacías mientras la gente intentaba decidir qué quería comprar, principalmente porque hablar sin decir nada le parecía una soberana pérdida de tiempo.

Cuando descubrió de qué clientes se trataba, sin embargo, sí que quiso quejarse. Y dar media vuelta y refugiarse entre los fogones o, mejor aún, en la piscina municipal.

Eran los dos policías que habían estado en el hospital con Makoto. El del rostro serio estaba agachado, mirando la comida expuesta con interés y tratando de decidirse, pero el otro –Rin– tenía los ojos fijos en él. Y una sonrisa insoportable que parecía grabada a fuego en su rostro.

Haruka decidió ignorar el hecho de que ya los había visto antes. Y también el que estuviese cambiando el peso de un lado a otro, irritado –o nervioso– porque Rin no parecía tener la menor intención de apartar la mirada de él.

—¿Qué se van a llevar? —preguntó, su voz más monótona que de costumbre. Por lo que a él respectaba, eran sólo dos clientes más.

—Pues… —Sousuke se irguió, aunque seguía indeciso—. Las napolitanas… o… ¿Esto tiene cabello de ángel? —Haruka asintió cuando vio a lo que se refería—. No sé —suspiró. Miró a su acompañante—. ¿Tú quieres algo?

—¿Eh? —por fin, Rin apartó la mirada de Haruka, que casi quiso darle las gracias a su amigo. Miró la bollería expuesta con interés (lo que debería haber hecho desde el principio, pensó Haruka)—. ¿Hay algo que no esté dulce?

La pregunta lo cogió por sorpresa.

—Esos donuts tienen chocolate negro, así que están amargos —dijo tras unos segundos, señalándolos—. Y esas empanadas son de atún.

Rin se rascó la cabeza, tan indeciso como Sousuke. Haruka no pudo contener un pequeñísimo suspiro al darse cuenta de que iba para largo.

—Creo que quiero una napolitana —dijo Sousuke, tras unos minutos francamente incómodos—. Mejor dos. No, tres.

Haruka intentó no poner los ojos en blanco mientras cogía los dulces con una pinza y los echaba en una bolsa de papel. Apretó los dientes al notar, de nuevo, la mirada de Rin clavada en él. ¿Qué diablos le había visto para mirarlo tanto?

Quizá…

—Makoto está bien —las palabras brotaron de sus labios automáticamente en cuanto comprendió que ése era el motivo más probable de la visita de Rin y Sousuke. Seguramente Makoto había sido demasiado amable como para no encontrar el momento para agradecerles –de nuevo– su ayuda; y él también hablaba demasiado. Probablemente él era quien les había contado dónde trabajaba Haruka.

Me alegro —replicó Rin. Haruka lo observó y se dio cuenta de que parecía sorprendido. Se preguntó si después de todo su deducción había sido errónea—. ¿Los haces tú? —preguntó, señalando los dulces.

Haruka tardó unos segundos en responder.

—Algunos.

Le dio la impresión de que Rin quería preguntar qué piezas en concreto habían pasado por sus manos.

—Oye, ¿vives cerca?

Haruka había logrado desconectar en algún momento desde que Rin le había pedido donuts cubiertos de chocolate negro, pero la voz del policía lo devolvió a la realidad. Fue una experiencia un tanto brusca; de nuevo, su mirada se clavó en Rin con más saña de la pretendida.

—A un par de calles.

No sabía por qué había respondido. Debería haber comentado que Rin no podía meter las narices en la vida de los demás cada vez que se le antojase, lo cual parecía ser un hábito; sin embargo, había algo en Rin capaz de hacer trizas los procesos mentales de Haruka.

A pesar de ello, cuando Rin empezó a comerse uno de los donuts, Haruka se encontró deseando que le gustase.

o—o

—Co'o buede 'er adieb dab adizto.

—Rin, los modales.

Rin tragó el medio donut que se había metido en la boca de una vez con cierta dificultad.

—Cómo puede ser alguien tan arisco —repitió, limpiándose el chocolate de los labios con el dorso de la mano.

Desde que Sousuke lo había llevado a probar los dulces del restaurante del tipo que lo odiaba –el día anterior había descubierto que se llamaba Nanase, gracias a un compañero que se dirigió a él mientras los atendía–, había ido todos los días a comprar donuts. Estaban deliciosos, se repetía Rin. Por eso volvía.

No tenía nada que ver con que la exasperación con la que Nanase lo miraba cada vez que lo veía, que ya empezaba a ser cómica. Ni con el hecho de que cada vez pareciese odiarlo menos –o disimularlo más– y en su lugar había una curiosidad inocente, casi infantil, brillando en sus ojos imposiblemente azules.

Bueno, quizá eso influyese un poco.

—Eso es porque está a punto de caer —Sousuke lo miró con burla—. Lo tienes en el bote, amigo mío.

Las mejillas de Rin adoptaron el color de su pelo.

—Pe-pero qué… No seas imbécil… No es que… me guste… ni nada…

Sousuke puso los ojos en blanco.

—Cada vez que parece que llevas bien lo de que te gusten los tíos vuelves a un estado de negación —sacudió la cabeza con desaprobación—. No avanzas nada.

Rin se mordió la lengua para evitar replicar. Tampoco es que Sousuke avanzase mucho con sus propios asuntos; últimamente estaba más paranoico de lo normal, asegurando que alguien los seguía con más frecuencia de lo que se había convertido en costumbre.

o—o

Makoto reconoció a las dos personas que iba buscando en cuanto entró en la comisaría.

En realidad, para ser justos, reconoció a Rin; su cabello destacaba sin dificultad entre sus compañeros, como una antorcha en mitad de la noche. Sonriendo, se acercó a él, y enseguida se fijó también en Sousuke, que parecía muy concentrado en unos documentos. Ambos levantaron la mirada al oír sus pasos, sin embargo.

—¡Hola! —Rin sonrió de oreja a oreja.

—Hola —respondió Makoto. Puso la bolsa que había traído en la mesa, junto a los papeles de Sousuke—. No he podido venir antes, pero quería daros algo para agradeceros lo del otro día…

—No hacía falta —replicó Sousuke; seguía tan serio como la primera vez que Makoto lo había visto—. Me alegro de que estés mejor.

—Aunque tu amigo ya nos lo dijo —agregó Rin. Abrió la bolsa—. Gracias —murmuró, metiendo la mano para sacar una galleta, que le ofreció a Sousuke.

Makoto frunció el ceño.

—¿Haru os lo dijo? —repitió, incrédulo. La idea de su mejor amigo hablando con naturalidad con otras personas le resultaba extraña. Haruka era callado hasta el punto de resultar antisocial.

—Sí, el otro día —Rin se encogió de hombros y frunció el ceño—. Aunque más que decirlo lo escupió —agregó en voz baja, como hablando para sí mismo.

Makoto supuso que esperar que Haruka fuese agradable con un desconocido –uno al que, además, desde el principio había catalogado como alguien que traería problemas– era pedir peras al olmo. Sin embargo, el hecho de que no se hubiese limitado a ignorar olímpicamente a Rin, como había hecho hasta el momento, suponía una novedad.

Rin lo acompañó hasta la salida de la comisaría en silencio.

—No lo hace a propósito —comentó Makoto cuando salieron. Rin lo miró y enarcó una ceja—. A veces sí —admitió—, pero nunca se ha preocupado mucho por hablar con los demás, así que le resulta difícil y suele ser brusco aunque no quiera.

Rin lo miró durante varios segundos, su rostro ensombrecido por algo que Makoto no logró identificar.

—Contigo no parece serlo —comentó.

—Llevamos toda la vida juntos —Makoto se encogió de hombros—. Supongo que es normal… Pero de alguna manera creo que contigo es diferente.

—¿Diferente?

—Normalmente Haru ignora todo lo que considera complejo; prefiere tener una vida simple —explicó Makoto—. Contigo no lo ha hecho.

Rin cambió el peso de un pie a otro. Parecía incómodo.

—Creo que me odia.

—Haru no odia a nadie —lo contradijo Makoto—. Lo considera una pérdida de tiempo y esfuerzo. Y… —dudó unos segundos—. Creo que eso es bueno.

No tenía nada más que decir, y sí bastantes cosas que hacer antes de volver al parque de bomberos, así que se despidió de Rin, agradeciéndole una vez más su amabilidad, y echó a andar a buen ritmo por la calle, sin darse cuenta de la confusión que nublaba la mirada del policía.

o—o

A Rin no le sorprendió en exceso encontrar a su hermana esperando en la puerta de la comisaría. Después de todo, estaba saliendo con uno de sus compañeros de trabajo.

Resopló y protestó cuando Gou se abalanzó sobre él, más efusiva de lo necesario, teniendo en cuenta que apenas llevaban tres días sin verse. Sin embargo, le devolvió el abrazo y trató de aparentar formalidad al preguntarle por su relación con Nagisa.

—Estamos genial —replicó ella—. De hecho, ahora mismo íbamos a salir; me va a llevar al restaurante de siempre… Puedes venir con Sousuke, si quieres.

Rin estaba a punto de decir que lo que menos le apetecía en ese momento era actuar de carabina (y que no tenía la menor idea de qué hacer con lo que le había dicho Makoto unas horas antes), pero Sousuke, que acababa de salir, tenía otros planes.

—Vale. Quiero probar algo más que las napolitanas de ese sitio.

No había nada que Rin pudiese decir para librarse de ir y al mismo tiempo aparentar que no intentaba evitar a Nanase, así que tras ir al piso que compartía con Sousuke y cambiarse de ropa se dejó arrastrar por su amigo, su hermana y Nagisa hasta el restaurante.

Por la noche, el local tenía un aire ciertamente elegante. La sección en la que estaban expuestos los dulces estaba cerrada, pero las mesas estaban preparadas para los clientes y las luces, sin ser demasiado intensas, creaban un ambiente acogedor. Rin comprendió por qué les gustaba tanto a su hermana y a Nagisa.

Eligieron una mesa junto a la ventana, y Rin se encontró atrapado entre Sousuke y Gou. Había otras cuatro mesas ocupadas: una pareja, un grupo de amigos y dos familias con niños pequeños. Por la puerta entreabierta de la cocina, tras la barra, el joven intentó buscar un par de ojos azules.

—¿Qué desean beber?

Rin dio un respingo y apartó la mirada de la puerta de la cocina, preguntándose cuándo había llegado Nanase hasta ellos. Lo miró con curiosidad, tratando de identificar alguna emoción en su rostro inexpresivo, pero el joven no le prestó atención.

—¡Haru-chaaan! —Nagisa debía de ser un cliente muy habitual, y Rin dedujo que Nanase lo apreciaba, porque incluso él hubiera dado una réplica ácida ante ese apelativo. Sin embargo, el joven se limitó a mirarlo, esperando a que respondiese a su pregunta—. Gaseosa, como siempre.

—Zumo de manzana —dijo Gou, que no había dejado de sonreír desde que habían entrado.

—Agua… Rin.

Rin parpadeó cuando escuchó su nombre, percatándose de que todos lo estaban mirando. Había vuelto a abstraerse, algo que últimamente le pasaba con demasiada frecuencia. Intentó recordar qué se suponía que debía decir; miró interrogante a Nanase, que a su vez lo observaba con los ojos tan entornados que costaba creer que estuviese viendo algo a través de sus largas pestañas.

—Bebida —masculló secamente.

—Oh. Eh… Agua —fue toda una suerte que el primer líquido en el que había podido pensar no fuese gasolina, porque el ridículo hubiera sido aún mayor.

Nanase desapareció por la puerta de la cocina. Rin se levantó y se acercó a la barra, preparado para ayudarle a llevar las bebidas a la mesa. No pudo evitar sonreír cuando esos ojos azules se entornaron con lo que empezaba a identificar como irritación.

—¿Qué haces? —preguntó en voz baja.

—Ayudarte —respondió Rin, como si fuese obvio, señalando los cuatro vasos que Nanase llevaba en las manos.

—No es necesario —murmuró él.

—¿Eres así con todo el mundo?

La mirada que el joven le dirigió fue tan intensa –llena de desdén, irritación y algo que Rin aún no podía distinguir– que Rin necesitó toda su fuerza de voluntad para no retroceder. No sabía por qué, pero tenía la impresión de que había pulsado una tecla que no debía.

—Makoto ha hablado contigo —murmuró Haruka. No era una pregunta y Rin no encontró motivos para negarlo—. ¿Por qué estás aquí?

—Porque… —Rin meditó seriamente la pregunta—. No lo sé —admitió—, pero todavía no me estoy arrepintiendo, así que supongo que no pasa nada, ¿no?

No se había dado cuenta de que estaba sonriendo, pero cuando pasaron tres, cuatro, cinco segundos, y Nanase no movió ni un músculo su seguridad empezó a flaquear y a derrumbarse como un castillo de arena con cimientos de gelatina.

Y, justo en ese momento, Nanase le devolvió la sonrisa. Las comisuras de sus labios se elevaron apenas unos milímetros, pero bastó con eso para que el gesto alcanzase a sus ojos; durante unos instantes Rin no tuvo la menor idea de lo que se le estaba pasando por la cabeza porque Nanase jamás lo había mirado así.

—Que no se te caiga —Rin arqueó las cejas cuando Nanase le puso dos vasos de agua en las manos, pero se las ingenió para llevarlos hasta la mesa sin ningún percance.

Mientras cenaba en silencio, escuchando la conversación de los demás, Rin comprendió, por las miradas disimuladas de Sousuke y las sonrisas divertidas de Gou, que ese año tampoco optaría al Premio a la Sutilidad. El hecho de que todo el mundo le diese patadas bajo la mesa cada vez que Nanase se acercaba tampoco ayudaba en exceso; Rin empezaba a dudar que pudiese levantarse cuando terminaran de comer.

Sousuke, que tampoco tenía muchas posibilidades de ganar el galardón, le pidió que fuese a pagar mientras él salía con Nagisa y Gou a llamar a un taxi parar la pareja. Rin se percató de que volvía a estar tenso, mirando alrededor como si esperase que alguien saliese de las sombras. Se mordió el labio mientras se acercaba a la barra, tratando de ordenar sus pensamientos.

—Oye —Nanase alzó la mirada una fracción de segundo, antes de volver a bajar la mirada para coger el dinero del cambio de la caja—. ¿Tienes algo que hacer mañana?

No era una pregunta casual. Rin se había asegurado de leer bien el horario del restaurante antes de entrar. Probablemente Nanase se hubiese dado cuenta, porque su voz sonó más aburrida que de costumbre cuando respondió:

—No —Rin despegó los labios, pero Nanase se le adelantó—: Yo elijo.

—¿Eh?

Nanase dejó el dinero en la barra y lo miró. Por un momento pareció dudar, pero finalmente dijo lo que parecía haberse quedado dando vueltas por su cabeza:

—Tú tampoco tienes nada que hacer —afirmó—. Por eso has preguntado —Rin asintió, sin terminar de creerse que el hombre que había frente a él realmente fuese capaz de percatarse de tantas cosas e ignorarlas la mayor parte del tiempo—. Me… gustaría pasar el día contigo —bajó la mirada—. Pero si vamos donde yo quiera.

Rin no pudo evitar que una sonrisa se extendiera por su rostro.

—Hecho —aceptó.


Notas de la autora: Y... hasta aquí, por ahora. Los asuntos laborales de Rin van a tener importancia, por el mero hecho de que mi límite de palabras para escribir romance y ya está está muy por debajo de la longitud del fic completo.

En fin, ¿qué os ha parecido?