Si, lo sé lo sé... Me he tardado una eternidad. Pero en fin, me fui de vacaciones a las hermosas playas de Brasil, por lo que NO IBA A ESCRIBIR ALLÍ. Es decir, amo escribir, pero no para desperdiciar un día de sol y arena...

Antes del Capítulo, quiero que sepan que voy a cambiar un poco la historia de Hipo y su épica pelea con Drago, no voy a dar Spoilers (Del Fic, de la película es probable que sí los dé), pero tengo planes de cambiar drásticamente algunas cosas. ¿Por qué? Pues verás... porque es mi Fic y al final de cuentas hago lo que quiera :D

Ahora sí, disfrutad y espero que la flojera no me venza y el próximo capítulo venga más pronto...

-Capítulo 8: Complicaciones-

Berk se alzaba con un aura oscura, solitaria. Chimuelo resoplaba de cansancio debido a la larga travesía que habían hecho ambos desde Dunbroch hasta su hogar sin descansar en ningún momento. Se notaba que su jinete estaba huyendo de algo o, para ser más precisos, de alguien. Sí, estaba huyendo de aquella princesa pelirroja que había conquistado su corazón y luego lo había roto en miles de pedazos.

No debía llorar por más que quisiera desahogarse. Llegar a Berk con los ojos rojos y vidriosos no era una opción ya que su padre se preocuparía y, además, lo verían como un idiota que llora por una mujer siendo que puede tener a todas las que él quisiera en Berk. Esa era la realidad y era algo vergonzoso pensar que la única mujer con la que él deseaba estar, no estaba a su alcance. Quizá lo estuvo en algún momento, pero ya no más.

-Todas las que yo quisiera…- Se dijo, en voz baja, con aire desalentador. Era verdad, desde que se había vuelto un domador de dragones, las mujeres estaban muy interesadas en él. Sin embargo allí estaba Astrid para detenerlas a todas antes de que pudieran siquiera intentar cualquier cosa.

Astrid. Ese nombre le dio tal punzada en el pecho que tuvo que llevarse una mano a éste para asegurarse de que su corazón siguiera latiendo. La había engañado, en todo el sentido de la palabra. A pesar de que él intentara encontrarle una razón o una explicación a este hecho, la triste verdad es que había convertido a Mérida en su amante y a Astrid en una prometida con cuernos. ¿Desde cuándo era tan cínico? No quería lastimar a nadie, simplemente se comportó de manera infantil al dejarse llevar por los impulsos de su corazón. Amaba a Astrid, eso era seguro, pero no era aquel amor pasional que sentía por Mérida. Entonces, ¿qué era aquello que sentía? ¿Por qué estaba tan confundido? De repente, todo lo que había construido parecía vacío y sin sentido. Encontrar a Mérida fue una de las mejores y una de las peores cosas que había hecho jamás.

Su cabeza estaba completamente desordenada, ya no se entendía a sí mismo. El joven seguro de sí ahora necesitaba encontrarse de nuevo. Una vez creyó que salir de Berk despejaría sus pensamientos, pero todo había salido al revés. Si tan solo se hubiese quedado… sin tan solo no hubiese hecho oídos sordos a las advertencias de su prometida.

Necesitaba reorganizar su vida, comenzar de cero. Hacer las cosas bien de una vez por todas.

Su llegada a Berk no fue como él lo esperaba. No había nadie en las calles y todos los dragones parecían haber desaparecido por alguna razón. El silencio reinaba las calles y no era excusa suficiente decir que el sol recién comenzaba a alzarse. Los vikingos comenzaban el día realmente temprano y, tanta soledad, no era un buen indicio.

-¡Hipo!- Una voz masculina y ronca lo llamaba. Al desmontar a Chimuelo y quitarse el casco, pudo notar mejor la silueta de Patapez corriendo hacia él. Alarmado, apresuró el paso hasta llegar frente a su amigo.

-Patapez.- Dijo él.- ¿Qué ocurre?- El rubio necesitó un minuto para reponerse de su ardua carrera.

-Es… es Astrid.- Pronunció, solo para congelar la sangre del jinete del Furia Nocturna.- No está por ningún lado.-


-No quería decir esto, pero yo te lo advertí.- Exclamó Elinor mientras que observaba a su hija observar hacia el horizonte desde la ventana de su habitación. Ya habían pasado dos semanas desde su emotivo regreso. Hubo lágrimas, gritos, abrazos, reconciliaciones… solo para dejar el asunto en un terrible olvido, que quizá emporarían las cosas en algún futuro. Mérida insistía en que Hipo era inocente, pero su madre se había encargado tan bien de hacer que todo el Reino le temiese al domador de dragones, que incluso ella comenzaba a dudar sobre él. No creía que fuese capaz de asesinar a inocentes, como estipulaban algunos, pero sí lo creía capaz de haber jugado con sus ingenuos sentimientos para su propia satisfacción.

-¿Por qué es tanta la crueldad de los hombres, madre?- Preguntó ella en un alarido del alma. Aún estaba muy afectada, pero fingía delante de todos los demás, excepto de su madre. No quería que la vieran así de débil ni que la creyesen una ingenua, por lo que ante su pueblo se mostraba firme y desalmada, como si todo aquello hubiese sido un acto de valentía al escapar de las manos de aquel vikingo tan peligroso del que todo el mundo hablaba.

-No todos los hombres son así, hija. No culpes a todos por los actos del vikingo. Aún no puedo creer que nos hayas dado la espalda por aquel desalmado. ¿Qué hemos hecho mal al criarte?- Mérida resopló, allí iba de nuevo.

-Mamá, ya te he dicho que no lo sé.- Bufó.- Es que tú no lo entiendes…- Comenzó, intentando contener los alaridos.- Yo jamás me he enamorado y… al fin había llegado a sentir algo.-

-Sí, de la mejor persona que pudiste encontrar.- La interrumpió ella, de manera sarcástica.

-¡Mamá!- Reprochó Mérida.- ¿Cómo quieres que te lo explique si siguen interrumpiéndome?- Elinor suspiró y le mostró un gesto de disculpas, indicándole que siguiera adelante. La pelirroja suspiró.- No estoy segura si lo que sentía era amor… pero era algo, mamá. Y hubiera significado mucho para mí si me hubieses apoyado.- La Reina suspiró, intentando no ceder ante las provocaciones de su hija.- Así como tú me has llenado de preguntas y yo te he respondido únicamente con verdades, me gustaría que tú me digieras la verdadera razón por la que los odias tanto.-

-No existe una razón, hija.- Comenzó la Reina.

-¡Si la hay!- Mérida apretó los puños y golpeó la mesa sobre a cuál su madre tejía.- ¡Nadie puede odiar sin ninguna razón!- Inhaló profundamente para relajarse.- Y no me digas que "velabas por mi seguridad".- La imitó.- Sé que esa no era la verdadera razón.- Elinor le sostuvo la mirada desafiante de su hija, que era interrumpida por algunos mechones de cabello ondulado.

-¿Quieres saber la verdadera razón? Bien, Mérida.- La Reina dejó a un lado el hilo y la aguja para recobrar la compostura en su asiento.- El día en que nos marchamos de Berk, las Tierras Altas estaban en medio de una terrible guerra. Tu padre, como el gran líder que estaba destinado a ser, unió a los clanes para pelear contra un solo enemigo en común y, así, es como lo declararon su Rey.-

-Esa historia ya me la sé.- Replicó Mérida con desagrado. Elinor simplemente hizo oídos sordos a su comentario y se levantó de su asiento para deambular por la habitación.

-El contacto entre tu padre y Estoico continuó por los años sin ninguna interrupción. Tu padre estaba decidido a mantener su amistad con el líder del clan, a pesar de mis advertencias. En secreto, le brindó información preciada sobre nuestras tropas, nuestra ubicación estratégica… asuntos militares. Claro que tu padre no lo hizo a propósito, simplemente conversaban.- La Reina observó hacia el horizonte, punto desde el cual había estado observando su hija minutos atrás.- Llegó una Flota desde Berk. Eran miles. Tomaron la ciudad desprevenida y gracias a Dios nosotras y tus hermanos nos encontrábamos en Alta Mar. ¿Lo recuerdas?- Mérida solo habría tenido quince años en aquel entonces. Habían ido a una isla remota por petición de la misma Princesa. Su regalo de cumpleaños.- Estoico no fue quien envió a la flota, pero el único que tenía suficiente información como para realizar aquel ataque tan organizado era él. Quizá vendió la información, quizá alguien se la robó… pero a partir de aquel día los vikingos dejaron de ser nuestros amigos. Nos lo quitaron todo y más. Familias enteras destruidas, Mer. Tu padre no pasó por alto el asunto y pidió justicia por mano de Estoico. Sin embargo, en vez de castigar a los atacantes, Estoico simplemente volteó la mirada, excusándose al decir… "Son vikingos, no hay nada que hacer".- Mérida no podía creer lo que escuchaba. ¿Por qué jamás había oído de aquello?- Lo llamamos el Día de la Traición y no hay persona en este Reino que desee recordarlo. El tema se ha vuelto casi prohibido, recordado como el día de la vergüenza del Rey.- Volteó para observar a su hija.- Así como yo no entiendo algunas cosas… tu jamás entenderás ésta. Si la hija del Rey se enamora del hijo del líder de los Vikingos, sería una de las peores traiciones y vergüenzas que jamás ha ocurrido.- La joven princesa se mantenía pensativa, un poco adolorida por lo que su madre acababa de contarle.

-Hipo no sería capaz de lastimarme.- Elinor arqueó una ceja.

-¿Qué acaso no lo ha hecho ya?- Mérida levantó la vista hacia su madre y se mordió el labio inferior. Era impresionante el amor que sentía por aquel joven, luego de escuchar una horrorosa historia de su gente y, aún así, desear su cercanía.

-El repudio que le tengo al muchacho no es por él, aunque ahora al verte tan herida mi desprecio hacia él ha aumentado; mi verdadero problema es con su padre y con los vikingos. Los odio por lo que nos hicieron y me odio a mí misma por haber estado lejos en aquella isla aquel día tan oscuro.- La pelirroja puso los ojos en blanco.

-Debes tener cuidado, madre. Tanto odio te hará daño.- Elinor suspiró.

-Mérida, él no te merece. Ni si quiera estoy segura de que si algún hombre en esta Tierra lo haga.- Tomó a su hija con delicadeza desde el mentón.- Tu inocencia y dulzura, a pesar de que intentes ocultarlas tras esa fachada de niña ruda, te hacen demasiado vulnerable… pero al mismo tiempo única.- Suspiró.- El dolor que sentí al verte partir con aquel vikingo no se compara con nada que haya sentido jamás.-

-¿Y si lo amo, madre?- Elinor contuvo el aliento, intentando no desmayarse.

-Entonces nos esperan días oscuros.- Confesó, con cierto temor en su voz.

-No sabes lo feliz que sería si me apoyaras. Si intentaras conocerlo, madre.- Suplicó la joven princesa.

-¿Y luego qué? ¿Piensas casarte con él? ¿Vivir felices para siempre?- Preguntó con ironía la Reina.- Mérida, él está comprometido y, como si eso fuera poco, tiene responsabilidades en Berk… Al igual que tú las tienes aquí.- La pelirroja suspiró con tristeza ante la dura realidad.- Hija mía, debes entender, una historia entre tú y el vikingo es completamente absurdo.- Mérida bajó la mirada, inundada por la tristeza y la soledad. Cuando sintió que la primera lágrima resbaló por su mejilla, supo que era momento de la retirada.


Las Islas Calavera habían resultado ser perfectas para reunir a sus tropas. Todo iba viento en popa y esperaba atacar Berk mucho antes de lo previsto. Drago miró hacia el cielo, el cual se había tornado gris debido a la próxima tormenta, e inhaló profundamente. El aire ya olía a victoria.

-¡Drago!- Gritó, una voz conocida… una que no deseaba oír en mucho tiempo. Era ese bueno para nada que había contratado aquella trágica noche en que decidió hacerlo. Había cazado cantidades considerables de dragones en sus inicios, aunque ahora su rendimiento había bajado penosamente. Al girarse para ver a Eret, se encontró con que venía acompañado con un grupo de jóvenes jinetes de dragones. Un gordito sin mucha gracia, dos gemelos de caras largas y un fornido muchacho con cara de niño.- ¿Qué te dije? No solo he capturado varios dragones hoy, sino que también te he traído a estos jinetes de Berk. Estaban merodeando por las Islas Heladas y pudimos someterlos.- Alardeó. Drago sonrió ante la noticia.

-¿Son todos? No se te habrá escapado ninguno… ¿o sí?- Pronunció Drago con su profunda y tenebrosa voz.

-¡Oh claro que n…- Quiso decir Eret.

-¡Oh claro que sí!- Lo interrumpió Brutilda, cegada por el atractivo del joven.- Y se le escapó de las manos a nada más ni nada menos que al próximo líder de Berk.- Confesó entre risas.

-¡El vendrá a salvarnos en su temible Furia Nocturna!- Lo desafió Patapez, para luego arrepentirse debido a la furia explayada en los ojos del malvado.

-Tenías al chico… ¡¿Y lo dejaste escapar?!- Gritó, furioso, hacia Eret. Éste último no supo cómo reaccionar.- ¡Idiota! ¡Bastardo! ¡Bueno para nada!- Los insultos parecían salir solos de su boca.- ¡Podía haber sido Rey ahora mismo si no hubiese sido por tu completa imprudencia!- Los guardias no necesitaron más para apresar a todos los recién llegados, Eret entre ellos.- Al calabozo… déjenlos pudriéndose allí.- El joven cazador de dragones suplicaba clemencia, pero su líder no estaba interesado en sus lloriqueos. Debía seguir con su plan.


Mérida había llorado demasiado por Hipo. Ya no quería seguir llorando, pero las lágrimas no paraban de escabullirse de sus ojos. Cansada de golpear su espada contra los mástiles de madera que eran parte de su cama, decidió esconderse de la servidumbre del castillo y de todo lo demás. Y no había lugar más oscuro y desolado que los calabozos del castillo.

Debido a que nadie nunca era apresado y, si lo eran los llevaban a un calabozo fuera de la ciudad, ese lugar se mantenía completamente vacío casi todo el año, salvo en las festividades, en donde uno o más de dos borrachos eran llevados allí abajo para afrontar su ebriedad.

La joven princesa se sorprendió al encontrar dos guardias en las puertas que llevaban al ya mencionado lugar. Su curiosidad, como siempre impecable, la llevó a acercárseles y preguntarles quién yacía allí abajo. La sola mención de la palabra "vikingo" hizo que el corazón de Mérida diese un brinco. ¿Su madre había logrado capturar a Hipo? ¿Era él quién estaba allí abajo, muriendo de sed y hambre, mientras que ella dormía con tranquilidad en sus aposentos? El terror la sacó de aquel trance depresivo en el que Hipo la había dejado.

Con unas cuantas mentiras y unas sonrisas coquetas, Mérida logró pasar la seguridad con facilidad. La Guardia Real no mandaba a sus mejores hombres a vigilar puertas, por lo que estaba segura que si lo de "bella princesa" no funcionaba, tan solo con sacar su arco los habría hecho moverse.

La pelirroja bajó las húmedas escaleras a toda prisa haciendo que, ya en los últimos cinco escalones, sus torpes pies tropezaran y dieran origen a una queja por su falta de coordinación.

-¿Hay alguien ahí?- La sorpresa fue inminente. Aquella era una voz femenina quien la llamaba desde las celdas. Nuevamente impulsada por la curiosidad, la princesa se armó de valor y, con arco en mano, avanzó por la oscuridad hasta llegar a la última celda, en donde un par de ojos celestes la miraban con tristeza.- ¡Por favor, debes ayudarme!- Suplicaba, una joven rubia muy hermosa, aunque con apariencia amenazante.

-¿Por qué debería?- Preguntó Mérida, aún sin confiar en la desconocida.

-Me han capturado y encerrado aquí sin ninguna razón.- Confesó.- ¡Necesito saber cómo está mi dragón!- Suplicaba, al borde de las lágrimas. Era una vikinga, obviamente de Berk. ¿Qué haría ella encerrada en los calabozos del Palacio de Dunbroch?- Por favor… ayúdame.- A pesar de que quería actuar con frialdad ante la desconocida, aquellas súplicas ablandaron el corazón de la joven, haciendo que guardara su arco y estirara sus manos para tomar las de la joven.

-Estás helada.- Comentó.- Te traeré algo de comida y abrigo, luego me ocuparé de tu dragón.- Los ojos de la rubia se nublaron de gratitud, incapaz de decir nada, simplemente de observar a la joven del cabello extraño con una enorme sonrisa y lágrimas en los ojos. Al fin un rostro amable.

Mérida corrió en busca de provisiones y volvió con la pobre chica lo más rápido que pudo. Los guardias cuestionaron qué llevaba dentro de los bolsos y esta vez, sin más paciencia, les advirtió a punta de flecha que si se entrometían en su camino o comentaban algo de aquello a su madre, una flecha y un arco serían sus menores problemas.

-Listo.- Dijo la princesa, mientras pasaba por entre las rejas la comida, una cantimplora con té caliente y un buen conjunto de sábanas.

-No sabes cómo te lo agradezco.- Se sinceró la rubia.- Todos han sido tan violentos conmigo sin ninguna razón.- Mérida se extrañó al escuchar esto. Era obvio cómo reaccionarían los habitantes de Dunbroch ante una vikinga después de lo que había pasado, pero quizá no todos los vikingos se sabían la historia. Después de todo ella era la princesa de aquel lugar y tampoco se la sabía. Pero no eran momentos para dar explicaciones, debía ayudar a la muchacha.

-¿Quién te ha encarcelado aquí?- Quiso saber, a pesar de que la respuesta era completamente obvia.

-La Reina Elinor o algo así…- Le agradaba el estilo de aquella chica, le recordaba mucho a ella misma.- No lo sé, lo único que tengo claro ahora mismo es que está completamente loca.- Mérida sonrió.

-Sí, mi madre puede ser muy dramática con ciertas cosas.- El rostro de la rubia se tornó aún más pálido de lo que ya se encontraba.

-Y-yo…- Comenzó, elaborando una disculpa razonable en su cabeza. Mérida se echó a reír.

-No tienes que decir nada… está bien.- Suspiró y se sentó sobre el húmedo suelo.- Te entiendo perfectamente.-

-¿Ella también te mantiene cautiva?- Le preguntó la joven vikinga, mientras que se sentaba a su lado, solo que con unos fuertes barrotes de por medio.

-Algo así.- Confesó la princesa, algo triste. La rubia hizo una mueca.

-Bueno, ya somos dos.- Soltó una leve risita, intentando subirle los ánimos a su salvadora.

-Tranquila, te ayudaré a salir de aquí.- Dijo Mérida, mal interpretando sus palabras.

-Oh, no… no intentaba decir eso.- La rubia agitó sus manos; no quería obligarla a hacer nada que ella no quisiera, aunque salir de ese horrible calabozo no sonaba nada mal. Mérida sonrió.

-Lo haré de todas formas. Te creo, sé que estás aquí injustamente y por eso mismo te ayudaré a escapar. Solo… debes darme algo de tiempo. Tengo que averiguar dónde están las llaves de las celdas y luego ir por ellas. No creo que sea la parte más difícil, pero me llevará un día por lo menos.- La vikinga rió ante el entusiasmo de la princesa.

-Ya he estado aquí demasiado tiempo. Nunca hay luz aquí por lo que no sé cuántos días han pasado… pero el tiempo ha sido eterno.- Mérida se sorprendió al pensar que la única posibilidad de que la hubiesen capturado sin que ella lo viese, habría sido en el día que ella se fugó junto a Hipo. Por lo tanto, la muchacha había estado en el calabozo durante semanas. Su pena hacia ella se volvió inmensa.- Sé que al ayudarme a escapar estás haciendo demasiado por alguien que ni si quiera conoces… pero significaría mucho para mí si volvieras de vez en cuando. Eres el primer rostro que veo en días y no tienes idea lo hermoso que es volver a sentirse acompañada. Incluso me dan la comida por un sistema de poleas y no por guardias. Me he sentido muy sola aquí.- La princesa estiró la mano y la pasó por las rejas, solo para darle unos golpecitos cálidos sobre el frío dorso de la mano de la vikinga.

-Créeme, a mí también me hace falta un respiro del mundo superior. Volver aquí no será un problema.- La rubia sonrió.

-¡Mérida! ¿Dónde estás, cariño?- Los gritos lejanos de su madre la sobresaltaron. Si la descubría allí abajo, solo empeorarían las cosas para la muchacha.

-Debo irme.- Dijo, juntando los cuencos vacíos y corriendo apresuradamente escaleras arriba. Cuando estaba por abrir la puerta, miró hacia abajo para ver a la joven vikinga, aún dentro de la celda.- Por cierto, me llamo Mérida.- Se presentó, con media sonrisa.

-Es un gusto, Mérida. Yo soy Astrid.-


Bueno, en fin. Un poco corto, pero es para lo que me da la cabeza a estas horas u.u

Me voy de viaje nuevamente y no quiero dejarlos sin capítulo... Pero esta vez me voy con el portatil.

De ésta manera podré escribir.

¡Nuevamente muchas gracias pro su apoyo!

Sin ustedes esta historia se habría atascado hace mucho tiempo.

¿Me demuestras tu cariño con un Reviwe?

XOXO