N/A: ¿Alguna vez les han encerrado en un lugar y obligado a estar ahí por ocho horas diariamente sin hacer nada? Bien, éste es el resultado de esa situación.. XDD


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Es un descarado
por ser el más hermoso
no tiene casi nada
pero le gusta la vida cara

Y a mí me gusta él
y sé cuanto me ama
Sé que sueña conmigo
pero amanece en otra cama

El dinero le robó su corazón
y las mentiras le desarmaron el alma
Y me duele su dolor
mucho mas que su traición
yo naci para quererlo aunque se vaya

Amor de nadie, amor de todos, amor que mata
amor que duele, amor que entrega y te arrebata
amor tan caro, amor ingrato
sé que no me olvidaras aunque te vayas

En mi cartera guardo
su foto desgastada
En mi mayor fortuna y mi desdicha
el descarado
Yo seguiré mi rumba
el mundo no se acaba
esta vida es muy corta
te cobra y te paga


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Ciel terminó de fregar el piso. Lucía bastante bien, pero estaba seguro que ella se quejaría que no estuviese tan brillante como de costumbre. ¡Y es que sus brazos se sentían tan cansados! Sus ojos azules mostraban el dolor que había tanto en su cuerpo como en su alma. Vivir con su tía Angelina Durless era difícil, y él lo había aprendido por las malas.

Recogió el trapo con el que había frotado la cera en el piso y miró sus uñas. Estaban deshechas. Sus dedos dolían demasiado como para doblarlos y su cuerpo en general estaba cubierto de una finísima capa de sudor.

-¡Ciel! – Le llamó la mujer de cabellos rojizos, andando con sus movimientos que pasaban de lo sensual a lo vulgar. Siempre ataviada con un vestido rojo, tan ceñido que le era difícil caminar. En las manos sostenía una caja, la cual dejó en uno de los sillones de la casa.

-Dime, tía. – El menor, por el contrario, vestía un saco viejo que parecía haber sido de su padre, unos pantalones que ya le quedaban cortos debido a su altura, y una camisa que se veía sucia por los muchos días que había tenido que vestirla al solo tener dos mudadas de ropa.

-No debes hablar así. – Espetó ella. – Debes preguntar "¿En qué te puedo ayudar, tía?" Así se escucha mucho más cortés.

-Perdóname. – Articuló con dificultad. Hacía mucho que no comía nada porque llevaba horas trabajando en los quehaceres de la casa. – Prometo que cuidaré mejor de mis modales. – Bufó por lo bajo y se encaminó hacia la cocina para enjuagar el trapo que había utilizado.

-¡No olvides limpiar las ventanas! – Exclamó. – Mira que él vendrá hoy. – Y la mujer se conviritió en una contorsión completa en ese momento.

-¿Quién vendrá? – Preguntó Ciel, curioso, mientras exprimía el agua del trapo con ambas manos. No era que tuviese mucha fuerza como para conseguir un trabajo perfecto. El ojiazul apenas conseguía rodear el ancho del trapo enrollado con sus delgadas manos.

Ciel tenía trece años. Hacía tres años que vivía, o mejor dicho, que trabajaba para su tía. Justo desde la muerte de sus padres, quienes él deseaba descansaran en paz, mas no podía evitar el reprocharles el hecho de dejarle en una situación económica tan penosa. En manos de su tía, quien le lanzaba una cuantas monedas al mes - que apenas alcanzaban para comprar jabón de baño-, además de ofrecerle algo de comida y una cama para dormir en el cuarto del servicio.

-Mi futuro marido. – Respondió ella, dejando la sala y acercándose a la cocina, donde se encontraba el menor. – Hace algún tiempo que nos conocimos en una reunión de la sociedad, y ahora él vendrá a visitarme. – Señaló hacia la caja que había dejado en el sillón. – Te he comprado eso. Quiero que lo uses para la cena. Sebastián piensa que eres un niño de bien, tal como debiera ser el hijo de dos condes, y no quiero que vea la escoria que eres en realidad.

El ojiazul la miró con atención. Su tía quería jugar a la buena persona y él debía ser su conejillo de indias. – Como digas, tía Angelina. – Respondió, dejando el trapo a la orilla del fregadero. – Me iré a vestir entonces. – Comenzó a caminar pero un jalón del brazo y una bofetada en el rostro le hicieron gemir.

-¡Malagradecido! ¿Es qué acaso no sabes como se responde cuando alguien te da un regalo? – Ciel deseaba decirle que "no" porque hacía demasiado tiempo que alguien se tomaba la molestia de regalarle algo.

-Perdóname, tía. – Respondió, llevando una mano a su adolorida mejilla. – Muchas gracias. – Sus ojos se tornaron acuosos ante esas palabras. En su mente, comenzó a imaginar que sería de él si volviese a tener tanto dinero como sus padres habían tenido antes. Era una pena que Vincent, su padre, se hubiese convertido en un jugador vicioso y hubiera perdido todo lo que antes tuvieron. Si hubiese sido de otra forma, ahora Ciel tendría un lugar en donde estar, sirvientes para atenderlo todo el tiempo, joyas y ropa fina para usar cada día. Era una mañana de noviembre de 1908 y un chico de ojos azules soñaba con demasiadas cosas que eran imposibles.

Fue con la caja de cartón blanco hasta su habitación, justo en medio de la del cocinero y la del jardinero. Ciel no poseía casi nada. Su recámara solo contaba con una cama que estaba hecha de varas de metal soldadas y cubiertas por un colchón que no tenía más grosor que el dedo de un bebé. Todo cubierto por un par de mantas viejas y unas cuantas sábanas. De ahí, lo único que le acompañaba era una pequeña cómoda y un basín debajo de ésta, en el que podía hacer sus necesidades fisiológicas durante la noche, siempre y cuando estuviese dispuesto a lavar toda la mierda en la mañana porque su tía no le dejaba utilizar el retrete que tenía en su habitación y hacía demasiado frío como para salir a la letrina.

Puso la caja en la cama y fue a por un balde con agua para asear su cuerpo un poco. No podía bañarse porque el frío le provocaba asma y Angelina no le permitá usar su bañera tampoco. Por lo tanto, no quedaba otra más que coger un paño húmedo, frotar su cuerpo con el mínimo de jabón y enjuagarlo poco a poco, dentro de su misma habitación para evitar una corriente de aire.

Una vez terminó con su improvisado baño, se vistió con el traje nuevo. Una fina camisa de tela blanca, la corbata de rayas azules y grises, combinando a la perfección con el traje color gris oxford confeccionado en casimir de alta calidad. Ciel se miró en el espejo de la cómoda, aquélla era exactamente la forma en que le gustaba verse. Casi como sus padres le arreglaban cada día. Elegante, muy elegante. Se peinó el cabello hacia un lado y se contempló una última vez. Ese día ya tenía demasiadas cosas buenas para él. No tendría que trabajar más y podía gozar de una buena vestimenta al menos mientras los visitaba ese hombre. ¿Quién sería Sebastián?


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Él y su tía se sentaron en la sala a esperar a que apareciera el aludido. Ambos en completo silencio porque hacía demasiado tiempo que no se hablaban y ya no existía tema de conversación entre ellos, más allá de las órdenes de la mujer para el ojiazul.

Ciel contempló sus manos con pesar. Era lo único que no podía esconder o cambiar. Sus uñas podían delatar los trabajos pesados que hacía, aunque para alguien de sociedad como ese tal Sebastián, bien podría pasar por una simple necesidad de morder sus uñas.

En ese momento la mucama grito. - ¡Señora! ¡Señora! – Maylene se llamaba. Tenía los cabellos rojizos también. Una de las razones que Ciel encontraba para que su tía le hubiese empleado, además de su eficiencia. Sus ojos castaños y vivarachos llamaban la atención del menor. - ¡Está aquí! ¡El auto del señor Sebastián está estacionándose enfrente de la mansión!

Ciel se puso de pie. Debía aceptarlo, sentía demasiada curiosidad de ese hombre. Fue hasta la puerta y se asomó para mirar el auto. Su boca se abrió en sorpresa. Se trataba de un Ford T, del cual se hablaba por todas partes. Era el auto más moderno, apenas había sido mostrado en octubre y ¡aquel hombre ya lo tenía! El ojiazul no sabía mucho sobre vehículos, pero aquel se mostraba como el auto más perfecto que él hubiese visto en toda su vida. Era color negro por completo. Casi como si de un corcel se tratara.

De su interior bajó un hombre con traje negro, ajustado a su cuerpo como si lo hubieran confeccionado sobre su persona. Tenía el cabello negro y ligeramente largo. "Rebelde", pensó Ciel. Con una sonrisa sensual en el rostro y unas facciones tan bien hechas que parecían producto de Dios o del demonio.

El chofer regordeto se compuso la boina y ayudó al moreno a cargar unas cajas que llevaba en auto consigo.

-Buenas tardes. - Saludó, tomando la mano de Angelina, quien se colocó al frente de todos para recibir la mayor parte de la atención. Depositó un suave beso en su mano y sonrió a los sirvientes.

-Buenas tardes, señor Michaelis. – Le saludó ella, sonriendo mecánica y exageradamente. – Bienvenido a mi mansión. Es un gusto tenerle aquí.

-El gusto es mío. – Respondió el moreno. - ¿Puedo preguntar quién es el señorito que nos acompaña? – Dijo al ver a Ciel asomarse desde atrás de los sirvientes.

-Ah… Es mi sobrino Ciel. – La pregunta no le había molestado a la pelirroja, pero lo que sí le incomodaba era que el ojiazul tomara la atención de Sebastián siquiera un momento. – Ciel, ven aquí. No seas tímido, querido. -El menor se acercó, alisando su traje con sus manos para ponerse de pie frente al moreno. – Mira, te presento al señor Sebastián Michaelis. – Luego se dirigió a éste. – Sebastián, te presento a mi sobrino Ciel Phantomhive.

El moreno extendió una mano. Entonces, el ojiazul pudo ver que utilizaba guantes negros, algo que no era común en un hombre de sociedad. Quizás en una mujer, pero no en un hombre. – Es un gusto, Ciel.

El menor estrechó la mano del mayor y sonrió ligeramente. – El gusto es mío, señor Michaelis. – No podía evitar sentirse maravillado por la presencia de aquel hombre. ¡Por Dios, cómo no estarlo sí era todo lo que él deseaba ser!

-No tienes porqué llamarme así. Pronto seré tu tío. – Dijo, echándose a reír. Angelina se sonrojó hasta que sus mejillas parecieron dos tomates. Ciel le miró sorprendido, mentalmente preguntándose ¿por qué un hombre como ese se casaría con la bruja de Durless?

-Deje las bromas para despues, señor Michaelis. – La pelirroja hasta parecía otra cuando estaba con el moreno. Se notaba que realmente quería impresionarla. – Mejor acompáñenos adentro. Hemos preparado una cena muy especial para usted.

-¿Cena? - Sebastián no pudo evitar el desconcierto ante tal cosa. Apenas eran las seis de la tarde. – Bien, bien. Me parece el que cenemos temprano. De esa manera tendremos tiempo para algunos juegos después de cenar, ¿no crees, Ciel?

El ojiazul se sorprendió al esuchar esa frase dirigida hacia él. – Cla-Claro, señor Michaelis.

Sebastián se giró y le miró con el ceño fruncido. – Voy a molestarme mucho contigo si me vuelves a llamar "señor Michaelis" – La sonrisa regresó a su rostro.

-Sebastián. – Pronunció el ojiazul. Ahora que veía al moreno quitarse el abrigo, que traía sobre el traje, podía notar los anillos que adornaban sus dedos sobre los guantes y el hermoso reloj de pulsera que llevaba en su muñeca. Se trataba de un Omega, por supuesto, era el único y mejor reloj que existía en esos días.

-Así está mejor. – Respondió el moreno. Sus ojos castaños con destellos borgoña eran hermosos. Todo en él parecía como si estuviera sacado de una tienda de lujo.

Y la idea llegó a la mente de Ciel como quien de repente piensa que es mejor desayunar huevos que leche y tostadas con mermelada. ¿Qué sucedería si el obtuviese más atención del moreno de la que era apropiada? ¿Podría alguien como él conseguir que un Sebastián Michaelis como ése se fijara en él?

-¿Sucede algo? – Preguntó Sebastián, al ver que el menor no le quitaba la vista de encima.

-No. Nada. – Musitó el ojiazul. – Solamente me quedé mirando su… reloj. – Fue lo primero que había visto y lo único que regresó a su boca en el momento preciso.

-¿Te gusta? – Sebastián sonrió, levantando las mangas de su saco y su camisa para mostrarle. – Es una cosa que me he comprado por gusto en realidad, pero luce bastante bien, ¿no?

-Sí que se ve bien. – Ciel sonrió.

-Tengo algunas otras cosas que me gustaría mostrarte. ¿Crees que podrías ir a mi casa algún día?

-Si mi tía me da permiso… - No pudo evitar que una mirada de tristeza se le escapara. Sabía que cualquier tipo de insinuación sobre el tema se vería reflejada en una bofetada dura.

-Ciel, ¿qué cosas dices? – Interrumpió la mujer en ese momento. – Pero, claro que te dejo ir. ¡Hablas como si yo te tuviese esclavizado! – Rió. Pero, a Sebastián no le parecía que aquello fuera del todo mentira.

-Entonces, ¿puede ir a mi casa la próxima semana? – Inquirió Sebastián sonriendo.

-Seguro. Yo misma puedo…

-No. – Interrumpió el moreno. – No se preocupe, Angelina. Yo enviaré a mi chofer a traerle.

-Como diga. – Espetó la mujer algo mosqueada por la respuesta de Sebastián. – Ahora, pasemos a cenar, señor Michaelis. – Estaba realmente molesta ahora. Ella que quería ser el centro de la atención del moreno estaba siendo desplazada por la molesta figura de su sobrino. Y ahora, Sebastián ni siquiera le pedía que le llamara por su nombre como había hecho con el mocoso.

-Será un gusto.

Se sentaron a la mesa y la comida transcurrió sin mayor novedad. Sebastián conversó un poco acerca de sus negocios de exportaciones, Angelina intentó parecer interesada y Ciel se limitó a escuchar y a comentar que le gustaba lo que hacía, pero no dijo nada más que eso porque en realidad no sabía nada de negocios.

No obstante, después de la comida llegó el momento del postre. El ojiazul miró con admiración el flan que le habían servido. Hacía mucho tiempo que no comía algo así porque su tía le daba una porción de la comida de los sirvientes, la cual siempre consistía en lo mismo: Fideos con salchicha. No importaba si era desayuno, almuerzo o cena, siempre se servía lo mismo a los sirvientes. Si alguno quería comer otra cosa, debía comprarla por sus propios medios.

Tomó una cucharada y lo saboreó como si se tratara del mejor manjar del mundo. – Mmm… - No pudo evitar que ese sonido saliera de su garganta.

El moreno le miró y se sintió cautivado por aquella expresión inocente. - ¿Está delicioso?

Ciel abrió los ojos y se sintió avergonzado por su comportamiento. – S-Sí. Está muy sabroso.

Angelina se había levantado para polvearse la nariz. Lo cual era una suerte, pues de lo contrario habría golpeado a Ciel por ese comentario.

-Sabes, no pensaba comerlo, pero después de verte a ti no creo poder resistirme. – Ahora creo que lo veo más delicioso.

-¿En serio? – Preguntó el menor, tomando la cuchara y deslizando su lengua en ella. Intencionalmente lo hizo en forma lenta y sensual.

Sebastián se quedó mirando la forma en que la pequeña lengua de Ciel recorría el metal y tuvo que tragar con fuerza. – Sí. – Tomó una cucharada del postre, saboreándolo y en su mente imaginando que lo probaba de los labios del menor. Pero, ¿por qué pensaba en esas cosas? Él no era un pedófilo, ni ninguna clase de maniático, pero juraba que aquel joven estaba jugando con su control. - ¿Te gusta jugar ajedrez?

-Mucho. – Mintió el menor, quien nunca en su vida había jugado semejante cosa.

-Muy bien. – Sonrió. – Jugaremos una partida el día que llegues a mi casa. – Comió un poco más del postre, sin poder despegar los ojos del rostro del menor. – Tienes cara de ser muy buen jugador.

-No. Créeme que no. – Ciel coqueteó, sonriendo ladeadamente.

Angelina regresó en ese momento y miró a ambos e intentó incluirse en la conversación. ¡Lástima que ninguno de ellos estaba interesado!