CAPÍTULO 26. FRANQUEZA —

De: DUZ_MACHINES_84

Para: WEIRDO_MCGEE

Asunto: Necesito verte

Se que estos días habrás recibido muchos mensajes como este de mi parte. Pero realmente necesito hablar contigo, saber de ti. Tengo la cabeza hecha un lío, y siento que eres la única persona que…


Los dedos de Donatello se detuvieron justo después de escribir las primeras líneas del correo. Tras unos segundos de dubitación soltó un resoplido por lo bajo, y volvió a cerrar la pantalla del portátil. Ya le había escrito en otras ocasiones a Irma, sin respuesta. Un mensaje más no iba a marcar la diferencia.

Dos semanas, cuatro horas y seis minutos. Ese era el tiempo exacto que había transcurrido desde que entraron por última vez en la casa de Kirby O´Neil. Su padre. Su hogar. La policía había tenido la cortesía de dejarles recoger sus objetos personales antes de requisar los del psicólogo de cara a la investigación. El corazón se le encogió cuando pasó al lado del hueco donde debía encontrarse Metalhead. Sus ojos se humedecieron, pero tampoco podía detenerse demasiado. Mientras Tyler le echó una mano con la ropa, el maquillaje y el resto de utensilios, el quelonio aprovechó para guardar la caja de música y aquellos artilugios que pudieran despertar el recelo de la policía.

El silencio estaba interrumpido por el lejano sonido de los claxons, nueve plantas más abajo. Al otro lado de la habitación había una ventana, cuyas cortinas blancas zozobraron y brillaron al moverse bajo los rayos de sol. Tyler Rockwell era una persona muy aséptica, y eso se reflejaba en los colores claros que predominaban en paredes y casi todo el mobiliario de su casa. El quelonio no tenía un problema como tal con ello, pero le recordaba a un pasado que prefería mejor no recordar.

Las cortinas seguían moviéndose, pero ahora con suavidad. No se trataba de un cuarto muy grande, y tampoco tenía mucho mobiliario. La cama dividía la estancia en dos mitades. En el lado de la ventana había una mesita de noche con una lamparita. Enfrente, un armario empotrado. Y pegada a la puerta, una mesa con silla giratoria, justo donde él se encontraba ahora. Calculaba que el apartamento podría ser de unos 80-90 metros cuadrados, con un pasillo central desde el cual se ramificaba el resto de estancias.

—Siento no tener mucho espacio .—Se disculpó Tyler en cuanto les enseñó la casa—. Tengo una cama plegable que puedo poner en mi estudio. Tengo mis libros, pero prefiero usar más los de la biblioteca del hospital, así que no te molestaré. April puede dormir en la habitación de invitados. Es pequeña pero cómoda, y se encuentra al fondo de la casa, por lo que podrá descansar tranquila, sin apenas ruido.

—Muchas gracias, Tyler. Gracias, de verdad

El neurólogo esbozó una sonrisa fugaz tras darle una palmadita en el hombro. Nunca había sido muy expresivo, pero lo conocía lo suficiente para saber que aquella mirada escondía una gran preocupación.

—Todo irá bien. —sentenció, más para sí mismo que para el quelonio—. Vamos a ir paso a paso, ¿de acuerdo? Dejemos que la policía se encargue de buscar a vuestro padre. Primero tomaos unos días para que estemos tranquilos y April termine de recuperarse.

En aquellos momentos dormía. Donatello la acompañaba la mayor parte del tiempo. Incluso cuando se iba a descansar no podía evitar desvelarse de cuando en cuando, y se pasaba por la habitación para ver que todo estaba bien. En Urgencias le dieron de alta rápidamente tras descartar patología que supusiera un riesgo vital. Pero se encontraba inmensamente cansada. La mayor parte del tiempo lo pasaba durmiendo.

Acercó su silla al lado de la cama. El quelonio veía cómo su pecho ascendía y descendía lentamente con la respiración. No recordaba que tuviera las clavículas tan marcadas por encima del cuello del pijama.

—Poco a poco… siento que voy mejorando. —Le dijo hace un par de días, en uno de los pocos ratos en los que parecía tener algo más de energía—. Es solo que necesito más tiempo, Donnie. Mi Donnie… —Acercó su mano temblorosa a la mejilla del quelonio, y comenzó a acariciarla. Donatello rápidamente entrelazó su mano con la de ella, apretándola con cariño.

—Estoy contigo, April. Estás a salvo

—Contigo estoy segura de ello. —acopió las pocas fuerzas que tenía para regalarle una de sus sonrisas sinceras. Tras tomar aire prosiguió—. Además, algo me dice que esos hombres de negro no van a venir a por nosotros.

—¿Cómo lo sabes?

April cerró los ojos.

—Simplemente, lo se…. En cuanto me recupere iremos a por papá. Se que encontraremos una manera…

Poco tardó Donatello en darse cuenta de que April parecía no recordar absolutamente nada del momento en el que pasó a ser otra cosa. Intentó tantearla, pero realmente parecía tener una laguna desde el momento en el que estaba aprisionada por los Kraang hasta que recuperó el control de sí misma. Todavía no se había atrevido a hablar de aquello con ella. Ni con Tyler. Ni con nadie. Y la única persona con la que tenía confianza suficiente para ello llevaba semanas sin dar señales de vida.

Algunos de sus compañeros de clase le llegaron a escribir por correo. Martin Milton fue particularmente extenso, diciendo que "aunque era un nulo para todo", podía contar con su ayuda para cualquier cosa que necesitara. Al final le dejaba el número de su móvil y el fijo de su casa.

También le escribió Casey.

Siento mucho lo de tu padre. Espero que tú y April estéis bien. En cuanto os encontréis mejor me pasaré a veros.

Por un milisegundo sintió enfado al ver sus palabras en el mensaje; pero consiguió dejar de lado la animadversión que sentía hacia él y se limitó a responder con cordialidad:

Gracias. Por ahora poco podemos hacer. Le diré a April que has escrito cuando se despierte.

En realidad no era del todo cierto. SÍ estaba haciendo cosas en aquellas dos semanas. Donatello no podía permitirse estar quieto y que su propia mente, a falta de algo en lo que centrarse, lo carcomiera de inquietud. Cuando llevaba horas acompañando a April y comenzaba aquella familiar sensación en el pecho se desplazaba al estudio para proseguir con ciertas ideas que llevaban tiempo rondándole la cabeza.

Como el T-phone.

—Puedes usarlo como un móvil normal y corriente .—explicó en tono animado a April poco después de haber terminado con su proyecto. Tras una noche entera revisando el diseño, finalmente había acoplado la placa base, y tenía dos ejemplares de T-phone totalmente operativos—. ¿Pero ves este icono de aquí? Accede a una red especial que comparten solamente aquellos cuya ID tengo registrada en el programa core de mi ordenador. Puede que haga algunos más para comprobar cuántos teléfonos es capaz de llegar a soportar.

Tenía otros proyectos en mente, pero no quería preocupar a la chica: sensores de movimiento, un prototipo de pistola-táser eléctrico… aunque tampoco tenía tantos materiales. Tendría que salir a la calle a buscarlos, aunque una parte de él no podía evitar sentirse profundamente inquieto ante la idea.

April se removió un momento en sueños. A Donatello se le encogió el corazón verla de esa forma. Ojalá pudiera hacer algo para que se recuperara más rápidamente. Con suavidad cogió la palma de su mano y, como había hecho en tantas otras ocasiones, escribió sobre ella

T-E-Q-U-I-E-R-O.

Toc, toc, toc.

El quelonio se quedó quieto como una piedra. Volvió a escuchar el mismo sonido. Estaban tocando en la puerta de la entrada.

Miró la hora. Apenas era por la mañana y Tyler no le había dicho que esperara a nadie ese día.

Otra vez. Con mayor insistencia. Apretó con fuerza la mano de April una última vez antes de dejarla descansar. Salió con celeridad del dormitorio y cerró la puerta. Haciendo caso omiso de los nuevos toques se metió en el estudio, comenzó a maquillarse y cubrirse la piel rápidamente mientras buscaba con la mirada dónde se encontraba su barra bo. Recordó entonces que la había perdido en la batalla contra la mutante y los Kraang.

Al final del pasillo se encontraba la puerta de la entrada. Bajo esta, reconoció la sombra de dos pies. Con el corazón en un puño se acercó en silencio. Justo cuando estaba a tres metros, una voz sonó al otro lado:

—Ábreme de una vez, Donatello.

La tensión que cargaba sus hombros desapareció al acto. En su lugar, una mezcla entre sorpresa y desconcierto nubló la mente del quelonio. Aun así, fue lo suficientemente prudente para echar un vistazo por la mirilla. Pese a las lentes, sabía que aquel ojo verde lima que encontró al otro lado lo estaba escrutando con atención.

Abrió la puerta. Una chica de botas militares, camisa negra de cuello ancho con una calavera blanca estampada, y falda gris con cuadros negros lo miraba con seriedad

—Irma, ¿dónde has estado?

—Bastante liada. Siento no haber respondido tus mensajes ni tus llamadas, pero debía asegurarme de que tenía las espaldas cubiertas. .—Atravesó la entrada. Con cuidado de no hacer mucho ruido frenó en los últimos centímetros para cerrar la puerta. Se subió con la muñeca las gafas, que por enésima vez se le habían deslizado hasta la punta de la nariz, y se ajustó la mochilita negra que llevaba consigo—. ¿Dónde está April?

—Durmiendo.

—Vale. Bien. Mejor .—asintió para sí—. Me imaginaba que estaríais así de mal.

—¿El Institut…?

—Sí, sí, horario de mañana. Pero ahora mismo Roosevelt ni siquiera se encuentra en mi lista de prioridades. —Hizo una pausa. Por un momento el reflejo de la luz en las lentes opacó los ojos de Irma—. Siento mucho lo que os ha pasado.

—Los hombres de negro… —comenzó a hablar, compungido.

Irma le puso una mano en el hombro y dio un paso hacia él. Nunca había estado tan cerca de ella.

—Vamos a sentarnos y hablamos tranquilamente. Creo que los dos necesitamos un buen café.


Donatello tomó un sorbo del café que Irma había preparado. Proporción perfecta de café, proporción perfecta de leche, un toque dulce de azúcar y de leche condensada que había encontrado en la despensa…

—¿Cómo te ha salido tan bueno?

—No soy una experta cocinera, pero sé de química. Razonando la proporción adecuada de cada elemento puede hacerse un buen trabajo. Y el Dr. Rockwell también tenía una buena cafetera. Mejor que la mía, de hecho.

—Eres de lo que no hay .—El café le había dado una calidez que agradecía. De repente se sentía más lúcido—. Muchas gracias por haber venido, Irma.

La chica dejó su taza en la mesita que había entre los dos. Se reacomodó en el sofá y carraspeó.

—No se me da muy bien explicar ciertas cosas, así que prefiero enseñártelas. De esta manera podrás ver cuáles son mis intenciones.

—¿A qué te refieres?

Pero Irma no respondió. En su lugar miró hacia la izquierda, hacia la ventana. Donatello hizo lo mismo.

En un principio no vio nada, aunque un segundo más tarde lo localizó. Aun siendo pequeño, el contraste del blanco con el negro era llamativo. El quelonio se acercó para apreciarla más de cerca.

—Una Pholcus Phalangioides.

O araña de patas largas para los amigos.

La araña se dio cuenta de que la estaban mirando, pero no se movió.

—¿Cómo ha llegado aquí?

—Es una araña doméstica. Se adapta bastante bien a estos ambientes. —Irma se puso al lado de Donatello, y apoyó la mano en la repisa de la ventana. Automáticamente, la araña se posó en el dorso de la mano de la chica. Donatello no podía evitar sentirse algo inquieto con los arácnidos, pero la chica seguía impasible. Incluso más relajada de lo habitual—. Me identifico mucho con las arañas. Son pequeñas, pasan desapercibidas….No intervienen nunca, pero siempre están ahí, en las sombras. Siempre observan todo .—Ladeó la cabeza, y en ese momento la araña ascendió por su brazo hasta el codo—. Se llama REM. Tengo muchas amigas, pero ésta es la que lleva más tiempo conmigo.

—¿Cómo…?

Irma se llevó el pelo detrás de la oreja izquierda. El quelonio vio lo de la otra vez. Lo que parecía ser un audífono.

—Esto es un centro neurálgico olfativo. Con él puedo comunicarme con varios arácnidos por la ciudad. A cambio de cuidarlas, son mis ojos

Donatello apretó los labios. La araña continuó ascendiendo hasta el hombro.

—Hay dos motivos principales por los que he tardado tanto en venir .—La araña se metió en la mochila. No tardó en sacar algo pequeño, como un chip. Irma le tendió la mano al quelonio, a tiempo que la araña descendía por el brazo con el objeto—. Uno de ellos es éste.

Donatello miró con atención el chip. A medida que lo iba reconociendo fue abriendo la boca de la sorpresa. Parpadeó repetidamente, conteniendo las ganas de echarse a llorar ahí mismo.

—Es… es… ¿cómo has…? —Lo cogió con las manos temblorosas y lo apretó contra su pecho—. Metalhead.

—Rescaté y rebusqué lo poco que quedaba de tu robot. Fue una suerte que el núcleo de la IA hubiese quedado intacto. Obviamente tenía que sacarlo del resto de la placa base, y entre las partes destrozadas y las ensambladas me llevó bastante rato. Pero ahí lo tienes. Es cuestión de construirle un nuevo cuerpo, y tienes de vuelta a tu amigo.

Donatello la volvió a mirar.

—Tú fuiste quien me envió el mensaje. Y también fuiste quien activó a Metalhead, ¿verdad?

Irma asintió.

—Tenía un código complejo, pero estaba desesperada y tuve que ser un poco agresiva con los firewalls.

—¿Avisaste a la policía?

—Hay recursos interesantes aparte de los distorsionadores de voz para desviar posibles investigaciones hacia mi persona.

—Presenciaste lo que ocurrió.

—Vaya movida con los hombres de negro, ¿eh? Son aliens de película.

—Lo viste todo.

—Exactamente.

Absolutamente todo.

Con lentitud, volvió a asentir.

—Lo que quiero que sepas, Donatello, es que soy tu aliada y tu amiga. Ya te lo dejé claro en el aula de Biología.

El corazón del quelonio empezó a latir más rápido. Dio un paso atrás. Irma lo cogió de la gabardina. No pudo escapar de los ojos verdes que lo miraban con intensidad. Con lentitud, su amiga sacudió la cabeza.

Tomó aire, intentando controlarse. Se miró las manos, aquellas manos vendadas de tres dedos que tanto miedo le daba mostrar a la calle. En un instante se sintió muy vulnerable. Volvía a aquellas calles en las que mendigaba y arriesgaba su vida cada minuto, cada segundo…

…y unas manos pálidas y pequeñas comenzaron a deshacer las vendas. La piel verde no tardó en quedar al descubierto. Donatello flexionó cada uno de sus dedos, como si llevaran meses entumecidos. Miró a Irma, luego a sus manos. Luego a Irma otra vez. Ésta permanecía tranquila.

—Debes estar pasando mucho calor. Deja que te ayude a quitarte esa gabardina.

Dio la vuelta en torno al quelonio. Posó sus manos sobre sus hombros, aunque se quedó ahí. Donatello volvió a asentir, tras lo cual comenzó a quitarse el abrigo. Sus brazos perlados por la capa de sudor que comenzaba a formarse agradecieron el cambio de temperatura.

Con nervios y expectación, se volvió hacia Irma. Debajo llevaba una camiseta blanca y fina, así que prácticamente podía ver todo su torso placado y su caparazón.

—¿Ves? No me asusto. No salgo corriendo. Estoy de tu parte, Donatello. Me da igual lo que eres. Tortuga, humanoide, mutante, lo que sea. Lo que me importa es lo que significas para mí.

Un rubor recorrió las mejillas del quelonio.

—Gracias.

—Oh, por favor, no te pongas así que va a parecer que me he puesto a decir ñoñerías .—resopló, echando el abrigo con brusquedad sobre el respaldo del sofá. La cara que puso la joven le pareció tremendamente graciosa, aunque intentó contener las risas. En vano—. ¿A qué viene eso?

—No se, la situación me parece un tanto irónica.

Irma puso los ojos en blanco.

—Bueno, mejor para ti, supongo. Pero con esto ya aclarado deberíamos centrarnos .—La repentina gravedad de la última frase cesó las risas del quelonio—. El segundo motivo por el que he tardado tanto es que me he puesto a investigar dónde podría encontrarse tu padre y los que lo retienen. Pero para contarte lo que llevo hecho me gustaría que vinieras conmigo. Quiero mostrarte algo.


Era un dilema. Una idea que se había enquistado en su cerebro. En torno a ella había desarrollado una barrera hermética, pero no era totalmente infalible. Comenzaba a repercutir en su día a día. Estaba perdiendo más veces que de costumbre en sus entrenamientos contra Karai. Un despiste por aquí, un despiste por allá, y un puñetazo en la mejilla lo tumbaba en el suelo. Se limitaba a levantarse sin darle mayor importancia. En ningún momento Karai le llamó la atención sobre eso. Parecía que no se estaba dando cuenta de las dudas que lo estaban atormentando, pero a este ritmo, podría hacerlo perfectamente.

Sacudió la cabeza, y volvió a la realidad.

—¡Bienvenido a nuestra sede, Don Vizioso! ¿Cuál es el motivo con el que nos complace con su visita?

Leonardo conocía lo suficiente a Chris Bradford para reconocer la falsedad detrás del tono jovial de sus palabras. Estaba sentado en el trono de idéntica manera como solía sentarse Shredder. Pero para el quelonio era como una pantomima. De ninguna manera conseguía inspirarle el más mínimo miedo o respeto. Se limitó a permanecer erguido, en el lado derecho del trono, mientras observaba al hombre que había ido a visitarlos.

Incluso desde la seguridad de encontrarse al final de las escaleras, aquella mole de carne sí que conseguía transmitirle bastante inquietud. Literalmente, era tan ancho como alto. Sin duda, aquel traje negro y rayas blancas debía haberse hecho a medida, porque no había manera de encontrar seres humanos con tales dimensiones.

Pero lo que más inquietaba a Leonardo acerca del personaje no era su apariencia.

Sus ojos pequeños debajo de unas cejas pobladas se posaron sólo un momento en el quelonio. Aunque la tortuga iba ataviada con el traje completo, se sintió completamente desnuda.

—Veo que tienes carne fresca entre tus filas. Parece tan joven como la hija de Shredder .—Se inclinó levemente ante la joven, que se encontraba en el lado izquierdo del trono. Ésta frunció el ceño, pero respondió al gesto.

El énfasis que usó en carne fresca no le gustaba nada. Don Vizioso era conocido por su gran gula. Casi siempre tenía hambre. De comida, de poder. Su ansiedad podía llegar a tal que decían que había ido más allá de lo que un ser humano podía comer. Moralmente hablando.

Pero solo eran rumores. O eso quería pensar.

—En los últimos tiempos hemos desarrollado muy buenas relaciones. Por eso consideraba adecuado venir directamente a preguntaros acerca de cierto asunto.

—¿Cierto asunto? —Bradford repitió con marcada curiosidad. Se inclinó y entrelazó las manos.

—Desde que os concedimos movilidad en Little Italy hemos comenzado a registrar actividad de ciertas unidades en la zona. No pertenecen a ninguna mafia reconocida, y en lo que a nosotros respecta, tampoco pertenecen al Clan del Pie. O eso queremos confirmar.

—¿Cómo son esas unidades?

Xever intervino como solía hacerlo. Aun siendo de día, con pocas sombras en las que ampararse, siempre se las apañaba para acercarse sin que nadie se diera cuenta. Apareció al lado de Don Vizioso y cruzó los brazos en actitud aprehensiva.

—Parecen ser unos pandilleros. Se mueven con mucha rapidez, por lo que aunque los hayamos localizado hace pocos días, podrían haber estado perpetrando alguna actividad en las semanas previas sin darnos cuenta.

—Actualmente no tenemos ninguno de nuestros efectivos desplegados por vuestro territorio .—Bradford se acarició la barba a tiempo que fruncía el ceño. Tras una pausa, prosiguió—. ¿Os han hecho algo a ti y a los tuyos?

—En realidad no. Si bien no estamos totalmente seguros de ello, parecen concentrar sus movimientos en torno a la zona de los muelles. Según me comunicaste, señor Bradford, estáis acondicionando la zona para que sea vuestra reserva secundaria de armas.

»Como entenderá, no es conveniente para ninguno de nosotros que unos gamberros campen a sus anchas por un sitio tan delicado.

—Entiendo. Podríamos enviar esta noche una partida de reconocimiento para ver si averiguamos algo más sobre estos intrusos.

—Lo mismo estaba sopesando. Tenía pensado enviar a dos de los míos. Habrás oído hablar de Los Hermanos Fulci.

—¿Los Hermanos Fulci? —repitió Xever, enarcando una ceja.

—Sí, he oído hablar de ellos .—asintió Bradford—. Por mi parte, creo que es una buena oportunidad de que Karai aprenda más acerca de cómo funcionan las cosas por aquí. Tanto ella como Leonardo os ayudarán en ese reconocimiento.

Karai le lanzó una mirada de soslayo, pero no dijo una palabra. Leonardo hizo lo mismo.

—Me alegro .—De su chaqueta, el capo sacó un puro. Con un gesto rápido el mechero apareció en su otra mano. Se lo encendió y dio una calada—. Probablemente sean unos mequetrefes y nada más. Pero mejor hacerles saber quiénes son los que mandan aquí. Ahora, si me permiten…

Sin añadir nada más, se dio la vuelta y comenzó a andar hacia la salida. Para tratarse de un obeso mórbido, se movía con mucha agilidad. Algo le decía a Leonardo que debía ser alguien duro de pelar. Que fuera alguien tan importante y no acudiera con guardaespaldas era una prueba de ello.

Leonardo vio cómo la mirada de Xever se ensombrecía. El gesto tampoco pasó desapercibido para Bradford.

—¿Algún problema, Xever?

El macarra sacudió la cabeza.

—Ninguno. Voy al Bronx. A ver si los Dragones Púrpura acceden a hablar con nosotros de una vez.

Con semblante grave se dirigió a una puerta lateral, y cerró de un portazo.

—No sé qué mosca le habrá picado a ese bala perdida… —reprobó el líder de la sede. Acto seguido se levantó—. Bueno, chicos. No es algo muy complicado. A tu padre le gustará ver que estás comenzando a tomar las funciones que te corresponden —Karai le dirigió una mirada nada simpática. Bradford hizo caso omiso—. Y ahora, si me permitís, voy a mi despacho. Tengo otras gestiones que atender.

Era una idea. Un dilema que se había enquistado en su cerebro. En torno a ella había desarrollado una barrera hermética, pero no era totalmente infalible.

Raphael seguía ahí fuera. Debía estar hambriento. Herido. Perdido. Pero el quelonio apenas había tenido tiempo de rastrear las zonas más probables. Ni siquiera había ido aún al vertedero. Bradford los había tenido de reuniones con los capos de Nueva York aquí y allá. Todos sabían que cada segundo que no invertía en la búsqueda de la espada lo acercaba más y más a la perdición en manos de Shredder. Pero eso a Bradford le daba igual. El cabrón incluso parecía retenerlo así a posta. Probablemente estaría deseando ver lo que estaría dispuesto a hacerle Shredder.

Pero…siempre podía irse. Dejarlo todo atrás. Encontrar a su hermano sin máscaras de por medio. Y entonces podrían, de alguna manera, recuperar todo el tiempo perdido.

Leonardo sopesaba las cosas en balanza. No. Quizás no era tan mala idea.

El Clan del Pie no era su lugar. No pertenecía a aquellas cuatro paredes. Tenía una oportunidad de recuperar su vida. Comenzar de cero.

—¿Leo?

Otra vez estaba divagando. Karai lo miraba con desconcierto. Por lo visto llevaba queriendo captar su atención un rato.

—Perdona. Estaba pensando en lo de esta noche. Me pregunto quiénes podrían ser esos pandilleros.

—Tampoco creo que sea para rallarse. Me da un poco de pereza, pero bueno, mejor eso que tanta reunión. Tengo ganas de pelear fuera del campo de entrenamiento.

Era una decisión dolorosa. Pero debía tomarla. Cuanto antes, mejor.

Mañana. Mañana mismo se marcharía.

Lo siento mucho, Karai.


Nota de autor: Nunca es mal momento para volver por aquí, ¿eh? ¡Muy buenas a todos! Siento mucho mucho muchísimo el retraso a la hora de continuar con el fic. Pero entre las oposiciones y lo que ha acontecido después he estado bastante liado. Lo bueno es que puedo deciros que sí, conseguí mi plaza, y actualmente me encuentro formándome como Médico especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública. No es una especialidad muy conocida, pero hay un vídeo muy bueno por internet que resume lo que hace alguien que pertenece a la especialidad. Han sido unos primeros meses muy intensos (he tenido guardias de Urgencias, he rotado en planta de Medicina Interna)... pero ahora que me encuentro de vacaciones he podido sentarme y retomar mi querido proyecto. No se si podré escribir con frecuencia, pero hago lo que puedo y como puedo. El trabajo es muy demandante, pero lo dicho, estoy muy ilusionado y muy contento.

Agradezco mil a los lectores que se han parado a dejarme sus comentarios: Talia43, Jamizell Jaess Jinx, Annie Hamato Saotome, Karai-108, Dana Veronica, I Love Kittens Too, LoveOfDragons (¡nueva lectora! Siempre es un placer leer comentarios de gente que se ha animado a comenzar el fic. Me dio mucha pena recibir tu review después de meses sin actualizar, pero que sepas que fuiste uno de los motivos que me impulsó a retomar esto una vez que encontrara un momento).

En serio, mil gracias. ¡Espero que hayáis disfrutado del capítulo! Ha sido difícil ponerse a escribir después de meses sin poder ponerle mimo a la historia. Pero creo que el resultado no ha estado tan mal. En fin, ya me diréis. Por mi parte, intentaré actualizar tan pronto como pueda.

Un placer siempre leeros.

Con cariño.

Jomagaher.