Shingeki No Kyojin no me pertenece. Es propiedad de Hajime Isayama.

Advertencias:

Lemon. Fluff. Algo de angst.

Soundtrack Recomendado:

Hallelujah.- Jeff Buckley.

Los ojos estaban fijos en los contrarios. Eren lo sabía. Sabía que Levi estaba nervioso. Sabía que Levi de alguna manera, tenía miedo. Pero también sabía, que esos azules ojos que tanto amaba estaban tan deseosos cómo él mismo de lo que estaba a punto de acontecer.

El frío pronto dejó de sentirse y ahí, parados el uno frente al otro en la habitación del profesor, sintieron cómo poco a poco las llamas de algo incomprensiblemente intenso iba allanándoles el alma. Era tanto su deseo, era tantas sus ansías… Le quemaban los puntas de los dedos por tocarle. Se le hacía agua la boca por besarle. Su corazón latía, desembocado.

Y cuando finalmente sus labios se unieron, supieron que sucediese lo que sucediese en un futuro, nada ni nadie les haría olvidar lo que pronto ambos harían, perdidos los dos en las apacibles sábanas del cálido lecho.

La ropa iba cayendo, Levi lo notaba. Pronto quedó desnudo de la cintura para arriba para Yaeger y su hambrienta mirada verde no hizo sino más que aumentar el calor que le abrasaba. Las manos pálidas de Levi se deshicieron de los botones de la camisa de Eren y con ojos ávidos vio aquella extensión de piel desnuda, color canela y de músculos antes de acariciar suavemente aquella ardiente calidez que Yaeger desprendía.

Suspiró. Ni siquiera podía hablar. No encontraba las palabras, simplemente no existían. Sólo estaban en el mundo él, Eren y ese incomprensible y alocado amor que ambos sentían.

Se abrazaron, cuando ambos quedaron en igual de condiciones, con sólo un pantalón cubriéndoles. Se estremecieron, bendito Dios, pensó Levi, se enredaron tanto cómo pudieron entre los brazos del contrario.

Se sentía tan bien. Tan inmensamente bien perderse en los brazos de Eren. Tanto, que no sabía que haría cuando hubiese llegado el amanecer. Cuando llegase el momento de salir de ellos y enfrentarse al mundo. Joder, que miedo tenía. Estrechó a Eren un poco más.

Eren sonrió. Acarició los costados de aquel cuerpo blanco y hermoso y con dulzura le hizo alzar el rostro.—Béseme.—Dijo con voz ronca.—Béseme.

Y Levi lo besó.

Los ojos verdes del muchacho bebieron la imagen de aquel cuerpo desnudo. No podía ser verdad, decía la consciencia del chico. No podía algo tan bello ser verdad. Ahí, sonrojado, aturdido y con sólo su cuerpo tendido sobre las blancas sábanas que a momentos parecían insulsas ante la divina palidez perteneciente a Levi.

Su boca no alcanzaba a besar todo cuánto deseaba. Su saliva no alcanzaba a calentar tanto cómo ansiaba. Sus manos no alcanzaban a acariciar todo cuánto amaba… Jesús, pensó Yaeger. Es que estando ahí, con él, todo se le hacía tan inmenso. Tan poderoso. Tan abrumador.—Mgh…

Ese suave quejido le llegó a los oídos cuándo besó el hueso de la cadera que se moría por envolver. Alzó los ojos y vio ese precioso rostro contraerse con los ojos cerrados. Y quiso más.

Y obtuvo más.

Su boca cubrió el miembro del pelinegro luego de sus manos, haberle estimulado con lentitud, cómo queriendo hacerle enloquecer. Casi lo logra. Pero cuando su boca sustituyó a su mano, un delicioso grito ahogad hizo a su propia entrepierna rogar por ser atendida. No lo hizo.

No cuando tenía algo infinitamente más importante suplicando por más entre los brazos, bajo su cuerpo, frente a sus ávidos ojos.

Su lengua se enredó en la ardiente piel, su garganta hizo una suave succión, sus dientes recorrieron la longitud y Levi volvió a gritar.—¡Mgh, E-Eren…!

Ese sonido le hizo gruñir. Hacer más brusco su contacto. Encender aún más el cuerpo blanco que se retorcía ante los estertores de un poderoso primer orgasmo.

Apresuró su succión. Acarició el resto con los dedos travieso que morían por tocar.

Y al final, obtuvo a un Levi perdido, moviendo las caderas de una manera tan atrayente, tan lasciva… Casi explota él mismo al ver esa expresión final. Al ver esa divina cara contorsionada en un placer casi doloroso, esas mejillas sonrojadas, esos ojos azules encerados de lujuria…

Supo, aturdido que sucediese lo que sucediese entre ambos en un futuro, jamás podría borrar de su mente la divina imagen de Levi Ackerman viviendo un orgasmo gracias a él.

Temblaba, se dio cuenta. Levi temblaba y sus manos débiles le tomaron de los hombros sólo para tirar de él y abrazarlo. Eren se sintió morir. Se sintió irremediablemente feliz. Le envolvió. Le besó nuevamente. Le amó cómo jamás habría de amar a nadie…

-Eren.—Dijo Levi entre beso y beso, descendiendo él por el vientre moreno, buscando ofrecer la misma satisfacción. Y aunque Eren sufría de puro placer, lo detuvo. No, dijo el Yaeger. No permitiría a Levi hacer algo así. No cuando esa noche debía de mostrarle a Ackerman cuál era su devoción por él…

-No es necesario.—Dijo el moreno, acariciando su rostro sonrojado.—Hoy no, mi amor…

Y Levi se estremeció ante aquello último. Jamás se sintió así. Con Petra todo fue tan distinto. Y ahora, con Eren...—Bésame.—Dijo él, hambriento nuevamente.—Bésame, Eren. Hazlo, por favor. Hazme…

No le dejó terminar.

Eren reclamó su aliento en un beso voraz.

Los cuerpos desnudos y cubiertos e sudor rodaron entre las sábanas hasta de nuevo, quedar frente a frente.—Debes decirme si te causo dolor.—Rogó Eren mientras deslizaba su cuerpo entre las piernas ya débiles de Levi. El pelinegro jadeó y asintió.

Pronto el aire dejó de ser suficiente cuando hubo de sentir las manos de Eren Yaeger, tomándole de los muslos y abriéndole con sutileza las piernas.

-E-Eren...—Su voz sonó ahogada. Perdida, pequeña y Eren estiró su mano derecha solo para entrelazar los dedos con los de Ackerman y así prometer en silencio que todo estaba bien. Que aquello que ambos hacían estaba bien.

Y pensó Levi, cuando la boca de Eren tocó un lugar que jamás nadie había tocado, que algo que se sentía tan bien, no podía estar mal.

Porque no lo estaban. Porque ambos se amaban. Y si ambos se amaban, todo lo demás, o al menos para él, bien podían valer mierda.

-¡E-Eren!.—La lengua de Eren lo hizo, se dijo aturdido. Lo penetró. Era suave, ardiente y se movía incansable, arrebatándole el aliento sin misericordia. Eren abrazó sus piernas con un brazo antes de devorar aquella entrada rosada y virgen. Levi lagrimeó de puro placer, antes de gemir cómo nunca lo había hecho.—¡E-Eren, y-yo..! ¡Mgh! ¡A-Ah…!

Se estremeció, se removió y sus caderas pronto embistieron la boca de Eren, quién complacido atrapó el miembro, nuevamente despierto entre su mano libre y lo bombeó con fiereza. Levi se perdió en un segundo orgasmo, tan intenso que el aliento y la cordura se le extraviaron por largos momentos.

El semen de Ackerman quedó llenando la mano de Eren, quién lascivo y lujurioso la llevó a su boca, limpiando su extremidad con la lengua, haciendo a Levi comenzar de nuevo un tortuoso estado de excitación que le resultó incluso dolorosa.

En ese instante, supo a que se refería Eren cuando le dijo que si le dolía, debía decírselo.

Y dolió.

Vaya que dolió. El dedo índice de su novio se abrió paso en él con lentitud, con dedicación y aún así, el dolor le atravesó. Eren se detuvo de inmediato.—Te he lastimado…

Levi negó, frunciendo el ceño, mordiéndose el labio.—S-Sigue...

-Levi…

-¡Q-Que sigas!.—Exclamó en un susurro ahogado.—Q-Quiero hacerlo. Q-Quiero sentirte, por favor, s-sigue...

Eren aceptó. Y con esmero continuó. Pronto, aquella entrada virgen fue cediendo de manera que fue capaz de permitirse otro dedo en su interior. Y otro más. Y entonces, Eren lo encontró.—¡AH!.—Exclamó en un sonoro gemido Levi, aturdido.—¿Q-Què? E-Eren qu-què..

-Es tu punto dulce, mi amor.—Dijo Eren antes de volver a tocarlo, provocándole a Levi un agudo gemido. Continuó y continuó y continuó y pronto, tuvo a Levi casi sollozando de placer, con las caderas en un vaivén casi frenético empalándose con sus dedos, ansioso y perdido.

Un tercer orgasmo le dejó a ciegas frente a su dolorido novio, quien sonrió, orgulloso de su obra.

Finalmente, Levi hizo que Eren dejase de lado todo control.

Envolvió sus piernas en la cadera de su novio y rogó con esos ojos azules llenos de lágrimas que lo hiciese.—D-Dentro...—Suplico el pelinegro.—D-Dentro, Eren. Te quiero dentro…

Y Eren, sabiéndose un esclavo total de los deseos de Levi, simplemente obedeció.

Se recostó sobre él, con sus ojos fijos en aquellas joyas azuladas que tanto amaba y le sonrió. No con lascivia, ni con lujuria. Sino con una desmesurada ternura. Con un infinito deseo. Con un irrevocable amor.

-Mírame, Levi.—Dijo en un grave susurró.—Mírame.

Y Levi lo miró. Y sólo entonces, ahí, corazón contra corazón, Eren lo hizo. Se introdujo en él con lentitud y sin embargo, su embargue fue firme. Levi gimió con dolor y aferró su mano a la de Eren, buscando desesperado aire para sus pulmones.

Sus encerados ojos azules finalmente se quedaron fijos en un punto. Eren jadeó, perdido en placer y le dijo al oído algo que le hizo sonreír con verdadera felicidad.—Te amo, Levi. Te amo...

Le miró. Levi le miró, cómo un ciego que mira al Sol por primera vez, antes de juntar sus labios en un tierno contacto.

El primer movimiento fue suave. El segundo también.

Y pronto, las embestidas tomaron fuerza y fiereza.

-¡Ah, E-Eren…! ¡A-Ahí!

-Levi…

Terminaron ambos brillando en sudor, moviéndose al unísono, sintiéndose completos, sintiéndose finalmente y sólo en el cuerpo del contrario, completamente enteros, plenos.

No supieron a ciencia cierta cuántas veces hubieron de hacerlo, pero tan pronto ambos se corrían, Eren siempre dentro del cuerpo cansado de Levi, algo en su interior les hacía volver empezar. Se mellaron los labios de tantos besos. Se desgarraron casi la piel de tantos abrazos. Dieron sus caderas todo de sí, hasta que terminaron ahí, una vez más, frente a frente, sin aliento, sudados y sonrojados, perdidos en la mirada del contrario a punto de alcanzar el nirvana una última ocasión.

-¡Eren, E-Eren, E-Eren!

-¡J-Joder, Levi!

Una, dos, tres embestidas más y ambos estallaron. Tocaron el cielo y las estrellas con los dedos y volvieron a sus cansadísimos cuerpos. La simiente de Eren le lleno una vez más y corrió por sus muslos pegajosos y enrojecidos y sin embargo, Levi sonrió, feliz.

Eren le besó con ternura. Le apartó los negros cabellos empapados de ese rostro hermoso y pegó su frente con la contraria.

Quedaron abrazados, agotados cómo nunca, felices por igual.

Al final, cuando Levi le miró nuevamente, con sus orbes azules brillando de manera casi divina, y dijo.—Te dejé tomarlo todo. Sabes lo que siento pues te lo has llevado todo, Eren.

Rosas Rojas.

Capítulo IX

"Una Mañana de Navidad"

Jean abrió los ojos dorados sólo para encontrarse con la imagen que le convenció de que seguía dormido. Suspiró, se removió y se acurrucó nuevamente contra la calidez de su fantasía.

Estaba a punto de seguir con el hilo de sus desorientados sueños, cuando la fantasía, una muy realista, cabe destacar, le habló.—Buenos días, Jean.

Pronto, un miedo atroz le atenazó el alma. Abrió los ojos nuevamente y contempló a Marco Bodt en carne y hueso, desnudo junto a él.

Joder.

Joder.

Jesús del Jodido Nazaret, pensó su mente dolorida. ¿Què había hecho?

-¿Marco?

-¿Tienes hambre?.—Se levantó de un salto, permitiéndole ver a Jean su –magnífico y apetitoso- trasero desnudo antes de tomar sus ropas y salir de la habitación rumbo al baño.—Te prepararé algo. Tus padre no han llegado así que tomaré de tu madre prestada la cocina.

No tuvo ni palabras en la mente. Simplemente y con mucha lentitud para poder asimilarlo, dijo en voz baja, lo que comprendía de aquella descabellada –y ardiente- situación.—Tuve sexo con Marco.

Tuvo sexo con Marco.

Tuvo sexo con Marco.

Tuvo sexo con Marco.

¡Santísima mierda! Pensó. ¡Tuvo sexo con Marco! ¡Con Marco Bodt! ¡Con su mejor amigo!

¡Santísima Trinidad Sagrada!

Se levantó y vistió a una velocidad vertiginosa antes de salir disparado escaleras abajo. El árbol de Navidad encendido, regalos bajo éste y en la cocina, vestido con unos –sexys- bòxers negros y con una camisa ajena, Marco –El buenorro- Bodt estaba haciéndole de desayunar.

Se preguntó mil cosas en aquel instante. ¿No estaba soñando? ¿Habría ingerido alguna sustancia nociva? ¿Desde cuándo Marco estaba tan bueno? ¿Habría sido el de arriba?

-¿Te apetecen unos waffles? Ven a desayunar, están casi listos.—Avanzó cuál idiota y se sentó frente al moreno que tarareaba una pegajosa melodía. Lo miró con atención. Ah, era tan hermoso.

-Aquí tienes. Te traeré el café.—Marco sería buena esposa. Le haría de desayunar, le querría mucho, le asaltaría durante las noches y...—Marco.—Lo llamó con voz ahogada, luego de haberse terminado el desayuno.

-¿Sí?

-¿Puedes explicarme qué diablos pasó ayer?

Marco lució algo desanimado.—¿No lo recuerdas?

-Realmente sólo recuerdo que bromeábamos sobre Eren y el profesor. Luego ya nada y hoy en la mañana...—Enrojeció al ver el abdomen de Bodt apenas cubierto.

-Sabes que esto no tiene que significar nada si tú no lo quieres, ¿cierto?

Eso lo descolocó.

-Entonces nosotros...—No terminó. Marco le miró con algo de decepción.—Sí, Jean. Tuvimos sexo.

Se le debió de haber bajado la presión arterial en ese momento.

-¿Te molesta?

La voz de Marco le sacó de su miseria interna. Era un tono triste, doloroso, avergonzado. Al mirarlo y ver esa expresión en su bonito rostro siempre dulce, se le rompió el corazón.

Tuvo una vez más uno de esos molestos flechazos. Marco, sonriéndole, vestido con e uniforme militar. El fuego de la hoguera. Las cenizas de Marco revoloteando y perdiéndose en la negrura nocturna.—No.—Dijo con firmeza.—No digas estupideces así.

El color pareció volver a ese rostro que nuevamente ya con más consciencia y menos alcohol en la sangre, se moría por besar.

-¿Entonces?

-Es que quería estar seguro.—Dijo, sonrojado.—Ya sabes, que no fue simplemente un muy realista sueño húmedo.

Ver a Marco sonrojándose fue una delicia total.—Pues no, Jean. No fue un sueño húmedo. Tuvimos sexo.

-¡Agh! No lo digas tan seco.—Corrigió tomándole de una mejilla. Marco rió.—¿Y cómo quieres que lo llame?

-Pues hacer el amor.—Dijo, convencido.—Suena más poético.

-¿Quién diría que el rudo y temible Jean Kirschtein fuese un romántico empedernido?

-Nadie más que tú, amor. Mataría a quién lo insinuase.

-Eren lo dice a cada rato.

-No me voy a meter con la mascota del profesor Levi. Peligro y me mata. Luego no habrá nadie quién azote ese lindo culo tuyo.

Ambos rieron.

-Bien, hoy en Navidad, tenemos casa sola y Santa Claus no me trajo nada por chico malo.

-¿Nada? El árbol está lleno de regalos.—Ah, Marco inocente…

-Ahí, cariño es cuándo tú me seduces y me llevas de nuevo a la cama.

Tras unas carcajadas más, Marco hizo lo que haría toda buena alma solidaria y benevolente haría. Ayudó a ese pobre desdichado al cuál no le habían traído regalos.

Era una suerte que contase con algo que el gordo del trineo rojo jamás podría igualar.

Y eso era una bonita sonrisa enamorada sólo para Kirschtein.

Ah, y ese lindo culo moreno, claro está.

(. . .)

Mikasa había despertad temprano.

Le dolía algo la cabeza, pero fuera de eso, todo permanecía en orden. Quizás era de familia, pensó la joven morena mientras se enfundaba los pantalones. Los Ackerman tenían una inusual y poco humana resistencia a muchas cosas. Entre ellas, claro estaba, al alcohol.

Se encargó de prepararle el desayuno a Armin, a quién dejó profundamente dormido y de limpiar un poco la casa. Arlert vivía solo desde que su abuelo falleció, y no permitiría que reinase el desorden en la casa de su hombre sólo por un poco de resaca.

Antes de las diez de la mañana, el pequeño apartamento estaba casi reluciendo. Se dio el lujo de llevar la enorme bolsa negra –dónde bien podría caber un cadáver- al deposito en la primera planta y echo a la lavadora la ropa que había en el cesto.

Cuando volvió, Armin ya estaba despierto.

Le sonreía, cómo sólo él podía hacerlo al momento de tenderle un pequeño regalo envuelto en papel rojo.—Feliz Navidad, amor.—Mikasa le sonrió por igual.

-El tuyo está bajo el árbol. Espero que te guste.—Ver los ojos celestes de su novio brillar cómo preciosas joyas fue más de lo que hubiese podido resistir—No puede ser.—Dijo el rubio, medio ahogado.—¿Dónde lo encontraste?

-Por ahí.—Respondió con simpleza. Mentira. Había tenido que pedirlo desde Octubre pues el envío era tardado y su disponibilidad dudosa. Pero eso era algo que Armin no tenía por qué saber. Sólo importaba esa cara de felicidad en Arlert, quién abrazó con fuerzas el enorme libro.—Recuerdo cuando tu madre nos los leía, a ti, a Eren y a mí, ¿lo recuerdas tú, Mika? ¡No puedo creerlo, de verdad!

Ackerman no dijo nada, simplemente se dedicó a observarlo.

Le gustaba mucho hacerlo.

-¿Es de tu agrado?

Mikasa asintió, siempre silenciosa. Por supuesto que era de su agrado. Era un precioso vestido negro. Armin conocía su gusto. No en balde ambos llevaban tanto tiempo juntos.—¿Sabes? Me encantó el vestido. Falta poco para mi cumpleaños y Eren insiste en hacer un fiesta digna de recordar.

-¿Enserio?.—Armin sonrió.—Era de esperarse.

-Sí. Pero estaba pensando en algo interesante para hacer. Sólo nosotros dos. Ya sabes, un juego de pareja.—Arlert alzó las cejas, inocentemente. Oh, pensó Mikasa al decirlo. Era tan pervertida.—Sería divertido. Y más sí dejamos la fiesta para dos días después de mi cumpleaños. Caería todo el catorce de Febrero… Y Christa y las demás se morirían por una fiesta el mismo día del Amor y la Amistad…

El rubio estaba rojo cómo remolacha. Más sin embargo, sus ojos celestes, esos mismos que a Mikasa le encantaba contemplar a toda hora, brillaron con una chispa que sólo la Ackerman conocía a fondo.

Y le encantaba.

-¿Aceptas?

-¿Estás segura de eso? Sabes bien que a veces no me...—Enrojeció aún más.—Bueno, tú sabes.

-Sí, lo sé. Y sí, estoy completamente segura de eso. Es más, creo que sería bueno practicar. Ya sabes...—Desabrochó un botón de su cardigan con sugestivo ademán.—Para que nada salga mal ese día…

Aquel libro de historias que Armin tanto amó tan pronto lo sacó de su envoltura, fue dejado de lado ante aquellas últimas palabras dichas por su novia. Se le quitó el apetito, incluso. Sólo fue capaz de devolver el gesto y agradecer que debajo de los pantalones, no llevaba nada.

Podría decirse que aquel día, ambos se prepararon muy bien para esa esperada celebración.

(. . .)

-¡Joder! Nadie responde...—Ymir estaba que le llevaba el infierno. Habían despertado, tanto ella cómo Christa en el coche de la rubia en medio de una carretera a sabrá Dios dónde.

Christa suspiró.—Ya te dije que aguardes, lo repararé en un minuto.—Aunque pareciese difícil de creer, su diminuta y encantadora diosa era demasiado buena con los coches. No lo dudaba, pero le estresaba estar incomunicada.

-Ese no es el problema, Christa. El problema es que no responden, ¡imagina si nos secuestraba una banda de psicópatas! ¡O sí me disparaban! Nosotros podríamos haber estado en peligro mortal y todos follando…

Christa enrojeció, más se le escapó una suave risita.—Déjalos. Es bueno que disfruten la vida.

-¿Eh? Quién diría que tú algún día opinases algo así.

-Oh vamos, Ymir. Todos lo merecían. Se podía palpar la tensión cuando nos despedimos. Eren y el profesor, Marco y Jean, Bert y Reiner…

-Ugh, esos dos ya estaban follando desde antes de despedirse.

-Me alegra que todos estén felices. De eso se trata todo esto, ¿no?.—Dejó las herramientas de lado, se limpió la grasa de los dedos y al contemplar a Ymir, le dedicó una mirada melancólica. La morena supo de inmediato a qué se refería.—Después de todo, nos merecemos algo de felicidad, ¿no?

La abrazó de inmediato.—Ya, diosa. Aquí estoy. Aquí estaré siempre. Estaremos todos siempre.

Christa lo quiso creer. De verdad que Christa lo quiso creer.

-¿Es una promesa, Ymir?

Ya una vez me prometiste algo así, quería decir la rubia, eso la morena lo sabía. Me prometiste algo así y nunca se cumplió. Me dejaste sola en un mundo que se desmoronaba

Pero ese mundo había quedado atrás. Muy atrás, perdido y roto en la lejanía y jamás volverían. Ahí y ahora se podían dar el lujo de hacer promesas que en aquel universo, en aquella desgarradora vida hubiesen sido casi imposibles.

Ahí, ahora, abrazando a su diosa amada, Ymir pudo prometer.

Prometer de nuevo.

-Lo prometo, Christa. Lo juro.

Ella se aseguraría, pensó la morena, de hacer aquella promesa realidad.

Hermosas Criaturas

Espero que les guste la continuación. El lemon, no sé si haya quedado bien, pero que cuente que me esforcé. La canciòn de Jeff Buckley es preciosa, en realidad la compuso Leonard Cohen, pero la interpretaciòn de Buckley es magistralmente hermosa.

Me imaginè que en esa situaciòn ambos serìan algo lentos, pero muy intensos.

Por cierto, ¿Alguien vio los spoilers del 77? Casi me matan con lo de Marco. Aunque a decir verdad, me esperaba algo así. Por muy feo, sórdido, desalmado –llora- que suene. Me esperaba algo así.

Gracias por leerme.

Las quiero. Mucho, mucho. Mucho.

Elisa