El orfanato era una jungla y James Buchanan Barnes, con tan sólo doce años, ya había aprendido los complicados entresijos de la diplomacia, la enseñanza y sobre todo la supervivencia. Esa supervivencia a menudo requería que actuase de recadero para los chicos mayores, cosa que James odiaba con toda su alma. Aunque puestos a elegir entre dos males, lo más lógico es elegir el menos malo; a decir verdad ser el chico de los recados era considerablemente mejor que soportar robos, humillaciones e insultos (ya había visto lo que le ocurría a esos chicos y no, gracias). Y no es que no le insultaran, por supuesto, y no es que no le pegasen, tampoco, pero al menos no le pegaban demasiado y se había asegurado como mínimo una comida al día.

Por otro lado, ser el recadero era un arma de doble filo. Si bien es cierto que tenía cierto estatus entre los chicos de su edad, las consecuencias que tendría que enfrentar si por azares del destino fallase en llevar a cabo cualquiera de las tareas que Will y Chuck le mandaba serían como poco desastrosas.

La tarde anterior había sido un buen ejemplo de esto último, Will le había mandado que consiguiese una revista de chicas para él y Chuck además de un par de cervezas. James había salido sin un solo centavo en los bolsillos preguntándose cómo demonios iba a conseguir todas esas cosas sin dinero, e incluso con él, jamás le dejarían comprarlas -no era tan alto como para aparentar siquiera quince o dieciséis-. Estuvo deambulando durante horas hasta que el reloj le obligó a volver antes de que se cerrasen las puertas del orfanato y tuviese que pasar la noche a la intemperie. Sin revista ni cervezas, claro.

El enfado de Will había sido monumental, en consecuencia aquella mañana había vuelto a la calle con la misma misión asignada de la tarde anterior pero con un ojo morado, un labio partido y un moratón en el tórax de regalo. Cuando puso un pie en la calle y notó el asfalto resbaladizo por la nieve que empezaba a derretirse en las esquinas echó de menos su bufanda. Sabía que Will y Chuck se la habían quitado cuando se liaron a patadas con él la noche anterior, debía estar hecha un ovillo en algún rincón de la habitación de Will.

Respiró el aire helado de la mañana y se abotonó el abrigo hasta arriba, aún sintiendo el frío colarse por el cuello de este. Comenzó a andar, sin rumbo, aún sin dinero y preguntándose cómo demonios iba a conseguir las cosas que Will le había pedido. Bufó enfadado y al hacerlo observó el vaho en que se transformó su aliento en contacto con el aire frío. Definitivamente podían joderle a Will, aquella era una tarea imposible. Lo primero era conseguir algo de comer.

Con esta idea en mente se puso en marcha hacia la panadería de Henrietta, una mujer italiana y muy redonda de mejillas rojas y buen carácter. Le había cogido cariño a James una tarde del mes pasado, después de que éste se plantase delante de ella con la cabeza muy alta y le ofreciera trabajar para ella a cambio de todo el pan que alguna vez había robado. Henrietta simplemente se rió abiertamente y compuso una sonrisa inmensa mientras pasaba una mano llena de harina por encima de su rodillo de madera.

-Puedes empezar ahora mismo llevando esas barras de pan al número cinco de High Street.

Y James lo hizo, desde entonces se pasaba a menudo por allí para ayudar a Henrietta y conseguir algo de comida a cambio. Una vez incluso le dio a probar un croissant recién hecho. James no había probado nada tan bueno en su vida y fue entonces, con los dedos manchados de mantequilla y el sabor aún caliente y salado del croissant en el paladar, cuando decidió que Will y Chuck jamás sabrían de su relación de trabajo con Henrietta.

Cuando cruzó el umbral de la panadería agradeció el calor que emanaba del horno de pan como nada en su vida, se frotó los brazos y saludó en voz alta. Henrietta inmediatamente salió de la cocina con una bandeja de dulces para la mañana y al ver a James se llevó una mano regordeta al delantal para limpiárlsela antes de acercarse a él y comprobar la herida del labio.

-¿Qué te ha pasado, chico?

-Will quería una revista de chicas y cerveza, no pude conseguírselo -. Henrietta estaba al tanto del trato abusivo que un huérfano podía sufrir en un barrio como Brooklyn. Suspiró y hablando en italiano consigo misma se daba la vuelta para tenderle la bandeja de dulces a James.

-No te acostumbres, el azúcar es malo para los chicos de tu edad.

-¿Entonces por qué los vendes? - James mordisqueó un pastelillo de merengue, manchándose de nata el labio superior y la mejilla. Muy bueno.

-Porque la gente los compra -. Henrietta se encogió ligeramente de hombros mientras sacaba una bolsa de papel llena de croissants y se la tendía. - Esto no es para ti, hay un chico ahí fuera, son para él. Anda, ve y llévaselos.

James se bajó del banquete en que estaba subido con un pequeño salto y se limpió las manos en los pantalones, aún masticando, y cogió la bolsa que le tendía la panadera. En el pasado habría cogido la bolsa con el preciado tesoro que contenía y habría salido por patas. En el presente respetaba demasiado a Henrietta para engañarla y él, James Buchanan Barnes, tenía más dignidad que eso. Su padre había sido un gran soldado que murió honorablemente en la guerra y a James le gustaba pensar que cuando hacía una buena elección y honraba el orgullo de su apellido su padre sonreía, allí donde estuviese.

Se limpió la mejilla con el dorso de la mano y sujetando la bolsa con la otra salió a la calle y miró a su alrededor. Inmediatamente captó una figura pequeña, sentada en un banco a su izquierda. Era un niño -James no le echaba más de 10 años- envuelto en un abrigo oscuro mucho más grande que él y con una bufanda azul que le cubría las orejas y la nariz. El pelo rubio estaba desarreglado y sus ojos azules estaban fijos en el reflejo de los charcos de nieve derretida junto a la acera.

-Eh, tú - el chico, más bien niño, pensó de nuevo James, levantó la vista con los ojos azules muy abiertos y se quedó mirándolo con más curiosidad que sorpresa. Tenía un aire demasiado tranquilo, James chistó los dientes, acostumbrado a que los chicos más jóvenes del orfanato optasen por una expresión de miedo instantánea al ver a otro chico mayor llegar -. Henrietta me ha dicho que te de esto.

James le tendió la bolsa y el chico estiró un brazo para cogerla con excesiva calma.

-Gracias.

Definitivamente no le gustaba aquel chico. Demasiado tranquilo, se comportaba como si James, más alto y fuerte que él, no fuese en absoluto una amenaza para su integridad. Se cruzó de brazos, levantando un poco la barbilla en señal de autoridad, mientras el chico abría la bolsa y sacaba un croissant con cuidado. Utilizó una mano para retirarse la bufanda de la boca y James vio unos labios pequeños y rojos, si no fuera por el pelo corto habría pensado que era una niña. El niño lo miró con duda durante un instante y luego le tendió la bolsa abierta.

-¿Quieres uno?

A James le habría gustado decir que no y marcharse pero antes de pensarlo ya tenía una mano metida en la bolsa marrón de papel y estaba tomando asiento en el banco junto a él. Le dio un mordisco al croissant aún caliente y sin mediar palabra masticaron durante largos minutos de silencio. A ambos le colgaban las piernas del banco pero James observó con cierto orgullo que sus pies estaban más cerca del suelo.

-Me llamo James Buchanan Barnes -. El otro chico levantó la vista y James se dio cuenta de que sus ojos, de cerca, eran incluso más azules que los suyos.

-Ya sé quién eres, siempre estás con Will y Chuck, los de noveno -. El chico mordisqueó el último croissant y dejó la bolsa a un lado, aún estaba masticando cuando volvió a colocarse la bufanda hasta la nariz. James lo miró de reojo, un poco descolocado.

-¿Eres un chico del orfanato?

-Sí -. James creyó escuchar que sí, pero el chico aún estaba masticando y la bufanda amortiguaba el sonido de su voz.

-¿En qué curso estás?

-Sexto.

-¿Sexto? - Lo repitió en parte por la sorpresa y en parte porque no estaba seguro de haberlo escuchado bien - Imposible, yo estoy en sexto y eres mucho más bajo que yo. Eres un enano. Además, nunca te he visto en el orfanato. - Los ojos azules se entrecerraron con algo parecido a la ofensa y el rencor.

-Puede que sea más bajo, pero soy más inteligente -. James soltó una carcajada.

-¿Ah, sí?

-Sí. Will y Chuck son unos cabeza-huecas y unos abusones, si te relacionas con ellos tú también debes serlo. Y si no lo eres, es que te arrastras para que no te peguen, lo cual sólo te hace más patético teniendo en cuenta el estado de tu cara. En cualquier caso, no vales la pena. - James silbó con una media sonrisa en la cara, sólo media porque algunas de esas palabras habían dado justo en el blanco y James es el tipo de persona que odia demostrar que le han hecho daño. Prefería reírse que ofenderse, porque si lo hacía entonces el niño bocazas habría ganado.

-Con esa boca tienen que lloverte los puñetazos, debes andar siempre escondido para que no te maten de una paliza. - James soltó una risa mientras se levantaba del banco de un salto - No me extraña que no te haya visto por el orfanato.

El chico entrecerró los ojos por segunda vez, levantando la voz.

-Yo no me escondo -. James sonrió esta vez más ampliamente. Ahora le tocaba a él hacer daño. Se dio la vuelta, fingiendo que se marchaba con un ligero "claro que no lo haces" sarcástico en los labios. El otro chico se levantó de un salto con ambas manos cerradas en un puño. - ¡Yo no me escondo, nunca huiría de unos cerdos cobardicas como esos!

Esta vez James se giró con un gesto entre divertido y sorprendido. Ese chico no podía estar hablando en serio, ¿verdad?

-O bien eres un fanfarrón mentiroso o bien eres un loco suicida. En cualquier caso, no vales la pena -. James vio el momento exacto en que las mejillas del chico se tiñeron de un rojo intenso por la ira y levantó las cejas con gesto divertido mientras se daba la vuelta para marcharse. Tenía cosas más importantes en las que pensar, como por ejemplo en cómo iba a conseguir revistas guarras y cerveza para Will.

El chico, rabioso, corrió detrás de él y empujándolo con todas sus fuerzas por la espalda lo tiró al suelo mojado. James aún estaba confuso por la sorpresa del golpe, en parte porque el filo de la acera le golpeó las costillas dejándolo sin respiración y en parte porque el chico se había subido encima de él y con un tirón de su abrigo le había dado la vuelta asestándole un puñetazo en la mejilla.

-¡Yo no me escondo! - el chico estaba fuera de sí, repetía a gritos lo mismo mientras intentaba golpear a James con todas sus fuerzas. Henrietta tardó un segundo en salir al oír el alboroto y coger al chico rubio por los hombros y apartarlo mientras pataleaba al aire.

-¡Pero bueno, Steve! ¿¡Qué demonios estás haciendo!? - el chico, Steve, al parecer, se alisó el abrigo con un bufido y se cruzó de brazos.

-¡Es sólo un cerdo abusón, no se merece que le ayudes! - James se levantó con dificultad, realmente los puñetazos de Steve no le habían hecho demasiado daño, no eran nada comparados con los de Will o Chuck, en cambio el golpe con el filo de la acera en las costillas… Se llevó una mano a la zona y compuso una expresión dolorida. Miró con odio a Steve, que le devolvió la misma mirada desafiante.

Henrietta se llevó ambas manos a la cintura.

-Entrad ahora mismo, los dos. Vamos.

-¡Pero…!

-Entrad. Ahora. - Había una amenaza velada en el tono de Henrietta y Steve la reconoció, apretando los puños y dirigiéndose hacia la panadería con paso firme. James la miró con duda, Henrietta simplemente se cruzó de brazos con gesto de impaciencia y James entró en la panadería sin mediar palabra.

Los obligó a sentarse en dos banquetes contiguos, en los cuales cada uno miró en dirección opuesta, decididos a no cruzar palabra. Henrietta se llevó los dedos índice y pulgar al puente de la nariz y lo masajeó con paciencia, intentando disolver el comienzo de un gran dolor de cabeza.

-Steve - el chico levantó la mirada al ser nombrado, aún cruzado de brazos y enfurruñado. Henrietta compuso su mejor expresión de seriedad -. No puedes ir por la calle pegándole a la gente porque tú crees que se lo merecen, la cosa no funciona así. La gente merece un juicio, la gente merece que le des la oportunidad de demostrar lo que realmente son, si no lo haces, eres sólo un abusón más. - Steve pareció desinflarse al escuchar aquellas palabras, el cabreo se desdibujó en sus facciones y simplemente dejó escapar un "uhum". James lo miraba de reojo.

-James - esta vez era su turno, levantó la vista y Henrietta lo miraba con cierta dulzura tras la dureza de su gesto -. Steve es un buen chico y tú también lo eres, pero ambos sois muy cabezotas. Ahora quiero que os pidáis perdón y os deis la mano. Vais a ser buenos amigos porque lo digo yo, vamos. Tú empiezas.

James chistó. Estaba dispuesto a hacer el paripé del perdón por Henrietta, pero si pensaba que existía la más recóndita posibilidad de que aquél descerebrado y él fuesen amigos… estaba muy equivocada. Carraspeó y se bajó del banquete.

-Siento haberte llamado enano, fanfarrón mentiroso, loco suicida y cobarde. - James le tendió una mano que Steve se suponía que debía tomar y Henrietta levantó una ceja, cambiando el peso de pierna mientras esperaba.

-Siento haberte llamado abusón y cabeza hueca. Y siento haberte pegado -. Steve tomó la mano de James y se dieron un buen apretón de manos como si fuesen dos personas adultas. Henrietta sonrió satisfecha mientras sacaba una bolsa de detrás de la barra y se la tendía a James a la vez que le guiñaba un ojo.

-Te veré mañana por la mañana, James. Sé puntual. - El chico asintió con la cabeza mientras ojeaba la bolsa y sonreía aliviado al ver dos botellines de cristal y una revista. Henrietta le había salvado el culo, una vez más.- Steve, acompaña a James, le has hecho daño y ahora eres responsable de él. Ahora marchaos, tengo que trabajar. Venga, venga - mientras decía esto hizo un movimiento con ambas manos como si intentase espantar moscas.

Steve cogió aire, hinchando el pecho y andando con mucha rectitud mientras salía de la panadería. James le siguió mientras levantaba una mano en forma de despedida a la mujer detrás de la barra.

Ambos caminaron calle arriba sin mediar palabra y al llegar a la esquina James fue el primero en romper el silencio de nuevo.

-Puedes marcharte, no tienes que acompañarme.

-Se lo he prometido a Henrietta. Yo siempre cumplo mi palabra -. James lo miró con gesto de sorpresa mientras negaba con la cabeza y echaba a andar de nuevo rumbo al orfanato sin esperar a Steve. Inmediatamente escuchó unos pasitos rápidos detrás de él.

-Eres una persona extraña, Steve.

-Steve Rogers -. El chico carraspeó y James no sabía si darle un puñetazo o… No sabía exactamente qué. Algo se le ocurriría más tarde, seguro.