Dragon Ball, sus secuelas y sus personajes no me pertenecen, son obra de Akira Toriyama y la Toei. En este fic el GT no vale (o sea Goku no se fue, Piccolo está vivo y Súper 17/17 malvado no existieron).


Encuentros

-E…Espera…- pidió Krillin, alarmado por lo que la androide acaba de escuchar, y por qué el rostro de la chica parecía verdaderamente furioso.

Dieciocho saltó desde la orilla del Templo Sagrado, comenzando a surcar los cielos a gran velocidad, buscando de inmediato ese punto que le indicaba donde estaba su hermano, que no estaba en otro sitio más que donde se había llevado a cabo la pelea con Cell. Llegó hasta ese ahí, mirando a Diecisiete sentado en una roca, como reflexionando todo lo que había ocurrido.

Aterrizó a sus espaldas, cruzándose de brazos y proyectando su sombra sobre el suelo. -¿Y ahora? – preguntó ella, y el chico permaneció en silencio unos momentos.

-No lo sé… - respondió en un susurró. –Supongo que ya no podremos pasarnos los días destruyendo y robando las ciudades… ¿Verdad? – La chica bufó ante esa idea, pero en el fondo estaba agradecida por ello.

-Busquemos donde quedarnos, ya sabes…- se dio la vuelta, caminando lentamente, siendo seguida por Diecisiete un momento después.

-¿No se te ocurrió un mejor sitio? – preguntó ella, mostrándose furiosa y perturbada.

-Bueno, con el dinero que tenemos, el cual por cierto es nulo, no tenemos con que comprar alguna casa o una capsula… y pues tendrás que perdonarme, pero el Dr. Gero no me instalo el manual de construcción de casas…- replicó él, frunciendo el ceño.

-A veces eres tan fastidioso…- se quejó la rubia, dando unos pasos hasta quedar en el umbral de la puerta, si es que a eso se le podía llamar puerta. –Huele horrible, ¿No pudiste sacar los animales muertos antes de poner esto aquí? – tapó su nariz con los dedos, retrocediendo los pasos que había dado.

-Creo que ya no funcionas bien, aquí no huele a nada…- Diecisiete entró en la choza, detectando únicamente olor a humedad y maderas.

-Además, ¿Por qué rayos decidiste construirla a mitad de la nada? Los centros comerciales quedan muy lejos…- se cruzó de brazos, pateando el suelo con desprecio.

-No te quejes, de todos modos no creo que tengas el suficiente dinero como para comprarte algo… y no quiero repetir que esos tontos nos destruirán si nosotros hacemos un alboroto en algún lado…- la chica chasqueó, pero al final terminó por seguir a su hermano dentro de ese lugar, pues de hecho no tenía a donde más ir.

-¡Estoy harta de esto! – exclamó, deslizando su plato con desprecio al frente.

-¿Y qué quiere la princesa? No seas ridícula, si no te gusta esto entonces prepara tú la comida…- Diecisiete mordió su pedazo de carne quemada, la cual había sido parte de un oso alguna vez.

-¿No podemos comer algo más que animales? ¡O al menos que estén en un platillo diferente! – el chico rodó los ojos, restándole importancia. –Además esto huele cada vez más mal, y necesito ropa nueva… y un buen baño, en una ducha, estoy cansada de bañarme en el lago, los insectos me pican… y mi cama esta hecho jirones… parece que la sacaste de la basura…- enlistó, y a todo el chico asentía acuerdo.

-La saqué de la basura en realidad…- Dieciocho hizo una mueca de asco, mirando con reproche a su hermano. –Además, estamos igual, y yo no digo nada… deja de quejarte hermanita, lo que tenemos que hacer es robar un auto y vagar por el mundo, ¿Qué te parece? – ella sabía que él hablaba en serio, pero de igual manera torció su rostro en incógnita.

-De verdad que no entiendo cómo puedes ser mi hermano, ¡todo lo que haces o dices es estúpido! – gritó parándose de la mesa. -¡Con tus tontas ideas egoístas y aniñadas! – se giró, avanzando a la puerta.

-¡Hey si no te gusta lárgate! – le respondió, manteniendo su sonrisa confiada en el rostro.

-¡Eso haré! – respondió furiosa desde afuera.

-¡No seas tonta! ¿A dónde vas a ir? – se burló, mirándola cruzada de brazos apenas dos pasos fuera de la casa.

-¡A un lugar con baño y comida real! – respondió chirreando los dientes.

-Buena suerte, si encuentras algo bueno mejor quédate allá, así me ahorro la molestia de tenerte aquí…- La rubia no necesitó más, y se fue volando, alejándose sin ninguna dirección en particular.

Las peleas pronto avanzaron, y cada vez era más difícil la convivencia entre los dos, Dieciocho quería prosperar, pero el chico destruía su sueño y lo arruinaba con alguna estupidez, ya sea rompiendo cosas, quemándolas, robando autos, haciéndole travesuras, dejando sucios insectos en su ropa, o simplemente creando discusiones infinitas sobre algo que seguramente no valía la pena. Pero las cosas cambiaron, y la chica rubia comenzó a salir cada vez más seguido, y más tiempo, hasta el punto en que llegaba a dormir únicamente.

-¿A dónde vas? – le preguntó un día, mirándola salir en silencio como ya hacía aproximadamente un mes o dos.

-No te importa…- fue su respuesta, y salió volando como si nada.

Diecisiete gruñó e hizo lo de siempre, dispararles a los animales con su rifle y pasearse por ahí. Pero ese día en particular comenzó a pensar cosas, ideas que asaltaban en su mente perturbándolo. ¿A dónde iba Dieciocho? ¿Por qué tardaba todo el día? Le molestaba, más porque ella ya no se enojaba, ni discutían, de hecho prácticamente ya no hablaban. Y debía admitir que la extrañaba, y que se preocupaba, no entendía el porqué de su comportamiento distante.

-¿Me vas a decir a dónde vas todo el tiempo? – La rubia se sobresaltó ante la voz de su hermano, quien la esperaba afuera de la choza una tarde.

-Ya te dije, eso a ti no… ¡Ah! – Diecisiete la sujetó del brazo abruptamente, y la habría lastimado de no ser porque la chica era mucho más fuerte. -¡Suéltame, idiota! ¿Qué te pasa? – se quejó, masajeándose la parte afectada.

-¡Quiero que me digas! ¡¿Qué tanto haces?! ¡¿En dónde?! ¡¿Con quién?! – quizá era normal que la familia se cuidara y se preocuparan entre sí, pero en el caso de los androides era muy molesto tener que demostrar esa clase de debilidades.

-¿Acaso te importa a dónde voy? ¿No crees qué puedo cuidarme sola? ¡Puedo destruir el planeta entero si yo quiero! – extendió los brazos para señalar su punto, pero el chico frunció más el rostro.

-No es eso, pero… pero… me molesta que te vayas…- admitió, y la chica se cruzó de brazos, adornando su rostro con una sonrisa burlona.

-¿Acaso estas celoso? ¿Te molesta que tu hermanita vaya por ahí con la demás gente? – preguntó, y él contrajo su rostro, negando absolutamente. -¡Ah! ¿Entonces es el hecho de que no tienes a nadie más a quien molestar? ¿Qué el niño se siente solito? – se burló, colocando las manos en sus caderas. -¡Consíguete una vida y déjame en paz! – gritó antes de entrar a la choza.

El muchacho quería gritar, responder, pelear, pero no pudo, era la verdad, y no tenía con que objetar en contra. Sostuvo su rifle, andando a grandes zancadas lejos de ahí. Se sentía verdaderamente furioso, impotente. Su hermana era una completa tonta… y con esa clase de pensamientos prepotentes y ególatras se perdió en la noche, llegando en la mañana, en donde no volvió a encontrar a su hermana.

Ya lo había decidido, ya había hablado con aquel chico y no había más que decir, estaba segura. Lo deseaba, necesita el cambio, lo anhelaba, pero aun así llevaba una semana completa regresando a aquel basurero, incluso después de que ya había pasado más de una noche en aquella casa, en donde ya había un espacio esperando para ella. Pero sentía que le faltaba algo por hacer.

Ese día llegó más temprano de lo acostumbrado, y Diecisiete estaba aún cenando en su mesa robada de algún restaurante vaquero. El chico se sorprendió de verla, pero lo disimuló bastante bien, mordisqueando más su carne y mirando el resto de su comida. La chica se sentó en la otra silla, cabizbaja y pensativa. Era la primera vez que se veía tan desconcertada y… quizá triste o preocupada.

-Diecisiete… ¿Te gusta este lugar? – preguntó, y el muchacho se sobresaltó un poco.

-¿A qué viene eso? Ya te dije que si no te gusta te largu…-

-Exactamente de eso quiero hablarte…- interrumpió ella, y él soltó lo que tenía en las manos, prestándole completa atención. –Diecisiete… vámonos de aquí…- El mencionado se paró de la mesa, empujando su silla hacia atrás por el movimiento.

-¡¿Irnos?! ¡¿A dónde?! – preguntó, imaginando que quizá la chica había estado trabajando y ahora tenían un lugar decente.

-Es una isla… la casa no es muy grande, pero cabríamos muy bien…- el chico escuchó algo extrañado, mostrando interrogantes ante su propuesta. Estaba a punto de preguntar de donde la había sacado, pero la chica continuó su relato. –Ya hablé con Krillin, y él está de acuerdo con que tú también te vayas a vivir a allá…- la mesa salió volando repentinamente, y la rubia se asustó un poco.

-¡¿Krillin?! ¡¿Hablas del enano ese?! – preguntó, pasándose una mano por el cabello. -¡¿Con que de eso se trataba?! ¡Todos los días te largabas a hacerte amiguita de todos esos inútiles! ¿Por qué no me lo dijiste antes? – preguntó, clavando su mirada en la de ella.

-¡Por eso mismo! ¡Porque eres una bestia que no entiende nada! ¡Krillin no es un inútil! – se dio cuenta de su error tarde, Diecisiete la veía sorprendido, y a la vez incrédulo.

-Tienes que estar bromeando… no me digas… ¡No me digas que te enredaste con esa basura! – exclamó acusador, y la chica lo desafió con la mirada.

-¡No es una basura! ¡Y… y… él es mi novio! – se sintió boba por decir aquello, pero no era nada más que la verdad.

-¡No puedo creerlo! ¡Te revolcabas con él todos los días! ¡Que bajo has caído! – se burló, y la fémina ya no aguanto más comentarios.

-¡Eres un imbécil, Diecisiete! ¡Eres de lo peor, detestable e irritante! ¡Ya no te soporto! – le gritó, mirando como él se sonreía con burla y malicia.

-¡Pues ya somos dos! Tú no te quedas atrás hermanita, pobre de ese imbécil que no sabe en qué líos se está metiendo al acostarse contigo… - ella levantó una mano juntando energía, y el chico extendió los brazos, provocándola, incitándola a lanzarla. –Hazlo, no me importa, de todos modos, ese cretino no deja de ser un pelele tapón de alberca… ahora que lo pienso podrían estar bien juntos, solo alguien como él te soportaría…-

Para sorpresa de los dos, Dieciocho bajó la mano, mirándolo con recelo. -¿Sabes, Diecisiete? Eres insoportable, no se puede confiar en ti porque siempre sales con algo estúpido. ¡Al menos yo me conseguí a alguien! ¡Tú te quedarás solo! ¡Ninguna se fijaría en ti, solo una loca! Me voy, y no regresaré nunca, es más, ¡No quiero volver a saber de ti! soy mucho más feliz y de más utilidad allá… y te conozco lo suficiente para saber que te quedarás aquí padeciendo por simple capricho… - apretó los puños, sintiéndose un poco mal, pero a la vez estaba liberada. – No eres más que un niño, rebelde, necio y egoísta… te quedarás solo si no maduras… por siempre… - y con eso ultimo la chica levantó el vuelo, dejando a un enojado muchacho, que más que ofendido por sus palabras, se sentía traicionado y enojado por abandonarlo. ¿Qué sabía ella de él?

[Muchos años después]

Miró a la mujer que dormía a su lado, dedicándole unos breves momentos más de admiración antes de irse y jamás volver a verla. Se vistió a prisa, tomando sus cosas y marchándose de esa habitación de hotel. Caminó a paso calmo unas cuadras, con su vista pegada al pavimento bajo sus pies. Su cabeza daba vueltas, y sabía bien que no era por el alcohol que había ingerido, esas cosas jamás surgían efecto en él. Subió el cierre de su chamarra de cuero negra, queriendo así disipar un poco e vacío que sentía interiormente.

Una que otra frase lejana agobiaba sus pensamientos, pero el peso de la satisfacción y placer recibido lo sepultaba en una montaña que se agolpaba con los años. Los muchos, muchos años. No es como si estuviese arrepentido, pero había algo en toda esa montaña de actos que no lo dejaba enteramente satisfecho, era como nadar en la nada hacía ningún lugar. Había veces en los que algo similar a "problemas existenciales" golpeaba su mente, pero se disipaban cuando todo su pensamiento era guiado hacia su creador, no hacia él.

Se detuvo en una señal de alto, observando por el rabillo de su ojo su reflejo en el cristal de un edificio. La misma imagen que hacía años, ni una arruga más viejo, nada que mostrara que los años pasaban por él, ni física, ni mentalmente. El cruce cambió, y con este el grupo de gente que comenzaba a transitar la carretera, se mezclaba con ellos, pero no dejaba de pensar que cada día era más distinto a los humanos. Ellos tan tranquilos, tan felices, en completa paz. ¿Cómo hacia él para llegar a eso? ¿Cómo volver a lo que creía, le habían arrebatado?

Suspiró, sabía que no valía la pena hacer preguntas que solo lastimarían más su alma, ¿Qué importaba igual que había sido antes? Como fuera, no podía cambiar el ahora. Se detuvo en una esquina, observando a unos sujetos, ancianos que charlaban felices, sonriendo con tranquilidad a sabiendas que tendrían a la muerte encima en cualquier momento. Y los envidió.

Los envidió al igual que lo hacía con cada ser vivo en ese planeta. ¿Un castigo o un privilegio? Se preguntó, ¿Qué era esto de la entera eternidad? ¿Qué era ser un ser complementado de fierros? Era ser un ser eterno, sin cambios, sin opciones. Y cualquiera pensaría que era el sueño de todas personas en el mundo, ¿Pero qué tan cierto era cuando ya estabas metido verdaderamente en eso?

Una mentira, claro está. Volvió su mirada al suelo, y su sombra apenas se proyectaba en el piso, pues el sol era cubierto por una gran cantidad de nubes grises que yacían sobre Satán City. Pensó en ir a su auto y volver a su casa en ese momento, pero en realidad no tenía a que volver, no tenía a que ir a ningún lugar en realidad. No a permanecer solo.

Frenó en otra esquina, esperando a que el semáforo cambiara y diera paso al transeúnte. Guardó sus manos en los bolsillos, mirando sin interés esos autos que corrían frente a sus ojos, ¿Qué había cambiado? ¿Por qué no sentía aquellas ganas, como hacía años, de robar cosas y hacer escandalo? Ahora solo deseaba paz, y deseaba sentirse menos miserable.

Caminó detrás de un grupo, una familia en apariencia, y los observó con recelo, mirando como sonreían, crecían, se confiaban. Sus ojos se fueron a otro lado, negándose a ideas absurdas como esas, mientras su mente seguía recitando las palabras de aquella mujer hacía ya mucho tiempo. "Solo para siempre" No sonaba tan mal en aquel entonces, pero ahora era su propio castigo, la soledad.

Quería terminar con ella, pero entonces, ¿Por qué seguía escapando de cada mujer que se le atravesaba en el camino? ¿Por qué siempre huía antes de que despertaran? ¿No era el momento? ¿La persona? ¿La ocasión?, ¿Cuándo lo sería entonces? Un trueno sonó en lo alto, y la lluvia comenzó a caer sin clemencia sobre la ciudad, haciendo que la gente corriera a refugiarse y se cubriera con sombrillas o sus manos. Pero él se quedó inmóvil unos segundos, inmerso en sus cavilaciones, demasiado ocupado como para preocuparse por algo como eso.

Avanzó un par de cuadras más, deteniéndose en un establecimiento finalmente, algo fastidiado ya del agua escurriendo por su cabello. Miró dentó a través de las ventanas de cristal, y se le hizo atractivo la idea de un té caliente en ese momento, así que entró en la cafetería, tomando asiento en una de las mesas del fondo. El mesero se acercó, y pronto llevó su pedido a su sitio. Se reflejó en el líquido marrón de su taza, y contempló sus ojos, su apariencia incambiable era algo que había adorado siempre, de lo poco que agradecía, ¿Qué era este extraño deseo ahora? ¿Es que acaso había cambiado de pensar? ¿Era eso lo que nombraban "Madurar"?

Suspiró largamente, mientras meditaba sola desde su lugar, sentada en una butaca del parque en Satán City, no sabía si esta vez de verdad era para siempre, pero si sabía que jamás volvería a ser igual. Miró la pantalla de su teléfono y dedicó una sonrisa dolida a la fotografía que se mostraba frente a ella, en donde lucía abrazada a aquel que creyó el amor de su vida. ¿Por qué las cosas se tenían que terminar a esas alturas, después de tanto? Y lo peor era la manera en lo que lo había hecho, ¿Acaso lo merecía?

Se reprochó a ella misma haber sido tan confiada y tan ciega, entregando todo amor y haber esperado que el otro hiciera lo mismo, por haberlo creído. Ahora sabía que no era lo suficiente para ser la única. Pero, ¿Quién se creía él para ser merecedor de dos? No era nadie. Y por eso misma ella se saldría del juego, no quería permanecer en un sitio en donde no era valorada. Y ella que estaba tan enamorada, que tonta.

Apretó su móvil en su mano, y con dificultad presionó la opción de borrar, mientras veía con dolor la imagen eliminarse. Repitió el proceso con la siguiente foto, y la siguiente, y después ya no se detenía a mirarlas, ya no valía la pena llorar poa algo que no volvería, algo que quizá jamás había sido suyo. Algo que en el fondo le desgarraba el alma, y que el amor perdía una guerra contra el orgullo y el resentimiento. Esa era la línea del fin.

Las fotografías de su teléfono que lo incluían habían desaparecido por completo, pero eso no aliviaba en nada el dolor en el alma que la agobiaba. Así lo borrara de todos sus contactos en todos lados, no podía borrarlo con presionar un botón dentro de su corazón. Volvió al menú del teléfono, y releyó el mensaje que había enviado, y aquella respuesta que la había dejado en ese estado de incertidumbre y desesperación en el que estaba.

"Trunks, da nuestra relación por terminada, y haz el favor de no buscarme más, los dos sabemos que no vale la pena"

Había dicho, y había esperado ser lo suficientemente clara. Para ella habría sido mejor y menos complicado que él aceptara aquello, que los dos se olvidaran y que continuaran con sus vidas en tranquilidad. De haber sido así el dolor sería menor, pero ahora se encontraba dentro de esa batalla mental que no podía librar. Él se había reusado.

"Todo esto es un maldito mal entendido, de ninguna manera permitiré que terminemos"

Ni siquiera se había dignado a llamar, o a ir a buscarla, solo eso, un mensaje que le indicaba que no estaría tranquila. Tenía muy pocas ganas de pelear y de verlo, estaba muy dolida y gastada de tanto llorar como para tener ánimos de reclamarle en ese momento. Sólo quería terminar eso de una buena vez. Sólo quería comenzar a olvidar. ¿Por qué Trunks quería aferrase a algo que ya había terminado? ¿A algo que probablemente nunca había sido?

Cerró los ojos, recargando su cabeza en el filo de la banca mientras en su mente se repetían los acontecimientos de esa mañana temprano, cuando ella decidió ir a visitar a su novio, ese, el cual no veía desde hacía un mes y medio, y con el cual llevaba aún más tiempo sin tener una cita o momento lindo a solas. Ni siquiera sabía por qué había ido, si Trunks había sido claro que no quería interrupciones durante su trabajo, que debía terminar muchas cosas y que un día de esos se verían.

Pero fue, tonta e ingenuamente fue. Había sido aconsejada por Goten, quien incluso le ayudó en proporcionarle piso y oficina. Estaba feliz, y llevaba consigo un almuerzo hecho con entusiasmo, almuerzo que quedó hecho un desastre en el suelo, justo en la entrada de la oficina del ahora presidente de la Corporación Capsula, en donde, por la impresión, Marron la había soltado de las manos.

La imagen era perturbadora incluso ahora que la recordaba. Trunks, SU novio, besando a otra mujer, pero no solo la besaba, si no que la tenía sobre su escritorio, con la minifalda arremangada en la cintura y la ropa interior atrapada en uno de sus tobillos, mostrando vulgarmente los senos por su camisa de vestir desabrochada. La conocía, era su secretaria, una pelirroja de voz acaramelada que le sonreía falsamente siempre que iba a visitar a Trunks. Ahora entendía por qué.

Marron se había quedado tiesa, con los ojos al tope mientras analizaba lo que veía, mientras los últimos quejidos que soltó la mujer antes de percatarse de su presencia taladraban sus oídos. Su novio, con el traje puesto y solo lo estrictamente esencial descubierto, la sostenía de la cintura, penetrándola gustoso parado al lado de su escritorio.

Recordó la cara de ambos al ser conscientes de su presencia, más específicamente la de Trunks, el miedo en su cara, y luego la furia, su ceño fruncido y confundido, mientras se colocaba los pantalones en su sitio y trataba de ir tras ella. Marron huyó del lugar, sin poder evitar llorar en su trayecto, las cosas no tenían sentido, parecían irreales y demasiado dolorosas. El muchacho, por obvias razones tuvo la capacidad de alcanzarla, tomándola del brazo rudamente.

-¡¿Qué haces aquí?! ¡Te dije que no podías venir a mi trabajo! – esas habían sido sus palabras, ¿Cómo se atrevía a reclamarle incluso después de eso? Era estúpido e inaudito.

Se soltó de su agarre, propinándole una cachetada mientras salía del edificio, esta vez sin ser detenida. ¿Cómo se atrevía él a decir ahora que era un mal entendido? ¿Era un malentendido lo de ella o lo de la secretaria? No había caso, no tenía razón de ser ya nada, había vagado todo el día por la ciudad, tratando de digerir todo aquello, pero simplemente no podía, eso le costaría mucho tiempo.

Se puso de pie al mirar la hora en la pantalla del móvil, eran cerca de las seis, y debía volver a casa pronto o sus padres se preocuparían, así que comenzó a caminar a un lado. Que tonta al pensar que su novio la llevaría a casa, se lamentaba ahora de no haber llevado su propio auto, tendría que caminar hasta las afueras de la ciudad, quizá después podría llamar a su padre.

Un trueno crujió en lo alto, y las gotas frías comenzaron a caer desde el cielo, chocando contra su rostro y resbalando por toda su piel. Se apresuró, tratando de refugiarse, frenando en la entrada de una cafetería. Se abrazó a sí misma, mirando hacia arriba, pensando que definitivamente no parecía que terminaría de llover pronto, así que decidió entrar al establecimiento, llamar a su padre y esperar a que llegara por ella dentro de esa cálido lugar. Se sentó en la banca más próxima, pidiendo un café al muchacho que se acercó a atenderla.

Diecisiete miró al frente, contemplando frente a sus ojos la figura de una joven. Sus labios se curvaron en una sonrisa, algo entre macabra e interesada, era extraño como hacía tan solo unos segundos estaba dispuesto a morir, y ahora nuevamente su afición a las distracciones lo hacía perder la postura. Era cierto que le gustaban las rubias, pero la muchacha dos mesas adelante tenía algo más que le llamó la atención.

Se iba a poner de pie, pero se la pensó dos veces, ¿De verdad iba a terminar en otra cama con otra mujer? No era como si tuviera muchas ganas, pero parecía ser ya ese su estilo de vida, además, tenía unas urgentes ganas de llenar ese espacio vacío dentro de sí mismo. Se levantó decidido, tomando la taza de té en su mano y avanzando a través de la mesa que los separaba.

-Hola…- saludó, y la chica se sobresaltó, cerrando el móvil que acababa de sacar. -¿Puedo sentarme? – preguntó amablemente, y Marron le miró con desconfianza, terminando por dar un breve asentimiento.

Diecisiete tomó lugar en la silla frente a ella, contemplándola desde esa distancia. Sí que era bella, y esos ojos azules que cargaba eran deslumbrantes, vagamente le recordó a algo que no supo definir, era una sensación extraña. Desvaneció la idea, y encontró algo más en esos ojos, en ese rostro, que solo belleza, había algo que no encajaba, parecía ser tristeza. La rubia le miró de reojo, tomando de su café lentamente.

-¿Por qué una joven tan bonita esta tan sola? – preguntó, con una de sus típicas frases seductoras, esas que ya le salían solas, repitiéndose en su cabeza como una especie de grabación barata.

Ella sonrió en respuesta, girando sus ojos a otro sitio que no fuera él. Había algo en el rostro de ese hombre que se le hacía familiar, en sus ojos, sus facciones, no estaba segura, pero era como si lo hubiese visto antes, o como si se pareciera a alguien. Lo miró más atentamente, y sus pensamientos dieron a la conclusión de que probablemente era similar a esos modelos de las revistas, su rostro era varonil, pero delicado, una extraña y atrayente combinación. Era un sujeto realmente guapo.

-Tienes unos ojos muy bonitos…- dijo él, sacándola de su inspección minuciosa, de la cual no había sido consiente hasta que él habló y se percató de que no había dejado de verla.

-Gracias…- soltó bajo, y sus ojos azules viajaron hasta dar con la mesa. Sabía de sobra lo que el tipo quería, era más que claro que estaba intentando conquistarla, y en cualquier estado normal ella ya lo hubiera ahuyentado amablemente, pero esta vez algo era distinto, algo en ella, en su entorno, era diferente.

Ya no tenía novio. Y esa era una idea que pesaba y golpeaba desde lo más profundo. De todas maneras habría corrido a cualquier hombre, pero ese día no, ese día, además de su corazón, su orgullo también estaba herido. Trunks era guapo, rico, famoso, perseguido por cada mujer en la tierra, deseado y codiciado. Pero él tenía la opción de decidir entre aceptar o no. Y lo había hecho, había aceptado a una de tantas, sin pensarlo, sin importar. ¿Por qué ella no podía darse el lujo ahora de tener a un interesado cerca? Sabía que no era fea, y tampoco es como si fuera a meterse con él así de fácil.

-Dime, ¿Cómo te llamas? – se atrevió a preguntar, y al chico le brillaron los ojos, igual de fuerte que le brilló la sonrisa.

-Di… Keita…- se corrigió, había aprendido desde hacía un tiempo a no decir su nombre, era un truco cambiarlo cada determinado número de mujeres, y su "nombre" real había quedado atrás hacía mucho tiempo. -¿Y tú? – preguntó con la sonrisa ladina en su rostro.

-Marron…- respondió, mostrando una sonrisa amable, y combinada con el resto de su rostro angelical la hacía lucir recién bajada del cielo.

-Que nombre tan hermoso… igual que la chica que lo usa…- comentó, y la rubia sonrió tímida nuevamente, era extraño recibir halagos de otro hombre, más el mismo día que habías descubierto la infidelidad de tu novio y la misma ruptura.

Marron bajó la mirada, mientras una parte cobarde de sí misma deseaba huir prontamente de ahí, estaba enamorada y amaba a otro chico, no tenía por qué estar siguiéndole el juego y coqueteos a un hombre que acaba de conocer, pero se reusó. ¿Acaso Trunks había pensado en ella? La respuesta era clara, y aunque la manera más baja de hacer las cosas era pagara con la misma moneda, no deseaba ser tampoco la tonta que se pasara llorando. Además, no era como si estuviese haciendo algo malo. Ahora era libre.

Comenzaron a charlar, primero tímidamente, pero luego los temas triviales los envolvieron, y aunque Marron hablaba con la mayor de las verdades posibles, llegaba a mentir respecto a su vida, los guerreros Z siempre debían ser un misterio. Por su parte, Diecisiete era el más mentiroso entre los dos. En su existencia había pisado una escuela, y ahora presumía de ser un joven profesional, ni idea de que fuera eso. Pero no importaba, los dos estaban manteniendo una charla muy amena, que alejaba a ambos de sus preocupaciones anteriores.

El muchacho veía a la chica, tenía un toque especial en los ojos, y se alegraba de que al menos diciendo un par de disparates ese lúgubre tono sobre sus ojos celestes disminuyera, había algo especial en su mirada. Lo sabía, pero no tenía una clara idea de ello. Comenzó a recorrer en su mente el rosto y ojos de otras mujeres, pero todas ellas carecían de lo que Marron portaba, parecía inocencia. Una vida jovial e inocencia. Su figura y rostro tierno, con esa sonrisa llena de vida le hacía verla muy lejos del estándar del resto.

Cayó en cuenta, después de más de una hora hablando y de que la lluvia hubiese parado diez minutos atrás, de que definitivamente había algo encantador en ella, un hechizo quizá, un embrujo en sus ojos. Uno que lo hacía intrigarse e indagar más, de querer más. Diecisiete se conocía a sí mismo, y sabía reconocer cuando su cuerpo elegía una mujer, pero una calidez en su pecho atacaba esta vez. Era como si otra parte estuviese eligiendo ahora. Por primera vez.

Su teléfono vibró en su bolsillo, y lo sacó para revisar el mensaje de la mujer que acaba de dejar en la cama de un hotel, seguramente ya había despertado. Lo guardó velozmente, volviendo sus ojos a la chica, pero esta se vio alarmada en un momento.

-¿Qué hora es? – preguntó, y el chico volvió a ver su pantalla.

-Son las ocho…- respondió con naturalidad.

-¡Me van a matar! – exclamó escandalizada, colocándose en pie repentinamente.

-¿Qué? ¿Quién? – preguntó el chico poniéndose de pie también.

-Mis papás, ya es muy tarde…- tomó su bolso que descansaba sobre la mesa. –Lo siento, debo irme, fue un placer…- comenzó a caminar a la salida, pero el chico se levantó, corriendo tras ella.

-¡Espera! Puedo llevarte a tu casa, si quieres…- se ofreció, preguntándose donde rayos estaba y donde demonios había dejado estacionado su Impala, pero solo era cuestión de buscar un poco. Sin embargo Marron negó, planeaba llamar a su papá en una esquina y que él o su mamá fueran por ella volando. Comenzó a caminar de nuevo, pero esta vez Diecisiete la frenó del brazo. –Aguarda, me gustaría verte otra vez, ¿Crees que se pueda?…- pidió, y la rubia se lo pensó un momento.

Había pasado un rato increíble, la charla le había distraído y había sido interesante, además, el chico de verdad que le resultaba atractivo, no sabía si estaba siendo apresurada o estaba bien involucrarse con alguien, sabiendo qué está interesado en ella, pero de nuevo su dignidad y el deseo de venganza o retribución divina invadió su mente. –De acuerdo…- accedió, sacando una hojita de papel, escribió su número de teléfono, colocando su nombre a un lado y permitiéndose el atrevimiento de poner un corazón.

-Bien, yo te llamo entonces…- dijo él, mirándola un momento más. Marron iba a escaparse de nuevo, pero una vez más Diecisiete frenó su marcha, dejándola parada frente a él. –Hasta entonces…- besó su mejilla, y la chica se quedó pasmada sin esperar aquello.

De nuevo una parte de su mente le decía que estaba mal aventurarse a arriesgar su corazón, el cual por cierto estaba atado a alguien más, pero el rubor en sus mejillas era indiscutible, además de los nervios que ascendieron por todo su cuerpo. Miró a "Keita", y este le sonreía dulcemente, mostrando y deslumbrándola con su rostro encantador.

El hombre la soltó, y finalmente la chica escapó a gran velocidad por la calle, presa de las emociones. –Disculpe joven, ¿Usted va a pagar la cuenta? – dijo el mesero tras él, y Diecisiete rió divertido, cruzándose de brazos, intrigado por todo, lo había dejado confundido y desordenado, revuelto por dentro como no había hecho una simple joven antes, y no conforme, tenía que pagar su café también.