Mis queridos polluelos!

Gracias a las ideas locas de CarXx, les traigo otra historia de esta pareja que, en realidad, inspira a la imaginación loca de esta escritora.

No serán más que dos capítulos, así que no os preocupéis!

[Continuación de Accidentada, aunque no es para nada necesario leer la historia mencionada para leer ésta]

Disfruten.

Queonda.


Bajo la tierra, en los dominios infernales de Enma Daio Sama se desataba una batalla épica. El mundo parecía cubierto de caramelos luego de la explosión de un tanque de maldad causada por un ogro distraído. El palacio estaba congelado entre lo que parecía un caramelo duro.

Un gran monstruo corría a Goku por todos lados, gritando al son de sus disparos "Janemba". Era demasiado poderoso para Goku, teniendo que recurrir a un amigo. La fusión era su única esperanza para derrotar al malvado ser que pronto evolucionaría, pero ése no era el único problema.

En la capital del Oeste, los muertos volvían a la vida. Un señor mayor que visitaba a su esposa, quedó atónito al verla aparecer frente a sus ojos, clamando un poco de cariño. Las calles eran recorridas por todo el ejército feroz nazi de Hitler, quien destrozaba los autos asomándose por la entrada de un tanque. Del cielo, llovían los villanos que alguna vez los guerreros Z habían tenido dificultades en enfrentar. Freezer y Cell se aliaron para destrozar la ciudad y vengarse, mientras que la patrulla Roja avanzaba por los caminos de salida de la ciudad y las Fuerzas Especiales Ginyu dejaban confundidos con sus pasos frenéticos de danza y pose a unos clientes de un centro comercial.

Era la mayor catástrofe jamás vista. Pero Bulma se mantenía serena, preparando una taza de té, mientras mentalmente confiaba en que su pequeño Trunks acabaría con todos ellos con un simple soplo de aire. Con su taza en la mano, se acercó a su ventana para ver la pandemia desatada en masa. La gente no sabía si correr de su ser amado y perdido, o si acercarse y abrazarle. Ella no pudo evitar soltar una pequeña risita. Pero con su mirada, y quizás sin darse cuenta, buscaba a un hombre. Más bien a su hombre.

Desesperanzada, ella resopló al no encontrar rastro de su amado Vegeta.

—Todos vuelven a la vida— mencionó—, menos Vegeta.

Dio un sorbo a su té y lo dejó reposar sobre su mano, mientras caminaba por la casa esperando que, por un segundo, él apareciera de sorpresa tras ella y le diera el beso de su vida. Pero ella sabía que eso no podría pasar. Sentía la casa solitaria, sin siquiera sus padres. Era sin dudas deprimente.

No podía evitar pensar que, mientras todos se reencontraban con sus seres amados, ella permanecía sola en esa casa de hierro gigante.

El té se sacudió mínimamente, ella lo terminó de beber y lo dejó en un costado. Decidió que no podría hacer nada para ayudar a los sayajins que se deshacían de los ya muertos, entonces siguió con su vida, como solía hacerlo.

Bajó las escaleras y se dirigió al baño. Quizás tenía suerte y Vegeta se le aparecía y la amaba como solía cuando él se encontraba vivo.

Mientras se desvestía, creyó escuchar un mínimo sonido de puertas, pero el mismo se extinguió con el abrir de la ducha. Casi ningún sonido se podía oír desde dentro de ese baño, mientras la lluvia caliente corría sobre el cuerpo de seda de la peliazul.

Mientras sentía el jabón limpiarla profundamente, sintió una cálida sensación en su interior. Su corazón comenzaba a palpitar, sintiendo de alguna forma la emoción que solía sentir cuando se llevaba una importante batalla a cabo. Casi podía jurar sentir la sangre acelerarse en el cuerpo de su amado, Vegeta.

—Quizás— se dijo a sí misma, también esperando una respuesta desde el otro lado – él esté aquí.

Un impulso la hizo colocarse la toalla y salir corriendo de la ducha, dejando el amplio baño mojado y la bañera con el agua abierta. Patinándose por los pasillos de su casa, atajó una caída con su brazo en el suelo y siguió deslizándose por toda la corporación hasta llegar a la puerta. Cuando se enfrentó con la entrada, parte de ella se deprimió, la otra parte sólo se desilusionó.

La puerta estaba cerrada, vacía y sin ningún sayajin malhumorado que la retara por mojar la casa como si fuera una mujer vulgar.

Bufó, quitándose algo de cabello mojado de los ojos y volteó para seguir con su ducha. Sentía sus pies fríos caminar sobre los charcos con jabón que ella misma había dejado. Pensó que debería limpiarlos, y mientras subía la escalera sus ojos notaron desde la vista periférica una sombra en una de las puertas.

Quedó estática, con un pie sobre el escalón. Una pequeña sonrisa que llevaba se desvaneció, mientras que sus ojos se abrían más y más. Volvió un pie. Sacó la mano derecha del barandal.

Dio cuatro grandes pasos con sus finas y largas piernas hacia atrás, sin atreverse a mirar a su derecha, donde la cocina se abría lugar. Sostuvo la toalla con ambas manos en su pecho y giró su cabeza, junto con el movimiento de sus sedosos cabellos mojados.

Un joven de tez oscura y armadura demasiado conocida para ella estaba recostado sobre su hombro contra el marco de la puerta, con su brazo libre hacía girar su cola en su mano como si fuera un lazo.

Los cabellos de Bulma se erizaron completamente, a lo que corrió. Su primera reacción, pero no sabía hacia dónde correr, entonces se encerró en el baño. Colocó la traba de la puerta y se recostó contra la misma. No sabía a dónde mirar.

—¿Qué fue eso?— se fregó los ojos.—Tal vez vi cualquier cosa. Quizás era mi propia sombra… o jabón. ¡Jabón! Sí, eso en mis ojos me debe haber cegado.

Se deslizó hasta chocar contra el suelo, con la oreja contra la puerta de nogal. Los pasos en la escalera eran fuertes, hacían crujir el alfombrado. El corazón de Bulma se aceleró, su pecho ascendía y descendía con furia, sin poder mantenerse calmada. De pronto, los pasos de una botas que ya conocía se escuchar mover hasta la puerta. En puntillas de pie, la peliazul avanzó lejos, hasta que vio el picaporte moverse, hasta ser completamente arrancado.

De un grito, ella se metió dentro de la bañadera, sin notar que la ducha aún seguía abierta. Se corrió hacia un lado de la pared, entre los vidrios opacos que separaban la ducha del baño en sí. Se escondió contra el suelo y mantuvo la respiración.

La puerta no se abrió, cayó al suelo de un golpe. La humareda de polvo de la puerta arrancada y el vapor de la cucha caliente se despejaron junto al sayajin que ingresaba, con aires de superioridad. Inspeccionó con sus ávidos ojos lo más que pudo ver con la neblina que había, volteó y se fue.

Bulma levantó la cabeza del agua, casi ahogándose, pero intentando respirar silenciosamente. En su mente, había muchas preguntas generadas por un terror inesperado.

¿Qué hace él aquí? ¿Cómo pudo suceder? Recordó los muertos vivos. ¡Justo él debía llegar! Creí… que no lo volvería a ver.

Una pequeña chispa que la había incendiado esa extraña y apocalíptica vez en la que lo había conocido, volvió a encenderse paulatinamente. Cuando lo sentía cerca, algo caluroso se hacía lugar entre el miedo. No era amor… era algo que no recordaba haber sentido desde su adolescencia, llena de aventuras.

Atracción. Sentía atracción por el desafío que ese sujeto le presentaba. Sentía atracción por ese hombre tan…

—¡No lo pienses!— Exclamó Bulma para sí, mientras se colocaba una bata de baño y salía a hurtadillas del baño, mirando hacia afuera por el marco de la puerta. No lo vio. Los charcos mojados sonaban con el estrepitoso caminar de la mujer. Acomodó su cabello corto hacia atrás y se deslizó hasta la habitación de sus padres.

El gran balcón de la habitación estaba cerrado. Ese balcón daba hacia el patio, si lograba llegar a la cámara de gravedad estaría salvada. Nadie podría entrar o salir de allí, estaba segura. De todas formas, ella lo había construido.

Bajar como si fuera un tobogán por el barandal de las escaleras la había emocionado, se sentía huir de su muerte. Hacía tanto que no tenía esa necesidad, la extrañaba. De cierta forma, extrañaba la diversión de la aventura y el peligro, cosa que había dejado de lado poco a poco por la familia y el crecimiento de su empresa.

Sus pies descalzos corrieron, algo chuecos y flacos, por todo el pasillo. El silencio de la casa no ocultaba el tap tap de la planta de sus pies al correr.

El pasto del jardín estaba húmedo y fresco, normal en una cálida tarde de verano. Sobre una mesa, se encontraban las bebidas de su madre que parecía haberse olvidado.

Colocó el código de la puerta de la cámara de gravedad que se encontraba en el patio. Era para las emergencias, lo que se traducía como "Cuando Vegeta se enfurece y destroza la casa"

Entró y selló la cámara. Su bata estaba llena de tierra. Bulma la sacudió y encendió las luces desde el teclado de direcciones en el centro de la habitación. De pronto sintió que sus pies no tocaban el suelo, y que su espalda se enfrió de golpe.

—Turles…— dijo, entre resoplos. La garganta le estaba siendo presionada por su mano musculosa.

—A que no me esperabas –Pronunció él, con su boca rozándole la mejilla de porcelana. Bulma sentía en sus poros el cálido aliento del sayajin, le helaba el alma.

Ella se sentía desvanecer. No puede ser, se dijo a sí misma, caída bajo los pies de un sayajin… no, esto no debe ser así. He tratado con ellos, y ¡esto no será así!

Abrió sus ojos lagrimeados por la falta de aire y la presión en el cuello, y se cruzó de brazos en una posición de extrema superación.

—Sí, te esperaba. Era obvio que estarías aquí. ¿Nada de lo que haces es una sorpresa?

Una pequeña alarma de alerta se encendió en su mente, su ceja izquierda se levantó. ¿Realmente esa humana estaba jugando con él?

La bajó bruscamente y volteó, avanzando unos pasos. Bulma sonrió, le estaba ganando la partida.

Rió—No trates de mostrarte superada— Volteó y la miró con sus penetrantes ojos negros, que la hicieron temblar un momento –No eres más que una débil… ¿De qué raza inferior eres? –Y comenzó a reírse.

—¡No soy inferior!— un pequeño ataque de furia atrajo la mirada de Turles. Esa mujer era una caja de sorpresas violentas. —¡Inferior serás tú, sayajin de clase baja!

Bulma habilidosamente recordó uno de los múltiples insultos que Vegeta utilizaba para referirse a Goku. La cara del sayajin se deformó en ira. Ella realmente del tema no entendía demasiado. Pero, por la forma en la que él se acercó, parecía ser el insulto perfecto.

—¿Cómo te atreves a siquiera mencionar mi clase, débil fémina?— Ella terminó retrocediendo. La tensión era casi tan palpable como la energía oscura que Turles emanaba a cada paso que se acercaba, acortando los metros de distancia entre las dos figuras.

Esa mujerzuela lo estaba volviendo loco. Sabía cómo eran las mujeres, las había visto más de una vez. Tratar con ellas era un infierno, pero nada que un buen golpe no solucionara. Presionaba sus puños, no sentía la necesidad de dañar la cara de seda de la mujer humana.

Bulma se ató correctamente la bata de baño y avanzó hacia él, logrando que retrocediera con duda, casi con terror.

—Escúcheme, Capitán Turles, yo soy la gran Bulma, dueña y creadora de la mejor tecnología de la Tierra y la que hace que este pequeño mundo avance. Ya he lidiado con seres mucho más fuertes que usted. Usted no le llegaría a los talones a los enemigos con los que he peleado, ni siquiera a los de mis amigos, y mucho menos a las botas de mi esposo.

Turles estaba acorralado contra la puerta. Su cola estaba entre sus piernas, y se había inclinado de forma tal en la que él podía verla desde arriba, imponente y temeraria. Todo un desafío.

—Cuando mis amigos sientan tu energía, te esfumarás de este mundo como la escoria que eres.— Ella se sentía Vegeta. Ahora entendía por qué su superioridad sobre el resto lo hacía sentir tan bien, tan poderoso, tan dominador.

De pronto, ella voló por los aires, hasta chocar contra el teclado de control de la máquina. La cola de mono de sayajin la había golpeado, suave pero poderosamente.

Él se quitó la armadura del torso, mostrando todas sus heridas de batalla entre sus músculos de guerrero, que ha enfrentado batallones completos de alienígenas. Lo arrojó al costado y avanzó lentamente hacia ella.

¿Quién dominaba ahora?


For that crazy reviewer, this is for you! 3