¡Volví!

Estoy calentando un poco antes de poder continuar con Crossroads ya que he venido cavilando algunos cambios importantes que les invitaré a leer muy pronto. Por ahora, mi querida Lara Harker y yo andamos un poco full con el trabajo, pero este pequeño Drabble es mi forma de expresarles mi gratitud por seguir a Aimée y Eva en sus aventuras.

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Valiant Visions Dawn

Isaak cerró la puerta de su pequeño estudio al interior del Pilar del Ártico de un portazo, no había manera de ocultar de alguna forma su increíble mal humor, e iba en aumento. Casi sentía que hiperventilaba mientras un fuego abrasivo amenazaba con consumir sus entrañas. ¿Cómo era posible que Aimée no hubiera compartido esa importante pieza de información él?

Estaba dolido, su visión se nublaba por el odio infinito que sentía hacia el individuo que era Kanon. A duras penas pudo contenerse cuando supo la noticia de labios de la propia Aimée, de manera casual, como si fuera sólo un chismorreo de cuadra. Pero no, ambos sabían que todo lo que tenía que ver con Marah y con Kanon derivaba en problemas para Aimée, dolores de cabeza interminables para Sorrento, cuya forma de tratarlos se volvía autoritaria dada la paranoia de Poseidón, y para él, claro, porque siempre discutía con Aimée del asunto.

Recordaba lo poco que había dormido su querida Mimé cuando aquella chica, menuda, de apariencia debilucha pero con un orgullo superior al de cualquier emperador; había decidido salir huyendo de horror y vergüenza al perder estúpidamente el combate por su armadura... y se había puesto en peligro, justo en el radar en el que Apolo la quería. Y Aimée había llorado, maldecido y llorado de nuevo al no recibir respuesta a las cartas que le escribía, y como ella: su maestro y sus demás amigos. Todo eso se lo había contado su querida Cetus, obligándole a guardar silencio.

Oh, qué largas y olvidables habían sido aquellas noches: Aimée sólo lloraba y se acurrucaba a su lado buscando consuelo, pero nada más. Ni hablar del inminente peligro que aquello había representado para la frágil y volátil alianza que ambos trataban de mantener entre El Santuario y Atlantis, principalmente. Sin embargo, habia sido fiel a su promesa de guardar silencio, de no pensar en el tema en presencia de Poseidón, de fingir demencia ante su Comandante en Jefe aunque éste tuviera el poder de destruírle los tímpanos de descubrirlo. No, Kraken había mantenido su palabra, había demostrado ser digno de aquella confianza, pero esta vez...

Lo pensaba una y otra vez, incluso descuidando su descenso hacia Atlantis, tan metido en sus pensamientos, que por poco y pierde el impulso necesario para salir del inmenso remolino que mantenía alejados a los curiosos de la Ciudadela del Mar. Se sentía traicionado, y que fuera Aimée la persona que lo traicionara, le dolía todavía más. No estaba pensando claramente.

Yan trató de desviar su atención cuando le sintió regresar sin aviso alguno, sin tiempo para preparar su regreso. En dos segundos puso patas arriba a la gendarmería del Pilar del Ártico, ni hablar de las vestales, pobres criaturas atlantes apresuradas para llevar a cabo el honroso ritual para recibir a los guerreros... aunque éste solo aplicaba a los Generales, fuera su misión diplomática o bélica.

Con un gesto de su mano, mandó a todos a sus ocupaciones habituales y se encerró en el estudio. Respiró con fuerza pegado a la puerta por varios minutos, ¿qué hacer? Esta vez no iba a quedarse callado, pero era claro que no estaba pensando claramente. Sus ojos verdes estaban nublados por el odio, incapaz de ver más allá, hacia las consecuencias... en ese momento sólo veía a Kanon saliendo del Santuario de luna de miel como cualquiera de los mortales, feliz, despreocupado e indiferente a todo el daño que había causado.

Todavía Poseidón pedía su cabeza, vez tras vez a su regreso a Atlantis, el Emperador de los Mares pedía cuentas al respecto, pero como Atenea y el Patriarca siempre respondían con evasivas, aunque presentara grandes avances en sus demás tareas, nunca era suficiente. Pues bien, ésta era la oportunidad para limpiarse las manos, acabar con el traidor sin mancharse las manos de sangre; después de todo, pudo vivir gracias a él, a los cuidados que le encargó a María para salvar su ojo izquierdo y mantenerlo con vida cuando llegó a Atlantis, arrastrado por las corrientes del mar... de alguna manera, y muy dentro de su ser, había cierta inclinación a la gratitud, una que no se atrevía a admitir ni así mismo.

Desconcertado, se dejó caer enterrando la cara en las manos, tratando de calmar su agitada respiración. Una semana, Aimée le había pedido una semana y había aceptado y ahora se arrepentía profundamente... la mesa de roble, sobre la que estaban los planos de Atlantis y varias de las estrategias y datos que había sacado para continuar negociando con El Santuario y con Asgard estaban allí, incluso uno de los libros de la Santa de Cetus.

Frunció el ceño, aunque pasara una semana y él decidiera comentarlo luego, estaba seguro de que las repercusiones serían desastrozas. Ya lo habían discutido, comenzaba a entender porqué Aimée estaba todo el tiempo tan tensa, tan fuera de sí, siempre alerta.

Bufó desesperado. Estaba tan molesto que no había reparado el momento en el que su armadura lo había dejado, posándose en el sitial al otro extremo de la habitación.

- Oye, ¿todo bien?- Yan intentó entrarlo en razón, pero los pequeños golpecitos en la puerta sólo lo enfurecían más.

- Ahora no, Yan- Rugió, por toda respuesta. Se dejó caer hacia adelante, apoyando sus manos en los talones, estirando la espalda. Él también había pasados días tensos ponderando la paranoia de Aimée y las posibles razones. Sin embargo, no había nada que pensar, y se maldijo de nuevo por no escuchar a Camus cuando le advirtió de manera muy sutil pero directa, que de involucrarse con la alumna de Aldebarán, las cosas no iban a terminar bien, y cuánta razón tenía. A pesar de ser un constipado emocional, Camus era una persona práctica, analítica y muy orientado a lograr sus objetivos como Santo, lo sabía de primera mano... pero Aimée era tan bella y tan dulce, una tregua ad portas, "¿por qué no?", lo había pensado entonces; pero ahora las razones de ese rotundo no estaban más que claras a la vista.

Tenía que terminar con ella, cortar de raíz todo aquello que los uniera y esperar por lo mejor, porque no había de otra. Con esa resolución en su cabeza, se puso de nuevo en pie y sin prestar atención a la cara incrédula de Yan que lo examinaba de arriba abajo, salió del estudio. Debía hablar con Sorrento.