Declaraciones: no me pertenecen The Powerpuff Girls.

Advertencia: Universo Alternativo.


Universidad

Capítulo 8

En los suburbios de Townsville, aquella mañana de diciembre…

Ocho de la mañana. Ocho de la mañana y ya está despierta. ¿Es que tiene algún sentido? ¡Pero si es domingo! ¡Domingo! Sin embargo, las palabras que dijo Dexter a la puerta del apartamento, retumban en su cabeza. Los lloros de Blossom al otro lado de la webcam se posan delante de su vista. Eso le impide volver a conciliar el sueño.

Buttercup se restriega los ojos con el dorso de la mano, volviéndose a preguntar a sí misma por qué está despierta, y recordándolo de nuevo. Se estira por todo lo largo y ancho de la cama y se levanta. Bubbles seguramente esté durmiendo, pero la morena no quiere dormir más. Necesita levantarse y hacer algo.

Bosteza y se pone en pie. Descalza. Se ha vuelto a quitar los calcetines mientras dormía. Bueno, ya los encontrará cuando haga la cama… Si la hace. No es una tarea que le guste mucho, sinceramente. Camina por la alfombra marrón de su cuarto y abre el armario. Un chándal, necesita un chándal. No hay nada mejor para despejarse por la mañana que correr, y hace tiempo que no sale a hacer jogging.

Saca un conjunto verde limón y se viste con él. Luego se calza las zapatillas deportivas y se las ata fuertemente. Llaves, iPod, auriculares. Listo. Baja las escaleras y sale al frío invernal. El aire le corta la cara y le enrojece las mejillas. El vaho que sale de sus labios asciende hacia el cielo encapotado y, aún, oscuro. No es el día, más bien noche, más idóneo para salir a hacer deporte.

Se encaja los cascos en los oídos, pone la música en el iPod y empieza a correr. Las calles están desiertas y las farolas encendidas. Es la única persona que se puede ver fuera de las casas. Y es lo que ve Bubbles al correr las cortinas y mirar por la ventana.

Buttercup pasa de largo y sigue corriendo hacia la ciudad, sin darse cuenta de la sombra de la rubia que la mira desde una de las ventanas circulares del segundo piso. Bubbles parpadea un par de veces y se restriega los ojos. No, no se lo imagina. De veras la morena ha salido de correr temprano. Tan temprano que el sol todavía no ha asomado su cabellera dorada por el este.

La joven se vuelve hacia su habitación y se viste con el conjunto que dejó preparado en su escritorio la noche anterior. No pudo dormir más. Se despertó e intentó dormirse, pero fue inútil. La preocupación por su hermana pelirroja llegó en cuanto recuperó la consciencia. Parece ser que a Buttercup le pasa lo mismo.

Bubbles desciende a la planta baja. Su padre, el Profesor, sigue roncando tan ricamente en su almohada. Cierto, él no sabe nada de la ruptura de la pareja de pelirrojos. Quizás deberían decírselo antes de llegar a la Navidad y pifiarle esas fechas tan especiales. Por otra parte, Jonathan Utonium es un padre sobreprotector, ¿cómo se pondrá si le dicen que una de sus pequeñas ha sido cruelmente lastimada? Seguramente, como un fiera.

La chica va hacia la cocina y empieza a hacer café. Cuando ya está puesto al fuego, se sienta a la mesa donde suelen desayunar y comer, apoyando la barbilla en la mano. Mira fijamente a la cafetera, imaginándose cómo hierve el agua mezclándose con los polvos de café. Intentando pensar otra cosa que no sea Blossom. Tan sólo con pensar en su dolor, a ella también le duele.

Suspira pesadamente y sacude la cabeza. Ya ha vuelto a recaer. No hay manera. Ella es así, se preocupa mucho por los demás. Desearía estar al lado de la pelirroja para proporcionarle seguridad y cariño, para hacerla ver que no está sola, pero sus clases se interponen en ello. Ya está a punto de acabar el semestre, irse así como así a Londres supondría suspender muchas asignaturas.

Cuando ya ve que está listo, apaga la vitro y retira la cafetera del fuego. Saca el tetrabrik de leche del frigorífico y lo pone sobre la encimera, al lado de su taza. Leche hasta la mitad, café hasta la otra mitad y cinco cucharadas de azúcar que remueve. Ya está listo su dulzón café con leche, acompañado de unas galletas María que saca de la despensa.

Se vuelve a sentar en la silla, con la taza en una mano y un paquete de galletas en la otra. Empieza a mojar los dulces redondos de trigo en el café y a comérselos, lentamente. Sigue pensando en su pobre hermana. Ella ahora estará durmiendo, quizás con la almohada empapada en lágrimas y… ¡No, no quiere pensarlo!

¿Por qué el amor es tan complicado? ¿No se suponía que era lo más maravilloso del mundo? Por otro lado, es muy corriente sufrir por él. Es tan… contradictorio. Ojalá a ella no le pase. Ojalá Boomer no sea de los tipos como Dexter, aunque desde luego no lo parece.

Un momento. ¡Boomer! Podría llamarle y así olvidarse un poco de todos los problemas que hay ahora mismo en la familia. Quiere mucho a Blossom, pero Bubbles también quiere vivir su romance, aunque sea por sólo un ratito.

La rubia se zampa la última galleta y se bebe de un trago lo que queda de café. Deja la taza en el fregadero y sube a toda prisa las escaleras. Prácticamente se lanza a por el teléfono móvil en su mesilla, y busca el número en los contactos. Bien, ahí está. Le da a la tecla verde y se pega el Smartphone a la oreja. A veces Bubbles no parece que tenga dieciocho años, sino quince.

Un bip. Dos bips. Y contesta una voz somnolienta.

¿Sí?

—Soy Bubbles, la chica de ayer.

Ya.

—Perdona, ¿te he despertado?

No, no, tranquila… Y buenos días.

—Igualmente —Respira hondo—. Oye, ¿recuerdas que dijimos que quedásemos algún día?

Claro. ¿Es que quieres quedar para desayunar? En una hora o así yo ya estaría listo y bien despierto.

—Bueno, ya he desayunado… Así que, ¿te parece que vayamos a comer?

Lo siento, a la hora de la comida tengo que ir a cuidar a mi sobrina, hasta las cinco no estoy libre. ¿Ir a cenar te vendría bien?

—Tengo todo el día y la noche libre, y conozco un buen restaurante al lado playa, en el paseo marítimo.

No pinta nada mal. ¿Qué restaurante?

—Se llama I sailed to the sea, se especializa en el pescado y el marisco.

Me gusta el pescado. Y el marisco. Y el mar y todo lo que tiene que ver con él.

—Pues es una vista preciosa la que se ve desde allí. Dentro o en la terraza.

Suena muy bien. ¿Dónde quieres que te recoja?

—¿Tienes coche?

Se lo tendré que pedir a mi hermana, pero no habrá problema.

—Pues… Vivo en los suburbios, en el número 56. Es fácil reconocer mi casa; es diferente a las demás.

¿Te recojo a las ocho?

—Vale. Por cierto, no tienes por qué arreglarte mucho para ir al restaurante. Puedes ir informal, pero sin pasarse.

Bien, a las ocho en el número 56 de los suburbios para ir a I sailed to the sea, sin vestir esmoquin. Tomo nota.

—Pues… nos veremos en mi casa.

Sí. Hasta luego.

—Hasta luego —La chica le da un beso al micrófono del teléfono.

Cuelgan a la vez. Bubbles se lleva el teléfono al pecho, suspirando, y se desploma en la cama sin hacer. Cierra los ojos y vuelve a suspirar. Suspiros de enamorada. Una enamorada que tiene una cita esta noche. ¿No es genial?

Un momento. Esta noche. Cita. La rubia se incorpora de golpe, dejando el móvil en la mesilla. ¡Tiene una cita! ¿Qué se va a poner? ¡Da igual que sea invierno y que vaya a llevar ropa de abrigo! Se tiene que ver genial, perfecta, completa y absolutamente fashion. Porque se tiene que ver así para Boomer. Punto.

Corre a su armario y abre las puertas de par en par. Torres de blusas y camisetas; bloques de cajas de zapatos; cortinas de vestidos, chaquetas y cazadoras; y rascacielos (o rascatechos) de pantalones y faldas. Toda la ropa que está, o ha estado, de moda desde que la joven entró en la adolescencia. Con todo lo que tiene en el armario, podría abrir una boutique.

Respira profundamente, se cruje los dedos y el cuello, y mira seriamente las montañas de ropa que llenan su armario. Es hora de buscar el conjunto más perfectamente perfecto que pudiera encontrar.

.

Ese mismo momento, en una universidad londinense, aquella tarde de diciembre…

Blossom entra en su cuarto, camina hasta su cama y se desploma boca abajo en ella. Exámenes. Tiene uno más esa tarde. Como empollona, siempre le ha gustado estudiar, pero esta vez el estrés es muy grande. A parte de la cantidad de asignaturas y tochos de libros que ha tenido que repasar las noches que no estaba empapada en lágrimas, las situaciones emocionales en las que su delicado corazón metafórico hecho trizas se encuentra han sido como un mazazo hacia abajo en sus estudios.

Mira el reloj de pulsera que lleva en la muñeca. 01:54 pm. Acto seguido, suelta un bufido de aburrimiento. ¿Por qué, oh, por qué, tiene que haber esa diferencia horaria tan gigantesca? Seguramente que sus hermanas estén durmiendo aun. De lo más lógico. Sobretodo Buttercup, aunque Bubbles también tiene sus momentos vagos. De todos modos, en Townsville, son las nueve de la mañana casi, y en domingo, y en Estados Unidos probablemente hayan terminado ya los controles. No como en Inglaterra, en la hermosa Bretaña, en la que en épocas de exámenes los sábados y domingos hay clase.

—¡Maldito país en el que me encuentro! —exclama al aire.

La pelirroja rueda en la cama hasta quedar boca arriba. Y se queda mirando el techo como si fuera lo más interesante del mundo, repasando las rugosidades con los ojos. Chocolate. Se le antoja chocolate. Y si es con almendras, mejor aún. Se le ha pasado la hora del almuerzo, y además, seguro que lo que servían era alguna otra cosa asquerosa en vez de comida.

Se incorpora y coge la cartera, para después volver a ponerse en pie y salir de la habitación. Va a paso de trote hacia las escaleras y, al poner un pie en el primer escalón, divisa a una francesa castaña de ojos azules subiendo las escaleras.

—Hola, Robin —saluda cuando pasa por su lado.

—¿Qué? —Se queda un segundo parada, y vuelve la vista atrás, donde ve a la espalda de su compañera trotar escaleras abajo—. Fleur, ¿a dónde vas?

—A comprarme una chocolatina —responde sin volverse.

La chica del pelo marrón pone los brazos en jarras, negando con la cabeza. Desde que rompió con el condenado pelirrojo de lentes, va una y otra vez a la máquina expendedora. Siempre a por lo mismo. Y ella que pensaba que no intentaría llenar su vacío interior con comida… Bueno, con chocolate. Sólo come chocolate. Le saldrán granos y se pondrá gorda como siga así.

Blossom trota por las escaleras, de camino a la planta baja, pensando para sí en la chocolatina de almendras. ¡Viva por el chocolate y su sorprendente efecto anti-depresión! Desde que empezó a atiborrarse de ese dulce, no ha vuelto a llorar excepto cuando Brick fue anoche a su dormitorio. Y no habría llorado si hubiese tenido una onza de Nestlé o un Kínder Bueno. Porque el chocolate es una medicina contra las rupturas; seguro que lo inventó una mujer a la que le pusieron los cuernos, para sobrellevarlo.

Llega a la planta baja y camina hasta la máquina expendedora. Abre la cartera y saca las monedas, para luego introducirlas en la ranura y meter el número y la letra del aperitivo que quiere. Una tableta de chocolate con almendras, envuelto en papel de aluminio y otra cubierta de papel marrón, con el nombre del producto. Se agacha para recoger la chuchería, cuando escucha una voz a su espalda.

—Creo que ya es la tercera vez que te veo hoy en una máquina expendedora, americanita.

Blossom alcanza la chocolatina, se levanta y se gira, encontrándose de cara al pecho en el que esa misma noche se había arrojado. Malditos recuerdos… Levanta la vista y encara al joven de ojos rojos. ¿Y por qué será que los tiene rojos? Una muy buena pregunta que no tiene respuesta, al igual que la cuestión que ha llevado toda su vida de por qué el iris de sus ojos es de color rosa. No lo sabe y puede que nunca lo sepa. Punto y final.

—Brick Rowdy —saluda, colocando en sus labios las palabras que lleva dando vueltas toda la mañana—. Escúchame: lo de ayer es un incidente aislado que nunca debió pasar y del que nadie va a saber jamás, ¿sí?

El pelirrojo, se queda unas décimas de segundo mirando los ojos de la chica. Rosas, motivo por el cual le puso su segundo apodo, "rosita". En ellos se ve la decisión y la seguridad, pero eso es sólo una capa que él es capaz de atravesar. Está el sufrimiento, el dolor, la soledad. Sentimientos ocultos que muchos no serían capaces de ver. Sin embargo, hará lo que le pide.

—Lo de ayer —La joven asiente—. ¿Qué se supone que pasó ayer?

Blossom sonríe. La ha captado a la primera, y ella que pensaba que dentro de su cabeza no había más que pelusas y polvo por el abandono…

—Nada. Absolutamente nada.

Es bueno verla sonreír después de lo de ayer, aunque el dolor escondido todavía se vea reflejado en esos orbes color chicle.

—Bien, y como no pasa nada, déjame decirte que si sigues comiendo así te pondrás como una vaca burra.

—Yo comeré lo que quiera, Rowdy.

—Aunque eso provoque un ensanchamiento desproporcional de tu barriga. Muy inteligente, Utonium.

—¿Desde cuándo te preocupas por mi figura?

—Sólo preparo el terreno para cuando estés gorda —Pausa—. Además, si estás obesa no podrás ganar más concursos de camisetas mojadas, Miss Wet T-shirt. Creo que todos en esta universidad quieren verte debutar de nuevo en esos concursos.

Blossom cierra un segundo los ojos y suelta una pequeña risa sarcástica. Sí, decididamente ese es el Brick Rowdy que conoce y al que no quiere. Se agradece tener a un tipo como él: alguien a quien odiar para olvidarte del cabrón infiel de tu ex.

—Siempre es un placer hablar contigo, Brick —menciona cuando pasa por su lado.

—Todos dicen eso.

—Era desprecio mal disimulado mezclado con sarcasmo, idiota —aclara sin volverse.

—Lo dudo mucho, americanita —contradice, yéndose por su lado.

Y, realmente, lo duda. Duda que se desprecien tanto como hace un día y medio. Y tiene miedo. Tiene miedo de dejarse enternecer por esa pelirroja. Tiene miedo de dejar de despreciarla. Tiene miedo de enamorarse. Y tiene aún más miedo de que eso pase cuando vayan a decorar la cafetería esa tarde.

.

Horas más tarde, en los suburbios de Townsville, aquella mañana de diciembre…

Buttercup llama a la puerta de su hermana rubia. Ya son las once, y Bubbles no se ha levantado. Cosa que es más que extraña ya que, si bien le gusta aprovechar el día, además ha empezado a nevar. Da igual la edad que tenga esa chica, le sigue fascinando la nieve.

Y necesita a esa niña metida en una joven de dieciocho años. La necesita para comunicarle a su padre lo de la ruptura de Blossom y Dexter. Tienen que decírselo ellas porque, sino, cuando llegue la Navidad será catastrófico. Se lo imagina perfectamente…

Los cuatro sentados a la mesa, con un banquete que habrá preparado la morena con ayuda de Utonium frente a sus narices. El abeto lleno de bolas cubiertas de purpurina, y luces. La lumbre encendida, con cuatro calcetines colgados de la chimenea, ya más por decoración que por otra cosa. Quizás un casete de villancicos sonando de fondo. Y, de repente, el Profesor le pregunta a Blossom qué tal va con Dexter. Y ella rompe a llorar.

Se lo imagina, y quiere evitarlo a toda costa. No quiere arruinar esas fiestas porque, aunque superficiales y capitalistas, son importantes para ellas tres. Son muy importantes. Por eso tienen que contárselo ya, pero también hay que decírselo a Blossom. Aunque muchas ganas no tiene de ello.

La rubia no contesta, pero se oye ajetreo dentro del dormitorio. Buttercup no aguanta más y entra por su cuenta, encontrándose con un panorama inesperado: Bubbles Utonium sin saber qué ponerse. La cama sigue sin hacer, pero no se ve; hay blusas, faldas, medias, pantalones, chaquetas, bufandas y fulares sepultando la cama de ciento veinte centímetros de la chica. Zapatos formando una alfombra, una lluvia de vestidos… Un verdadero caos de ropa.

—¡¿Qué demonios pasa aquí?! —grita.

En la planta baja, el Profesor deja a un lado los exámenes que está corrigiendo y sube a todo correr a la segunda planta, quedándose igual que su hija morena: con la boca abierta. Sólo se ve una cabellera rubia suelta corriendo a toda velocidad, seleccionando y desechando conjuntos a una rapidez asombrosa.

—Bubbles, ¿qué pasa aquí? —toma la palabra el padre aquí presente.

La aludida se detiene de repente, fijándose por fin en su hermana y su padre, sonrojándose a más no poder. ¡Qué vergüenza! Y ella que lo suele tener todo súper ordenado… Nunca como Blossom, porque ella hasta tenía un sistema y un esquema; es imposible no encontrar algo en su sitio específico (incluso etiquetado) en su habitación. Pero a Bubbles también le gusta todo en sus sitio, y que la pillen en pleno pánico de vestuario… ¡Vaya bochorno!

—Yo… Es que… Emmm… —Se frota el brazo izquierdo con la mano derecha y mira para otro lado, con las mejillas coloreadas de rojo—. Sólo buscaba algo que ponerme esta tarde.

—¿Por qué? ¿Qué ocurre esta tarde?

La han pillado. Bubbles Utonium no sabe, y nunca ha sabido, mentir o buscar excusas.

—Tengo una cita con… —Piensa, rubia, piensa. No puedes decirle que es con un desconocido—. Con un compañero de clases. Sí, eso es.

El hombre se cruza de brazos y mira serio a su hijita más pequeña. Ahora ella también no. Blossom empezó a salir con Dexter, el cual es un buen chico y muy inteligente, pero nunca lo ha visto como la media naranja de la mayor. Y, ¿ahora también Bubbles? ¡No le fastidies! Por otro lado, Buttercup arquea una ceja, sin creerse palabra. De las tres es la que siempre ha mentido mejor, y ahí apesta a mentira.

—Muy bien, pero regresa antes de medianoche, ¡y sobria! ¿De acuerdo, Bubbles?

—De acuerdo, papá. Por mis labios no pasará una gota de alcohol.

El Profesor vuelve a bajar a la segunda planta, pero Buttercup se apoya en el marco de la puerta, cruzada de brazos y enarcando una ceja.

—¿Con que una cita con un universitario?

—Sí —responde la rubia, sin mirar a su hermana a los ojos.

La mayor suspira pesadamente. Ahora entiende esa frustración que suele tener Blossom. Ser la hermana mayor, y sin madre, es horrible. La pelirroja lleva haciéndolo años; ella, tres meses. Y es realmente agotador.

—No le diré nada a papá —Bubbles la mira, sorprendida—, pero ten cuidado con quién te metes.

—Tranquila, lo tendré… Y, ¿querías algo?

Buttercup recuerda de repente a lo que había venido hasta la habitación —que ya no parece un dormitorio— de Bubbles.

—Tenemos que decirle al Profesor que Blossom ha cortado con Dexter.

La mirada de la joven de cabellos dorados se ensombrece. Es cierto. Ella esperaba no tener que hacerlo. Pero es necesario, ya que sino arruinarán las Navidades. Y las Navidades son muy importantes para ellas.

—¿Ahora?

—Cuanto antes mejor.

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Una hora más tarde, en una universidad de Londres…

Fue sin rechistar, no discutieron, no dijeron nada. Se comportaron bien. Pero Brick no se siente bien. Es como si estuviera vacío. Tiene necesidad de arreglar algo de una vez, pero le da miedo las consecuencias que pudiera tener. Blossom, por su parte, aún sigue cosiendo los puntos de la herida de su corazón. Por suerte, no ha pensado ni una sola vez en Dexter, lo que le viene perfecto.

Esta vez, la pelirroja se encarga del espumillón y Brick de las decoraciones del suelo. Fue difícil admitirlo, pero Blossom tiene unas manos más hábiles que las suyas. Además, seguro que está más experimentada en lo de poner adornos que él. Sí, es lo más seguro.

Brick la mira durante unos segundos. La escena de la noche le viene a la cabeza. Blossom lo está pasando mal, puede que mucho peor de lo que imagina. Sin embargo, desde fuera, parece tan impenetrable. Parece un templo que nunca se va a derribar. Y, cuando se derrumba, impone y sorprende. Es difícil imaginarse a una chica como ella llorar, aunque seguro que se vería adorable.

Blossom se baja de la silla y la arrastra hasta donde está el próximo clavo, llevando consigo el espumillón. Siente desde hace un rato que Brick la mira, pero ha preferido no decir nada, porque podría encadenar una serie de discusiones. Además, seguro que el pelirrojo está pensando en lo de ayer, aunque ella le dejó claro que eso era un incidente aislado. Aunque a la chica también le está siendo difícil alejarlo de sus pensamientos. La escena en la que Brick se mostró como un chico compasivo y dulce recurre a su mente cada dos por tres, y a ella le cuesta cada vez más ignorarlo. ¡No quiere volver a caer! Sobre todo a tan poco tiempo de la ruptura con Dexter. Es estúpido, y darle razón a su ex de alguna manera.

Bueno, no puede más. El silencio y la tensión se cargan en los hombros de Brick. ¡Es insoportable! Tiene que romper esa masa invisible que no lo deja respirar.

—Oye, americanita…

Blossom no se da la vuelta, ni responde, pero el pelirrojo sabe que escucha.

—… ¿Qué es lo que te gusta de Estados Unidos?

Esa pregunta coge desprevenida a la muchacha de ojos rosas. Sus ojos se abren repentinamente y su cuerpo se queda estático. ¿Qué es lo que le gusta? Muchos recuerdos se le cruzan por la mente. La mayoría felices, otros no tanto. La nostalgia la golpea con un mazo, dejándole chichón en la cabeza. Aquellas imágenes alegres en las que ella sonreía y reía parecían sepultadas ante tanto dolor reciente. Y, por primera vez desde aquella noche de diciembre, siente que tiene algo que agradecer a ese cabrón integral.

—Pues… —Blossom se gira, con los ojos brillantes—. Lo que más me gusta de allí es mi familia. Allí están mis recuerdos, mis amigos, mi hogar. Ese es el lugar al que pertenezco, en donde se quedó una parte de mí. Allí estoy yo de pequeña, y de adolescente alocada. Allí están las almohadas mojadas en lágrimas, y las risas tontas echadas al aire. Allí está mi vida, mi pasado, mi alegría, también mi dolor. Estados Unidos forma parte de mí, y si no me gustara mi patria, no me gustaría a mí misma.

»Están aquellos recuerdos, de los paseos por la playa a principios de septiembre, dejando que el agua del mar refresque mis pies descalzos. Están aquellos momentos, alrededor de mi padre mientras nos contaba un cuento mí y a mis hermanas. Están aquellos momentos en los que aprendí que sí hay personas en las que puedes confiar, y que el dolor sólo es pasajero. Están aquellas excursiones a la montaña al oeste de Townsville, donde me sentaba a dejar que las vistas me extasiaran, y me llevaban a relajar la mente. Están todas aquellas piezas que utilicé para construir el rompecabezas que soy ahora.

»Hay quien dice que la felicidad es sólo una ilusión pasajera… Pero no puedes dejar de acordarte de esa ilusión, y sonreír. Y eso representa mi país para mí: esa ilusión pasajera que me hace sonreír en los momentos que más oscuro tengo el corazón.

Brick se queda mudo, observando a Blossom. La chica había ido agachando la mirada según hablaba, con ese brillo inconfundible de la nostalgia impregnado en los ojos. Para ella su país no significa una patria, para ella significa su familia y su pasado. En ningún momento ha hablado como lo haría una guía de turismo, sino como una persona que añora todo a lo que pertenece.

El chico se mete las manos en los bolsillos y mira al suelo. No debió abrir la boca. Blossom tiene un corazón muy puro, y puede con él. ¿Sería útil levantar más muros que serán derribados? Brick no está seguro de ello, quizás debería rendirse a lo que ya parece inevitable.

—¿Y tú? —El pelirrojo levanta la vista al volver a oír la voz de la chica—. ¿Qué es lo que te gusta de Inglaterra?

Brick traga saliva y vuelve a agachar la mirada. En realidad, no lleva viviendo tanto en Inglaterra, sólo desde los doce años. Y durante ese tiempo tampoco ha aprendido a amarla. Aprendió a respetarla y a vivir en ella, pero nunca a considerarla verdaderamente su hogar. Brick Rowdy no es inglés, ni nunca se ha sentido como tal.

—Supongo que… Que lo que me gusta de Inglaterra es que me aceptan, a pesar de todo. Que a pesar de todas las nubes que siempre están en el cielo… Yo siempre llevo un rayo de sol conmigo, que significa la bondad con la que me admitieron entre ellos.

Brick vuelve a tragar saliva. Blossom no tiene ni idea de lo que está hablando, y él está seguro de ello. Por eso mismo, no se le podría considerar "abrir su corazón", ¿verdad? La pelirroja, aun no entendiendo, asiente y dice un "vale". Y luego, ambos vuelven a sus respectivas tareas. Al día siguiente tendrían que poner muérdago en todas las puertas del edificio, el veintiuno de diciembre les darían las notas de la evaluación y el veintidós volverían a sus hogares por las vacaciones de Navidad. Los dos con mucho que llevarse a casa para pensar.

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Muchas horas más tarde, aquella tarde de diciembre, en Townsville…

Buttercup persigue al Profesor, quien coge sus carpetas y folios apresuradamente para luego salir de la casa. La chica quiere detenerle por unos minutos para decirle ese pequeño detalle sobre su hija Blossom, pero el hombre hace caso omiso y se pone la cazadora, larga hasta las rodillas y de color marrón ocre. Jonathan mete sus documentos en su bandolera de cuero y se la cuelga al hombro. Le dice a su hija que ya hablarán luego y desaparece por la puerta.

Buttercup le da un pisotón al suelo, furiosa. ¿Por qué su padre nunca la hace caso? Siempre va con prisas cuando tiene algo importante que decirle. A ver si va a ser que huye cuando tienen que hablar de algún asunto. La chica se pasa la mano por la cara, frustrada. Cada vez el veinticuatro de diciembre se acerca más, ya sólo faltan cinco días. Como el Profesor no se deje hasta entonces…, se lía una buena.

Y Bubbles todavía atolondrada por la cita esa que tiene en la tarde. Básicamente, no hay nada que hacer… Excepto lo que mejor se le da: cocinar. Sería una buena manera de matar el tiempo, tampoco tiene ganas de jugar a la PlayStation. Y son las seis y media de la tarde, si su padre se ha ido, a ver quién hace una cena aceptable. Claro, pero la despensa está prácticamente vacía.

Coge su cazadora de cuero negro y se la pone. Comprueba que tiene las llaves de la moto y las de su casa en los bolsillos. Corre escaleras arriba, entra en su cuarto y toma su teléfono móvil de la mesilla. Luego se lo mete en uno de los bolsillos y lo cierra con cremallera. Grita un "adiós" cuando está en la puerta y sale a la calle.

Los copos blancos caen suavemente, posándose en su pelo y su ropa. Sigue nevando como esa mañana. Suave pero constantemente, lo suficiente como para que la acera esté cubierta de un manto blanco, y la calzada, de nieve sucia. Si nieva de esa manera también durante la noche, mañana los niños podrán hacer muñecos de nieve.

Sopla y el vaho que sale de su boca asciende hacia las nubes. Igual que esa mañana hizo, sólo que ahora no va a correr. Buttercup se mete las manos en los bolsillos del vaquero y corre hasta su motocicleta, aparcada sobre la acera. Se monta en ella, inserta las llaves, se pone el casco y arranca. Va a ir al primer supermercado en la ciudad que encuentre.

Acelera, pero intenta ir a poca velocidad, ya que las calles están cubiertas de hielo y es fácil tener un accidente. El aire helado le corta la cara y las manos se le entumecen a pesar de los guantes. Las desventajas de conducir una moto son esas, que no te protegen ante el clima del exterior. Se mete por las calles de Townsville, que de tráfico están prácticamente desiertas, lo que es extraño en esa ciudad de continuo movimiento. Sin embargo, puede ver las calles atestadas de transeúntes. La gente sale a pasear incluso con ese frío.

Se detiene frente a un hipermercado, finalmente. Se baja de la moto, se quita el casco y corre hacia la puerta que se abre automáticamente. Hace un frío que pela, y tiene la sensación de haberse convertido en un carámbano, con todo ese aire helado. Coge una de las cestas de plástico y se mete por los pasillos del hipermercado, metiendo en ella una caja de esto por aquí y un tarro de aquello por allá.

Cuando comprueba que tiene todos los ingredientes para hacer una sopa de ajo —una sopa castellana que una vez buscó en Internet— y se dirige a las cajas. Paga por lo comprado y pide varias bolsas, porque va en motocicleta. Con las bolsas de plástico reciclable colgando de las manos, sale de la tienda, directa hacia su moto, la cual se encuentra sin ruedas.

Un chaval vestido de negro corre con dos neumáticos de motocicleta en brazos. Buttercup lo mira por un segundo, y luego corre en su dirección, gritando que detuviesen al ladrón, e insultando al chaval que ha robado las ruedas de su preciada moto. La gente se queda parada, sin saber qué hacer, mientras que ella aumenta la velocidad de su carrera, pero sin alcanzarlo todavía.

—¡Detente, cabrón! ¡Devuélveme mis ruedas, hijo de puta! —grita una y otra vez, sin dejar de correr.

De repente, alguien placa al tipo de las ruedas, tirándolo al suelo. La multitud forma un corro alrededor del tipo y del ladrón, mientras que Buttercup llega allí, jadeante y roja por la carrera y el frío. Las bolsas siguen colgando de sus manos, y el casco, por las correas en su brazo derecho. No sabe cómo agradecérselo a la persona que ha tenido la enorme amabilidad de darle con todo el cuerpo al ladrón de ruedas y tirarlo al suelo.

—Gracias —dice entre jadeos, acercándose al chico.

Lleva una cazadora marrón oscura encima de un traje negro. Este se da la vuelta, y en seguida Buttercup abre los ojos desmesuradamente y abre la boca. ¡Venga ya! Pelo negro, ojos verdes, alto y robusto. ¡Es él! ¡Es Butch, el que conoció en el Starbucks! Qué fuerte le parece, y qué casualidad más sospechosa.

—No hay de qué, Buttercup —responde él.

La chica parpadea por unos instantes, todavía flipando. ¡Es que va y aparece justo en ese momento! ¡Es increíble! Está que no se lo cree, vamos.

—Yo… Esto… —balbucea, sin saber realmente qué decir y ante la mirada divertida del chico—. ¡No esperaba que fueras a ser tú, joder!

El ladronzuelo se levanta, y ya no intenta coger los neumáticos, sino que echa a correr. Buttercup lamenta el no haberle pillado para llevarle ante la policía, aunque al menos tiene las ruedas de su moto. Eso ya es algo. Mientras, la gente se queda mirando. «Malditos cotillas, ¿es que no tienen nada mejor qué hacer?» piensan los dos.

—¡Qué miran! —exclama ella.

—¡Lárguense! ¡Esto no es asunto suyo! —grita él.

Y los transeúntes, acojonados por la reacción repentina de los dos morenos, se alejan rápidamente de allí. Buttercup repite de nuevo un gracias y se agacha a coger los neumáticos, aunque Butch se le adelanta y los carga con un solo brazo.

—Deja, ya los llevo yo.

La chica lo mira en cuclillas desde el suelo, tardando en reaccionar. No está acostumbrada a tanta caballería.

—No, no hace falta —niega, incorporándose—. Ya has hecho bastante; has detenido al ladrón, así que…

—Sí, pero tú llevas las bolsas. Vas muy cargada, ¿no te parece?

Finalmente, Buttercup acepta y los dos se encaminan hacia la motocicleta sin ruedas. La chica va con la cabeza gacha, pensando en la aparición repentina de ese chico del que no sabe casi nada. Parece majo, pero la mayoría de los majos o son gays, o tienen pareja, o en realidad son unos cabrones. Y, lo dicho: no sabe nada de Butch, sólo que es italiano y que al parecer está en Townsville por su trabajo.

—Oye —rompe el silencio—. Cuando nos conocimos en el Starbucks, me dijiste que estabas en la ciudad por tu trabajo, ¿en qué trabajas?

Butch permanece unos instantes en silencio.

—De guardaespaldas —Buttercup alza la mirada y lo mira, sorprendida.

—Anda ya.

—¿Qué es lo que no te crees? —sonríe.

—Pues a ver, los guardaespaldas son unos tíos enormes que parecen más gorilas que humanos —Butch suelta una carcajada—. Y que nunca ríen; parecen trozos de hielo con vida.

El chico permanece unos minutos callado, sonriendo por la tontería que acaba de decir Buttercup. Sabe que lo que ha dicho va enserio, pero se imagina que ya no está tan segura de que lo que suceda en los dibujos animados y en las películas sea tan cierto.

—Yo conozco tíos así —dice, al fin—, pero no son guardaespaldas.

—Pues deberían serlo. Siendo tan enormes, podrían impedir el paso fácilmente.

—Bueno, pero no podrían perseguir al agresor de la persona a la que protegen. Créeme, los agentes de seguridad como yo nos pasamos el día corriendo.

—Claro. Si por ejemplo fueras a proteger a los One Direction, tendrías que saber correr.

—Nah… Para eso se necesita saber manejar un tanque. Y aun así, las locas de sus fans no se dispersarían.

—Contraatacarían con uñas y dientes.

Los dos asienten con la cabeza y ríen. Buttercup ahora se siente más segura… ¿Cómo no estarlo, con un guardaespaldas al lado? De todos modos, sigue sin saber nada de él, aunque… Cuando conoces a una persona, siempre es así: no puedes esperar saber todo sobre ese alguien de sopetón. Se tienen que ir conociendo poco a poco. Por otro lado, Butch tampoco sabe nada de ella, están prácticamente en las mismas.

—Yo aún estudio —informa.

—¿Y qué estudias?

—Cocina, en una academia de por aquí cerca.

—Me gustaría probar un plato tuyo algún día.

Buttercup se gira a verlo. ¿Algún día? ¿Qué día? ¡Si no vive en Estados Unidos! Además, no se conocen lo suficiente como para que ella fuera a invitarlo a su casa y a prepararle la cena. Aunque quizás sólo era un comentario hipotético, una situación lejana y poco probable. Seguramente sería algo así. De todos modos, pareciera como que ese comentario los ha enmudecido, porque no dicen palabra hasta llegar a donde está la motocicleta desrruedada de Buttercup.

—¿Te ayudo a poner las ruedas?

—Vas a hacerme sentir mal, no te puedo dar nada a cambio de la ayuda.

Butch se mete las manos en los bolsillos del abrigo, hombros arriba, cabeza inclinada hacia un lado y labio inferior ligeramente sobresaliendo.

—Me puedes invitar a un café.

La morena levanta las cejas, mirándolo divertida, aunque al final acepta, negando con la cabeza y riendo. El chico ayuda a acomodar las ruedas en su sitio en la moto. Intercambian teléfonos y Buttercup, ante la insistencia de Butch, le promete que al día siguiente le invitaría a tomar un café a media tarde. La chica se pone el casco, se despide con la mano y arranca la motocicleta. Ese agente de seguridad parece un tipo interesante…

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En otra parte de Townsville, aquella tarde-noche de diciembre…

—Brianna, me debes el favor —recuerda Boomer a su hermana, acusándola con el dedo.

La mujer rubia suspira, cansada de todo eso. No le vuelve a pedir a su hermano pequeño que cuide de su hija. ¡Luego le viene con que necesita su coche! ¡Que coja un taxi, como todo el mundo en esa enorme ciudad! Pero no, Boomer tiene una cita con "la mujer de su vida" y tiene que quedar bien con la chica. Además, ella ha llegado agotada a casa después del trabajo, no está para discusiones con un tonto del bote.

—Existe el transporte público —replica Brianna, cruzándose de brazos.

Es frustrante. ¡Su hermana es tonta de remate! ¡Ya le ha dicho por qué necesita el Mercedes! Bueno, es un Mercedes, pero es el único coche que tiene a su alcance. Y no quiere coger un taxi porque le valdría un ojo de la cara: es primero salir de la ciudad y luego ir a la costa. ¡Un dineral! A Brianna no le parece importar lo más mínimo el estado de la hucha de su hermanito.

—Ah, muy bien. Llego a su casa y le digo que tenemos que coger el autobús, ¿no?

—Pues mira, así quedarías tan ricamente.

—Es que ya le he dicho que voy a ir en coche, boba.

—¿Y para qué le dices nada, bobo? Además, no me fío de tu conducción: es desastrosa.

—Qué desastrosa ni qué ocho cuartos.

—Quiero demasiado a mi Mercedes como para dejarlo a tu cargo. ¡Tardé cinco años en reunir el dinero para comprarlo!

—¡Y para qué te compras un coche tan caro, si tú eres de la clase media!

—¡Para sentirme de la clase alta por una vez en mi vida!

Una niña de rizos castaños claros y ojos de color turquesa se asoma por la puerta del salón. Su mamá y su tío están montando mucho escándalo, más que los viejos cascarrabias del piso de arriba. No la dejan ni jugar con sus muñecas. ¡Estaba celebrando la boda de la Barbie con Ken, pero es imposible si están dando esas voces!

—¿No podéis bajar el volumen? —pregunta la niña, llamando la atención de los dos adultos—. Es que no dejáis a Barbie decir sus votos matrimoniales.

—Es por su culpa, Emma —se quita las culpas Brianna, señalando a su hermano con el dedo—. Es que a tu tío no le entra en la mollera que no voy a dejar que destroce mi coche súper caro.

Boomer mira ofendido a la rubia trajeada, señalándose a sí mismo con los pulgares. ¡Tiene cara la tonta de remate, pero mucha cara!

—¿Mi culpa? ¡Tú flipas, Brianna! Emma —dice, ahora dirigiéndose a su sobrina—, no creas ni una palabra de lo que dice tu madre. Es ella, que no comprende que me debe un favor y no me quiere dejar el coche.

—Y no te lo voy a dejar.

—O sea, que me dejas a cargo a tu hija, pero no confías en que vaya a cuidar tu Mercedes. Eres la madre del año, hermanita.

—A mí no me llames "hermanita" que eres tú el pequeño.

—Seré yo el pequeño, pero soy más maduro que tú, hermanita.

—¿Tú, maduro? No me hagas reír.

—Cierto, mejor no te haga reír, porque tienes risa de bruja. ¡Bruja!

Brianna abre la boca, indignada. ¿Cómo se atreve? ¡Llamarle bruja! ¡Boomer es un tonto del bote! Emma, por su parte, pone los ojos en blanco y vuelve a su habitación. Esto va para largo… Su madre no permite que la llamen bruja. «Infantiles…» farfulla la niña, entre dientes.

Empiezan a discutir muy fuerte, tanto, que se atropellan el uno al otro y prácticamente ya no saben ni de lo que están hablando. Brianna grita un par de veces que robará la Navidad como Boomer la vuelva a llamar bruja, mientras que el rubio hace lo propio tirando papeles al suelo. Parece un debate de políticos, quizás un poco menos salvaje y con más sentido.

—¡Pues me voy de vacaciones a Perú! —chilla Brianna.

—¡Pues muy bien! —responde, también gritando, Boomer.

Es justo en ese momento en el que los dos hermanos se dan cuenta de que han perdido el hilo de la discusión. ¿Por qué estaban peleando? ¡Ah, sí! Porque Boomer quería el Mercedes para esa noche y a Brianna no le daba la gana prestárselo. Los dos rubios se desploman sobre el sofá, con la garganta seca de gritar.

—¿Me dejas el coche? —vuelve a insistir el chico, mirando de soslayo a su hermana.

—¿Sabes qué? Mientras no me lo traiga la grúa, está bien —accede, por fin, sacando las llaves del bolsillo y entregándoselas a Boomer.

El rubio sonríe de oreja a oreja y le da un beso en la mejilla a Brianna, dándole las gracias. Una exclamación de júbilo suena desde el cuarto de Emma. Luego, Boomer mira la hora en su reloj de pulsera, abre los ojos hasta que parecen platos azules y se levanta. Coge el abrigo, se despide alegando que si no se da prisa llegará tarde y sale por la puerta del apartamento. Brianna ríe por lo bajini, pero en seguida se calla al darse cuenta de que hay papeles desperdigados por todo el salón. Le toca recogerlos.

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Aquella tarde de diciembre, en una universidad de Londres…

Estando tumbado boca arriba, lanza la pelotita hacia arriba y, cuando cae, la vuelve a coger. Así lleva más de media hora, tratando de concentrar mente y cuerpo en que la pelota de tenis no toque el suelo, aunque muy eficaz no ha sido; unas dos o tres veces se le ha ido la mano y ha acabado dando botes sobre el suelo de madera de roble.

Brick resopla y se incorpora en el borde de la cama. Realmente sí que es inútil distraerse con esa tontería de juego… Se pondría a estudiar, pero cuando tiene un libro delante es cuando su mente comienza realmente a divagar, y si eso ocurre ya sabe hacia dónde divagará. Cada vez se siente más confuso, pero el lado lúcido de su cerebro le está diciendo a gritos que deje de hacerse el indiferente con Blossom Utonium. «¡Ya está bastante claro que te gusta! —le grita, una vez más—. Deberías ser más gentil con ella, si no, la espantarás más de lo que ya.»

—Pero me besó —replica a su conciencia sin darse cuenta de que lo hace en voz alta—. Bueno, la besé, pero me correspondió. Y aunque luego saliera corriendo, algo le tengo que atraer, ¿verdad?

Se pasa una mano por el pelo, agacha la cabeza, entrelaza las manos apoyando los codos en las rodillas y suelta una risa nasal.

—Ya ves lo que me haces, americanita... —dice al aire, alzando la mirada—. Hablando solo… Parezco un desquiciado.

TOC. TOC. TOC.

Brick dirige su mirada a la puerta, se levanta, se pone su gorra como siempre lo hace (la había dejado en la mesilla) y va a abrir la puerta. Al abrir, un hombre que siempre ha ido y siempre irá impecable, le saluda y le sonríe.

—¿Tío? —Rápidamente se da cuenta de su error y rectifica—. Quiero decir… ¿Rector Woods?

—Oh, vamos, Bricky… No hay nadie, puedes dejarte de formalismos, ¿no?

—Tío, ya te he dicho que no me llames Bricky… No soy un crío.

El chico aparta su cuerpo para que Vicent Woods entrase en el dormitorio. El hombre da un repaso rápido al cuarto de su único sobrino; bastante ordenado, sí señor. Brick cierra la puerta y se apoya en ella. No entiende muy bien a qué viene la visita de su tío ahora mismo, pero no es para ver si su habitación está presentable.

—Emm… Tío, ¿tienes algo que decirme? —pregunta.

Vicent Woods se gira para mirar a los ojos al pelirrojo.

—¿Qué tal el castigo? ¿Lo llevas bien u odias más la Navidad?

Brick rueda los ojos y camina hasta sentarse en la silla del escritorio. Esa pregunta iba con segundas… No es la primera vez que le castigan (y seguramente no será la última), pero sí que es la primera vez en la que su tío se interesa por "qué tal lo lleva".

—Bien a duras penas. Ahora dime la verdadera razón por la que vienes a mi cuarto.

—Eres muy directo, Brick… A veces está bien andarse con rodeos, tenlo en cuenta. Si no fuera por mi labia, seguramente yo no sería rector de…

—¡Tío! —le interrumpe—. Por favor, ve al grano.

Woods se ajusta la corbata (aunque no es necesario porque siempre va impecable) y toma asiento en la cama de su sobrino, lo que por una parte le da mala espina al chico de ojos color sangre.

—Verás, mi secretaria Sarah… —«Tengo un mal presentimiento», piensa Brick— me ha contado que una de las señoras de la limpieza… —«Oh-oh»— os vio a ti y a la señorita Utonium besándoos en los pasillos justamente ayer.

«Mierda.»

—¡Mintió! —exclama el chico, levantándose de un salto de su silla—. Es decir… ¿Cómo nos íbamos a besar esa y yo? La señora de la limpieza debía de estar fumando crack. Y no deberías creerte todo lo que te dicen, tío.

—Cálmate, Brick. Además, un alumno me ha contado que la noche pasada fuiste a visitar a Blossom al cuarto que comparte con la señorita Snyder, y que al parecer os quedasteis más o menos media hora abrazados en el umbral de la puerta.

«Dios, sé que he hecho muchas cosas malas, pero… ¿Por qué me las tienes que devolver todas justamente ahora?»

—Lo que yo quiero saber, Brick… —vuelve a hablar Woods—, es si ya puedo considerar a la señorita Utonium mi sobrina.

Brick se lleva ambas manos a la cara, intentando ocultar su bochornoso sonrojo, aunque resulta inútil porque el rojo de sus orejas lo delata.

—Está bien… —suspira, derrotado—. Sí, la besé, pero es que cayó literalmente sobre mí, y mi cuerpo actuó solo en una situación muy comprometida, ¿de acuerdo? No fue nada más que un beso a la francesa.

—¡¿Tu primer beso con ella fue con lengua?! —exclama el rector, horrorizado—. ¿¡No se te ocurrió ser un poco más sutil, hijo!?

—Olvidé hasta qué punto sabías —admite, reprimiendo una sonrisa—. Y bueno, lo de la visita nocturna fue porque deducí que ese mismo día le… —Piensa una vez más lo que iba a decir; contarle que su novio la había dejado esa misma mañana es de insensatos— había pasado algo malo, y me sentí como un gilipollas, así que para sentirme menos gilipollas y poder dormir, fui a comprobar si era cierto que esa cosa tan mala le había pasado de verdad. Y se derrumbó aunque no lloró, y yo la abracé por pura humanidad.

Woods se queda unos segundos asimilando todo. Luego se levanta y va hacia la puerta, siendo acompañado por su sobrino.

—De acuerdo, hijo… Ha sido una cadena de malinterpretaciones, y espero que me disculpes.

—Disculpado estás, tío; no te tienes por lo que preocupar —Brick abre la puerta y el rector sale por ella—. Ya nos veremos.

—Hasta luego, Brick.

El chico de ojos rojos cierra y, estando en soledad, suelta todo el aire a presión que estaba conteniendo en sus pulmones. ¿Cómo puede ser que en un par de días las cosas hayan cambiado de una manera tan descomunal? Hace tan sólo una semana solamente se tenía que preocupar de aprobar los exámenes y pasarlo bien con los amigos, y ahora la pelirroja que era el objetivo de sus bromas ocupa el lugar número uno en sus dilemas.

Al otro lado de la puerta, Vicent Woods sonríe satisfecho. El veintiuno de diciembre la comida de la cafetería sería todas recetas francesas, pero por saber qué pasa con su sobrino y la chica que ha escogido para él y asegurarse de que el asunto va como la seda, todo merece la pena. Y sí, la relación de los pelirrojos marcha sobre ruedas, según lo previsto.

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En la costa de Townsville, aquella noche de diciembre…

Una pareja de rubios camina por el casi vacío paseo marítimo, después de que cenaran una espectacular y cara mariscada. La billetera del chico aún lo lamenta.

Ella lleva un jersey azul pastel de lana, una falda con vuelo marrón claro hasta las rodillas, unas medias gruesas a juego con el jersey y unas botas altas cubiertas de pelo sintético. Su pelo rubio está suelto, llegándole al pecho. Y encima de ese precioso conjunto invernal, su abrigo blanco y su bufanda celeste.

Él va vestido con unos pantalones vaqueros, una camisa a cuadros grises y blancos, una chaqueta gris que por en interior es un forro polar y unos botines de la marca Vans negros. Encima lleva un anorak azul marino que le llega a cubrir el cuello.

Hasta ahora había sido una noche maravillosa… Exceptuando esos momentos en los que un camarero casi incendia la chaqueta de Boomer cuando trataba de encender una vela, o cuando se fue momentáneamente la luz eléctrica del restaurante (aunque eso fue romántico porque se quedaron a la luz de las velas), o cuando una langosta que no sabían que estaba viva le agarró la nariz con las pinzas a Boomer. Ah, y sin contar cuando el rubio derramó sin querer una botella de agua entera en la falda de Bubbles; tuvieron que esperar a que se secara porque no podía salir con la ropa mojada teniendo en cuenta el frío que hacía fuera.

—Oye —dice Boomer—, ¿te puedo contar un secreto?

Bubbles se queda perpleja por unos instantes. Es decir, ¿cómo le cuentas un secreto a una chica que conoces de dos días? Vaya locura…

—Dime.

—Verás, desde que te vi en los pasillos de la Universidad… Yo… Es que no he podido dejar de pensar en ti.

La rubia se detiene, ruborizada hasta las orejas. ¡Sí que la estaba sonriendo a ella! Siente que en cualquier momento su corazón va a estallar de felicidad… Cupido ha sido muy bueno con ella, eso sin duda.

Boomer llevaba dándole vueltas toda la mañana, casi se olvida de darle el almuerzo a su sobina por estar pensando una y otra vez si debía decírselo o no. Porque por una parte, podría asustarla, y no quiere eso… Bubbles es una chica preciosa, de mirada dulce y sonrisa que enamora; cuando la vio por los pasillos de la universidad, sintió cómo su corazón daba un vuelco. Ella es la típica joven que sería la protagonista de una comedia romántica, y Boomer quiso, desde el primer momento en el que la vio, ser el protagonista masculino de cualquier película pastelosa que fueran a vivir. Él quiere que ella sepa eso, porque aunque aún sea pronto para decir nada, su patata roja y sangrante que está dentro del pecho late a una velocidad de vértigo con tan sólo verla.

—Ya sé que puede que sea demasiado pronto para decir esto, y puedes llamarme psicópata… Pero es que lo que siento al verte, es lo que siento cuando pinto un atardecer en el mar… Es difícil de explicar… Pero si tuviera que hacerlo, diría que me siento en armonía conmigo mismo, me siento seguro y creo por unos instantes que nada podría ir mal, y que esos instantes de paz debo plasmarlos en un lienzo para no perderlos. Y no sé cómo decirlo de otra manera, pero lo que sí sé es que, aunque sólo te conozca de dos días, tú eres como mi atardecer en la playa.

Por un segundo, se queda todo en silencio, exceptuando el sonido de las olas y el latir de los corazones desfogados de ambos jóvenes. Bubbles, sin mediar palabra, se pone de puntillas, toma la cara de Boomer entre sus manos y une sus labios. El chico, aunque por un momento se queda sorprendido, no tarda en coger de la cintura a la chica y acercarla más a él.

Su primer beso, en una noche de diciembre en la costa de Townsville.

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Aquella tarde de diciembre, en una universidad de Londres…

TOC. TOC. TOC.

Woods da el visto bueno para que quien está llamando a la puerta pase, y una chica pelirroja entra en el despacho. El rector de la universidad había hecho llamar a la señorita Utonium para tratar un asunto, lo que había alarmado a la pobre joven. ¿Qué podría haber hecho ahora? ¡Si estaba cumpliendo debidamente con su castigo!

—¿Quería verme, rector Woods? —pregunta la chica, cerrando la puerta y quedándose de pie frente a ella.

—Sí, señorita Utonium. Pero no se quede ahí parada, siéntese.

Blossom, con los nervios a flor de piel, camina hacia una de las sillas y se sienta en ella. Siendo honestos, es que ella ya no puede más. Como vaya a recibir una mala noticia más, cae derribada por un infarto ahí mismo. La ruptura, el castigo, la situación tan rara que tiene con Brick Rowdy, los exámenes. Si añade algo más a la lista, le da un jamacuco.

Vicent Woods se quita sus gafas y entrelaza las manos sobre la mesa, lo que hace que a la pelirroja le recorra un escalofrío por la columna vertebral. Esa postura parece muy familiar, y teniendo en cuenta que el estúpido de la gorra roja es su sobrino, no le gusta.

—Quería preguntarle… Va bien usted con el castigo, ¿verdad? ¿Le ha dado el joven Rowdy muchos problemas?

«¿Me llama sólo para decirme eso? —se pregunta mentalmente Blossom—. No, aquí hay gato encerrado…»

—No. Bueno, un pequeño percance con el espumillón en una ocasión, pero aparte de eso, su sobri… Quiero decir: Brick no ha resultado tan molesto.

Woods se acaricia la barba canosa, mientras que una imperceptible gota de sudor frío le recorre la sien a Blossom. Realmente todo eso le da a pensar que hay un trasfondo. ¡Por Dios, es que ese hombre es demasiado imponente! Te hace creer que siempre tiene algo preparado para ti, y eso acaba resultando incómodo.

—¿Y la misión que le encargué? —pregunta el rector—. ¿Va bien o mi sobrino sigue siendo un prepotente?

—Sigue siendo un prepotente —afirma sin pensar. Cuando se da cuenta de que esas palabras han salido de sus labios, enrojece—. Pero… bueno… He notado una ligera mejoría… Supongo que se ha dado cuenta de que lo mejor es dejar en paz a algunas personas…

Vicent Woods se recuesta en su silla, sin quitar ojo de la pelirroja, la cual forma un puño sobre la tela de su pantalón y baja la mirada con las orejas rojas. Se nota desde kilómetros que está nerviosa.

—Me alegro, realmente me alegro —El hombre se levanta y rodea el escritorio—. Verá, Brick ha sido siempre un chico problemático…

«No me extraña», piensa Blossom.

—Nació en un hogar roto… Su padre era un narcotraficante y su madre ejercía la prostitución, y a penas los veía a ambos… —La chica se tapa la boca con una mano, horrorizada—. El Gobierno lo descubrió, y como era de esperar, sacó a Brick de ese deplorable lugar, pero él ya tenía doce años. Le proporcionaron una familia de verdad, junto con mi hermano y su esposa, pero siempre se ha sentido fuera de lugar.

»Sin embargo, siempre he confiado en que exista alguien que lo haga entrar en razón y le haga sentir inglés de verdad, y ese alguien tiene que ser una persona con una paciencia enorme. Usted es la única persona que ha aguantado tres meses sin perder los estribos, así que espero que le comprenda y le ayude a ser mejor persona. Se lo pido por favor, Blossom.

La pelirroja desvía la mirada por unos momentos, incapaz de mirar a los ojos al rector de la universidad. No sabía que Brick había tenido un pasado tan duro… Descubrir que su infancia no fue precisamente un camino de rosas, es como una patada en el estómago que te envía de lleno hacia el arrepentimiento. Quizás debió ser más comprensiva: ¿cómo iba a salir el chico si los primeros doce años de su vida los pasó con un camello y una puta? Pues como un cabrón integral.

—Haré lo que pueda… Pero no sé cómo hacerlo, realmente —admite.

—Estoy seguro que lo conseguirá. Gracias, señorita.

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Un mediodía de mediados de junio, en algún lugar de Townsville…

Unos niños empujan a la pobre chiquilla, haciendo que caiga en el charco de barro y acabe embadurnada en lodo otra vez. Ella solamente se levanta, sin mediar palabra, y trata de irse de allí con su andar derrotado y apesadumbrado. Sin embargo, otro chico, este de diez años, se pone en frente de ella y le da otro empujón para que cayese de culo en el barro otra vez.

Todos ellos se ríen cruelmente, mientras que la pequeña pelirroja, con la mirada gacha, se vuelve a levantar y a intentar salir del círculo de abusones en donde la habían metido. Sin abrir la boca, sin un reproche, sin un insulto, como si no le importara que la hiciesen retozarse en el lodo una y otra vez, como una desalmada. Y en realidad, los pocos que consiguieran que alzase la mirada, sólo encontrarían soledad, tristeza y deseos de morir de una vez por todas; sus ojos ya no son rosas, son grises. Pero nadie se daba cuenta, nadie se percataba de ese profundo deseo de dejar de existir por parte de la niña pelirroja de cuatro años, de "la rembolsada".

De lejos, dos niñas observan. La primera tiene el ceño fruncido, la segunda observa preocupada cómo los matones del orfanato se meten una y otra vez con la pequeña pelirroja que devolvieron hace mes y medio.

Buttercup no le había contado a Bubbles que vio cómo lloraba cuando la devolvían, porque entonces tendría que admitir que se había sentido compasiva; débil. La señora Berta lo ignora, pero en ese centro de niños huérfanos no caben los débiles, porque si no, acabas como la rembolsada. Todos ellos piensan que ella es débil y por eso la molestan, pero en realidad es mucho más fuerte que todos esos niñatos. El año pasado, devolvieron a un niño de once años que años atrás era del grupo de los abusones, y a las cuatro semanas de bullyng, encontraron su cuerpo frío y sin vida colgando de la litera de su cuarto.

Blossom parece que estuviera muerta, parece como si no sintiese nada, como si todo le diera igual… Pero si vas a su cuarto por la noche, puedes verla acostada en su cama mirando al techo, con los ojos muy abiertos y derramando lágrimas. Sufre en silencio, lo consume, lo sobrelleva de alguna manera, y luego hace ver que no le afecta. Es una capacidad asombrosa la suya, pero le falta la reacción.

—Butter —llama Bubbles—, deberíamos ayudarla.

—Pfff… Prefiero no meterme en problemas con esos. Ya se acabarán cansando.

—No creo.

—Sí creo. Si quieres ayudarla, Bubbles, ve cuando se hayan ido. Ahí puedes serle de gran ayuda.

La rubia se gira hacia la morena, con un adorable puchero recriminador adornando su carita. ¿Por qué Buttercup es tan injusta? ¡No hay más que ver qué mal le hacen pasar a la rembolsada! Necesita ayuda.

—Tú me ayudaste —recuerda, mirándola a los ojos—. El año pasado, cuando ellos mismos se metían conmigo, viniste y me ayudaste. Paraste los golpes y diste unos cuántos. ¿Qué hay de diferente en ella?

—Todo —replica—. Tú estabas llorando. ¿Cómo está ella?

Bubbles mira al corro en el que está encerrada Blossom. La empujan, se levanta y trata de salir. No se rinde, no para, no llora, no siente, no muestra ninguna emoción. Está rota por dentro, eso es lo que la hace soportarlo. Pero está rota desde hace mucho más tiempo, desde antes de que la devolvieran.

—Está rota. Pero Buttercup… Yo pienso que no deberíamos dejar que se rompiese más… ¿Y si luego no se pueden juntar los pedazos?

El mayor de los abusones le da un último empujón a Blossom, ya cansado de que ella no responda ni haga nada. ¡Qué aburrido!

—¡Bah! —exclama—. Esto es un rollo… Si no llora, ni suplica, ni hace nada, pierde la gracia.

El resto de los matones lo apoyan y deshacen el círculo para irse a otra parte. Blossom se levanta, se queda parada en medio del charco de barro y con mirada inexpresiva observa a sus maltratadores alejarse. Y algo, se mueve en su interior. Un repentino deseo de dejar las cosas claras.

—Dime —habla, con una voz tan calmada, fuerte y clara que resulta escalofriante.

Todos los niños se giran a verla. El patio se queda en un silencio sepulcral. Es la primera vez que escuchan a la rembolsada hablar. Es tan sorprendente, que incluso Buttercup y Bubbles abren los ojos como platos. El mayor de los abusones dibuja una sonrisa torcida.

—Mírala, pero si la rembolsada tiene lengua… Ya pensábamos que se la había comido el gato.

—Y exactamente… —vuelve a hablar Blossom—. ¿Por qué te metes conmigo? —El chico abre la boca, pero antes de que pudiera decir nada, ella continúa—. ¿Porque eres muy estúpido, muy tonto, muy ignorante de la vida? ¿Porque te sientes tan insignificante, tan innecesario en la existencia, que crees que haciendo más miserables a los demás serás mejor? ¿Y no te has parado a pensar que, quizás, y sólo quizás, eres un ser mucho inferior a todos esos a los que consideras endebles? Patético. Te lo llevo queriendo decir desde hace tiempo… Eres pa-té-ti-co. Y que te lo esté diciendo precisamente una de tus víctimas, a la que sacas nada más y nada menos que seis años, lo hace aún más penoso.

Todo es muy rápido. Antes de que nadie pueda decir "coliflor", el abusón agarra del pelo a Blossom y la levanta del suelo. Ella lleva la mano al lugar por donde la sostienen, soltando una pequeña lágrima de dolor, aunque sonríe, orgullosa y sarcástica. Esa reacción por parte de él sólo significa que sus palabras le han atravesado como dagas, han sido tan afiladas porque son la pura verdad y nadie se había atrevido a echárselo en cara nunca.

—¿Me has llamado patético? ¡Verás lo que es bueno, hija d… —Siente un golpe descomunal en la entrepierna. Suelta el pelo de Blossom y se lleva las manos a la zona afectada, soltando un alarido y cayendo de rodillas.

—¿Qué decías, imbécil? —pregunta Buttercup, cruzándose de brazos y manteniendo a la pelirroja tras su espalda.

Bubbles corre al encuentro de su amiga y el de Blossom, y ayuda a esta última a levantarse, con una enorme sonrisa iluminando su cara. Esas palabras que le dijo a la morena antes, por fin entraron por un oído y se quedaron dentro de su cabeza. ¡Por fin se lanzó a ayudarla! Tan difícil no era.

—Eh, niñata, ¿por qué has pegado a Dumpty? —Uno de los abusones da un paso al frente.

(¿Y no es irónico que el matón sea un tipo que se llama "Dumpty"? Bueno, la señora Berta ponía nombres muy raros…)

El llamado Dumpty está llorando, encogido en el suelo y sujetándose las bolas. Buttercup no es una niña normal, ninguna niña tendría una fuerza tan descomunal… Si cada uno de los chicos que forman parte de su grupo de abusones le dieran en los huevos con un bate, dolería menos que la patada que le acaba de proporcionar esa niña morena de ojos verdes.

El resto de huérfanos observan con los ojos desorbitados al "duro" del orfanato. Luego, suben la mirada hacia Buttercup, quien entorna los ojos con el ceño fruncido, y deciden que con ella es mejor no meterse. Cuando todos han vuelto a lo suyo, se vuelve hacia la pelirroja y le sonríe con diversión.

—Buttercup —se presenta, señalándose con el pulgar.

—Yo soy Bubbles —secunda la rubia, sonriendo dulcemente—. Tú te llamas Blossom, ¿verdad?

—Sí —contesta la de ojos rosas—. Gracias… por ayudarme.

—No hay de qué, pelirroja —habla Buttercup, sonriendo—. Aquí para lo que quieras…

Blossom se frota el brazo. Nunca ha tenido amigas… Su hermana adoptiva era una borde que la maltrataba, la creía escoria, y eso que se suponía que ella era un capricho. ¿Cómo se supone que tiene que actuar?


Chavales, Sandra no está. ¿Que dónde está? En el cuarto que compartimos (sí, compartimos dormitorio, ¿qué pasa?). Está hablando por WhatsApp, y pasa de mí ahora mismo. (Explicaría el por qué pasa de mí, pero... Me pidió que no lo hiciera. A Sandra no le gusta mi lado de maruja, y eso que por mi lado de maruja ahora ha llegado a esta situación, pero en fiiiiiin...)

Así que, ¿qué sacamos en conclusión? ¡Que hoy la escritora troll que os dijo que actualizaría pronto responde a los Reviews no registrados (y los registrados los respondo por MP, así que...)! ¡Yupiiiiiiii! Jeje..., en serio, lo siento *pide perdón en plan japonés*, pero entre una cosa y otra no he podido, además de que estoy colaborando en una historia y eso lógicamente también me roba mi tiempo... Y además estoy en una crisis emocional (ole, la bruta de Madori también tiene crisis sentimentales, ¡esto es noticia de portada del periódico El País!)

¡Pero chavales, que nos vamos por las ramas! A responder se ha dicho...

chica ppgz: Lo sé, soy una experta en hacer sufrir, ¡muajajajajaja! Eso, si alguien dice lo contrario... *CHAN, CHAN, CHAAAAN* Y bueno, ya terminó tu agonía porque AL FIN actualicé.

Hinata12Hyuga: Bueno, pues aquí los azulitos ya han tenido su primer beso... Las cosas van rápido, lo sé, pero ya veremos lo que pasa en el futuro... Jeje, es que lo de Mitch nadie se lo esperaba... Y va a ser importante, no le quites el ojo de encima. Espero que este cap. te emocionase tanto como el anterior.

saviorfreedom: Sipe, Brick lo pinto ahí súper tierno... Aunque no dejará de ser un capullo, eh. Y gracias por dejar Review, me alegro de que te gustara.

Bueno... y no tengo mucho más que decir porque ya ha empezado Isabel en la tele y no me pierdo este capítulo ni en broma (gyah, aún no me creo que San vaya a perderse Isabel por hacer... lo que está haciendo)

¡Adiós, chavales-que-no-tenéis-nada-mejor-que-hacer-que-leer-esto (comúnmente llamados lectores)! Madori out.