ALIVIO
Por Catumy
Capitulo 1.
Kagome estaba furiosa. Peligrosamente furiosa. Tan furiosa que se consideraba capaz de matar a alguien si se atrevía a pedirle la hora. Bueno, a cualquiera no. Mataría a Inuyasha, en breve. Después de todo, ese violento e insensible hanyou era el culpable de que hubiera tenido que caminar por las frías calles de Tokio cubierta con solamente una toalla alrededor de su cuerpo semi congelado.
Maldito estúpido. Se tenía merecido todos y cada uno de los osuwaris que le había dado. Y si continuaba atormentándola todavía se llevaría varias docenas más de regalo ¿Cómo había sido capaz de avergonzarla de esa forma? Podía entender hasta cierto punto que el hanyou no tenía por qué comprender sus explicaciones pero ¿Era necesario recurrir a la violencia? Pero claro, Inuyasha no entendía las cosas por más que se lo explicaran. Para él, el blanco era blanco y el negro, negro. Y, por supuesto, un hombre que la miraba más de dos segundos seguidos era un violador en potencia. Y punto.
- Kagome… ¿hasta cuándo vas a estar enfadada?
Ella lo ignoró, luchando con el impulso de volver a sentarlo en medio de la calle. Quedaba muy poco para llegar al templo y el límite de su paciencia estaba tan cerca que casi podía acariciarlo con la punta de los dedos. Más le valía a Inuyasha no obligarla a cruzarlo. Apretó la toalla contra su pecho cuando unos chicos la miraron de forma lasciva. A su espalda, oyó un gruñido amenazador por parte del hanyou, que llevaba un buen rato caminando detrás de ella. Lo ignoró de nuevo, aunque no pudo evitar el rechinar de sus dientes.
El último tramo hasta llegar a su casa lo realizó corriendo. Ansiaba llegar a la seguridad de su habitación, poder cubrirse con algo de ropa y, por supuesto, perder de vista al hanyou durante un tiempo. Un par de siglos bastarían para que se le pasara el enfado. Iba a pagar caro el haberla puesto en esa situación. Muy caro.
- ¡Ya estoy en casa! – gritó en cuanto cruzó el umbral.
De reojo, vio que Inuyasha se disponía a entrar detrás de ella, por lo que cerró la puerta con un violento golpe, justo en la cara del hanyou, quien solamente suspiró antes de volver a abrirla.
- ¡Lárgate de aquí, Inuyasha! – estalló al verlo entrar como si nada.
- ¿A que viene esto? – Preguntó él – ¿Intentas partir la puerta?
- ¡Lo que voy a partir es tu espalda si no te esfumas ahora mismo!
Las voces alertaron a la señora Higurashi, quien acudió al recibidor. Fue toda una sorpresa para ella el encontrar a su hija solamente cubierta por una toalla blanca, sin zapatos y con los brazos en jarras, mostrando un enfado más que evidente. A su lado, Inuyasha llevaba a parte superior de su haori rojo en una mano, en lugar de firmemente sujeto a la cintura, como acostumbraba a ser.
- Kagome… ¿Qué ha ocurrido? – los miró a uno y otro, sin comprender - ¿Dónde está tu ropa?
- ¡Pregúntaselo a él!
Con ese grito, la muchacha subió las escaleras, marcando sus pasos con fuerza. Inuyasha retiró su mirada de la madre de la joven, quien lo contemplaba de forma interrogante, preguntándole sin decir nada.
Había metido la pata, de acuerdo, pero ¿era suficiente motivo para que Kagome se pusiera de esa forma? Tampoco había sido para tanto… Ella tan solo estaba exagerando. Lo más probable era que se le pasara el enfado en cuestión de minutos, como siempre.
Oyó otro portazo en el piso superior y sus orejas se movieron, incómodas por el fuerte ruido. Esa mujer sabía bien como montar un escándalo de la nada. ¡Keh! Ni que él hubiera pretendido verla desnuda… De todas formas ¿Quién le mandaba ir a un sitio tan peligroso? Ella misma se lo había buscado.
Después de colocar sus ropas adecuadamente, siguió a la señora Higurashi hasta la cocina, donde ella le ofreció té y pastas, que aceptó de buen grado. ¿Por qué no podía Kagome ser tan atenta y servicial como lo era su madre? Se metió tres galletas en la boca de golpe y las masticó ruidosamente.
- Inuyasha, cariño – sonrió la madre de Kagome - ¿No quieres decirme qué ha ocurrido?
Él la miró y miró las galletas. Definitivamente, las mujeres eran todas unas manipuladoras. La merienda solo era una forma tan buena como cualquier otra de ablandarle para que hablara. Se maldijo por tener un estómago tan débil.
-¡Keh! Está exagerando – informó – Yo solo la saqué de ahí.
- ¡Osuwari!
La voz de la muchacha le tomó desprevenido, casi tanto como el golpe contra el suelo que recibió instantes después. Esa maldita mujer seguía estando furiosa, al parecer. Desde el suelo, la vio caminar por toda la cocina para servirse ella misma una taza de té. Vio que se había vestido con un pantalón largo y un jersey de cuello alto. La muy idiota se había enfriado. Eso le pasaba por ser tan orgullosa como para no querer cubrirse con el haori que él le había ofrecido desinteresadamente.
- Kagome, hija… ¿No vas a decirme qué ha pasado?
- ¿Cómo? – La joven fingió sorpresa - ¿No te lo ha explicado ya Don Protector de las Mujeres Indefensas?
- ¿Qué querías que hiciera? – Gruñó el hanyou desde el suelo - ¡Estaba tocándote!
- ¡Y yo le pagué para que lo hiciera, pedazo de idiota!
Inuyasha se quedó helado ¿Ella había pagado a un hombre para que…? No era la primera vez que escuchaba hablar de este tipo de hombres, que se aprovechaban de la soledad femenina para sacar un beneficio pero… Nunca habría imaginado que Kagome iba a necesitar ese tipo de "servicios". Maldición, ¿Tan desesperada estaba?
- A ver si lo he entendido… - comentó la señora Higurashi - Inuyasha ha entrado en la cabina mientras te…
- ¡Exacto! – La interrumpió la joven, furiosa – Ha entrado pegando gritos y con la Tessaiga en alto. ¡Ha golpeado a Shinnosuke!
- ¡Te estaba tocando! – ya levantado, el hanyou imponía bastante más que desde el suelo. Claro que una Kagome enfadada podía llegar a dar mucho miedo.
- ¡Es su trabajo!
- ¡Estabas desnuda! – la acusó como si resultara de lo más obvio que aquel era el principal problema.
- ¿Y cómo querías que lo hiciera? – Gritó la muchacha, todavía más fuerte que el hanyou.
- ¡Pues que no lo hubiera hecho!
- ¡Osuwari! – Inmediatamente, el rostro del hanyou golpeó el suelo – No se puede hablar contigo Inuyasha.
La mujer adulta observaba a los dos jóvenes discutir y le dio la impresión de que no estaban hablando el mismo idioma. Los dos podían llegar a ser muy testarudos cuando se lo proponían. Quizás lo mejor era cambiar de tema. Y, cuando más pronto, mejor.
- Inuyasha ¿te quedarás a cenar?
- ¿Cómo que no se puede hablar conmigo? – Gruñó el hanyou cuando consiguió despegar la cara del suelo, ignorando la pregunta.
- La cena… - volvió a insistir la dueña de la cocina que amenazaba con quedar destruida si ese par continuaba discutiendo a todo volumen.
- Inuyasha no va a quedarse a cenar – la joven lo retó con la mirada a que la contradijera si se atrevía – Se marcha al Sengoku.
- No me pienso ir sin ti -amenazó el chico, poniendo la cara a la altura de la de la miko.
- Estoy convaleciente – una sonrisa triunfal adornó los labios de la muchacha.
- Yo no veo que hagas mucho por cuidarte – Inuyasha cruzó los brazos sobre el pecho, creyéndose ganador de la discusión. Pero todavía no conocía a Kagome.
- ¡En eso estaba hasta que llegaste tú!
- ¿Qué quieres decir con eso? – volvió a levantar la voz.
La joven se inclinó hacia delante para que su respuesta resultara más amenazadora pero un pinchazo de dolor en la espalda la hizo incorporarse de golpe sin poder reprimir una mueca de dolor. Tanto su madre como el hanyou acudieron para ayudarla a que se sentara pero ella rechazó la ayuda masculina con un manotazo.
- Kagome, ¿Sigue doliéndote? - Preguntas Inuyasha, muy preocupado.
- ¿Tú qué crees? – Se frotó la zona lumbar, tratando de aliviar el dolor – No me ha ayudado que me cargaras como si fuera un saco de pienso para animales.
Inuyasha sostuvo su mirada durante unos segundos, hasta que ella apartó la mirada, avergonzada por haberle rechazado con un golpe. Él pensó en lo que acababa de decirle. Era cierto que la había cargado de una forma poco "convencional" pero la situación lo requería. Era eso o matar al humano… No se había parado a pensar en la espalda de la miko, lesionada días atrás durante la batalla contra un youkai.
- Siento haberte hecho daño, Kagome - susurró él – No era mi intención.
- Ya lo sé… - la joven no pudo reprimir una sonrisa – Pero, si pensaras antes de actuar…
- No había qué pensar – interrumpió el hanyou – Ese bastardo no tenía por qué tocarte.
- ¡Eres imposible!
La muchacha salió de la habitación haciendo aspavientos y murmurando que no conocía a un ser más terco y con la cabeza más hueca que Inuyasha. El hanyou, por su parte, se sintió aliviado por haberse librado de un casi seguro viaje al suelo cortesía de una Kagome nuevamente furiosa.
A su lado, la madre de la sacerdotisa lo miraba con expresión divertida. Inuyasha frunció el ceño, seguro de que no había ocurrido nada gracioso en esa habitación. Pero la mujer lo miraba tan fijamente que no pudo reprimir la pregunta que salió de su boca.
- ¿Qué es tan divertido?
- Vosotros dos, discutiendo – la mujer se llevó una mano a los labios para evitar que escapara una carcajada – Parecéis una pareja de enamorados.
- ¡Nadie está enamorado! – violentado, salió de la cocina a toda velocidad, dejando a la mujer con sus extraños pensamientos.
Con paso decidido, subió las escaleras hasta situarse frente a la puerta del dormitorio de Kagome. Titubeó. Si entraba allí podían pasar dos cosas: o bien hacían las paces o bien continuaban discutiendo hasta el fin de los tiempos. Claro que ¿qué otras opciones tenía? Podía bajar a la cocina y dejar que la madre de Kagome siguiera riéndose a sus expensas. O podía volver al Sengoku a dejar que Shippo y Miroku le pusieran los nervios de punta acusándolo de haber dejado sola a Kagome cuando ésta estaba lesionada.
Maldiciendo para sí, entró en la habitación con un impulso, sin detenerse a llamar a la puerta. La muchacha hizo girar la silla del escritorio donde estaba sentada para mirarlo.
- ¿Podrías llamar a la puerta antes de entrar? – preguntó ella con frialdad.
- ¡Keh! No me interesa verte desnuda si eso es lo que te preocupa.
- Olvídalo – murmuró ella, volviéndose despacio a los cuadernos que tenía sobre la mesa.
Él, muy serio, cerró la puerta y fue a sentarse en su rincón predilecto, pensando en las palabras de la joven. Un rato antes, un cretino desconocido la había visto desnuda. Y la había tocado de forma poco apropiada. Por suerte, él había llegado a tiempo. Después de noquear al tipo con un solo golpe, echó una toalla sobre el cuerpo de la muchacha, que le gritaba improperios, y la sacó de allí en volandas. Un trabajo limpio.
Había actuando correctamente. Y ese tipo habría recibido su merecido si no hubiera sido tan blandengue como para caer ante el primer golpe. En cuanto a ella… Kagome había estado tumbada sobre esa extraña tarima, boca abajo, con una pequeña tela cubriéndole el trasero… ¡Y él la había escuchado gemir!
- ¿Por qué has ido a ver a ese bastardo? – preguntó a bocajarro. Ella no se volvió para contestarle.
- Shinnosuke – corrigió – Es un amigo de la familia. Siempre he acudido a él cuando he tenido este tipo de problemas.
- ¿Ya le habías visto antes? – se alarmó ¡Aquello no era algo puntual!
- Algunas veces, sí – escribió algunos números en su cuaderno, distraída. – He visitado a otros, pero Shinnosuke es el único que sabe como aliviarme.
El hanyou se levantó de golpe y, con un rápido movimiento de sus manos, hizo girar la silla de la miko, obligándola a que lo mirara.
- ¿Aliviarte? – No podía creer lo que estaba oyendo - ¿Otros?
- ¿Qué pasa Inuyasha? – preguntó ella, mirándolo a los ojos – Tampoco es para tanto, hombre…
- ¿Qué no es para tanto? – Se acercó peligrosamente a ella - ¿Y qué pasa conmigo?
- ¿Y tú que tienes que ver con todo esto?
- ¡Yo podría haberte aliviado! – contestó él, demasiado rápido. Inmediatamente se separó de la muchacha, avergonzado por lo que acababa de decirle. ¿Cómo podía ser tan bocazas? Ella solo lo miró.
- ¿Tú? No te ofendas Inuyasha pero no sería capaz de ponerme en tus manos. Probablemente me romperías en dos.
Él se sonrojó profundamente. ¿Romperla? De acuerdo que era grande y fuerte pero de ahí a que fuera a hacerle daño… Eso sí que era tenerlo en buen concepto.
- Hubiera tenido cuidado, Kagome. – susurró él sin atreverse a mirarla, con las mejillas ardientes.
- Aún así – ella volvió a colocar la silla de cara al escritorio, con cuidado de no volver a hacerse daño – Prefiero mi época para estas cosas ¿lo entiendes, verdad?
- ¡No, no lo entiendo! – Volvió a mirarla pero ella le daba la espalda, enfrascada de nuevo en sus libros – En el Sengoku podemos hacerlo igual o mejor que estos enclenques de tu tiempo.
- Lo que tú digas… - se pasó una mano por el cabello y sonriendo – Imagino tu cara si te hubiera pedido algo así… Te habrías muerto del susto Inuyasha, reconócelo.
Las mejillas del hanyou volvieron a enrojecerse ante el pensamiento. Si Kagome le hubiera pedido directamente algo así… No se hubiera asustado. Para nada. Aunque lo más probable era que hubiera quedado en shock durante horas, tal vez días.
- De eso nada – mintió él.
- Olvídalo Inuyasha, no voy a acudir a ti aunque lo necesite como el respirar. – Se puso de pie lentamente – No quiero formar parte de ningún experimento extraño.
- Habría tenido cuidado– repitió Inuyasha con un susurro, ofendido por el comentario de la muchacha.
Ella suspiró, cansada de esa absurda conversación acerca de lo que podría haber sido pero no fue. Se encogió de hombros. Inuyasha podía ponerse imposible si se lo proponía. Y, por lo visto, el hanyou tenía ganas de discutir hasta sacarla de sus casillas. Y ella estaba agotada después de todo lo ocurrido esa tarde. Optó por cambiar radicalmente de tema.
- ¿Bajamos a cenar?
El asintió, cabizbajo, incapaz de mirarla. No podía creer nada de lo que había ocurrido esa tarde. Todo era demasiado increíble, demasiado rebuscado… Solo le había quedado claro que, en caso de necesidad, Kagome no iba a acudir a él. Al parecer, tenía miedo de que pudiera lastimarla. O romperla, para más inri. Pero eso no tenía por qué ser así. Él podía ser cuidadoso si se lo proponía ¿O no? Después de todo, la había tratado con delicadeza innumerables veces, así que ella no tenía porqué desconfiar de su fuerza.
Quiso decirle algo, que se equivocaba, que lo probara antes de juzgarlo… pero la muchacha ya había salido de la habitación y se dirigía a la cocina, desde donde salía un exquisito aroma a Ramen, probablemente preparado en su honor. La conversación tendría que esperar.
Después de todo, era mejor afrontar una buena pelea con el estómago lleno ¿verdad?
CONTINUARA