Diosa de la venganza
Había momentos intermitentes entre la lucidez y el desmayo, algo como un alterne entre luz y obscuridad en que todo daba vueltas, como si el mundo se torciera en un genjutsu del que no podía escapar. Pero, entre todo eso, hubo un rostro familiar que, por un instante, puso todo en su lugar de nuevo.
Madara.
Lo miró, siempre imperturbable, las facciones de su expresión permanentemente dispuestas de esa forma en la que, lo que fuera que pasaba por su mente, no se permeaba. Quiso llamarlo, pero él puso sus dedos en sus labios.
—Perdiste demasiada sangre, no te esfuerces.
No le hizo caso, tomó su mano creyendo que lo hacía con todas sus fuerzas, sin embargo, apenas llegaba a sostenerse. Sintió las lágrimas escapando de sus ojos y el dolor arremolinarse en su garganta. Se preguntó qué tan diferente era el dolor que había sentido su esposa cuando le abrieron de lado a lado el cuello, ahogándose con su sangre, sintiendo la impotencia de no poder hacer nada por su hijo.
Maldijo a Tobirama, él podía asesinar a alguien de forma más rápida, tanto que ni siquiera se daría cuenta de lo que sucedía, en cambio, eligió que fuera lento, quizás solo para castigarlo a él.
—Toma mis ojos—le dijo con sumo trabajo.
—No digas tonterías, si este hombre sabe lo que le conviene va a salvarte—interrumpió Madara refiriéndose al médico, quien simplemente pasó de su comentario, afanándose en cerrar las heridas tan rápido como podía. Sin embargo, y pese a ser el médico más habilidoso del clan, sentía cómo la vida de Izuna Uchiha se le escapaba entre los dedos.
—Madara... hermano—suplicó Izuna apartando débilmente al médico.
Hubo un instante en que Izuna creyó ver cómo se resquebrajaba algo en su mirada.
—Déjanos—dijo Madara al médico.
—Solo deme un poco más de tiempo, Madara-sama.
—¡Déjanos!— exclamó con un grito tan poderoso que el médico simplemente se deslizó hacia la puerta, cerrándola por fuera.
En ese preciso instante Madara levantó a su hermano, sosteniéndolo entre sus brazos. Lo llamó por su nombre quedamente e Izuna sintió una opresión en su pecho por siquiera llegar a dudar de que le importaba. Extendió la mano hasta tocar su rostro, Madara la tomó, apretándola levemente.
—Yo no puedo... nunca he podido... toma mis ojos...
—No me pidas eso, por favor.
—Escuché tu conversación con Hashirama, sé que estás perdiendo la vista, y ambos sabemos que si tomas mis ojos tendrás nueva luz.
Madara se inclinó sobre él, estrechándolo contra su pecho.
—No soy tan fuerte, solo soy yo, solo Izuna… pero puedo hacer esto para ti…
Izuna sintió algo tibio bajando por su cuello, al principio pensó que era sangre, pero el jadeo ahogado de su hermano le hizo consiente de lo que sucedía en realidad. Entrecerró los ojos
—Hazlo…—susurró mientras perdía la conciencia de a poco, sintiéndose de nuevo como un niño pequeño, como cuando Madara, una vez probada su valía, se lo llevó con él a su habitación en lugar de dejarlo con su padre.
Lamentaba no haber sido más fuerte, no ser capaz de proteger ni siquiera a su familia, menos aún a su clan, pero Madara lo lograría, si tomaba sus ojos, sin duda superaría esa difusa línea que aseguraba, existía, entre él y Hashirama. Entonces ya no tendría dudas, ya no cuestionaría su propio poder, y llevaría a todos a la verdadera era de paz y prosperidad.
Madara deslizó la puerta en silencio. Frente a él, se encontraban reunidos los ancianos y algunos de los ninjas que no habían requerido grandes cuidados médicos. Reaccionó por solo un instante cuando su sobrino lo apartó para entrar en la habitación, luego de haberse soltado del férreo agarre del hombre que lo tenía.
—¡Padre!
Miró por sobre su hombro.
Era un chico fuerte, y más confiado en su propio poder de lo que Izuna era a su edad. Le vio inclinarse sobre el cadáver, manchándose con la sangre que cubría el piso y el cuerpo, luego desvió la mirada hacia a él, aún de pie en el vano de la puerta, con los ojos llorosos y las aspas del sharingan temblando.
Entonces, por primera vez desde que había nacido, e Izuna se lo mostrara, sintió que no se trataba de un extraño, de un Uchiha más del cuál ocuparse. Se supo acusado, nunca debió permitir que los Senju se sintieran con ventaja, y por primera vez, la determinación de acabar con la guerra entre los clanes inflamó su corazón.
Se giró y caminó, los demás abrieron el paso en silencio.
A medida que se alejaba, fue consiente de cómo su respiración se volvía cada vez más pesada, y por su mente pasaban un sinfín de imágenes, incapaz de apartar a su hermano de sus pensamientos, la única persona que le hacía sentir humano se había marchado, dejándole solo con una tarea en la que siempre trató de ayudar, y acababa de darle el último regalo.
Tenía que lograrlo, tenía que hacer lo que debió desde un principio en lugar de entregarse a reflexiones que no conducían a nada más que un sueño imposible, una utopía solo capaz de existir y funcionar en la imaginación de los débiles.
Sintió la presencia de Hashirama. No obstante, recordó una vieja oración que escuchó alguna vez de los ancianos que le entrenaron.
No podía creer que la recordara, palabras inútiles de un culto muerto que, sin embargo, llegaron a su mente en ese instante definitivo.
Que los Dioses Oscuros guíen mi camino,
que me den fuerza, que me den la victoria.
Que el dios del sueño no me ciegue.
Que el dios del destino me dé la ventaja.
Que el dios de la condena dirija mis armas.
Que el dios del engaño no confunda mi camino.
Que el dios del orgullo no doblegue mi voluntad.
Que el dios de la discordia no me separe de mis hermanos.
Que el dios de la intriga no envenene mi corazón.
Que el dios de la muerte me permita ser su mensajero.
Que el dios de la locura me dé valor.
Y cuando sea mi tiempo de caer,
diosa de la venganza, dame un último aliento.
Comentarios y aclaraciones:
Sé que esto no es lo que se esperaba, pero estoy satisfecha con el resultado.
Le agradezco a todos sus lecturas, la paciencia y la oportunidad que le dieron a esta historia.
Oficialmente, esto es el
FIN
Por última vez y de todo corazón
¡Gracias por leer!