Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece, todos los derechos están reservados por Masami Kurumada y la TOEI.


Autora: Suki90
Serie: Saint Seiya
Título: Consumando el amor.
Pareja: Seiya x Saori (Post-Omega)


Era pasada la media noche, por lo tanto la reina nocturna ya se había apoderado de cada uno de los rincones de la enorme mansión de la familia Kido; cada esquina, cada pasillo, cada habitación estaba bañada en obscuridad.

No obstante, aquella negrura no fue capaz de eliminar todos los vestigios de luz, pues el enorme ventanal de una de las habitaciones más grandes de la vivienda daba perfecta entrada a los intensos pero a la vez hermosos rayos lunares.

Usualmente a la madre obscuridad no le importaba compartir terreno, ya que ella siempre era quien predominaba a fin de cuentas. Sin embargo esta ocasión fue diferente... Esa noche el astro natural de la Tierra parecía muy interesado en bañar aquella alcoba con su luz.

Claro está que la duda la inundó... ¿Qué podría ser tan importante como para que la luna buscase mitigar su obscuridad y brindar con su luz suficiente visibilidad en aquella recamara? Fue pocos segundos después que se percató, pesadas respiraciones y eventuales suspiros inundaban por completo aquel recinto.

Ahí, en medio de aquella enorme habitación, posicionados exactamente donde los rayos lunares eran más intensos, se encontraban dos seres, dos personalidades muy importantes dentro de su círculo. Personas que habían esperado infinidad de tiempo para poder expresarse.

La oportunidad finalmente se había presentado... después de muchísimo tiempo el destino y las estrellas les permitieron gozar un momento de soledad y paz. Por lo que sin esperar un segundo más, el par de adultos se dirigió al único sitio en donde sabían nadie podría interrumpirlos:

Su alcoba. Ese lugar era el escenario principal aquella noche...

— Seiya… —pronunció la hermosa mujer de cabellos lavanda. La forma en que esta pronunció su nombre causó que el aludido se estremeciera de pies a cabeza casi de inmediato.

— Saori… —murmuro él en respuesta, no soportando más y cediendo ante aquellos prohibidos sentimientos al posar sus labios sobre los de ella, perdiéndose en aquel dulce y placentero néctar que poseían.

Así como él, y sin oponer algún tipo de resistencia, la dama de sociedad se permitió deleitarse con aquel exquisito sabor que por años anheló y se prohibió debido a sus responsabilidades. Era claro y evidente que la heredera Kido recibía gustosa toda acción de su caballero guardián.

En pocas y sencillas palabras: Permitió que Seiya, aquel que siempre había estado con ella a pesar de todo, cruzase la barrera que se impuso por años, incluso siglos.

Ya era hora y tiempo de darse una oportunidad de amar y ser amada como toda mujer.

Increíblemente, como si el moreno hubiese leído su mente, este comenzó a profundizar aquel beso que inició de forma tímida y dulce para imponer algo más de fuerza, demostrando lo apasionado y necesitado que era aquel amor que en silencio se profesaban. Era como si con ello no sólo quisiera remarcar ese hecho, sino que también ansiaba dejar en claro que él siempre estaría ahí para ella, que la amaba por el simple hecho de ser... Saori Kido.

Eran tantas las emociones que aquel beso transmitía, que la encarnación de Athena no podía procesarlas en su totalidad. Por lo que al final decidió ya no pensar más, alejaría lo más que pudiera la parte racional de su mente para dedicarse a sentir todo lo que por más de una década anheló. Y es que por los dioses… lo perdió por trece años, explicarle al mundo lo que lo extrañó, lo que lo necesitó sería sencillamente imposible.

Nadie sería capaz de entenderla. Ni siquiera aquel pequeño joven que adoptó como su hijo.

Ciertamente Koga era uno de los que no podía terminar de entender, aunque por circunstancias un poco distintas, cómo es que la tan poderosa diosa Athena terminó fijándose en un simple humano que para colmo de colmos era su caballero dorado de sagitario.

Le era imposible comprender. Sin embargo al final concluyó que era decisión de Saori, y que por tanto la respetaría. Los demás, a pesar de lo impresionados que estaban por dicha situación, llegaron a la misma conclusión.

Y es que no fue difícil hacerlo, ya que todos fueron testigos del cambio que hubo en su relación. Él, quien alguna vez fue grosero y muy tosco con ella terminó siendo totalmente lo contrario. Claro que a Saori aquellas actitudes de antaño nunca le importaron, ya que ella siempre supo cómo era él en realidad: Un hombre dedicado, cariñoso y dulce... tal y como lo estaba siendo en ese mero momento.

Ese preciso instante en el que Saori se sentía como una mujer por primera vez.

Estando tan absorta en la voluntad de su guardián y en sus pensamientos, la encarnación de Athena no se dio cuenta en qué momento los labios de Seiya se alejaron de los suyos y se dedicaron a besar su cuello con vehemencia.

La trayectoria que siguieron sus besos dio comienzo en la línea de su mentón, poco después subió sin ninguna prisa hasta el lóbulo de su oreja. Una vez ahí, totalmente hambriento de ella, con sus labios aprisionó aquella sección de su cuerpo, estremeciendo por completo a Saori al punto de lograr que se removiera un poco entre sus brazos y dejar escapar un bajo gemido de placer.

— Saori… —fue lo único que pudo expresar, ya que no era capaz de pronunciar nada más en ese momento.

— Seiya… —respondió con suavidad, totalmente entregada a todas esas nuevas emociones que estaba descubriendo a su lado.

El dulce sonido de su voz captó inmediatamente la atención del moreno, causando así que Seiya abandonara el cuello de su diosa para mirarla una vez más a los ojos y perderse en las lagunas de sus profundos orbes azules. La conexión por supuesto fue inmediata, ya que ese algo que los unía, que siempre los mantuvo juntos se podía ver reflejada en sus miradas.

Era... como un signo distintivo de su relación.

La diosa de la guerra justa simplemente se dedicó a sonreírle con una ternura infinita mientras acariciaba con delicadeza su rostro. Estaba tan embelesada con esos ojos color chocolate tanto como él lo estaba con los suyos. Era muy fácil perderse dentro de esos profundos orbes del otro.

Seguramente la felicidad absoluta se encontraba allí. O por lo menos eso es lo que a él principalmente le gustaba pensar y sentir.

Aprovechando la distracción de su querido caballero, la diosa decidió regresar el placentero gesto que este le dio previamente. El lugar que Saori se centró en atacar, fue el pequeño espacio que había entre el cuello y la barbilla de Seiya. Sin duda alguna, aquello logró descolocar por completo al guerrero de oro, pues jamás se imaginó que su doncella tomase la iniciativa.

Dejándose llevar por aquella placentera sensación, el santo de sagitario terminó cerrando sus ojos, siendo este un silencioso ruego para que esta continuase con lo que estaba haciendo.

No siendo capaz de soportar el nivel de placer que los labios de su diosa provocaban en su cuello, el moreno dejó escapar lenta y pesadamente varios sonidos de su garganta, siendo esto una clara señal de disfrute...

La situación resultaba tan placentera para él, que este no tenía ninguna duda de que en cualquier momento sus piernas lo traicionarían y, por ende, los dos terminarían cayendo sobre la extensa cama que, por alguna extraña e increíble razón, aún no era ocupada por sus cuerpos.

— Seiya… —susurró Saori al despegarse un poco del cuello de su amado antes de recostar su cabeza en su ancho hombro, dando así un descanso para los dos por las tremendas emociones que estaban albergando en su interior con cada roce de sus labios.

— Dime… —respondió como pudo, su voz quería traicionarlo.

Saori apretó el agarre sobre la playera blanca que traía y, apegándose un poco más a él, le dijo: — Te necesito…

Tras sentir como su corazón comenzó a latir con una increíble fuerza, el moreno separó a la mujer que tenía en sus brazos y la miró con sorpresa. Ella mientras tanto lo observaba con anhelo y deseo, una impresionante pasión; pero, sobre todo, lo veía con un profundo e infinito amor.

Había tanto en esos ojos, un sin fin de cosas que la diosa tuvo que guardarse para sí esos trece años, que ahora era imposible evitar que salieran a flote. Porque si, en ese preciso momento ella no era la diosa Athena, simplemente era Saori Kido, la mujer que ha vivido enamorada de un solo hombre desde que eran unos niños.

Por supuesto que eso no sólo aplicaba para ella, sino que su acompañante estaba en la misma situación. En ese momento él no era el caballero dorado de sagitario, el guerrero de la esperanza... simplemente era Seiya, un hombre que se negó muchos placeres de la vida por estar a lado de la única mujer que ha amado en su vida desde que era un niño aunque le estuviese prohibido y no lo admitiese al principio.

Era bien sabido por muchos que entre ellos no había necesidad de expresar con palabras lo que estos pudieran llegar a sentir, por lo que lenta y cuidadosamente, Seiya decidió que ya era hora de conducir a su hermosa dama a la cama que desde hace rato los estaba esperando. Eso sí, sin dejar de verla por un solo instante.

El fuego que había en la mirada de ambos era inmenso, y este incrementaba a cada segundo.

Siendo imposible esperar un solo segundo más, el japonés volvió a tomar los labios de su amada como suyos mientras que con cuidado la fue depositando suavemente sobre la cama. Cuando la espalda de la diosa tocó las delicadas sabanas, esta rodeó con sus brazos el torso de su guardián y lo apretó contra sí mientras este se dedicaba a sostener el peso de su cuerpo para no lastimarla.

Anhelando sentir en plenitud el cuerpo de su amante contra el suyo, la diosa griega empujó levemente a Seiya hacia un costado para que así ambos estuvieran en la misma situación.

Sin romper en ningún momento aquel preciado contacto, Saori se abrazó mucho más al hombre de su vida, mientras este pasaba por su cintura su fuerte y torneado brazo en pos de acercarla más a él, casi con urgencia podría decirse. Y así como sus brazos se entrelazaron lo hicieron sus piernas.

Los besos que se dieron en aquella posición fueron tan solo unos cuantos, ya que de un momento a otro Seiya decidió rodar sobre si mismo para hacer que su princesa quedara recostada sobre él.

Sus traviesas manos comenzaron a viajar por el cuerpo del otro con suma delicadeza, buscando así memorizar cada detalle, cada rincón con su tacto sin abandonar ni un segundo los labios de su amante.

El disfrute era indescriptible. La sensación de que explotarían por el gozo era cada vez mayor a la que en algún momento imaginaron.

Sin embargo, todo lo que empieza tiene un fin, y esas rondas de besos no eran para nada la excepción, por lo que después varios minutos, de dejar los belfos del otro completamente rojos, la pareja se vio forzada a romper aquel íntimo y preciado contacto que los tenía extasiados.

Una vez que Seiya y Saori abrieron sus ojos, estos no fueron capaces de evitar que la mirada del otro los absorbiera por completo. La curiosidad que yacía en las lagunas de los dos era inconfundible, así como el fuego que ardía con más intensidad que la primera vez que se vieron.

— Eres hermosa, Saori… —le susurró con amor, acariciando el rostro de la Kido con cariño.

Saori simplemente sonrió con ternura antes de recargar su mejilla contra la palma del hombre de mirada color chocolate. No era la primera vez que alguien le decía lo hermosa que era, pero que él, que su Seiya lo hiciera... con esa sinceridad y con esa calidez que sólo hizo que su corazón se derritiera aún más de lo que creía que ya estaba.

El caballero se dedicó a contemplarla, pues con la luz de la luna que se colaba por el enorme ventanal que allí había, su bella dama tan sólo logró verse aún más sublime de lo que ya era.

No había duda alguna, cualquier cosa que se posara sobre la encarnación de Athena lograba que su belleza fuera realzada con creces.

— Saori… —dijo, apenas y podía hablar.

— ¿Qué pasa, Seiya? —le preguntó con suavidad, no rompiendo nunca el contacto visual.

— Es que…

El silencio entonces no se hizo esperar. Si bien el caballero de sagitario era conocido por siempre saber qué decir en momentos cruciales, en ese instante su mente estaba en blanco. Lo único que este pudo hacer fue quedarse ahí, quieto, viendo cómo su dama esperaba con expectación lo que sea que este fuera a decirle.

Sin embargo, tras unos cuantos segundos, Saori sonrió con suavidad y le preguntó.

— ¿Qué sucede…? —cuestionó ella, acariciándole el cabello con ternura.

— Saori… —empezó él en voz baja—. Es sólo que yo… Bueno, es que esto que... lo que me haces sentir, lo que estoy sintiendo en este momento al estar contigo, yo…

Sin embargo el caballero volvió a callar. Pero siendo ella quien era, Saori no tardó mucho en darse cuenta de cómo es que su amado guardián se sentía. Él era tan inexperto como ella, por lo que el nerviosismo y el ansia pesaron rápidamente sobre él.

Incluso podía afirmar que había un poco de temor en su interior, pues era una experiencia totalmente nueva para ambos.

Habiendo comprendido la causa, la ternura invadió su cuerpo, por lo que la mujer de cabellos lavanda se inclinó un poco más sobre él y cerca de su oído le dijo: — Lo sé, estoy en la misma situación que tú… —le susurró.

Seiya sonrió. Su princesa no tenía por qué decirle aquello para hacerlo sentir mejor, él estaba consciente de eso. sin embargo, aquellas emociones que surgían a raíz de esa situación lo abrumaban, había momentos en que no sabía como manejar todo aquello.

— Saori…

Alzando su vista hacia él, la dama de sociedad le responde— ¿Dime…?

— Sé que ambos estamos en la misma situación y que... es algo que deseamos los dos, pero, ¿en verdad estaremos bien? ¿Estás completamente segura de que-…?

Con rapidez y a la vez delicadeza, la hermosa Saori terminó posando su dedo índice sobre los labios de Seiya, silenciando su voz de una manera en que sólo ella podía hacerlo. Eso era una clara indicación a que no había por qué decir más.

Aún así, a pesar de saber cómo se sentía su pareja, el manejo de las emociones era totalmente distinto. Por lo que la única forma que ella encontró para responderle a su guardián sin la necesidad de usar las palabras fue enderezarse un poco, tomar una de las manos de su amado y guiarla hacia el cierre de aquel hermoso vestido blanco de verano.

Los orbes chocolate de Seiya no tardaron mucho en mostrar una enorme sorpresa. Sin embargo,esta le sonrió sin más…

— Comprendo lo que sientes, Seiya. Los dos estamos experimentando algo que jamás nos imaginamos vivir —comenzó—. Es un placer tan grande que no puedo asegurarte que nuestras acciones no traerán consecuencias, pero... a estas alturas de mi vida es lo que quiero —le dijo ella, mientras poco a poco le ayudó al caballero a que bajara el cierre del vestido y este se fuera aflojando—. Deseo estar contigo... más que nada en este mundo —confesó finalmente, siendo entonces el momento en que ambos llegaron al fin del metal que mantenía unida la tela de la prenda que portaba la diosa.

Sin importarle mucho que su vestido hubiese comenzado a caer por sus hombros, Saori se recostó nuevamente sobre él para así ser capaz de unir sus labios con los suyos. La desesperación y deseo con los que estos se buscaron fue una necesidad mutua. Pareciera como si no fuera a existir un mañana.

Agradeciendo que Seiya no llevase fajada su playera, esta logró meter sus manos por debajo de ella, logrando así recorrer el bien formado torso de su guardián. Deseaba conocerlo plenamente, y no había nada ni nadie que se lo impidiera.

Imitando sus acciones, el caballero de la esperanza aprovechó la abertura que el vestido de su diosa le proveyó y se dedicó a acariciar la piel desnuda de la heredera de los Kido, causando que una descarga eléctrica recorriera el cuerpo de la encarnación de Athena.

Estando completamente satisfecho por la reacción que obtuvo de su diosa, el caballero continuó deleitando sus manos con la expuesta piel de la espalda de Saori. Esta se sentía tibia y suave, así como la de una muñeca de porcelana.

Debido al incremento en la necesidad de sentir aún más la piel del otro contra la suya, los amantes dieron fin a la unión de sus labios por un segundo y se miraron con devoción. Sin decir absolutamente nada, Seiya afianzó el agarre que tenía sobre el cuerpo de Saori y con aquella fuerza que siempre lo ha caracterizado se enderezó sin problema alguno, quedando ambos sentados sobre la cama.

Con el corazón latiéndole a mil por hora, el moreno finalmente se dio a la tarea de bajar el sedoso vestido de su doncella con extrema lentitud. El disfrute que sentía en ese momento era indescriptible, sin embargo ella siempre fue primero para su persona, por lo que su mente se centró en que su dama no se sintiera incómoda en ningún instante.

En el preciso momento en que su amado la despojó de la parte superior de su vestido, Saori no pudo evitar cerrar sus ojos, pues un segundo después el caballero posó sus labios sobre su cuello con ansia. Aquella caricia tan sólo provocó que más suspiros salieran de sus rosados labios.

— Saori… —susurró una y otra vez, extasiado por todo lo que ella le producía— ¡Saori…!

Apretándolo contra si tras haber posado sus brazos alrededor de su cuello, la Kido se limita a esconder su rostro en el hombro del santo antes de responder— Tranquilo Seiya…

Siendo como un imán que lo atraía sin remedio, el moreno alejó sus labios del exquisito cuello de la mujer y volvió a tomar presos los de ella en un lento y profundo beso, la cual regresaba siempre todos sus ataques con el mismo deseo.

No queriendo quedarse atrás, la encarnación de Athena volvió a recorrer con una suave y tortuosa lentitud el torso de su amante. Aquello provocó más suspiros y respiraciones más pesadas de parte de él.

Sin embargo, había un punto clave al que ella quería llegar, y cuando lo hizo, Seiya entendió rápidamente lo que deseaba. Y claro que él no se opondría a los anhelos de la dueña de su corazón.

Con cuidado, y sin perder en ningún momento el contacto visual con él, Saori despojó lentamente a Seiya de su playera blanca, aquella que le estorbaba ahora más que nunca para sentirse más cercana a él.

Pero justo en el instante en que sus ojos se posaron sobre ahora su desnudo torso, su vista se nubló casi por completo al mismo tiempo en que ahogaba un pequeño quejido en su garganta. No es que hubiese olvidado aquel detalle, era sólo que... siempre era difícil verlo.

La encarnación de Athena se quedó inmóvil por unos cuantos segundos mientras apretaba la playera del caballero entre sus manos. Debido al sufrimiento que sentía, a la aflicción por verlo así, las lágrimas que se formaron en el rabillo de sus ojos dieron rienda suelta a su pesar.

Una vez que Seiya se dio cuenta de qué cosa era lo que atormentaba a su doncella, este alejó su playera de las divinas manos de Saori y las tomó con suavidad. Posando estas sobre su pecho desnudo, el caballero dorado volvió a clavar su mirada sobre la de ella.

— Te lo dije antes… estas heridas no significan nada para mí —recordó él—. Por favor, Saori… —le pidió él con su voz apenas audible, apretando las manos de ella con las suyas.

— Seiya… —pronunció, su voz sonó asustada, casi como una súplica.

— Saori, mi vida te pertenece… soy tuyo —le respondió con sinceridad—. No temas descubrir lo que siempre te ha pertenecido…

Tras apartar unas cuantas lágrimas que surcaban las mejillas de Saori, el japonés continuó con la tarea que se había encomendado hace minutos atrás. Respirando profundamente, el moreno inició con algo de nervisísimo el desprendimiento de las ropas de la Kido.

Justo en el momento en que el vestido terminó fuera del cuerpo de Saori, esta no le permitió hacer nada más, pues con una increíble velocidad posó sus labios de nueva cuenta sobre el cuello de Seiya, saboreándolo con gusto. Después fueron sus hombros y su clavícula las que gozaron de su atención.

Todo con suma delicadeza, como solo ella podría hacerlo.

Intentando permanecer consciente debido a las emociones y sensaciones que su diosa lo hacía sentir, Seiya se dedicó a despojar con suma lentitud la fina ropa interior de la mujer que lo tenía a su merced. Sin embargo, era tanto el anhelo que crecía en su interior, que por la ansiedad sus manos resultaron un poco torpes a la hora de desabotonar el sostén de Athena.

Él solo anhelaba sentir el cuerpo de su doncella contra el suyo… la deseaba a ella. Y como ella quería exactamente lo mismo que Seiya, esta terminó ayudando a su caballero a despojarla de su últimas prendas.

Cuando Saori quedó totalmente desnuda frente a él, esta se abrazó con fuerza al cuerpo de su amado, como queriendo ocultarse de la vista del moreno. Intentando mantener sus emociones controladas, el caballero tan sólo la envolvió con fuerza entre su brazos.

Viendo que la situación no era para nada justa, la de cabellos lavanda comenzó a deslizar sus manos por la espalda de Seiya hasta que pasando por sus costados llegó a sus pantalones. Ella sólo tuvo que alzar su mirada para que él asintiera con la cabeza, suplicándole que hiciera lo que tenía que hacer… ya no aguantaba más.

Y sin decir nada más, Saori despojó a Seiya igualmente de todo aquello que se interpusiera entre el contacto de sus cuerpos.

Finalmente las cosas estaban como tenían que estar. Ese momento se tornó mucho más mágico de lo que alguna vez llegaron a imaginar, era... precioso, aunque a la vez un poco aterrador, pues el simple hecho de ver lo prohibido hacía eco en sus oídos...

Pero ahora, todo parecía correcto. Tenerse entre sus brazos aquella noche parecía simplemente lo indicado, y ninguno de los dos podía imaginarse vivir ese momento con nadie más.

Notando lo sumergido que estaba Seiya en sus pensamientos, la diosa aprovechó aquel momento de descuido para empujarlo hacia atrás, siendo ahora él quien estuviese contra el mullido colchón de la cama y ella sobre su cuerpo.

Extasiado por la picardía de su diosa, el caballero dorado fue incapaz de percibir en qué momento los labios de Saori comenzaron a bajar por su cuello hasta sus pectorales, causando así que este cerrara los ojos con rapidez y un ahogado gemido escapara de su garganta.

Aquella deliciosa tortura lo estaba llevando al límite.

Saori se detuvo por un segundo, interrumpiendo sus caricias de improviso. Él la miró con los ojos entreabiertos y ella le pasó la mano por el cabello, provocando aún más electricidad en su ya de por sí sobrecargado corazón.

— ¿Estás bien? – preguntó, sinceramente preocupada. A veces no sabía si lo que hacía estaba bien o no, o si algún sonido que él hiciera podía indicar sufrimiento por parte de los dioses.

No obstante Seiya no le dio tiempo de pensar en nada más pues de un súbito movimiento cambió repentinamente sus posiciones. Ahora era Saori quien yacía de espaldas sobre las mantas y era él quien con cuidado sostenía su peso sobre ella.

— Estoy bien —le respondió en voz baja—. ¿Cómo estás tú? ¿Cómo te sientes?

Sonriendo con ternura, la diosa acarició el rostro de Seiya, provocando así que este cerrara los ojos ante la calidez de su tacto, aunque estos pronto volvieron a abrirse para encontrarse con los azulados orbes de la heredera de los Kido.

— Me siento… más protegida que nunca —le respondió en el mismo tono de voz—. Me siento… viva.

Tras escucharla y con una cautivadora sonrisa sobre sus labios, el moreno se colocó con cuidado sobre su cuerpo y oculto su rostro en el cuello de Saori, quien no pudo evitar soltar varios suspiros ante las caricias que los belfos de su amado le brindaban a su cuerpo, besándola de una manera tal que la hizo perder el sentido de la realidad.

A veces la parecía imposible que Seiya fuese capaz de hacerla sentir así con el mero contacto de sus labios contra su piel; era inaudito.

Pero era precisamente él de quien estaban hablando.

— Yo también me siento protegido, a tu lado siempre lo he hecho.

Los ojos de Saori se abrieron de par en par al escuchar dicha declaración. Era de su conocimiento que este siempre sintió resguardo bajo su cosmos, pero... ¿al grado de decir aquello con tanta libertad y seguridad? Porque bueno, ella siempre creyó...

— ¿Cómo puedes decir eso después de todas las veces que…?

Apretándola contra sí, sin despegar su rostro de su cuello, le dijo: — Siempre Saori. No ha habido ocasión en la que no me sienta seguro y feliz a tu lado. No porque fueras la diosa Athena…, sino por la mujer que eres…

— Seiya… —susurró ella, intentando retener las lágrimas que comenzaban a formarse en el rabillo de sus ojos.

Seiya aspiró profundamente el aroma de la dama, para después continuar: — ¿Sabes? Nunca creí... que sería capaz de sentir lo que estoy sintiendo en este momento —expresó él.

— ¿Qué? —preguntó ella en voz baja, algo sorprendida. Las lágrimas que buscaba retener en sus ojos cada vez venían con más fuerza—. Pero, ¿qué hay de Miho…? ¿Y de Shaina…? Ellas... Ellas te aman, siempre lo han hecho…

— Lo sé… y no sabes lo agradecido que les estoy por amarme como lo hacen —dijo, deteniéndose por un instante—. Pero Saori, como tu… —intentó decir, sintiendo como su voz parecía querer traicionarlo—. Princesa yo… jamás imaginé que tú…

— Mi Seiya…

Con lentitud el moreno se separó un poco de ella, creando un diminuto espacio de sus cuerpos para poder mirarla detenidamente a los ojos. Él... quería decirle todo, lo mucho que la quería, lo mucho que le gustaba, que la admiraba y respetaba...

Todo lo que ella significaba para él.

Pero por sobre todo ansiaba decirle cuánto la amaba. A lo largo de los años se fueron demostrando por medio de acciones el cariño que se tenían. Sin embargo a veces era necesario soltar todo aquello.

Y Seiya necesitaba hacerlo, tenía que decírselo.

Sin embargo, las fuerzas para hacerlo no llegaron a él, por lo que la única forma que encontró para hacerlo fue volver a inclinarse sobre ella y reclamar sus labios tan apasionadamente que a Saori le tomó unos cuantos segundos reaccionar. Cerrando finalmente sus ojos, la dama de sociedad se dejó llevar por aquel beso que su pareja le brindaba.

Pronto, y muy a su pesar, Saori deshizo el beso en que estaban envueltos para poder hablar de nuevo y expresar algo que siempre quiso decirle a su más querido guerrero, a aquel hombre que por más fuerte y poderoso que pudiera llegar a ser también temía y tenía inseguridades en su corazón…

— Seiya tu eres alguien digno de ser amado con el corazón en la mano, de experimentar lo hermoso del amor… —expresó —. Tu felicidad siempre ha sido mi prioridad. Me preocupo por ti como jamás pensé preocuparme por alguien. Me importas, me importas muchísimo...

— Eso lo sé con seguridad, princesa… —respondió él, besando de nuevo sus labios, sin embargo Saori volvió a separarlo con pesar.

Con la mirada temblorosa, esta retomó la palabra— Seiya, yo... lo lamento —dijo ella, sorprendiendo al moreno—. Sé que ya lo he hecho antes, y... que las cosas están bien pero, no puedo dejar de pedirte perdón —continuó—. Discúlpame por todo lo que te hice cuando eramos unos niños, por lo que sufriste —continuó con lágrimas en los ojos—. Incluso, aunque ya no quisiera... por todo lo que como Athena te he hecho hacer... Perdón —susurró con dolor, buscando realmente expresar ese pesar que tenía desde que maduró y se dio cuenta de sus errores…

Atónito ante aquellas palabras, Seiya tomó el rostro de su diosa y la acercó lo más que pudo a sí mismo sin permitir que sus labios se unieran. En su mirar no había resentimiento alguno por todo lo que ella se estaba disculpando: — No vuelvas a disculparte por algo conmigo, especialmente por todo eso… —le pidió—. Saori, fue gracias a cada una de esas cosas que pude conocerte como te conozco ahora. Créeme cuando te digo que ahora más que nunca agradezco todas esas vivencias, pues por ellas descubrí a una mujer maravillosa que sólo buscaba amar y sentir amor, llenar lo que en estos momentos yo también busco...

Y sin darle oportunidad siquiera de responder, los labios de Saori fueron apresados rápidamente por los de Seiya. Los dos se deleitaron con el néctar que sus belfos desprendían, hasta que el caballero decidió abandonarlos para así marcar una ruta de besos hasta el cuello de su diosa, el cual besó con una tortuosa lentitud.

En ese preciso instante Seiya era como un niño pequeño, aquel que buscaba explorar lo que no conocía con gran impaciencia, por ello con sus labios se dedicó a crear una ruta de pequeños besos que fueron desde el cuello de su diosa hasta su pecho. Dicho proceso logró que Saori soltase varios suspiros llenos de gozo.

Ninguno de los dos era un experto en la materia, todo lo que estaban haciendo era lo que sus corazones les dictaban seguir y hacer; pero, esa falta de experiencia era compensada por el amor, el cariño y la pasión con la que estaban amándose ahora.

El caballero anhelaba conocer todo el cuerpo de su diosa, de la mujer que tenía entre sus brazos. Por lo que con delicadeza y lentitud se dedicó a besar cada parte expuesta con la que se topara, así como recorrer con sus manos lo que de momento no estaba al alcance de sus labios.

— ¡Seiya…! —fue lo único que Saori pudo decir entre suspiros.

Aquellos suaves jadeos que su diosa se permitía liberar, y la manera con la que sus manos acariciaban sus cabellos mientras él exploraba su cuerpo sólo alimentaban el fuego que ardía en su corazón. Pero como no estaba en sus planes apresurarse, sus acciones siguieron sin tomar mayor velocidad.

Quería explorarla, poseerla… Anhelaba que no sólo su cuerpo, sino su espíritu y corazón fueran le pertenecieran.

Deseaba que toda ella fuera suya.

Una vez más los rosados belfos de Saori fueron blanco de los labios de su guerrero, quien estaba volviéndose adicto al sabor de este. Sin embargo la diosa, decidida a demostrarle a su guardián por qué era ella quien tomaba las decisiones, rompió el beso que este creó tras unos segundos de producirse.

Fue entonces que sus labios comenzaron a besarle por todos lados, siendo su pecho el primer blanco, siendo sus acciones acompañadas de sus manos, las que no desperdiciaron la oportunidad de brindarle algo de atención a sus costados y piernas.

Saori quería atender todo de él, que no hubiera rincón sin explorar, así como su amante hizo con ella.

Así los dos regresaron caricia por caricia, beso por beso sin descanso alguno; estaban alcanzando límites jamás soñados, y lo mejor era que los hacían juntos. Pero hubo un punto en que ambos sintieron que ya no era posible expresar con dichas atenciones lo que prevalecía en su corazón...

Necesitaban más, querían más… y sabían que el momento había llegado. Ese instante mágico en el que los dos se fundirían en un solo ser.

— Saori… —logró susurrar Seiya roncamente en su oído—. Te deseo…, yo quiero… hacerte el amor. Te necesito...

— Y yo a ti, Seiya…

Seiya entonces detuvo lo que estaba haciendo para poder observarla a los ojos. El nerviosismo los poseyó de forma inmediata, existía algo de temor en sus orbes, y los involucrados sabían perfectamente cuál era el motivo principal de dicho sentimiento.

Estaban a punto de hacer lo impensable.

— Nunca, ni siquiera en vidas pasadas he hecho esto… —susurró Saori, acariciando la mejilla del moreno.

— Yo tampoco —respondió Seiya—. Pero… si es contigo no siento que esté mal…

Contemplándose a los ojos con intensidad, sosteniendo sus miradas por lo que parecieron siglos, Seiya finalmente se colocó sobre Saori. El nerviosismo iba aumentando con el pasar de los segundos, ambos deseaban tanto ese instante pero su inexperiencia pesaba y no deseaban arruinarlo.

— ¿Estarás bien…? —le preguntó él con preocupación.

Sonriendo tiernamente, la diosa respondió— Estoy contigo...

La encarnación de Athena entonces posó sus brazos alrededor del cuello de su protector y lo atrajo hacia ella para besarlo. Seiya naturalmente no opuso resistencia alguna, él tan sólo se dejó llevar por aquel beso que estaba cargado con una enorme necesidad, un ardiente anhelo y un ferviente deseo.

Más la sorpresa vino para él cuando repentinamente sintió las piernas de Saori posicionarse alrededor de su cadera a la vez que su cuerpo se movía debajo del suyo. Aquella suave fricción estremeció al moreno por completo, ya no podía soportar ni un minuto más esa situación. Quería sentirla, poseerla… hacerla suya.

Pero por sobre todo quería entregarse a ella, demostrarle que él era suyo sin más, estar en su interior, complementarse a Saori como jamás pensó sería capaz de hacerlo.

— Saori… —susurró sin poder contenerse, causando con su voz estremecerla por completo.

La mujer abrió los ojos con lentitud para ver su rostro y le acaricio el cabello, retirando así un pequeño mechón de su sudorosa frente. Y de nueva cuenta, Seiya se inclinó para besarle en los labios con aún más devoción.

Pocos segundos después, Seiya volvió a separarse de ella un poco. La miró a los ojos y sin decir nada más se inclinó hacia el lóbulo de su oreja, el cual atrapó suavemente entre sus dientes, provocando con ello el estremecimiento total de la diosa griega.

Saori no sería capaz de soportar aquella tortura que su guardián le estaba proporcionando por mucho tiempo más. Aunque todo el placer que Seiya le daba era sólo un preludio para lo que estaba por venir:

Su unión total.

La diosa recorrió la espalda de Seiya con sus dedos con lentitud, provocando que el cuerpo del moreno reaccionara como si una corriente eléctrica lo hubiese alcanzado. Sin embargo, cuando las manos de ella llegaron a su nuca y se perdieron en su rebelde cabello, el japonés dejó escapar un suave y profundo gemido en el oído de su amada, desvaneciendo así cualquier indicio de pensamiento racional de la mente de la mujer.

— Seiya… —susurró en su oído, haciéndolo sonar como una súplica.

— Guíame Saori… —le respondió él roncamente.

Como si de una orden se hubiese tratado, la heredera de los Kido se removió un poco por debajo suyo, causando algo de fricción entre sus cuerpos. Dicho cruce estremeció al guerrero de oro, sin embargo, este tuvo que contener su respiración, ya que si se dejaba ir por el gozo del momento se perdería por completo.

Seiya intentó levantar el peso de su cuerpo del de ella, pero Saori se lo impidió al mismo tiempo en que lo atrajo hacia ella para guiarlo. Estaba lista para recibirlo.

Ahora todo dependía de él. El acto no se completaría si no ponía de su parte.

Con algo de esfuerzo, el caballero logró abrir un poco sus ojos, siendo entonces capaz de conectarse con los azulados de ella, que lo veían con una mezcla de anticipación y nerviosismo. Fue ahí que Seiya posó un delicado beso sobre la frente de su diosa.

— Todo estará bien… —aseguró.

— Lo sé…

Así, justo en el momento que sus labios se conectaron de nuevo, Seiya comenzó a empujar su caderas en dirección a ella, adentrándose por fin con lentitud en el recinto que aún se encontraba sellado. Claro está que todo fue con cuidado, pues no deseaba lastimarla.

Extasiado por lo que estaba sintiendo, el guerrero separó sus labios de los de ella y la observó con detenimiento. No deseaba perderse ninguna expresión que su diosa hiciera, así sería capaz de identificar el momento en que sintiera algo de dolor e incomodidad para detenerse.

A pesar de que Saori amaba perderse en los orbes cafés de su querido guardián, esta tuvo que cerrar sus ojos con fuerza en el momento en que este comenzó a introducirse en ella. La sensación era algo penetrante, pero buscaría soportarla. Lo único que quería hacer era concentrarse en el hermoso hecho de que estaban empezando a ser uno.

Temblando un poco, la dama pasó sus brazos por debajo de los de Seiya y los colocó sobre su espalda desnuda, sintiendo la tensión en sus músculos.

Pasados unos cuantos segundos, la doncella fue capaz de abrir sus ojos nuevamente para poder ver el esfuerzo que su protector estaba haciendo para controlarse así mismo, quien al ver que esta lo observaba se inclinó otra vez sobre ella para besarla.

Mientras se deleitaban con aquel profundo e íntimo beso, Seita decidió detenerse un poco para que su querida protegida pudiese acostumbrarse a aquello que era nuevo para su cuerpo.

Saori mientras tanto sentía que no podía más, estaba perdiendo completamente la razón. Así mismo, su corazón latía como un diapasón, parecía que en cualquier momento lograría salir disparado de su pecho.

Pronto Seiya fue capaz de percibir como Saori se fue moviendo poco a poco debajo de él, motivandolo a que continuara con lo que estaba haciendo, cosa que por supuesto el caballero captó al instante; y es que ni el mismo creía ser capaz de mantener el control por mucho más tiempo.

Algo perfectamente entendible, ya que todo lo que estaba sintiendo al entrar en ella, aquel suave y tibio placer, era demasiado para su mortal corazón. Seiya jamás creyó tendría la oportunidad de vivir algo tan placentero y correcto.

Totalmente nublado por su ardiente deseo, el moreno retomó su labor al avanzar un poco más en dicho recinto. Sin embargo, este detuvo su andar rápidamente cuando escuchó que su diosa dejó escapar un leve quejido de dolor.

— ¿Estás bien? —le preguntó consternado.

— E-Estoy bien —respondió ella, posando su azulada mirada sobre la de él.

— ¿Segura que no te lastimé? Saori… tienes que decirme si te-…

— Está bien Seiya… —dijo ella, callándolo delicadamente al posar sus dedos sobre sus labios—. Tranquilo… supongo que es normal…

— Saori…

Comprendiendo el motivo de su preocupación, lo único que Saori se limitó a hacer fue atraer nuevamente su rostro hacia el suyo, brindándole un apasionado beso, buscando que con ello entendiera que no debía detenerse por miedo. Que ella deseaba lo mismo que él.

Entendiendo dicho mensaje, el caballero retomó su camino hacia el interior de su amada, siendo capaz de sentir como el cuerpo de su diosa se iba tensando poco a poco con su avance mientras se besaban con ternura y pasión mezcladas.

Sin embargo, necesitando algo de aire, los labios del caballero abandonaron los de su diosa y se dirigieron rápidamente hacia su cuello, el cual besó con vehemencia absoluta.

— Ah, Seiya… —murmuró con deseo, acariciándole la espalda.

Aquella anhelante suplica fue suficiente para que Seiya entendiera lo que Saori quería. Por lo que con decisión tomó los hombros de quien estaba a punto de convertirse en su mujer, la atrajo hacia él y la besó una vez más.

Fueron tal vez unos cuantos segundos nada más los que pasaron hasta que la encarnación de Athena sintió como con un preciso y rápido movimiento de cadera su amado caballero desapareció el espacio que había entre sus cuerpos, causando que esta abriera sus ojos de par en par sin despegar sus labios de los de Seiya.

Debido al punzante dolor que se produjo tras la unión de sus cuerpos, Saori fue incapaz de retener el nuevo conjunto de lágrimas que se formaron en el rabillo de sus ojos. Finalmente había sucedido, su pureza... su estatus como doncella le fue arrebatado esa noche por el hombre que más amaba en ese mundo, y no se arrepentía de nada.

Sin embargo, aquello no mitigó el dolor que la desaparición de su virginidad causó, por lo que el temblor de su cuerpo alertó a su compañero. Por lo que este, en busca de aliviar aquel sufrimiento, volvió a reclamar los labios de su diosa, aunque esta vez con una ternura infinita que derritió aún más a Saori.

El dorado estaba consciente, no era un experto pero sabía lo necesario, de que a las mujeres solía dolerles muchísimo en su primera vez. Había algunas que no sufrían, pero ese no pareció ser el caso de su dama. Naturalmente él no estaba dispuesto a dejar que su amada soportara dicho suplicio.

Sin embargo por ahora tocaba esperar, simplemente eso. Por lo que él tan sólo se quedó ahí, abrazando al amor de su vida con fervor mientras la besaba sin descanso. Tras unos cuantos segundos, el dolor que la unión de sus cuerpos produjo poco a poco se fue tornando en una ola de calor y placer, la cual los inundó por completo.

— ¡Seiya…! —murmuró contra sus labios.

Así como Saori, Seiya estaba teniendo algo de dificultad con su respiración, pues esta se encontraba demasiado agitada debido a las mil y un emociones que lo recorrían de pies a cabeza. El sentimiento que inundó su pecho cuando su unión con su mujer se produjo no tuvo precedente alguno.

De hecho, todavía le costaba creer que esto no era un sueño. Ella, la heredera de una importante compañía, la diosa Athena, aquella hermosa y buena mujer que había aprendido a entender… a amar se fundió junto a él en un acto de amor, confianza y fe absoluta.

Tanto amor en su vida jamás lo creyó posible…

— Saori… —susurró con su voz cargada de emoción.

— Mi Seiya… —respondió ella, siendo su nombre lo único que era capaz de pronunciar en dicho momento.

Necesitando aún más de ella, el japonés comenzó a moverse de forma lenta y pausada un par de veces, tratando de que tanto Saori como su persona se acostumbraran a esa nueva sensación y al placer que este provocaba estar en su interior. Aunque lo que más disfrutaba de todo aquello era el hecho de saber que la mujer entre sus brazos respondía a cada una de sus acciones; claro que eran un poco torpes al inicio pero conforme pasaban los segundos se fueron encontrando el ritmo perfecto.

Así como él, Saori Kido respiraba agitadamente debido a las nuevas emociones que su unión les traía. El calor que los inundó nada más sus cuerpos se fusionaron fue tal que cualquier indicio de racionalidad se perdió. Y Seiya, en un acto de sentirla aún más la tomó de los hombros y la apretó contra su pecho, reclamando una posesión total.

Rápidamente sus labios buscaron desesperados los de la diosa, y una vez que los encontró los devoró con una necesidad extrema que iba más allá de una simple atracción física. Claro está que ella respondió a esos besos, a dichas caricias y rítmicos movimientos con la misma intensidad y pasión con las que su amante se los daba.

— Sao-ri… —fue lo único que logró pronunciar el caballero de sagitario antes de perder el control de su cuerpo. En ese momento, la encarnación de Athena no tuvo más opción que aferrarse rápidamente a su hombre, pues un tembloroso espasmo comenzó a recorrerlos de pies a cabeza, percatándose a la vez lo inmóvil que su amante se quedó.

El tiempo sencillamente se detuvo en ese instante para ellos, lo que para muchos eran segundos, para la pareja fue una eternidad completa. Sin embargo aquella sensación se fue por completo cuando la dama sintió el cuerpo entero de su guerrero estremecerse y perderse en los valles del placer.

Saori tan sólo lo abrazó con más fuerza en el momento en que sintió como el gozo de su amor se trasfería a su propio cuerpo, el cual ya había comenzado a sacudirse junto al de su caballero debido al clímax llegado.

Podía sentirlo, percibía perfectamente como Seiya la llenaba por completo... no sólo su cuerpo, sino su espíritu y su mente también. Pero lo más importante, su corazón. Para Saori Kido no existía nadie más que él, nadie más que su querido Seiya.

Numerosos espasmos fueron los que vinieron poco después para alcanzar a la pareja de enamorados, los cuales los llevaron indudablemente al paraíso. Afianzando el agarre que tenían en el cuerpo del otro, los dos se permitieron expresar la satisfacción de aquel acto tan placentero por medio de sus labios.

Tras esto la encarnación de Athena no creyó ser capaz de alcanzar y sentir mucha más felicidad que lo que ese momento, esa noche le permitió gozar. Ni en este mundo, ni en otro. Eso era un hecho.

Pero como siempre, esta siempre terminaba sorprendida por las palabras y las acciones del amor de su vida.

— Te amo…

La dama de lavanda cabellera escuchó con mucha claridad lo que la ronca voz de su amante pronunció contra sus labios antes de reclamar su posesión una vez más.

Su felicidad simplemente no podía ser explicada con palabras. Estaba que rebosaba de alegría. No era la primera vez que alguien le decía que la amaba, sin embargo todas esas ocasiones fueron seres que poco la conocían o sus propios caballeros que lo único que sentían por ella era una enorme devoción.

Esta era la primera vez que alguien se lo decía a ella como mujer. Un hombre la amaba como tal. Y si bien Saori sabía los sentimientos de su guerrero a la perfección, el hecho de escucharlo decir aquellas palabras no tenía comparación.

Finalmente el cuerpo del moreno colapsó sobre el de ella, y Saori no pudo hacer más que abrazarlo con un inmenso cariño tratando de recuperar a la vez el aliento que perdió una y otra vez en esa magnifica e intensa experiencia.

Poco después el cuerpo del japonés finalmente colapsó y se dejó caer sobre la encarnación de Athena, quien rápidamente lo abrazó con infinito cariño y amor mientras él escondía su rostro en el cuello de la mujer de su vida. Saori sencillamente se dedicó a acariciarle la espalda, tratando de calmar los temblores que aún recorrían al hombre que amaba.

Aunque Saori podía entender perfectamente bien lo difícil que eso era, ya que ni ella misma podía controlar esas leves corrientes eléctricas que de pronto atacaban su cuerpo. Poco a poco su respiración fue recuperando su ritmo normal al igual que sus corazones.

Saori entonces decidió separar un poco a Seiya de su cuerpo para mirarlo a los ojos. Cuando este sintió dicho movimiento entreabrió sus orbes al instante y de alguna forma le sonrió a su mujer, aunque en ese preciso instante no tenía la fuerza suficiente como para sostener siquiera su cabeza.

Sonriendo con un infinito cariño a su guerrero, la dama de sociedad acarició levemente la mejilla del amor de su vida antes de retirar un travieso cabello que se quedó pegado en su frente, la cual besó poco después.

Volviendo a su posición original y clavando sus ojos azul marino en el chocolate intenso de él, Saori habló en susurro: — Yo también te amo… —dijo ella—. Lo he hecho… toda mi vida… —confesó con calidez.

— Saori…

El brillo en los ojos del caballero dorado no se hizo esperar. Si bien él sabía perfectamente que su amada no tenía por qué expresarse como él, pues ella le había demostrado con acciones lo mucho que lo amaba... no podía negar que aquella confesión logró que su corazón saltara de júbilo y lo dejara sin respirar algunos segundos antes de dedicarle una hermosa sonrisa que sólo estaba reservada para ella únicamente.

Habiendo dicho lo que tenía que decir, Saori atrajo nuevamente a Seiya hacia ella, acunando así su cabeza contra su pecho, lo cual le permitió a la diosa besar la sudorosa frente de su guerrero con fervor. Dichas acciones lograron que una sonrisa volviese a surcar los labios del moreno, aunque estaba demasiado cansado como para decir algo más.

Lo único que él quería en ese momento era mantenerse despierto, memorizar todo lo que ocurriera en dicho instante…

Pero por más que lo intentó no pudo mantener sus ojos abiertos. Se sentía exhausto. Ahora lo único que deseaba era permanecer así, a lado de Saori y dejarse llevar por aquella agradable sensación de paz en su interior.

En silencio, antes de entregarse completamente al sueño, Seiya reafirmó la promesa de sólo vivir por y para ella, y que si tuviera que entregar su vida en la siguiente batalla no lo haría por deber… pues la razón por la cual luchaba tenía un nombre, un apellido… y los ojos más hermosos que él había tenido la oportunidad de ver.

Él estaba preparado para morir, y si tenía que hacerlo por ella… lo haría con gusto.

Levantó su cabeza para poder ver de nuevo a la dueña de su vida y se dio cuenta de que ella lo miraba con amor y dulzura mientras seguía acariciándole el cabello y su espalda. No hubo palabras, pero sus miradas se hicieron infinidad de promesas, reafirmando el sentimiento eterno que desde la era del mito, desde la primera Athena y el primer Pegaso, se habían hecho.

Seiya hizo el intento de moverse hacia un lado para quitar el peso de su cuerpo del suyo pero Saori lo detuvo casi de inmediato. Este la miró interrogante y su doncella murmuró apenas de forma audible:

— No vuelvas a irte… —susurró ella, suplicante.

— Jamás… me quedaré a tu lado para siempre —le susurró.

Finalmente Seiya se acomodó en una posición en la que quedara de costado, lo que le permitió atraer a Saori hacia él. Así, ella quedó un poco más debajo de él, permitiéndole al caballero abrazarla de una forma mucho más íntima. Sus piernas volvieron a entrelazarse antes de mirarse a los ojos y transmitirse mil y un cosas tan sólo con ellos.

A partir de ese momento el silencio volvió a reinar en la habitación, lo único que se logró escuchar fueron promesas y besos ocasionales que buscaban no olvidar el néctar de los labios del otro. Aunque claro, eso sería imposible, ya que la adicción de ambos era incurable.

Logrando jalar la cobija que estaba totalmente fuera de su lugar, Seiya cubrió el cuerpo desnudo de ambos antes de cerrar sus ojos y acomodar su cabeza cerca de la de Saori, aspirando con delicia el aroma natural de la mujer que amaba con el alma.

Una vez que se acomodó mejor abrazó a su diosa con algo más de fuerza hacia él. No quería dejarla ir nuevamente, no deseaba sentir esa soledad que durante muchos años aquejó su corazón, aunque fue por el deber que cargaba... trece años fueron demasiados.

Sí, estaría a su lado por toda la eternidad, y consumaría su amor las veces que fueran necesarias para dejarle claro lo eterno que era su sentir.


Re-editado el día 31 de Agosto del 2017.


Suki: Gente, de verdad que estoy muerta de la pena. Si han llegado hasta aquí no puedo hacer más que darles las gracias por haber leído el primer shot que hago con esto como punto central de la historia. Saben que no es algo que yo suelo escribir, así que disculpen si no es lo suficientemente bueno. Lo escribí lo más suave y dulce que pude.

Este fanfic tiene influencia de varios autores, tanto de fanfics como de autores reales. Como no soy una experta en este tema tuve que leer mucho y ver mucho, entender cómo era cada cosa, cómo es que se llegaban a transmitir las cosas. Etc.

Sé que Seiya y Saori son una pareja muy pesada en este ámbito, pero siempre he creído que en algún momento llegarán a este punto, y que cuando lo hagan será de la forma más cálida y pura posible, sin morbo. Eso es lo que quise transmitir aquí. Espero haberlo logrado.

En fin. Me paso a retirar, son casi las 3 y debería estar dormida. Nos vemos.

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Suki90, presentó.

Y tú, ¿has sentido el poder del cosmos?