Hola, este capítulo quisiera dedicárselo a mi más grande escritora en fanfiction, a la cual admiro mucho y deseo que alguno de estos días aparezca diciendo volví y suba los capítulos de mi fanfic favorito, que ella ya sabe cuál es. J. S. Armstrong, eres de lo mejor regresa, aquí una fanática tuya te espera ansiosa.

Capítulo 3.

Perdiendo la cordura.

No había podido cerrar un ojo en toda la bendita noche, rodaba y rodaba por esa cama sin encontrar una posición cómoda para conciliar el sueño.

Pero es que estaba tan pensativa que no podía dormir, ¿Desde cuándo había perdido la cordura que tanto me caracterizaba, como para aceptar ser la esposa de mi captor, el Príncipe de Calormen, Rabadash?, y es que en verdad estaba loca con aquella idea que de repente cruzo mi cabeza como una navaja filosa y tal vez sea la clave para escapar de este maldito lugar, al cual sin darme cuenta odiaba a muerte, y ¿Cómo no? Si me habían separado de los míos con tal de llevar a cabo el estúpido capricho de un hombre mimado, ¡Claro por algo era el hijo del Tisroc, Susan!

Escritora, P. O. V.

Aunque tuviera que pagar un alto precio por traición, se prometía ella misma salir de este lugar infernal, así tenga que casarse con ese tan cobarde e imbécil que es capaz de tener de rehén a una dama y sin ninguna posibilidad de ver el radiante sol desde afuera o contemplar las hermosas estrellas como lo hacía en Narnia, su amada Narnia.

Muchas veces se preguntó qué hora seria, desde que había abandonado la ''gran sala real'' eran la medianoche. Se detuvo entre sus tantas vueltas en la cama y su mirada quedo fija en la puerta que la dividía a ella y al largo pasillo. La curiosidad no tardo en invadirla y se puso de pie dispuesta a abrir la puerta.

Una vez abierta salió en puntillas para hacer el mínimo ruido posible, estaba todo oscuro a diferencia de su cuarto donde una lamparita alumbraba las penumbras. Pero aun así ella decidió continuar con su recorrido a lo largo del pasillo, había puertas a los lados de este y si las pudo contar muy bien fueron ocho hasta finalizar su recorrido y toparse con una inmensa puerta con tallados perfectos en madera del cual quedo maravillada. ¿Sería una sala de música o a lo mejor una biblioteca?, no lo sabía pero lo iba a averiguar si era una sala de música agradecería al cielo eternamente su mayor debilidad era el piano y poder tocarlo con piezas clásicas, y si era una biblioteca aceptaría gustosa ya que leer la relejaba. Su mano se acercaba lentamente a la perilla cuando una voz tajante hablo detrás de sus espaldas.

''Mi reina, ¿Qué hace despierta a estas alturas de la noche? ''. Pronuncio Rabadash con un tono muy cortes pero a la vez tan encantador con el fin de hacer estremecer a su reina.

La sonrisa del hombre se ensancho mucho más al verla estremecerse como lo había planeado, puesto que era un deleite ver como su futura esposa le temía hasta a sus palabras.

Susan en ese momento solo alejo la mano de la perilla que estuvo a punto de tocar, y se giró lentamente para toparse con la sonrisa destellante de aquel hombre.

''Yo….yo…balbuceo ella, para después continuar hablando. ''yo estaba aburrida y decidí salirme a distraer y pensé también que usted podría tener ya sea un salón de música o una biblioteca para des estresarme''.

El rostro de Rabadash se tornó serio por un instante, para luego responderle con un ademan de que lo siguiera.

''Por favor le pedí algo con que des estresarme. ¿A dónde me lleva? Dijo Susan con un tono de molestia y el ceño fruncido.

'' Vamos hacia ese lugar, debido a que donde estuviste parada antes era la puerta de mi habitación, mi linda Susan''.comunico Rabadash con un tono que se mezclaba entre la picardía y la burla, para después guiñarlo un ojo a una ahora desconcertada Susan.

Esta no podía estar más ruborizada que un tomate, ¡Rayos!, casi había entrado a la habitación de Rabadash. Definitivamente necesitaba pastillas para poder calmar sus nervios traicioneros en estos instantes.

El recorrido siguió hasta bajar las escaleras, doblar de la sala real a la izquierda y adentrarse en un pasillo más oscuro y pequeño a la vez. Rabadash tomo su mano y ambos se adentraron en un pequeño cuarto decorado en las paredes con tapices cremas suaves acompañados con un celeste parecido al del cielo en las mañanas, instintivamente vino un recuerdo a la chica de Narnia, este recuerdo se basaba de cuando jugaba con su hermana Lucy en los bellos jardines de Cair Paravel, y luego se recostaban en el césped parecido a los de un prado para poder observar las bellas estrellas.

Rabadash la saco de sus nubes de pensamientos, ofreciéndole que tomara su mano. Sin saber el por qué la tomo, este le devolvió una sonrisa tímida. La sentó en una silla muy cómoda a su parecer y él se dirigió a un lado de ella.

Estaban sentados frente a un piano, color rojo, muy peculiar. El hombre comenzó con las bellas piezas de una clásica canción.

Tocaba, lo tocaba muy bien según Susan inclusive le arranco dos pequeñas lágrimas a la reina. Nadie había tocado el piano para ella más que su primer y hasta ahora amor, Caspian.

Al recordarlo no pudo evitar corromper en llanto profundo, le dolía no saber de él y tener que estar presa aquí en manos de otro. Lo necesitaba, necesitaba de el para volver a sentir así como antes. No se percató ni cómo ni cuándo pero dos brazos la rodearon apretujándola contra un pecho duro pero a la vez cálido.

Susan, P. O. V.

No lo sabía, ni el por qué, pero me sentía segura entre sus brazos, me brindaban un calor exquisito y no quería separarme ya.

Esta vez deje a un lado mi poca cordura y mande a la buena niña al diablo.

Prácticamente fue en cámara lenta y me lance a sus labios. Necesitaba ese calor que no sentía desde hace muchos años y ahora lo estaba experimentando otra vez.

El me recibió con duda pero pronto me atrajo más hacia él. Estaba desesperada que prácticamente mordí sus labios pidiendo la entrada, pero él fue más rápido que yo. Si darme cuenta su lengua ya estaba dentro de mí explorando y debatiendo con la mía una guerra que parecía que nunca tendría fin.

De repente ya no sentía sus labios en mi boca, sino los sentía en mi cuello, succionando y dejando marcas que sé que se notaran mañana.

Estaba decidido quería sentirme viva otra vez.