Disclaimer: Skip Beat es de Nakamura Yoshiki.
Las reglas del juego
Regla nº 9
Intenta hacer las paces con el pasado
Fuwa Shotaro, recostado en su cama, miró ceñudo hacia la pared como si sólo así pudiese ver qué es lo que estaba pasando al otro lado.
Desde hace unos días tenía la inquietante sensación de que Mogami Kyoko había dejado de dormir en su habitación, y era una tontería, porque… ¿adónde iba a ir si no?
No había cambiado de habitación y ni siquiera lo había intentado. Shotaro se había asegurado bien de eso al amenazar al recepcionista con su despido. Por otro lado, sabía que esa última vez había sido despiadado con ella. No es que fuese una novedad que él hubiese mantenido relaciones sexuales con otras chicas, pero nunca se lo había dejado caer tan en claro.
Muy a su pesar, se sintió algo dolido. No creía que provocándola consiguiera recuperar su cariño, pero prefería su odio a su indiferencia, al menos, de momento.
No cedería su lugar. No a alguien tan insignificante como Tsuruga Ren. Ese actor sobrevalorado no conseguiría arrebatarle lo único que todavía le pertenecía y a él no: el corazón de la chica.
Con esa rotunda determinación, se tragó su orgullo y se sacudió los dedos antes de llamar a la puerta.
Al principio, sintió un hormigueo en el estómago, una sensación muy cercana al pavor, que se transmutó en ira al cuarto intento en lo que iba de día sin que ésta se abriera. Trató de mantener la compostura, algo que costaba demasiado a su inestable genio, pero cuando por segunda vez fue descaradamente ignorado por la actriz en sus propias narices, Shotaro decidió que su paciencia se había agotado.
Kyoko ocultaba algo, él lo sabía.
Lo notó en algo más que en su inusual vestimenta. Quizá en la atrevida y ansiosa forma de comportarse, mientras él no podía dejar de darles vueltas a que el susodicho actorcillo tenía algo que ver en todo ese asunto.
De nuevo sintió que llegaba al límite de sus fuerzas. Cuando se dispuso a marcharse de su habitación para tomar un poco de aire fresco, vio la puerta de la chica entreabierta. No lo pensó, de pronto, ya estaba allí dentro. Uno de los barrotes de la cama tenía un tampón mal colocado, y no fue especialmente brillante deducir que había algo oculto. La maquiavélica sonrisa le duró hasta el momento mismo en que se plantó ante ella un par de horas más tarde al oír el alboroto en la habitación contigua.
—Mierda —masculló la joven mientras él jugueteaba con el teléfono móvil.
—Vaya, algo me dice que sabes perfectamente que no puedes tener uno de estos en esta isla.
—¡Dame eso ahora mismo!
Se lanzó hacia él como un gato rabioso. Intentó alcanzar el trasto dando impulsivos saltos, pero era inútil que tratase de superar su altura con el brazo en alto.
Su sonrisa se hizo más grande y ella acabó desesperándose de verdad.
—Ah, y también pareces saber qué es lo que pasará si se me ocurre entregar esto en la recepción —le susurró muy cerca de los labios.
Kyoko dio un salto hacia atrás. Fingía sentirse asqueada, pero la veía frotarse la piel que se le había erizado con la sola caricia de su aliento.
—Devuélvemelo, no es broma.
—¿Con quién tenías tanta urgencia de hablar?
—¿A ti qué diablos te importa?
—Mira, Kyoko, no llevo demasiado bien que la gente me ignore —soltó con excesiva presunción—. Tendrás que ser más amable si quieres que olvide tus últimos desplantes. Para empezar, pídemelo por favor.
—¡Vete al infierno!
—Como quieras…
La actriz atravesó la habitación, interponiéndose en la puerta sin quitarle el ojo al aparato.
—Shotaro, por favor, te pido que me des ese teléfono.
La sonrisa sólo le duró una fracción de segundo. Shotaro entrecerró los ojos, acortó la distancia entre los dos y la examinó con un aire de sospecha. Su respiración y su corazón estaban acelerados.
Había algo más.
Ni que decir tenía que Kyoko no se arrastraría ante él tan fácilmente.
—Oh. Parece que esta pequeña infracción podría comprometer a alguien más.
—No es eso… —refutó nerviosa.
—¿Quizá a tu estimado e intachable Tsuruga-san? —masculló, pronunciando su nombre en el tono risueño con el que ella lo haría.
—¡No es él!
—¿No es él? Entonces, admites que hay alguien que te ayudó a obtener el teléfono —aseveró, acercándose a ella con lentitud—. Pues claro, a ti nunca se te ocurriría algo como esto. Además, te faltan agallas.
—¿Vas a dármelo o no?
Shotaro contemplaba sus ojos aún ardientes de ira. Todavía quedaban algunos cuantos detalles por aclarar, y si ella era capaz de humillarse sólo por encubrir algo tan tonto como el propietario de un teléfono móvil, era evidente que no conseguiría sacarle por qué y dónde pasaba la noche fuera de su habitación.
—Te lo devolveré.
—¿Cuándo?
—Cuando lo considere oportuno, querida —dijo sonriente.
Kyoko esbozó un grito exasperado.
—¡Oh, vamos! ¿Qué es lo que quieres, maldito idiota? Dímelo y acabemos cuanto antes…
—¿Por qué? Yo no tengo ninguna prisa —aclaró, guardándose el teléfono en el bolsillo interior de su chaqueta—. ¿Sabes qué? Últimamente no hemos pasado mucho tiempo juntos. Deberíamos sentarnos tranquilamente a charlar sobre cómo nos van las cosas, aunque, puede que tú acabes pronto… En cualquier caso, no deberíamos tratarnos como si fuésemos unos desconocidos.
—¿Qué estás diciendo?
—Vamos a tener una cita.
La expresión de la chica se quedó congelada, como si esa información causase cortocircuitos en su cabeza.
—¡No seas ridículo!
—Esta noche —especificó.
—¡No voy a hacer tal cosa!
—De lo contrario contaré como tú y el bueno de Tsuruga Ren incumplisteis deliberadamente las normas. Eso no quedaría bien en un historial tan impecable como el suyo, ¿no crees?
Shotaro imaginaba ya que había pronunciado las palabras mágicas que la habían derrotado. La joven apretó furiosa los puños y se cruzó de brazos.
—¿Me prometes que después de eso me lo devolverás?
—Tienes mi palabra —aseguró con un movimiento leve con la cabeza.
—Está bien. Pero esta noche no puede ser.
—Entonces, mañana.
—Tampoco.
De repente, lo reafirmó. No había duda de que ella tenía un compromiso ineludible en esa franja horaria y Dios sabía que él estaba dispuesto a averiguar de qué se trataba.
—¿Es que tienes algo más que hacer?
Kyoko lo miró desconfiada. Esta vez iba a medir bien sus palabras, no se arriesgaría a levantar ningún tipo de suposición.
—Abajo dentro de una hora —decidió furiosa—. Ahora lárgate de mi habitación tan rápido como puedas.
Kyoko se apartó de la puerta. Al mismo tiempo, él dio un rápido vistazo a su cuarto centrándose luego en ella.
—Intenta ponerte algo que no desentone demasiado conmigo —propuso sin mucho entusiasmo.
—¡Vete de una vez!
—No quiero que me dejes en evidencia en público.
Con absoluta indiferencia, salió al pasillo y esquivó una figura de madera que había estado a punto de darle en la cabeza. Ella aún hiperventilaba mientras lo veía entrar en su habitación, justo al lado de la suya.
—¡Te juro por Dios que haré que pases por un infierno! —rugió con la cara roja.
—Vas a tenerlo muy difícil, cielo —refutó con otra ocurrente carcajada—. Ya estoy disfrutando.
Un grito de frustración fue lo último que oyó antes de cerrar la puerta.
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Kanya se apartó el lápiz labial cuando observó sus labios firmemente fruncidos en el espejo. Ni siquiera la previsión de una noche desenfrenada esclarecería su humor después de haber sido plantada por su aprendiz. Nunca antes nadie se había atrevido a hacerlo, y pese a que ella se cuidaba bien de no formar lazos especiales, era obvio que su relación con Mogami Kyoko era diferente a la que había mantenido con el resto de sus discípulos.
Se había tomado a esa chica como un reto personal.
Kyoko era inhibida y terca. Inocente hasta el punto de parecer ridícula y claramente retraída hacia las diversiones que el mundo podía ofrecerle sin ningún compromiso. Ahí encontraba muy en verdad la conservadora educación que seguramente había recibido durante su niñez. Aunque, también era apasionada y valiente, y Kanya era consciente que a su curiosa sed de la vida sólo le faltaba un empujón antes de que su corazón explotara en llamas.
Del imperdonable plantón de la tarde sólo la salvaría que hubiese tomado sus sugerencias al pie de la letra, se hubiese soltado la melena y estuviese a punto de tener una velada tórrida con el primer hombre que le apeteciera. Igual que estaba a punto de hacer ella. Pero, no iba a hacerse ilusiones. Kanya tenía claro que aquello no era lo que le había impedido acudir a su clase.
Cerrando el lápiz labial y depositándolo en el tocador, Kanya dio un suspiro.
De alguna o otra forma conseguiría que esa ingenua abriera su corazón al mundo.
Sólo un rato después, alguien golpeó la puerta. Kanya sonrió, un pretendiente impaciente era siempre una buena señal. Caminó hacia el lugar con su natural andar felino, y al abrir la puerta, su sonrisa se volvió nostálgica.
—¿Es un mal momento?
—Acaba de mejorar considerablemente.
Ésa no era su cita, y era una verdadera pena.
Kanya dejó pasar a Tsuruga Ren sin ninguna resistencia. En cualquier otra circunstancia, se habría sentido incluso ofendida. Su ceñido vestido negro habría hecho temblar a cualquier hombre con dos ojos en la cara, pero el actor japonés apenas pareció notar que ni siquiera lo llevaba cerrado en la espalda.
—¿Para qué más soy buena?
La personalidad traviesa de la chica era desbordante, y Ren entendió el juego de sus palabras perfectamente. Le costó aguantarse una sonrisa cómplice. Sin duda, Kanya no se derretiría ante él aunque se lo propusiera, y del mismo modo, él no era la clase de hombre que se amedrentaría ante una mujer tan segura de sí misma.
—¿Quieres tomar algo?
Tsuruga Ren miró las dos copas de champagne ya dispuestas sobre la mesa.
—No creo que esto fuera para mí.
Kanya soltó una carcajada sensual sin esfuerzo.
—No te ofendas —respondió, tomando las dos copas y cediéndole unam acercándose más de lo necesario—. Pero es que yo nunca repito el mismo plato.
La chica sorbió despacio de la copa de cristal, observándole intensamente por debajo de sus largas y rizadas pestañas. No obstante, él no se movió ni un centímetro.
—¿Sin preliminares entonces?
—Sólo por esta vez —le sonrió divertida.
—Siento mucho lo ocurrido.
—¿De verdad? Creo que yo no.
Apoyó la mano en el pecho del actor deslizándola hasta su hombro.
—Seguro que ya te has dado cuenta de que no soy la clase de mujer que exige amor eterno, pero te agradezco la preocupación, qué encanto… —musitó ella con el irresistible carmín en los labios—. De todos modos, no has venido a decirme eso.
La mano reanudó su trayecto, con dedos curiosos que subieron por su cuello, el cual palpitaba como si recordara haber sentido esa caricia antes.
—Está bien, Ren —dijo la joven en un susurro que él aspiró con los labios—. La chica por la que suspirabas la otra noche no tiene porqué enterarse.
Él se quedó momentáneamente hipnotizado por el azul profundo de su mirada. Kanya dio un paso más, se apretó a él, dejó a un lado la copa que le sobraba, y alzó las manos para tocarle el cuello.
Sólo necesitaba un par de centímetros. Si se empinaba sobre sus tacones altos le atraparía los labios.
—Puedes buscarla en mis sábanas, tus sentimientos no me importan lo más mínimo. Tú tendrás lo que quieres y yo también. Ya funcionó una vez, ¿no es así?
Pero no era cierto.
Kanya era cautivadora y hermosa, Ren lo admitía. Tenía las manos más atrevidas que había conocido jamás, pero ese tacto suave sobre su piel sólo le provocaba frío.
Ren le sujetó las muñecas con delicadeza y se las apartó lentamente. Siempre era un pesar inevitable tener que rechazar a una chica. Ella lo observó desconcertada y él compuso una sonrisa tímida y cariñosa.
—En otro tiempo nos habríamos llevado bien —dijo el actor con simpatía—. No sabes lo que daría ahora por no haberte conocido.
—En otras palabras, ¿lo que quieres es pedirme que mantenga el pico cerrado?
—Lo que me gustaría es que me dieras la oportunidad de contárselo yo mismo.
El gélido gesto de Kanya lo estudió por instantes eternos. Sin embargo, ella entendía sobre sentimientos mucho más de lo que él imaginaba.
Inesperadamente, la joven sonrió sin la ferocidad de instantes antes.
—Puede que ese viejo chiflado y fanático del amor tuviese razón.
Tsuruga Ren giró el cuello hacia ella bruscamente, pero la joven negó con la cabeza.
—Supongo que algunas personas están hechas para estar juntas… —añadió, recolocándose los tirantes del vestido con dignidad—. No metas la pata una segunda vez, me costó mucho sacar a la luz las heridas de esa idiota. Ahora comprendo que no soy yo la que puede sanarlas.
Sólo hasta entonces Ren se dio cuenta de que la mujer que tenía ante él era mucho más afectuosa de lo que le quería hacer creer. Probablemente Kyoko tenía esa clase de don para hacer que el ser más insensible la estimase, y finalmente, Kanya sólo lo había estado poniendo a prueba. La idea de sentirse evaluado le hizo fruncir el ceño tanto como ella lo hacía.
—Así que no lo fastidies. Si quienquiera que sea vuelve a hacerle daño a esa niña… No te gustaría tenerme como enemiga.
El actor se acercó a ella, le colocó con suavidad las manos en los hombros y la hizo girar despacio.
—Tú también eres un encanto —se burló, con un susurro en su oído, y luego cerró la cremallera de su vestido de un solo tirón.
Ya tenía un pie fuera de aquel apartamento cuando la siempre sensual voz de la entrenadora le detuvo. Tenía una mirada igualmente retadora.
—No miento, Ren —le aseguró, y él vio su convincente determinación—. Salvo por lo de repetir. Contigo podría haber hecho una excepción.
La chica rió entonces con una expresión llena de camaradería y él le devolvió un gesto afable.
Tenía que contactar con Takarada Lory lo antes posible.
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Continuará.
N/A: ¡Hasta aquí! Sé que se han quedado algunas cosas suspendidas en el aire, así que espero la visita de la musa pronto, y por supuesto, gracias por el ánimo y los comentarios.
¡Feliz día!
Shizenai