Disclaimer: Si Harry Potter me perteneciera este no sería el último de capítulo de la historia.

Antes de leer: Os recomiendo que le echéis un ojo al Prólogo para recordar en qué situación se encontraba nuestro rubio favorito. Que tras dos años y medio es normal que se os haya olvidado.


12. Epílogo

Once años después

«Hay quien dice que algunas personas están destinadas a encontrarse.

Pasen los años que pasen, y estén en los lugares en los que estén, siempre habrá algo uniéndolas. Para bien o para mal.

Esas personas pueden ser muy diferentes entre sí, pueden no llevarse bien. Quizá incluso no pasen mucho tiempo juntas. Pero, de alguna manera, acabarán estando ahí la una para la otra.

Zacharias Smith y Pansy Parkinson nunca estuvieron enamorados. Sin embargo, en el preludio de una guerra, dentro de su particular cuento de hadas, ellos se consolaron a su manera.

Ellos vivieron a su manera».

Zacharias Smith ha estado casi veinte minutos fingiendo no esperarla cuando ella entra por la puerta.

Lleva un vestido azul claro que le revoletea por encima de las rodillas al dar un paso dentro de la cafetería. También se ha dejado el pelo largo y ahora calza sandalias blancas con algo de tacón, pero así, de lejos, Zac la siente exactamente igual a cuando eran adolescentes.

No tarda en localizarlo y acercarse a él con una sonrisa demasiado grande para ella. El golpeteo nervioso del dedo de Zac se detiene abruptamente, y su ceño fruncido se relaja en confusión. No recuerda haberla visto nunca tan feliz.

Jamás.

—Smith —ella se detiene justo delante de él antes de sentarse en la otra silla de la mesa, todavía con esa amplia sonrisa tan perturbadora—, ha pasado mucho tiempo.

—Parkinson —la voz le sale rasposa, como si no la hubiera usado en mucho tiempo, y tiene que aclararse la garganta—. Te he estado esperando veinte minutos.

Parkinson tiene la decencia de mostrarse algo avergonzada —una decencia probablemente fingida—, y encoge sus diminutos hombros como disculpa. Sigue siendo tan delgada y pequeña como la recordaba.

—Lo siento, estoy muy liada con los preparativos de la boda…

Es interrumpida por una camarera que le pregunta si quiere algo y es rechazada con un ceño muy fruncido y un «no, gracias» demasiado tenso. Parkinson suspira con fuerza cuando ella se va y lo mira con lamentación.

—Estoy a dieta —comenta con un tono profundamente autocompasivo—. Para caber en el vestido de novia, ya sabes.

Zac se pregunta qué clase de vestido de muñecas ha encargado Parkinson parano caber en él.

—Ya —suelta él con cara de estar harto de tanta tontería—. ¿Y bien? Me adjuntaste una nota en la invitación de boda diciendo que querías verme, para luego hacerme esperar. ¿Qué quieres?

Parkinson tuerce la cara en un gesto raro, como si se estuviera conteniendo para no mostrarse enfadada ante sus palabras.

—Ya me he disculpado por el retraso —dice con cierto desdén que Zac le piensa meter por el culo—. Solo quería saber cómo estabas. Hasta hace poco ni siquiera sabía si sobreviviste a la guerra.

Muy bien. Zac tiene veintiséis años y ha aprendido a fingir que no odia a todo el mundo (es necesario para las putas entrevistas de trabajo a las que va para que luego nunca lo contraten. Hijos de puta), pero parece que Parkinson no ha perdido la capacidad de irritarlo con los años.

—Conmovedor —vivir tanto tiempo con Padma le ha pegado el jodido sarcasmo—. No sabes lo que me alegra saber que durante diez años te importó una mierda si estaba vivo o muerto, en serio. Creo que voy a llorar.

Parkinson abre y cierra la boca como un pez, con cara de indignación.

—¿Por qué tienes que tergiversarlo todo? —la voz le sale demasiado aguda para ser soportable por el oído humano, hostia—. ¡Solo quería que tuviéramos una conversación agradable tras todos estos años sin vernos!

Zac bufa —con tanta fuerza que probablemente varios mocos y babas han ido a caer a su café a medio tomar. Jodidadamente genial—.

—¡Gran idea, tenemos tanto de qué hablar! —Alza la voz igual que ella. Probablemente los dos putos viejos que hay en la cafetería los están contemplando como si fueran igual de interesantes que los artículos fascistas del Profeta—. ¡Recordemos viejos tiempos! ¿Te acuerdas de cuándo te comí el coño en el baño del colegio y casi nos pillan?

El rostro de Parkinson alcanza diversos colores en cuestión de segundos; desde el blanco post-morte hasta el fucsia furioso. Zac siente una burbujeante satisfacción ante su arrebato; las palabras de Justin —«compórtate como un adulto»— olvidadas en un rincón.

Ella se lo merece, de todas formas. ¿Qué pretendía? ¿Una reunión chachi-piruli donde se dan abrazos y ella le restriega lo bien que le va la vida? Zac puede verlo claramente: Parkinson no solo tiene la fortuna de sus padres. Es conocida como una de las mejores abogadas de divorcios del Mundo Mágico. Y ahora va a casarse con el hombre del que lleva enamorada toda la vida.

Él, en cambio, vive de sus padres y del sueldo de su mejor amigo*. Las millones de entrevistas a las que ha ido le han dado una patada en el culo porque «no tiene ni estudios ni experiencia». Y lleva casi un año sin follar.

En eso de comparar a quién le ha ido peor tras la ruptura, es evidente que él lleva las de perder. Y a Zac le repatea perder.

Así que no se arrepiente de sus palabras. Nada de nada. Ni siquiera cuando Parkinson coge su café —sí, al que previamente había salpicado de mocos y babas— y se lo echa en la cara porque sigue siendo una maldita incivilizada.

Zac se levanta de golpe.

—¡¿Qué cojones crees que haces?!

El café le gotea hasta mancharle la camisa y los pantalones. Y Zac siente ganas de sacar la varita y maldecirla allí mismo.

—¡Yo solo quería mantener una conversación amistosa! Todo esto es culpa tuya —ella también se levanta con el mentón orgullosamente alzado y expresión desafiante.

El deseo de asesinarla lentamente lo consume por dentro, pero no le da tiempo a llevarlo a cabo. Acaban expulsados de la cafetería por crear escándalo, y Parkinson camina por delante de él con pasos grandes e indignados.

El Callejón Diagon está vacío a estas horas de la tarde en verano, y apenas se encuentran transeúntes. Parkinson se para en una sombra para volverse hacia él con mala cara.

—¿Por qué me sigues? —ladra de una manera que le hace preguntarse a Zac qué mierda vio de atractivo en esa chica hace once años.

—Es el mismo camino hacia la salida del Callejón para todos, imbécil.

Parkinson se tensa ante el insulto y lo mira de una manera que le recuerda a un chihuahua enfadado.

Zac suspira. Y como siempre, es el primero en recular.

—Quizá no debería haber dicho eso en mitad de la cafetería —admite a regañadientes—. Pero no sé por qué esperas que me interese hablar de tu puta boda o lo que sea. Hace años que no nos vemos.

Parkinson pestañea con sorpresa ante su intento de disculpa o lo que sea, y Zac reprime las ganas de bufar. ¿Tan raro es que en todo ese tiempo haya aprendido a fingir ser un ser humano medianamente decente?

Quizá yo tampoco debería haberte echado el café encima —no parece poner mucho sentimiento en la frase; tal vez porque Zac ya se ha limpiado con un fregoteo o porque ella es una persona fría y sin corazón—. No esperaba que te interesara mi boda. Es solo que sentí las ganas de volver a verte.

Y Zac, con veintiséis años a sus espaldas y un historial bastante rocambolesco en el terreno amoroso, experimenta de nuevo el cosquilleo en el estómago que sufría con quince años. Dicen que el primer amor nunca se olvida, pero lo que los dos siempre tuvieron claro es que lo suyo nunca fue amor.

Y sin embargo, allí estaban.

Pero ya son adultos, y Zac ha tenido suficientes cosquilleos y mariposas en el estómago como para saber ignorarlos y comportarse a pesar de ellos.

Así que gruñe.

—Si lo que quieres es tener una aventura antes de la boda, no creo que sea el más indicado.

Parkinson le da un manotazo en el hombro que lo hace saltar y le deja la zona resentida.

—Sigues siendo un cabrón —suelta con falsa indignación y los ojos brillantes.

—Y tú una bruta —devuelve con un (auténtico) gesto de dolor.

Y allí está, la enorme sonrisa de Pansy Parkinson que nunca había visto y que, para ser francos, le queda fatal. No es de esas sonrisas que iluminan toda una habitación y hacen que la persona resplandezca. La de Parkinson es extraña, incongruente, y no va en absoluto con ella. Le hace la cara demasiado redonda, le junta más los ojos y le infla de forma desagradable las mejillas.

Pansy Parkinson no estaba hecha para sonreír.

Y a pesar de ello, lo está haciendo. Aunque la sonrisa le siente peor que un traje con pajarita, sonríe ampliamente con una felicidad contagiosa.

(Sí, está claro que él es el perdedor de la ruptura).

—La verdad es que quería verte para darte las gracias —se rasca una oreja, como avergonzada—. Sé que te parecerá una estupidez, pero el tiempo que estuvimos juntos… Bueno, me ayudó mucho. Yo estaba pasando por un mal momento y por ti pude mantenerme a flote. Quería que lo supieras.

Draco. La guerra. Sus padres. Daphne. Los monstruos que acechan bajo la cama. Los que encuentras dentro de ti al mirarte al espejo.

A Zac le tiemblan un poco las manos cuando responde.

—Yo también —tiene que tragar saliva. Está absurdamente emocionado por haber sido algo más que un interludio en la vida de Pansy Parkinson. Y solo por eso es un rematado gilipollas—. Yo también pasaba por un mal momento, Parkinson.

Justin. La guerra. Hufflepuff. Los golpes que daba a los demás para no dárselos a sí mismo.

Parkinson lo obsequia con una sonrisa todavía más brillante, y el cinismo de Zac no puede soportar tanta purpurina.

—Aunque supongo que dentro de poco será señora Malfoy, ¿no? —comenta para relajar el ambiente.

La supuesta futura señora Malfoy lo mira fijamente con expresión de extrañeza antes de empezar a reír a carcajadas.

Zac no entiende nada.

—¿Y ahora qué? —Quizá le sale un tono más gruñón de lo que pretendía.

Parkinson debe calmarse para poder contestar.

—¿No leíste la invitación de boda? —Zac se resiste a decir que solo leyó su nota—. No me caso con Malfoy, me caso con Daphne. Daphne Greengrass.

.

Porque al final del cuento las princesas no siempre acaban con príncipes, y los príncipes pueden resultar en princesas.


*Nota: En mi mente Zac vive junto a Justin y Padma Patil. Y el pobre está en paro porque no quiso estudiar después de Hogwarts y ahora nadie lo contrata. Y no, no sale con ninguno de los dos.


Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Os juro que estoy temblado, no me puedo creer que por fin haya terminado Interludio. Que han sido dos años y medio, por Merlín.

La verdad es que me siento muy orgullosa, aunque algo triste. Pero es la primera historia de más de dos capítulos que termino, y bueno, aunque parezca una tontería eso es importante para mí.

¿El epílogo qué os ha parecido? ¿Bonito? ¿Aburrido? ¿Intrascendente? ¿Conmovedor? ¿Gracioso? ¿Seguís flipando por el plot twist del final?

Dejadme review y responderé a todo vuestro amor/odio/preguntas. Sé que llevo muchos capítulos sin contestar, pero por ser el último esta vez sí seré buena autora y os responderé como merecéis.

Pero ante todo: gracias. Gracias por acompañarme a mí y a estos dos idiotas durante doce capítulos. Gracias por gritar y llorar conmigo. Gracias por darme ganas de seguir escribiendo a cada comentario y con cada palabra de aliento. Gracias por ser los mejores lectores que podría haber pedido.

Gracias por vivir un interludio conmigo.

Un beso enorme,

Lils