Disclaimer: Este fic es una adaptación de la novela homónima de Anne O'Brien, con los personajes de Stephenie Meyer.

Capítulo 1:

Cullen se recostó con indolencia en un rincón de su carruaje mientras recorría el breve trayecto hacia el priorato de Cullen. Cerró los ojos a causa del inminente dolor de cabeza.

Una sombra densa, más oscura que sus alrededores, se agitó en el suelo al otro lado del carruaje. La luna iluminó brevemente su piel pálida.

¿Estaría dormido? Bella contaba con ello. A pesar de su huida precipitada de la mansión, sin posesión alguna más que la ropa que llevaba puesta, y sin haberlo meditado, había elegido el carruaje con cuidado. Había logrado ver el escudo colocado en la puerta del vehículo; un halcón negro con las alas abiertas, los ojos y garras doradas sobre un fondo azul. Tenía que ser de Cullen; y él sería su medio para escapar de Black Hall para siempre. Se movió ligeramente para aliviar el entumecimiento de sus extremidades, intentando respirar profundamente para que su corazón se calmara. Si tan sólo pudiera permanecer sin ser vista hasta llegar al priorato, tendría una posibilidad de escape. Y nadie lo sabría. Nadie la seguiría y la obligaría a… El marqués se agitó. Bella volvió a acurrucarse en la esquina, tensa, rígida, hasta que la respiración de Cullen volvió a relajarse. Apoyó la espalda contra el borde de la almohadilla. Prometía ser un viaje largo. Cerró los ojos en la oscuridad.

De pronto una mano la agarró por los pliegues de la capa y la levantó del suelo y la sentó con violencia en el asiento, donde la agarró con fuerza del brazo. Bella gritó al sentir el dolor sobre las heridas previas.

—¿Qué diablos…? —Cullen tomó aliento y controló su impulso de golpear al intruso con fuerza al darse cuenta de su error. Volvió a guardar la pistola tras el cojín y se rió—. Vaya. No se trata de un ladrón oportunista. Una dama, nada menos. Sabía que la suerte me sonreía. ¿Qué estás haciendo en mi carruaje a estas horas de la noche… o de la mañana?

—Huyo, señor —Bella decidió que sería mejor ceñirse a la verdad en la medida de lo posible.

—¿Huyes de Black Hall? ¿Trabajas allí?

—Sí, señor. En las cocinas.

—¿Y sugieres que dé la vuelta y te devuelva a tus jefes? ¿Apreciarían un gesto tan considerado por mi parte? Lo dudo.

—No, señor. No creo que merezca la pena. Sólo soy una sirvienta. No me echarán de menos.

—Entonces, ¿por qué te pareció necesario esconderte en mi carruaje? Parece que hay una lógica que se me escapa. ¿Crees que es el brandy, que me impide pensar con normalidad? —preguntó como si no tuviera importancia.

—Indudablemente, señor.

—¿Y qué hago ahora contigo?

—Podríais llevarme al priorato, señor —Bella se mordió el labio inferior mientras aguardaba una respuesta.

—Podría. Eso sería lo más fácil. Podría entregarte a la señora… ¡Cielos! He olvidado su nombre. Mi ama de llaves. Apuesto a que sería mejor trabajar para mí en el priorato que para Black.

—No podría ser peor, señor.

Se hizo el silencio durante unos segundos mientras Cullen contemplaba a su inesperada compañera de viaje.

—Ven y siéntate junto a mí.

—Preferiría quedarme donde estoy, señor. Parece que viajamos a gran velocidad.

Sin más dilación, y pillándola otra vez por sorpresa, Cullen se inclinó hacia delante, la agarró de la muñeca y tiró de ella hacia su asiento. Bella se apoyó en los cojines para evitar caerse sobre él, o al suelo, cuando el carruaje pilló un bache. La luna llena iluminaba el interior del vehículo, pero era lo suficientemente errática como para permitirle a la dama ocultar sus mejillas sonrojadas y su falta de compostura. Y, más aún, su identidad.

—De modo que hemos averiguado por qué estás aquí —dijo él—. Ahora, dime tu nombre.

—Marie Dwyer, señor —respondió Bella al instante.

—Bien, Marie Dwyer. Me temo que estoy borracho.

—Sí, milord —aunque no había indicación alguna aparte del fuego en sus ojos y un ligero balbuceo en sus palabras—. Creo que mañana tendréis un atroz dolor de cabeza.

—De eso puedes estar segura —contestó él con una sonrisa—. Deja que te mire.

La acercó más a él, luego le soltó la muñeca para levantarle la barbilla y alisarle los rizos que intentaban ocultar sus rasgos. Ella era incapaz de mirarlo a los ojos, que se empeñaban en escudriñar su rostro, pero se quedó sentada muy quieta, obligándose a no apartarse de él. Pensó que sería mejor no hacer nada para provocarlo. Evidentemente era capaz de reaccionar de manera impredecible y temeraria. No podía esperar compasión alguna si descubriera la verdad.

—¿Cuántos años tienes, Marie? —preguntó él de pronto.

—Casi veintiuno, milord.

El marqués deslizó el pulgar por su mejilla y ella se echó hacia atrás instintivamente.

—No te haré daño —dijo él con voz suave y aterciopelada—. No si eres obediente, claro. Debes comprender que hay un precio que pagar si una chica guapa se refugia sin ser invitada en el carruaje de un caballero al que no le han presentado.

Bella tragó saliva; no había manera de malinterpretar sus palabras.

—Sí, milord —a pesar de su intención de no hacer nada para molestarlo, no intentó disimular el resentimiento y la amargura en su respuesta.

Cullen se rió suavemente y a Bella se le heló la sangre.

De pronto la agarró del pelo y tiró de ella para acercarla más.

—Tienes carácter, Marie. Me gusta. — Antes de que pudiera responder, el marqués agachó la cabeza y la besó. Ella se resistió e intentó apartarlo con las manos, pero era inútil empujar aquel cuerpo musculoso. Cullen le rodeó los hombros con un brazo y siguió besándola, exigiendo una respuesta por su parte. Bella estaba decidida a no ofrecerle ninguna, pero el roce de su lengua en sus labios le produjo un escalofrío por todo el cuerpo. Cuando él insistió, ella luchó para evitar que su boca se abriera traicioneramente bajo sus labios. Nunca antes la habían besado y se sintió horrorizada por el torrente de emociones que se desencadenó en su interior.

Entonces la soltó con la misma rapidez con que la había agarrado.

—¡Cómo os atrevéis! —La rabia ganó la batalla cuando recuperó el aliento suficiente para hablar.

—¿Atreverme? Dado que has sido lo suficientemente temeraria como para acompañarme, soy yo quien marca el ritmo. Y tú, querida Marie, debes bailar a ese ritmo. Pronto descubrirás que no tengo piedad. Además, ¿a qué viene escandalizarse? Estoy seguro de que ya te habían besado antes, siendo tan guapa como eres. Seguro que tienes un tortolito de manos grasientas en las cocinas de Black Hall.

—No. Claro que no. Además, no os he dado permiso para llamarme por mi nombre—. ¡No sois ningún caballero, milord!

Cullen se carcajeó con cinismo.

—Puede que no, querida, pero te garantizo que puedo ser un buen amante —mientras Bella se escandalizaba, él la agarró con fuerza y volvió a besarla. En aquella ocasión, el movimiento del carruaje acudió en su ayuda. Cuando el vaivén los separó, Bella aprovechó la oportunidad para lanzarse de nuevo al otro extremo del vehículo, donde el marqués la contempló con asombro.

—Tal vez ésta no sea la mejor situación para una escena de seducción —dijo con una sonrisa, pero Bella sabía que no podía esperar compasión de aquel hombre—. Podemos esperar a llegar al priorato. No os asustéis, señorita Marie. No os tocaré. Al menos hasta que lleguemos a casa.

Volvió a recostarse en su rincón, apoyó la cabeza en los cojines y cerró los ojos. A los pocos minutos, su respiración era profunda y parecía estar dormido, lo que le proporcionó a Bella la oportunidad de reflexionar sobre los traumáticos acontecimientos de la última hora. La indiferencia de su tío. El decantador de oporto, roto como sus sueños de amor y felicidad. Cerró los dedos sobre la servilleta manchada de su muñeca y trató de controlar las lágrimas que amenazaban con desbordarse. «Solo estás cansada», se dijo a sí misma. «Mañana serás libre». Giró la cabeza y observó a su despreciable rescatador a la luz de la luna. Era guapo, no el clásico rubio como su primo, pero tenía una cara que llamaba la atención. Su piel estaba bronceada por el tiempo que pasaría al aire libre. Tenía una nariz recta y poderosa, un mentón firme y unos ojos velados, ocultos ahora tras los párpados, pero tan grises como un mar del norte en invierno. Unas arrugas cínicas se dibujaban entre su nariz y su boca; esa boca, que ya no sonreía, pero que tenía unos labios tan hermosamente esculpidos. Su pelo era espeso y oscuro, con cierta ondulación; sus cejas igualmente oscuras y bien definidas. No revelaba suavidad alguna; de hecho, en reposo su cara era severa y austera. Seguramente fuese un hombre al que resultaría peligroso enfadar, a pesar de la actitud indolente que había presenciado esa noche.

Contempló sus manos y se estremeció al recordar su tacto. Ningún hombre la había tocado así antes. Tenían unos dedos largos y elegantes, pero esas manos le habían dejado clara su fuerza. Volvió a estremecerse y se frotó las manos para entrar en calor. ¿Dónde se había metido? Se había marchado sin considerar lo apropiado de sus actos; cualquier cosa con tal de escapar de Black Hall, de un matrimonio de conveniencia y de la autoridad sin límites de su tío. Había visto la manera de escapar y se había aferrado a ella sin pensar. ¿Pero a qué precio? Bella se dio cuenta de que su cerebro cansado no era capaz de llegar a ninguna conclusión. Se llevó los dedos a la boca, que aún le ardía debido a los besos de aquel desconocido.

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Les dejo el primer capítulo... Este libro va directo a la acción! jajaja

Gracias a KarCha2114, yuli09, Tocino Boliviano 94, Ffgff y Noemi Cullen