Comentarios: Agradezco a los que comentaron y me dieron su opinión~ Traje el segundo capítulo lo más rápido que pude. Nuevamente, gracias a los que comentaron y a los que no comentaron pero si leyeron y les interesó, ¡pues espero les guste esta continuación!~
Discleimer: Ninguno de los personajes me pertenece, todos son propiedad de DreamWorks con Cressida Cowell. Esta historia es mía, escrita sin fines de lucro.
How To Understand Your Dragon
El rencor del descuidado
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"…Continúa, solo un poco más…"
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Cuando por fin sus pies pisaron la madera de la cabaña pudo sentir que estaba libre de tensiones, pero cuán equivocado estaba. Nadie previamente había comprendido el por qué llevaba tanto apuro y más saliendo del bosque; en él, ese comportamiento era extraño. Aunque, terco como él solo, tampoco se detuvo a dar explicaciones.
Había procurado cubrir bien el miembro aún sangrante con su capa negra, disimulando a la hora de pasar ante alguien para no levantar sospechas sobre ese objeto en especial. Por tal motivo, no fue mucho problema el entrar a su casa, subir las escaleras y evitar siquiera el contacto visual con el que estuviese allí dentro. Se encerró en su habitación, dejando el hacha sobre las demás armas dispersadas que tenía allí, siendo su siguiente acto el dejarse caer sentado a su cama.
Diablos, ¿cuánto valía cada ala de dragón? Sabía que no mucho—sin mencionar que el ala no era realmente muy grande y apenas sobresalía un poco de su mano— pero había oído y comprobado que muchos vikingos, especialmente navegantes por profesión o comerciantes, las intercambiaban y hasta las comían. La sola idea le causó un escalofrío y dolor de estómago momentáneo.
Pero, si bien lo pensaba, ¿por qué le tomaba tanta importancia? Era solo un ala, de un dragón que no era muy grande tampoco. Aún si tuviera al cuerpo del reptil sería solo un chiste.
Entonces, ¿por qué estaba tan emocionado?
Se dejó caer por completo en la cama, solo viendo el techo en lo que envolvía nuevamente aquello y lo dejaba a un lado. "Cuando matas a un dragón, te vuelves un vikingo", eran palabras que recordaba perfectamente de su padre a su joven edad y desde entonces solo se había limitado a perseguir ese propio capricho. Y, sin saberlo, se había descuidado de todo lo demás.
El querer ser una imagen futura de su padre le había costado demasiado, desde los posibles amigos que pudo haber tenido hasta la propia relación que llevaba con su hermano. Todo se había esfumado de un día para el otro. Y allí estaba ahora, recordando viejos tiempos de los cuales no recordaba nada en verdad. Todas eran imágenes en blanco que súbitamente deparaban en un rostro femenino y luego, ahí, comenzaban los recuerdos con su padre y su hermano; los tres solos. Era confuso pero no quería forzarse a recordar.
Y hablando de Hookfang… lo había vuelto a ignorar. Por décima vez ese día.
Con su hermano siempre había tenido problemas, no recordaba un momento en que no hubiese tenido inconvenientes con él o algunas peleas. Las veces que quería acercarse a él lo esquivaba y cuando intentaba ser amable, directamente o a distancia, le enviaba esas miradas toscas y brutas que solía recibir. No comprendía. Vivían en la misma casa y portaban la misma sangre, pero aún así lo sentía como un completo desconocido. Eso no subía mucho su ánimo realmente. ¿Es que acaso le había hecho algo malo? Probablemente. Conociéndose, de seguro ni debió de haberse dado cuenta del momento o la acción que provocó tal rechazo.
O el rechazo de muchos.
El cálido tacto de los rayos del sol fue lo que lo despertó. ¿Despertó?
—Rayos, me quedé dormido…—se quejó en voz baja, viendo aburridamente su habitación. Sus ojos se ampliaron y casi de impulso giró su cabeza, buscando su capa. De pronto se sintió aliviado, dejando el aire entrar a su cuerpo cuando tuvo la capa delante suyo.
¿Por qué le preocupaba tanto?
Se encogió de hombros para sí mismo en el lugar y se sentó en la cama, estirándose perezosamente por aquel extraño despertar. Sus ojos lagrimearon un poco al bostezar pero rápidamente se disipó al frotar sus párpados contra su mano, estirando la otra hacia el pie de la cama, tanteando el lugar. Observó al no encontrar su mazo y se extraño; sin embargo, recordó entonces que la noche anterior lo había dejado en la fragua y suspiró cansadamente.
En un nuevo intento de terminar de despertarse, se apoyó en la madera de su cama y se levantó, bostezando sonoramente al estar de pie. Miró a su alrededor y solo deparó en la capa nuevamente. Curvó sus labios y se inclinó, debatiéndose mentalmente. Optó por esconderla lo mejor que pudo.
Finalmente, salió de su habitación. El no llevar su mazo ni tener su capa, lo hicieron sentir ligeramente desnudo. Eran casi como su marca a propiedad, estar sin eso... se sentía extraño. Cuando llegó a la planta baja, el silencio continuaba reinando en soledad. Como suponía, no había absolutamente nadie en casa. Muy pocas veces había alguien allí.
El sonido de sus pies sobre la madera dejó de escucharse una vez estuvo fuera. El sol quemaba en su ropa negra, arrugando ligeramente la nariz por cómo se sentía. Cansador.
Emprendió camino hacia la herrería, estando en bastante movimiento sin ser normal aquello. Varios vikingos formando una hilera para, suponía, retirar o dejar un arma. Quizá pedir una. ¿A qué se debía aquello? La curiosidad lo mataba lentamente.
Decidió acercarse sin prisa alguna, viendo intrigado el amontonamiento y escuchando apenas las quejas de quien era el gran Boneknapper. Se acercó por un lado, esquivando tantos cuerpos pudo, y entró a la fragua, viendo el ajetreo que un solo hombre pudo causar.
—¿Estás… bien?
El mayor cubierto completamente por huesos, apenas lo escuchó se giró a verlo— ¡Oh, muchacho! —Terminó de colocarle el mango a una del tumulto de armas que tenía en el suelo; cada una de ellas parecían más pesadas que las otras—¿Vienes por tu mazo? —Suspiró al ver el asentimiento del azabache, entregando dicha arma al vikingo en espera— Lo siento, muchacho. Apenas te fuiste ayer, comenzaron a caer todos. ¡No he tenido descanso! Tuve que trabajar toda la noche, es el castigo de trabajar solo, puede que solicite algún aprendiz de la academia, ya sabes. No estoy viejo pero sí cansado.
El ojitóxico soltó una risa por lo bajo, viéndolo ir de un lado a otro. El choque de los huesos entre sí escuchándose más de una vez.
—No te preocupes, volveré luego por él.
—Lo tendré listo para entonces, creo que hay uno en la academia si quieres entrenar— Comentó el mayor sin verlo. El más pálido asintió y salió, esquivando gente al pasar.
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El camino resultó más largo de lo que esperaba. El no tener ningún pensamiento en mente o compañía allí mismo, hizo que su vista estuviese siempre delante, lo cual no era de mucha ayuda. Era como cuando tomó aquel telescopio de niño y lo usó al revés, viendo todo completamente más lejano a lo que realmente estaba. Pues así lo sentía ahora.
Ese día, el mercader había llegado a la isla y su padre siempre acostumbraba a recibirlo, buscando algo que le interesase. Especialmente regalos para cuando hiciese algún trato con alguna aldea vecina. Y su hermano y él ya estaban en camino en una carreta —en ese tiempo, recordaba, se llevaban realmente bien y jugaban juntos todo el tiempo cosa que en momentos actuales se le dificultaba creer—. Recordaba haber ganado y visto a Hookfang hacer un gesto molesto, de aquellos infantiles que hace un niño tras no conseguir algo. Posteriormente, habían estado hurgando entre todas aquellas cosas.
En su momento, solía divertirse con cualquier cosa que encontrase y su hermano no era muy diferente a él. Realmente cada detalle continuaba preservado en sus memorias.
Aunque debía admitir que comenzaba a preocuparse por estar pensando en ello. Hacía mucho no se detenía a hacerlo en verdad.
Y como dicen, sumergido en sus pensamientos el tiempo pasó volando, casi literalmente. Podía escuchar los rugidos de los dragones encerrados en la arena y cómo cada tanto se escuchaba uno que otro sonido perturbador; el filo de un arma chocando contra otra.
Las puertas estaban abiertas como siempre. Los vikingos confiados en que ningún dragón escaparía jamás, ignorando por completo el que los aprendices pudiesen errar. A veces resultaban ser más tercos de lo que aparentaban, eran muy testarudos. Y ni se diga su padre, él era el primero. Se detuvo en la puerta y suspiró, dejando caer sus hombros. Una figura de vestimentas rojas y oscuras se veía desde su lugar, ya conociéndola incluso de espaldas. No podía ser otro jamás.
Dio un paso al frente y finalmente entró. Su visión se oscureció para capturar nuevamente el destello del sol una vez estuvo ya en la arena. Para su sorpresa, no se veía la presencia de ningún reptil a distancia. Los gruñidos que había escuchado eran solamente de los que se encontraban tras las grandes puertas.
En su lugar, Hookfang blandía una espada con destreza, apretando el puño en torno al mango y golpeando la dichosa estatua de madera que Grim había hecho en sus momentos de aburrimiento. Incluso la había hecho en su presencia. ¡Recordaba haber estado más de tres horas intentando convencerlo de que fuesen de madera en lugar de hueso!
Había cosas que no cambiaban jamás.
—¡Hey, Toothless! ¿Vienes a entrenar? —Se mantuvo viendo cómo la figura de su hermano se tensaba y se detenía, continuando luego con sus movimientos mucho más bruscos y algo torpes. Entrecerró sus ojos y se giró para, así, poder ver a los gemelos que compartían el grupo con Hookfang. Barf y Belch se abrazaban por los hombros, con grandes sonrisas tontas en sus rostros. Los cabellos rojizos caían de sus cabezas y los orbes castaños se veían a la par. Parecían estar unidos en un mismo cuerpo. Aunque toda la familia de ese apellido era así. Inseparables.
—Iba a hacerlo, pero veo que la práctica ya está ocupada.
Escuchó un desliz de un par de botas y marcó una sonrisa ladina, viendo a los gemelos—. No necesitas verme si quieres entrenar, hermano —la voz de Hookfang hizo que ampliara su sonrisa, mas ni siquiera se inmutó. Sentía el metal castañear y fue entonces cuando se giró, con sus brazos sueltos a cada lado del cuerpo.
No planeaba pelear como el otro deseaba.
Lo único que perjudicaba aquella relación eran esas peleas tan absurdas. Hookfang se resentía, él lo provocaba, su hermano desafiaba y él, finalmente, lo reducía. Y aquello estaba catalogado como humillación para su hermano, el cual se desquitaba con aquellos pobres tótems. Bendito sea The Boneknapper.
—Tengo cosas más importantes qué hacer como para jugar contigo.
Jugar.
Cuando se refería a reducir... no se sabía expresar correctamente.
Vio de qué tal manera el rostro de su hermano se fue tornando rojo, observando la tensión que se creaba en sus hombros y cómo su puño se apretaba; el ceño se fruncía de una manera horrorosa. Pero él sonrió, divertido. Le hizo un gesto con la mano a los hermanos y caminó de regreso a la entrada, tomando el mazo de pasada.
El sonido de la espada estrellada al suelo llegó a sus oídos pero no se detuvo. Las quejas de su hermano no eran algo que le apetecía escuchar en ese momento.
El sol le provocó cerrar sus ojos por un momento y se limitó a caminar hacia el bosque al fin. Los árboles se movían a gracia del viento y arrugó la nariz en notable molestia. Ni siquiera sabía por dónde debía buscar, y es que el día anterior sólo había sido cosa de impulso y berrinche del momento, pero necesitaba ubicarse rápido. Tenía lo que restaba del día antes de que a su padre se le ocurriese llamarlo. Aunque, claro, eso era justamente por la noche. Tenía tiempo.
Debía encontrar ese dragón.