Rebelarse, atreverse, estar furioso.


Es demasiado temprano para que nadie aporree la puerta de esa forma. Unos meses atrás habría sido posible, porque los domingos iba con Katniss al bosque; era el único día que podían hacerlo. Pero ahora que el Distrito se encuentra bajo la mano de hierro de Romulus Thread, el nuevo Jefe de los agentes de paz, el responsable de que le molieran la espalda a latigazos; nadie se atreve a atravesar la alambrada, ni siquiera él.

Sale de la habitación que comparte con sus hermanos, descalzo y sin vestir; la madera del suelo todavía conserva el calor acumulado con el fuego de la noche; y abre la puerta de entrada. El frío del exterior le golpea en la cara y contribuye a terminar de despertarlo.

Allí está Katniss; la reconocería en cualquier parte, aunque lleve el pelo suelto en vez de trenzado y se haya subido la bufanda casi hasta las cejas.

"Gale", dice echando nubes de vaho por la boca una vez que se ha bajado la lana que cubría su rostro. "Prometiste que vendrías. Tienes que ayudarnos con las trampas".

Él necesita frotarse la cara con las dos manos; no por sueño, sino porque aún le cuesta asimilar la noticia del Vasallaje, da igual que hayan pasado semanas desde el anuncio. Es cierto que le dijo que ayudaría, a ella, al hijo del panadero y al borracho de su mentor; prometió a Katniss que les enseñaría algunos nudos y algunas trampas que ella aún no supiera, por si eso pudiera serles de alguna utilidad en la arena. No puede hacerlo otro día más que el domingo.

"Perdona", contesta Gale. "Me he… dormido. Ha sido una semana dura en la mina. ¿Dónde estáis? En cuanto me vista iré a buscaros".

"Prefiero esperarte", susurra Katniss, sabe que el resto de su familia continúa dormida. Se abre paso al interior de su cochambrosa vivienda de la Veta. "¿Quieres que te prepare un té mientras te… vistes?".

"Catnip, no tienes que…".

"Date prisa Gale", le interrumpe ella. "Tenemos que aprovechar el día". Dicho esto se dirige a la cocina y coloca un cazo con agua sobre la lumbre de carbón.

Gale, en lugar de empezar a vestirse, se dedica a mirarla. Sin la bufanda puede ver sus mejillas y su nariz enrojecidas por el frío; su ceño fruncido casi de manera permanente desde que regresó de los Juegos; su pelo castaño y liso, ahora tan largo que casi le llega hasta la cintura. No puede creer que vaya a perderla, esta vez de verdad. No puede entender que ella sea tan idiota como para ni siquiera intentar volver.

"Gale", exclama ella un poco más alto, agarrando su antebrazo. Él se estremece levemente por el contacto. "Venga, vístete. ¿O no quieres venir? Dijiste que…".

"Sí. Ya voy…", contesta él, soltando su agarre del brazo. Recoge la ropa del cuarto intentando hacer el menor ruido posible y empieza a vestirse bajo la atenta mirada de Katniss, que ya tiene preparadas dos tazas calientes con una infusión de té y menta. Necesita sentarse en la desgatada butaca que hay frente a las ascuas de la chimenea para ponerse las botas. Katniss hace lo mismo en la butaca que hay al lado.

"¿Dónde iremos?", pregunta él mientras se anuda los cordones.

"A la pradera. Es allí donde hemos estado entrenando esta semana".

"¿Al viejo aún no le ha dado un infarto de miocardio o algo así?".

"Todavía no", dice Katniss sonriendo un poco. Hace milenios que no la ve sonreír. "Aunque todo el rato parece que vaya a salírsele el hígado por la boca". Le acerca la taza humeante a las manos. Es agradable la forma en que se las calienta.

"Gracias", dice él.

"No sé cómo pagarte que vayas a hacer esto por nosotros".

"No lo hago por vosotros", la corrige Gale. "Sólo lo hago por ti".

Ella se le queda mirando de nuevo con esa expresión triste que curva su boca hacia abajo en los extremos. "Lo sé".

"Y la única forma que tendrías de devolverme el favor es regresando, Catnip. Eso también lo sabes ¿verdad?".

"Gale…".

Él aparta la mirada y la fija en el líquido caliente de la taza. Quiere decirle muchas cosas, y no sabe si va a encontrar el momento, si va a tener tiempo, si… ya no sabe casi nada, lo único seguro es que si continúa mordiéndose la lengua con ella se la acabará por destrozar. Y de todas maneras… ¿qué más le puede decir?.

Caminan juntos hasta la pradera. A primera hora de la mañana hace frío y hay niebla en el Distrito, pero ni un alma por las calles. La hierba de la pradera cruje al pisarla cuando llegan allí. El espectáculo es un poco dantesco: Peeta, o Haymitch, o entre los dos (aunque lo más probable es que sea la primera opción) han preparado una especie de carrera de obstáculos usando sacos de harina, y ambos se encuentran tratando de superarlos. Peeta ha ganado mucha movilidad con los meses, pero sigue teniendo una pierna ortopédica y cuando tiene que saltar tiene tantos problemas con el salto como con la caída. Ver a Haymitch es una auténtica agonía: se tropieza, cae, suda como un perro a pesar de que la temperatura debe de ser bajo-cero…

"Hey", les grita Katniss a los dos. "He traído a Gale".

Peeta frena su recorrido y se acerca a ellos, pero Haymitch se limita a derrumbarse sobre el suelo helado, ignorando su presencia. El chico extiende una mano para saludarlo.

"Gale…", le dice. "Gracias por venir". Gale estrecha su mano con la de él pero no dice nada más.

"¿Por dónde empezamos?", pregunta Peeta mirándoles a ambos, a Katniss y a él.

Gale se pellizca el puente de la nariz, pensando en que en algún momento va a tener que hablar. "Bueno, ella ya conoce lo básico", dice sacando una bobina de fino alambre del bolsillo de su chaqueta de caza. "Así que creo que podemos probar cosas más complicadas, ¿no?".

Nadie contesta, pero Peeta asiente con la cabeza. Haymitch y su lamentable aspecto ya se han unido al grupo. Gale vuelve a guardar la bobina de alambre en su bolsillo antes de continuar. "Si lo que pretendéis es capturar animales salvajes, hay tres tipos principales de trampas: las de guarida, que atrapan al animal sin lastimarlo; las de inmovilización, que atrapan al animal sin matarlo, siempre que no quede aprisionado por el cuello; y las trampas mortales, diseñadas para aplastar, tirar o cortar un animal y matarlo…".

Gale espera un segundo antes de añadir. "Si se trata de animales grandes, las de inmovilización son a menudo ineficaces y crueles". Habla de animales porque no se atreve a hablar de personas o tributos, aunque es lo que tiene en la cabeza. Si quieren ganar los Juegos, alguno de los tres, van a tener que matar. "¿Por cuál queréis comenzar?".

"Por las que no matan", contesta Katniss. "Comencemos por las de guarida, Gale".

"Vale", dice él. "Pero esto sólo os servirá para cosas pequeñas, y para esas puedes usar un arco".

"Es posible que no haya arco. Ya lo sabes".

"Bueno, como quieras… Catnip. Yo sólo estoy aquí para ayudar". Necesita volver a frotarse los ojos porque la situación no deja de resultarle surrealista. "Para hacer una trampa de guarida vais a necesitar fabricar una caja, y contar con una red, una maya o una tela metálica…".

Gale pasa el resto de la mañana explicándoles lo mejor que puede la psicología que se esconde detrás de una trampa, cómo usar un alambre o una cuerda para hacer las trampas de lazo, o cómo camuflarlas para que pasen desapercibidas para las alimañas. Como era de suponer, Katniss es su alumna más avanzada y sabe de memoria la mayoría de las cosas que les cuenta, pero ella insiste en que las repita para los otros dos, por si tuvieran que estar separados en el estadio y no hubiera otra forma de conseguir comida. Gale lo único en lo que puede pensar es que están desaprovechando tiempo que podrían pasar juntos y a solas en el bosque.

A última hora de la mañana, cerca del mediodía, aparece Madge por allí. Lleva la ropa que suele usar los domingos, no esas faldas de cuadros con leotardos verdes que siempre llevaba a la escuela, y tiene el pelo recogido en una coleta, con un lazo, igual que en la última cosecha. Gale no puede negar haberse fijado de vez en cuando en la hija del alcalde. Es una chica alta y bien formada, con curvas, ya que ella, obviamente, nunca ha tenido que pasar hambre. Su abrigo verde oscuro le hace juego con los ojos, y contrasta con sus labios y mejillas rosáceas y con su pelo rubio tirando al dorado. El conjunto es bonito… bonito de mirar, porque cree que no la tocaría ni con un palo, aunque ella no sea culpable de ser quien es.

"Traigo la prensa del Capitolio que he podido conseguir en el despacho de mi padre", anuncia la chica. Todos dejan de prestarle atención para prestársela a ella, y Katniss y Peeta caminan para encontrarla. Haymitch permanece a su lado, y le mira formando una sonrisita pícara y maliciosa con los labios, después mueve los ojos hacia Madge.

Gale no evita poner cara de extrañeza ante el gesto, encogiéndose de hombros.

"La muchacha a la que le gustan las fresas", comenta el viejo con retintín en la voz. "Parece que siempre está dispuesta a ayudar. Acabará buscándose un lio con su padre".

Entonces capta el sarcasmo, o la gracia (porque no es tan agudo como para considerarlo sarcasmo), que pretendía hacer Haymitch. La madre de Katniss le comentó que fue Madge quien llevó la morflina a su casa de la Aldea de los Vencedores, el día de los latigazos, en medio de una horrible tormenta de nieve; sin embargo Katniss nunca le dijo nada al respecto. Gale sabe que en algún momento tendrá que darle las gracias por eso. Normalmente no habría aceptado nada procedente de esa parte de la ciudad si no era fruto de un intercambio. Fresas por dinero estaba bien. Morflina por nada, no lo estaba. Pero aquel día las circunstancias eran otras. Al menos tendrá que preguntarle por qué lo hizo, y agradecérselo. Tal vez con unas cuantas fresas gratis cuando llegue la primavera será suficiente, si es que puede volver al bosque para entonces.

Los dos caminan hasta donde están los demás. Bueno, decir que Haymitch camina tal vez sea pasarse, más bien se arrastra. Katniss y Peeta ya tienen cada uno un periódico entre las manos. Él se acerca a su amiga, echándole un vistazo a lo que pone en las columnas de tinta gris. Katniss le mira, y le sonríe por segunda vez en el día.

"Somos favoritos en las apuestas", le dice. Y se lo dice a él, no a nadie más.

"¿Y eso debería de alegrarme?", murmura Gale, también sólo para ella. "Tú no tienes intención de volver".

"Yo nunca he dicho eso", responde ella en su susurro, después de haber tragado saliva.

"No hace falta. Te conozco. Lo sé", dice él.

Katniss se aleja, dejando claro que no quiere tocar ese tema; no allí, ni ahora. Pero tendrán que hacerlo. En algún momento antes de que se marche lo van a tener que hacer.

Madge tarda poco en comunicarles que tiene que marcharse, ya que a su padre no le gusta que ande sola por ahí, y menos tan cerca de la Veta. Gale se muerde la lengua para no soltar algo ácido y desagradable a la explicación de la chica, y cuando lleva recorridos algunos metros, decide alcanzarla y abordar el tema de la morflina. Esas cosas cuanto antes mejor, quizá consigan llegar a un acuerdo acerca de cómo puede pagárselo.

"Eh, Madge", dice agarrando la manga de su abrigo desde detrás. Ella se gira sobresaltada. "¿Tienes un segundo? Quería… quería comentarte algo".

"La verdad es que tendría que marcharme", responde ella. A Gale no se le escapa la forma en que se ha puesto roja como un tomate, a pesar del frío. Aunque eso no es raro para él, suele pasarle. "En casa deben de estar empezando a preocuparse".

"¿Puedo acompañarte a casa, entonces?", pregunta él. Madge asiente con la cabeza, aunque no parece demasiado convencida. Es como si le tuviera miedo, o algo así.

Gale gira el cuerpo antes de empezar a andar, con la intención de despedirse de Katniss, aunque sea con una mirada. Ella no hace otra cosa más que fruncirle el ceño y preguntar con ojos y labios: ¿A dónde vas?. Pero Gale no está por la labor de darle explicaciones. Al fin y al cabo, ella tampoco se molesta en dárselas a él. Ni siquiera es sincera.

Camina junto a Madge a través de las calles sin asfalto de la Veta, manteniendo una buena distancia de seguridad entre los dos. No sabe bien por dónde coger la cuestión, y no está acostumbrado a tener que agradecerle nada a nadie; a nadie que no sea Katniss: ellos dos llevan haciendo cosas el uno por el otro mucho tiempo. Al final las palabras le salen solas, sin que le dé tiempo a detenerlas.

"¿Por qué lo hiciste?", pregunta, aunque no la mira a la cara.

"¿Por qué hice el qué?", cuestiona ella, con los ojos también fijos en el suelo de tierra.

"Traer la morflina", le aclara. "Sé que es una medicina cara y difícil de conseguir".

Madge se para y se encoge de hombros. "No me gusta dejar que la gente sufra si existe alguna forma de evitarlo. Mi madre suele tomar morflina cuando no soporta… su enfermedad. Ella me permitió coger una de las cajitas".

"¿Viste lo que sucedió en la plaza ese día?", pregunta Gale.

"Escuché el jaleo y salí para ver qué era lo que pasaba", dice ella. "Mi padre ya había comentado que habría problemas con el nuevo jefe de los Agentes de paz. Que lo había mandado el Capitolio por… ya sabes, por lo que hizo Katniss en los Juegos. Intenté avisarle para que lo frenara, pero no llegué a tiempo. Lo… lo siento, Gale".

"No tienes que disculparte", responde él, mientras se da cuenta de que la conversación no marcha por dónde pretendía. "Bastante hiciste", añade indeciso, pensando en todas las veces que ha sido borde con ella. "Yo sólo", esto le va a costar. "Sólo quería darte las gracias y preguntarte cuál es la mejor forma de compensarte el favor. Te regalaría unas fresas, pero aún no es época y la alambrada está electrificada, así que si hay alguna otra cosa – ".

A esas alturas de la charla, Madge ya tiene la cara tres tonos por encima del de una grosella madura. "No…"; ella tartamudea un poco al hablar. "No es necesario que me devuelvas el favor. Lo hice porque quise. Ese tipo de cosas no se pagan, no pueden considerarse como deudas".

"En la Veta, cuando alguien hace algo por ti, contraes una deuda. Así que piensa en algo, Madge. No quiero tener que deberle nada a la hija del alcalde".

"No quiero nada", repite ella. "Y da el asunto por concluido porque no voy a aceptar nada que quieras darme, Gale". Después acelera el paso para llegar antes a su casa. Él la deja marchar. Ya hablará otro día con ella. Tiene la impresión de que van a encontrase a menudo durante los próximos meses, al menos mientras Katniss continúe con ese tema de los entrenamientos.

La semana transcurre como cualquier otra desde que llegó Thread. Va de casa a la mina y de la mina a casa, y es horrible, ya que no ir al bosque le deja mucho tiempo para pensar. Para pensar básicamente en Katniss y en que cada vez le queda menos tiempo para estar con ella, para hablar con ella… Y luego está lo de las teselas que ha tenido que pedir su hermano Rory; ese asunto ni siquiera lo puede mencionar, porque enseguida pierde los papeles. Es tanta la impotencia que siente que se ve capaz de hacer cualquier cosa drástica para que su hermano no tenga ningún papelito más con su nombre en la siguiente cosecha. Después de lo que pasó con Prim cualquier precaución parece insuficiente. ¿Pero qué puede hacer? No hay nada y lo sabe. Las cosas en el Distrito van de mal en peor; la vigilancia, la coerción y el miedo de la gente corren como la pólvora. Los habitantes del 12, sus compañeros en la mina, cada día parecen más y más atemorizados. Nadie moverá un dedo si las cosas continúan así, y Katniss ya le dejó claro que huir no es una posibilidad. Ojalá hubieran llegado a un acuerdo entre los dos cuando todavía estaban tiempo. Se habría llevado hasta a Peeta, si no quedaba más remedio, incluso a Haymitch; si eso hubiera evitado la situación en la que ella se encuentra ahora. Pero en aquel momento parecía evidente cuál era la decisión correcta: quedarse y luchar. Ni siquiera barajó alternativas… tampoco esperaba algo así.

Katniss pasa un par de noches por su casa, para llevarle ungüentos que prepara su madre con la intención de que se los administre en la espalda.

"Es para que desaparezcan las cicatrices", le dice. "Tienes que ponértelo diariamente".

"No sé si quiero que desaparezcan", contesta él. "Me recuerdan lo que pasó, y quien me lo hizo; y también me recuerdan lo que te han hecho a ti. Tarde o temprano esto tiene que terminarse, Catnip. Tiene que cambiar".

Katniss, como de costumbre, sale por la tangente cada vez que hablan de un posible levantamiento en el Distrito, o cada vez que él insinúa que sabe que ella no piensa volver. Ni siquiera se molesta en darle excusas o usar argumentos a su favor. Simplemente cambia de tema, y eso le saca de quicio. Pero no quiere discutir con ella; no ahora, no otra vez.

Así que pasan el rato sentados en los escalones de la entrada, con una manta sobre las rodillas y una taza de té calentándoles las manos, en silencio, hasta que ella dice que se tiene que largar, que el Capitolio no verá correcto que esté allí, de esa forma, con él.

Gale tiene que morderse la lengua una vez más para no gritarle por dónde puede meterse el Capitolio sus opiniones sobre lo que es correcto y lo que no; para no decir en voz alta lo que opina sobre ella, y su resolución de no conservar la vida para que pueda hacerlo él (Peeta ya ha hablado con él); todavía le cuesta creerse que vaya a dejarlos a todos; a su hermana, a su madre, y a él… de manera intencionada, y sin ni siquiera tratar de luchar.


a/n: esto van a ser algo así como tres shots (no creo que ocupe más). Me he decidido a escribirlo porque he visto que no había nada en castellano sobre como fue el bombardeo en el 12. Como siempre: será mi versión de los acontecimientos, nada más. Sabéis de sobra que no soy Collins.