Traducción de Half Truths de purrina57. ¡Lean sus obras, son fabulosas! Mil gracias a mi beta en España. Jamás hubiera tenido el valor de postear esto sin ella.

Soy latinoamericana, puede que les sorprendan algunas palabras por ahí. Se agradecen comentarios :)


Capítulo 1

Aprieto los labios y deslizo las manos sobre mi nuevo vestido, aplanando la suave tela que se siente como seda al tacto, como agua que brota lentamente del suelo. Sin embargo, no logra calmar mis ansias.

―Tienes que hacerlo, Clary ―me dice mi madre.

―Sí, madre, sé que debo hacerlo, pero eso no quiere decir que quiera hacerlo.

―A veces debemos hacer cosas que no queremos hacer ―me dice severamente, su mirada grave―, por el bien común.

Lanzo una mirada desinteresada por la ventana, mi cara rígida como piedra, tal como me enseñó mi madre.

―Lo sé.

―No es lo que quería para ti, jamás hubiera querido esto para ti, pero es lo que debe hacerse.

Inhalo profundamente y cierro los ojos, posando la frente contra la ventana mientras veo como escurre el agua de lluvia en el vidrio. La misma ventana por la que miraba hace un segundo. Sé lo que debo hacer, nunca lo he dudado. Tampoco he considerado huir de mis responsabilidades. Mi madre tiene razón, sé lo que debe hacerse y también sé que solo yo puedo hacerlo.

―Lo sé me limito simplemente a repetir.

La noche oscura contrasta con las luces brillantes de la ciudad. Esta parte de la ciudad, la parte dominada por los Guardianes, derrocha opulencia.

Observo todo, el asiento trasero de un lujoso auto conforme pasamos torre tras torre, cada una con sus luces de neón que recuerdan el glamour de la antigua ciudad de Hollywood. Hago un mohín e intento apaciguar el fuerte latido de mi corazón en vano; me sobrecoge la magnitud de lo que estoy a punto de hacer.

―Servida, señorita ―me dice el chofer al acercarse al Hotel Wanderer, la sede de los Guardianes.

Me asomo por la ventana para echarle un vistazo al antiguo Hotel. El Wanderer, prácticamente considerado patrimonio, fue construido en tiempos antigüos. Parece sobrepasar todos los rascacielos más altos de la ciudad, su construcción irradia clase y dinero. El solo verlo hace que se me revuelva el estómago, pero conservo mi máscara de apacibilidad al bajar del auto con ayuda del chofer.

Mi elegante vestido de seda rojo sangre cae al pavimento con elegancia, mis manos abrazan mi cara con el abrigo de piel en la fría noche. Noto que varios hombres me echan un ojo al pasarme en la calle, pero no me inquieta. Esta noche debo llamar la atención de un solo hombre. De no hacerlo... Bueno, es mejor no pensar en eso.

―Gracias ―le susurro al chofer al bajarme del auto y procedo a subir lentamente las escaleras del hotel.

Dejo que mis caderas se contoneen lentamente como me enseñaron, aproximándome lentamente al espectacular lobby del Wanderer, siempre con ese aire de confianza que me infundió mi madre prácticamente desde que nací.

―Bienvenida, señorita ―dice un empleado del hotel vestido de traje oscuro. Sus ojos me observan rápidamente de pies a cabeza, sin lograr que no me percate de ello. ―¿En qué le puedo servir?

Sonrío lentamente y bajo mi voz para lograr que suene como un ronco susurro. ―Soy la señorita Fray. Me espera un tal señor Wayland.

Los ojos del hombre se sobresaltan ligeramente. ―Eh, ¿el se... el señor Wayland?

―Así es ―le respondo con una dulce sonrisa, conforme noto que cala en el hombre el significado de lo que he dicho.

―Claro ―dice él, clavando la mirada en el piso de mármol rápidamente―. Entiendo. Por favor sígame al comedor, señorita, ―me dice mientras comienza a caminar rápidamente, sin darme mucho tiempo para admirar el vestíbulo. Paseo mi mirada rápidamente por las lámparas de cristal doradas, la escalera en espiral y la suntuosa decoración.

Pasamos por un pasillo amplio y largo, encontrándonos de camino con gente elegantemente vestida, en su mayoría Guardianes, a juzgar por su belleza etérea y las marcas en espiral que se asoman de sus atuendos.

Respiro profundamente para tranquilizarme mientras sigo al hombre de cerca, en un intento por no dejarme llevar por el suntuoso entorno. Es más opulencia de la que jamás haya visto en mi vida, del tipo que tan solo he oído hablar, pero he de comportarme como si me hallara en mi charco entre las cosas más finas, como si hubiese sido criada entre joyas y oro, al igual que todos en este lugar.

El hombre me lleva en elevador a un suntuoso salón, para luego pasar por una especie de mirador desde donde se observa un espectacular comedor lleno de mesas con suntuosos manteles, lámparas de cristal y candelabros. Paredes enteras de vidrio posan a la brillante ciudad a nuestros pies, una vista perfecta que da la sensación de estar suspendida en el aire. En el fondo se escucha un trío de cuerdas, unas cuantas mesas con comensales desperdigadas en el elegante ambiente.

―Por aquí, señorita ―me indica el hombre, conforme baja rápidamente las escaleras dando pequeños saltos. Lo sigo lentamente, para evitar tropezarme en mis tacones.

Llegamos a una mesa en la esquina del salón, ubicada de manera que tenemos la mejor vista de la ciudad. El hombre toma mi abrigo y saca una silla, la cual tomo con elegancia.

―Gracias ―le digo, con una ligera sonrisa en mis labios carmín. El hombre echa una mirada un poco más larga de lo necesario a mi escote. ―Con gusto, señorita. El señor Wayland estará con usted en unos minutos.

Asiento con la cabeza, aunque tengo la certeza de que me hará esperar. Y no falla.

Paso los próximos veinte minutos escuchando a la banda mientras miro hacia el horizonte, donde se elevan las montañas al fondo de la ciudad, más oscuras que el opaco cielo. Noto que mis manos tiemblan cuando las seco en mi vestido de seda.

―¿Señorita Friar?

Volteo mi cabeza y veo a un hombre, el mismísimo señor Wayland. Es tan joven como me habían dicho, pero mucho más guapo de lo que esperaba, incluso para un Guardián. Su piel cálida y sus rizos rubios lo hacen sumamente atractivo. Es un espécimen perfecto, angelical, como dictan sus genes.

Fija sus ojos dorados brillantes en los míos y lanza una sonrisa arrogante, tomándome de la mano para besar mis nudillos con la ligereza de una pluma y el ardor del sol.

―Señorita Fray, de hecho ―lo corrijo con serenidad mientras retiro mi mano.

Lanza una sonrisa petulante y se deja caer sobre la silla frente a la mía, sus largas piernas ligeramente tendidas.

―Soy Jace Wayland.

―Pensé que se llamaba Jonathan ―comento en un tono apacible.

―Jace es mi apodo, un apelativo que prefiero. ―Dirige su mirada hacia el mesero y chasquea los dedos―. Champaña por favor. ―El mesero asiente y se retira sin molestarse en tomar mi orden.

―Es un placer conocerla finalmente, señorita Fray. Es usted extremadamente bella, como era de esperar.

―Gracias, ―le digo mientras sonrío misteriosamente. Cruzo las piernas para dejar que una de mis largas, blancas piernas se asome del vestido mientras giro ligeramente el tobillo para lucir mis tacones rojos, un gesto que Jace no pierde de vista. Sus ojos se pasean por mis piernas hasta llegar a mis zapatos luego vuelve a sonreír pícaramente, su mirada súbitamente fija en la mía. Toma una copa de agua y sorbe de ella sin quitarme la vista de encima.

―Usted me da la impresión de ser muy joven.

―Tengo dieciséis años ―le digo cortamente.

―¿Quiere usted decirme que es una pura e inocente virgen? ―me pregunta con una sonrisa mientras busca un cigarrillo en su saco, lo cuelga de sus labios y lo enciende.

Su pregunta indiscreta no logra hacer que pierda mi aire desinteresado, como es de esperarse.

―Lo soy. Jocelyn sabe que usted odia las chicas usadas, así que le consiguió una fresca. Heme aquí.

Jace sopla una nube de humo con sus labios entresonrientes. ―Usted parece apreciar a Jocelyn.

―Es mi madre.

―Vaya, qué interesante. No es una carrera que muchas madres desearían para sus hijas, especialmente cuando su madre es la madame. Me imagino que usted sabe todos los juegos sucios de la profesión.

―Es un establecimiento respetable, no un prostíbulo. Ofrecemos compañía a Guardianes exitosos, difícilmente algo que pueda considerarse denigrante.

―¿Compañía? ―murmura Jace con una sonrisa irónica. ―Un eufemismo para las que tienen sexo por joyas o dinero.

Su comentario me hace parpadear.

―Y sin embargo, aunque piensa tan poco de nosotras, ha usado nuestros servicios.

―Mi padre ha usado sus servicios. Prefiere a su madre, como usted sabe ―señala Jace con un tono amargo, mientras se acerca y descansa sus codos en la mesa. ―Encargó la mejor y más inteligente chica para que me case con ella. Él cree que es hora de que contraiga matrimonio.

―¿Y usted, cuántos años tiene?

―Veintinuno.

―No me parece que sea usted muy viejo. ¿A qué se debe la prisa?

Jace me quita la mirada y gira la cabeza, veo su quijada proyectarse, clavando su mirada en la ciudad, cuyas luces se reflejan en sus ojos y destellan en el brillo de su cabello.

―Los guardianes suelen ser poco longevos. Mi padre quiere que me case para darle un heredero antes de morir.

―He oído que usted es muy temerario en el campo de batalla ―murmullo.

Jace me mira a los ojos y sonríe. ―No hay otra forma de comportarse en la batalla, a menos que quiera perder, señorita Fray.

Le lanzo un gesto con los labios y asiento ligeramente.

―En todo caso, mi padre ha decidido qué debo hacer y aquí estamos. Para ser sincero, no me atrae la idea de casarme con una puta.

Siento la sangre saturar mis mejillas, mi cólera apenas contenida.

―No soy ninguna puta, señor Wayland. Como le dije, no me han puesto un dedo encima.

―¿Ni siquiera un beso? ―me pregunta con un tono burlón, sus ojos dirigiéndose a mis labios.

―No, ni siquiera un beso.

―No la hace menos puta.

―¿Qué le da esa impresión? ―le pregunto, arqueando una ceja.

―Solo échese un vistazo. Usted y sus tacones que gritan "cójame", ese escote... Todo en usted grita puta –una puta sexy, sin duda– pero no menos puta. ―Jace se recuesta en la silla y estira un brazo sobre el respaldar con una sonrisa burlona en la cara. ―Claro, usted no puede evitarlo. Usted fue criada por una puta en un putero. Es natural.

Le lanzo una sonrisa forzada.

―Es interesante que piense eso. Oí que usted usa los servicios de la casa de mi madre a menudo.

―Uso a las chicas cuando necesito sexo, señorita Fray. Mi carrera me deja poco tiempo libre para el cortejo. A veces necesito gratificación instantánea.

―Eso se dice a sí mismo ―le digo dulcemente.

Su mirada se endurece, pero no deja de sonreír.

―No significa que quiera casarme con alguna de esas putas. Usted me comprende.

―Perdone si parezco no ser muy entendida en estos temas, pero a mí me parece que es usted un hipócrita. Usted le paga a las mujeres por sexo y sin embargo las desprecia. ¿No le parece algo contradictorio?

Jace ríe suave y silenciosamente, lo que provoca que mi corazón se agite ligeramente, pero tan solo sacude la cabeza.

―Es usted una chica interesante, señorita Fray. No parece que quiera ganarse mi aprobación. Sin duda casarse conmigo significaría un gran avance en la sociedad.

―Usted asume demasiado, señor Wayland ―le digo con una sonrisa falsa.

Sus ojos bailan, debatiéndose entre gozo e irritación. Me siento algo victoriosa, porque sé que lo he intrigado. Mi madre me eligió por más razones que tan solo mi belleza y mi lealtad. Me eligió porque sabe que tengo la chispa necesaria para atraer a Jace Wayland. A él no le atraen las chicas dóciles.

El mesero regresa con la champaña y procede a servirla. Una vez que parte, Jace retoma las preguntas.

―¿La ha enviado Jocelyn por ser usted su hija?

―Me ha enviado porque sabe que usted las prefiere pelirrojas y puras, como le dije antes. Nuestro negocio no se presta al favoritismo, señor Wayland. Me eligió porque soy un buen partido para usted.

No se imagina qué tan cierto es lo que he dicho.

Jace me acompaña una hora más tarde al exterior, en la fresca y animada ciudad.

Esperamos frente al encumbrado Wanderer mientras llega mi auto. Se torna para verme a los ojos, su mirada curiosa y algo sombría. Acomoda algunos de los rizos que cubren mis mejillas detrás de mi oreja y se agacha lentamente para susurrar en mi oído.

―¿Por qué no pasa la noche acá, señorita Fray, y comprobamos que tan buen partido es usted?

Tiro de mis guantes sin prisa, desentendiéndome de la piel de gallina que sus palabras hacen brotar en mi cuello.

―A pesar de lo que usted cree, señor Wayland, no soy una puta, y definitivamente no soy su puta. ―Giro mi cara para rozar mi nariz con su barbilla, mis ojos clavados en su manzana de Adán mientras le susurro ―y no me acostaré con usted hasta que haya dicho "sí, acepto" ante un Padre.

―¿Hasta? Vaya, parece usted muy segura de que la voy a tomar como esposa ―dice Jace con una sonrisa burlona en sus labios.

―Sospecho que no podrá resistir la curiosidad de descubrir si puede vérselas conmigo ―le digo, mientras diviso de reojo que mi auto se ha estacionado frente al hotel.

Jace se agacha para abrir la puerta del auto pero deja su brazo frente a mí, impidiéndome que entre a él, y posa su cara directamente frente a la mía.

―Puedo con usted. ―Me escabullo por debajo de su brazo y le digo ―ya veremos. Jace se agacha, su mano posada desinteresadamente sobre el techo del auto.

―Sí, ya veremos.

Cierra la puerta y el chofer parte.

Suelto la bocanada de aire que he contenido toda la noche, pero espero hasta llegar a la casa para echarme a llorar.