N/A: Esta historia ha llegado al final y no puedo evitar sentirme algo triste por esto, aunque feliz al mismo tiempo ya que lo he subido todo (no me gusta dejar sin terminar mis fics pero a veces pasa). Espero que disfrutaran de leerla tanto como yo al escribirla. Ya estoy escribiendo desde meses atrás otro fic de esta pareja, y se desarrollará en diferente época y escenario, y que planeo sea mas largo (ya llevó la mitad al menos). Como he dicho en los capítulos anteriores, esta historia tiene continuación que subiré la semana que entra.

Sotto il sole di Roma

Capítulo 11- Final

Leonardo y Ezio se hallaban parados justo en la proa del barco mientras observaban como la nave se acercaba a los muelles. Era una mañana fría y el aire golpeaba fuerte en la cara dejando la piel helada al tacto. El rubio tenía la punta de la nariz roja y se frotaba las manos constantemente para aplacar el dolor en los dedos.

"Espero no te resfríes" Dijo Ezio mientras el vaho escapaba de su boca.

El moreno le puso su capa al rubio para que dejara de titiritar. Su gorro rojo favorito fue lanzado al mar por la brisa y su melena dorada empezó a agitarse con el gélido viento.

Pronto estarían en la mítica Masyaf, donde el mentor Altair escondiera sus más grandes secretos; donde aprendió a ser uno de los más grandes asesinos de toda la historia. ¿Qué habría allí? ¿Qué les esperaría a ambos florentinos al llegar al castillo? ¿Les acecharían enemigos o solamente un silencio sepulcral que dejaran lejanas batallas entre templarios y asesinos?

Había sido un largo, largo viaje y ya necesitaban sentir tierra firme bajo los pies. Los marineros estaban acostumbrados al constante movimiento, pero ellos no; Leonardo vomitó varias veces los primeros días lo cual le impidió alimentarse bien para no terminar arrojándolo todo de nuevo.

El mentor se cuestionó severas ocasiones la decisión de haberle convencido de acompañarle. Estaba feliz de tenerle a su lado pero verle en ese estado no le gustaba en lo absoluto. Y ahora era la maldita temperatura.

Más tarde, Ezio y Leonardo descendieron del barco y avanzaron hacia el castillo que cada vez se hacía más grande a la vista y más imponente. Ezio sentía una rara sensación en los huesos, en la piel y no era el frío que se le incrustaba como filosas dagas aun con la gruesa ropa, era algo más; algo misterioso y a la vez familiar, si eso tenía algún sentido.

"Es un lugar majestuoso e inquietante" Dijo Leonardo al admirar el castillo sobre ellos, el aliento surgiéndole en nubecillas blancas.

Ezio no respondió al comentario del rubio, su mente se distrajo mirando hacia otro sitio, hacia donde sus ojos habían advertido a un hombre con cuerpo traslucido, uno que no era un monje pero podía haber pasado por tal a los ojos de cualquier otro pero no a los de Ezio. Era un asesino, no cabía duda. El moreno lo sabía, cómo sabía que lo estaba guiando. Parecía conocerle o estar consiente que no venía a hacer ningún daño, aunque… ¿Por qué temería a alguien ese ser que era como un espíritu vagando en el mundo real?

En cuanto cruzaron por la alta entrada, un viento helado aulló y les golpeó en los rostros, revoloteando sus ropas a su paso.

"Q-Que extraño sitio" Exclamó el pintor, los dientes castañeándole. Ahora la capa que le cediera el moreno estaba salpicada aquí y allá por una fina película de escarcha.

El asesino no volvió a contestarle, su vista de nuevo se movía simultáneamente con el espíritu.

Algo de eso no le gustó a Ezio porque puso su mano sobre la empuñadura de la espada, listo para desenvainarla si era necesario y lo fue; en un zumbido aproximadamente diez hombres les sitiaron en el patio, tan cerca del portón de madera y hierro que llevaba al corazón del castillo.

Leonardo soltó un ruidito parecido a un quejido y Ezio se interpuso entre él y los templarios. 'Malditos sean' murmuró el mentor asesino para sus adentros. Era ya muy tarde para ordenarle a Leonardo que huyera lejos del lugar, y de ninguna manera se doblegaría ante esos sujetos. Y a su vez, éstos no se veían dispuestos a perdonarles la vida. Así que Ezio cogió su espada y la blandió hacia los templarios sin dejar de proteger al rubio, quien no solo temblaba por el crudo clima.

El encuentro de las espadas le daba escalofríos al pintor, era un ruido ensordecedor que retumbaba en sus oídos y en su cabeza.

Ezio nada más había terminado con la miserable vida de dos individuos cuando esa aparición se mostró una vez más ante sus ojos. Era como si le mostrara exactamente a quien y donde atacar porque el moreno siguió sus movimientos como de baile y fue tan efectivo que cinco templarios más cayeron muertos en el piso cubierto por una delgada y blanquecina alfombra de nieve.

El líder de esos hombres, –un hombre robusto, con mirada desdeñosa y una hendidura en el labio superior– les dio la señal para que le atacaran y sus cotas de malla tintinearon al lanzarse en carrera hacia él. Ezio dejó caer su espada y extrajo las dos hojas ocultas, esquivando el golpe del arma de uno e incrustando completamente su daga derecha en la parte de atrás del cuello del tipo. Evadió el ataque del segundo infeliz y acabó asesinándole casi de la misma manera solo que la estocada fue en la parte frontal de su cabeza.

"No creía que llegarías tan lejos, asesino" Escupió el templario, apuntando su espada hacia él y colocándose en posición de combate.

"He tenido un poco de ayuda" Ezio sonrió considerablemente, viendo por el rabillo del ojo al asesino incorpóreo.

Leonardo estaba tratando de no hacer ningún sonido aunque sus dientes no acataban sus órdenes de no chocarse entre sí. No quería distraer a Ezio o le podrían matar, así que puso la mano sobre su boca y se mantuvo lo más quieto posible –y tampoco era como si fuese muy viable moverse libremente cuando sus miembros estaban entumecidos bajo su ropaje –. El miedo le atenazaba y rezaba para que eso acabara pronto con la victoria de su lado.

El templario le vio venir, parando las acometidas de las hojas ocultas del moreno. Ezio pensó que era muy buen rival pero no tanto como él. El fantasma que le estuviera acosando, desapareció en la puerta principal del castillo y el asesino apresuró su ataque.

Un chillido de águila le hizo voltear al cielo, y en una saliente se encontraba de pie su aliado; éste le sonrió desde las alturas antes de saltar hacia el líder templario, desvaneciéndose contra su cuerpo.

Ezio entonces supo que era el preciso instante para darle el certero golpe, justo en medio de los ojos con sus dos dagas penetrando hasta el fondo; el cráneo casi crujiendo al sacarlas.

"Cristo Santo! ¡Ezio!" El pintor corrió hacia el mentor asesino, rodeándole por la espalda con un apretado agarre. "Ti amo, ti amo, ti amo" Farfulló aun conmocionado, sin soltarle.

"Estoy bien, amore" Ezio se giró sobre sus pies, atrayendo al rubio a un cariñoso abrazo. Sus agrietados labios se oprimieron contra los otros en un suave beso.

Leonardo alzó su azulada mirada para toparse con la avellanada. "¿Quién te ha ayudado? Dijiste que habías tenido ayuda y no creo que te refirieras a mi" Musitó, algo avergonzado.

Ezio subió sus dos manos para acunar el pálido rostro de su amante, sobándolo con sus pulgares para calentarlo.

"Quien más si no tú, es quien me da la fuerza para seguir adelante, ¿mhn?" Le besó la frente y luego los ojos sobre los parpados, con cariño.

"Eres tan dulce conmigo. Pero de verdad dime de quien hablabas"

"Descubrámoslo" Ezio bajó su brazo y sus dedos se encontraron con los del otro, entrelazándose entre sí.

Ambos hombres se encaminaron hacia el interior de la fortaleza.

"¿Cómo sabes a dónde ir?" Leonardo le preguntó, realmente intrigado por como Ezio andaba en ese lugar sin que nunca antes le hubiera pisado, llegando hasta las mismísimas entrañas del castillo de Masyaf.

El rubio no obtuvo su respuesta hasta que estuvieron frente a una impresionante puerta cerrada con el símbolo de los asesinos en la parte superior; en la que un humilde hombre había estado trabajando de cerca. Leonardo se acercó hacia ella, abstraído en el diseño; las yemas de sus amodorrados dedos trazando sobre las líneas y los pequeños orificios.

El trabajador le dijo a Ezio sobre las llaves que habían estado buscando los templarios, escavando y poniendo de cabeza todo el castillo sin hallarlas. La primera llave estaba bajo el palacio Topkapı y el resto se encontraban bien escondidas por toda Constantinopla.

Ezio le dio un bolso con dinero al hombre para que tuviera una mejor oportunidad de vida que esa. El mentor recargó su frente contra la puerta, cerrando sus parpados y suspirando silenciosamente. Hasta ahí le había enviado el espíritu de Altair, no podía ser alguien más, tenía que ser él. El mentor de la orden de los asesinos en Masyaf. Se lo decía su corazón.

El moreno sintió una mano sobre su hombro; era Leonardo quien sin pronunciar palabra le decía que debían irse. El artista ya se había encargado de dibujar la puerta en su cuadernillo para analizarla más tarde.

Antes de irse, dieron un recorrido por el resto del lugar, y se entretuvieron en los nevados jardines traseros.

El mentor miraba en todas direcciones, buscándole, a Altair, sin éxito.

Ezio y Leonardo, una hora después, volvieron por donde vinieron, hasta alcanzar su barco; y se encerraron en su camarote.

El rubio no quería hostigar a Ezio con preguntas de las cuales obviamente no conocía las respuestas, pero estaba tan silencioso que el rubio se estaba impacientando.

Leonardo separó los labios para decir algo, lo que le viniera a la mente, pero fue súbitamente interrumpido por una entusiasta boca que le llenó de apasionados besos y unos brazos que le apretujaban tan enérgicamente que le estaban sacando el aire de los pulmones.

Ezio casi le asfixiaba y Leonardo tuvo que empujarle con un poco de brusquedad para hacerle retroceder.

"Ezio, ¿Qué está… pasando?" Leonardo musitó con la respiración entrecortada, consiguiendo enfocar su borrosa vista en la cara del asesino. Le encantaban los apasionados besos de su amante pero tan bien que le conocía que sabía que algo le molestaba.

"Nada" Ezio hizo inclinar su rostro de nuevo para atacar esa boca por segunda ocasión y… una mano le frenó.

"Te conozco y sé que…"

"¡He dicho que nada pasa!" Le cortó, apretando sus puños y soltando maldiciones entre dientes.

Leonardo se tendió en la cama y no habló más. Ezio sintió un molesto dolor en el estómago y un sentimiento de culpabilidad pinchándole en el pecho.

El moreno se acostó a lado del rubio, frotando su rostro contra el hombro de éste como si fuera un gatito que intentaba llamar la atención siendo adorable. Era su forma de disculparse sin pronunciar palabra. Algunas veces funcionaba y se jugó esa carta.

Leonardo se dio la vuelta y cayó sobre su lado derecho, su iris azul como el océano localizando el marrón entre esas largas y preciosas pestañas que se batían grácilmente.

Había dado resultado. Gracias a dios.

"Perdóname, mio amore" Ezio se colocó como Leonardo, pero sobre su costado izquierdo. Ahora estaban mirándose el uno al otro como si nada más en el mundo importara en ese instante. "Esperaba que todo esto acabara pronto pero debí suponer que no sería así" Explicó el moreno con un atisbo de tristeza.

"Lo has hecho muy bien, como siempre, Ezio. Iremos a Constantinopla y tú y yo buscaremos esas llaves hasta debajo de las piedras si es necesario, ¿me escuchaste?" El erudito dejó caer dulces besos en el rostro y cuello del moreno, formando un caminito húmedo por su piel.

"Gracias, Leonardo, por estos años, por la amistad y el amor que me has entregado. Espero ser merecedor de haberlo recibido"

Leonardo le besó gentilmente y se separó sólo lo justo para mirar directamente a esos ojos avellana. "Lo eres, Ezio y siempre lo serás"

Ezio se arrastró hacia el rubio, sus piernas y brazos entrelazándose para darse calor y para sentirse más cerca uno del otro en todos los sentidos.

No transcurrió ni una media hora cuando escuchó la pausada respiración de Leonardo indicándole que ya se hallaba sumido en un profundo descanso.

Ezio se enderezó y rodó fuera de la cama con cuidado de no despertar al rubio. Salió a cubierta y le dio el nuevo itinerario del viaje al capitán.

Estaba helando pero al mentor no parecía afectarle el frío en los huesos. Recargó sus codos en el borde del barco y clavó su vista en el aquietado océano que se extendía frente a él. Había luna llena y ésta soltaba sus destellos plateados que iluminaban el negro firmamento en torno a ella. Ezio se quedó un largo rato mirándola fijamente, meditando sobre lo que vendría a continuación.

Partirían muy pronto a su destino y él ya había tomado una decisión. Una que había sido muy difícil tomar pero que sin duda sería la más acertada.

Ezio escuchó la voz de Maquiavelo en su cabeza, una y otra y otra vez hasta que estuvo a punto de gritarle que se callara.

Tan ensimismado estaba en sus pensamientos que no escuchó llegar a Leonardo; se dio cuenta de su presencia hasta que su brazo le rodeo la cintura.

"Vuelve adentro conmigo. Te extraño" Le susurró al oído y Ezio cerró automáticamente los ojos, sintiendo su caliente aliento rozando contra su oreja; resistiendo la urgencia de abrazarle con fuerza y besarle ahí mismo frente a toda la tripulación –aunque éstos probablemente ya sabían de sobra que clase de relación tenían y no parecía escandalizarles–.

Leonardo deslizó su mano hasta alcanzar la de su amante y la apretó suavemente, uniendo sus dedos con los otros; dirigiéndole luego a su camarote.

El pintor le invitó a meterse entre las mantas con él, acurrucándose contra ese fuerte cuerpo que emanaba un calorcito acogedor.

Los brazos del moreno lo envolvieron para mantenerle caliente y más cerca. Leonardo había dejado de temblar y ahora una de las manos del asesino acariciaba la melena rubia; sus dedos entretejían entre los mechones.

"Estas muy callado" Musitó en rubio.

"Estoy hecho polvo por el viaje y creo que no me agradan mucho los barcos"

"¿Por qué no vamos entonces a Constantinopla a caballo, o en un carruaje? Sería más largo pero podríamos parar en algunas aldeas"

"En barco estaremos más seguros"

"¿Habrá más templarios en el camino?"

"Seguramente"

El rubio hundió su cara en el hueco que se formaba en el cuello del moreno y suspiró.

"Pero a ti nada malo te sucederá, te lo juro"

"¿Crees que ellos encuentren las llaves antes que nosotros?"

"No si puedo evitarlo" Sus gentiles dedos peinaron los cabellos dorados.

"Sé que lo harás" Leonardo alzó la mirada y se encontró con la marrón; una sonrisa se dibujó en sus hermosos labios.

"Es mejor dormir un poco antes de que zarpe el barco" Ezio lo atrajo más hacia sí, abrazándole protectoramente y depositando un dulce beso en la sien.

Leonardo se durmió rápido, como si nada en el mundo le preocupara; Ezio por su lado, tuvo cierto problema para conciliar el sueño.


Ezio y Leonardo casi no abandonaron el camarote, se la pasaron ahí haciéndose el amor salvajemente y luego lánguidamente. Debían darse un respiro y esperar a recobrar la energía porque ciertamente ya no eran unos adolescentes y sus cuerpos tardaban más en recuperarse después de un orgasmo.

Leonardo había dejado de sentir el hormigueo de sus extremidades por la reciente actividad y se preparaba para la siguiente ronda cuando un graznido arriba de sus cabezas le hizo detenerse.

"¿Hemos llegado?" Leonardo miró al líder de los asesinos con una expresión de total confusión.

"Estamos cerca" Ezio dijo, bajándose de la cama y vistiéndose a prisa.

"Eso es imposible" El rubio declaró, poniéndose encima también su ropa.

"No estamos en Constantinopla, Leonardo. Regresamos a Roma"

El rubio paró de cubrir su cuerpo al escuchar esas palabras.

"¿Por qué no me lo dijiste?"

"Porque si lo hubiera hecho, te habrías negado" Replicó el asesino, ajustándose el cinturón que cerraba su túnica.

"¿A qué exactamente me habría negado?" Leonardo se paró enfrente del otro, obligándole a mirarle.

"A volver a Roma, por supuesto. A quedarte en la villa mientras yo voy en busca de las llaves"

Los brazos de Leonardo, que antes estuvieran cruzados sobre su pecho, le cayeron a los lados. Su corazón estaba latiendo débilmente en su pecho. No estaba furioso, ni con ganas de voltearle la cara de un bofetón al otro hombre porque al final de cuentas, Leonardo nunca había sido un hombre violento o arrebatado y jamás golpearía a Ezio. Estaba ¿decepcionado? No sabía con exactitud que era ese sentimiento que no le dejaba expresarse porque le había dejado mudo.

"Leonardo, es lo mejor" Ezio expuso, tomando la cara del rubio entre sus manos. El rubio no se apartó, se quedó quieto, fijo en su sitio con la mirada nublada. "Hay demasiados peligros"

"No deberías haberme insistido en que viniera entonces" Leonardo arguyó, echándose dos pasos hacia atrás.

"En ese momento no sabía que habría templarios aguardando en Masyaf" Ezio hizo el intento por acercarse al pintor pero éste se alejó más para terminar saliendo por la puerta del camarote.

Ezio le alcanzó minutos después cuando se hubo colocado toda su armadura. Leonardo estaba en la proa del barco con la mirada distraída.

El mentor no se atrevió a decirle algo más, ni a disculparse decenas de veces por la decisión que tomara. Decidió pararse junto a su amante y tratar de adivinar qué era lo que miraba o lo que pensaba. Ezio sintió como la mano de Leonardo le tomaba la suya delicadamente, sin apartar la vista de la ciudad que se vislumbraba a la distancia. Los edificios se acercaban a prisa conforme el viento soplaba e impulsaba la nave hacia los muelles.

Tardaron una hora aproximadamente en llegar a Roma y descender del barco, yendo los dos a caballo a la villa. Ezio bajó del animal de un salto y le ayudó al rubio a desmontar. Ambos se sentían siendo succionados hacia un remolino de diferentes sentimientos. Estar de vuelta en su casa les hacía felices pero por otro lado esa felicidad se empañaba por la inevitable partida del mentor de los asesinos.

Ezio casi sentía un nudo atascado en su garganta que no le dejaba decir cuánto deseaba quedarse y olvidarse de la misión. Decirle a su rubio pintor que mandaría a la mierda todo por él. Ese nudo no era otra cosa más que la voz de su conciencia que le impedía botar la misión, porque él sabía que si no continuaba, se arrepentiría hasta el día de su muerte. Se lo debía a su padre, a la orden y a sí mismo, incluso se lo debía a Leonardo. Quería ser un hombre digno para él.

"Prométeme que te cuidaras" El rubio le susurró a sus espaldas. Ezio no supo cómo había llegado a la terraza de su cuarto y cuánto tiempo había estado ahí parado con gesto reflexivo.

"Te lo prometo" Dijo al fin, girándose hacia el otro hombre y recargándose en el marco de la ventana mientras el cielo afuera se teñía de distintos tonos, dando paso al ocaso.

Leonardo se arrimó al moreno, parándose de frente a éste para presionar sus labios contra los otros, besándole demandante. Ezio pasó sus brazos a su alrededor; la lengua de su amante estaba invadiendo su boca y devorando cada centímetro de ella. Leonardo había intensificado tanto el beso que los dos terminaron jadeantes y con los labios hinchados y brillantes.

"Prométeme que me escribirás" Pidió el artista, con los ojos casi desbordándose de lágrimas.

"Te lo prometto"

Ese era el adiós definitivo o sólo la promesa de un hasta luego no tan lejano. Los dos deseaban que fuera un hasta pronto, sin embargo, ninguno tenía la certeza de que se verían en una fecha próxima.

Leonardo lo abrazó fuertemente, no queriendo soltarle nunca pero debía hacerlo y debía mostrarse tranquilo. Había contenido el llanto, tragándoselo todo de golpe. Ezio necesitaba sentir el apoyo de él; sentir que sus decisiones eran las correctas.

Muy a su pesar, Leonardo le dejaría ir. No impediría que Ezio encontrara las respuestas que hubiera estado buscando durante gran parte de su vida. Y él entendía, sí que lo entendía, que si fuera él el que estuviera ocupando el lugar de Ezio, éste no le privaría de realizar sus sueños y proyectos.

Ezio y Leonardo pasaron solamente dos días juntos en la villa, disfrutando al máximo cada instante acompañado uno del otro. La noche posterior al viaje, Ezio le hizo el amor a Leonardo sin prisas, explorando cada pedazo de piel como si fuese terreno virgen para sus ojos y dedos. Sus labios besaron centímetro a centímetro esa anatomía hasta saciarse. Y Leonardo gozó cada segundo entre esas caricias y esos susurros que sonaban a su nombre y a palabras de amor; llegando al paraíso mismo en compañía de ese hombre que amaba más que a nadie en el mundo.

Era una apasionada despedida, algo para recordar y a lo cual aferrarse en los momentos de soledad, en los momentos de tristeza, para darles ánimos de seguir adelante.

Y no debían estar tristes porque de alguna manera el destino siempre se las arreglaba para unir sus caminos.

FIN


Muchas gracias por leer :)