Título: Sotto il sole di Roma (Bajo el sol de Roma)

Resumen:

Ezio Auditore da Firenze, maestro asesino de una hermandad que va creciendo día con día, por fin ha aceptado su destino y vive sin duda sus años más prósperos. Aún con algunos enemigos de los cuales encargarse personalmente, Ezio recibe la visita inesperada de un viejo y querido amigo que le hará cuestionarse entre otras cosas, si el rumbo que está tomando su vida estará yendo en la dirección equivocada sólo por su sed de venganza y respuestas.

N/A: Bueno ha pasado un largo tiempo desde que escribí mi último fic. Cuando terminé de jugar el nuevo juego de Assassin's Creed: Black Flag, me vinieron muchas ideas a la cabeza sobre un fic de Edward Kenway y aún tengo ganas de hacerlo pero mi asesino favorito siempre me llama primero, es mí muso y siempre acompañado de un extra le viene como anillo al dedo; cierto personaje que admiro y amo aún más por el videojuego: Leonardo Da Vinci. Estoy jugando el Assassin's Creed: Brotherhood, así que esta historia se desarrolla justo en esa etapa de la vida de Ezio Auditore. Las fechas y hechos son un poco distintas a como se desarrollaron en el juego. Sin más que agregar, sólo espero que les guste.

Los personajes le pertenecen a Ubisoft. Otros yo me los inventé. Leonardo Da Vinci a la humanidad. No recibo ni un florín o algún otro tipo de moneda por esto, únicamente el placer de juntar a una de mis parejas favorita.

Cursivas son palabras en italiano y las traducciones de las mismas las podrán encontrar al finalizar cada capítulo, no quería ponerlas entre paréntesis para que no se perdiera el hilo de la historia, si saben a lo que me refiero xD


Sotto il sole di Roma

Capítulo 1

Después de haber liberado la mayor parte de Roma de la influencia de los Borgia, –al menos por el momento– Ezio Auditore solo estaba esperando, acechando mejor dicho, a sus presas, los Borgia. No podía simplemente matarlos en ese instante como tanto había insistido Maquiavelo. Primero porque después de haber rescatado a Caterina Sforza de las manos del depravado español, Cesaré, había salido de la ciudad; y de Rodrigo Borgia, ni rastro habían encontrado y segundo, porque estaba tan ocupado esos días reclutando ciudadanos para que se unieran a su causa. La liberación de Roma apenas había comenzado y le esperaba mucho trabajo por delante.

A sus cuarenta años, Ezio aún continuaba en esa lucha que parecía no tener fin. Llevaba más de dos décadas con ese peso sobre sus hombros, y con tantas perdidas en el camino. Seguramente si se sentaba un momento y pensaba en ello, se volvería loco. Pero no había manera de cambiar el pasado por más doloroso que este fuera, así que mantenía su mente ocupada ideando estrategias para liberar las otras zonas de conflicto en vez de revivir recuerdos que intentaba enterrar en lo más profundo de su ser. Pasaba la mayor parte de su tiempo yendo y viniendo en misiones para entrenar a sus discípulos. No era tarea fácil pero él ya era todo un experto. Era el respetado maestro de la orden. 'Il Mentore'. Maquiavelo lo había ascendido a ese rango. Ahora era su responsabilidad guiar a la hermandad, y eso haría. Terminar con su parte de la historia. No importaba a donde le llevara esto o que consecuencias trajeran con ello.


Ezio, que regresaba de una misión en la cual habían sido asediados, entró a la guarida de los asesinos, su traje bañado en sangre. En ese momento dos de sus aprendices lo cogieron antes de que cayera al suelo. Caterina Sforza que aún se encontraba ahí, al verlo soltó un grito que resonó en todo el lugar.

"Sto bene" Alcanzó a decir Ezio, con la voz entrecortada. "La sangre no es mía" Salvatore y Vicenza lo colocaron en la silla junto a una chimenea mientras Caterina les ordenaba traer agua limpia.

"Deberías de parar de hacer esto, Ezio" La mujer le aconsejó, ayudándole al mentor a quitarse todas las armas que llevaba encima, que aun goteaban sangre. "Ya no eres tan joven para escalar edificios y andar tras cuanto objetivo se te ocurra ¿sabes? ¿No se supone que tus aprendices pueden hacerlo por ti?"

"Che diavolo ci fai qui?" Ezio bufó, perdiendo los modales. Siempre era muy educado, sobre todo con las damas, y especialmente con aquellas con las que había compartido más que el lecho, pero cuando alguien, quien fuera, le hería el ego, se le olvidaban las buenas maneras que sus padres le habían enseñado desde pequeño. Caterina también parecía conocer mucho a Ezio y su caballerosidad; nunca este le había hablado de tal manera. Su cara de asombro, y el sonrojo que la teñía logró que el mentor cogiera en su mano el rostro de la mujer en cuestión; delicadamente la levantó un poco para mirarla directamente a los ojos con culpabilidad. "Estoy bien, mía cara. Nos sobrepasaron en número y Massi…" No alcanzó a completar la frase. A pesar de que no era muy común que Ezio demostrara sus sentimientos tan abiertamente, no pudo evitar revivir el sangriento momento cuando cuatro guardias habían asesinado a su fiel aprendiz, quien valientemente se colocara de escudo humano para protegerle. Aun podía sentir su cuerpo desvaneciéndose sobre él, la sangre bañando su traje, su armadura, su rostro. Tenía que tomar un baño y deshacerse de esas ropas, el olor a muerte lo estaba enfermando.

Todos los aprendices presentes enmudecidos por las tristes noticias, intentaron ser fuertes. Ninguno deseaba mostrarse débil frente al mentor, sin embargo, todos estaban afectados. Eran una familia, muchos huérfanos, sin hogar; cada uno de ellos había sido acogido por Ezio. Perder a un miembro de la hermandad nunca era fácil.

"¿Haremos una ceremonia, mentor?" Filo, uno de los primeros aprendices que Ezio reclutara, preguntó respetuosamente.

Ezio suspiró pesadamente y respondió: "No pudimos recuperar el cuerpo" Dijo sin mirar al muchacho que apenas alcanzaba los veinte años. Nadie en el gremio era tan joven como cuando el mismo se había hecho asesino sin pedirlo. Nadie le había preguntado si ese era su deseo. Le habían arrancado no solo su juventud sino también a su familia. Jamás pudo hablar con su padre sobre su vida secreta como asesino, y ahora ya de todos modos era imposible.

Filo asintió con la cabeza y se alejó unos pasos, todo quedando en silencio una vez más, hasta que Ezio habló poco después.

"Es tiempo de que regreses a casa, Caterina. Tus hijos te esperan"

"¡No volveré, Ezio!" Caterina exclamó indignada, cruzándose de brazos. "Aquí soy más útil"

Ezio se frotó las sienes conforme se levantaba de la silla. A veces la terquedad de esa mujer le exasperaba "El peligro nos rodea. Mientras no asesine a los Borgia, tú corres peligro. No puedo arriesgarme a que te hagan daño, a que te atrapen de nuevo" Y como no quería más discusiones terminó agregando: "Partirás esta misma noche. Mis amigos mercenarios y dos de mis aprendices te escoltaran hasta Florencia"

El mentor florentino abandonó la guarida. Ya afuera, subió a su caballo y cabalgó a todo galope hasta su villa, la cual había adquirido hacia un par de meses; ya cansado de dormir en su estudio en la casa de los asesinos y en la 'Rosa en flor', decidió hacerse de su propio espacio. Algunas veces deseaba estar solo y meditar, otras simplemente entrenar por su cuenta.

El asesino dejó el caballo en los establos y entró a la casa, a pesar de que era muy grande para solo una persona, en ocasiones su madre y su hermana lo visitaban y pasaban las mañanas desayunando en el jardín que estaba adornado con las flores más coloridas de toda Italia, con árboles frutales creando un camino hasta la entrada trasera y tres majestuosas fuentes de mármol de diosas semidesnudas a lo largo de los vergeles. Aun si la casa necesitaba de muchos mantenimientos, Ezio no contaba con empleados fijos, éstos solo entraban y salían después de limpiar la casa; su madre era la encargada de esa tarea.

Ezio Auditore fue directo a su habitación y se desnudó, dejando un camino de ropas ensangrentadas hasta el baño. Llenó la tina con agua caliente y se deslizó dentro; el líder de la orden de los asesinos dejó escapar un suspiro de placer, y se relajó. Se sentía tan bien que se sumergió un momento y ahí se quedó, aguantando la respiración. Su mente comenzó a jugarle malas pasadas con imágenes de la muerte de Massi. Sabía que los había entrenado bien, a todos sus aprendices; las últimas palabras del muchacho habían sido para él. Massi le agradeció. Al final era lo único que importaba. Su aprendiz no se sintió solo, sabía que Ezio, su mentor, su familia, junto con los demás asesinos, estuvieron ahí con él, siempre, hasta en su último aliento.

Ezio emergió de la humeante bañera y escuchó un llamado a su puerta. Sus sentidos estaban más agudizados que los de cualquier persona normal. Rápidamente buscó ropa limpia, -esperaba no necesitar su armadura- así que simplemente cogió una camisa, pantalones y sus botas, y su inseparable compañera, su daga oculta. Ezio se preguntaba quién podría ser, era ya muy tarde para que su madre o su hermana lo visitaran, y siempre avisaban con anticipación con algún mensajero confiable antes de arribar. Únicamente unos pocos conocían el sitio exacto de su ubicación, Maquiavelo, el zorro y sus aprendices. Quien tocara a esas horas, podía darse por muerto. Detrás de la puerta principal preparó la daga, pero al escuchar la voz de una mujer, retrajo la hoja.

"Apri la porta, tesoro" Susurró una femenina voz que él reconoció al instante.

Sin pensarlo más lo hizo y ahí estaba ella, esa mujer testaruda a la cual le ordenó que partiera de inmediato, no obstante, el maestro asesino no estaba enojado, simplemente la miró y sacudió la cabeza. No le sorprendía en lo absoluto.

Caterina pasó a su lado y le dedicó una mirada provocativa que Ezio respondió con una sonrisa cómplice.

"Quería despedirme de ti. Me marcharé en unas horas" La mujer colocó su capa sobre un sillón, dejando al descubierto un elegante vestido rojo carmesí que se entallaba a su bien definida cintura, pero los ojos de Ezio se dirigieron a otro punto en específico, el escote. Caterina advirtió esto y soltó una risita. Ella sabía cómo atraer la atención de ese encantador florentino.

"Si bien no me gustan mucho las despedidas, dolcezza, estoy seguro que me harás cambiar de opinión, ¿o me equivoco?" Ezió no pudo evitar lamerse los labios en anticipación. Caterina caminó casualmente hacia una de las ventanas para enseguida girar despacio pero seductoramente, encontrándose siendo devorada por esa penetrante mirada. Ezio siempre caía en su juego. Ella era una mujer poderosa y peligrosa, no solo por su nombre.

"¿Recuerdas que dije que lo que había pasado en Monteriggioni fue solo por…?" La mujer no terminó la última palabra, su voz se quedó atorada en su garganta ¿en qué momento había aparecido Ezio a su lado? Se movía tan rápido y tan sigiloso que casi era imposible seguirle el rastro. En un parpadeo ese hombre te podía asesinar. Afortunadamente para Caterina, ese no era el caso. Ezio la haló hacia su pecho y le susurró tan cerca, que la mujer sintió el pelo de la nuca erizándosele. "Ezio…" Caterina susurro con un tono de ruego en la voz antes de que sus labios fueran capturados en un beso profundo. Ella no pudo evitar gemir dentro de esa ardiente boca cuando los ávidos dedos del mentor se deslizaron entre sus semi descubiertos senos; su pecho subiendo y bajando con dolorosa rapidez. Él deseaba desesperadamente enterrar otra más necesitada parte de su anatomía en un lugar más caliente que ese.

El maestro asesino era más letal que ella, no solo con sus enemigos, en las artes amatorias mataba de placer a todas las mujeres que pasaban por su cama. Saberse poseedor de tan extraordinario don con las damas, le llenaba de orgullo. El hombre no quería perder más tiempo, ese día había sido terrible y tenía que mejorar de alguna manera. El irresistible asesino levantó a Caterina en brazos y la llevó escaleras arriba hasta su habitación. Aun a su edad, Ezio era ágil, fuerte y como los buenos vinos, mejoraba con los años.


Ezio Auditore aun yacía boca abajo en su cama, los cálidos rayos del sol apenas filtrándose por la ventana, caían sobre la piel desnuda de la bien esculpida espalda del mentor.

No se pasaría todo el día acostado por más que la noche anterior hubiese estado llena de desbordante pasión en los brazos de Caterina Sforza. Lo hecho, hecho estaba. Y era sin duda lo mejor. Ella ya no estaba ahí, no más. Mientras más lejos del peligro estuviera, él estaría más tranquilo y entonces si podía dedicarse completamente a su misión. La echaría de menos, no lo negaría, pero al final, todos se iban, tarde o temprano.


El mentor necesitaba un traje nuevo, así que cabalgando hacia la ciudad, con solo su ropa normal y su daga oculta, se dirigió al sastre. Vittorio era el más indicado, éste nunca decepcionaba a la clientela más acaudalada de la zona.

"Signore, Auditore!" El anciano lo recibió gustosamente al verle llegar a su sastrería.

"Buongiorno" El asesino saludó cortésmente. El sastre había estado trabajando en varios trajes para Ezio. El mentor escogió uno con matices ébano, –como el color de su cabello– que además llevaba algunas tonalidades en rojo e incrustaciones de oro. El sastre lo llamó 'Ébano del humedal'. Era común que los sastres, como los artistas que eran, nombraran sus obras de arte hechas en tela. El señor Vittorio era sin dudas un virtuoso en la confección de prendas, tenía tan buen gusto y conocía a la perfección las preferencias de cada uno de sus clientes, en especial de Ezio. Esta vez el sastre dedicó toda la mañana a terminar el traje para su cliente favorito. Valía la pena cerrar su local para atender solo a Ezio, la paga siempre era generosa. El florentino le retribuía con mucho más de lo que costaban en realidad los trajes y él, lógicamente, nunca se quejaba por ello.

A Ezio no le gustaba esperar tanto tiempo en un solo sitio por lo que aprovechó para visitar a su hermana en 'El Rosa in Fiore' Ya se había hecho a la idea que su hermana manejara el burdel, y era muy buena en eso aunque él nunca lo admitiría frente a ella.

Pasadas unas horas volvió con Vittorio y ataviado con su nuevo traje salió del taller luciendo tan elegante y cautivador que empezó a atraer miradas, muchas más de las damas que de los caballeros; las de ellos eran de pura envidia, pero en seguida para no levantar sospechas metió la mano en uno de los bolsos que traía consigo y arrojó dinero al suelo para crear una distracción. No necesitaba llamar la atención de los guardias tan temprano.

Entonces fue perdiéndose entre la multitud, aunque un par de brillantes ojos azules no podían apartarse de él.

"Buongiorno, messere" Una suave voz le saludo a sus espaldas, tan familiar que le causó escalofríos. Ezio se giró sobre sus pies y pensó por un momento que era solo una alucinación. El pintor se veía tan real para ser una ilusión que descartó esa posilibildad.

"¿Leonardo? Ehi, amico mio. Non ci credo!" Una amplia sonrisa se dibujó en los labios de Ezio Auditore y antes de que Leonardo Da Vinci respondiera, el florentino lo atrajo hacia si en un fuerte abrazo que casi deja sin aliento al rubio.

Muy a pesar de la voz de su conciencia que le ordenaba alejarse, Leonardo se quedó un rato más así, devolviéndole el amigable gesto, hasta que el artista se apartó un poco de su querido amigo y le habló en voz baja.

"Seguimi, Ezio. No tan de cerca" Leonardo avanzó cautelosamente hasta un banquillo y dibujó una marca en un extremo de este e inmediatamente se sentó del otro lado. "Siediti, mio caro amico. Come stai?"

Ezio se acomodó sobre la marca en el banco un poco desconcertado e intentó mirar a su amigo pero este le ordenó hacerlo hacia el frente, ser discretos, como si no se conocieran, cosa que era sumamente difícil de hacer ya que no había visto a su amigo desde hacía ya algunos años; aun así, obedeció.

"Estoy muy bien. Algo sorprendido de verte aquí en Roma he de admitir" Dijo, su mirada clavada en el suelo mientras charlaba con su amigo pintor, si a eso se le podía llamar charlar. "Y ¿tú?" El asesino preguntó y levantó un poco la vista para observar a las doncellas que se detuvieron frente al mercader de arte.

"No tan bien como tú" Leonardo suspiró afligido. "He estado trabajando para los… Borgia" Y se apuró a explicar "En contra de mi voluntad" Susurró apenado. De reojo analizó cada detalle de ese hombre. En su refinada vestimenta, en la capucha que celosamente cubría la mitad de su cabeza y rostro, y una barba de candado bien recortada que sutilmente resguardaba esa pecaminosa boca.

Ezio por su parte miró por el rabillo del ojo al artista florentino. Se veía cansado, temeroso y más delgado de lo que recordaba, y usaba una barba descuidada.

"Questo mi dispiace, amico. Sé que has hecho algunas armas para los Españoles" El asesino musitó mientras jugueteaba distraídamente con su daga oculta; Leonardo notó eso y sonrió tenuemente.

"No les he dado una de mis mejores creaciones, esa la he reservado para ti"

Ezio Auditore ladeó la cabeza hacia el pintor y arqueó una ceja, sonriendo con complicidad.

"No puedo esperar para verla, amigo"

Leonardo lo miró y le devolvió la sonrisa antes de levantarse. "Tendrás que hacerlo, Ezio. Esta ha sido una corta visita. No debemos arriesgarnos a ser vistos por los guardias de Cesar Borgia. Debes ser paciente y muy pronto podrás usarla" El artista echó un último vistazo a su amigo antes de decir las últimas palabras. "Busca esa misma marca en unos días en otro punto y ahí nos reuniremos de nuevo. Cuídate" El pintor florentino caminó hacia una calle, alejándose del campo de visión de Ezio.

¡Malditos Borgia! Maldijo en voz baja. Ezio no podía ni siquiera platicar son su amigo después de tantos años de no verse.


Dos días más tarde de su fugaz reunión con Leonardo, Ezio volvía de una misión con dos de sus aprendices cuando un tercero, que cabalgaba hacia ellos, les hizo detenerse en seco para avisarle al mentor de la localización de un banco marcado cerca del coliseo. Ezio les ordenó se adelantaran al escondite y enseguida montó su negro caballo, dirigiéndose al segundo punto elegido.

Al llegar ahí, la señal estaba bien trazada sobre la madera, una mano que apuntaba justo en una de las esquinas. Y Ezio aguardó. Más de lo que hubiese querido, en realidad. Varias largas horas transcurrieron y Leonardo apareció, hallando tendido tranquilamente al asesino en la banca; al sentir su presencia, éste se enderezó y compuso su semblante que era de total hastío.

"Buongiorno, Leonardo" El líder de los asesinos murmuró al acomodarse en su sitio.

"Buenos días, Ezio" El pintor respondió, extendiéndole un paquete al otro hombre. Ezio lo abrió impacientemente. "Lamento la demora. Me entretuvieron unos asuntos con los Españoles"

Ezio no reaccionó a la disculpa, estaba tan absorto ante el regalo de su amigo, una doble hoja oculta.

"Grazie, grazie infinite!" El moreno no lograba contener la emoción. Era un arma magnifica. Como todas las creaciones de Leonardo. Vaya ser prodigioso.

Leonardo asintió satisfecho. Ezio era su mejor amigo y haría por él todo lo que estuviese en sus manos para facilitarle más sus misiones.

"Andiamo, amico" Ezio se puso en pie y caminó hacia su caballo, montándolo ágilmente en un solo movimiento que apenas notó el artista.

"Ma che dici?" El erudito musitó intranquilo y negó con la cabeza "No puedo, Ezio"

"Me importan una mierda los Borgia, Leonardo, tú vienes conmigo" Extendió su mano hacia el otro hombre quien no parecía muy convencido. No paraba de mirar a todos lados, frotándose las manos. Era muy arriesgado pero tan emocionante al mismo tiempo. Al fin decidió aceptar la propuesta y alcanzó a tomar el antebrazo de su amigo antes de ser jalado hacia arriba, justo frente a él.

A todo galope emprendieron la huida hasta la villa. Leonardo no paraba de reír nerviosamente. La brisa golpeaba contra su cara al tiempo que todo el paisaje iba quedando atrás de ellos en segundos. Se sentía como si estuvieran volando. Gracias a su amigo, el rubio podía apreciar esa sensación de libertad de la que los Borgia lo privaran por tantos meses.

Ezio no podía dejarlo, no debía abandonarlo a su suerte. Al menos por ese momento le estaba devolviendo la alegría a ese hombre solitario, y se sentía estupendo. La risita de su amigo era contagiosa, pronto los dos empezaron a reír como dos locos. Entonces Leonardo extendió sus brazos por un instante como un águila en pleno vuelo. Ezio seguía guiando al caballo, sus manos sosteniendo fijamente las riendas, sin perder detalle del sonriente rostro de su querido amigo. Era como un niño atrapado en el cuerpo de un hombre adulto, o quizá era sencillamente que Leonardo veía la vida de forma distinta a los demás. Eso debía ser. De cualquier manera, Ezio sentía que Leonardo le revitalizaba de una forma que nadie más lo hacía.


Leonardo quedó fascinado por el ostentoso interior de la villa Auditore. No era que nunca antes disfrutase de admirar tanta riqueza junta. Habiendo trabajado con hombres mucho más adinerados, el inventor había sido llevado a palazzos cubiertos de oro y piedras preciosas, pero ese lugar no solo rebosaba de lujo, también era acogedor. Estatuas de mármol de distintos tamaños engalanaban las estancias de la planta baja, muebles de fresno y nogal tapizados con soberbias telas contrastaban con los cuadros de las paredes del gran salón. Largas cortinas festoneadas de terciopelo verde esmeralda embellecían perfectamente los ventanales. El diseño de la mesa del comedor era solemne, cuatro patas de león labradas en madera de olmo soportaban el peso de la ricamente decorada parte superior, aunque sin duda el mejor toque se lo daban sendos libreros empotrados en uno de los muros, con libros y libros forrados en distintas tonalidades que tentaban a aventurarse a tocarlos.

Después del recorrido que dieron a la casa, Ezio se había desaparecido por un par de minutos, consiguiendo un poco de comida y vino para su invitado. Colocó unas copas y una bandeja llena fruta, carne, pan y quesos sobre la elegante mesa central con incrustaciones de mármol. Quién creería que en tan suntuosa residencia no hubiese sirvientes atendiéndoles como a reyes.

El asesino entonces removió su capa y armadura. Los espaldares, brazales y peto fueron dejados sobre una silla tijera, el hombre quedándose sin otra cosa más que una fina camisa de lino blanco, sus pantalones y las grebas cubriendo la mitad de sus piernas.

"Que casa tan magnifica, Ezio" Leonardo lo felicitó al recibir una copa de vino de manos del otro hombre. "Me alegra verte prosperando tan deprisa y envejeciendo con tanta gracia"

"Non sono così vecchio" Masculló el mentor asesino. Apenas estaba en sus cuarenta, en su mejor edad, a su parecer.

Leonardo soltó una risita. "Jamás dije eso. Has malinterpretado mis palabras. Te estaba dando un cumplido, mi querido amigo" Bebió un pequeño sorbo de su copa, deleitándose con el delicioso sabor del afrutado vino tinto, y enseguida comió una uva.

"No has probado la carne" Ezio se llevó un pedazo a la boca seguido de un trozo de queso, vaciando su copa de un trago para después rellenarla de nuevo.

"No como carne, Ezio" Leonardo tomó dos uvas más. "De hecho, nada que provenga de animales, si puedo evitarlo"

"Oh no, non lo sapevo, mi dispiace" El anfitrión se disculpó apenado. El artista nunca dejaba de sorprenderlo. Eran grandes amigos y no sabía cosas tan simples como esas.

"No te preocupes, Ezio. Sólo que creo firmemente que todos los seres vivos deben ser respetados. La mera idea de infligir daño a cualquier animal o criatura viviente sólo para satisfacer mi paladar traiciona mis propias creencias, pero sin duda respeto lo que tu elijas para ti mismo, y agradezco tu hospitalidad, Il mio buon amico"

Ezio alzó su copa en señal de brindis y la llevó directamente a sus labios, dejándola vacía por segunda ocasión.

Mientras Leonardo apuraba su copa, el asesino se deshizo del plato con la carne. Si bien su amigo no parecía ofendido, prefirió no incomodarlo de ninguna manera. Cuando regresó a la habitación, su amigo ya había llenado hasta el borde las dos copas.

"Grazie infinite, vecchio mio" Ezio se tendió en el sofá, una sonrisa dibujándose en sus labios.

Pasaron las siguientes tres horas conversando y bebiendo. Varias botellas se hallaban ya dispersas a sus pies y ambos hombres se habían trasladado a la habitación contigua, una con una fastuosa chimenea y cojines dispuestos sobre el tapete. Los dos se recostaron ahí para seguir con su amena charla. Leonardo le platicaba sobre sus inventos, sobre los Borgia, y Ezio sobre sus misiones; sobre cómo iba creciendo la hermandad, de lo cual estaba sumamente orgulloso, cosa que Leonardo sabía, él también compartía ese mismo sentimiento.

"Debo irme, amigo" Dijo el artista un poco después de un largo silencio.

Ezio se apoyó sobre su codo y se le quedó mirando con el ceño fruncido. "No estarás hablando en serio ¿verdad?"

"Tengo mi taller, y los Borgia me buscaran seguramente cuando no sepan de mí en varias horas. No es conveniente arriesgarlo todo" Leonardo se sentó y cerró los ojos. Él estaba bastante borracho ya, quizás no tanto como Ezio, pero eso se debía a que había bebido mucho menos vino que su amigo. Ezio era el que había vaciado casi todas las botellas él solo.

"¿Te encuentras bien?" El líder asesino inquirió.

"Sto molto bene, grazie" Leonardo abrió los ojos y los clavó en los del otro hombre. Era tan masculino, tan condenadamente bello. Su mirada trazó las facciones de ese atractivo rostro tan despacio, como una caricia; poco a poco y sin prisas sus ojos fueron bajando por la barbilla cubierta de vello marrón oscuro hasta desaparecer dentro de la abertura de la camisa de lino que revelaba un poco de piel morena, esa piel que se le antojaba perfecta. El artista florentino sacudió ciertos pensamientos lujuriosos que revoloteaban en su cabeza "Es tiempo de marcharme" Declaró el inventor.

La risa seductora de Ezio tiñó de carmesí las mejillas del pintor, y era una suerte que llevara esa abundante barba para ocultarlo.

"Non è che voglio ritirarmi" Se apresuró a aclarar.

"No puedo dejarte ir, Leonardo. Has visto el camino hasta aquí. Debí vendarte los ojos pero no lo pensé. Si deciden interrogarte podrías darles mi ubicación aunque no lo quisieras. Esos Borgia tienen métodos de tortura tan perversos que hasta un inocente se declararía culpable" La voz algo rasposa del asesino y el semblante imperturbable de este, causó desconcierto al artista. Un nudo se le formó en la garganta y se levantó de un salto.

Entonces el moreno estalló en carcajadas, e incorporándose a medias, jaló a su amigo de los pantalones hacia el suelo para que cayera sobre los almohadones junto a él. "Estaba bromeando. Io sono troppo ubriaca, mio caro amico e fratello" Dijo señalándose a sí mismo.

Leonardo dejó escapar un suspiro, aliviado, y hundió la nuca en el cojín. Confiaba en Ezio ciegamente pero cuando hablaba de tal manera, con ese rostro impasible, una parte de él temía que fuesen ciertas las palabras dichas por él.

"Ezio… me apena pedirte esto pero…"

El mentor se colocó de lado, prestándole atención al pintor. "¿Qué necesitas? Pídeme lo que quieras y es tuyo" Ezio ofreció sin dejar de mirar directamente hacía a esos ojos azules.

Leonardo tragó duro. Tenía muchas ideas en mente de que pedir que podría ser indudablemente más placentero que a lo que se refería en un principio, pero jamás se aventuraría a confesárselas al asesino. El maldito alcohol le estaba nublando su buen juicio y le maldijo mentalmente.

"Necesito algo de dinero para materias primas. Los Borgia no me pagan bien. No te lo pediría si no fuese…" Leonardo no pudo finalizar la oración. Ezio hizo un gesto con la mano, dándole a entender que ni se preocupara.

"Ma che figli di puttana!" Escupió con inmensa ira. Levantándose del suelo se fue trastabillando hasta su estudio. Leonardo se incorporó y aguardó.

Por un segundo mientras estaba solo, Leonardo imaginó lo que pasaría si se quedaba ahí. Las consecuencias de aceptar la propuesta de Ezio eran riesgosas, si, pero trabajar para los Españoles también lo era. Meditó acerca del lado bueno de la situación. Era una casa grande, tendría libertad para mudarse ahí con todo y su taller, y lo más importante de todo es que estaría cerca de su querido amigo. Pero era egoísta a su forma de ver, pensar solamente en él y sus deseos. Ezio siempre estaría preocupado por su bienestar y no podría concentrarse en su misión. Su credo era primero, Leonardo lo entendía. Era su deber, su vida.

No había pasado mucho tiempo antes de que Ezio retornara a la estancia, éste le lanzó una bolsa repleta de florines a Leonardo, y el rubio la atrapó en el aire.

"Te daré más cuando lo necesites" El moreno se recargó sobre el marco de la chimenea, sus melancólicos ojos de color avellana fijos sobre las radiantes llamas que se agitaban entre los leños.

Leonardo Da Vinci llegó hasta él, su mano posándose sobre su hombro. "Te lo pagaré, amigo"

"Ni lo pienses. Tú has hecho por mi más de lo que todas las riquezas que poseo podrían pagar"

"Aun así lo haré. Te devolveré cada florín que me has prestado" Le prometió con gesto afectuoso.

"Tengo una mejor idea. Ya que veo que no piensas aceptar el dinero como regalo, ¿que te parece si pintas algo para mí? Para redecorar mí casa. Tú encárgate de crear obras de arte y yo te pagaré muy bien por ellas. Serás el encargado de darle ese toque florentino a la villa"

"Me siento honrado, Ezio, pero no creo que…" Sus palabras fueron acalladas por un dedo sobre sus labios. Ezio no pensaba discutir más con su amigo.

"Es un trato entonces" Sabiéndose ganador, colocó sus dos manos en los hombros de Leonardo, sus ojos iluminados por el cálido fuego de la chimenea enfocados en los azulados orbes.

La respiración de Leonardo comenzó a acelerarse. Sus manos sudaban y apretujaban lo que tuvieran a su alcance, el bolso de dinero, sus pantalones. ¡Dios, Ezio era exquisito! Todo él. Incluso esa cicatriz en el labio. Especialmente esa cicatriz. Una cicatriz casi tan vieja como su amistad. Hipnotizado por esa mirada penetrando la suya, su cuerpo empezó a reaccionar, rebelándose ante sus órdenes de no estremecerse. El pintor apretó los ojos para no sentirse tan desnudo ante el escrutinio de Ezio e intentó fallidamente cubrir su entrepierna. Algo apretaba contra sus pantalones y como es lógico, él culpó al vino.

"¿Leonardo?" Ezio arqueó una ceja, confundido. Aún estaba tan borracho como al principio o quizás más pero sus sentidos siempre alerta notaban cosas, entre ellas, la agitada respiración de su amigo, el sudor en su cuello y más abajo…

Merda! Con tanta experiencia, Ezio sabía lo que estaba sucediendo e incluso ebrio como se encontraba no dijo nada para no avergonzar a Leonardo. Un abrazo no parecía ser la mejor idea, alejarse tan rápido como pudiera, tampoco, así que simplemente apretó los hombros del pintor y habló, con una voz tranquila: "Dime a donde te llevo, amico"

Leonardo entreabrió los ojos, y asintió. Cuando el otro hombre se movió de su lado, atravesando la habitación hasta la contigua para colocarse su armadura, el artista dejó escapar el aire contenido en sus pulmones. No volvería a beber, al menos no con Ezio.

Era casi media noche y los dos hombres por fin subieron al caballo, cabalgando hasta el mismo punto en el que se encontraran por la mañana. No hubo más risas, ni más charlas interminables en el regreso. Leonardo sentía que lo había arruinado todo. Ezio sabía. Sabía. Leonardo estaba seguro. El asesino podía percibir hasta a qué velocidad palpitaba su corazón en ese preciso momento.

Cuando Leonardo descendió del caballo, Ezio se despidió con un asentimiento de cabeza antes de decir: "Estaré buscando tus señales, Leonardo. Y esperaré con ansias tus gloriosas pinturas. Attento amico mio!" Una sutil sonrisa fue lo último que Leonardo vio antes de que Ezio desapareciera entre las oscuras callejuelas.

"A volte sei proprio stupido, Leonardo" El pintor se reprendió a sí mismo al tiempo que sus pesados pies le llevaron de vuelta a su taller.

Continuará...


N/A: Aquí les dejo las traducciones de las palabras en italiano:

Sto bene - Estoy bien

Che diavolo ci fai qui?- ¿Qué demonios haces aquí?

Apri la porta, tesoro- Abre la puerta, cariño.

Dolcezza- Cariño

Signore- Señor

Buongiorno- Buenos días

Messere- Señor

El Rosa in Fiore- La rosa en flor

Ehi, amico mio. Non ci credo! - Hola amigo mío. ¡No lo puedo creer!

Seguimi- Sígueme

Siediti, mio caro amico- Siéntate querido amigo.

Come stai?- ¿Cómo estás?

Questo mi dispiace, amico- Lamento escuchar eso amigo

Grazie, grazie infinite- Muchísimas gracias.

Andiamo, amico- Vámonos, amigo

Ma che dici?- Pero ¿qué dices?

Palazzos- Palacios

Non sono così vecchio- No soy tan viejo

Oh no, non lo sapevo, mi dispiace- Lo lamento, no lo sabía.

Il mio buon amico- Mi buen amigo

Grazie infinite, vecchio mio- Muchas gracias, amigo

Sto molto bene, grazie- Estoy muy bien, gracias

Non è che voglio ritirarmi- Bueno, no es que yo quiera marcharme, no es eso

Io sono troppo ubriaca, mio caro amico e fratello- Estoy muy borracho, mi querido amigo y hermano

Ma che figli di puttana!- ¡Hijos de puta!

Attento amico mio!- Cuídate amigo mío

A volte sei proprio stupido- A veces eres tan estúpido


Gracias por leer :) Reviews serán muy apreciados.