Disclaimer: Tanto Sherlock como John fueron creados por Sir Arthur Conan Doyle hace muchos, muchos años. La BBC y Moffat los han recreado y adaptado al siglo XXI (diría que de forma... ¡Brillante!). Por desgracia, el Doctor tampoco es mío, aunque sueño con tener una cabina de policía azul en el salón de mi casa.

Éste es un fanfic participante del reto especial de fin de año "Todo depende del título" del foro I am SHER locked.

Básicamente consiste en recibir un título al azar y ver si eres capaz de hacer algo con eso. Yo no lo tenía muy claro en su momento y no es la historia con la que más satisfecha me encuentro, pero me apetece terminarla, así que toca intentarlo. No me está gustando nada el resultado, pero gracias a todos los que me leéis.

Como siempre, agradecer a DraculaN666, mi beta-reader, sus comentarios cuando lee un capítulo. Ella ya sabe cuánto me ayuda a encauzar mis ideas y no perderme en el tiempo, el espacio y las dimensiones relativas pero no está de más recordárselo y agradecérselo.


Un reencuentro

—¿Me vas a dejar antes de que Sherlock salte?

—No, no sería muy normal que hubiera dos John Watson al mismo tiempo.

—Podría impedir que saltara.

—No, no podrías evitarlo. Volveremos en algún momento después de nuestro encuentro en tu casa.

—Pero tengo que intentarlo. ¡Déjame intentarlo! ¡Tengo que hablar con él!

—John, no puedo llevarte a ningún momento anterior a tu partida. Lo entenderás todo a su debido tiempo.

—¿Y si prefiero quedarme aquí?

—No prefieres quedarte aquí, te lo aseguro. Necesitas volver a tu tiempo.

El Doctor empujó suavemente a John para que entrase en la TARDIS.

—No podemos perder más tiempo, ya hemos acabado con lo que teníamos que hacer.

—¿Sabes si ha surtido efecto?

—Pronto lo sabré. Ahora prepárate, volvemos a Baker Street.

John no podía creer que no pudieran hacer nada por salvar a Sherlock. Había ayudado al Doctor sin hacer preguntas y él no iba a intentar siquiera hacerle ese favor. Necesitaba hablar con su amigo, si no podía impedirlo, al menos comprender por qué había hecho lo que había hecho. Pero no le había dado la opción. Volverían al momento en el que se fue de Baker Street y todo sería de nuevo la misma mierda.

—No quiero volver a Baker Street, llévame a otro sitio, por favor.

—John, debes volver, ése es tu lugar.

—¿A qué momento me vas a devolver? ¿Cuánto tiempo habrá pasado?

—Casi tres años desde que nos fuimos.

—¿Tanto? Y la gente que me conoce, ¿qué ha pensado? —preguntó—. Desaparecí sin más. Habrán estado preocupados.

—Mycroft encontró una buena justificación para tu ausencia.

—Mycroft estaba en el ajo, debí suponerlo.

—Hay alguien más esperándote.

—¿Quién?

—Sherlock.

—¿Has… has dicho… Sherlock?

John se quedó sin palabras. Tenía que haber oído mal. Las ideas se amontonaban en su cabeza. ¿Sherlock no había muerto? Y se lo había ocultado, le había dejado sufrir durante semanas para irse a hacer lo que quisiera que hubiese estado haciendo.

Y él como un gilipollas, llorando, temiendo entrar en su propia casa a recoger sus cosas, pensando que su amigo no había sido capaz de confiar en él. ¡Cuánta razón tenía! ¡Sherlock no había confiado en él! Había confiado en un alienígena que viajaba en una cabina de policía azul, pero no en él. Porque al estúpido John Watson no se le pueden contar las cosas, no las entenderá, no es un genio como nosotros.

—Él te lo explicará. Tuvo sus motivos para hacer lo que hizo, aunque yo lo hubiera hecho de otra manera.

—¿Sus motivos? ¿Y yo qué? —exclamó John—. ¿Pensaba dejarme así? ¿Hecho una mierda hasta que decidiese aparecer de nuevo?

—Ésos no eran sus planes.

Pero John no atendía a razones. Se debatía entre las ganas de ver de nuevo a Sherlock y las de partirle su arrogante cara. Cuando la TARDIS se detuvo John se quedó de pie ante la puerta, abriendo y cerrando los puños, no sabía si quería salir, no todavía, no cuando no tenía muy claro lo que iba a hacer al verlo.

—John —dijo suavemente el Doctor—, debes salir. Confía en mí.

—No quiero verlo —dijo con rabia—, no ahora.

—Sal, John —insistió.

John comenzó a caminar mientras el Doctor abría la puerta. Cuando vio a Sherlock ante él se quedó clavado en el sitio. No podía creer que estuviese ahí, vivo. Todas aquellas semanas de angustia y él estaba ahí, mirándole, ¿como si nada hubiera pasado?

—¡Maldito cabrón egoísta!

Se abalanzó sobre Sherlock y estampó un puño contra su cara, partiéndole el labio. Le dio otro puñetazo sin que el moreno hiciera nada para protegerse, cayó al suelo y John acabó sobre él, golpeando a ciegas, ya sin fuerzas, pero incapaz de detenerse.

—¡Qué idiota he sido!

—Perdóname, John.

—Para protegerme… ¡Una mierda protegerme! ¡Sé cuidarme solo! —John ni siquiera escuchaba.

—Déjame explicarte.

—¿Por qué? He sido un imbécil, pero hasta los idiotas acabamos aprendiendo por las malas.

No sabía cuánto llevaba allí, dando manotazos cada vez más débiles contra el cuerpo del detective. Intentó levantarse para salir de allí y Sherlock se lo impidió, abrazándole.

—¿Qué quieres? —preguntó secamente mientras se revolvía entre sus brazos, intentando soltarse—. Déjame.

—John, lo siento —insistió sin aflojar su agarre.

—No tienes que explicarme nada, tenías cosas que hacer, no me necesitabas y no consideraste necesario tenerme al tanto.

—Eso no es cierto. No quería que te hicieran daño y ésa fue la mejor manera de alejarte del peligro que se me ocurrió.

—¡Vamos a alejar al pobre John del peligro! ¡Ha estado en una guerra, pero ahora hay que protegerlo como a un crío, es por su bien!

—John, escúchame, por favor —Sherlock nunca pedía nada por favor.

—¿Sabes lo que han sido estas semanas pensando que habías muerto? ¿Que habías preferido tirarte desde una azotea antes que confiar en mí?

—No, no sé lo que han sido. Pero sí te digo que lo que para ti han sido semanas, para mí han sido casi tres años.

—Tres años... —dudó—. Pero fue por decisión tuya, al menos tú sabías lo que estaba pasando, y yo creía que tú… que habías… que no volvería a verte jamás.

—John, lo siento —tres disculpas en menos de un cuarto de hora, todo un record—. Déjame explicarte.

—No —pero dejó de resistirse.

—Por favor —dijo abrazando más fuerte a John—, déjame contártelo.

No quería escucharle, quería poder sentir esa rabia durante un rato más, poder odiar un poco a Sherlock por lo que le había hecho pasar, pero no dijo nada, se limitó a empujarlo para alejarse de él.

—Me equivoqué. Perdóname, John.

Era la primera vez que oía a su amigo reconocer que se había equivocado.

—Adelante —murmuró sentándose en el suelo, sin alejarse demasiado—, explícamelo.

—No fue sólo por las mentiras que dijeron de mí, sabía que desaparecer era la única manera de desmantelar la organización de Moriarty. Pero te vigilaban, si no hubieses creído que estaba muerto no habrías reaccionado como lo hiciste y te hubieran utilizado para llegar hasta mí.

—Podrías haberme explicado tu plan.

—No, tenías que creer que había muerto. Tenían que verte desesperado. No te imaginas lo duro que fue para mí verte así, la de veces que quise acercarme a ti y decirte que todo era una farsa.

—Pero no lo hiciste.

—No, cada día me resultaba más difícil, pero no podía echarlo todo por la borda. Por eso hablé con el Doctor, le pedí que te pusiera a salvo mientras yo desmantelaba poco a poco toda la organización. Además, te veía sufrir y no sabía cuánto tiempo me llevaría, no quería verte desmoronarte sin poder hacer nada.

—Así que decidiste enviarme lejos… ¡El idiota de John Watson se va de colonias mientras los mayores solucionan los problemas!

—John, no sabía si iba a tardar meses o años y no quería que lo pasaras mal durante tanto tiempo. Metí la pata, pero no se me ocurrió nada mejor.

Se quedaron en silencio un rato más, cada uno sumido en sus pensamientos. Miró el labio partido de Sherlock y las marcas en su cara donde lo había golpeado, se merecía cada golpe que le había dado.

—Así que han pasado tres años. Ahora… tú eres más viejo que yo —dijo finalmente John.

Ambos sabían que esa frase era una oferta de paz, todavía quedaba mucho por aclarar, pero al menos estaba dispuesto a escuchar y tenían tiempo, mucho tiempo para eso. Sherlock extendió un mano y acarició suavemente la mejilla del doctor. John dudó un segundo y se acercó a su amigo para refugiarse en sus brazos.

—Te he echado tanto de menos —susurró Sherlock.

—Yo también a ti —respondió John.

Estaban allí abrazados, en el suelo, tan absortos que ni siquiera notaron cuando la cabina de policía azul que hasta hace poco ocupaba la mitad de su sala de estar comenzó a brillar hasta desvanecerse.