Este fic es una adaptación de la Novela homónima de Elizabeth Rolls, con los personajes de la gran Stephenie Meyer. Espero que la disfruten tanto como lo hice yo!

Summary: Para asegurar la continuidad de la familia Cullen, era necesario que Edward Masen, vizconde de Cullen, se casara. Estaba decidido a elegir esposa entre las damas de la nobleza, y el decoro era una cuestión fundamental. Pero su decisión se vio alterada cuando conoció a la independiente y apasionada señorita Swan.

La belleza de Isabella, su franqueza y su penosa situación económica no eran lo que el vizconde de Cullen deseaba en una esposa, aunque despertara en él una pasión que no podía resistir. La solución parecía fácil, pero convertirla en su amante arruinaría su buen nombre…

Capítulo I:

Con desesperación, lady Esme Platt miró al único sobrino nieto que tenía. Sólo Dios sabía lo testarudo que siempre había sido, pero aquello era increíble. Aparte de su obstinación, ya no quedaba demasiado del muchacho que recordaba. Los doce años transcurridos le habían sentado mejor que a ella.

Mientas él estaba de pie, mirándola con sus ojos verdes, observó que tenía un cuerpo atractivo. La anchura de sus hombros y la fuerza de su pecho se adivinaban bajo su chaleco negro. Los pantalones también le sentaban a la perfección. Lady Esme no siempre aprobaba el uso de las prendas de ropa modernas. Algunas de ellas le resultaban indecentes. Pero cuando un par de pantalones se amoldaban a unas piernas como aquellas… Bueno, tenía que admitir que no estaban mal.

Su corbata blanca era todo un homenaje a la elegancia: un pañuelo anudado en forma de diamante, del que surgían complicados pliegues, era buena prueba de su habilidad. A fin de cuentas, su atuendo era el de todo un caballero.

Estaba tan guapo como siempre, con los ojos verdes y el pelo cobrizo típico de los Masen. La delicada estructura ósea de su madre, combinada con los rasgos marcados que habían caracterizado a su padre y a su hermano mayor James, habían resultado en una fuerza cincelada, aristocrática hasta el extremo.

Edward Masen, el actual vizconde de Cullen, miró a su tía abuela Esme con una mezcla de afecto y desesperación. Lo último que había imaginado cuando su mayordomo le anunció la visita de su tía abuela Esme era que éste irrumpiría en su biblioteca y abriría fuego sin ni siquiera una declaración de guerra. Era evidente que había pasado demasiado tiempo lejos si ya se le había olvidado la costumbre de su tía de hablar con franqueza. Pero no podía dejarse avasallar.

- ¿No te parece que es un poco pronto para esta discusión, tía? Al fin y al cabo, llegué ayer. Quizá quiera dedicar un tiempo a reencontrarme con mis amigos antes de ponerme a buscar esposa. O mejor dicho, antes de que ella me busque a mí. ¿Serías tan amable de dejar de mirarme como si fuera un semental?

Con un peligroso brillo en sus ojos negros, lady Esme lo corrigió.

- ¡Esto no es una discusión, Cullen! ¡Es una advertencia! La continuidad de nuestra dinastía está en peligro y es tu deber casarte de inmediato. James murió hace más de un año y la gente está empezando a hacer preguntas. Tienes una sobrina de diez años que requiere atención, además de un título y unas propiedades de más de trescientos años – dijo y le dirigió una mirada gélida -. Respecto a tus amigos, tienes mi permiso para verlos. ¿Quién sabe? Quizá si te encuentras con Emmett McCarty en la ciudad, él te pueda ayudar. Por lo que tengo entendido, ha vuelto a casarse. ¡Eso es entusiasmo! Deberías aprender de él. Sólo porque tuvieras una relación fallida con Victoria, no significa que no puedas casarte con otra mujer.

Su voz y sus ojos se enternecieron viendo que Cullen se sobresaltaba al oir hablar de la esposa de su hermano mayor.

- ¿Pensabas que no lo sabía? – continuó la anciana y frunció los labios -. Era muy evidente que estabas locamente enamorado de ella. La única persona que ni se dio cuenta fue James. Nunca se dio cuenta de nada, ni siquiera de las aventuras de Victoria. ¡Y sabe Dios que tuvo muchas!

- ¿James no lo sabía? – preguntó perplejo-. ¿Qué yo…? - comenzó, pero cerró la boca de inmediato.

Lady Esme Platt se quedó mirándolo, incrédula.

- Así que es eso. Pensabas que James se declaró a Victoria, sabiendo lo que sentías por ella. Por eso te alistaste en el ejército y estuviste lejos todos estos años. Pensabas que James te había robado la novia a propósito. ¡Por el amor de Dios, muchacho! Fue tu madre la que le sugirió que se casara con ella. Si él hubiera sabido lo que sentías por ella, nunca le habría pedido matrimonio.

Su sobrino se quedó mirándola con la boca abierta. La anciana no esperaba contestación. No siquiera de niño le habían gustado las confidencias y estaba segura de que en eso no había cambiado. Así que había estado culpando a su hermano durante todos aquellos años de robarle a la mujer que le había roto el corazón… Ahora, ya sabía la verdad y no había nada más que añadir.

- Entiendo que tienes intención de casarte, ¿verdad, Cullen? – dijo volviendo al tema principal de conversación.

El referirse a él por su título, le haría recordar cuál era su deber. Ya no era el honorable Edward Masen, el menor de los hijos. Tenía obligaciones hacia su apellido y hacia su familia. No debía eludirlas y mucho menos por la memoria de la esposa de su hermano, una mujer que llevaba muerta más de doce meses y que nunca había mostrado el más mínimo interés por él.

- Como dices, tía Esme, no tengo otra elección.

Ella se relajó. Bien, el joven iba entrando en razón.

- Muy bien. Tiene que haber un buen número de muchachas disponibles esta Temporada. Yo podría…

- ¡No! – exclamó y una mirada gélida interrumpió la explicación de su tía -. Soy muy capaz de elegir esposa yo solo, muchas gracias. Puede que te sorprenda saber que puedo ser muy convincente con las damas.

Lady Esme esbozó una sonrisa divertida.

- ¿De veras, Cullen? Por lo que he oído, has perdido la práctica con las damas…

- ¡Mentiras! – explotó Cullen.

- Me refiero a las damas, querido muchacho. No tengo ninguna duda de tu experiencia con las mujerzuelas pintarrajeadas de la ópera – dijo y antes de que su sobrino pudiera decir nada, agregó -. Y si el modo en que me has recibido es una indicación, creo que te vendrían bien unos consejos. No me has ofrecido té, ni bizcochos,… Eso es intolerable.

Los ojos verdes se entrecerraron divertidos, aumentando el encanto de su dueño.

- No, tía Esme, no sigas por ahí. Te he oído decirle a Fred que no te gusta tomar té a esta hora y que es demasiado pronto para tomar algo más fuerte. También la has dicho que se fuera a hacer algo más útil y que dejara de incordiarte ofreciéndote comida.

- Aun así, deberías haberme ofrecido algo – concluyó -. Es típico en tu generación. ¡Ni la más mínima muestra de respeto a los mayores! – exclamó y se puso de pi con la ayuda de su bastón -. Me despido de ti, Cullen. Voy a instalarme en casa de Jenks.

- ¿Para qué? – preguntó sonrojándose -. Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras. Sabes que te tengo mucho cariño.

Ella cedió, al ver que parecía disgustado de verdad.

- Ya no me gusta el ajetreo de la ciudad. Me quedaré un par de días más en casa de Jenks y luego volveré a Cullen Place. No puedo dejar a Jane mucho más tiempo. Esa chiquilla necesita que la cuiden.

Él frunció el ceño.

- Tía Esme, ¿has venido desde Warwickshire sólo para recordarme mi deber?

- ¡Por supuesto que no! – mintió de manera poco convincente -. Tengo intención de ir a la ópera.

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Después de acompañar a su tía abuela al carruaje, lord Cullen volvió a la biblioteca. Por alguna razón, la tranquilidad de la que había estado disfrutando parecía haberse esfumado. Las viejas butacas de cuero parecían repelerle, así que se levantó y comenzó a pasear de un lado para otro. Los lomos de piel de los libros alineados en las paredes lo incomodaban, al hacerle recordar a los antepasados que los habían acumulado a lo largo de los años. La sabiduría de generaciones estaba guardada entre aquellas cubiertas. Todo parecía estarle empujando a tomar una decisión que llevaba años evitando: casarse.

Su mente voló hasta el día en que el padre de Victoria le dijo que había recibido una oferta mejor por la mano de su hija, por lo que no debía volver a acercarse a ella. Una orden que no tuvo intención de obedecer. No había sabido quién era el afortunado hasta que había llegado a casa esa misma noche después de pasar el día planeando cómo rescatar a su amor de un matrimonio de conveniencia.

Se había enterado al llegar a casa, sucio y cansado, y encontrarse a James celebrándolo con su madre. Más tarde, ella le había intentado explicar que James, con su título, tenía mayores posibilidades para optar a la mano y fortuna de Victoria y que algún día, él también encontraría otra atractiva heredera. No había vuelto a dirigirle la palabra a su madre desde entonces.

Al día siguiente, se las había arreglado para encontrarse con Victoria durante su paseo matinal a caballo en compañía de su mozo de cuadra. Se había mostrado incómoda al verlo y, después de insistir, había permitido que la acompañara.

Aún podía recordar su voz.

- Pero, Edward, querido. No puedes pretender que me case contigo ante la oposición de mi padre. Me ha ordenado que me case con James. Hemos de tener cuidado, Edward. Después de todo, una vez cumpla mi deber de darle un heredero a James, nada podrá detenernos, siempre y cuando seamos discretos – le había dicho sonriendo con sus inocentes ojos azules.

Los suaves y rosados labios que tanto había deseado besar, esbozaron una tentadora sonrisa, mientras los cálidos rayos del sol primaveral se habían reflejado en sus rizos dorados. No había sentido más que repugnancia y disgusto consigo mismo por seguir deseándola. De alguna manera, se las había arreglado para responder a su comentario.

- Una oferta muy sugerente, Victoria, pero creo que prefiero a las prostitutas honradas.

Las palabras, además del tono con que las había pronunciado, habían ruborizado, un brillo de ira había asomado a sus ojos azules y la delicada línea de su boca se había endurecido.

- De veras, Edward, estás siendo muy poco razonable. Sabes tan bien como yo que en nuestra posición social, el matrimonio es un contrato para preservar las propiedades y asegurar herederos. Mi padre quiere que me case con James. ¿Qué más puede decirse?

- Absolutamente nada, querida – había dicho Edward, cayendo en la cuenta de que el amor realmente era ciego -. Lo único que me queda es darte la enhorabuena por tu conquista y pedirte perdón por haberte distraído del objetivo de vuestra ambición. Buenos días.

Luego, había hecho girar a su caballo y se había alejado a galope, dejándola allí. No se había dado la vuelta para mirarla, ni entonces, ni en los años siguientes.

A la mañana siguiente, se había marchado, deteniéndose tan sólo para pedirle a su hermano que le comprara un par de pinturas. Desde aquel día no había atravesado el umbral de ninguna propiedad de su familia. James se había sorprendido ante su petición, pero había accedido sin hacer preguntas con la misma generosidad que siempre había caracterizado sus tratos con su hermano pequeño.

Nunca lo había sabido. Cullen maldijo entre dientes. James había tenido motivos para sorprenderse, sobre todo por su negativa a volver a casa después de aquello. Tampoco había asistido a la boda. Incluso conociendo la verdad sobre los motivos de Victoria, le habría resultado insoportable la idea de verla casarse con su hermano.

Para cuando había entrado en razón y se había dado cuenta de que había hecho el ridículo, su orgullo le había impedido volver a casa. No habría soportado ver a Victoria y recordar al joven inmaduro que la había amado. Durante aquellos años en la Península y después en la embajada de Viena, le habían llegado algunos rumores por los que había sabido que había hecho bien no casándose con ella.

Después, no había vuelto a cometer el error de interesarse por ninguna mujer. Eran juguetes, meros entretenimientos. Evitaba mujeres casaderas como si de una plaga se tratase, ya que le hacían recordar su estupidez. Ahora, después de todo, iba a tener que casarse. Lo haría, pero sus términos, los términos que Victoria le había enseñado tan bien.

Su esposa sería una mujer bonita y rica, y de conducta irreprochable. No estaba dispuesto a encubrir a una prostituta de clase alta como evidentemente había hecho James con Victoria. Tenía que tener un título y si era posible, uno de los más antiguos. De esa manera, habría crecido sabiendo cuál era su deber. Asumiría su rango como una responsabilidad más que como un premio. El acuerdo entre ellos sería de igualdad. Y se aseguraría bien de elegir a una esposa a la que no le gustara flirtear ni atraer la atención de otros hombres. Había aprendido muy bien la lección.

Ahora que había decidido todo aquello, se iría a pasear a Bond Street y dejaría que el mundo viera que había vuelto.

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Se había olvidado de que, Bond Street, podía ponerse así a aquella hora. El sonido de los cascos de los caballos, unido al ruido de las ruedas, era ensordecedor. Parecía que todo el mundo estuviera allí, a las tres de una bonita tarde de primavera. Por un momento, el tiempo dio marcha atrás, como si no hubieran transcurrido aquellos años. Pero, por un detalle en concreto, Edward supo que no era así.

Doce años atrás, habría sido reconocido por un gran número de mujeres, vestidas con sus elegantes vestidos de muselina. Los caballeros también lo habrían reconocido. Probablemente, no habría estado caminando solo. Habría formado parte del entorno, en vez de ser un cínico observador.

En aquel momento, le gustaba su anonimato. Encontraba una extraña satisfacción al observar su mundo, como si fuera invisible a aquellos ojos e inmune a las lenguas viperinas. Se sentía libre para observar, distante de aquel vibrante Londres que pronto sabría de su regreso. Sin duda alguna, en menos de una semana la noticia correría. De hecho, contaba con que lady Esme hiciera correr la buena nueva.

Pasó por delante del hotel Stephens y se preguntó si sus viejos amigos estarían dentro, aunque no tenía interés en averiguarlo. Aquella sensación de ser invisible, era muy placentera. ¡Nadie reparaba en él!

Claro que su sensación de invisibilidad, era pura ilusión. Era imposible que una dama pasara junto a un caballero desconocido de su porte, sin observarlo detenidamente, aunque de manera clandestina. Ninguna miraría con descaro para no ser confundida con una vulgar pícara, pero no se resistirían a echar un vistazo a un hombre tan alto y fuerte, que se movía con la gracia de un felino y vestido con aquella elegancia.

La sensación de invisibilidad continuó, hasta la sala de boxeo Jackson. Podía haber continuado más allá, de no haber sido porque reparó en un nuevo fenómeno. Nunca en sus tiempos de habitual visitante del salón, había visto un perro tan grande sentado pacientemente a la puerta. La criatura era del tamaño de un poni. Y lo que era aún más sorprendente era que, nadie, ni siquiera las mujeres parecían preocuparse por ello.

Uno habría pensado que muchas mujeres se habrían asustado ante el animal, pero la mayoría de ellas pasaba sin apenas reparar en él. Los únicos que se daban cuenta de la presencia del perro, eran los que se paraban para acariciarlo. Aquellas atenciones, eran recibidas con un ligero movimiento de la cola.

Se preguntó de quién sería aquella bestia gris. Debía de ser de alguien muy respetado. A menos que la sociedad londinense hubiera cambiado tanto, sólo había unos cuantos hombres que se atreverían a dejar plantado un perro así, a la puerta de la sala de boxeo e irse tan tranquilos.

Se acercó y aminoró el paso, para observar mejor. Sintiendo su presencia, el perro se giró y lo miró con sus ojos marrones. El rabo permaneció quieto. No había ninguna duda de que sólo un idiota, se tomaría libertades con aquel animal. Lo cierto era que no había nada amenazador en su comportamiento, tan sólo una especie de solemnidad.

De pronto, el perro dejó de prestarle atención. Se había girado hacia la puerta y estaba de pie, meneando el rabo con fuerza.

Ahora vería al dueño, pensó Cullen. La puerta se abrió y un hombre tan alto como él salió a la calle. Era un tipo atlético con el pelo negro y rizado y los ojos marrones. Acarició al perro y luego reparó en Cullen, que lo estaba mirando como si hubiera visto un fantasma.

El hombre se quedó boquiabierto unos segundos y luego una sonrisa de satisfacción alegró su rostro. Extendió la mano y al instante se la estrechó. Sus miradas se encontraron, después de casi ocho años.

- ¡Dios mío, Edward Masen! Todos pensábamos que estabas en Viena, entreteniendo a las damas de la ópera. ¿Qué demonios te trae de vuelta? Aparte de la ópera, claro.

Cullen apenas sonrió ante la referencia a su generoso, aunque escandaloso, interés por aquel tipo de arte.

- No eres quién para hablar, McCarty. Tengo entendido que también tienes toda una reputación con las damas.

- Es agua pasada, Masen. Pero dime, ¿qué te trae…? ¡Ah! Se me olvidaba que debería llamarte Cullen. Hace más de un año que murió tu hermano, ¿verdad?

Cullen asintió.

- Así es. Supongo que debería haber venido antes, sobre todo teniendo en cuenta que soy el tutor de la hija de James. Pero francamente, tengo poca mano con los niños y tía Esme parece tener controlado el asunto. Así que… ¡Viena era más apasionante!

- ¿De veras? —preguntó el conde de McCarty—. Me alegro por ti. ¿A qué te dedicas ahora? ¿Estás ocupado o puedo disfrutar de tu compañía?

- Si prometes mantener mi anonimato, puedes contar con mi compañía el tiempo que quieras.

- ¿Anonimato? —sonrió McCarty—. ¿Quieres decir que, todo un vizconde soltero, se las ha arreglado para recorrer Bond Street, sin que se te hayan echado encima? ¡No pensé que eso fuera posible! —exclamó y comenzó a caminar, con el perro pegado a sus talones—. Ocho años, ¿verdad? La última vez que te vi, fue la mañana en la que dejamos la ciudad de Waterloo.

Cullen asintió, recordando aquel infierno.

- Te vi más tarde aquel día, aunque creo que no estabas en condiciones para poder recordarlo. Whitlock te estaba subiendo a tu caballo. Ninguno de los dos pensamos que sobrevivirías.

McCarty sonrió.

- Todavía tengo a Nero. Ahora, es mi esposa quien lo monta.

Cullen lo miró sorprendido. ¡Su esposa! Nunca habría pensado que su amigo dejaría a una mujer acercarse a su caballo y mucho menos montarlo. Aunque, ¿no había dicho algo tía Esme de que Emmett se había vuelto a casar? Por no mencionar la carta que había recibido de Crowley. De repente, recordó aquella carta.

Te interesará saber que Emmett ha vuelto a casarse. Un matrimonio de conveniencia, un heredero y de pronto, se ha convertido en la pareja más enamorada de todos los tiempos. Whitlock y yo todavía no hemos dejado de reírnos…

Algo así decía el contenido.

- Es cierto. Recibí una carta de Tyler. ¿Es demasiado tarde para darte la enhorabuena?

- En absoluto —dijo su amigo sacudiendo la cabeza—. Si piensas que tres años es demasiado tiempo para darme la enhorabuena, siempre puedes dármela por mis hijos.

- ¿Hijos, en plural? ¿En tan poco tiempo?

- Bueno, son mellizos —dijo algo avergonzado—. Niño y niña —añadió sin poder disimular su orgullo.

- ¡Enhorabuena! —dijo Cullen divertido—. Tan sólo una pregunta: ¿de dónde demonios has sacado a este animal?

- ¿Gelert? Oh, es de mi esposa —contestó McCarty—. Podríamos decir que es parte del acuerdo. Allí donde va ella, él va detrás. Incluso al salón de Lauren Mallory, ¿puedes creerlo?

Cullen se imaginó a aquel enorme perro, en el salón de la reina sin corona de Londres, una mujer que podía destruir las aspiraciones de cualquiera, con un solo comentario. ¡No era posible! Lady Mallory nunca toleraría una cosa así, ni siquiera a la condesa de McCarty.

- Si no tienes otro compromiso —continuó McCarty—, ven a cenar esta noche con nosotros. Jasper Whitlock se está quedando con nosotros y también Alice, la hermana pequeña de Rosalie. No hay problema en hacerte sitio en la mesa, te lo aseguro.

- Si estás seguro de que a lady McCarty no le importará, me encantaría —dijo Cullen.

- A Rose le parece bien todo —dijo McCarty, con una seguridad que su amigo cuestionó.

Por su experiencia, cuando un hombre se casaba, su esposa solía apartarlo de sus amigos.

Continuaron caminando lentamente por la calle, comentando lo ocurrido en los últimos ocho años y riéndose de algunos cotilleos.

- ¿Te estás quedando en la ciudad? ¿Dices, que nadie sabe que has vuelto? —continuó McCarty, mientras pasaban por la biblioteca Hookham.

- Sí —respondió Cullen—. Probablemente organice una cacería en Cullen Place —dijo con una nota interrogante en su voz.

- Estupendo, para entonces estaremos en casa —respondió McCarty—. Los niños son mucho más felices en el campo y Rose y yo, también lo preferimos. Hemos venido para la fiesta que da lady Cope, dentro de un par de días. ¿Por qué no vienes? Estará encantada, de ser la primera persona que te recibe formalmente. No le importará lo más mínimo, que vayas sin haber sido invitado.

- Puede ser divertido.

- Estupendo. Y ahora, cuéntame qué planes tienes.

- Casarme, de acuerdo con tía Esme.

- Enhorabuena —dijo McCarty y enarcó las cejas, sorprendido.

- No te adelantes, todavía no he hecho la pregunta.

- Ah, entiendo.

- Ya sabes cómo son estas cosas. Imagino que volviste a casarte por las mismas razones: motivos de conveniencia y tener un heredero.

- Así fue —convino McCarty—. Pero enseguida me di cuenta de mi error.

- ¿Error? —preguntó Cullen, sorprendido—. Tía Esme parece pensar que, tu entusiasmo por volver a casarte, es ejemplar.

- Fue un error —sonrió McCarty—. Me refiero, a que me equivoqué al pensar que me casaba por conveniencia. Pero ya está bien de hablar de mí. Dime en quién te has fijado.

Cullen se encogió de hombros.

- ¿Acaso importa? Sinceramente, acabo de regresar. Tía Esme vino a verme esta mañana y empezó a enumerarme cuáles son mis obligaciones, al llevar el apellido Masen. Así que estoy buscando una esposa con las siguientes cualidades: educada, de buena cuna y por supuesto guapa. Y con dote. Además, tiene que saber comportarse y ser capaz de llevar una gran casa. Ya sabes, ese tipo de cosas.

McCarty asintió lentamente.

- ¿Es idea de lady Esme todo esto? Me sorprendes.

- No —dijo Cullen, con una media sonrisa, consciente de que sonaba muy calculador—. Es mi propia receta, para un matrimonio soportable.

- Oh —dijo McCarty.

Continuaron caminando en silencio hasta que Cullen habló, con una nota amarga en su voz.

- Sé lo que estás pensando, Emmett, pero aprendí pronto la lección y no tengo ninguna intención de mezclar los negocios con el placer.

- Hay más de una lección que aprender en la vida, viejo amigo —dijo McCarty—. No digo que no fuera bueno que Victoria te enseñara a ser prudente, pero uno no puede dejarse llevar por la suspicacia.

- Si disculpas mi franqueza, Emmett, pensaba que tú más que ningún otro hombre, habrías sido doblemente prudente.

McCarty no parecía ofendido.

- Así fue, te lo aseguro —dijo y se quedó pensativo, antes de continuar—. Eso es precisamente a lo que me refiero. Al principio, ni siquiera supe reconocer que era amor. Y probablemente fue lo mejor, porque habría salido corriendo si me hubiera dado cuenta. Fue como si surgiera. Desde luego que no lo estaba buscando. De hecho, le causé cierto dolor a Rose, mientras trataba de descubrir por qué me fastidiaba tanto.

Cullen seguía sin convencerse.

- Bueno, eso no me pasará a mí. Tengo claro qué clase de matrimonio quiero, así que sentaré la cabeza pensando en lo que es más beneficioso. Venga, háblame de todas las mujeres que hay candidatas a un anillo.

Con una sonrisa resignada, McCarty se quedó pensativo.

- Está la joven Clovelly, bastante atractiva y bien educada. No tiene título, pero creo que los Clovelly apuntan alto. Además, tendría título si su tatarabuela no le hubiera dicho a Carlos II que mantuviera las manos quietas. Aunque si insistes en lo del título, también está lady Tanya Anstey, de la familia Denali. Sin duda alguna hay muchas otras candidatas, pero son las dos que ahora mismo se me vienen a la cabeza y que cumplen los requisitos que has mencionado.

- Preséntamelas —dijo Cullen—. Quiero aprovechar la Temporada para conocerlas y luego invitar a la muchacha y a su madre, a la cacería que te he comentado. Ya sabes, conocerla en las distancias cortas, antes de tomar la última decisión.

- Entiendo —dijo McCarty—. Muy bien. Rose y yo nos ocuparemos de escoger a las damiselas, con mejor educación y dote que se nos ocurran.

Cullen sonrió.

- Tía Esme te estará eternamente agradecida. Sabía que podía contar contigo, Emmett. Si estás seguro de que a lady McCarty no le importará que vaya a cenar…

- Entonces, a las ocho —dijo McCarty—. Ahora, tengo que irme al parque, Edward. ¿Quieres venir y que te presente a Rose?

- No, no —dijo Cullen—. Estoy deseando que llegue esta noche.

Se separaron y Cullen volvió sobre sus pasos por Bond Street. La reacción de McCarty ante sus planes de matrimonio, le había incomodado ligeramente. Emmett nunca le criticaría, pero había dejado claro lo que pensaba del plan de Cullen para contraer matrimonio. Se encogió de hombros. Emmett podía haber tenido suerte con su segundo enlace, aunque se reservaría su opinión hasta que conociera a la segunda lady McCarty. Desde luego, él no estaba dispuesto a correr el mismo riesgo.

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Cullen se presentó en Grosvenor Square a las ocho y fue recibido en la residencia McCarty por el viejo mayordomo.

- Buenas noches, Meadows. ¿Estás bien? —preguntó el vizconde, dándole su abrigo y su sombrero.

Recordaba al viejo de sus días de infancia, cuando solía montar a caballo con Emmett y sus otros amigos, en McCarty Court.

- ¡Edward! Quiero decir ¡milord! Su Excelencia me dijo que vendría un invitado sorpresa esta noche, pero no me dijo de quién se trataba —dijo y su rostro bondadoso se llenó de arrugas al sonreír—. Tenéis buen aspecto, si me permitís el comentario. Seguidme, toda la familia está en el salón.

- Gracias, Meadows —dijo, mientras el mayordomo lo guiaba hasta el primer piso—. Confío en que me anuncies como me merezco.

Meadows abrió la puerta del salón y lo anunció.

- ¡Lord Cullen!

El grupo que estaba frente al fuego se quedó sorprendido, a excepción de McCarty, que estaba disfrutando de la impresión que les había causado a Whitlock y a las mujeres.

Whitlock había cambiado poco, pensó Cullen mientras su amigo se apresuraba a saludarlo.

- Cullen. ¿De dónde sales?

Cullen tomó su mano y la estrechó. No, Whitlock no había cambiado: seguía teniendo una alegre mirada azul y el mismo pelo revuelto.

- Llegué ayer y estuve paseando por Bond Street, sólo para ver si alguien me reconocía. No vi a nadie conocido, hasta que me encontré con Emmett en la puerta del salón de boxeo —dijo y sacudió la cabeza—. Cuánto me alegro de volver a veros a los dos.

McCarty dio un paso al frente.

- Pasa y permíteme que te presente a mi esposa y a mi cuñada.

La extraña nota de orgullo en su voz, hizo que Cullen lo mirara con intensidad. Jasper no había cambiado, pero McCarty sí. La última vez que lo había visto, había caído en una profunda depresión, debido a las infidelidades de su primera esposa. Ahora, volvía a ser el hombre afable que Cullen recordaba en su juventud. La razón no era difícil de encontrar. Rosalie, la condesa de McCarty, era una mujer adorable: sus ojos grises y su cabello moreno rizado, eran sólo algunos de sus encantos. Su expresión transmitía una gran dulzura y una pizca de picardía. Y había algo en sus ojos cada vez que posaba la mirada en su marido, que hizo que lord Cullen sintiera que se le encogía el corazón. Por un instante, se preguntó qué se sentiría al tener una mujer que lo mirara así. Pero enseguida desechó el pensamiento. Él no buscaba amor en el matrimonio. Eso era demasiado peligroso.

Lady McCarty se acercó para saludarlo.

- Estoy encantada de conoceros por fin, lord Cullen. Cada vez que pasamos por delante de vuestra verja en el campo, Emmett recuerda su juventud y las cosas terribles que solíais hacer.

Cullen se inclinó sobre su mano.

- El placer es mío, lady McCarty. Emmett me ha dicho, que no es demasiado tarde para daros la enhorabuena por vuestro matrimonio. Y tengo entendido que ahora es padre. No podéis imaginar lo viejo que eso me hace sentir.

- Creo que en algunos momentos, él también se siente viejo —rió la condesa—. Os presento a mi hermana, la señorita Alice Hale.

Se giró hacia una joven delgada, de rizos oscuros y con los mismos ojos grises y sonrisa amable. Pero si lady McCarty tenía una pizca de picardía en su mirada, aquella muchacha tenía mucho más que una pizca. Parecía estar llena de una enorme energía.

- Tiene que ser muy apasionante estar en el extranjero y sobre todo en Viena. ¡Me encantaría ir allí algún día! —dijo, después de ser presentada.

Habló con ella unos minutos, respondiendo a sus interminables preguntas acerca de la vida en la capital austriaca, hasta que Jasper se acercó para acompañarla a la mesa. Le sobrecogía la complicidad que había entre ellos. Se miraban con gran afecto y, por parte de Jasper, con pasión. ¿Estaría Whitlock pensando en casarse?

Cullen disfrutó mucho de su primer evento social. Le agradó retomar su amistad con McCarty y Jasper Whitlock. Después de tanto tiempo separados, los lazos entre ellos no se habían visto afectados. Ni siquiera el matrimonio de McCarty, parecía haber afectado a su amistad. Era agradable ver que lady McCarty tenía en gran estima a Jasper, tratándolo con gran camaradería. Al final de la cena, el vizconde Cullen sentía envidia por su viejo amigo.

No había ninguna duda, de que el matrimonio de los McCarty era inmensamente feliz. La condesa era encantadora. McCarty era un tipo con suerte, pensó Cullen, mientras el anfitrión no podía dejar de reírse ante el relato de su esposa, sobre lo mal que se había sentido la primera vez que había cruzado el canal.

- El pobre Emmett trató de ser considerado y me sujetó la palangana. Lo que habría estado bien, si no hubiera sido porque no atiné y lo manché todo. No sé quién estaba más molesto conmigo, si Emmett o Fordliam, que tuvo que limpiarlo.

Emmett sonrió, antes de cambiar de tema.

- ¿Deberíamos llevar a Cullen a la fiesta de tía Renata, Rosie? Está deseando volver a aparecer en sociedad, después de su larga ausencia.

Ella sonrió a Cullen, que estaba sentado a su derecha.

- ¿Os importaría acompañarnos? Estoy segura de que a lady Cope no le importará, ¿verdad, Jasper?

- ¡En absoluto! ¡Le encantará llevar la delantera a todas esas solteronas!

- ¿Te estás refiriendo a nuestra apreciada amiga lady Cope como a una solterona, Jasper? —preguntó McCarty divertido—. Qué atrevido, ¿verdad, Alice?

- O estúpido —dijo la señorita Alice Hale, con su habitual inocencia.

Cullen estaba sorprendido. La señorita Alice tenía la costumbre de decir exactamente lo que pensaba. Le gustaba y confiaba en que no hiciera daño a Jasper. Por un par de comentarios que McCarty le había hecho sobre sus propiedades, estaba claro que era una heredera. Por su experiencia, sabía que las herederas no se arrojaban a los brazos de los hijos pequeños, por muy encantadores que fueran.

- Venid —le dijo a Cullen—. Será divertido ver las caras de todos cuando os anuncien.

- ¿Como si fueran las bestias de la Casa de Aduanas, esperando ser alimentadas? —bromeó Cullen.

- Algo así. Me encanta ir allí con Jasper. Pero, ¿os consideráis una presa? —rió Alice.

- Nunca conseguiremos casarla, Rose. ¿Cómo hacerlo cuando se refiere a los candidatos como presas? A los que consigue no asustar, les gana al ajedrez. No nos queda más remedio que meterla en un convento.

Sin avergonzarse, Alice le sacó la lengua, sin dejarse achantar.

- Si Cullen es amigo tuyo y de Jasper, estará acostumbrado a tu estrafalario comportamiento. Además, Jasper me gana al ajedrez.

- Gracias a Dios por ello —intervino Rosalie—. Llevo meses enseñándole.

Cullen dejó McCarty House pasada la medianoche y se fue caminando a su casa. Mientras paseaba, se le ocurrió que quizá debería esperar un poco antes de casarse, para ver si encontraba una mujer a la que amar, pero enseguida desechó la idea. Tenía que admitir que McCarty había tenido suerte y parecía que Jasper también iba a ser feliz, pero se estremeció al pensar en el riesgo que estaba asumiendo. Ya había hecho el ridículo una vez y no quería volver a hacerlo.

Le llevaría tiempo y eso era lo que no tenía. La muerte prematura de su hermano, había puesto en peligro la sucesión. No le había hecho falta la intervención de tía Esme, para darse cuenta de la importancia de su matrimonio. Ahora, era el último de los Masen, excepto por su sobrina, y era su deber casarse para dar continuidad a su apellido. Se casaría por el título y el apellido y sus placeres, los satisfaría fuera del lecho conyugal.

Además, se estremeció al reparar en el daño al que McCarty se exponía. No imaginaba que Rosalie pudiera traicionar a su marido. Eso estaba fuera de toda duda. Incluso su mente cínica lo aceptaba… Pero, ¿cómo sobreviviría Emmett si le ocurría algo a Rosalie? Era mejor protegerse contra ese tipo de dolor. Recordó la agonía del dolor después de Waterloo, tras comprobar cuántos de sus amigos habían muerto. No, era más seguro casarse por conveniencia y buscar otro sitio en el que disfrutar de los placeres. El amor, fuera lo que fuese, era para los demás.

Tres noches más tarde, subía los escalones de la mansión de lady Cope en compañía de los McCarty, de la señorita Alice Hale y de Jasper Whitlock. Numerosas miradas se posaron en ellos y para cuando el mayordomo de Renata Cope anunció su llegada, Cullen estuvo convencido de que había perdido su anonimato.

- El conde y la condesa de McCarty, el vizconde Cullen…

A pesar del potente tono de voz del mayordomo, las exclamaciones y los comentarios, ahogaron el anuncio de la señorita Alice Hale y del señor Whitlock. A ninguno de los dos le importó. Estaban demasiado entretenidos, con el espectáculo de aquella multitud compitiendo por ser los primeros en saludar a la nueva presa, como Alice lo había definido.

La anfitriona fue la primera en darle la bienvenida.

- ¡Edward Masen! ¿Cómo os atrevéis a venir, sin ni siquiera avisarme? Casi me desmayo, cuando he visto a quién tenía Emmett a su lado. ¿Habéis vuelto para hostigarnos? Os advierto que como volváis a empezar una pelea en la ópera, esta vez haré que McCarty y Jasper os echen. Por no mencionar, que haré que Sally Jersey os prohíba la entrada a Almack's.

- Querida lady Cope —dijo Cullen, haciéndole una reverencia al besarle la mano—. Estaba deseando que llegara este momento —añadió, guiñándole un ojo.

- Ya me imagino. Dejad de ser amable conmigo e id a buscar a otra mujer a la que engatusar. Soy demasiado vieja para vuestros trucos.

- Claro que no, milady —protestó Cullen, exageradamente.

- Sois un zalamero, Cullen. Os saco veinte años, si no más.

- Por vos, los daría —le aseguró y sonrió.

Su anfitriona reparó en aquella sonrisa, capaz de enamorar a cualquier mujer incauta. ¡Y sus ojos! Eran suficientes, para provocar palpitaciones a cualquier fémina.

- ¡Por el amor de Dios, Emmett, llévatelo!

- Será un placer, tía Renata —dijo Emmett y se giró a Cullen—. ¿Estás practicando? Estate tranquilo, estás en buena forma.

La velada transcurrió en una nebulosa de música y champán, mezclada con rostros, algunos familiares y otros desconocidos, que se arremolinaron a su alrededor. Cumpliendo su palabra, McCarty había convencido a Rosalie para que le presentara a todas las jóvenes que pudiera. A la mayoría de ellas enseguida las olvidó, incluyendo a la encantadora señorita Clovelly. Encontraba su risa irritante y ni siquiera la legendaria virtud de su tatarabuela, fue suficiente para al menos considerar pasar la vida a su lado.

Lady Tanya Anstey era otro tema. En un principio, Rosalie no se la había presentado, pero su majestuoso carruaje y sus brillantes rizos negros llamaron su atención.

- ¿Quién es, lady McCarty? —le preguntó.

Ella giró la vista en la dirección que estaba mirando.

Aunque no tenía nada en contra de lady Tanya, no le tenía simpatía. Se comportaba con tal seguridad, que Rosalie estaba convencida de que se creía socialmente superior. A pesar de todo, era muy guapa. Aquellos brillantes rizos y su piel rosada, unidos a sus intensos ojos azules y su elegante porte, la hacían destacar.

- Es lady Tanya Anstey —contestó, de mala gana.

Si se casaba con ella, cualquier acto social en Cullen Place sería de lo más estirado y formal, pensó. Las fiestas de lady Denali eran conocidas por el exagerado grado de boato y pomposidad, que las caracterizaba. Lady Tanya parecía deleitarse con ello.

- ¿De veras? —respondió Cullen, mirando a la dama.

Era alta, muy elegante y con un aire de distinción. Supuso que era bonita, aunque lo cierto era que él prefería mujeres menudas y curvilíneas. Se recordó que estaba eligiendo una consorte, una mujer respetable y no debía dejarse llevar por la pasión. Ya buscaría una amante después.

- ¿Podéis presentármela?

No parecía excesivamente interesado, pero Rosalie aceptó. Emmett le había contado, que no estaba buscando una mujer de la que enamorarse.

- Busca una buena dote, que sepa comportarse y que sea bonita —le había dicho, guiñándole el ojo.

Desde luego que tenía todo eso y si Cullen no buscaba un corazón cálido en su esposa, no era asunto suyo.

Con aquella idea en la cabeza, se acercó con Cullen hasta la dama.

- Buenas noches, lady Denali, lady Tanya. Os presento a lord Cullen, quien acaba de volver recientemente de Viena y estaba deseando conoceros.

Cullen saludó con una reverencia a lady Denali y luego a lady Tanya. Ninguna de las damas pareció sorprenderse por su deseo de conocerlas, pero a Cullen no le importó. Era una muestra de la clase de comportamiento y educación, que deseaba en una esposa.

Intercambiaron algunos comentarios sobre el tiempo, el salón abarrotado y la idea de que se siguiera llenando al avanzar la noche. Cullen se sintió impresionado por lady Tanya. Parecía bien educada, con las ideas claras y tenía buena apariencia. Magníficamente ataviada con un vestido azul de seda, que acentuaba sus ojos azul zafiro, era una buena candidata para el puesto que tenía en mente.

De lady Denali no estaba tan seguro. Parecía convencida de su propia seguridad, por no mencionar que era una completa ignorante de todo lo que no fuera Londres.

- Estoy encantada de conoceros, lord Cullen —dijo lady Denali—. Debéis estar contento de volver a Inglaterra, después de tanto tiempo en el extranjero. Habéis debido echar de menos escuchar vuestra propia lengua. Y tengo entendido que el acento en Viena, no es siempre lo que a uno le gustaría.

Cullen se preguntó con ironía, qué idioma pensaba lady Denali que hablaban en la embajada. No había corrido peligro de olvidarse de su propia lengua y, además, cuando una alemana corno la encantadora Lottie le susurraba algo al oído, el único deseo que sentía no tenía nada que ver con el idioma inglés. Desde luego, no tenía ninguna queja del tono que había usado. Enseguida descartó aquel pensamiento.

- Lo mismo digo, señora —convino, educado—. En fiestas como ésta, soy más consciente de lo que me he estado perdiendo.

Qué estupidez acababa de decir, pensó.

De pronto reparó en que la orquesta estaba tocando un vals y sonrió a lady Tanya.

- ¿Me concederíais el honor de un baile? Si no tenéis otro compromiso…

Una joven de la calidad de lady Tanya, debía tener comprometidos todos los bailes, pero para su sorpresa accedió.

- De hecho, será un honor bailar con vos, pero…

Su madre intervino, interrumpiéndola.

- Claro que estará encantada de ser vuestra pareja, milord.

No se percató de la expresión de advertencia que lady Denali dirigió a su hija y de la mirada reprobadora que lady Tanya le devolvió. Sonriendo, le ofreció su brazo y la condujo hasta el centro de la sala.

Rosalie McCarty observó cómo Cullen salía a bailar, con una muchacha que nunca había bailado el vals en público por imposición de su madre, que no aprobaba que inocentes damiselas fueran abrazadas por hombres.

- Nuestro baile, milady —dijo McCarty, apareciendo junto a su esposa—. Edward te ha robado mucho tiempo esta noche. Ahora, ya conoce a unas cuantas jóvenes, aspirantes a convertirse en su esposa.

- ¿Qué haremos si decide casarse con la que está bailando? —preguntó Rosalie, mientras su marido la estrechaba entre sus brazos.

- Resignarnos a las más tediosas fiestas en Cullen Place. Y si lady Denali ha accedido a este baile, me temo que nuestro destino está escrito en lo que a ella se refiere.

Si Cullen quería un matrimonio de conveniencia, era asunto de él. Atrajo a su esposa hacia él y la hizo dar vueltas, tratando de quitarle toda preocupación por los asuntos matrimoniales de Cullen.

Sostuvo la mirada de Rosalie y le susurró algo que la hizo ruborizarse.

Observándolos, Cullen sintió que el corazón se le encogía. Los labios de lady McCarty se curvaron en una adorable sonrisa, mientras parecía derretirse bailando con su marido. La belleza que tenía entre sus brazos era bastante sobria, pero más segura. Aburrida quizá, pero, sin duda, segura.


La historia cuenta con 15 capítulos en total, es preciosa! Voy a actualizar lo más rápido posible, teniendo en cuenta que tengo que subir capítulos de Fix You y terminar la colgada Soul Sister...

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