Disculpen el espantoso retraso. Tomó siglos, pero lo prometido es deuda.
Capítulo 41.
"The Call"
La inmortalidad parecía ser de gran utilidad para los vampiros a la hora de tener que quedarse encerrados en un lugar sin hacer nada, ya que no mostraban ningún signo de impaciencia o evidente aburrimiento. Al contrario de mí, que comenzaba a desesperarme al verme aprisionado entre esas cuatro paredes, sin nada por hacer mas que esperar una estúpida llamada que no llegaba.
Kurt había solicitado a la recepcionista que no enviaran a las mujeres de la limpieza a arreglar la habitación, pues seguía ocupada y no era necesario por el momento. Él y Blaine se turnaban para traerme comida a intervalos regulares, teniendo gran consideración con mi triste humanidad.
Yo daba vueltas por el lugar como si de un león enjaulado se tratase. Sentía que el teléfono cada vez se volvía más y más pesado, como si tuviese vida propia y se mofara de mi desgracia al no sonar ni una sola vez en toda nuestra estadía. No podría soportarlo por mucho más tiempo. Necesitaba ver a Sebastian, o al menos saber que se encontraba bien. Cada segundo acrecentaba mi angustia de manera tortuosa. Me sentía asfixiado, y no tenía nada con qué distraerme allí. La televisión de poco servía.
El sol se extinguió detrás del horizonte, dando por muerta la terriblemente larga tarde que habíamos pasado encerrados en ese lugar. Me dirigí a la habitación, tumbándome en la cama sin más remedio. Maldecía mil y un veces a Sebastian por tenerme en vilo, maldecía a esos estúpidos nómadas por no tener nada mejor que hacer con su tiempo que perseguir a un torpe y aburrido niño humano como yo, y me maldecía a mí mismo por tener tan maldita mala suerte y ser un imán de la tragedia.
¡¿Por qué a mí?! ¡¿La vida no se había burlado lo suficiente de mí con mi condición como para, encima, ponerme en ésta situación tan complicada?!
Kurt me siguió al instante, sentándose grácilmente al borde de la cama, mirando alrededor con las manos sobre su regazo como si casualmente se hubiese aburrido de estar en el saloncito al igual que yo. Eso me hacía cuestionarme seriamente qué clase de instrucciones, exactamente, le había dado Sebastian a Kurt.
Suspiré, mirando al techo, abatido. Estaba demasiado cansado incluso para dormir, y el pánico comenzaba a filtrarse lenta y letalmente de vuelta dentro de mí, escabulléndose de la escrupulosa vigilancia de Blaine ahora que no estaba cerca. Me senté, abrazando mis rodillas contra mi pecho, incapaz de hacer otra cosa que pensar en Sebastian y el resto de los Schuester allá afuera.
- ¿Kurt? – murmuré, temeroso.
El castaño se volvió de inmediato hacia mí, con una suave sonrisa en su rostro angelical.
- ¿Sí?
- ¿Qué crees que están haciendo ahora? ¿Crees que estén bien?
Su sonrisa adquirió un sutil matiz de tristeza ante mi preocupación, y se inclinó ligeramente hacia mí – sin acercarse demasiado – con aires conciliadores.
- Will planeaba conducir al rastreador hacia el norte tanto como fuera posible, y esperar que se acercara lo suficiente para emboscarlo. Nick y Emma se dirigen al oeste, con la chica rubia detrás de ellos, llevándola lo más lejos por el mayor tiempo que se pueda. Si ella deja la persecución, entonces tendrán que volver a Forks con tu padre. Imagino que todo va bien, ya que no han llamado. Eso significa que el rastreador debe estar cerca de ellos.
Asentí, mirándolo aún inseguro.
- ¿Emma estará bien?
- Seguro. – dijo él, sonriéndome con dulzura. – Debió haber regresado ya a Forks para vigilar a Rick. No llamará para no arriesgarnos a que la chica escuche algo, si es que vuelve. Confío en que serán cuidadosos.
- ¿De verdad crees que estén bien? – insistí.
- Thad, ¿cuántas veces he de decirte que no corremos ningún peligro para que finalmente me creas? No te preocupes por eso.
Suspiré, bajando la mirada a mis manos por unos instantes. Sentía la mirada constante de Kurt aún sobre mí. Me atreví a mirarlo de vuelta.
- Kurt… ¿me dirías la verdad?
- Por supuesto. Siempre te la diré, Thad. – me aseguró. Parecía hablar en serio, por lo que asentí y confié en sus palabras, decidiéndome a preguntarle mis dudas.
- Entonces, ¿me dirías cómo se convierte a un vampiro?
Aparentemente, mi pregunta lo tomó desprevenido. Se tensó un poco, parpadeando con sorpresa; luego, frunció ligeramente el ceño, como debatiéndose internamente.
- Sebastian no quiere que te lo cuente. – respondió con firmeza, aunque por su expresión pude deducir que él no estaba realmente de acuerdo con ello.
- ¡Eso no es justo! Creo que tengo derecho a saberlo, después de todo.
- Lo sé. – suspiró.
Intercambiamos miradas durante unos instantes; lo observé, expectante y esperanzado de recibir alguna respuesta favorable. Kurt formuló una mueca, que parecía demasiado tierna en su rostro.
- Se pondrá histérico si se entera que te dije.
- No tiene por qué hacerlo. Esto es entre tú y yo, no es de su incumbencia. – dije. – Por favor… te lo pido como amigo.
Y, sin lugar a dudas, éramos amigos ahora, tal y como él había previsto tiempo atrás. Kurt me inspiraba confianza, y se notaba lo mucho que le importaba Sebastian, por lo que teníamos ciertos puntos en común.
Me miró por un segundo, adoptando un toque de sabiduría en su mirada, mientras parecía decidirse al fin.
- Únicamente puedo explicarte el proceso. – musitó. – No recuerdo cómo me sucedió a mí, no lo he hecho ni tampoco he visto a nadie hacerlo, así que sólo puedo ofrecerte la teoría.
Asentí, escuchando con atención y completo interés.
- Nuestros cuerpos de depredador poseen todo un arsenal de armas, como ya sabrás: tenemos fuerza, velocidad, sentidos muy desarrollados, y eso sin contar las habilidades extrasensoriales que algunos de nosotros poseemos. Además, resultamos irresistiblemente atractivos a nuestra presa, como una flor carnívora.
Me ruboricé un poco al recordar cómo Sebastian había probado ese punto cuando estuvimos en el claro. Kurt esbozó una sonrisa entre divertida y fatídica.
- Tenemos también otra arma de poca utilidad. Somos ponzoñosos. – continuó. – Esta ponzoña no mata, solamente incapacita. Actúa despacio y se extiende por el sistema circulatorio de la víctima, de modo que ninguna presa se encuentra en condiciones de huir o resistirse una vez que han sido mordidos. Pero claro, es un poder inservible cuando no hay presa que pueda escapar realmente de nosotros a corta distancia. Hay sus excepciones, claro… Will, por ejemplo.
- Entonces… si la ponzoña se extiende…
- La transformación toma días en completarse, dependiendo de la cantidad de ponzoña que haya en la sangre y cuándo llegue al corazón. Mientras éste siga latiendo, la ponzoña se seguirá extendiendo, curando y transformando al cuerpo conforme circula. La conversión finaliza cuando el corazón se detiene, pero hasta entonces, la víctima no puede hacer otra cosa que desear la muerte.
Sus palabras se tornaron sombrías al final, y yo me estremecí ante el pensamiento. Kurt me dedicó una mirada apesadumbrada.
- No es lindo, lo sé.
- Sebastian comentó que era muy difícil de hacer… pero no entendí por qué. – murmuré en voz baja.
- Una vez que probamos, o siquiera olemos, la sangre humana… es relativamente imposible parar. Se requiere de una fuerza de voluntad enorme y muchísimo autocontrol. – explicó el castaño. – Así que realmente esto es difícil para todos: nosotros debemos lidiar con el deseo de la sangre, y las víctimas sufren del horrible dolor.
- ¿Por qué crees que no lo recuerdas?
- No lo sé. – admitió. – Se supone que el dolor de la transformación es lo que más se recuerda de la vida humana,… pero yo no logro recordar nada de mi existencia anterior.
Ambos permanecimos en silencio, ensimismados cada uno en sus propias cavilaciones. No pude evitar imaginarme lo tortuoso que debió haber sido para Will convertir a cada miembro de su familia, así como tampoco pude evadir el pensamiento de Sebastian sufriendo del horripilante dolor de la transformación. Mordí mi labio, ansiando más que nunca tenerlo cerca.
Entonces, de manera abrupta, Kurt se irguió y se levantó de la cama de un salto, con los hombros tensos.
- Algo cambió. – declaró, con voz distante.
De inmediato, la figura de Blaine apareció en el umbral de la puerta, mirando a Kurt con consternación. En un parpadeo, ya estaba a su lado, sentándolo de vuelta en la cama e hincándose frente a él. Yo me incorporé también, alarmado. Seguramente había tenido – o estaba teniendo – una visión.
- ¿Qué ves? – cuestionó el pelinegro, mirándolo a los ojos.
La mirada de Kurt seguía perdida en la nada. Me apresuré a sentarme junto a él, de modo que pudiese oír su voz baja y rápida al hablar.
- Veo una gran habitación… hay espejos por todas partes. El piso es de madera… Hunter está ahí, esperando.
- ¿Dónde está la habitación? – preguntó Blaine, serio.
- No lo sé. Aún falta algo, una decisión que no ha sido tomada.
- ¿Cuánto tiempo falta para que eso ocurra?
- Será pronto. Posiblemente hoy o mañana. Está a la espera, y permanece en la penumbra.
Me sorprendía lo monótona que sonaba la voz de Blaine al interrogar a Kurt sobre su visión. Daba la certera impresión de que tenía experiencia lidiando con ese tipo de situaciones.
- ¿Qué hace ahora?
- Está… él ve algo a oscuras… ¿un video?
- ¿Puedes ver dónde se encuentra?
- No… está demasiado oscuro para distinguirlo.
- ¿Hay algo más en la habitación?
- Sólo espejos… Hay un piano de cola… y un gran equipo de música. Colocó el video en un televisor, sobre una mesa negra… – sus ojos se fijaron en el rostro de Blaine, como volviendo a la realidad. – Es ahí donde esperará.
- ¿No hay nada más?
Kurt negó con la cabeza, y ambos intercambiaron una prolongada mirada, inmóviles.
- ¿Qué significa eso? – quise saber.
Blaine se volvió a mí, son seriedad.
- Significa que el rastreador ha cambiado de planes y ha tomado la decisión que lo llevará a la habitación de los espejos.
- Pero no sabemos dónde está.
- No, pero sí sabemos que no lo están persiguiendo en las montañas del norte de Washington. – señaló Kurt, con tono lúgubre. – Se escapará.
Antes de que pudiera decir nada más, ambos vampiros habían salido ya de la habitación, dejándome totalmente confundido.
Me levanté y me asomé por el umbral, buscándolos alrededor hasta que di con ellos en el saloncito. Estaban sentados en el sofá, inclinados sobre la mesa, discutiendo algo. Kurt tenía un lápiz en mano, y garabateaba ágilmente sobre una hoja de papel. Parecía hacer un complicado boceto. Me acerqué para ver de qué se trataba, supuse que era una descripción más gráfica de su visión.
- Es un estudio de música. – dije, al reconocer las figuras vagamente familiares del boceto.
Ambos me miraron, sorprendidos.
- ¿Conoces esta habitación? – cuestionó Blaine, con aparente calma, pero podía percibir algo más debajo de esa máscara de falsa serenidad.
- Se parece a la academia en la que mi madre solía trabajar hace algunos años. La distribución del lugar, y sobretodo el piano, me resultan familiares. – comenté, observando el dibujo de Kurt.
- ¿Crees que es el mismo lugar? – preguntó el castaño, pensativo.
- No lo sé, posiblemente todas las academias de artes luzcan muy similares. No estoy seguro; hace años que no pongo un pie en ese lugar.
- ¿Dónde dices que se encuentra? – indagó Blaine, entornando ligeramente los ojos.
- Estaba exactamente en la esquina de la calle donde vivía con Maura. Después de la escuela, me pasaba la tarde entera con ella allí, haciéndole compañía mientras ella daba clases de música.
- ¿Está aquí, en Phoenix?
- Sí. – asentí, frunciendo el ceño levemente.
Si Hunter iba a hacer aparición en la vieja academia de música, como había visto Kurt en su premonición, entonces eso significaba que estaba más cerca de nosotros de lo que esperábamos. Y más cerca de la que solía ser mi casa de lo que a mí me gustaría. El pánico me invadió.
- Kurt, ¿éste teléfono es seguro? – le pregunté.
- Totalmente. Si intentan rastrear este número, los llevará a Washington.
- Bien. Entonces, ¿podría usarlo para llamar a mi madre?
- Pensé que estaba en Florida.
- Así es. Pero volverá pronto, y no puede estar en esa casa mientras… – no terminé la frase, me estremecí de solo imaginarlo.
No podía permitir que mi madre estuviese expuesta a tal peligro. Si la chica nómada había estado rondando por la casa de Rick y por el instituto, eso sólo me hacía pensar en que pudo haber tenido acceso a mis datos personales. Y de acuerdo con la visión de Kurt, el rastreador estaría a mi acecho cerca de la zona muy pronto.
Al menos podía sentirme tranquilo de que Rick era vigilado continuamente por Emma y Nick, pero… ¿qué había de Maura? ¿Y si daban con ella?
- ¿Conoces su número, o el de su marido? – preguntó Blaine.
- No tienen números fijos, salvo en casa. Mamá revisa siempre si tiene mensajes en la contestadora, o sino es Greg quien lo hace. Si llegan a casa hoy por la noche, como tenían previsto, podrán ver el mensaje y salir de ahí inmediatamente.
Kurt y Blaine intercambiaron una mirada; el castaño parecía interrogarlo con la mirada, dubitativo, como si esperara a que él dijera que no había problema alguno con ello. El pelinegro asintió, finalmente.
- De acuerdo. No creo que cause daño alguno. Sólo asegúrate de no revelar tu paradero, ¿está bien?
Asentí, tomando el teléfono que Kurt me ofrecía, y me apresuré a marcar el número que me sabía de memoria. Aguardé en la línea, mordiendo mi labio inferior con impaciencia, hasta que, después de que sonara cuatro veces, se escuchó la voz despreocupada de mi madre pidiendo que dejara un mensaje. Me adelanté a hablar justo después del pitido.
- Mamá, soy yo, Thad. Necesito que hagas algo por mí, es importante. Llámame a este número cuando escuches el mensaje. – dije. Kurt ya había apuntado en una esquina del papel el número telefónico, que leí cuidadosamente dos veces. – Por favor, no salgas a ninguna parte hasta que hablemos. No te preocupes por mí, estoy bien. No importa lo tarde que sea, llámame en seguida, ¿de acuerdo? Te quiero, mamá. Adiós.
Colgué, una vez concluido el mensaje. Cerré los ojos con fuerza, conteniendo las lágrimas e inhalando hondo, rezando internamente por que oyera mi mensaje a tiempo y no fuera a ponerse en un peor riesgo.
Hubiera deseado poder llamar a Rick también, y pedirle disculpas por lo que le había dicho. Aún me sentía terrible al respecto, y estaba preocupado por él – más por cómo estaría tomando el forzoso abandono. Fui realmente cruel con él. Pero me pareció que sería demasiado pedir; probablemente Blaine y Kurt también necesitaban tener el teléfono disponible para estar en contacto con su familia, por cualquier cosa que surgiera o algún otro cambio de planes.
No dijimos nada más. Kurt me aconsejó que tomara una siesta mientras recibíamos noticias. Y, sin mucho ánimo, pero sin nada mejor que hacer y sintiéndome incapaz de hacer otra cosa que agobiarme por la situación, accedí y me dirigí de vuelta a la habitación.
Un par de horas más tarde, cuando mucho – realmente no fui consciente del paso del tiempo –, una voz melodiosa me sacaba de mis sueños intranquilos, hablándome con suavidad al oído.
- ¿Thad? – Kurt se encontraba sentado a mi lado, en el borde de la cama. – Thad, ¿estás despierto? Sebastian llamó.
Al escuchar esto último, me senté rápidamente en la cama, ocasionándome un ligero mareo debido al súbito movimiento. Kurt esbozó una sutil sonrisa, mirándome.
- ¿Sebastian? – repetí su nombre, aún un poco aturdido y afectado por el sopor del sueño. El castaño asintió.
- Él, Will y Jeff están en camino. Vendrán a recogerte y te esconderán en algún lugar seguro. Llegarán en el vuelo más próximo desde Seattle, al cuarto para las diez, por lo que iremos a recogerlos al aeropuerto. – me informó, a lo que suspiré con alivio genuino.
Luego, miré a mi alrededor.
- ¿Dónde está Blaine?
- Está revisando el perímetro. Fue a darse una vuelta a casa de tu madre, para estar seguros. – dijo Kurt. – No tienes de qué preocuparte, Thad. Él no va a hacerte daño.
- No a mí, tal vez… Pero cazará a todas las personas a quienes amo, Kurt… No puedo permitirlo,… no quiero ponerlos en riesgo a todos ustedes.
El castaño acarició mi mejilla delicadamente, sonriéndome en un intento de reconfortarme, pero podía ver la tristeza detrás de sus brillantes ojos ahora color ámbar.
- Iré a alcanzar a Blaine, revisaremos que todo esté en orden y estaremos de vuelta en unos pocos minutos, ¿está bien? – me dijo, con suavidad. – Por favor, Thad, quiero que te quedes aquí y no salgas a ninguna parte. Te lo pido como amigo.
Bien, ahora estaba empleando mis propias palabras. Pero me parecía bastante justo. No es como si quisiera huir al bullicio de Phoenix, de cualquier forma.
- Está bien. – acepté.
- Bien. – sonrió, asintiendo. – Sé paciente, Thad. Todo esto terminará antes de lo que piensas, créeme.
- Eso espero, de verdad.
Dicho esto, Kurt abandonó la habitación de hotel, saliendo rápidamente al encuentro con su novio. Suspiré, dejándome caer de vuelta en la cama, mirando al techo con gesto pensativo. No podía estar más ansioso y mortificado por todo esto. ¿Qué sería de los Schuester ahora? ¿Estarían bien? ¿Cómo estaba Sebastian? El estrés comenzaba a dañarme los ya atormentados nervios.
Entonces, el tono de llamada del teléfono móvil de Kurt rompió drásticamente el hilo de mis cavilaciones, devolviéndome a la realidad. Me incorporé de un salto y corrí a contestar; fuera quien fuera, era bueno que llamaran. Tomé aire antes de hablar.
- ¿Diga?
- ¿Thad? ¡Thad, hijo! ¿Dónde estás? – era la inconfundible voz de mi madre hablándome del otro lado de la línea, con un predecible tono de pánico. Suspiré.
- Mamá, tranquilízate. Estoy bien. Sólo dame un minuto para explicártelo todo, ¿está bien?
Hice una pausa, pero no obtuve respuesta alguna. Fruncí el ceño, extrañado y sorprendido por ello.
- ¿Mamá?
- Es bueno saber que te encuentras bien, Thad. No ha sido difícil dar contigo, después de todo. – respondió la voz desconocida de un chico, que sonaba encantadora e impersonal, aunque hablaba con prisa. Me paralicé al no saber de quién se trataba. – Ahora, espero que seas lo suficientemente listo como para no decir una sola palabra hasta que haya terminado, o tu querida madre pagará las consecuencias.
Ahogué un gemido de horror. No. No, no, no,… esto no podía estar pasando. ¡Maldición! ¡Era justo lo que temía! La identidad de quien realizaba la llamada me parecía muy clara ahora. Era el cazador. Permanecí mudo, incapaz de articular palabra alguna aunque hubiese querido, aguardando en la línea, aterrado.
- No tengo por qué hacerle daño a tu madre, Thad, por lo que harás exactamente lo que te diga. ¿Hay alguien contigo en donde te encuentras?
- No. – contesté, con un hilo de voz.
- Bien. Esto va bastante mejor de lo que yo creía. Estaba dispuesto a esperar, pero tu madre ha llegado antes de lo previsto. Es más fácil de este modo, ¿no lo crees? Menos suspenso y ansiedad para ti, Thad.
Esperé, apretando la mandíbula para no replicar nada al respecto.
- Escúchame con cuidado, Thad. Necesito que te alejes de tus amigos, ¿crees poder hacerlo?
- No lo sé…
- Es una lástima. Esperaba que fueras más creativo, Thad. ¿Crees que te sería más sencillo separarte de ellos de saber que la vida de tu madre depende de ello?
Cerré los ojos, inspirando hondo y conteniendo las condenadas ganas de llorar y gritar, desesperado. Estaba jugando con fuego, lo sabía. Pero como me lo planteaba, no tenía muchas alternativas. Me tomé unos segundos para asegurarme que mi voz no sonara quebrada al hablar de nuevo.
- ¿Qué quieres que haga?
- Eso está mejor. – dijo él, con una audible sonrisa. – Esto es lo que harás: ¿Recuerdas la bonita academia de música donde aprendiste a tocar el piano? Bueno, quiero que estés ahí en media hora, si de verdad amas a tu madre. Sabré si vas acompañado, así que abstente de hacer algo estúpido que podrás lamentar, ¿quieres? ¿Puedes hacerlo, Thad?
- Sí. – musité, con un nudo en la garganta.
- Muy bien, Thad. – respondió, complacido. – Fue un placer hablar contigo. Y date prisa, por favor. Estoy deseando verte de nuevo.
Y colgó.
Me quedé ahí, de pie en medio de la habitación, helado, con el teléfono aferrado en la mano contra mi oído. Sentí de pronto que me faltaba el aire. ¡¿Qué diablos iba a hacer ahora?!
Sabía que debía ponerme a pensar, pero el sonido de la voz aterrada de mi madre ocupaba toda mi mente. Transcurrieron varios segundos antes de que recobrara el control sobre mí mismo y fuera capaz de respirar nuevamente. Una abrumadora oleada de angustia, desesperación y desasosiego me embargó, torturando mis nervios de por sí atormentados.
La sola idea de dejarlo todo – después de los esfuerzos que los Schuester hicieron por mí –, de entregarme sin más a mi perdición y abandonar a aquellas personas a quienes había conseguido querer tanto provocaba un doloroso vacío en mi pecho, oprimiéndome y asfixiándome con una sombra de nostalgia y pesar que me adormecía.
Por lo menos, podía dar gracias de que Blaine no estaba alrededor para percatarse de mi estado de ánimo y saber que algo andaba mal, ni tampoco Kurt – que seguramente podría percibir que algo había pasado, sin mencionar que pudieron haber escuchado la conversación y alertar al resto de la familia, acrecentando así el peligro que de por sí ya corrían todos por mi culpa.
Sin embargo, sabía que no corría con tanta suerte, y Kurt y Blaine estarían de vuelta en la habitación del hotel más pronto de lo que tendría planeado, por lo que me veía obligado a pensar pronto en un plan para escaparme de mis vigilantes sin ser descubierto. Debía ganar algo de tiempo si me proponía llevar a cabo mi fuga con éxito.
Tenía la oportunidad frente a mí; podía fácilmente salir de la habitación, escabullirme fuera del hotel, tomar un taxi o correr simplemente hacia el lugar acordado para mi temido encuentro con mi predador y listo. Todo habría acabado al instante. Mas sabía que no podía huir así como así. No sólo me irían a buscar, y Kurt probablemente vería mi decisión y harían algo por detenerme, sino que no me sentía capaz de causarle una mayor angustia a Sebastian y su familia. Los había metido ya en este aprieto, los había hecho renunciar a sus vidas recién establecidas, por lo que no podía simplemente irme sin al menos una despedida. Tenía que decir adiós, tenía que hacerles saber que apreciaba su sacrificio, pero que no podría permitir que esta desgracia ocurriera. Era todo por un bien mayor; ofrecer mi vida para salvar la de los demás, primordialmente la de mi madre, si todo era verdad. Cabía la posibilidad de que el cazador estuviese engañándome, pero a estas alturas no podía costear el beneficio de la duda y arriesgar la aún más vida de mi mamá.
Busqué en los alrededores algún papel que me sirviese para dejarle una nota a Sebastian. Milagrosamente, encontré una hoja membretada del hotel en la mesita de la estancia junto a un sobre blanco para postales. Resultaba incluso cómico lo coincidente que era la vida, como si todo formara parte de una trágica obra de teatro y mi destino hubiese sido sellado desde hacía mucho sin que fuese consciente de ello. Tomé un bolígrafo del cajón y me apresuré a pensar en las palabras que quería expresar en aquella carta de despedida. ¿Qué iba a decirle ahora? Seguramente me odiaría por haberle causado tantas molestias innecesarias.
Inspiré hondo y me dispuse a garabatear el mensaje en la hoja en blanco con mi mano temblorosa. Las letras eran apenas legibles, pero procedí.
"Sebastian,
Lamento mucho hacerte pasar por todo esto. Él tiene a mi madre. Voy a darle lo que quiere y terminaré con esto cuanto antes. No puedo permitir que nadie salga herido por culpa mía. De verdad, lo siento.
Aprecio mucho todo lo que han hecho por mí. Dales las gracias a todos de mi parte, sobre todo a Kurt, y me disculpo por causar tantos inconvenientes.
Lo siento tanto. Sé que no funcionará, pero he de intentarlo. Por favor, no lo sigas – sospecho que es lo que quiere que hagas. Te lo suplico, no te pongas en peligro.
Te amo. Siempre.
Perdóname.
Thad."
Conseguí doblar la hojita por la mitad y meterla en el sobre, a la vez que mi vista se nublaba y daba paso a las lágrimas. Era estúpido, realmente estúpido lo que me proponía a hacer, pero ¿qué otra opción tenía? Iba a matar a mi madre cuando a quien quería era a mí, y de ninguna manera dejaría que eso sucediera. Daría fin a esto de una vez por todas.
Dejé el sobre en la mesa, junto al teléfono de Kurt. Mordí mi labio para contener otra ronda de llanto amargo y me puse en marcha. Tomé mi billetera de la mochila que llevaba y me apresuré a abandonar la habitación de hotel antes de que Kurt y Blaine volvieran.
Contesté el teléfono tan pronto como lo sentí vibrar dentro de mi bolsillo, sabiendo perfectamente quién era el que llamaba. Ni siquiera tuve la oportunidad de pronunciar palabra alguna; apenas pegué el auricular a mi oído, las palabras de Kurt provinieron del otro lado de la línea de manera precipitada.
- Thad se ha ido.
- ¡¿ÉL QUÉ?!
Will y Jeff me miraron alarmados, la angustia surcando una línea en el entrecejo del primero. La ponzoña hervía por mis venas, sintiendo que la ira ascendía sobre mí como una ola de lava, incendiando mi pensamiento. Estaba a punto de destrozar el móvil, de no ser porque Jeff rápidamente lo tomó de mi mano y lo sujetó frente a los tres, de modo que pudiésemos escuchar la conversación.
- Blaine y yo asegurábamos el perímetro en casa de la madre de Thad. Lo dejé sólo un momento en la habitación, y cuando volvimos… – Kurt se escuchaba bastante alterado, y tenía motivos para estarlo.
- ¡¿Cómo demonios permitiste que algo así pasara?! ¡Te di una tarea, Kurt! ¡Una maldita tarea!
- ¡Estábamos haciendo lo posible por mantener a Thad a salvo, Sebastian!
- ¡Claramente, no fue suficiente!
- Sebastian, cálmate. – intervino Will. – No le hables así a tu hermano. Él tiene razón, todos hemos estado haciendo lo que podemos.
- ¡Thad se ha escapado, maldita sea! – bramé. – ¡¿Sabes la cantidad de estupideces que ese niño es capaz de cometer andando solo por las calles de esa ciudad?! Conociéndolo, conseguirá que lo maten en menos de un minuto.
- Sebastian…
- ¡Sólo tenías que vigilarlo, Kurt! ¡Demonios, ¿qué tan difícil podía ser eso?!
- ¡De acuerdo! ¡Me equivoqué, ¿sí?! ¡Es mi culpa! – gritó Kurt por el teléfono. – ¡¿Contento?! ¡Eso no va a solucionar nada!
Suspiré, pasando una mano por mi cabello en señal de frustración.
- ¿Hace cuánto que pasó eso? ¿Tienes alguna idea de dónde pueda estar? ¿Has visto algo? – interrogué.
Hubo un breve silencio en la línea que se me antojó eterno, únicamente acrecentando mi desesperación.
- ¡Responde, maldición!
- Dejó una nota. – la voz de Kurt sonaba mucho más moderada ahora, casi queda y vacilante. – Es una carta para ti, 'Bas.
No. No, no, no, no… ¡No, con un demonio! ¡¿Pero en qué estaba pensando?! Cerré los ojos e inspiré hondo, apretando los puños a mis costados con tanta fuerza que Jeff pensó que los haría polvo. Las manos me temblaban, impotente. Sabía que nada de esto terminaría bien, sabía que no debía haber dejado a Thad. ¡Carajo! ¡Lo sabía! Y aun así, había confiado en que este plan resultaría de algún modo y había permitido que Thad se apartara de mi lado. Lo había abandonado. ¡Y ahora estaba a punto de cometer la más grande estupidez de toda la historia!
- ¿Qué fue lo que viste, Kurt? – insistí, mi voz se asemejaba más a un gruñido.
- Era una habitación. Habían muchos espejos. Thad la identificó como la academia de música donde solía trabajar su madre. Creo que se ha dirigido hacia allá. Sebastian, es importante que vengas ahora mismo…
- Bien. Vamos en camino. Asegúrense de que Hunter se mantenga alejado de Thad. – dije con determinación.
- Ese es el problema. – Kurt suspiró. – Thad ha ido a encontrarse con Hunter. Dice que tiene a su madre. No sé cómo consiguió contactarlo, pero lo hizo, y aparentemente le tendió una trampa. El bastardo es más listo de lo que pensamos.
Gruñí y maldije, sintiendo la rabia quemando en mi interior, provocándome el impulso de golpear algo o arrancarme el cabello de un tirón. Me sentía tan… impotente y desesperado.
- ¡Búsquenlo! ¡Encuéntrenlo antes de que vea a Thad y deténganlo! Estaré allí en menos de media hora.
Will colgó el teléfono. No me detuve a pensarlo dos veces ni a consultar nada con Jeff y Will. Ellos me seguirían de cualquier forma. Simplemente corrí. Nada podía importarme ahora mas que salvar a Thad. ¡MALDICIÓN! ¡¿Cómo es que esto se me pudo ir de las manos de esta manera?! Creía tenerlo todo calculado… Pero, por supuesto, pasé por alto lo impredecible que puede ser Thad.
Iba a aniquilarlo. Iba a desmembrar a ese bastardo infeliz. Lo iba a hacer pagar por todo lo que le estaba haciendo a Thad. Iba a encontrar a Hunter Clarington aunque fuese lo último que hiciera y lo iba a asesinar y convertirlo en una maldita hoguera. Si se atrevía a poner un solo dedo sobre mi Thad… si algo le sucedía… jamás me lo perdonaría. Y jamás se lo perdonaría. Acabaría con ese desgraciado y con todo su clan, sin importar qué, lo destruiría y nadie nunca recordaría siquiera su nombre.
No… No podría concebir un mundo en donde Thad no estuviera. Y no podía culparlo por nada. Ni siquiera por hacerme amarlo tanto. Si no lograba mantenerlo con vida… tampoco tenía sentido que yo existiera en este plano. Todo lo que podía hacer ahora era correr. Correr y hacer lo imposible por salvarlo.
Nadie se percató de mi partida cuando atravesé la recepción hacia la puerta, y valoré la ventaja de ser insignificante en situaciones como esta. Salí del hotel, confiado al saber que conocía la zona perfectamente, por lo que sabía a dónde debía dirigirme. Debía tomar un taxi si pretendía llegar a tiempo a la vieja academia de música, puesto que estaba del otro lado de la ciudad.
Para mi sorpresa, no me tomó mucho conseguir que un taxi me llevase hasta la dirección indicada. Era casi medio día, y había bastante tráfico. Sin embargo, la suerte parecía estar de mi lado esta vez – eso, o el destino realmente me quería ver muerto.
El miedo y la dubitación corrían por mis venas, mezclándose con la adrenalina que liberaba mi sistema y siendo opacados parcialmente por la determinación. Hice un esfuerzo por mantener el control de mis emociones. No podía echarme para atrás y mirar desde la banca cómo los demás resolvían el asunto por mí, exponiéndose y arriesgando sus vidas. Tenía que hacer algo, era lo justo. Siempre supe que mi vida acabaría a edad temprana, de todas formas. Era predecible.
Durante todo el trayecto, opté por desviar mis pensamientos de la angustiosa agonía que me provocaba evocar la idea de lo que estaba a punto de hacer, y preferí dejar que mi mente desvariara en una fantasía más alegre. Me puse a imaginar cómo sería mi vida si huyera con Sebastian, si escapáramos juntos a algún lugar lejano – posiblemente alguna residencia en el norte del continente, en Alaska o Canadá quizás –, únicamente nosotros dos. Visualicé un paisaje frío y nevado, una acogedora cabaña en la que habitaríamos juntos, los dos cobijados frente a una chimenea, disfrutando de largas horas de charlas y risas, o bien, envueltos en una guerra de bolas de nieve – que obviamente perdería, pero que prometía ser divertido. Imaginé también estar en la playa con él, su piel destellando bajo los vivos rayos de sol cual diamante, la fresca brisa del mar alborotándonos el cabello, su sonrisa deslumbrante y su rostro perfecto. Era tan vívido el pensamiento que casi podía escuchar su voz. Y, por un momento – a pesar de toda la angustia y tragedia que ocurría a mi alrededor, olvidándome de todo – me sentí feliz.
Parpadeé, sacudido de vuelta a la cruda realidad. Las lágrimas amenazaban con desbordarse nuevamente por mis mejillas. La voz del conductor del taxi había roto la maravillosa burbuja de mi ensoñación al informarme que habíamos llegado a mi destino. Realmente, había llegado a mi destino.
Miré a través de la ventanilla el edificio que se alzaba ante mí; la misma fachada que recordaba de hace años, la pintura ahora deslavada y los cristales empolvados le confería un aspecto casi siniestro. Apenas podía creer que se trataba de la misma academia de música a la que acudía con mi madre cuando era un niño, pero aquí estaba. Pagué el monto al taxista y bajé del vehículo.
Las piernas me temblaban, y tuve el momentáneo impulso de gritarle al conductor que me esperara y trepar nuevamente al interior del taxi cuando escuché las llantas rechinar sobre el pavimento, dando la vuelta y emprendiendo la marcha nuevamente, dejándome atrás frente al edificio abandonado. Tragué en seco, sintiendo como si mi garganta estuviese llena de arena del desierto.
No me sorprendió hallar la puerta trasera abierta, seguramente el cazador la había dejado así a propósito. Era una invitación. También resultó conveniente que no hubiese nadie alrededor a esas horas. No podía darle demasiadas vueltas al asunto; si el cazador estaba aguardando por mí dentro del edificio, seguramente ya me habría escuchado llegar. Había llegado mi hora, era algo inevitable.
El interior del recinto estaba sumergido en la penumbra. Tuve que hacer acopio de todo mi coraje para continuar andando. Me recordé el motivo por el que me encontraba allí, y me apresuré a subir por las escaleras de emergencia hasta el piso superior, donde solía ser la sala de música en la que mi madre impartía sus clases.
¡Oh, mi madre! Debía estar aterrada, y ahora su vida dependía de mí. No titubeé al entrar esta vez, la puerta chirrió al abrirse. La luz se colaba por las ventanas polvorientas, iluminando la habitación parcialmente. Entorné los ojos, mirando alrededor con desesperación, tratando de encontrar a mi madre en alguna parte, pero no vi señales de ella en la habitación. Era probable que estuviese oculta en alguna otra parte, que la tuviese encerrada y amordazada en alguna otra habitación vacía. El piano de cola seguía en su sitio, abierto como si esperase mi llegada igualmente.
El estudio parecía estar vacío. Sólo podía escuchar mi agitada respiración, todo lo demás era quietud y penumbra. El olor a polvo y humedad me picaba la nariz. Mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho, expectante. Era como estar en una película de horror, tan solo aguardando a que mi asesino hiciera aparición. Entonces, percibí un sutil movimiento entre las sombras, y el eco sordo de pisadas sobre la madera vieja del piso. Contuve el aliento, dirigiendo mi mirada en su dirección, atemorizado. He de admitir que no era la idea más brillante de todas, una vez que recapacitaba al respecto, pero era la única alternativa que tenía si quería salvar a Maura.
- Hola, Thad. – la voz tranquila de Hunter me sobresaltó. – Has llegado rápido, estoy impresionado.
- ¿Dónde está mi madre? – pregunté, ansioso. Mi voz había salido apenas como un hilo.
- Tu madre está de maravilla, no tienes que preocuparte por ella, Thad. A menos que no hayas venido solo como te dije, claro.
- Estoy solo. – repliqué.
Y, efectivamente, jamás había estado más solo en mi vida. La poca valentía que me quedaba se debatía entre disiparse y abrir paso al pánico o guardar la fachada un poco más.
Hunter me observaba con escalofriante fijeza, sus ojos negros como el ébano poseían un brillo predador y siniestro en la oscuridad de la habitación. Le sostuve la mirada, negándome a flaquear tan fácilmente. Sabía lo que vendría a continuación, y ya me había resignado a mi cruel destino. Lo había aceptado. No me arrepentía de nada… salvo de no haber podido pedirle perdón a Rick por lo que dije antes de partir. Si tan solo hubiese podido decirle adiós de una mejor manera. Y Maura.
Una sonrisa felina se dibujó en el rostro del cazador.
- Bien. – dijo él, ladeando ligeramente la cabeza. – ¿Por qué no te acercas un poco, Thad?
Tragué saliva, dando un par de pasos hacia el frente, vacilante.
- Vamos. Más cerca. – insistió. – Déjame apreciar ese… delicioso aroma tuyo.
Cerré los ojos, inspirando hondo y atreviéndome a caminar otro tramo más en su dirección, terminando en medio de la sala, frente a la serie de espejos que bordeaba el estudio. Me detuve y encaré al vampiro frente a mí. Hunter caminó hacia mí a paso lento y mesurado, calculador, rodeándome cual buitre acechando a su presa y aguardando el momento justo.
Me paralicé en mi sitio, aterrado, siguiendo con la mirada cada uno de los movimientos del cazador entorno a mí.
- ¿Dónde está mi madre? – repetí, controlando la desesperación en mi voz.
Hunter rio entre dientes, escrutándome de pies a cabeza como si estuviese ideando su siguiente movimiento, sus ojos vivaces e intimidantes sobre mí. Mi pulso comenzaba a acelerarse y las manos me temblaban a mis costados.
- Ingenuo y crédulo Thad. – murmuró en una especie de sonsonete, burlón. – Cuando dije que tu madre estaba perfectamente a salvo, lo decía en serio. Ella no está involucrada en nada de esto. Lamento admitirlo, pero te mentí. – se encogió de hombros, sin el más mínimo remordimiento.
Por supuesto. Debí habérmelo imaginado. Sin embargo, a pesar de lo estúpido e irresponsable de mis actos, de la terrible angustia que me había hecho pasar al pensar que mi madre podía estar en peligro, del hecho de que hube sido engañado y caído tontamente en la trampa del cazador, no podía sentirme enfadado al respecto. En realidad, me sentía aliviado de saber que mi madre no tenía nada que ver ni corría ningún riesgo a manos de Hunter. El resto ya no importaba. Nada más importaba. De una forma y otra, sabía que terminaría en hallándome en esta situación.
Y, aun así, era mejor que las cosas terminaran cuanto antes. Debía acabar con esto.
- No estarás molesto conmigo, ¿cierto? – inquirió Hunter, ladeando la cabeza con fingido aire inocente.
- No.
- ¡Vaya! – sonrió, complacido. – Lo dices en serio. Es curioso. Ustedes los humanos pueden resultar de verdad interesantes. Es una lástima que la cacería haya terminado tan pronto, comenzaba a preguntarme hasta dónde sería capaz de llegar tu clan por protegerte de mí. Admito que estoy algo decepcionado.
Se plantó frente a mí finalmente, a un brazo de distancia cuando mucho, observándome con los ojos ligeramente entornados. Su postura no era amenazante en absoluto, sino casual y confiada. No me sentía tan terriblemente intimidado como habría pensado; Hunter no era tan alto como Sebastian, ni tan fuerte como Jeff, tampoco tenía la mirada altanera de Nick o la expresión imperturbable de Blaine. De hecho, lucía bastante normal para ser un vampiro, con su playera azul de manga larga y sus jeans desgastados. Excepto, claro, de la palidez extrema de su piel, las ojeras bajo sus ojos y el inquietante color carbón de sus ojos – a esta distancia, me era posible vislumbrar un pequeño destello rubí bordeando el iris. Estaba sediento, eso era remarcable.
- ¿No vas a decirme ahora que tu novio va a vengarte si acabo contigo? – aventuró, casi esperanzado.
- Le pedí que no lo hiciera. – admití en un murmullo quedo.
- ¿Y de verdad crees que te hará caso? – bufó, divertido. Se inclinó apenas un poco hacia mí, alzando la barbilla como si olisqueara el aire. Sonrió de manera abrumadora. – ¿Sabes?, realmente admiro su obstinación. Mantenerte con vida, sin ser tentado por ese exquisito aroma tuyo… Mmm. No podría hacerlo.
- Es más duro para él de lo que piensas.
- Lo imagino. Me es bastante difícil contenerme ahora mismo. Tu sangre es… – Hunter dio un paso al frente, y yo cerré los ojos, desviando la mirada como si eso hiciese el proceso más rápido. –… embriagante. – concluyó la frase, mas no sentí su ataque. Sin embargo, no me atreví a mirar. Sabía que estaba demasiado cerca de mi fin ahora. No había marcha atrás. – Esto ha sido demasiado fácil, demasiado rápido, Thad. Lo has hecho todo demasiado simple… – sentí su frío aliento rozar mi mejilla a continuación. Me congelé, conteniendo el aliento, aterrado. Mi corazón latía tan fuerte contra mi pecho que estaba seguro de que Hunter también lo escuchaba. Sus siguientes palabras fueron un vago susurro a mi oído, helándome la sangre. – Voy a tener que divertirme contigo un rato más para compensarlo.
Esperé un segundo a sentir el golpe de gracia, pero no llegó. Abrí los ojos, ajustándome nuevamente a la escasa luz que iluminaba la habitación. Hunter ya no estaba cerca de mí, sino al otro lado del lugar, colocando algo sobre el hermoso y polvoriento piano de cola que solía tocar cuando era niño. Entorné los ojos, horrorizado al darme cuenta de que se trataba de una videocámara gracias al parpadeo de la luz roja que indicaba que estaba grabando.
Antes de que fuese capaz de articular interrogante alguna, Hunter ya se había vuelto hacia mí, caminando con despreocupación a paso humano – que era considerado, de alguna manera, u osado. Me miró con una sonrisa ladeada en el rostro.
- Verás, Thad… No tienes que tomártelo personal, todo esto es por Sebastian. – admitió, indiferente. – Dudo que se resista a darme caza cuando vea esa cinta. Será un obsequio de mi parte. No quiero que se pierda de nada de lo que hagamos, ¿sabes?
Fruncí el ceño, sintiéndome impotente y estúpido.
- No te culpes. Has resultado un factor bastante oportuno, Thad. No eres más que un simple humano que, para tu desgracia, estaba en el sitio equivocado, en el momento equivocado y, me atrevería a decir, con la compañía equivocada.
Dio otro paso más hacia mí, quedando a la misma distancia que antes, sin darle la espalda completamente a la cámara, como haría un actor de teatro hacia el público. Lo miré con desprecio. Definitivamente no había previsto nada similar. Hunter había resultado ser más astuto y diabólico de lo que me había imaginado. Y solamente me había usado para llegar a Sebastian. Por supuesto que nada especial había en mí para llamar su atención. Había sido un completo estúpido.
- Antes de comenzar, me gustaría hacer una breve introducción, si no te molesta. Voy a contarte una bonita historia familiar. Bueno… no tan bonita.
Lo seguí con la mirada, expectante, sintiendo que mis nervios se crispaban a la vez de que él daba vueltas a mi alrededor para conferir un efecto dramático al asunto, como acechando. Tragué saliva y me esforcé por respirar adecuadamente.
- Es algo que me gustaría restregarle en la cara a tu novio un poco. Tenía la solución al problema frente a sí todo este tiempo, y honestamente temí que se diera cuenta de ello y arruinara toda la diversión. – narró, de manera informal. – Oh, sí, sucedió una vez hace siglos. La primera y única vez que se me ha escapado una presa.
" La elección que tu amado Sebastian ha sido demasiado débil para llevar a cabo fue tomada por la dulce vampiresa que tan neciamente se había encariñado con la insignificante presa que perseguía entonces. Cuando la mujer supo que iba detrás de su protegido, lo sacó del sanatorio mental donde ella trabajaba – créeme, hasta la fecha, no comprendo la obsesión de algunos vampiros por los de tu especie – y lo salvó de la única forma viable que tenía. La pobre criatura ni siquiera notó el dolor de la transformación; había pasado demasiado tiempo encerrado en el agujero oscuro de su celda. Cien años antes, lo habrían quemado en la hoguera debido a sus visiones, pero en el siglo XIX te llevaban al psiquiátrico y te administraban crueles tratamientos de electro-choques.
" Cuando abrió los ojos revitalizado y fortalecido con su nueva juventud eterna, era como si viese el sol por primera vez. La piadosa mujer lo había convertido en un nuevo y poderoso vampiro, de sorprendente habilidad, pero entonces yo ya no tenía incentivo alguno para tocarlo. – Hunter suspiró. – En venganza, maté a la mujer.
- Kurt. – murmuré sin aliento al comprender el relato.
- ¡Exacto! Tu singular amiguito. Fue una sorpresa para mí verlo en el claro con los de tu dichoso aquelarre. Supuse que obtendrían alguna ventaja de esta experiencia. Es la única víctima que ha conseguido escaparse de mí, y ha sido todo un honor, a decir verdad. – cerró los ojos un momento, apenas un segundo, evocando la memoria. – Oh, tenía un olor delicioso. Aún lamento no haber podido probarlo… Pero, no te sientas celoso, Thad; tu aroma es bastante peculiar y apetecible. Supongo que será como saldar la cuenta contigo. – sonrió, acercándose un paso más hacia mí.
El oxígeno escapó de mis pulmones al momento en que vi que dirigía una mano hacia mi rostro. No tuve oportunidad de retroceder ni siquiera estremecerme. Su fría palma se posó sobre mi mejilla, acariciando vagamente mi pómulo con el pulgar. Luego, deslizó su mano hasta mi cuello, rozando con las yemas de sus dedos mi acelerado pulso. Quería correr, quería gritar y huir de ahí en ese momento, pero mi cerebro estaba paralizado por el miedo. Las rodillas me temblaban, y era incapaz de mover un solo músculo. Simplemente aguardé, con horror.
Se inclinó sobre mí, acercando su rostro peligrosamente con expresión sombría. Trazó con la punta de su nariz la línea de mi mentón, inhalando el olor de mi sangre con deleite, tentando sobre la piel de mi garganta. Ahogué un gemido horrorizado cuando sentí que sus dedos aplicaban presión entorno a mi cuello, lo que le hizo esbozar una amplia sonrisa de satisfacción. Escrutaba mi rostro con curiosidad, como adivinando mi siguiente reacción. Presionó el pulgar de la otra mano sobre mi labio inferior casi con delicadeza, pensativo.
- Apuesto a que Sebastian es del tipo celoso, ¿no es así? – insinuó con malicia, a la vez que su mano dejaba de hacer presión en mi garganta para juguetear con el cuello de mi camisa, su sonrisa se ensanchó de manera escalofriante al percibir el terror en mis ojos.
Lo supe entonces. El final rápido que había esperado para mí jamás llegaría. Hunter tenía otros planes conmigo. Lo haría un proceso lento y doloroso. No le bastaría con haber ganado, sino que montaría un espectáculo para torturar a Sebastian. Y sentí que colapsaría en ese mismo instante por estrés.
Me aparté de un salto, con el renovado impulso de salir corriendo de allí cuanto antes, siendo presa del pánico. Apenas hube dando un paso hacia la salida de emergencia cuando sentí un golpe demoledor impactarse contra mi pecho y me fui proyectado hacia atrás con violencia, hasta oír el crujido del cristal al estallar cuando mi cuerpo se estrelló contra los espejos. Mi vista se nubló por un instante, y parpadeé repetidamente, tratando de enfocar. Me encontré rodeado de trozos de cristal. Estaba tan aturdido y aterrado que ni siquiera fui consciente del dolor. No era capaz de respirar siquiera, el aire había abandonado mis pulmones por el golpe.
Se acercó despacio, como admirando su obra.
- Esto le dará un efecto dramático, sin duda. Por eso escogí este lugar. Es perfecto para la ocasión, ¿no lo crees? Excitante.
Lo ignoré, tratando inútilmente de arrastrarme a gatas hacia la otra puerta, haciendo caso omiso al zumbido de mi cabeza. Hunter se abalanzó sobre mí y atizó una patada a mi muslo con devastadora fuerza. Oí el espantoso chasquido del hueso al romperse antes de sentirlo, pero justo después vino la aplastante ola de dolor y no pude reprimir el grito agónico aunque hubiese querido. Me retorcí para sujetar mi pierna, gimiendo adolorido. Él se acuclilló junto a mí, con una sonrisa cínica.
- ¿Sabes? Realmente no comprendo lo que Sebastian vio en ti, esta obsesión suya… Es decir, eres bonito y todo, pero terriblemente frágil y débil. No hallo otro motivo para insistir tanto en mantenerte con vida si no te veía como un potencial aperitivo. ¿Le confiere algún tipo de sentimiento de poder protegerte? ¿Es acaso una extraña fantasía suya? Si no lo conociera, diría que es un gran pervertido. – dijo con sorna.
Gruñí por lo bajo, tratando de soportar el dolor en mi muslo. Apreté los labios para ahogar los gemidos agonizantes, rehusándome a servirle de espectáculo. Se inclinó hacia mí, sonriente.
- ¿Te gustaría reconsiderar tu última voluntad? – me preguntó con irritante amabilidad, haciéndome rechinar los dientes debido a la impotencia.
Posó su mano sobre mi pierna herida en un pestañeo, presionando sobre el hueso. Emití un alarido que me desgarró la garganta, sintiendo las lágrimas agolparse bruscamente en mis ojos.
- Espero que hayas pensado en tu discurso de despedida. ¿Aún insistes en que Sebastian no venga a buscarme? – bufó.
- ¡Maldito bastardo, deja a Sebastian en paz! – gruñí ultrajado, mi voz brotó ronca y ahogada debido al dolor.
La sonrisa desapareció de su rostro. Acto seguido, recibí un devastador impacto en la cara que me arrojó contra una de las columnas de azulejo que sostenían el techo de bóveda de la habitación. Por encima del dolor de la pierna, sentí el filo de la esquina de la columna surcar una grieta en mi cuero cabelludo. Al instante, una marea de líquido caliente comenzó a extenderse por mi pelo a una velocidad alarmante escurriendo por mi nuca y sienes. Noté cómo me empapaba el cuello de la camisa y escuché el goteo sordo sobre el viejo piso de madera. Se me hizo un nudo en la boca del estómago a causa del dolor punzante, y mi visión se tornaba nebulosa y desenfocada.
Los penetrantes ojos de Hunter, que antes habían mostrado simple interés, ardían ahora con impetuosa necesidad. La sangre, que se extendía en un pequeño charco a mi alrededor y mojaba mi camisa, lo estaba enloqueciendo de sed. La esperanza parpadeó con un moribundo fulgor en mi interior al comprender que mi fin llegaría más pronto de lo que él habría tenido en mente con anterioridad, no podría contenerse por mucho más tiempo.
Suspiré. Mis ojos comenzaban a cerrarse, la penumbra se colaba por los bordes de mi campo de visión como una bruma densa. Mi consciencia se drenaba junto con mi sangre. Sólo podía esperar que acabara con mi latente agonía de una vez por todas.
'Sebastian… perdóname.'