Kuroshitsuji II © Yana Toboso

xxxHOLiC Rou © CLAMP

Advertencia: Esta es una historia secuela y crossover entre Kuroshitsuji II & xxxHOLiC

Aclaración: Las personalidades de los personajes pudieron ser modificadas para adaptarlas a la idea del autor. Violencia. Relación adulto-menor. Uso de OC.

Diálogos—

[Notas de Autor]

(notas del texto)

De antemano gracias por los reviews.

The Dark Crow Smiles

¿De dónde viene la maldad? ¿Acaso nace de la más grande agonía? ¿Qué es la maldad? ¿Qué son aquellos seres solitarios llamados demonios? ¿La maldad es sinónimo de la oscuridad? Desde que tenía memoria, la hija de Astaroth, Principia, conocía a esos dos, eran sus mejores amigos. Ella no sabe cómo nació pero se percato que al llegar a este mundo fue criada junto con esos dos en casa de Mefistófeles, el gran maestro que los ha protegido desde entonces. Cuando crecieron, sus caminos se separaron, pero ella siempre aguardó a que éstos se cruzaran de nuevo… pero el destino tenía un plan diferente.

Una densa bruma los acompañó todo el camino, bajo sus pies rocas afiladas marcaban el sendero, fuera de él sólo existían almas en pena, o lo que quedaba de ellas, entes reducidos a una asquerosa existencia. El demonio más viejo llevaba en brazos a quién sería su amo por el resto de su vida, después de haberse despedido del mundo mortal descendieron juntos al Chikai, Sebastian Michaelis sabía exactamente a dónde ir. Un enorme castillo de estilo gótico estaba erigido en la colonia al final del camino, cuando los dos demonios llegaron, Sebastian llamó a la puerta, y fue atendido por una mujer joven de tez clara, cabellos rizados pelirrojos y vestida como una ama de llaves cualquiera.

—Bienvenido a- — pero antes de completar su frase, Sebastian la miró fijamente.

—Deseo ver al dueño de ésta casa— dijo Sebastian respetuoso, la joven se mostró consternada pero decidió seguir el juego.

—Adelante, en seguida llamaré al señor amo— con aquel gesto dejó que ambos pasaran, la muchacha se percató de la presencia del demonio, era relativamente un bebé comparado a ella o esa otra persona.

En realidad, la joven mucama conocía muy bien a Sebastian desde antes de que él tomará ese nombre. Los demonios no son tan diferentes de los humanos, en su propio medio ellos se mueven bajo jerarquías y status, el dueño de aquél enorme edificio era uno de los más poderosos y galantes, además de poseer gran fama, su nombre...Mephistopheles. La verdadera apariencia de un demonio puede ser perturbadora a la vista humana, pero un buen ser de la oscuridad es un genio del disfraz, así que la mayoría del tiempo el poderoso Mephistofeles luce como un hombre cortesano, con su ropa oscura, siempre llevando una capa consigo y su cabello algo largo e igual de oscuro que sus trajes así como sus ojos, era como una enorme sombra. Bajo el techo del castillo se educaron a tres poderosos demonios, Principia la poderosa hija de Astaroth, *** un joven talentoso y **, otro muchacho que era hábil. Lo dicho, las relaciones entre demonios no difieren mucho de las humanas, así que aquellos jóvenes demonios con la apariencia de niños crecieron juntos construyendo un lazo de amistad, Principia siempre cuidaba al más pequeño de los dos varones de su otro compañero pero la gran mayoría del tiempo los tres eran grandes amigos; uno de esos niño-demonio era 'Sebastian' por eso no fue sorpresa cuando, de lo más alto de la gran escalera se escucharon unos pasos, unos enormes tacones eran la fuente de aquel sonido.

Una bella dama de cabello castaño y tez oscura, un tanto bronceada ataviada como una princesa victoriana descendía de las escaleras, como en una escena romántica de algún escritor inglés, ella se aferró al cuerpo del demonio-mayordomo, no prestó atención a nada más, lucía radiante y feliz.

—Has vuelto, vuelto... Sabía que volverías— exclamó muy contenta pero Sebastian permaneció inmóvil.

—Señorita Principia... No, no- no debe de acercarse a desconocidos— comentó la muchacha intentando rescatar la situación, su joven amo no lucía feliz.

—¿Extraño?— exclamó sin comprender, —pero claramente él es... — e igual que la vez anterior, antes de que aquel nombre saliera de sus labios, él se deshizo del agarre.

—Lo siento madame, yo sólo soy un mayordomo— explicó el caballero con una reverencia, —Mi nombre es Sebastian Michaelis y vengó humildemente en busca del señor Mephistopheles para pedirle tomé a bocchan bajo su instrucción— agregó sin cambiar de postura. La joven morena dio un paso hacia atrás, era claro para sus ojos cual era la identidad de esa persona frente a ella pero no podía comprender porque mentía, fue cuando sus ojos se posaron en el más joven de la sala, un nuevo demonio; tan rápido como pudo, gracias a su herencia, pudo mirar dentro de ese pequeño cuerpo y leer todas sus memorias... el dolor, la traición, la sed de venganza, la confusión, todas esas emociones mezcladas con un trato irrompible, eterno.

—¡NOOO!— gritó Principia desesperada, su gesto humano cambió a uno más bestial.

—¡Señorita!— exclamo la joven ama de llaves con temor al ver como su señora se lanzaba sobre el joven invitado, pero antes de que Principia tocará al menor, Sebastian la detuvo.

—¡Suéltame!— se quejó ante el agarre, pero el azabache no obedeció.

—No puedo soltarla porque intentará dañar a bocchan, cosa que no puedo permitir— aclaró el mayordomo con una sonrisa, Principia se rindió.

Indignada subió las escaleras ruidosamente desapareciendo en alguno de los tantos pasillos, la joven sirvienta dio un enorme respiro, ahora estaba más tranquila, sin más preámbulos, pidió a Sebastian que lo acompañará, ella dio un aplauso que hizo eco en las viejas paredes de piedra y otra joven como ella, idéntica de rostro, apareció.

—Idina... lleva por favor al joven al estudio— la muchacha hizo una reverencia y obedeció. Con un gesto de cortesía se presentó ante su invitado, él la siguió sin preguntar.

—Gracias, Alarnia— expresó Sebastian cálidamente, la pelirroja se estremeció.

—No agradezca nada mi señor, sólo soy una servidora de ésta casa y qué clase de ama de llaves sería si no puedo ni siquiera proteger las mentiras de mi amo— índico la joven mientras ascendían por las escaleras, Sebastian rió por la bajo, algunas cosas que utilizó como mayordomo las imitó de Alarnia e Idina, las gemelas demonio que atendían aquel recinto desde tiempos inmemoriales.

La identidad del joven demonio no es un secreto para el lector, la tragedia que marcó el destino de Ciel Phantomhive concluyó en una fatídica ironía, un demonio con alma humana. Ciel no hizo muchas preguntas, en su nueva condición decidió que Sebastian era quién debía tomar la iniciativa, entonces fue cuando comentó sobre alguna clase de entrenamiento para mejorar sus habilidades recién adquiridas, el pequeño estuvo de acuerdo. Ciel estaba satisfecho de la manera en que Idina lo atendía, así que se atrevió a hacer una única pregunta.

—¿Quién es Principia?— exclamó al ver que tenía cerca a la mucama, ella lo observó un momento antes de hablar.

—Principia, hija de Astaroth, ha vivido largo tiempo en este castillo, es una poderosa demonio, joven invitado— respondió Idina con la mirada baja mientras se dedicaba recoger las migajas de los bocadillos recién devorados por el menor.

Ciel no volvió a preguntar nada más.

Una delicada mano tocó suavemente a la puerta de la habitación principal, era otro estudio mucho más grande y tenebroso comparado a dónde Ciel se ubicaba ahora, ese sitió pertenecía exclusivamente al dueño del castillo.

—Adelante— se escuchó del otro lado de la puerta, Alarnia abrió la puerta en un sólo movimiento, con elegancia hizo una reverencia para ceder el paso a Sebastian, él agradeció el gesto con un movimiento de cabeza.

Mephistopheles estaba postrado en una enorme ventana del castillo, lucía melancólico, estaba rodeado de una parvada de cuervos demonio, no se giró a ver a Sebastian, tampoco lo recibió como a un hijo pródigo o de forma entusiasta como lo hiciera Principia hacía un rato. Sebastian podía ver el conflicto de emociones reflejado en aquellos ojos oscuros.

—Tú eras igual a ellos... — comentó acariciando a uno de los cuervos, —pero ahora, incluso ellos están en mejor posición que tú— agregó mirando al horizonte.

—Mi señor yo...— exclamó Sebastian pero se detuvo al ver que aquella bestia con forma humana por fin le observaba.

—Sé las razones de tu regreso, así que no debes de explicarme nada más hijo— explicó Mephistopheles haciendo gracia de su misticismo, Sebastian sonrió, aquel ser que lo crió seguía siendo igual de magnificó como la primera vez. —Pediré a Principia que se encargué del joven novato— comentó un tanto divertido, Sebastian no se atrevió a contradecirlo, más que temor le provocó algo de comicidad el tener que ver como su bocchan iba a enfrentar el carácter de la morena. —Ahora vuelve a dónde tu joven amo para notificarle la noticia... — indicó el mayor, Sebastian obedeció, pero antes de irse, Mephistopheles lo sostuvo entre sus brazos, aquel gesto sorprendió al mayordomo.

—...Corvus...— el nombre prohibido salió de los labios de su mentor.

Sebastian seguía siendo el perfecto mayordomo ante Ciel, algo que el menor disfrutaba sobremanera, su lado oscuro deseaba humillar a Sebastian por llevarlo hasta aquel final, entre tanto el mayordomo jamás se quejo. En cuanto el azabache apareció, dio la noticia a su bocchan sobre el entrenamiento, Ciel no parecía contento de que Principia fuera su mentora, después de todo ella intentó asesinarlo en cuanto lo conoció, sin embargo no había muchas opciones.

Idina fue la encargada de llevar la noticia a la joven Principia, ella estaba enfurruñada en cama balbuceando cosas en contra de su amigo de la infancia e incluso de Alarnia que se volvió cómplice de aquella persona para burlarse de ella. La gemela pelirroja índico a Principia que el señor de la casa deseaba una audiencia con ella en el estudio principal, claro que la morena no estaba de humor pero jamás se atrevería desobedecer a su mentor. Principia se retocó un poco el cabello así como sus ropas antes de ir a ver al señor de la casa, cuando estuvo satisfecha de su apariencia corrió con sus ruidosos tacones haciendo eco por todo el lugar hasta encontrarse con Mephistopheles.

Principia ni siquiera tocó la puerta, ella se adentró a la habitación abriendo ambas puertas, algunos hábitos son difíciles de superar. El mayor sonrió melancólico, aún después de siglos podía imaginar a sus tres pequeños corriendo en el castillo, por un momento vio en reflejada en Principia aquella niña caprichosa.

—Me ha dicho Idina que deseaba hablar conmigo— dijo Principia tomando asiento frente al enorme escritorio, Mephistopheles se encontraba del otro lado con un gesto serio.

—He decidido que serás la mentora de nuestro joven invitado— expresó el mayor, la reacción no se hizo esperar.

—¡¿QUÉ?!— gritó Principia sin decoro, —¡No! ¡No aceptó eso!— agregó indignada, no quería involucrarse con aquél chiquillo.

—¡Es una orden, Principia!— exclamó el su mentor levantando la voz, Principia se estremeció de la sorpresa, tragándose su orgullo, no dijo nada más sobre el asunto, furiosa azotó las puertas cuando salió de la habitación expresando un poco su inconformidad.

Principia murmuró todo el camino de regresó a su habitación, tenía muchas quejas en su mente, cosas cómo porque no era 'Sebastian' el encargado de aquel mocoso, porque ella fue la elegida, si el único sentimiento que tenía hacia el joven Phantomhive era un odio natural por haber atado a su amado amigo por toda la eternidad, entonces lo entendió, si quería cobrar venganza por aquel acto cruel debía entrenar al muchacho hasta volverlo un digno amo para su compañero de juegos.

Ciel abrió los ojos un poco cansado, era extraño no ver la luz, en aquel lúgubre lugar no existía algo tan milagroso como un rayo luminoso, además que hacía mucho tiempo que no había visto a Sebastian, era claro que lo abandonó, en realidad fue acordado, Ciel debía acoplarse a Principia, para lograr ese objetivo el mayordomo demonio se alejó de él, aquellos momentos entre el sueño y la realidad era cuando Ciel sentía un poco la soledad de no tener a su fiel sirviente a su lado. Principia era una mujer difícil, era aún mucho más estricta con Ciel a comparación de Sebastian, no le perdonaba ni un error. Durante los primeros días la joven morena se dedicó a fastidiar al pequeño de una y mil formas, en el tiempo en que Ciel despertaba ella tenía la costumbre de llegar azotando la puerta, ese día no era la excepción.

—¡DESPIERTA!— gritó Principia entusiasta, Ciel refunfuño por lo bajo.

—Estoy despierto— índico él un poco harto, ella se molesto.

—Eso puedo ver, ahora anda, vístete rápido porque vamos a salir a un lugar especial— índico Principia saliendo del cuarto.

—¿Ah?— exclamo el menor un tanto confundido.

Ciel no se vestía sólo, por aquella razón en algunas ocasiones era auxiliado por alguna de las gemelas pelirrojas, esa vez fue el turno de Idina. En cuanto Ciel estuvo listo se encontró en el jardín con Principia. El jardín era un sitio deprimente, cubierto de flores funerarias de colores tristes y opacos, éste se encontraba cercado por un muro de piedra que no era muy alto.

—Ven, sígueme— señaló la morena andando por un sendero en el jardín cerca del muro, ella lució un poco de rebeldía y subió al muro de un saltó, así caminaron por un rato acompañados de la neblina.

Un silencio sepulcral los acompañó durante su paseo, Ciel no deseaba quejarse de algo o le iba a pesar, entre tanto espero a que su mentora abriera la boca. El joven se dedicó a mirar a su alrededor, por extraño que parezca comenzó a notar que las siluetas del jardín se desvanecía con la niebla cambiando ante sus ojos, así mismo dentro de su cuerpo empezó a sentir una terrible pesadez, como si no pudiera respirar...

—Ridículo, ¿no?— exclamo Principia al mirarlo un momento, él se sorprendió bastante. —Si vas a decir que leo la mente no es así— corrigió la dama ante la cara atónita de su pupilo. —Eso que sientes es tu alma humana atrapada en tu cuerpo demoníaco— comentó la morena, Ciel se llevó una mano al pecho. —Justo ahora estamos en el mundo de los mortales, los humanos— señaló Principia abriendo sus brazos orgullosa.

—¿Por... qué?— exclamó Ciel jadeando.

—Un demonio sobrevive alimentándose de las almas atormentadas de los humanos— dijo Principia a modo de introducción.

—Eso... ya... lo...sabía— se quejó Ciel casi sin poder respirar.

—Un demonio no podría sobrevivir sin eso— continuó la joven ignorando la interrupción del mocoso, —la única manera de sobrevivir en el mundo humano es consumiendo almas, y para eso existen dos métodos...— alargó su mano hacia a Ciel señalando con dos dedos, —la primera es a la fuerza— agregó tocando uno de sus dedos, —la segunda es con un contrato— dijo al mismo tiempo que señalaba su otro dedo, Ciel abrió los ojos asombrado. —La primera es fácil de adivinar... asesinar— e hizo un ademán como si se decapitara ella misma, —la segunda, la conoces muy bien... — esta vez su enorme dedo, que ahora poseía una gran garra larga señalaba el ojo de Ciel, —si un demonio hace un contracto con un humano su estadía en este mundo se incremente aunque sus poderes se debilitan pero, al cosechar el alma del contrato sus poderes aumentan... ese el fin para el humano— explicó Principia sin dejar de mirar fijamente al pequeño. Ciel lucía consternado, conocía perfectamente la mecánica de un contrato con un demonio, él mismo es parte de uno.

Principia bajó del muro para ahora caminar junto a Ciel, ella le pidió que lo siguiera, eso hizo, los dos jóvenes caminaron por los callejones de la ciudad hasta encontrar una ventana, en ella podía verse la luz de una fogata encendida especialmente para una pequeña, la dulce niña estaba sentada mirando el fuego, estaba vestida de negro, algo inusual para su corta edad, su cabello dorado brillaba más con la luz de las llamas. Ciel no comprendía porque su mentora lo arrastró hasta aquel sitio. Lo único que ambos hicieron fue mirar a la niña, Principia lucía un gesto extremadamente serio.

«Morir...»

En el silencio se escuchó un murmuró, una pequeña voz, Ciel pudo escucharla claramente, entonces la súplica se hizo cada vez más fuerte llenando cada rincón de su cabeza, ese lamentable sonido comenzaba a perturbarlo, entonces Principia sonrió, no era una sonrisa amable sino una llena de crueldad.

—Puedes escucharlo... — dijo con un tono macabro, —es el sonido de la miseria, la frustración, —explicó satisfecha, poniéndose de rodillas a la altura de Ciel, —… el sonido de un alma atormentada— puntualizó posando sus ojos demoníacos sobre el cuerpo de la niña.

¿Quién era ella? ¿Qué hacía en ese lugar? ¿Por qué sufría? Eran cuestiones efímeras para un demonio, lo único que importaba era que su alma estaba en pena, era un exquisito manjar para el paladar de una criatura oscura como ellos.

—Los humanos son débiles… cuando algo le hace daño fácilmente se corrompen… —exclamó Principia aún mirando a la miserable niña. —Es cuando nosotros hacemos acto de presencia, para poner fin a su miseria… —agregó con una sonrisa maléfica, —… eso quiero que hagas,… qué consumas el alma de esa humana… –ordenó Principia, —si no lo haces, tú desaparecerás…—advirtió la mujer; Ciel podía sentirlo en su interior, como una presión horrible consumía su cuerpo, jadeando posó su mirada en la espalda de aquella niña.

Un punto de quiebre, eso es lo buscaba Principia con su experimento, Ciel era una anomalía, un demonio con alma humana, un alma que se conservó pura; asesinar a sangre fría a un inocente para arrebatarle su alma era el toque justo de corrupción que un demonio inusual como él iba a necesitar para sobrevivir, sin embargo el joven estaba dudando. En su agonía, aquella presión en su pecho no le permitía pensar, o quizá lo hacía pensar demasiado, tener demasiada empatía sobre aquella niña, su víctima. Unos pasos detrás de él lo distrajeron de seguir meditando, la figura que hizo acto de presencia, él la conocía a la perfección… la bestia que lo sumergió en la oscuridad.

Sebastian entró en esa vieja cabaña, cruzando las paredes como una niebla oscura, una sombra, su figura se posó frente a aquella niña, ella lo miró sorprendida, asustada, perturbada debido a que él presentaba su verdadera figura, en su bruma de oscuridad el sonrió, y con un solo zarpazo de sus garras destrozó la garganta de aquella humana, el cuerpo cayó al suelo desangrándose, sus inocentes ojos miraban a la nada, y el brillo que era su alma desapareció en las manos del "cuervo". Ciel se quedó mudo ante aquella brutalidad, no era la primera vez que observaba a Sebastian asesinar a una persona, sin embargo algo en su conciencia no concebía fue como pudo terminar la vida de aquella persona inocente, no consiguió borrar la sonrisa de satisfacción y la sangre en el suelo de su mente. A lo lejos pudo escuchar como Principia dio un enorme suspiró.

—Eres débil Phantomhive… — susurró decepcionada.

Principia no logró entender el trasfondo de las acciones de "Sebastian", no había ninguna necesidad de interrumpir la lección del joven aristócrata, sin embargo debido al amor fraternal que tenía hacia él no le recriminó nada, simplemente tomó del brazo a Ciel, que seguía asfixiándose y lo arrastró de nuevo hasta las fronteras de su mundo, detrás de ellos los seguía Sebastian de cerca.

Los ojos de Ciel se encontraron con la mirada gélida de Sebastian, a pesar de los años ese gesto aún no se había borrado de su rostro, la decepción, la indiferencia, su relación había cambiado mucho desde aquella noche en que él se convirtió en un demonio. Sebastian rompió el acuerdo que había hecho de separarse, Ciel aún no recuperaba por completo el aliento, tampoco había borrado la cruel escena de su mente, el sentimiento de traición, pero cuando logró calmarse, se acercó a Sebastian.

—Te quiero lejos de mí… No vuelvas a aparecerte frente a mis ojos hasta que yo te busqué en persona… es una orden—exclamo Ciel con una voz altiva, aristocrática, Sebastian sonrió satisfecho.

Yes, my lord… —respondió Sebastian desapareciendo en la oscuridad. Sebastian era libre.

En aquel momento fue su despedida, Principia acogió a Ciel como su pupilo con un sentido renovado, Ciel compartía su mismo deseo, volverse digo de ser el dueño de Sebastian, sin embargo había otra cosa, él no deseaba cambiar su naturaleza, conservar su alma humana sería el digno castigo que merecía "Sebastian" por haberlo desobedecido, ese gran deseo brilló intensamente en la oscuridad, algo en su alma hizo eco, como un llanto desesperado pero el joven demonio no pudo escucharlo.

FIN