Disclaimer:

Los personajes le pertenecen a la señora E. Meyer, yo solo soy dueña de la historia que nació extrañamente mientras trataba de dormir.


Detrás de la bestia

Prólogo

– ¡Por favor señor, no me haga daño! – gritó una mujer desesperada mientras estaba en el suelo.

–No vine a buscar tu sangre mujer, vengo a ver a tu marido – contestó el hombre de cabellos rubios y mirada penetrante.

El ama de cabellos castaños, lo miró con miedo. Aquel rostro angelical suyo le helaba la sangre pero también le fascinaba ¿cómo era posible que alguien tan hermoso pudiese profanar tanto miedo? Más allá de su aspecto físico, no había nada que la intimidara.

–Mi marido no se encuentra – respondió sorbiendo por la nariz – salió temprano por la mañana a labrar el campo.

–¿Cuándo volverá?

–No lo sé – contestó ella aun viéndolo desde el piso – no tiene hora de llegada.

El misterioso hombre torció la boca y bufó en silencio. Odiaba que se escondieran de él y de sus responsabilidades.

–Dile a ese que dice ser tu marido – apuntó con el dedo – que vendré cuantas veces sean necesarias para que me pague lo que me debe. Soy generoso, lo sabes, pero aborrezco que quieran abusar de mi esplendidez. El precio será alto, si no cumplen.

–Señor, piedad – imploró la mujer – somos pobres ¿cómo podremos solventar la deuda? El dinero lo utilizamos para comer y salvar nuestras tierras, mismas que no producen y no sabemos por qué.

–Ya te lo dije, mujer– respondió bajando el sombrero de copa alta y moviendo una capa negra de seda – no tientes mi paciencia – finalizó y dio la vuelta para salir del umbral de madera vieja.

El aire helado de la habitación se esfumó con su partida. Las piernas las sentía muy débiles como pararse y lloró amargamente desde el suelo acariciando su vientre. Unos pasos se escuchaban en el horizonte y caer de una escopeta se escuchó en el suelo.

–¡RENEE! ¿QUÉ TIENES? – preguntó el marido viéndola postrada.

–Él vino – respondió sollozando – vino para cobrar la deuda, ¿Qué haremos Charlie? Lo quiere lo antes posible o si no… – y acaricio su mano lentamente.

–No nos dañará amor, él no puede dañarnos.

–¿Cómo estás tan seguro? Sabes lo que dicen de él en el pueblo.

–Lo sé de antemano, aunque somos campesinos pobres podemos defendernos, voy a cuidar de ti y de nuestro bebé – dijo acariciando la hinchada barriga de su esposa – ya verás que sí.

El hombre de sombrero de copa, arribó con su carruaje al enorme castillo que estaba en el bosque fuera del pueblo. Los caballos blancos se pararon frente a la gran puerta de madera y hierro mientras el chofer del carruaje abría la puerta. El pesado humor de aquel hombre imponía respeto en el lugar, el silencio reinaba en los pasillos de lóbrega piedra adornadas por cuadros costosos y flores que apenas y le daban vida a la habitación.

Un hombrecillo de bata negra con un enorme maletín, salió de la habitación principal acomodando su monóculo y sonriendo amablemente.

–Señor Cullen, que bueno que ha llegado por fin. Su esposa lo está esperando.

–Gracias doctor, dígame ¿cómo está Elizabeth? – preguntó de manera preocupada.

–Delicada pero estable, señor. Las medicinas están respondiendo pero no para ella.

Pasó saliva escondiendo su mirada triste tras su copa grande.

–¿Y el bebé?

–El embarazo está progresando, señor Cullen. Su hijo está sano, pero su esposa – se detuvo y afligió la mirada – ella está cada día más débil. Lo que me temo es que, la barrera que hay entre la enfermedad que posee su mujer y su hijo, se pueda romper.

–¿Hay algo más que se pueda hacer?

–Lamentablemente no, la fiebre española está debilitando su sistema poco a poco, con suerte… Ella sobrevivirá hasta el parto.

Carlisle asintió con la mirada derrotada y alzó la frente para serenarse.

–Gracias por haber venido – dijo – lo mandaremos a llamar cuando lo necesitemos doctor.

–Está bien, señor Cullen. Que tenga usted una agradable noche, con permiso.

–Propio.

El hombrecillo de la bata negra se quitó el sombrero, asintió y una empleada del lugar lo escoltó hacia la salida del castillo. Era el momento de que Carlisle limpiara de su rostro aquella amarga tristeza de ver a su mujer. Tocó la puerta de manera dulce y asomó la cabeza por el umbral.

–¿Puedo pasar? – preguntó con una sonrisa.

–Adelante – contestó ella sonriente, mientras otra de las empleadas ponía un jarrón de rosas rojas a su derecha.

–¿Cómo estás? – preguntó él quitándose el sombre de copa alta y acomodándose a su lado.

–Mejor, cada día mejor – contestó acariciándose la barriga.

–Me alegro escuchar eso – dijo con una sonrisa triste – ¿has comido ya?

–Un poco, aunque lo devolví – inquirió con pena – el bebé no está muy acostumbrado a las comidas que me recomendó el médico.

–Tienes que hacerlo – y acaricio su mano que yacía sobre su vientre – por ti y el bebé.

–Lo sé, pero es difícil. Las comidas tan simples me dan nauseas. En lugar de eso me he puesto a pensar en como se podría llamar.

–El esfuerzo valdrá la pena, faltan semanas para que des a luz amor mío, por fin tendremos a nuestro hijo, pero dime ¿cómo te gustaría que se llamara?

–Esperarlo me llena de alegría y quiero que mi bebé se llame Edward – dijo con un ánimo apenas visible lo que oscureció el rostro de su marido.

–¿Edward? – preguntó enarcando una ceja – me gusta – sonrió – y ¿si es una bella damita?

–No es niña – respondió ella – es mi Edward, mi Edward Anthony – respondió con una sonrisa opacada por un gesto de dolor.

–Si te sientes mal, tienes que decirlo. Mandaré a traer al doctor para que te atienda lo antes posible.

Ella sonrió sin ganas y acarició el dorso de su mano.

–Ya no molestes al doctor Stillman, mis dolores solo se marcharan conmigo.

Carlisle se paró de la cama enojado.

–No vuelvas a decir eso, Elizabeth Masen de Cullen. Tienes estrictamente prohibido hablar así.

–No te enojes conmigo Carlisle, mi salud ya no tiene remedio, solo queda la de mi hijo. Por él – dijo acariciando su vientre – es que todavía estoy aquí.

–Tú te pondrás bien, y lo verás crecer conmigo. Incluso me llegaré a molestar porque sé que lo vas a malcriar – inquirió con lágrimas en los ojos.

El labio de la esposa comenzó a temblar amenazando con llorar pero reunió el suficiente coraje como para aguantarse y mirarlo a los ojos. Sabía que estaba demasiado enferma y que, por más que hicieran el esfuerzo, moriría. Pero tenía miedo por su bebé, ¿qué pasaría si el niño enfermaba y moría consigo?

–Aguantaré lo más que pueda – contestó viendo el vació – pero quiero pedirte algo.

Carlisle levantó la vista y se arrodillo ante ella tomándole las manos.

–Lo que sea, es tuyo. Lo que sea que quieras lo tendrás.

Ella sonrió y suspiró.

–Quiero – dijo con firmeza – que sí, el día que dé a luz a nuestro hijo; y tengas que decidir entre los dos, lo hagas por nuestro niño.

–Por favor – suplicó – no me pidas eso.

– Tienes que prometerlo Carlisle, tienes que hacerlo.

Dudó mucho y bajó la mirada besando sus blancas manos. Miró fijamente los orbes esmeraldas manchados ligeramente de rojo por la fiebre y la enfermedad y asintió sin decir más. Y así se quedaron juntos hasta que Elizabeth Masen de Cullen, se quedó dormida.

Semanas después de aquella conversación tan significativa para ambos, comenzó una fuerte tormenta en el pueblo. Los caminos que daban a la plaza principal estaba cerrados y ese mismo día, Elizabeth comenzó en labor de parto.

–¡Señor Cullen! ¡Señor Cullen! – gritaba una de las empleadas que cuida de la señora.

–¿Qué ocurre? – preguntó asustado desde el estudio.

–La señora Elizabeth va a dar a luz.

–Llama al chofer y manda a traer al doctor Stillman.

–Señor, he enviado por él pero ha vuelto porque han cerrado los caminos.

–¡¿ Y POR QUÉ NO HAN BUSCADO A UNA PARTERA SIQUIERA ?!

–Señor – dijo avergonzada la mujer – en el estado de la señora no es…

–¡VE POR UNA MALDITA PARTERA CUANTO ANTES!

La mujer salió despavorida del lugar y corrió hacia la puerta. Carlisle corrió hacia donde su mujer quien se quejaba quejumbrosamente por las contracciones.

–Elizabeth, Elizabeth por Dios – dijo de rodillas junto a la cama – ¿estás bien?

–Carlisle – contestó sudorosa y sin mirarlo – el bebé, el bebé ya viene – apuñó los ojos y flexionó las rodillas del dolor.

–Aguanta mi amor, aguante por favor ¡Katrina! ¡Katrina! – llamó a una criada –¿Dónde demonios está el doctor? – Y no soltó la mano de su mujer – aguanta corazón.

–Carlisle ¡Ah Dios! Carlisle – cerró de nuevo los ojos – tendrás que ir por ayuda.

–No voy a dejarte sola Elizabeth, no lo haré.

–Pero tienes que. Anda, por favor, por el bebé.

El hombre de mirada triste apuñó los ojos. Fijo su vista en la cara traslúcida de su mujer quien, duramente trataba de sonreír.

–Vendré lo antes posible cariño – dijo besando su frente – aguanta por favor.

Ella asintió suspirando y otra violenta contracción la arqueo de dolor.

Carlisle Cullen salió despavorido de la habitación principal y corrió hacia los establos de donde tomó un caballo. Salió de la mansión enorme que prácticamente era un castillo y galopó bajo la lluvia en busca del doctor que atendía a su esposa. El sombrero elegante salió volando por la velocidad a la que iba el caballo y con la fusta apresuró el andar del animal. Un hombre que bloqueaba el camino lo detuvo haciendo que el cuadrúpedo se levantara en las dos patas traseras.

–¡Deténgase! – Ordenó el hombre – el paso está cerrado.

–No puedo – dijo Carlisle tratando de controlar el animal – mi mujer está dando a luz.

–Lo siento señor pero, si lo dejo pasar se puede matar por los deslaves de los caminos.

–¡No me importa! Mi mujer se está muriendo – dijo desesperado.

Aquel hombre del camino sintió compasión por el jinete. Movió sus manos nerviosamente y suspiró.

–Cerca de aquí hay alguien que puede ayudarlo, pero no es un doctor.

–Lléveme con esa persona – ordenó preocupado – necesito que venga conmigo.

El hombre asintió viajando a través de la salvaje lluvia. Los dos se dirigieron hacia una vieja cabaña que estaba cerca de una acantilando. Carlisle miró un poco desconcertado hacia el lugar y notó que el lugar era de aspecto tenebroso.

–¡Buena noche! – gritó el hombre del camino cerca de la pequeña puerta.

Una mujer de aspecto lúgubre se asomó apenas por la pequeña rendija. Sus delgadas y largas manos se aferraron a la puerta con miedo. Su cabello largo le llegaba a la cintura y sus largas pestañas los veían con recelo.

–¿Qué deseas? – preguntó en tono amenazante.

–Oiga bruja – dijo el hombre del camino – necesitamos que ayude a dar a luz a la señora de este hombre.

La anciana fijó su vista en Carlisle y después en el hombre que le hablaba.

–No puedo – contestó – ahora hay muy mal tiempo.

–Ande señora – intervino Carlisle – le daré oro suficiente como para vivir bien toda su vida. Por favor, ayude a mi mujer y a mi hijo.

–Mire, mi señor. Yo le agradezco la oferta pero, me temo que, es muy difícil su caso – contestó sincera – puedo notar su preocupación, y veo que este parto es difícil, no quiero responsabilidades.

–¡Se lo suplico! – Inquirió el hombre casi derrotado – hágalo por mi hijo, señora.

La mujer de largos cabellos sintió pena y al final aceptó. Los tres bajo la ardua lluvia, se dirigieron hacia la mansión enorme de los Cullen, la vieja bruja se admiró de tanta belleza y riqueza contenida en un solo lugar y lujuriosa saboreo todo el oro que sabía que ganaría en esa noche.

Entraron a la recámara principal, en donde la señora de la casa se retorcía de dolor por las fuertes contracciones. Para la partera, no le fue difícil deducir que la mujer estaba enferma y que su hijo por ende también.

–Señora mía – dijo la anciana – ya vine a ayudarla – dijo tomando su mano.

Elizabeth estaba prácticamente delirando, la frente estaba llena de sudor y asintió solamente. La anciana le acarició el dorso de la mano y le sonrió. Carlisle aguardaba en el umbral de la puerta con el puño cerca de los labios caminando de un lado a otro.

–Necesito agua caliente, sábanas limpias, alcohol – ordenó la vieja bruja.

El señor Cullen asintió solamente y ordenó a una de las presentes que le proporcionara todo lo que la anciana decía. La tormenta continuaba fuerte, afuera los caballos relinchaban con miedo por el sonido de los truenos y los rayos. El ruido de la lluvia se mezclaba con los gritos aterrorizantes de Elizabeth Masen.

–Puje mi señora – ordenó la partera.

La mujer agitaba su cuerpo fuertemente ante aquel dolor tan insoportable, su débil organismo estaba fallando cada minuto más.

–¡Puje! – gritó una vez más.

Los ojos esmeraldas de la embarazada fueron combinados con los puntos rojos de la sangre que le habían salido por el esfuerzo que sobrepasaba su cuerpo.

En el pasillo, Carlisle aguardaba preocupado hasta que el sonoro llanto de un bebé inundó la habitación. Suspiró y dio gracias a Dios con un sonoro amén. La pequeña mujer de cabello canoso abrió lentamente la puerta, Carlisle se pasó junto a ella de forma agradecida.

–¿Cómo esta ella, señora? – preguntó preocupado,

–Ella… Está muy débil – contestó con la mirada pesada.

–¿Y mi bebé?

–Es una varón, señor. Pero él – dijo pausadamente – él nació enfermo.

–No, no, no, no – dijo horrorizado – pero… Pero se pueden salvar ¿verdad? Ambos tienen que salvarse.

–Lo siento, si me enfoco en uno, el otro morirá mientras estoy atendiendo, señor. Tendrá que decidir.

Y había llegado el momento que su mujer le había planteado. Decidir entre dos vidas. Entró a la habitación y con tristeza miró a su mujer con el niño en brazos, quien débilmente sonreía mientras jugaba con los pequeños dedos. Carlisle sonrió llorando, aquella imagen le rompía el corazón, se arrodilló frente a ella y besó sus labios, los cuales le sabían a cristalina sal por las lágrimas.

–¿Cómo estás?

–Bien amor, mira a nuestro bebé – dijo sonriente – mi Edward es tan perfecto, mi bebé perfecto te amo.

El niño respiraba violentamente y con mucha dificultad. El señor Cullen tomó sus deditos y los besó llorando.

–Edward Anthony Cullen Masen.

–Tienes que salvarlo amor – dijo su esposa – sálvalo a él.

–No, Elizabeth, no puedo dejar que te vayas, te necesito.

–Tendrás un parte de mí, mi corazón está en este niño.

–No, no – negó con la cabeza – no puedo dejarte ir.

–Ya lo decidí, Carlisle. Por favor, cuida de él – sonrió y lo besó de nuevo.

Su esposo asintió y bajó la mirada mientras la partera tomaba el niño en brazos y lo colocaba sobre un Moisés de mimbre. La madre se aferró a los brazos de su marido y lloró quedito.

–Te amo Carlisle, gracias por hacerme feliz, por este bebé, por ti.

–Te amo Elizabeth.

El llanto del niño se escuchó sonoro, al ser despegado del calor de la madre. La partera comenzó a untarlo con algunos brebajes y a sanarlo con yerbas.

–Cuida de él, por favor.

–Lo haré, Elizabeth, te amo.

–Te amo.

Y el cuerpo de su esposa fallecido se quedó dormido para siempre entre sus brazos. Las lágrimas le rodaron en silencio, la apretó junto a su pecho con fuerza y besó su cabello con vehemencia.

–Señor – la interrumpió la mujer de canas – su bebé, su bebé está muy mal.

La miró con rabia y dejó el cadáver de la mujer que amaba con lentitud en la cama. Se acercó al niño que ardía en fiebre y lo tomó entre sus brazos. La lluvia se escuchaba más fuerte aun.

–¿Qué puede hacer por el niño? – preguntó viéndolo fijamente.

–Mire, mi señor – dijo apenada por la muerte de la esposa – sabe que solo soy una vieja bruja y que solo puedo lidiar con esas cosas que muy pocos comprenden, pero la vida de su niño pende de un hilo.

–Haré cualquier cosa por él – dijo viendo el cadáver de su mujer – se lo prometí a mi esposa.

–¿Está seguro? – preguntó seria la anciana.

–Completamente, señora.

–Entonces – contestó ella – tendré que hacer algo pero, estará implicado el desarrollo de su niño y su futuro.

–Haga lo que tenga que hacer – y apretó el bebé que jadeaba en sus brazos.

La anciana caminó hacia el cadáver de la madre y sacó una pequeña navaja, cortó el dedo índice de la mujer y una hilera de sangre aun tibia resbaló por su dedo. Lo vertió en un molde de barro y pidió disculpas con la cabeza. Se acercó hacia una vieja mesa de madera de caoba y de su morral sacó yerbas curativas que llevaba consigo. Carlisle la miró asombrado, aquella mujer de verdad era una bruja.

Machacó algunas plantas y las mezcló con un agua de origen dudoso mientras hablaba en una lengua que no comprendía. Miraba al niño de vez en cuando mientras susurraba quedamente.

–Tu espíritu, sagrado lobo, descenderá sobre este recién nacido. Haz que tu fuerza lo alimente desde el centro de su alma hasta el exterior. Rompe los paradigmas y llénalo con tu imponencia, haz que le teman, que sea más fuerte que él mismo, hazlo una indomable, un hombre invencible y rompe todo esto con amor, cuando solo este pequeño niño, sea amado por quien en realidad es.

Los relámpagos se hicieron más estruendosos mezclándose con el llanto del niño. Vertió aquella medicina en la boca del pequeño y este la pasó por su garganta con gesto amargo.

–¿Qué pasará con mi hijo?

–Su hijo – dijo tocando al bebé con la punta de los dedos – su hijo será temido pero respetado, nadie le pasará por encima… Nadie será más fuerte que él… Su hijo estará siempre detrás de la bestia.


Hola a todos bueno pues aquí les dejo esta nueva historia que se me ha ocurrido. Ahora pues

estoy tratando como con un tema más de "cuentos de hadas" pero con un toque de misterio sin

dejar de lado mi ya conocida 'parte romántica'.

Espero que les agrade :D

Follow/Favorite y su hermoso Review

¡Nos leemos luego!